Capítulo 4

Han transcurrido dos días desde lo sucedido, los gritos, los celos y el llanto. Azul apenas fue a trabajar, todas las mañanas tenía una expresión triste y sufrida. Y, al regresar, se arrojaba a la cama mientras lloraba hasta dormirse. El olor de Sam en las sábanas lo ayudaba un poco a conciliar el sueño, pero también le recordaba que no está a su lado. Sino con Rose y Georgiano. Esas dos noches a solas, Azul deseó con todo su ser poder regresar en el tiempo y arreglarlo. Pero por su estupidez, ahora no se atreve a mirar a los ojos a ninguno de ellos.

Unos golpecitos en la puerta llaman su atención. Él está en la cocina, intentando comer algo nuevamente, aunque su estómago se rehúsa. No responde, en su lugar se pone de pie y camina hacia la puerta. Sus ojos se llenan de lágrimas, con las cuales había luchado por contener estos días, al ver a Sam en la entrada.

—Hola —lo saluda. Haciendo que sienta su corazón volver a latir, había extrañado tanto su voz.

—Necesito abrazarte. —Intenta controlar su cuerpo para no cometer otro error.

—Azul, tenemos que hablar. —Sam entra al departamento y toma asiento en el sillón, él copia su acción y ambos se miran a los ojos—. Me gritaste, yo te grité y eso está muy mal —comienza al entrelazar su mano con la del rubio.

—Sam.

—Ambos aceptamos a Rose y a Ge. Por qué tú-

—Lo hice por ti.

—¿Me estás culpando? No te obligué en ningún momento.

—¡No! No quise decir eso.

—Cuando Rose te besó y dijo abiertamente que le gustas, no dije nada. Cuando saliste con Georgiano fue igual. ¿Por qué no puedes hacer lo mismo cuando están conmigo? —suspira Sam.

—Eres una persona maravillosa y te agradezco que no hayas sentido celos. Pero... yo no puedo. I-Incluso ver las marcas de tu piel, que yo no hice, me molesta demasiado —Azul da una respuesta sincera consigo mismo, entonces siente como el agarre de Sam desaparece.

—No quería que terminara así, tenemos caminos diferentes ahora y-

—¿Qué quieres decir?

—Permanecer con alguien tóxico es malo, y lo sabes. En serio, yo creí que toda la vida estaríamos juntos, aunque en la Sede ya nos habían advertido... Adiós. —Sam deja un beso en su mejilla y sale del departamento, dejando un profundo silencio y un vacío en el pecho de Azul.

—¿Eso... e-es todo...?

Esa última palabra de Sam se repite en su mente como eco a través de las montañas. También hay miles de preguntas que son opacadas por esos ecos. ¿Termina así? Adiós... ¿Por qué? Adiós... ¿Qué haré ahora? Adiós... ¿Y las promesas? Adiós.

—¡La luz está en verde! —El claxon de un automóvil hace que detenga sus pasos, antes de que este lo arrolle en plena avenida. Confundido, mira a su alrededor, no tiene idea de cuándo salió del departamento. Aún así no quiere regresar al lugar en donde una parte de su ser murió. A cambio, camina hacia un bar, el cual tiene un gran letrero luminoso. No idea de cuánto dinero tiene, sin embargo pide una bebida que lo lleve a las nubes de inmediato. Una copa pequeña, la cual contiene un líquido amarillento, es dejada frente a él. Sin pensarlo mucho bebe todo el contenido, tampoco le importa que este queme el interior de su garganta.

—Hey, ¿qué haces aquí? Que bueno volver a verte —escucha a una persona sentarse a su lado en la barra. Pero no la mira, sino que pide otra copa—. ¿Azul?

—Sólo aléjate —le suplica, un momento después, reconoce a quien solía cuidar de él en la Sede. Guiado por sus emociones, termina abrazándolo—. Por favor, p-por favor. Necesito volver...

El hombre, en su confusión, aleja un poco al muchacho de su cuerpo. Luego acomoda su ropa y le ofrece un pañuelo.

—Pero acabas de salir.

—Algo e-está mal conmigo.

—Es imposible volver. La Sede cerró sus puertas, ya no hay más bebés.

—Pero... Si los hubiera, ¿la Sede volvería a funcionar?

—Tal vez. Unos amigos míos, quienes trabajan en un asilo, me comentaron sobre un señor viejo que cuenta historias descabelladas. El anciano mencionó algo sobre una recolonización. Los elegidos fueron enviados más allá de la ciudad, entre ellos había bebés.

—¿Podría hablar con el anciano?

—Si, pero recuerda que sólo son historias de un señor mayor.

Su antiguo cuidador lo acompaña, ambos toman el autobús y en el camino charlan para ponerse al día. Había extrañado al hombre y, desde que salió de la Sede, es la única persona que reencontró en el exterior además de Sam. Desconoce dónde se encuentran todos los demás.

—¿Dónde trabajas ahora?

—En una tienda de ropa. Pero, ¿que haz hecho tú? ¿Sigues pegado a Sam? —El hombre ríe por su broma, aunque nota la amargura de Azul, mientras se abraza a sí mismo. Debido a esto, ninguno volvió a decir algo el resto del camino. El rubio estaba perdido en sus pensamientos hasta que un golpecito en su hombro le hace levantar la mirada. El autobús se detuvo y su amigo le indica bajar ya.

—¿Llegamos?

—Si. Este es el lugar.

Azul mira a su alrededor, en busca de aquel anciano mientras su antiguo cuidador habla con otro hombre. Este tiene el uniforme del asilo.

—Ese señor está en el jardín. Puedes hablar con él, pero no creas mucho de lo que diga. —Él autoriza al joven a entrar al asilo y lo guía hacia el jardín. Hay muchos ancianos en ese lugar y Azul mira con curiosidad a todos ellos, ya que es la primera vez que ve a uno.

El jardín es un gran espacio verde, con arbustos cuidadosamente recortados en forma geométrica, hay bancas de mármol cada dos pasos y las flores decoran este hermoso lugar. Azul se detiene cuando el otro hombre lo hace y ve a un anciano sentado en la banca más alejada.

—No hay problema, ve. Él nunca recibe visitas.

El muchacho asiente, con algo de duda, da los primeros pasos hacia adelante. El anciano se encuentra de espaldas, observando el cielo. La luz del sol se pierde un poco a causa del domo que los cubre.

—Disculpe.

—No de nuevo. Es alguien que viene a burlarse también.

—Se equivoca. Eh... ¿Cómo le gustaría que me dirija a su persona?

—Lo jóvenes siempre preocupado por cosas insignificantes. Sólo toma asiento.

—Yo... Quiero saber acerca de la recolonización. —Azul aclarar su garganta—. Escuché que usted-

—¿Me crees?

—Bueno, necesito que sea real. Debo volver a la Sede y sin bebés, es imposible.

—Es curioso —comenta el anciano mientras rasca su barbilla—. La noticia fue dada hace treinta y cinco años. Habían seleccionado a un grupo de personas para la recolonización de una parte de la ciudad que había permanecido abandonada por años. Lo recuerdo muy bien porque una persona que amaba fue elegida. Marco, junto con otros cientos, fueron enviados a ese lugar.

—¿Marco?

—Él había sido acusado de sacar un bebé de la Sede, por eso desapareció del trabajo, luego nos dieron la noticia que todo había sido un error y fue un alivio para mí. Aunque... No pude despedirme y lamento eso hasta ahora.

—Yo, podría ir a verlo y decirle. ¿Dónde queda ese lugar? —pregunta Azul.

—Creo que hay un mapa en mi habitación. —Él hombre se levanta de la banca con cuidado y lo guía hacia el interior—. Hace tiempo no se sabe nada de los que partieron, hasta el punto que algunos olvidaron que todavía están allí.

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