Parte IV

Cuando recuperó la sensación, se halló a si mismo flotando a la deriva en un lago. Seguía sin abrir los ojos, y se sorprendió al ver que no estaba mojado, solo estaba ahí, flotando. Estaba muerto, recordaba haber expirado después de que Alpiel le atravesara el corazón después de revelarle que era su padre. Por fin abrió los ojos y vio que el cielo estaba teñido de unos colores rosa y morado. En ese instante, su cuerpo tocó tierra, y se levantó. Vio delante de él unas escaleras, hechas enteras de rocas de Origen. A su espalda, el lago que había visto en su visión, y que ya había visto antes. Era el lago sagrado, de donde se dice, los dioses bebían para obtener sus poderes. Estaba prohibido acercarse a él, no tenía idea de cómo había llegado ahí. Sin embargo, algo en la parte de arriba de las escaleras le llamaba, y comenzó a subir. Las escaleras tenían peldaños infinitos, pero por alguna razón, Leandro no podía cansarse. "Las ventajas de estar muerto, supongo se dijo. En la parte de arriba, un templo se erguía, bajo el cual, un dragón de escamas de oro miraba al recién llegado, que se postró al reconocer el lugar al que había llegado.

-Levantaos, joven Leandro. -hablo con voz fuerte y sin abrir la mandíbula. Su comunicación era telepática.

-No soy digno de estar de pie en tu presencia, Dios Creador.

  

Náyade apareció en el campo de batalla, seguido por legiones de centauros, elfos, ents y gigantes.

Lynnes se acercó a ella.

-¿Quién eres vos?

-Soy Náyade, y vengo a pelear a vuestro lado. He traído un ejército para demostrar que apoyo vuestra causa.

La chica gruño, pero era claro que su equipo de diez mujeres no haría demasiado contra las fuerzas de Alpiel.

-No me voy a perdonar esto nunca –dijo por lo bajo. Bien. Podrán pelear con nosotros. Solo no os metáis en mi camino.

Y acto seguido siguió hacia delante.

 Las tropas caminaban con paso uniforme, y el ejército del rey, conformado por soldados negros, soldados especializados en matar,  les vio llegar desde lejos. Todos estaban formados en grupos. 

 -Esperad mi señal para atacar –dijo Lynnes

-Yo no sigo ordenes de una humana –dijo Náyade, y acto seguido, clavó una flecha en el ojo de un soldado negro.  El ejército del rey rompió filas, corriendo contra sus enemigos y blandiendo sus espadas en el aire.

 -La guerra ha comenzado.

  

El dragón extendió las alas y las replegó de nuevo. Estas estaban moteadas con brillantes puntos blancos, según la leyenda, eran estrellas. 

-Tienes el permiso para llamarme por mi nombre.  ¿Qué necesitas, hijo?

-Dios Ignus, en mi mundo está por desatarse una guerra, y mis amigos están allá, arriesgando sus vidas. Y yo... yo estoy muerto.

-Lo estás, ciertamente.

-Quiero regresar, poder ayudarles. Sin embargo, mi poder es pequeño.

-No, no. Tu poder es enorme. Más fuerte que el de tu padre, inclusive. Eres, por derecho, poseedor de toda la magia que caracteriza a un demonio. Sin embargo, posees el alma, la ética y la luz de un humano. Eres, por tanto, lo mejor de ambos. Yo te he enviado, eres un Arconte.

-¿Y por qué no había podido usar todo ese poder del que me hablas?

-¿A qué cosa le temías más?

 Leandro se puso a pensar un momento, después dijo:

-A morir.

-Y es por eso, porque un poder tan humano como es la fuerza para vivir te limitaba a usar un poder mayor.

-Pero ya he muerto.

-Y sabes a donde pararás si mueres de nuevo. No tienes que temer.

-Claro que sí. Temo lo que pueda pasar con mi mundo, vuestra creación, si pierdo de nuevo.

-Tenéis razón, joven guerrero. Mi creación está a punto de caer en manos oscuras. No puedo permitir que aquello acontezca.

-Entonces acompañadme. Con vuestra ayuda, no habrá nada que temer.

William estaba en las orillas del lago. Hacia un rato que había arrojado el cuerpo del chico esperando que la magia en este le regresase a la vida, sin embargo nada había ocurrido, hasta que...

 Algo grande agitó las aguas, empapándole. Batía lo que parecía ser un par de alas y rugía con la fuerza de un trueno.

-¡Santa Mierda! ¡¡Un dragón!!

-¿Necesitas que te lleve? –dijo Leandro, quien montaba sobre el Dios.

-¿Chico? Mierda, yo que pensé que solo revivirías, vaya que traer una especie extinta...

Las espadas chocaron, la sangre humana y mágica fue derramada. Ivy y Vanessa hacían equipo, mientras una mojaba a los enemigos, la otra les electrocutaba. Natalia tomaba muchas formas, se transformaba en gigante para aplastar muchos enemigos a la vez, o en un soldado negro y confundía al ejército contrario. Mientras que Malena detenía el tiempo Thaena golpeaba a sus enemigos con su enorme fuerza. Sarah se encontraba sobre un Ent, y le decía como moverse a fin de esquivar las lanzas y espadas enemigas con su habilidad de ver el futuro.  Lea iba entre todas los elfos y disparando flechas desde las alturas, mandaba señales a sus amigos por telepatía. Sara miraba a sus enemigos, recordándoles el dolor causado por Alpiel, y los volvía en contra de sus compañeros. Lalu se había quedado atrás, el dolor se le hacía insoportable.  Sin embargo, las tropas del rey eran superiores en número y fuerza.  Pronto se vieron contra una pared de roca.

Bishop, que iba al frente del ejército negro, sonrió.

-Aquí termina todo.

 En el cielo un rugido tan poderoso como un temblor hizo que todos se estremecieran. Leandro y William sobrevolaban en un dragón dorado que escupió fuego sobre los enfundados en metal negro. Con un movimiento de sus alas, unos árboles salieron de la roca, lanzando a los soldados lejos.

 Lynnes vio la oportunidad y gritó:

 -¡Atacad!

Los esfuerzos se redoblaron, y con Náyade disparando sin fallar avanzaban más rápido. Hasta que Lynnes topó con Bishop y varios de sus hombres.

-Dejádmela a mí. Voy a sacarte más que el alma, bruja.

-Intentad tocarme primero, bestia.

 Bishop se lanzó contra ella, pero cuando él estaba a punto de tocarla, ella se esfumó en el aire, haciendo que casi caiga a un barranco.

-Esto no es real, es una ilusión tuya. –Con un movimiento de sus manos, la ilusión se deshizo. –No has perdido el toque, hermana.

-Mi hermano murió para mí.

Sus espadas chocaron y se hicieron heridas superficiales, sin embargo, con un movimiento final, Bishop le hizo un corte en el brazo a su hermana que le hizo caer de rodillas. Las manos del hombre brillaron de un color verde y tomaron la cara de la bruja.

-Ahora sí, voy a extraerte el...

 Sin embargo, el propio Bishop cayó de rodillas, sin soltar a la mujer, y de repente, la escena se esfumó. Su hermana estaba de pie, y él se tocaba a sí mismo, extrayendo su propia alma.

-Imposible, yo deshice tu ilusión.

-Una ilusión dentro de otra. Te hice creer que la deshacías.

-¡¿Cómo puedes hacerle esto a tu hermano?!

-Te lo dije, mi hermano está muerto.

 Y Bishop cayó muerto al suelo.

Leandro y William brincaron y cayeron sobre el castillo, eliminando a los guardias. Alpiel estaba de pie, sobre el trono, mirándoles. Los dos caballeros se acercaron a él, y el rey primero se fue contra el ciego, quien casi le corta la nariz de un tajo con la espada, pero un movimiento de muñeca del demonio y William salió despedido hacia atrás. Leandro y Alpiel chocaron sus espadas, sus poderes se anulaban entre sí.

-Definitivamente recuerdo a tu madre. Fue de las pocas que disfrutó que las violase.

 El coraje creció en el corazón del chico, y su fuerza se incrementó. Sus ojos retomaron el color rojo y sus colmillos crecieron. Alpiel se asustó por el incremento de fuerza en su oponente. De repente, todo se oscureció, negándole la vista al asustado monarca.

-Veo a través de ti, Alpiel. Veo tus miedos, tus rencores, tus fracasos. Veo como mi nacimiento fue uno de ellos. Tu mayor miedo, soy yo.

-¡Silencio!

-Eres tan patético. Demonio de sexta clase, buscando la aprobación de su superior, conquistando tierras en su nombre.

-¡¡Cállate!!

-Y la única persona que podía detenerte, nacida por tu culpa. Y adivina que...

 Alpiel se quedó ciego por el incremento de luz. Su hijo, Leandro, estaba vestido con una armadura dorada, de la cual emanaban dos alas como de águila, de un color gris. 

-Yo gano.

 Un movimiento de muñeca y Leandro lanzó al demonio contra el trono, que se hizo pedazos con el impacto. Alpiel comenzaba a levantarse, pero Leandro, con un chasquido de dedos, hizo aparecer su lanza, unida de nuevo, y dibujó una runa en el aire, que se marcó en el pecho del rey al mismo tiempo.

 -Te he grabado una runa de castigo. Ahora eres un condenado a padecer en el averno.

 Los ojos del monarca se abrieron.

-No, piedad, por favor, matadme. Me harán cosas peores si regreso allá.

 Leandro chasqueó los dedos y el rey se consumió en llamas, pero no murió, si no que fue enviado a un lugar mucho peor.

 William se levantó y se acercó al chico, cuyas alas desaparecieron.

-Un arconte. ¿En serio? Pudimos habernos ahorrado mucho.

*Arconte: Ángel de guerra

-No lo sabía en ese entonces.

 Las tropas comenzaron a entrar por la puerta, y gritaban vítores. Leandro comenzó a buscar entre la multitud a Náyade, y cuando la encontró, corrió a ella y la abrazó por la cintura, levantándola del suelo.

 Todo había terminado.



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