Casa
Después de tantos días encerrado en el hospital sin sentir directamente los rayos del sol, Jack había olvidado un poco lo que era estar en las calles de la ciudad: Oliendo el humo de los coches, escuchando el tráfico vespertino y saboreando involuntariamente la peste a grasa de los puestos de comida sobre las veredas. El regreso a la ciudad se apreciaba extraño sobre sus hombros, mirando absorto la avenida que circulaban.
Serenamente iluminado por la luz de la tarde en la ciudad, Jack reflexionó que estaría perfectamente prescindiendo del episodio en el que se enfrentaba al aroma natural de Los Santos, si no hubieran elegido detenerse a comprar la cena en un restaurante que Greco mencionó por radio interna. El ruido semi-estático, dentro de una frecuencia que conectaba los tres vehículos que viajaban juntos —seguramente preparada por Volkov—, resonó en la cabina y ocasionó un corto debate entre los conductores.
Jack, no muy metido en la discusión, se había negado escuetamente en realizar la parada, pero en su contra permaneció el voto popular. Tenía la certeza de que se trataba de una confabulación de los tres comisarios que, aparentemente, no confiaban en que hubiera algo comestible en su casa, lo cual era probablemente cierto después de un mes fuera.
Una vez se detuvieron todos en un servicio de comida turca, David le dejó quedarse allí esperando con los niños mientras él entraba a comprar con los demás. Hubo una breve plática entre ambos para elegir rápidamente qué pedir y el castaño desapareció dentro del establecimiento, dejándole tranquilamente atrás. Jack, luego de perder de vista a los tres, apreció brevemente los alrededores y cuando confirmó que no había peligro visible, se reclinó sobre su asiento con mayor calma.
Sentado en la parte trasera de la cabina, Jack se dispuso a disfrutar de la plácida seguridad de la camioneta blindada en la que se encontraban los pequeños y él. Miró la gruesa carrocería, cada vez más convencido de que el comisario Gordon era un maniático, pues acondicionó su vehículo de tal manera priorizando este viaje fuera del hospital. Y no estaba inventando nada, David lo había reconocido poco después de que subieran, argumentando que de por sí lo iba a hacer y prefirió adelantarlo por el bien de los niños.
No es que estuviera cuestionándolo. Jack mismo hubiese tomado un blindado táctico de comisaria de haber podido, así que esta precaución significó mucho para él y sus problemas mentales sobre ataques sorpresa y toda la paranoia. Había un alivio reconfortante en viajar en la pick-up de David, asegurado en una gruesa capa de metal antibalas.
Jack escuchó un pequeño sorbido de nariz, haciéndole prestar atención a los gemelos que, durante el viaje hasta ahora, se habían mantenido quietos y en silencio. Se encontraban sentados mansamente a su lado, con su cinturón puesto y sus ojos observando atentamente la calle. Cuando se repitió el pequeño sorbido húmedo, Jack se dio cuenta de que quien estaba limpiándose con el dorso de la mano era Antonio.
Gustabo, atento como siempre de su hermano, estaba en la puerta contraria solicitando asistencia con los ojos. Antonio, en medio de ambos, agachó un poco la mirada frotándose la nariz enrojecida con algo de insistencia. Jack analizó la situación y rápidamente registró que el vehículo seguía encendido, manteniendo el aire acondicionando funcionando dentro de la cabina; tras detallar, se percató de que la caída de la ventilación aterrizaba precisamente en donde estaba el pequeño Toni. El frío de seguro estaba haciendo estragos.
Jack revisó la mochila que había dejado David, recordando que éste mencionó en algún momento que había equipado algunas cosas para los niños. Entre botellas de agua, encontró un empaque con pañuelos y, al fondo, un par de cobijas. Jack, satisfecho por la precaución del castaño, abrió el plástico y se acercó a Antonio presionando suavemente su nariz con el desechable para que resoplara. Sonrió viéndole fruncir el ceño, soplando a través de sus fosas nasales para despejar su respiración.
—Bien hecho —felicitó cariñosamente, recibiendo una mirada brillante del pequeño.
Por si acaso, obtuvo otro pañuelo e hizo lo mismo con Gustabo. El estoico niño, intuyendo lo que pretendía, rápidamente resopló para él. Inmediatamente después le miró con su par de ojos azules, a lo que Jack respondió con otra amorosa felicitación. Tan simple como eso, ambos niños parecían contentos.
Cerró la ventilación del aire acondicionado. Luego, tomó las cobijas que había encontrado y extendió una para cada pequeño. Aparecieron estampados de gatitos en un fondo azul y otro verde; observando el detalle, Jack pensó que David de seguro ya tenía el tópico particular de los niños elegido. Eso le recordó que aún tenía que hacer algo con la ropa estilo británico.
Gustabo y Antonio, cada uno envueltos por su algodonosa frazada, se acurrucaron entre sí aparentemente somnolientos. Jack acarició el cabello de Gustabo para guiarlo en su dirección, permitiendo a los dos aterrizar en su costado como fichas de dominó. Cálidamente se removieron, buscando acunarse adecuadamente en su costilla.
Decidió arrullarles, hablándoles suavemente sobre cómo es la casa a la que llegarían. Les relató con calma sobre el jardín, sobre la sala de estar y el patio trasero; hizo un pequeño paréntesis sobre la cocina y comenzó a describir cómo acomodarían su habitación. Hizo hincapié en los colores para que pudieran imaginar apaciblemente entre el adormecimiento.
Le hacía sentir bien verlos cómodos. Y a pesar de que no hubieran preguntado algo, Jack sabía lo bueno que era para ellos eliminar la incertidumbre. Estaban yendo a un destino incierto y aunque no lo expresaran, era un hecho que estarían nerviosos. Lógicamente, sin recuerdos ni información de sí mismos, moverse sin explicaciones resultaría angustioso. No saber qué pasará es un tipo especial de tormento.
Ahora, mirando sus tiernos rostros y lo rosáceo de sus mejillas, notó la tranquilidad instalarse en sus expresiones. Al principio del viaje estaban tensos, mirando fijamente el camino como si intentaran aprendérselo. Eso dolía. ¿Qué tan asustado puede estar un niño de su propio destino como para intentar tan duramente pensar en un plan de emergencia? No es como si los fuera a arrojar a la calle en cualquier momento, y esperaba de verdad que no estuvieran pensando en ello como una posibilidad.
Suspiró, viendo a David pasar por enfrente de la camioneta. El londinense subió sentándose en el asiento del conductor, depositando una bolsa de papel en el sitio del copiloto. Olía a Kebab.
—Traje unos döner y otras cosas —comentó Gordon, mirándole por el retrovisor—. Lamento la tardanza, había algo de fila.
—Está bien —dijo abrazando superficialmente a los niños. Estos ya estaban dormidos, así que relajó un poco el tono de su voz—. ¿Están listos Greco y Volkov?
—No sé, déjame preguntar —respondió llevando su mano a la radio instalada en el tablero de instrumentos—. Aquí Gordon, ¿me reciben?
—Afirmativo, 10-2. —Resonó la voz de Volkov.
—10-2. —Greco continuó.
—¿Unidades en punto para 10-18 (terminar misión)? —preguntó David.
—10-4. —En coro.
Jack escuchó los códigos fluir de una manera grata, con el ligero carraspeo de la señal cortándose al acabar cada línea de mensaje. La interacción de los comisarios es algo agradable de escuchar, sintiendo la profesionalidad desbordando de sus timbres de voz. Aunque fuera una misión técnicamente no oficial, lo estaban tomando en serio desempeñándose con un trabajo coordinado que incluso podría llamar operativo.
La pick-up encendió y el conjunto de vehículos se movilizó para llegar a la ubicación designada —Casa de Jack Conway—. Estaban a medio camino, con el atardecer persiguiéndolos de cerca. David comenzó a hablar sobre comprar más ropa a los niños otro día, y Jack aprovechó para reclamar que esta vez él iba a elegir. Hubo una risa acompañada de una queja y surgió una discusión sobre la necesidad estética de los tirantes.
De alguna manera, la queja llegó a los compañeros de radio. Volkov apreciaba el valor ornamental que David pregonaba y Greco preguntó si no era todo ropa al final de cuentas. Entonces Jack no pudo evitar protestar, reclamando que los trajes son la única ropa perfecta, lo que causó otra discusión que se desarrolló hasta doblar en la calle donde el Superintendente vivía.
Jack sintió el auto detenerse con una sensación de "¿Qué pasó?" impregnada en sus pensamientos, con una conclusión rebotando en su mente sobre que incluso las corbatas con estampados tienen su propia aportación al estado de ánimo y que todos aman las pistoleras de cuero negro. Lo único que recogió como realmente útil fue que los niños tendrían sus americanas como un regalo de Greco tras colectivamente cuestionar su gusto por la ropa.
Sorpresivamente, Conway tenía un buen sabor de boca tras este trayecto. Luego de aparcar los tres vehículos frente a su casa, los comisarios bajaron uno por uno de sus coches llevando en mano las bolsas de comida del turco. Los niños seguían bellamente dormidos, ignorando a los adultos que hacían el tonto discutiendo ahora por zapatos, cuando era evidente que unos buenos Oxford con cordones siempre son la mejor opción.
—Yo bajaré las cosas luego, Conway. —Se acercó David cuando le vio plantarse en el suelo—. ¿Necesitas ayuda para llevar a los niños?
—No —respondió—. Sólo necesito que abran la puerta. Volkov tiene copia de mis llaves.
—Entendido.
David fue directamente con el ruso sin insistir. Cómo se notaba que el londinense lo tenía calado, porque se dio cuenta que Jack quería ser el único que guiara a los niños a lo que sería su nueva casa indefinidamente.
Se había asumido a sí mismo como su tutor temporal y, como tal, estaba deseoso de hacerles saber que eran bienvenidos. Que en ese sitio y cualquier otro, él por encima de todo los protegería ciegamente. Pero, esa idea de tutela sólo era parcialmente su motivo. Realmente quería frenético entrar por esa puerta de la mano de sus dos hijos y apuntaba a esa sensación de logro con absoluto desespero.
Jack estaba siendo como un perro rabioso persiguiendo la maravillosa satisfacción de rellenar el vacío paternal que ambos niños, con su sola presencia, lograban hacer desaparecer. Era una droga a la que estaba comenzando a ceder gustosamente, demasiado sanador como para ser capaz de rechazarlo o siquiera ignorarlo. Gustabo y Antonio no sabían lo mucho que estaban aliviando su alma y lo desesperado que estaba por cuidarlos y protegerlos de todo mal, lo ansioso que estaba de sentir en sus manos el peso vivo de dos pequeños que pudo salvar.
No se trataba de expiar su pecado de perder a Matty y Dany, si no de entregar ese amor atorado en su pecho a dos niños que lo necesitaban. Estos niños eras sus niños ahora mismo. Derecho de tutor.
Se asomó dentro de la camioneta y con sus manos acarició las delicadas mejillas de los pequeños, que arrugando adorablemente su nariz se removieron abriendo sus ojos con pereza. Gustabo en eterna guardia, no tardó mucho en erguirse algo aturdido; Antonio se rehusó un poco, pero cedió al no sentir el peso de su hermano al lado. Ambos niños con los parpados entrecerrados eran angelitos a medio despertar.
Jack sonrió viéndolos, deseoso de tomar una foto. Sintió un ligero golpe en el brazo y giró encontrándose con Greco que le extendía una cámara.
—Es una con tarjeta y nueva —explicó—. Obtenga las fotos que considere, jefe.
Esta fue una de esas veces en las que Jack podía clamar que estaba orgulloso del pensamiento de sus comisarios. ¿Hombres más preparados y precavidos en la ciudad? Ninguno más. Con un asentimiento le agradeció y no pensó dos veces en arrebatarle la cámara de las manos para capturar el momento antes de que los niños espabilaran.
Esta es la primera foto que obtenía. Título: Gustabo y Antonio llegando a casa.
Una vez los pequeños se dieron cuenta de que el vehículo estaba detenido, miraron su alrededor con intriga y un creciente nerviosismo reflejándose en sus pupilas. Jack atrapó sus pensamientos en el aire, fueran los que fueran, extendiéndoles la mano para llamar su atención.
—Hey —musitó, sonriéndoles—. Hemos llegado a casa, ¿no quieren verla?
Entonces la mirada de los pequeños cambió, pasando por la curiosidad a una menuda exaltación. Jack vio con gracia cómo las cejas doradas de ambos gemelos se levantaban y, aunque intentaran ocultarlo, notó su interés estallar detrás de su prevalente timidez.
Gustabo y Antonio aceptaron sus manos y se encaminaron a bajar de la pick-up. Jack los cargó con cuidado ayudándolos a aterrizar en el pavimento y una vez que ambos estaban en el suelo, cerró la puerta de la camioneta cuyo sonido fue parteaguas para el momento.
Los niños rápidamente buscaron sus manos para sujetarse. El corazón de Jack se saltó un latido, sintiendo el tierno pavor por lo desconocido emanar de esos pequeños dedos aferrados a sus palmas. Sus ojos brillaban pidiendo soporte, no dispuestos a dar un paso si no lo daban con él.
Jack en respuesta sostuvo firmemente sus manos, sonriendo a cada uno para animarlos. Se tomó un segundo para disfrutar del aire de una noche aterrizando y justo entonces, las farolas de la avenida se encendieron como alguna especie de ornamento en su sendero, similar a los tirantes que discutió por media hora. Con la analogía, comenzó a reconocer un poco lo que se trataba el supuesto valor estético.
Dio el primer paso y lo siguieron los niños instantáneamente. Unos cuantos metros hasta la entrada y el mundo cambió cuando cruzó el marco de la puerta. Hizo entrar a los pequeños primero, para que fueran recibidos por la luz cálida del techo y el aroma a dürüms y kebabs de la cena de los comisarios.
Dentro, en el comedor, estaban Greco y David acomodando la mesa. Observando, Jack se dio cuenta que la casa estaba limpia, lo que se le hizo extraño hasta que recordó la existencia de Volkov, quien cerró la puerta tras ellos entrar. Oficialmente habían llegado y, sinceramente, estaba siendo más animado de lo que había pensado que sería.
Jack había pensado que sería algo más silencioso y privado su llegada a casa con los niños: explorar un poco, ver la habitación y cenar algo. Pero, por el contrario, todo parecía brillar dentro de la sala. Podía escuchar a los comisarios hablar de fondo sacando sus platos sin preguntarle, el sonido del microondas zumbando, las bolsas de comida siendo removidas y sus cajones de la cocina siendo abiertos.
Ciertamente, a pesar de que lo que enumeraba parecía ser un escándalo en curso, en realidad todo estaba siendo pacífico y discreto. Estaban calentando la cena mientras hacían espacio en su reducida mesa. David no tenía que preocuparse tanto de moverse alrededor de los niños, así que era él quien se encargaba de acomodar el comedor. Greco y Volkov se habían ido a la cocina manteniendo su distancia, dejándole a Jack el transporte de los niños a través del recibidor y la sala.
Recordando su papel, caminó con los pequeños hasta el sillón dejándoles sentarse para poder apreciar el sitio. Jack adoró sus miradas refulgentes, reconociendo la calidez del lugar. Entonces el Superintendente comprendió el porqué de una llegada con ruido de fondo y un aroma ondeando alrededor. Estos comisarios sinvergüenzas son más astutos y poéticos de lo que pensó.
Sonrió de nuevo, molesto porque había olvidado lo que era una recepción hogareña, pero feliz de vivir algo así de nuevo gracias a sus compañeros. Estaba feliz de estar vivo para presenciar esas caritas ilusionadas, explorando cada rincón de la casa con sus iris curiosas e inocentes revoloteando entre los detalles. Jack no pudo evitarlo y sacó la cámara de nuevo, capturando el momento de ellos mirando las lámparas decorativas registrando su ahora hogar.
Absorto por un momento, regresó en sí mismo cuando la mirada de Antonio se detuvo en él. Gustabo lo imitó pronto, pero la batuta de seriedad la estaba portando el pequeño Toni. Lo anticlimático le hizo tornarse serio también inconscientemente, esperando en silencio lo que sea que Antonio quisiera expresar.
—Signore Jack —comenzó en italiano. Jack había notado que Toni hacía eso cuando quería consultar algo y buscaba una respuesta clara; esto le hizo tensar su espalda—. Disculpe que le pregunte, pero... ¿Usted es nuestro papá?
Jack se quedó en blanco. El comedor y la cocina guardaron silencio. Nadie se movió. Ni siquiera los niños, que continuaban mirándolo esperando una respuesta.
—Hum... —vaciló. Un pinchazo aterrizó en el medio de su pecho—. No... En realidad, no... Pensé que eso vosotros lo sabíais.
—Sí, pero... —Antonio titubeó, bajando la mirada—. Usted... ¿Quisiera serlo?
La pregunta lo confundió mucho.
—¿Qué? —balbuceó.
Es decir, no le molestaba la idea. En realidad, realmente le encantaría. Definitivamente amaría que ellos fueran sus hijos. Joder, si ellos le dijeran papá probablemente se derrumbaría ahí mismo.
—Es que... —El pequeño jugó con sus dedos ansiosamente, bajando la mirada. Gustabo miró a su hermano con una expresión que a Jack le costaba describir: Sus ojos abiertos, estupefacto—. Usted nos cuida y nos abraza mucho. Siempre juega con nosotros. Siempre está ahí cuando tengo miedo... ¿Eso no lo hace un papá?
—Sí... —respondió torpemente, mirando al niño.
—Si usted no lo es... —Antonio se atragantó un momento, como si quisiera llorar—. ¿Podría serlo? ¿Podemos decirle papá?
La garganta de Jack se cerró y sus lagrimales ardieron. Antonio levantó la mirada penosamente, esperando su respuesta con ojos tristes, pero con mucha esperanza. Gustabo también lo estaba observando ahora, sin pronunciar una palabra y tan estoico como siempre se mostraba cuando su hermano iba al frente; sin embargo, los ojos de Gus brillaban de la misma manera que Antonio. Ambos estaban preguntando lo mismo.
¿Esto es real? Si era algún tipo de alucinación, Jack no soportaría que simplemente se esfumara. Picó con la punta de sus dedos la base de sus uñas, el dolor le confirmó que estaba viendo y escuchando bien. Era verdad que dos niños estaban sentados frente a él pidiendo inocentemente decirle papá.
Una sombra de desilusión se comenzó a formar en esos hermosos pares de ojos y entonces Jack se derrumbó, arrodillándose contra el piso. Tomó las pequeñas manos con miedo de que de pronto se hicieran de cristal, temblando y tratando de esbozar de alguna manera una sonrisa.
—Si vosotros queréis, podéis llamarme así todo lo que queráis, ¿vale?
Su voz obstruida apenas logró salir intacta. No tuvo tiempo de pensar en componerlo cuando Antonio aterrizó en su pecho para abrazarle, con pequeños hipidos ahogándose en su costado. Miró a Gustabo y aunque el pequeño se estaba haciendo el fuerte, sus cerúleos orbes estaban enrojecidos de los bordes y su nariz se volvió rosada. Jack hizo una mueca sentimental y le extendió el brazo, abriéndole un espacio para que se depositara.
Gustabo retorció la cara y se acercó lentamente, abrazándolo a él y a su hermano. Así fue como se hizo oficial: Jack Conway se volvió el papá honorario de Gustabo y Antonio.
El policía bramó un quejido agitado, que conglomeró angustia, felicidad, añoranza y desesperación en un sólo sonido ahogado. A pesar del miedo espontáneo, sus manos fueron firmes sujetando con cuidado y cariño a los pequeños. Ya sabía que haría lo que fuera por protegerlos, pero ahora estaba seguro que lo tenía tatuado.
Incluso si encontraba a sus familiares, no podría despegarse fácilmente ahora. La sensación de poder ser un papá estaba instalada en sus sensores. La pérdida se estaba resolviendo y ese nido hecho pedazos, volvía a tener vida dentro. Había polluelos bajo sus alas de nuevo y sólo podía amarlos con impaciencia y anhelo.
Tanto tiempo de incomprensión y duelo sin fin, un amor que se tragó llorando todas las noches por no tener a quien entregarlo. Años de insomnio intentando soñar con un milagro. Un luto que no acababa jamás. A pesar de pensar no merecerlo, quería con todo su corazón la oportunidad de ser un padre.
Paternidad truncada. Esta era la principal enfermedad de Jack. Fuera de cualquier otra mierda, nada le dolía más que recordar lo que perdió. Las palabras clave eran la carencia y la contención, él agregó la culpa y el autodesprecio a la mezcla, consiguiendo un veneno que lo estaba matando demasiado lento.
Pero ahora no quería morirse. Quería vivir. Quería estar vivo para escuchar a Gustabo y Antonio decirle papá todos los días. Esperaba que fuera así. Deseaba que ellos nunca se arrepintieran de elegir nombrarlo de esa manera. Haría lo que sea.
—Gracias —murmuraron los niños entre hipidos—. Grazie.
Jack, recuperando la cordura, recordó que quien debería agradecer era él.
—Gracias a vosotros.
Perdió la mayoría de su fuerza, permitiendo que Gustabo y Antonio se compusieran para regresar al sillón. Los miró con infinita ternura, intentando limpiar sus rostros húmedos. Él mismo estaba viendo un poco borroso, así que parpadeó un par de veces para despejarse.
Sintió movimiento a su lado y notó a David con un empaque de pañuelos abierto. Jack quiso golpearlo porque ser tan oportuno debería ser ilegal —y lo había asustado—. Aun así, aceptó suavemente y sacó un par para terminar de secar las mejillas sonrosadas.
—Ya está servida la cena —David mencionó casualmente. Estaba sonriendo, así que definitivamente había visto y sólo estaba disimulando.
—En camino —contestó con un suspiro. Dirigió su atención a los pequeños, que se frotaban los ojos para eliminar la sensación del sollozo. Se conmovió—. Vamos a comer, niños.
—Sí, papá Jack —elocuentemente respondieron, quitándole un respiro.
Iba a ser difícil. Afortunadamente difícil, resistir lo feliz que le hacía escuchar eso.
Gustabo y Antonio bajaron del sillón y lo siguieron a la mesa, donde David los esperaba ocupando un asiento a la vista. Había sólo tres sillas más en la mesa, otras dos se escondían en el pasillo hacia la cocina. Jack pensó por un momento, tentado a intentar algo.
—Niños —llamó su atención mientras les ayudaba a sentarse en sus sitios—. Mis compañeros están aquí... Han estado conmigo durante años y me han ayudado siempre, ¿está bien si comen con nosotros, así como David?
Jack no espero ver una sonrisa comprensiva en los niños, que estaban más atentos en el plato con dürüms que David les ponían en frente.
—¿Son amigos de papá Jack? Está bien —respondió simplemente Antonio—. ¿Qué te parece, Tabo?
Gustabo al ser nombrado, asintió tras un momento de procesar la pregunta.
—Está bien —dijo mirando más a Antonio que a Jack.
No tuvo nada que decir. Miró con dirección a sus dos comisarios, llamándolos con una señal. Estos empujaron sus sillas discretamente hasta la mesa, colocándose al otro lado de los niños. Ambos adultos fueron recibidos por la mirada evaluadora de los pequeños: el fugaz cotejo de Antonio y la seria estimación de Gustabo. Los niños actuaban un poco más libres, pero aún parecían lejos de dejar atrás su desconfianza con los nuevos.
—Gustabo y Antonio, ellos son Viktor y Greco —señaló rápidamente—. Viktor y Greco, los niños: Gustabo y Antonio. Llévense bien.
—¡Un gusto, Gus y Toni! —saludó sonriente Greco.
—Un gusto. —Asintió Volkov.
Gustabo pareció reconocer sus voces —wow—, así que bajó la dureza de su mirada. Antonio se dio cuenta del semblante de su hermano suavizarse, así que decidió relajarse un poco también.
—Un gusto, signor Greco y signor Viktor —Saludó—. Yo soy Antonio.
—Gustabo.
Jack rio un poco con la simpleza de Gus. Cada vez era más corto y podía ver que sólo era su temperamento.
—A comer, que se hace tarde —recordó David, repartiendo más platos con dürüms y kebabs—. No sabía que Volkov y Rodríguez sabían español.
—Ni yo tampoco —admitió Jack—. ¿Desde cuándo?
—Ascendencia —respondió Greco, hundiéndose en hombros.
—Sólo sé lo básico —dijo Volkov, utilizando inglés en cambio—. Comenzaré a tomar en serio el aprendizaje.
La cena empezó sin esperar mucho más. El aroma a comida turca se extendió con los platos servidos en los seis espacios ocupados de la mesa, dejando que la conversación sobre los zapatos volviera a discusión entre los comisarios.
En vez de participar, Jack se contentó con simplemente escuchar mientras ayudaba a los niños a cortar más pequeños sus dürüms. En medio de opiniones volando sobre el comedor, se encargó de alcanzarles los kebabs y conseguirles la mayoría de los faláfels. Dio bocados entre ratos, más pendiente de que los niños estuvieran bien atendidos que de comer él mismo.
No se dio cuenta de lo centrado y tranquilo que estaba en ese momento, solamente escuchando las ligeras risas de los adultos y los cuchicheos entre los niños. No hubo pensamientos entre medio que arruinaran su paz, y si hubo alguna queja, sólo era de las ideas tontas de Greco sobre usar bermudas.
La comida desapareció repentinamente de nuevo, como el primer desayuno que tuvo con los niños y David. Jack se encontró a sí mismo desconcertado por darse cuenta que no registró el final de la cena, con los platos siendo recogidos y la basura desechada. Sabía que comió lo suficiente porque estaba satisfecho, pero era borroso el recuerdo de cuando lo hizo.
Jack, tras analizarlo un poco, entendió que se absorbió por completo en las sensaciones de comodidad y satisfacción, perdiéndose en el tiempo que transcurrió con todos ellos allí compartiendo el instante. Estaba tan a gusto que se olvidó de prestar atención y su mente se quedó en blanco, solamente disfrutando.
Resopló, con la complejidad de sentimientos desenmarañándose tras su nuca. Hizo su parte del equipo ocupándose de ayudar a los niños a limpiarse, mientras Volkov y Greco se dirigían a la cocina para lavar los platos y David limpiaba la mesa. En prácticamente nada, todo quedó pulcro e incluso mejor de cómo Jack recordaba tener su comedor.
Se estaba encaminando a llevar a los niños a lavarse al baño, cuando Volkov le hizo una señal para que se acercara. Era su indicación para solicitar una reunión para reportar, que le hizo recordar a Jack que él era un policía y que tenía responsabilidades que no podía dejar olvidadas.
Dejó a los niños en la mesa por un momento, con David atento en lo que él iba a la cocina.
—Conway —nombró Viktor viéndole llegar.
—Dime, Volkov.
El ruso se despejó la garganta, preparándose para comenzar a hablar. Jack definió como el hombre se erguía, siendo ahora un policía en funciones.
—Lamento ocuparle ahora mismo, pero debo actualizarle sobre lo que me había solicitado. —se tomó una pausa, tomando aire—. No hemos encontrado más reportes de niños desaparecidos que se asemejen a Gustabo y Antonio. Y dada la falta de más expedientes qué poder consultar, ordené que estén pendientes de nuevas alertas como medida consecuente.
Jack asintió tensando el entrecejo con comprensión. Un mes entero sin resultados era frustrante y podía verlo en el semblante del comisario.
—¿Ni siquiera en Italia? —preguntó—. ¿España, algo?
—Ningún sitio europeo. —Negó Viktor—. La Europol nos facilitó un poco el acceso a los registros gracias a la intervención del comisario Gordon, pero desafortunadamente tampoco hubo suerte.
—Ya veo.
Prácticamente no consiguieron llegar a ningún posible familiar. Aunque era cierto que eso significaba que podría tener a los niños por tiempo indefinido, Jack no logró terminar de ser lo suficientemente cruel como para desear que se mantuviera así. Gustabo y Antonio merecían encontrar a su familia, si es que aún existía.
Además, tampoco podía quitarse de la mente la necesidad de saber por qué no había alguien buscándolos. Tendrían que optar por la teoría de no parentescos vivos por el momento.
—También debo mencionar —continuó Volkov—. Que los resultados de las evidencias enviadas al laboratorio han llegado.
Eso levantó su interés.
—¿Obtuvieron algo? —cuestionó rápidamente.
—Detectaron residuos de madera con barniz marino y gasolina de lancha.
Jack frunció el ceño.
—¿Eso qué significa?
—Greco y yo creemos que los trasladaron desde el mar y algo podría haber ocurrido —explicó—. Se fortalece entonces la teoría de que se trató de un transporte marítimo que falló por algún motivo y acabó en naufragio, razón por la cual no tenemos nada en las cámaras de vigilancia en la carretera.
El Superintendente reflexionó un momento. Con los indicios, era lo más plausible un fallo de transporte. Sin embargo, Jack presentía que no podía ser tan simple como eso. Encima tenía la investigación de David en puerta y estaba preocupado de que de alguna manera estuviera conectado.
—Conway —Volkov llamó su atención—. ¿Había mencionado que consiguió algo de los niños?
Una alerta se encendió en la cabeza de Jack. Era cierto, tenía algo. Puede que no fuera mucho, pero cualquier cosa qué poder poner en el tablero sería de gran ayuda en ese momento. Además, estaba sospechando fuertemente que las pesadillas de los niños debían ser alguna señal.
¿Y si eran recuerdos?
—Te enviaré el reporte mañana —afirmó seriamente—. Lo único que creo que es seguro, es que su apellido empieza con G. Regístralo.
El ruso asintió. El "Caso de los Gemelos no identificados" se activaba.
11 de diciembre 2022
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