CH01: Dos niños

Inventio

Es un mal día. Lo supo bien al despertar cuando, al abrir los ojos, lo primero que le saludó fue el sonido del móvil bramando desagradablemente en su habitación.

El ardor de su cuerpo le recordó las heridas de su última jornada, cuando se enfrentó en un tiroteo con unos asaltantes en la joyería. Obtuvo dos balazos: uno en la pierna y otro en el hombro; desgraciadamente ninguno en el corazón.

Una noche en el hospital, poco más que unos puntos, vendajes y aspirinas. Él mismo se dio el alta y solamente se marchó al amanecer, para irse a dormir a su propia casa donde nadie podía meterse a molestarlo. 

¿Superintendente, cómo está? ¿Le duele? ¿Necesita algo? Gilipollas todos.

El móvil seguía sonando y vio el nombre de la llamada entrante. Quien sea que estuviera tratando de comunicarse estaba siendo jodidamente insistente. No se sorprendió al ver el remitente de la Estación de Policía, donde algún capullo no se enteró del aviso de que él estaba en baja temporal por recuperación. No respondió.

Gruñó roncamente, mirando al techo y esperando que Volkov se hiciera cargo de amonestar a quien fuese el tonto. Dos o tres timbrados después, por fin obtuvo silencio. Sus heridas eran lo de menos, su cabeza dolía como un infierno y los ruidos lo hacían peor. Un agobio estresante latió agresivamente en sus sienes, obligándolo a cambiar de sitio aún con el ardor de los agujeros de bala en su carne.

Una patrulla corrió por la calle, tan escandalosa como sólo esas máquinas infernales podían. Le bastó el sonido fugaz para saber que eran dos de éstas y dos marys, seguramente en una persecución. Sus dedos se tensaron al escuchar un tiro.

Por la mierda, el sonido no dejaba de resonar por la calle. Cinco, diez, veinte balazos. Un puto tiroteo estaba ocurriendo cerca de su casa. Intentó levantarse, pero unas punzadas agresivas se lo impidieron, arrojándolo de vuelta a la cama.

Los disparos continuaron, resonando a coro y cada vez más fuerte, mucho más fuerte a cada segundo como si la disputa se acercara a su ventana. Casi podía sentir los balazos rozando sus extremidades y el calor quemando su piel, dejando más cicatrices de las que tenía.

De pronto, una explosión. Brincó de la cama sin importarle el grito de su muslo herido ni el bramar de su brazo débil. Corrió ansioso por la casa buscando alguna pistola; la encontró en su cajonera derecha, al fondo, junto con unas fotos. Se ahogó al ver esas fotos.

"¡Papá!", resonó en sus oídos desde el jardín y el eco se atoró en sus tímpanos. Tragó duramente para recuperar el aliento, desesperado por salir ya de ahí.

De un golpe abrió la puerta, con sus pupilas temblando tratando de encontrar a los enemigos mientras corría a la calle y apuntaba a la nada, exhausto.

Vacío. Las patrullas se habían ido desde la primera vez que las escuchó. No había señales de tiroteo ni nadie en la calle que pudiera haber gritado.

Absolutamente nada.

Sus manos temblaron, porque no había nada, pero podía seguir escuchando: Los gritos, los llamados de auxilio, disparos yendo de izquierda a derecha y el terrible sonido de cuerpos cayendo a su alrededor. En cambio, seguía sin haber algo qué rescatar.

"¡Jack!", gritaron en su nuca. Al girar, definitivamente nada. "¡Papá!", clamaron de nuevo. Volvió a girar, corriendo en la dirección que creyó escuchar esa voz infantil. El lejano llamado se desvanecía y corrió más fuerte en una lucha desesperada por alcanzarla, deseando que no se detuviera y que no dejara de llamar porque llegaría, definitivamente llegaría esta vez.

"¡Papá!", tan lejos. Conway empujó a un civil de su moto y comenzó a conducir en dirección a la pequeña voz que ante cualquier descuido se iría sin dejar rastro. Masculló entre dientes súplicas angustiadas, pidiéndole a la voz que espere, sólo un poco más.

—¡Papá está llegando, cariño! ¡Espera, por favor! —su voz rota, hablándole a la carretera.

"¡Papá!", casi inaudible, lo estaba perdiendo. Negó acelerando, esquivando vehículos en su lucha por ir más rápido. ¡Tenía que llegar a tiempo!

—¡Vamos, acelera! —bramó yendo al máximo, con el viento chocando contra su rostro y los pitidos de los coches, a los que adelantaba sin cuidado, resonando tras de él—. ¡Háblame, cariño! ¡¿Dónde estás?!

Sin respuesta.

—¡No, no, no! —Siguió conduciendo por kilómetros, buscando la voz que al final se había quedado callada.

Bordeó toda la carretera de ida y de regreso, llamando a la voz para que siguiera clamando por él. Gritó por todos lados tratando de localizar algún sonido, un quejido, alguna señal de vida, pero nada encontró.

Al detenerse, dos árboles se alzaban de vista al mar. Bajó de la moto derrotado, cojeando lentamente para dejarse caer sobre las raíces, sentado bajo la sombra de las hojas. El viento frío del mar golpeó su cara, terminando de tirar lo poco que mantenía en pie.

No llegó a tiempo, lo perdió. Perdió a todos y no pudo hacer nada al respecto. Su vista se cubrió de rojo, recordando sangre y dolor, llanto y desesperación, sonidos que le perseguían y no le dejaban otra opción más que tragarse todo. Ese era su castigo por no haber estado ahí cuando ellos más lo necesitaron.

Si tan sólo pudiera tenerlos de vuelta, si tan sólo pudiera haber sido él en vez de ellos. ¿Qué clase de mierda era él que no podía ni alcanzar la voz de sus difuntos hijos?

Miró al mar, tan azul e infinito, perdiéndose en el horizonte sin un final. Escuchó el susurro del mar, batiendo contra la orilla y arrojando su fuerza contra la tierra, tan implacable, sin nada qué temer. Ojalá fusionarse con el mar, acostarse en sus olas y caer al fondo, fríamente, con la esperanza de alcanzarlos: Julia; los niños, Matty y Dany.

¿Estarían esperando? ¿Siquiera podría llegar a ellos? ¿Un hijo de puta como él con un palco apartado en el infierno? La sola idea irónica era tan amarga, porque ni siquiera creía que hubiera algo más allá y, aunque lo hubiera, no tenía caso pensar que alguien como él podría estar con ellos. Su oportunidad estuvo aquí, en la tierra, pero falló.

Falló como esposo y falló como padre. Se llevó las manos a la cabeza, escuchando la dulce voz de sus hijos, llamándolo papá con dulzura y anhelo. Trató de imaginar la sensación de abrazarlos de nuevo, de ver sus sonrisas brillantes y sentir sus pequeñas manos aferrándose a sus dedos. Sus uñas se enterraron en sus palmas, llenas de frustración y dolor.

No lloró. Ya había llorado mucho como para tener más lágrimas qué derramar. Siguió mirando al mar, preguntándose cuándo podría tener su final y morir de una vez por todas. Eso era lo único que realmente esperaba y quería: Acabar ya con esta mierda de vida en la que sólo sabía sufrir.

Ahora que estaba solo, tal vez era el momento. Tomó su pistola, la que arrastró de alguna manera hasta allí, y quitó el seguro. Jugueteó con sus dedos sobre el gatillo, acariciando el cañón y mirándose a sí mismo en su reflejo. Golpeó su sien con la punta, mirando al mar contando hacia atrás.

—Matty, Dany... ¿Podríais disculpar a papá si no llega donde vosotros?

El graznar de unas gaviotas le hizo titubear. Frustrado, bajó el arma con pesadez, volviendo a colocarla en su funda. Las olas emitieron un gruñido grave y ensordecedor de marea alta, mientras las gaviotas se enfrascaban en un cantar desastroso alrededor de algún saco de basura que escupió el mar.

Miró en esa dirección, sólo para poder enojarse con el escándalo de las aves y desviar cualquier sentimiento que aún insistiera en salir. Con la cabeza enfriándose, recordó el dolor de su pierna y brazo, decidiendo que tenía que volver al hospital porque seguramente las costuras se deshicieron.

Resopló, tomándose un momento para descansar. El sol caía en el horizonte bañándolo con luz dorada, pronto a desaparecer tras las nubes de una aparente tormenta. Tenía que irse de ahí.

Se puso en pie con dificultad, apretando los dientes por el dolor que se causó a sí mismo con su aventura. Las gaviotas graznaron más fuerte, aterrizando al lado de esa bolsa arrojada por el mar. Jack volvió a mirar en esa dirección.

De media no debería tener interés en unos pájaros comiendo basura. Sin embargo, pensaba que después del tiempo que estuvo allí, las gaviotas deberían haber roto la bolsa ya y sospechosamente no era así. Prestando una mirada más minuciosa, su forma y tamaño llamó su atención.

Tensó el entrecejo y, en vez de ir hacia la moto para dirigirse directamente al hospital, caminó con dirección a la bolsa. Conforme se acercaba, se dio cuenta de las gaviotas estudiando el extraño empaque y que, de hecho, la bolsa estaba mal sellada y semi-abierta, con agujeros por todos lados que parecían hechos desde dentro.

¿Qué coño?

Se detuvo al lado de la bolsa, ahuyentando a las aves y agachándose con dificultad, preparándose para mirar adentro. De cerca podía definir la forma de la bolsa: Tenía toda la pinta de ser un caso de cuerpo cercenado tirado al mar. Buscó su móvil recordando en ese momento que lo había dejado ignorado en casa. Chistó con molestia, no había civiles cerca por lo que le costaría conseguir algún tipo de soporte de comisaría.

Decidió abrir la bolsa para salir de cualquier duda antes de comenzar a detener coches para conseguir un teléfono. Estoico, sacó la pistola y con el cañón empujó hacia arriba la parte rota de la bolsa, dejando ver una cabellera rubia.

Frunció el ceño, levantando un poco más y haciendo un esfuerzo para asomarse más de cerca, encontrando no sólo una cabellera rubia, sino dos. Sus ojos se abrieron horrorizados, dándose cuenta de los suaves e infantiles rasgos. Ningún cuerpo cercenado, eran dos niños.

Su mente se volvió un caos en un segundo, repitiendo angustiado que se trataba de dos niños. Dos niños, dos jodidos niños.

"¡Papá!", las voces en su mente gritaron y dejó de pensar.

Abrió la bolsa haciéndola pedazos, dejando al descubierto a dos pequeños de no más de seis o siete años. Golpeados, con pedazos de piel púrpura y algunos rastros de sangre lavados por la humedad, yacían acurrucados en el reducido espacio y cuando Jack los liberó, cayeron a los costados sin dar señales de vida.

Perdió el aliento, sintiendo su pecho caer a pedazos viendo la escena. Dos pequeños niños, tan inocentes, sin culpa, muertos frente a él.

¿Muertos?

¡No! ¡Tenía que hacer algo! ¡Lo que sea!

Revisó el pulso del que estaba más cerca: El cuello, la muñeca, algún rastro de vida en alguna vena. Encontró un golpe débil que luchaba por mantenerse ahí.

—¡Bien! Bien... —se dijo a sí mismo, yendo con el otro.

Revisó de la misma manera: Cuello, muñeca. Nada.

—Joder, ¡no! —Hizo RCP.

Empezó las repeticiones, exclamando ansioso el conteo. Animó al pequeño a dar cualquier cosa como señal de vida. Cada compresión fue más tormentosa que la anterior; se tardó cuatro repeticiones en conseguir algo: Una respiración ligera y de nuevo el pulso, aunque fuese casi inexistente.

Se detuvo, temblando y mirando hacia los niños, hipnotizado por el tan ligero subir y bajar de sus pechos. Dos niños heridos, con las pestañas húmedas, sus párpados rojizos y sus labios resecos y rotos. Los dos niños estaban vivos. Vivos. 

Llegó a tiempo.

Los recogió cuidadosamente con ambos brazos, ignorando el dolor de su hombro que otra vez aparecía junto con una mancha creciente de sangre traspasando las vendas. Apenas logrando avanzar con la pierna resentida y sangrante, cargó a ambos niños cruzando la arena de la playa hasta llegar a la carretera.

Se detuvo en la orilla del asfalto. Ante la vista, era un hombre dañado con la mirada perdida, firmemente de pie cargando a dos niños gravemente heridos e inconscientes, tratando de detener algún coche. Quien sea que pudiera llevarle al hospital.

Una camioneta pick-up se detuvo a unos metros delante de él. Un hombre castaño bajó rápidamente, trotando a donde él estaba.

—¡Oye! —Le llamó, Jack a duras penas pudo girar para verle—. ¡¿Necesitas que te lleve a un hospital?!

—Sí... —murmuró, esforzándose en caminar unos pasos más hacia la camioneta del hombre—. Los niños...

Tambaleó del lado de su pierna sangrante. El hombre al darse cuenta se apresuró a alcanzarlo para intentar ayudarlo a cargar a los niños. Jack al notar que el desconocido ponía sus manos en los pequeños, se apartó bruscamente.

—¡No los toques! —rugió con la voz rasposa.

El hombre titubeó un segundo, pero inmediatamente se aproximó de nuevo.

—¡Usted está herido! ¡Permítame ayudarle con...!

—¡No toques a mis niños!

Jack estrechó a los pequeños contra su pecho, tiritando de dolor y cansancio, pero determinado a protegerlos con su propia vida.

No perdería a sus hijos de nuevo.

28 de Junio 2022.

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