Capítulo 8
La notificación del intercomunicador lo sorprendió justo cuando salía de la ducha. Natsu, extrañado por recibir un mensaje a las diez de la noche, se acercó a la pequeña repisa del espejo del baño con una toalla atada a la cintura y todavía con la mascarilla cubriéndole la nariz y la boca. El pelo le chorreaba y caía en gruesas gotas y con rapidez sobre sus hombros y las baldosas del baño.
Alcanzó una segunda toalla y procedió a secarse el pelo con la atención puesta en el reloj. Una pequeña lucecita en una de las esquinas anunciaba que tenía un nuevo mensaje. Se extrañó todavía más al ver que era de Dimaria.
Ven a Central. Tenemos un problema.
Corto y conciso, pero suficiente para que se le frunciera el ceño y tirara por la borda su plan de irse a dormir temprano. Volvió a atarse el aparato a la muñeca y salió del baño a grandes zancadas, arrastrando consigo la pequeña bombona de ethernano a la que estaba conectado. La dejó a los pies de la cama, se quitó la mascarilla y volvió a colocarse la bufanda, que había estado recargándose en un aparato parecido a una vitrina que tenía justo al lado del escritorio. En cuanto retiró el cable que tenía conectado a una pequeña placa oculta en la prenda y que parecía ser la etiqueta de la bufanda, las costuras de la misma dejaron de iluminarse y comenzaron a expulsar ethernano de forma gradual.
Sin perder el tiempo, se dirigió al armario y volvió a colocarse el uniforme. Tres toques secuenciales y rítmicos en el escudo del pecho y el color blanco pasó a ser negro. Ahora, bajo la insignia de la Academia ya no residía una estrella, sino la línea contínua que lo perfilaba y que lo declaraba Rango S. Con los dedos, palpó la placa de la bufanda hasta encontrar una pequeña ranura. Introdujo la uña y la bufanda también pasó a ser negra. Bendita fuese la nanotecnología.
Encima del escritorio le esperaban los guantes que había tirado nada más llegar a su cuarto y sus pistolas con sus respectivas fundas. Se ató ambas a modo de cinturón, apagó las luces y abrió la ventana. Sin temor, se subió al alféizar y contempló la línea de árboles que había justo enfrente a la vez que se colocaba los guantes y las costras y cicatrices de sus manos quedaban ocultas. En el campus se respiraba el sueño, aunque todavía se veían un par luces reflejadas en el césped, y solo los laboratorios seguían activos.
Asegurándose de que tenía la tarjeta de identificación en el bolsillo interior de la chaqueta, se subió la bufanda hasta la nariz y saltó al vacío desde el primer piso. Aterrizó con la habilidad y el sigilo de un gato, invisible y oculto por las sombras que los árboles proyectaban sobre el edificio. Por unos segundos se quedó inmóvil, atento a cualquier ruido, pero solo escuchó la conversación de los grillos y las cigarras. Sacó la capucha que ocultaba el cuello del uniforme y la dejó caer sobre la cabeza. Minutos después, se encontraba corriendo por el campus preguntándose qué podría haber pasado para que Dimaria le pidiera ayuda.
Central. El complejo desde el que se monitorizaba Eclipse día y noche y el único lugar desde donde se podía ingresar al mismo. Se trataba de una construcción inmensa que rodeaba la Puerta como un anillo protector. Habían tardado cinco años en construir toda aquella fortaleza y nadie podía llegar a Eclipse sin haber sido admitido en Central.
Tanto por comodidad como por estrategia, se encontraba pegada a la Academia, pero se trataban de recintos distintos y con una seguridad mucho mayor de la que se veía en el campus estudiantil. Solo para entrar, se necesitaban de dos controles de identidad y tres físicos y técnicos, armas incluidas. Tu hora de entrada y de salida quedaba registrada y, por supuesto, no cualquiera podía acceder a cualquier sala o planta.
Tras pasar por sexta vez su tarjeta de identificación y control de huella dactilar por el sistema de bloqueo, Natsu saludó a los guardias apostados a ambos lados de la última puerta que tenía que cruzar e ingresó a sala donde le habían dicho que la exterminadora Chronos le esperaba.
Al contrario que en el pasillo, donde una luz blanca iluminaba todo su recorrido, el lugar al que acababa de entrar estaba alumbrado lo justo y necesario para que los hologramas de los ordenadores se vieran con claridad desde todos los ángulos. Se trataba de una sala enorme con aspecto de cúpula y con un balcón que rodeaba toda la estancia y permitía ver el laboratorio desde las alturas, que era donde se encontraba Natsu. Bajo sus pies, la planta al completo estaba poblada con científicos que iban y venían sin parar entre un laberinto incomprensible de máquinas, escáneres, muebles llenos de probetas y recipientes y ordenadores. A un lado de la sala, en el extremo opuesto de la entrada, se levantaba una especie de vidrio reforzado que creaba una habitación aislada dentro de todo aquel ajetreo y caos.
No era la primera vez que entraba en una sala semejante ni era la única que tenía Central, pero no comprendía para qué lo necesitaban ahí. Sus conocimientos de ingeniería eran básicos y si había pisado laboratorios como ese más de una vez era para ser el sujeto de pruebas, no el científico que las realizaba.
—END.
En cuanto escuchó su sobrenombre, se giró en el acto y se encontró con Dimaria, que le había estado esperando. Le saludó con una tenue sonrisa, aunque en sus ojos seguía brillando la seriedad, y le pidió con un gesto que lo siguiera.
—¿Qué ocurre? —quiso saber, sin andarse por rodeos.
Al leer el mensaje, una parte de él se había preocupado por su seguridad, pero ahora que la tenía delante estaba más que claro que se encontraba bien. ¿Habían tenido problemas en Eclipse? ¿La dimensión a la que habían ingresado se había convertido en una Ruptura? No, imposible, le habría llegado un aviso del sistema.
—Nosotras tampoco lo sabemos —dijo ella, sorprendiéndolo—. Tuvimos problemas en Eclipse y perdimos la señal durante un buen rato.
—¿Se cerró la Grieta? —aventuró, pues aunque no era lo usual, de vez en cuando una brecha en la Membrana al igual que se abría podía cerrarse y dejar atrapados a sus incursores dentro sin posible contacto con el exterior.
Pero Dimaria negó antes de que él pudiese formar alguna teoría más.
—Lo preguntamos, pero en Central nos han dicho que la Grieta permaneció abierta durante todo el rato que estuvimos ahí, pero que no podían contactar con nostras. Algo, no sabemos qué, interfería con la señal. Pero eso no es lo importante, sino lo que encontramos después.
—¿Lo que encontrasteis? —repitió Natsu, sin comprender.
En ese momento se detuvieron y Natsu se descubrió encima de la habitación con paredes de vidrio. Dimaria le señaló la sala y él, confundido, se volvió para observar lo que ocurría tras esas paredes transparentes. Estaba organizado como cualquier otro laboratorio y reconoció a Mavis paseándose de un lado a otro del lugar junto a otro par de científicos. Parecían estar realizando pruebas a unos... ¿niños? Tuvo que parpadear varias veces para asegurarse. Sí, eran niños. Estaban tendidos boca arriba en camillas separadas, inconscientes y conectados a varias máquinas, respiración asistida incluida.
—¿Esos dos niños estaban en Eclipse? —preguntó, incrédulo, y su compañera asintió—. ¿Cómo?
—No lo sabemos; estamos esperando a que despierten para poder interrogarlos. No están en nuestra base de datos.
Los pensamientos de Natsu bailaban erráticos por su cabeza, incapaz de comprender cómo dos niños habían acabado dentro de Eclipse cuando la única forma de ingresar era desde Central. ¿Los habían metido ahí? ¿Quién? ¿Y con qué propósito?
—¿Están bien? —quiso saber, preocupado por la simple idea de que hubiesen estado expuestos tanto al ethernano como a otra clase de peligro.
—Sus constantes vitales están bien —aseguró otra voz a sus espaldas.
Invel, vestido de laboratorio, se acercó a ellos con una carpeta en la mano y gesto serio. Natsu no se sorprendió de encontrarlo ahí y los tres contemplaron durante un minuto a los niños desde las alturas.
—¿En qué puedo ayudar? —preguntó al fin, incapaz de adivinar por qué lo habían llamado.
Invel se recolocó las gafas y le indicó que le siguiera escaleras abajo, a la planta principal. Dimaria se quedó arriba.
—Queremos que los veas un momento —explicó, deteniéndose frente a la puerta de la habitación y tecleando una contraseña. El sistema de seguridad se iluminó en verde, concediendo el acceso.
—¿Yo? —Decir que estaba sorprendido era poco—. ¿Por qué?
—Zeref ha estado a punto de perder el control cuando ha querido hacerles unas pruebas.
Natsu, quien se disponía a entrar en la sala, se detuvo en seco y contempló a Invel de hito en hito. ¿Zeref se había descontrolado? Era imposible; en los laboratorios en los que trabajaba no había suficiente ethernano como para alterarlo tanto.
Antes de que pudiese exigir respuestas, Mavis apareció y lo agarró del brazo para que entrara. Las puertas se cerraron tras él con un chasquido metálico.
—Na... END-kun, necesito tu nariz por un momento —sentenció la ingeniera, arrastrándolo consigo hasta el mismo centro de la estancia, plantándolo frente a ambas camillas como si fuese un mero monigote.
—¿Mi qué? —Todo estaba yendo demasiado rápido. Se volvió hacia ella, quien iba de aquí para allá trasteando sin parar—. Mavis, ¿qué está pasando? ¿Cómo que Zeref ha perdido el control?
—Casi lo pierde. Casi —rectificó ella sin darle mayor importancia. Estaba en modo científico y nada podía sacarla de ahí en un buen rato; volvía a estar descalza y unas gafas sin pasta se sostenían de forma precaria en la punta de la nariz—. No te preocupes, salió de aquí a tiempo. Y ahora, por favor, tu nariz. Necesito que me digas qué es lo que hueles.
Natsu la observó con escepticismo, pero viendo que no había forma de hablar con ella en esos momentos, suspiró y se centró en los dos niños. Eran idénticos, de piel blanquecina y pelo azul. ¿Gemelos, tal vez? Estaban vestidos con ropa de hospital y varias vendas les decoraban brazos y piernas. Uno de ellos parecía tener una contusión en la cabeza, pues otra venda le rodeaba la frente.
Por un momento, se vio a sí mismo en una camilla y laboratorio parecido, cuatro años atrás. Cerró los ojos, obligándose a centrarse, y se quitó la bufanda.
Durante unos instantes aguardó, esperando a que el dolor apareciera y se viera obligado a luchar contra el ardor y la falta de aire para poder oler algo que no fuese el olor mentolado del ethernano. Sin embargo, para su sorpresa, seguía oliéndolo con la misma intensidad que antes, como si todavía tuviera la bufanda pegada a la nariz y no colgando de su mano. Podía respirar de forma natural.
Incrédulo, contempló a los gemelos inconscientes, incapaz de comprender qué estaba pasando. Era como si estuviera dentro de Eclipse.
—¿Y bien? —lo instó Mavis, impaciente.
Perplejo, se volvió hacia ella. Ahora entendía por qué Zeref no podía estar cerca de esos dos, al igual que con él.
—Desprenden ethernano.
Mest hablaba, pero Natsu no le hacía caso alguno. Se había pasado hasta bien entrada la madrugada en Central y ahora se moría de sueño. Sin embargo, las pocas horas que podría haberlas aprovechado para dormir antes de clase, se las gastó pensando en esos gemelos que seguían inconscientes y heridos, intentando encontrarle una razón lógica de por qué olían tanto a ethernano y no solo eso, sino que lo desprendían. Habían estado buscando toda la noche en los registros pero no tenían constancia de ningún caso semejante y tampoco habían logrado descubrir quiénes eran. No tenían ni nombre, ni siquiera con las pruebas de ADN habían conseguido descifrar algo. Era como si no existieran.
Gildarts e Irene se habían adentrado de nuevo en la misma dimensión siguiendo las coordenadas de Dimaria y Brandish, sin éxito. No encontraron pista alguna, solo el mismo desierto gris y sin vida que antes. Nada tenía sentido.
Suspiró, cansado, y se frotó los ojos deseando que el descanso llegara cuanto antes para poder hacerse con un café bien cargado. Debía haberle pedido a Mavis que le hiciera un justificante y no haber ido a clase, pero la chica había caído rendida a eso de las cuatro de la mañana, con un gráfico a medio calcular y el bolígrafo todavía entre los dedos. No tuvo corazón para despertarla y todos se habían retirado ya a sus respectivos dormitorios.
Mest, mientras tanto, seguía parloteando de fondo sobre la toxicidad del ethernano, cómo cambió el mundo de la ciencia con su descubrimiento y cómo había afectado en el día a día.
—Sin embargo —seguía explicando—, pese a su alto nivel de toxicidad, con el tiempo los seres humanos comenzaron a asimilarlo y el cuerpo comenzó a sufrir diferentes cambios para lograrlo. Los que estáis catalogados como exterminadores lo sabréis mejor que nadie: cuando hacéis uso de vuestros poderes, diversas partes de vuestro cuerpo cambian para que podáis emplearlos sin daño.
En la pizarra comenzaron a aparecer imágenes de diferentes exterminadores profesionales donde se les veía con una apariencia menos humana y más... mágica. El aspecto de cada uno transmitía respeto y poder incluso desde la mera fotografía. Destacaron las imágenes de Silver Fullbuster y August Dragneel, el primero con las manos y los brazos ennegrecidos por el hielo que estaba empleando y el segundo con una especie de piel endurecida y roja mientras realizaba hechizos.
—Todavía se están investigando estos efectos secundarios y...
Natsu volvió a desconectar y se puso a contemplar su propio reflejo en el cristal de la ventana. Influenciado por las palabras de Mest, casi en contra de su voluntad, su atención acabó en el reflejo de sus manos. Bajo los guantes, cicatrices de llagas y antiguas quemaduras alternaban con una piel áspera y de aspecto ceniciento, carbonizada. Ese era el precio a pagar por poseer el poder del fuego: todo su cuerpo intentaba volverse resistente a las llamas conforme más lo usaba. Ahora mismo, su avance rozaba la altura del codo en el brazo izquierdo y mitad del antebrazo en el derecho. Dimaria lo había descrito una vez como escamas adheridas a la piel y debía admitir que no iba muy desencaminada.
Sin embargo, el auténtico problema residía en el que no solo su piel se iba transformando con cada nuevo uso, sino que el epitelio interno de su cuerpo también había sufrido y seguía sufriendo cambios. Comenzando desde los bronquios de sus pulmones y ascendiendo hasta su corazón, su cuerpo se estaba endureciendo y carbonizando desde dentro, obstruyendo los pulmones al perder su capacidad natural de dilatación y, en consecuencia, cerrándole las vías respiratorias. En su momento, se planteó la teoría de que era para que fuese capaz de respirar fuego, sin embargo, hacían más mal que bien y Natsu no tenía intención alguna de convertirse en un lanzallamas con patas.
Se preguntó, de forma distraída y resignada, por qué su sistema había decidido emplear el ethernano interno en lugar del externo para concederle poderes y supo que, por desgracia, jamás tendría la respuesta a esa incógnita.
Las actividades curriculares estaban divididas en teóricas y prácticas, al igual que el examen de acceso y las propias estadísticas. Del mismo modo y siguiendo el mismo patrón, el contenido de las clases estaba dividido. La primera mitad de la mañana, teoría, y después, durante dos horas diarias, práctica. Ahora que ya cada alumno tenía asignada un arma temporal, el profesor Gryder no tenía excusa alguna para no comportarse como el auténtico tirano que era en realidad.
De modo que los arrastró a todos de nuevo a las salas de entrenamiento (comúnmente conocidas como gimnasios) y, con una sonrisa turbia, anunció:
—Esta vez haremos una actividad conjunta con la Clase 1. Dentro de dos semanas tendréis vuestra primera incursión a Eclipse y, como lo haremos las dos clases a la vez, os prepararéis juntos.
Se calló un segundo, permitiendo a sus alumnos que asimilaran sus palabras. ¿Irían a Eclipse? ¿Ya? ¿No era muy apresurado? ¡Ni siquiera sabían manejar bien sus armas!
—¿No es algo pronto? —murmuró Lucy, preocupada.
Natsu, a su lado, estaba más preocupado por tener que soportar no solo a Mest, sino también a la demente de Ur durante dos semanas. Aun así, contestó:
—Iremos a un área ya inspeccionada. El grado de peligro es mínimo y es la mejor manera de acostumbrarse a la Puerta.
—Pues vaya aburrimiento —declaró Eric. Con una mueca, escondió las manos en los bolsillos y paseó la mirada entre sus compañeros de clase—. Aunque tampoco es que me extrañe... —añadió al ver cómo dos alumnos se habían puesto más blancos que la cal y tartamudeaban entre sí.
Natsu se tragó la risa y procuró mantenerse estoico, aunque compartiera su punto de vista. Bostezó, cansado, y observó a Lisanna, que era la única del grupo que no se había pronunciado. No parecía muy sorprendida, y Natsu supuso que Mira le había adelantado un par acontecimientos. La ventaja de tener contactos, se dijo, sonriendo para sí.
Entonces, las puertas del gimnasio volvieron a abrirse con la brusquedad de una patada, sorprendiendo a los alumnos y provocando un suspiro coordinado de Mest y Natsu. La Clase 1 había llegado y, con ella, su maestra: Ur Milkovich.
—¡Buenos días mocosos de la Clase 2! —exclamó, entrando con una enorme sonrisa y a grandes zancadas—. ¿Qué tal os va con el amargado de Mest?
Al aludido se le hinchó una vena en la frente y Ur rió divertida por verlo rabiar. Llegó a su altura y, ni corta ni perezosa, le apoyó un brazo en el hombro y observó a los estudiantes. Los de su clase no parecían muy impresionados por su exceso de energía, sin embargo, los que la veían por primera vez, no cabían en sí de la sorpresa.
—Tienes buen material en algunos, Mest querido —reconoció, analizando a los recién ingresados sin cambiar de postura. Su sonrisa se amplió al ver a Natsu, pero pasó de largo y lanzó una última mirada general a todo el mundo.
En ese momento, Mest se la quitó de encima y daba la impresión de que quería gruñirle a la cara. Ur no se dejó intimidar y dio un par de palmas para llamar la atención.
—Bien, novatos, estáis todos aquí para aprender a no morir en Eclipse —sentenció, tan risueña que a todos les recorrió un escalofrío—. Durante estas dos semanas estaréis en mis... nuestras manos para que nos aseguremos de que no la palmáis ahí dentro. Alternaremos preparación física, armamentística y estratégica en función de la evolución individual de cada uno. Aprenderéis a acatar órdenes e iremos eligiendo a los líderes de grupo y los integrantes del mismo en función de vuestro desempeño y la prueba que hicisteis hace un par de días. Quien sea un inútil, se queda fuera. ¿Alguna pregunta?
Nadie se atrevió a abrir la boca, ni de una clase ni de otra. Ur, ante el silencio, volvió a deslumbrar a todos con una sonrisa. Natsu se preparó mentalmente para lo peor.
—En ese caso —declaró—, comenzaremos con tres vueltas enteras al campus, corriendo.
El suspiro de Natsu fue resignado y, junto a los de la Clase 1, fue de los primeros en dirigirse a la salida. Sus compañeros y el resto se movieron por inercia en la misma dirección, cuchicheando quejas y comentarios incrédulos que no sabían a quién de los dos profesores considerar peor. El grito de Mest se impuso sobre la agitación:
—¡Ha dicho corriendo!
Como reacción en cadena y acto reflejo, muchos se encogieron sobre sí mismos, asustados, y comenzaron a trotar antes incluso de salir al exterior del edificio. Natsu, de fondo, escuchó a Ur reír.
—¿No te habrá molestado que haya hablado solo yo, no?
—Métete en tus asuntos, Milkovich.
La lejanía le impidió escuchar la risa de la profesora, pero Natsu sabía que se estaba divirtiendo a costa del otro. Suspiró y dejó de prestarles atención para concentrarse en correr. Como personalidad, Mest era insufrible y te entraban ganas de amordazarlo con un calcetín mugriento y apestoso. Sin embargo, sabía bien que de haber estado en la clase de Ur, habría muerto antes de la mitad del curso. Los métodos de entrenamiento de esa mujer eran espartanos, lo sabía por experiencia. Al fin y al cabo, había sido la primera maestra de Dimaria.
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