Epílogo
La cápsula siseó cuando se abrió, liberando una nube de vapor mientras todo el agua que había estado conteniendo se desvanecía como el humo. Lamy, dando vueltas por la sala mientras tarareaba para sí, recogió un par de informes de una mesa, recolocó unos viales en sus bandejas, e ingresó en un ordenador cercano una serie de datos.
Mientras ella se entretenía con las tareas cotidianas de un laboratorio como aquel, Natsu salió de la cápsula recién abierta, con la piel humedecida, el pelo mojado y descalzo. Solo vestía unos pantalones desgastados, por lo que su torso lleno de cicatrices estaba al descubierto.
Alcanzó una toalla de un taburete cercano y procedió a secarse el pelo. Miró a su alrededor, buscando, pero Lamy era la única presencia viva en esos momentos en aquella sala.
—¿Dónde está Wahl? —quiso saber, extrañado por que el machias no merodeara por ahí. Con lo poco que se veían últimamente, era extraño que no aprovechara la oportunidad de coincidir cuando sabía que iba a estar presente.
Lamy, como toda respuesta, se encogió de hombros y lo miró de reojo con el ceño fruncido.
—¿Por qué debería saber dónde está esa estúpida máquina? No soy su niñera.
—En todo caso, él sería la tuya —replicó él, sin verse impresionado por sus malas formas. A propósito, dejó la toalla mojada sobre el puesto de trabajo de Lamy, ganándose una airada exclamación que disfrutó a niveles máximos, y se retiró hasta el aseo donde aguardaba su ropa—. Además —añadió, alzando la voz para hacerse oír a través de la pared—, ¿no estabas enamorada de él? Con lo obsesa que eres, lo extraño sería que no lo buscaras por las cámaras.
—¡¿Quién está enamorada de nadie, humano incompetente?! —Fiel a sus expectativas, el grito tardó poco o nada en alzarse, tan alterado y avergonzado como siempre que se mencionaba el tema.
Natsu, divertido, contuvo una carcajada y alcanzó la camisa negra que colgaba de la percha. Por un segundo, con la prenda en la mano, su mirada acabó en el espejo que adornaba una de las paredes. Contó de forma distraída sus múltiples cicatrices, y se maravilló una vez más por el aspecto sano que tenía su piel.
Hizo memoria, y se dio cuenta de que ya habían pasado diez años desde que la loca de Lamy ingresó en su vida. Lo hizo de la peor manera posible, pero gracias a ella, y a los esfuerzos conjuntos de Wahl y Zeref, habían conseguido, de alguna manera que a día de hoy seguía sin comprender, que su cuerpo se recuperara de las secuelas de su magia.
No era perfecto, ni permanente; las cicatrices seguían estando y su piel seguía siendo mucho más pálida y cenicienta que la de cualquier otra persona. Sin embargo, el aspecto enfermizo había desaparecido y ya solo con eso, Natsu lo consideraba todo un avance.
Por lo que tenía entendido, a Wahl le había costado tres meses de persuasión continua para que Lamy accediera a colaborar con ellos —humanos apestosos según ella— y, no solo eso, sino que pusiera a disposición su conocimiento y su poder regenerativo, el mismo que había estado empleando en Eclipse con los demonios de Tártaros.
Natsu no quería ni saber cómo había conseguido Wahl convencerla, ni qué clase de tratos había cerrado con esa demente, pero debía reconocer que funcionaba, aunque al principio había tenido sus dudas cuando se lo propusieron como mera teoría. No obstante, gracias a ello, y con el coste de someterse periódicamente a un tipo de regeneración de tejido cuyo nombre no conseguía aprenderse por mucho que lo intentara, ahora su piel resistía mejor el fuego —aunque se seguía quemando si lo usaba demasiado tiempo— y sus pulmones habían recuperado parte de la elasticidad perdida. Seguía necesitando el ethernano para poder respirar en condiciones, pero por fin habían conseguido que no se ahogara al medio minuto de no recibirlo.
De nuevo, no era perfecto, pero ya era mucho más de lo que se había atrevido a soñar en sus años de Academia y no podía estar más agradecido. Y sí, la demonio loca redimida que se encontraba en negación por su amor imposible, alias Wahl, también estaba incluida en esa lista, aunque nunca lo admitiera en voz alta.
Negando para sí, terminó de vestirse y regresó al laboratorio alcanzando las pistolas que había dejado en un estante junto a la puerta. Eran una réplica mejorada de las que había usado en su época de estudiante, negras, mucho más rápidas y precisas.
—¿Y bien? —dijo, acercándose al ordenador principal—. No me has contestado. ¿Dónde está Wahl?
Lamy le lanzó una mirada irritada, pero Natsu había visto ya demasiadas de ese estilo a lo largo de los años como para sentirse impresionado. A la demonio le llevó tres segundos recordarlo, tras los que lanzó un suspiro molesto y alcanzó una gominola de un frasco de cristal.
—Lo ha convocado Central, o algo así. —Se encogió de hombros, degustando el dulce—. Tampoco es que me interesen vuestros asuntos humanos. Sois aburridos en la mayoría de los casos.
Natsu puso los ojos en blanco.
—Sí, sí. Lo que tú digas. Nos vemos más tarde, Lamy —se despidió, dando media vuelta y dirigiéndose hacia la salida.
—¡No vuelvas!
El grito lo alcanzó justo cuando cerraba la puerta tras de sí, una negativa exagerada y hasta tradicional a esas alturas que ya nadie se tomaba en serio. A Lamy le gustaba mantener el teatro de que los odiaba a todos, y Natsu se vengaba de su trato despectivo molestándola con preguntas sobre Wahl, aún sabiendo que el machias no tenía interés romántico alguno por nadie. Bueno... tal vez por las espeluznantes plantas del invernadero. Podía tirarse horas ahí metido y les hablaba a todas ellas con voz azucarada. Presenciarlo era perturbador.
Sin prisa, deambuló por los sombríos pasillos de la Academia rumbo a su despacho. Todavía tenía que revisar un par de informes administrativos y autorizar la lista de los alumnos que le había mandado su hermano esa mañana. Un par de estudiantes lo saludaron al llegar a las escaleras y él los reconoció con un asentimiento escueto. Normalmente se detendría a charlar, pero ese día estaba bastante ocupado. Por la tarde iba a darse la Ceremonia de Apertura del nuevo curso y había quedado con Zeref y Mavis para comer. Faltaban menos de tres horas para eso y aún tenía tareas pendientes.
Cuando por fin llegó a su despacho, fuera se había desatado una auténtica tormenta. Relámpagos esporádicos surcaban el cielo gris, iluminando las nubes. Natsu deseó con todas sus fuerzas que al otro lado de la Puerta hiciera buen tiempo; no le apetecía tener que soportar el ambiente húmedo y bochornoso que cubría la Academia cada vez que se ponía a llover.
Abrió la puerta, y descubrió que dentro le esperaban Loke, su ayudante, Romeo, y Erik. Frunció el ceño, extrañado, aunque esperó hasta quedar sentado en su escritorio para contemplar a Loke con duda.
—Bienvenido, Loke —dijo cordial, reclinándose en su asiento y entrelazando los dedos—. ¿A qué debemos tu visita?
La respuesta del espíritu celestial fue entregarle una carpeta.
—Hemos notado un aumento de monstruos en el norte. No es alarmante, pero a tus chicos les podría interesar.
Natsu asintió, ojeando por encima los datos del informe, antes de entregarle todo a Romeo.
—Llévaselo a Sting y Rogue. Que se ocupen ellos. Ah, y hazme el favor de buscar a Gajeel y recordarle que se queda a cargo mientras yo esté fuera. Si no está dando clase, deberías encontrarlo en la sala de armas del ala este.
El chico asintió, memorizando todo, y, tras una despedida formal, salió del despacho sin hacer ruido. Natsu se volvió hacia Loke una vez más.
—Me extraña que hayas venido tú mismo para esto —señaló, ya que normalmente solía ser Caelum el que traía ese tipo de noticias.
Loke se encogió de hombros y se hundió en uno de los mullidos sillones que precedían a su propio escritorio. Erik se había repantigado en el segundo, con la cabeza apoyada en uno de los reposabrazos y una pierna colgando del otro. Como no podía ser de otra manera, jugueteaba distraído con su cuchillo favorito mientras contemplaba el techo.
—Creo que me quedaré una temporada —anunció Loke—. Eclipse ha estado tranquila y yo tengo curiosidad por los nuevos alumnos que vendrán este año.
—Van a ser todos unos mocosos con aires de grandeza que adoraré destrozar —comentó Erik hacia la nada, interviniendo por primera vez. Con destreza, lanzó el arma en el aire solo para atraparlo por la hoja segundos después.
Natsu ni siquiera se molestó en preguntar qué hacía en su despacho. El que en algún momento fue su compañero de equipo tenía el pasatiempo de invadir su oficina cuando se encontraba aburrido, ya fuese para dormir, leer un libro, o revisar exámenes complicados que casi nadie podía aprobar. Los estudiantes le tenían pavor dentro de clase, aunque luego, por algún motivo, era al que más adoraban en los pasillos. Algún día descubriría el por qué.
Pensó, por un momento, en cómo habían cambiado las cosas en esos diez años.
Faltaba poco para que se cumplieran los tres años desde que había decidido vivir dentro de Eclipse y cuatro desde que su hermano asumió el papel de director de la Academia. Descubrir que existía vida inteligente más allá de la Puerta revolucionó el mundo y los cambios no se hicieron esperar. La lista de los mismos era demasiado larga como para contarla, pero el aspecto más importante podía resumirse en que ahora ya no había una Academia, sino dos; una a cada lado de la Puerta. Y mientras Zeref controlaba la primera, él había tomado el mando de la segunda.
Ahora, la Nueva Academia, o Neo, para abreviar, era donde los estudiantes permanecían sus dos últimos años de formación para completar su entrenamiento y adaptarse a la verdadera Eclipse. Siempre era divertido ver cómo sus gestos confiados por considerarse alumnos superiores ahí fuera se hacían añicos en cuanto acababan en sus manos y en la de los otros profesores. Ni Natsu ni nadie se tomaba a la ligera su papel de profesor y poco les importaba ser llamados demonios entre los rumores estudiantiles; luego siempre les acababan agradeciendo.
Cuatro horas después, tras haberse encontrado con Zeref, Mavis y su hijo de cinco años Larcade al que adoraba con todo su ser, Dimaria y él se dirigían cogidos de la mano hacia el Salón de Actos, abriéndose paso entre estudiantes recién llegados que apenas podían controlar los nervios y alumnos veteranos que los reconocían y los observaban con admiración y asombro.
—¿Te ha dicho Mira dónde os ibais a encontrar? —preguntó entonces, cuando las puertas del edificio aparecieron al final del paseo custodiado por cerezos en flor. Por fortuna, ahí no llovía, y un sol de media tarde iluminaba los pétalos que caían con la brisa.
—En la cafetería, me mandó un mensaje hace un rato. Larcade quería un batido.
—Os veré dentro, entonces. Que como llegue tarde no sé quién me matará antes, si Jellal o mi hermano.
Dimaria se carcajeó ante esa afirmación, consciente de que era verídica, y lo despidió con un beso antes de desviarse por una bifurcación que se perdía entre la arboleda. Natsu, en cambio, se adentró en el edificio y se dirigió directo hacia el área de personal. Los pasillos se llenaban por momentos, con la Ceremonia de Apertura a menos de veinte minutos de empezar, y la emoción se respiraba en el aire.
Encontró a su hermano y al actual vicedirector en una pequeña sala de espera que había justo a la salida del escenario al que tendrían que subir. Saludó a Jellal con un apretón de manos y se sentó junto a Zeref.
—Mira consiente a tu hijo demasiado, ¿lo sabes, no? —murmuró entonces.
La respuesta de Zeref fue soltar una carcajada mientras revisaba un par de archivos desde su reloj.
—No eres quién para hablar, Natsu —dijo, sin levantar la mirada del holograma—. No eres capaz de decirle que no y luego soy yo el que lidia con las consecuencias.
—Es mi único sobrino —se defendió él, para nada culpable, y Jellal ahogó una risa que se ganó una mirada divertida por parte de ambos hermanos.
Media hora después, cuando la Ceremonia dio comienzo y Zeref había terminado su propio discurso, llegó su turno para subir al escenario. Lo hizo despacio, con calma, y con pasos seguros, plantándose delante de todo el auditorio con las manos en los bolsillos, sus pistolas gemelas colgando de su cadera y una sonrisa enigmática.
Lo reconocieron de inmediato, ya todos sabían quién era a esas alturas. No podía quejarse. Desde ese año en el que había conseguido abandonar por fin el bucle de desastres que era para él ser Rango E, la vida lo había tratado bien y su lista de logros no había hecho más que aumentar desde entonces. Tras graduarse, se había convertido en profesor y, de ahí, tras sugerirle a Makarov la idea de custodiar la Puerta desde ambos frentes, el anciano llenó sus manos y las de Zeref con la dirección de ambas instituciones, declarando que ya estaba demasiado viejo y que pensaba jubilarse. Gildarts, el desgraciado, no tardó en hacer lo mismo —alegando que no estaba hecho para dirigir masas— y sobre sus hombros quedó entonces el destino de los futuros estudiantes.
Se tomó un momento para analizar los rostros de los alumnos que tenía delante, algunos con gestos cautelosos pero la mayoría luciendo expresiones de ilusión absoluta. Casi se sintió mal por ser el principal responsable de hacérsela añicos. Casi. Recordó cuando era estudiante de Mest, lo mucho que detestaba a ese hombre al principio y el cómo llegó a admirar su trabajo en cuanto comprendió que, a veces, el peor favor que podía hacerles a críos como aquellos era endulzarles los problemas. De modo que tomó aire y, cuando habló, su voz resonó con fuerza, firme y exigente.
—Iré al grano: mi nombre es Natsu Dragneel, y para los que aún no me conozcáis, soy el director de la Segunda Academia, la que se encuentra al otro lado de Eclipse y en la que viviréis durante los dos últimos años de vuestra formación. A partir de ahora y hasta que os graduéis estáis bajo el cuidado de nuestros compañeros, el de mi hermano y el mío. Nuestra palabra tanto aquí como allí es absoluta, recordarlo bien.
El mutismo del auditorio estaba tan cargado de miedo que era reconfortante. Sabiendo dónde se encontraban los estudiantes que regresarían con él al final del día a través de la Puerta, miró hacia el final de la sala.
—Lo que diré ahora va para los de penúltimo curso —anunció, e hizo una pausa contemplativa antes de proseguir—. Quiero suponer que si mi hermano os ha dado el visto bueno para que crucéis la Puerta es por algo y sabréis comportaros. Como bien sabéis, allí no es la Tierra, es Eclipse, y más os vale no olvidarlo. Cumplid las normas, no defraudéis mis expectativas y nos llevaremos bien. —Entonces, sonrió—. Cuando lleguéis me encargaré de daros la bienvenida oficial a Neo, novatos. Disfrutad hasta entonces.
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