CH13: Planes

El repiqueo de la puerta principal retumbó en la casa de Jack con una comedida sutileza, rítmico y ligero, pregonando con delicada prudencia la manera en que David se manejaría normalmente por la mañana, igual a cuando llegaba a la habitación del hospital.

Jack, usualmente temperamental en cuanto a ser molestado en casa, se sentía tan extrañamente calmo como no recordaba haber sido en muchísimo tiempo. El fresco matutino aún no se había disipado, pero se comenzaba a colar la calidez del sol a través de las cortinas de las ventanas, alcanzado a impregnar en sus mejillas mientras salía de la habitación de los niños.

Tomó un largo y satisfecho suspiro, andando por el pasillo con ambos pequeños en brazos, encaminado a atender el llamado. El comisario Gordon, siendo tan cauto como se mostraba cada vez, por supuesto que recurrió conscientemente a un golpeteo tímido para anunciarse y evitar incordiar demasiado en caso de que los niños pudieran estar durmiendo aún.

Felizmente reconoció que David había pensado bien, pues Jack tenía bastante sensibilidad al ruido y aquel sonido cuidadosamente considerado no era suficiente para incomodar un sueño profundo como el de Gustabo y Antonio. Era idóneo y bien ejecutado, sólo para que él escuchara y supiera de quién se trataba, meticuloso como poca gente tiene la capacidad.

Mediante pasos cortos y equilibrados, Jack balanceó contra su pecho a los niños manteniendo el calor durante el trayecto hasta la sala de estar, donde los arrulló con diligencia y esmero haciéndolos aterrizar en el sillón sin despertarlos. Se quedó hipnotizado un par de segundos mirando a sus angelitos, todavía alojados en su mundo de sueño, acomodándose entre sí para seguir durmiendo.

El persistente llamado siguió allí un poco más, sin permitir a Jack abstraerse demasiado. Se dirigió con veloces y silenciosos pasos hasta la puerta, donde al abrir encontró a David con un par de bolsas en manos y una mochila en la espalda.

—Buenos días —saludó suavemente, mirando de reojo hacia adentro. Jack adivinó que trataba de averiguar si los niños estaban despiertos o no.

—Buen día —saludó en el mismo tono bajo, respondiendo indirectamente a la pregunta tácita del londinense.

Jack le cedió el paso, permitiéndole avanzar hacia dentro de la vivienda. David, asintiendo en gratitud por el recibimiento, dio pasos largos hasta llegar a un costado del centro de sala y admiró a los pequeños dormir un breve instante antes de desviarse hacia el comedor. Las bolsas murmuraron lejanamente al estacionarse sobre la mesa principal.

Un sutil aroma a tostado y especias comenzó a extenderse, causando que Jack empezara a sentir apetito. Lo que sea que había elegido David para el desayuno se anunciaba delicioso y distaba de ser alguno de los desayunos rápidos a los que Jack solía estar acostumbrado en su día a día. Algo muy bueno para los niños, que de seguro tendrían alguna dieta elegida por Muerte que Jack simplemente pasó por alto y los comisarios probablemente tendrían en su poder.

No es como si Jack viviera a base de cualquier comida rápida. El tema es que en realidad desde hace mucho tiempo no se detenía a pensar en qué comer que no fuera comprado —o elegido por Volkov—, así que olvidó ocuparse del tema de la alimentación de los niños. Y aunque seguramente lo hubiese solucionado pidiendo alguna cosa prudente a domicilio, no quería ser irresponsable cuando se trataba de los pequeños, muy a pesar de que quisiera mimarlos de todas las maneras posibles con lo que sea que ellos eligieran comer.

Afortunadamente desde el hospital David se había hecho con esa tarea, trayendo siempre algo balanceado de aroma saludable y elitista. Cualquier queja de verduras o reclamo por dulces sería absorbida por el londinense. Jack se haría cargo de coordinar la denuncia: Su plan malévolo era, de ser necesario, volver villanos a los comisarios en caso de emergencia; aunque los niños no parecían tener problemas con comer variado, así que no creía que fuera necesario pronto.

Jack vio a David circular suavemente alrededor del comedor, señalando en silencio la cocina y preguntando con la mirada si podía ocuparla. Aparentemente todavía haría más cosas, así que, tras indicarle un sí con la cabeza, el castaño desapareció tras un muro haciendo resonar a los pocos segundos algunos cajones y sartenes. Pronto un agradable chisporroteo cobró vida y Jack supo que David tenía completamente controlada la situación. Ya avisaría cuando estuviera listo.

Ahora, Jack debía ocuparse de los niños pues la hora de despertar ya había llegado y cualquier minuto extra era un mimo. Por muy tierna que fuera la escena de los pequeños gemelos durmiendo acurrucados en sus pijamas a juego, era su deber deshacerla —en contra de su corazón— para que ambos se lavaran antes de desayunar.

Cubierto de una especie rara de resignación risueña, Jack se dirigió al sillón donde los niños descansaban tranquilamente y, antes de aproximarse para intentar despertarlos, vio a Gustabo removerse en su sitio. El pequeño estoico hizo una mueca perezosa, estirándose un poco para espabilar y se irguió con cuidado sin perturbar el descanso de Antonio en el trayecto.

Los ojos azules parpadearon confusamente, adaptándose a la luz y reconociendo el sitio donde habían despertado. Gustabo miró a Jack con intriga, pero al certificar que todo estaba bien y era la misma casa que el día anterior, su primer acto fue estirar las manos para que Jack lo levantara y comenzaran la rutina que ambos había desarrollado durante el último tiempo.

El corazón de Jack se sintió tan cálido con ese actuar tan honesto y simple. Fue directo a recogerlo con ambos brazos, teniendo el cuidado de no mover a Antonio y evitar despertarlo todavía, depositando al pequeño Gus contra su pecho para comenzar a andar hacia el baño.

Buenos días, Gustabín —saludó cariñosamente, apreciando al niño limpiarse los párpados con sus pequeños puños.

Giorno —respondió Gustabo dulcemente, con su timbre de voz agudo haciendo feliz a Jack.

Normalmente Gustabo sólo saludaba con un asentimiento de cabeza o un sonido de afirmación. Un "buenos días" en italiano de parte del más impertérrito del par de hermanos sorprendió gratamente a Jack, obligándolo a sonreír con cierta bobería hasta alcanzar la puerta del baño de visitas.

Jack permitió a Gustabo aterrizar en la alfombra del pasillo para que fuera por sí mismo al inodoro. Cuando se dio cuenta que se estaba preparando para sentarse, cerró rápidamente para respetar su espacio que poco a poco debía comenzar a desarrollar y se quedó en la puerta, pendiente de cualquier ruido extraño.

Hasta el día anterior, Jack los había apoyado con su presencia dentro cuando tenían que ocupar el baño —claramente de espaldas con límites absolutos— por si tenían algún percance o si sus fuerzas les llegaban a fallar. Eran infantes en recuperación que debían ser vigilados constantemente y, aunque hubiera pasado un mes, seguían siendo tan sólo unos niños creciendo apenas.

Son tan pequeños y según Muerte debían tener entre seis y siete años, unos bebés prácticamente. Son un poco bajos de altura para su edad y encima actualmente están delgados, probablemente por haber estado comiendo demasiado mal en donde sea que estuvieron antes de llegar a él.

De hecho, estimar la edad de los niños fue algo problemático para Muerte. A falta de testimonio conciso de Gustabo y Antonio, tuvo que basarse en los estudios que hicieron para dar un estimado de referencia. Casi todo eran estimaciones y suposiciones, lo cual era frustrante para todos los adultos que sólo podían tratar de ayudar a los pequeños a mejorar.

Aún recordaba cómo le costaba a Gustabo mantenerse en pie al principio. Jack lo ayudó a sostenerse cuando debía usar el inodoro porque carecía de las fuerzas suficientes para sujetarse. Tal vez por eso ahora Gus no tenía vergüenza alguna en simplemente hacer sus cosas, aunque Jack siguiera allí presente.

Jack quería dejarle libre y enseñarle que ya no hacía falta su presencia para que hiciera lo suyo. Gustabo podía gozar de algo más de independencia. Aunque, por otro lado, aún debía seguir vigilante y cercano con Antonio, que permanecía algo débil por su proceso de recuperación todavía vigente. Jack se preguntaba si el trato diferente podría incomodar de alguna manera a Gustabo. Sabía que los gemelos en ocasiones podían resentir especialmente los tratos no igualitarios.

El sonido de la cadena del inodoro evitó que siguiera divagando. Jack tocó a la puerta preguntando si podía pasar y al escuchar un escueto sí desde adentro, abrió y se adentró poco a poco. Retrocedió al darse cuenta que Gustabo estaba apenas subiéndose los pantalones del pijama.

—Gustabo —llamó suavemente, luego de que el pequeño terminara de alistarse y se acercara al lavabo para lavarse los dientes.

¿Sí? —respondió, mirando a Jack con sus grandes ojos sosegados.

Jack tomó la pasta de dientes y el cepillo azul que David le había dado anoche para Gus. Por supuesto había uno verde para Toni. Reflexionó un poco antes de continuar hablando, tratando de proyectar en palabras lo que quería decir.

Hijo —se atrevió a pronunciar, tratando de hacer un poco personal la conversación. En esta circunstancia se sintió tan extraña esa palabra en su boca, pero ignoró el sentimiento—. Cuando llamen a la puerta y aún no te has terminado de vestir, trata de avisar que aún no estás listo. No dejes que las personas te vean sin ropa, ¿vale? No es correcto.

Gustabo guardó silencio, mirando a Jack. El policía se sintió inquieto por eso, porque ya había tenido estas miradas de Gus, donde el pequeño manejaba alguna especie de pensamiento complejo y Jack nunca sabía si sería para bien o para mal.

Le entregó su cepillo con pasta dental y Gustabo lo recibió, aún pensativo. El pequeño alzó sus codos para que Jack lo levantara y así llegar al lavabo con su ayuda. Jack, dejándole un vaso con agua, simplemente le sirvió de soporte para pudiera lavarse sin problemas frente al espejo.

La mirada tranquila de Gustabo permaneció igual todo el rato mientras se cepillaba los dientes. Tampoco hizo algún gesto en particular al terminar, cuando silenciosamente se enjuagó y Jack le ayudó a limpiarse la boca con una toalla. Tras dejar las cosas en su sitio, Jack intentó depositarlo en el suelo para que caminaran a la sala de estar, pero Gustabo lo interrumpió hablando por fin.

¿Por qué? —preguntó escasamente, llamando la atención de Jack.

Jack, aún con sus propias palabras presentes, supuso a lo que se refería.

Porque debes tener recato —respondió, saliendo con Gus en brazos del baño y cerrando tras de sí—. Eso significa que debes comportarte con cuidado y respeto para ti mismo, así los demás no tendrán la oportunidad de tratarte mal o ver algo que no quieres que vean... Por ejemplo, me dejaste entrar al baño y no habías terminado de vestirte. No cualquier persona puede verte sin ropa, Gus, eso es algo muy privado de ti.

Gustabo escuchó atentamente, asintiendo.

Eso lo sé —dijo el niño comprensivamente—. Pero tú no eres cualquier persona, ¿no? Eres mi papá ahora y me ayudaste a bañarme cuando no podía, así que no me importa.

El pequeño se hundió en hombros casualmente, dando su punto de vista con seriedad e ignorando por completo que Jack estaba teniendo una crisis en ese instante ante la lógica simple y dulce del niño. Realmente el hombre no esperó una respuesta tan lógicamente infantil, tierna y desinteresada. Su garganta picó traicioneramente.

Ya veo. —Jack controló el temblor de su voz con todo el autocontrol que tenía en su alma—. Eso piensas; me alegro, Gus. Pero aun así no dejes que desconocidos te vean. Y si alguien hace algo que no te gusta o no te hace caso cuando le dices que no, grita fuerte, ¿vale?

Vale.

Llegaron a la sala de estar y Jack dejó aterrizar a Gustabo en el sillón con algo de pesar, antes de que el sentimiento abrumador de ternura en su corazón lograra convencerle de que estrujara al pequeño contra su pecho.

Se tomó un respiro estabilizador antes de dirigir su atención al otro niño que, ante el movimiento y el creciente aroma a huevo frito proveniente de la cocina, comenzaba a despertar. Jack sonrió viendo a Gustabo acercarse a Toni para acariciar el cabello de su hermano y ayudarlo a terminar de abrir los ojos.

Antonio entreabrió sus largas pestañas, paseando sus pupilas monocromáticas entre Gustabo y Jack. Una sutil sonrisa se formó en su rostro y se irguió lentamente estirándose en el proceso. Después de algunos segundos de espabilar, sus mejillas se izaron alegremente olisqueando el aire.

Buenos días —saludó Jack.

Buongiorno Toni —saludó también Gustabo.

¡Buongiorno! —entonó animadamente, sentándose en su sitio y levantando sus manos para ser levantando—. ¡Vamos a desayunar!

Jack rio suavemente, tomando en brazos a Antonio y elevándolo para encaminarse al baño.

Así es, pero primero debes lavarte los dientes igual que Gus.

¡Vale! —canturreó, removiéndose y limpiándose los ojos con algo de prisa—. Tabo siempre se levanta primero, así que me daré prisa para que no espere mucho. ¡Vamos, papá!

Sí, vamos —respondió en voz baja.

Antonio, tan lleno de energía usando el baño con rapidez y lavándose los dientes, ignoraba al igual que su hermano lo que las palabras sinceras de ambos podían hacerle. En medio de su correteo para regresar con Gustabo e ir a desayunar, no le dio tiempo a Jack para coordinar lo precioso que había sido ser llamado "papá" tan naturalmente.

Quiso tener la plática sobre el decoro con Antonio también, sin embargo, dentro de la premura del niño, apenas fueron un par de frases. Si Gustabo parecía tener su criterio bien claro, con Antonio parecía ser un desinterés total, porque ni bien aterrizó cerca del inodoro ya estaba sentándose. Sólo lo amonestó diciéndole que tenga cuidado y que recordara no dejarse ver por desconocidos, a lo que Antonio asintió sin prestar tanta atención.

Jack encontró aliviador cómo los niños parecían tan libres con él, independientemente de las cosas. Tanto vigor y plenitud en los pequeños hacía sentir más tranquilo a Jack respecto a los problemas que continuaban latiendo de fondo como agua de drenaje: La investigación y la frustración que seguía habiendo y sólo se iría cuando tuviera en sus manos un culpable.

Realmente se sentía extraño ver esas miradas brillantes juntarse como si estuviera todo bien en el mundo y era tan triste recordar entre ratos que, si están así de tranquilos, se debía mucho a que no podían recordar. Jack se cuestionó muchas veces si ello era, por encima de un contratiempo para el caso, realmente un regalo para ellos: Un pasado que los niños no necesitaban tener presente.

Esa idea en ocasiones le propiciaba un sabor amargo en el paladar, porque quería información para tomar del cuello al desgraciado que les hizo tanto daño y al mismo tiempo quería que todo acabara ya para que los niños no tuvieran ningún pendiente para vivir sus vidas en paz. Jack lo único que quería es saber que no había ni un solo desgraciado afuera buscándolos; que no había alguien capaz de venir a asegurarse de que los niños no pudieran hablar. Mierda, la posibilidad lo aterrorizaba.

¿Ya están listos para desayunar? —David habló desde la cocina.

Jack sintió que le desviaban las ideas brumosas de la cabeza como un tren descarrilado. Aturdido, escuchó a Antonio clamar una afirmación alegre dando pequeños brincos en sus brazos. Jack estaba en medio de la sala de estar frente al sillón sin recordar cómo llegó allí.

Siguiendo la inercia de sus músculos, levantó con su brazo derecho a Gustabo y llevó a ambos pequeños al comedor, donde David comenzaba a dejar bandejas con bollos y fruta picada. Una jarra de té frío llamó su atención al momento de sentar a los pequeños en su sitio.

—Quiero café —murmuró Jack sentándose en su lugar acostumbrado y viendo aterrizar platos abundantes de huevo frito, salchichas, tocino y tomates con papas salteadas. Se veía demasiado bueno como para ser verdad y comenzó a preguntarse si había comido realmente en años.

—Aquí tienes —anunció David depositando una taza humeante de café oscuro. Olía a espresso.

Jack asintió, sin terminar de reaccionar en lo que estaba pasando. David se sentó al otro lado de la mesa, saludando alegremente a los niños quienes respondieron al castaño jovialmente. Jack miró su café un momento con la mente en blanco y dio un sorbo; estaba perfecto. De hecho, todo estaba perfecto.

David tomó pedazos de pan y les puso un blanco y elegante aderezo de crema y especias. Los repartió para cada uno llegando hasta él, que lo tomó de manos de Antonio quien le sonreía con un gesto tan dulce que lo sintió casi un atentado. Sintiendo el aroma del pan, se dio cuenta que lo especiado que olió hace rato era una hogaza de orégano parmesano.

Joder, que si sabía comer David. Todo lucía increíble y no podía creer que de verdad preparó todo en los 15 minutos que se tardó ayudando a los niños a ir al baño y lavarse los dientes. Debía ser brujería británica o algo así.

La abundancia presente se sentía bien. No tanto sobre la comida repartida en la mesa, más bien por la felicidad de los niños saboreando todo con energía y regocijo. David los amonestaba entre risillas que comieran lentamente, mientras los pequeños entre sí festejaban sus papas salteadas. Jack dio sus primeros bocados e inmediatamente los niños le preguntaron si le gustaba también. Con otro sorbo de café asintió, encontrando al fin la estabilidad en su espíritu. Entonces les siguió el ritmo.

Me alegra que le guste, Conway —resopló sonriente David—. Me preocupaba un poco el tema de las verduras, pero llamé a Muerte y al parecer está bien que coman papas. Pensé que les gustaría, todos los niños aman las papas, ¿verdad, pequeños?

¡Sí! —clamó Antonio y Gustabo asintió masticando. Jack bufó contento, dejando la taza de café en la mesa.

Por cierto —continuó David, cortando su comida con los cubiertos—. Traje más ropa para los niños... Traté de elegir algo no británico.

Jack se rio, no pudo evitarlo. Su voz resonó sorprendiendo a los niños y a David, quienes poco después sonrieron también al darse cuenta de su ánimo. Ninguno lo había escuchado reír ni una sola vez y al parecer eso los había pillado desprevenidos, descubriendo el grave y breve ruido que Jack hacía al carcajear.

Poco sabían ellos lo inusual que era que eso se lograra, pero David había dado justo en el clavo. Jack se tranquilizó tras un par de segundos de resoplos, risueño por la pequeña pulla que arrojaba el londinense por un tema tan tonto como la ropa, que ambos se estaban tomando tan serio como un duelo de honor.

Pues perfecto —canturreó con una sonrisa retadora y un suspiro—. Pero por si al caso igual iremos a comprar en algún momento, ¿vale?

Vale —confirmó David confundido, pero igualmente contento—. Y zapatos, no olvidemos que los niños no pueden andar por siempre en pantuflas. Son preciosas porque yo las elegí, claramente, pero les vendría bien algo para salir a jugar y esas cosas.

Jack enarcó una ceja, mirando de soslayo a David mientras probaba las verduras. Detuvo su burla a medio paso porque estaba masticando, pero a Jack le gustaba escuchar ese tipo de respuestas y por supuesto que regresarlas. La broma implícita era refrescante y ver a alguien seguro de sí mismo juguetonamente es agradable de ver.

Aunque había un punto dentro del tema que conectó David que realmente debía tomarse en serio: El hecho de salir a la calle con los niños. Jack miró reflexivamente su plato por un momento, antes de seguir respondiendo.

—Tal vez en una semana —dijo serenamente en inglés, apartando de la conversación a los pequeños con el cambio de idioma—. Esperemos a que se acostumbren a la casa antes de llevarlos a explorar la ciudad... Por mientras, trae zapatillas o algo parecido para que comiencen jugando en el jardín.

David asintió comprensivamente, dejando sus cubiertos en reposo para levantarse en su sitio.

—Ya lo había considerado. —El sutil acento británico de su inglés se le escapó mientras se estiraba para alcanzar la jarra de té—. Les quedaron bien las pantuflas, ¿verdad? Conseguí zapatillas de la misma talla. Avíseme si requieren otro tamaño o algún ajuste.

—Perfecto —dispuso.

Jack regresó a su plato. Sin embargo, fugazmente observó a los niños, apreciando en ello sus miradas de reojo que exploraban de un lado a otro a ambos adultos. Sus gestos confusos por la repentina exclusión le hicieron sentirse entre apenado y conmovido. Les sonrió un poco para distraerlos, consiguiéndolo exitosamente con un visible ánimo reanudado en sus rostros.

—Y realmente traje algo más ligero, Conway —continuó David, usando un tono casual mientras se servía té. Distraídamente dirigió su rostro cándido a los niños cuando alegremente extendieron sus vasos para recibir un poco de té también—. Pantaloncillos y camisas para que estén cómodos, algo de ropa interior. Creo recordar que ya no se notaban los moretones, pero igual traigo más calcetas largas y cremas musculares que recomendó el médico.

—Sólo tienen algunas marcas —confirmó Jack, alcanzándole un poco de fruta a Antonio—. Afortunadamente no son tan visibles y desaparecerán la siguiente semana tentativamente. Para entonces me gustaría que ya fueran capaces de salir al jardín con calma; por mientras, jugarán adentro: Nadie del vecindario necesita ver algo innecesario.

David asintió de acuerdo, manteniendo una sonrisa resuelta para los niños, que miraban el intercambio de palabras sin entender. Jack lo vio regresar a su lugar y mantener una naturalidad destacadamente habilidosa, considerando el cambio de ambiente en su conversación ahora tornada más oficial y seria.

Ambos tenían el sobre entendimiento de que había muchas consideraciones que debían mantenerse vigentes con los niños; y también, eran plenamente conscientes de que, aunque todo parecía perfecto en la mesa, todavía estaba lejos de estar todo bien. Había trabajo esperando en comisaría y criminales afuera por atrapar.

—El comisario Volkov me compartió la agenda del lunes —anunció David, ofreciéndole más pan con aderezo a Gustabo—. A primera hora, luego de que retome oficialmente labores, el comisario Greco me presentará a usted. Habrá una especie de recibimiento protocolario y estaremos revisando papeleo hasta el mediodía, cuando recibamos la llamada de la Interpool para la aceptación del caso. En cuanto eso termine, será la presentación con el cuerpo policial de Los Santos. Probablemente terminemos todo a las tres de la tarde.

—Eso ya lo sabía —comentó Jack escuetamente, mirando extrañado al castaño.

David tarareó, apuntándolo brevemente con un tenedor antes de seguir picando sus verduras.

—¿Quién cuidará a los niños mientras tanto? —preguntó.

La duda lógica conectó sus neuronas y Jack se dio cuenta del problema, comenzando a pensar en qué respuesta dar. Tenía contemplado llevarse a los niños a comisaria —no es que tuviera otra opción— y tenerlos cerca para que no se estresaran, pero, en lo que él se ocupaba de los pendientes, necesitaba que alguien los mantuviera calmados y entretenidos con una supervisión realmente adecuada.

Greco probablemente tendría un poco de tiempo y con suerte Volkov también. Jack podría tener a los niños en su despacho sin problema durante la mañana, así que sólo sería cuestión de que ambos comisarios se ocuparan de alguna necesidad esporádica o de distraerlos al menos durante el tiempo que dure la llamada de Europa. La ciudad se quedaría sin comisarios por 8 horas al menos, pero Los Santos podía joderse tranquilamente.

—Estarán con nosotros en la oficina —resolvió—, Volkov y Greco pueden mantenerlos entretenidos mientras nos ocupamos de la Interpool.

—Vale —aceptó David fácilmente—. Son muy tranquilos de todos modos, dudo que den problemas.

Jack afirmó con la cabeza, con una sonrisa de medio lado.

—Y si hay alguna emergencia, cualquier tema puede irse al demonio: Los niños son primero.

David rio cortamente, arrugando la nariz con gracia y comprensión. Se acercó el vaso de té a la boca para dar un sorbo y ocultar su sonrisa.

—Comparto el sentimiento —extendió su té en forma de brindis y luego lo depositó en la mesa—. Entonces así será el lunes. Vendré a recogeros, ¿vale?

—Sí.

Jack se dispuso a seguir comiendo. Después de algunos bocados, sintió la sutil mirada de los pequeños que enfocaba tanto a David como a él. De seguro estaban intrigados por la conversación que se desarrolló tanto rato en otro idioma y la sana curiosidad infantil se relucía por primera vez más clara y segura. Eso era muy lindo.

¿Queréis preguntar algo? —Jack les animó, esbozando un cariñoso gesto.

Antonio miró a su hermano un momento, aparentemente capturando valor para aventurarse a hablar. Jack quería trabajar sobre ese tema también: Poco a poco lograría que ellos consiguieran la suficiente confianza para desatarse como los niños hambrientos de conocer y explorar que deberían ser.

¿Qué platicaban papá Jack y el signor David? —preguntó tímidamente.

Una pregunta directa. Jack sintió gracioso y sumamente enternecedor escuchar una pregunta así en una voz tan dulce y tierna. La falta de reparo infantil se sentía maravillosa de presenciar y aunque Jack lo cuestionaba en los adultos, en los niños simplemente no sabía más que reír.

Es sobre trabajo, pequeños —respondió suavemente, no reteniendo el paternal esbozo en su voz—. Tengo que ir a trabajar el lunes, pero mañana es domingo y podemos hacer lo que vosotros queráis, ¿tenéis algo en mente?

Los niños se miraron entre sí comenzando a discutir en voz baja. Jack supo que estaban debatiendo en italiano por el entono en las palabras y un par de cosas sueltas que alcanzaba a escuchar. No era tan usual que se enfrascaran en ese idioma, pero parecía ser su preferido para tener privacidad.

Sólo tardaron un momento para dirigirle la palabra de nuevo.

¡Gelato! —exclamó Toni—. ¡Queremos ir por gelato!

Jack se quedó pasmado mirando a ambos pequeños. David se comenzó a reír.

¿De qué sabor? —preguntó el londinense entre risillas.

Chocolate... —murmuró Gustabo.

¡Cioccolato para Tabo y crema para mí! —reafirmó Toni.

¡Muy bien! —festejó con un aplauso—. ¿Y usted querrá helado también, Conway?

David se estaba divirtiendo, adivinó Jack al notar su cara. El rostro radiante de los niños esperaba por él, esperanzados en su afirmación por una salida para conseguir helado. Con un suspiro negó cautamente, víctima de las sorpresas anticlimáticas que los niños podían lograr.

Es por estas cosas que Jack solía olvidar quién era, dónde estaba y por qué estaba aquí. No quería dejar de tener presente que tenía cosas qué hacer y, como policía, quería protegerlos con todas las medidas que su mente mecánica podía planear; pero, como hombre que amaba la idea de salir con sus niños, en su mente sólo cabía las ganas de tener un día feliz y apacible viéndolos jugar.

En fin, qué bueno que David trajo calcetas largas, que ambos son policías y esta es su maldita ciudad. Jack haría lo que Gustabo y Antonio quisieran.

Limón —resolvió—. De limón está bien.

20 de marzo 2023

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