Capítulo 6

Cuando las dos vieron a Natsu Dragneel acercarse a ellas, ninguna supo qué pensar, y mucho menos se les pasó por la cabeza que las quería de compañeras. Después de todo, repetidor o no, estaba claro que tenía más experiencia que ellas y, además, por lo que habían podido ver en la distancia cuando explicaba, sabía lo que se hacía. Ni Lisanna ni Lucy podían comprender cómo es que había llegado a repetir pero, en esos momentos, esa pregunta era la menos importante de todas.

—¿Quieres que nos unamos a tu equipo? —repitió Lisanna, alternando la mirada entre Natsu y Erik cada dos por tres, a la espera de que alguno de los dos se echara a reír y les dijera que era una broma.

Por el contrario, Natsu asintió.

—¿Por qué nosotras? —quiso saber Lucy, frunciendo el ceño con cierta desconfianza y contemplando a Erik no demasiado convencida.

El exterminador, por otra parte, miró a Natsu, interrogante. Él tampoco comprendía muy bien por qué las había elegido a ellas, pero mientras no fuesen unas inútiles, no le importaba con quien tuviera que hacer equipo. Natsu, por su lado, tenía la atención puesta en Lisanna.

—Eres la hermana de Mirajane, ten más confianza en ti misma.

La chica parpadeó, sorprendida.

—¿Conoces a mi hermana?

—Os parecéis mucho, cualquiera con ojos en la cara lo descubriría. —Se encogió de hombros—. Además, compartís apellido. No es ningún misterio.

—Supongo... —Seguía sin parecer muy segura—. ¿Estáis bien con que hagamos equipo?

Natsu, en vez de contestar enseguida, levantó el brazo izquierdo y dejó a la vista el intercomunicador que todos llevaban encima. Con un giro de muñeca, la pequeña pantalla negra se iluminó. Apretando un botón, un holograma celeste se expandió en el aire y, tras teclear algo rápido, leyó:

Lisanna Strauss.

Alias: Sin determinar.

I.D.: 552013

Exterminadora. Rango F.

Curso: Primero.

Habilidad mágica: Posesión animal.

Aptitud física: 36/50.

Aptitud teórica: 30/50.

Habilidad armamentística: Sin determinar.

Tipo: Sin determinar.

Incursiones: 0.

Despegó la vista del holograma y miró a Lisanna, pero esta estaba demasiado aturdida intentando comprender qué acababa de escuchar. Lucy, a su lado, compartía su expresión. Solo Erik se mantenía atento y concentrado, leyendo por encima del hombro de Natsu la información que se acababa de desplegar. Un par de teclas después, la información cambió:

Lucy Heartfilia.

Alias: Sin determinar.

I.D.: 101071

Maga. Rango F.

Curso: Primero.

Habilidad mágica: Espiritual.

Aptitud física: 26/50.

Aptitud teórica: 35/50.

Habilidad armamentística: Sin determinar.

Tipo: Sin determinar.

Incursiones: 0.

Dicho esto, la pantalla se cerró en el aire y Natsu las contempló a las dos de forma alternativa.

—Ese es vuestro perfil actual según los resultados de la prueba de acceso. Teniendo en cuenta que lleváis aquí poco más de una semana, es una buena base con la que comenzar. No dudéis de vuestras habilidades sin motivo.

—Pero... —Lucy se llevó una mano a la barbilla, pensativa—. Los números que has dicho son sobre cincuenta, y estamos bastante lejos de ese número.

La respuesta de Natsu vino en forma de sonrisa divertida.

—Por norma, los que consiguen superar la Aptitud física de treinta son pocos y de rangos altos. La media de los recién llegados admitidos ronda el número veinte, aunque siempre hay excepciones.

—Ya lo creo...

La voz de Erik, quien había intervenido por primera vez, sorprendió a los otros tres. Como Natsu hacía escasos momentos, tenía el Intercomunicador encendido y una base de datos abierta. Le lanzó al de pelo rosa una mirada divertida e incrédula por encima del holograma y leyó:

Natsu Dragneel.

Alias: Salamander.

I.D.: 005144

Mago. Rango E.

Curso: Primero.

Habilidad mágica: Fuego.

Aptitud física... Oh, esto es interesante. —Su sonrisa contrastó con el ceño fruncido del contrario.

Aptitud física: 10/50.

Aptitud teórica: 37/50.

Habilidad armamentística: 28/50.

Tipo: Pistolas gemelas. Francotirador.

Incursiones: 16.

—Tus datos son bastante contradictorios, ¿lo sabías? Según esto, tu condición física da risa, pero el resto de puntajes son bastante altos. ¿Cómo es que has repetido con semejantes estadísticas? ¿Un mal día?

—Como acabo de decir —gruñó con voz tensa—, hay excepciones. Para algunos, la capacidad intelectual tiene menos peso que la física.

—¿Y no has intentado optar por ingeniería mágica?

La sonrisa de Natsu fue ácida.

—Es una especialidad, no un tipo de enseñanza. —Señaló a Mavis, quien repartía feliz y despreocupada auriculares entre los otros grupos—. Ahí donde la ves es una Rango S. Y para alcanzar ese rango ha pasado por lo mismo que todos nosotros y por los mismos cursos. En esta Academia no hay atajos ni facilidades. —Ninguno se atrevió a replicar; los ojos de Natsu parecían morder por sí solos—. Dejando eso claro, ¿formalizamos el equipo o no?

—¿Formalizar? —repitió Lisanna.

—Quiere decir que vinculéis vuestros Intercomunicadores de forma temporal.

La que había contestado había sido Mavis, salida de la nada y con sonrisa inocente resplandeciendo en su rostro. Las chicas dieron un respingo en el sitio, Erik la miró desconfiado y Natsu procuró no poner los ojos en blanco.

—Hola de nuevo —saludó, ignorando todas las reacciones que había causado, y los miró uno por uno—. Me gusta el grupo. Tienes buen ojo, Natsu-kun.

El aludido la contempló de reojo de mala manera pese a saber que le iba a hacer caso nulo.

—Vuelves a estar sin zapatos —informó sin emoción.

Mavis, al igual que sus compañeros, bajó la mirada a sus pies y movió los dedos, sintiendo la frialdad del suelo traspasar la fina tela de las medias del uniforme. Se encogió de hombros.

—Tenía calor.

Por experiencia, sabía que iba a ser inútil hacerle entender que en tal caso lo que una persona normal haría sería quitarse prendas de ropa, como la bata que vestía, y no el calzado, así que no insistió y regresó al tema que estaba tratando antes de que la pesada de su cuñada lo interrumpiera:

—Olvídalo... —Sacó los otros auriculares que todavía tenía en el bolsillo y les tendió uno a Lucy y a Lisanna—. Esto es para vosotras. En cuanto los conectemos a los Intercomunicadores podremos hablar entre los cuatro. Normalmente se usan los propios relojes y nada más, pero todavía no sabéis manejarlos como es debido; lo explicarán más adelante. Mavis. —Se volvió hacia la ingeniera—. Ya que estás aquí, ¿podrías...?

—Claro —canturreó y, sin pedir permiso, le cogió el brazo izquierdo, el auricular que le correspondía y comenzó a trastear con ambos hasta que un corto aviso en la pequeña pantalla del reloj confirmó la conexión.

—Decía los de los demás —se quejó Natsu, recolocándose las mangas de la chaqueta una vez estuvo libre de su agarre.

—No seas aburrido, que no he tardado nada. Ah, por cierto, vuestra bandera. —Le tendió un trozo de tela fosforescente que Natsu cogió por impulso segundos antes de ser ignorado—. ¿Siguiente?

El primero en dar un paso al frente fue Erik, pues las chicas seguían sin comprender muy bien qué estaba pasando, aturdidas por la clase de interacción y confianza que demostraban Mavis y Natsu. Cuando lo vieron por primera vez, a principios de semana, parecía alguien huraño y aislado de todo y de todos. Ahora, sin embargo, veían cómo interactuaba con una de las personas más conocidas de la Academia y, por si fuera poco, como si la conociera de toda la vida. Poca habilidad pero alto conocimiento. ¿Quién era de verdad el hermano de Zeref Dragneel?



Un repentino pitido agudo, parecido al de un micrófono defectuoso, resonó de pronto por toda la sala, silenciando de raíz toda conversación. Todos los estudiantes miraron a su alrededor, confundidos y molestos por el ruido, en busca de su origen. Quejas torpes se levantaron como protesta y varios se taparon los oídos como acto reflejo. Medio segundo de estática después, la voz de Mest se escuchó en eco y procedente de varias partes a la vez:

—En principio debería funcionar pero, ¿me oís todos?

—Por supuesto que funciona, Mest-kun. —La protesta de Mavis se escuchó por los mismos altavoces ocultos—. El equipo al completo fue revisado hace una semana. No subestimes a los ingenieros.

El suspiro de Mest fue audible para todo el mundo, así como las palabras que no había dicho pero que preguntaban por qué esa mujer seguía junto a él. De pronto, el vidrio polarizado que había en una de las paredes se iluminó, dejando ver a ambos en lo que parecía ser una sala de control. ¿Cuándo se habían marchado de la sala de entrenamiento? Tampoco había rastro alguno de Bisca o Alzak.

El gesto del profesor, aún desde la distancia, permanecía igual de adusto e inexpresivo que siempre. Se le vio inclinarse hacia delante y apretar un botón para poder volver a ser escuchado:

—Veo que ya habéis formado los grupos —dijo con obviedad, analizándolos desde las alturas. Más de uno se sintió incómodo bajo su escrutinio, sintiéndose ratones de un experimento—. Tal y como os dije, vais a realizar un simulacro. En total sois cinco grupos de cuatro, por tanto, cinco banderas. Haceros con ellas o derribad al enemigo, lo que más os guste. —Hizo una pequeña pausa—. No os preocupéis, el ethernano del aire está controlado, así que las armas de larga distancia no causarán más que una pequeña descarga. Las de filo son romas, así que a no ser que seáis unos brutos, no corréis peligro. Un golpe recibido y estáis fuera. Hacedlo lo mejor que podáis, porque estáis siendo calificados. Tenéis noventa minutos. Ah, y... tened cuidado por donde pisáis.

Dicho esto, las luces de la pequeña habitación se apagaron y ninguna palabra más se escuchó por la megafonía. Por un momento, toda la clase se quedó en silencio, asimilando lo poco que les había aclarado si arisco profesor.

—La alegría de la huerta —ironizó Erik, todavía con la mirada fija en el cristal, ahora oscurecido.

Ninguno de su equipo le llevó la contraria y se quedaron un par de segundos contemplando a los otros equipos. Cuatro alumnos más, aparte de Natsu, tenían en sus manos telas semejantes a las que les había dado Mavis. La duda estaba plasmada en cada rostro que veían. ¿Debían simplemente atrapar al alumno de la bandera y quitársela? Parecía sencillo. Sin embargo, la pregunta de Lucy fue otra:

—¿A qué se refería cuando dijo que tuviéramos cuidado al pisar?

En ese mismo instante, un chasquido metálico, como el de unos engranajes regresando a la vida, se escuchó de fondo. Las juntas del suelo, paredes y techo se iluminaron, las poleas y luces del techo comenzaron a cambiar de sitio y Natsu, rápido en reflejos, la agarró del hombro y la atrajo hacia sí un instante antes de que la baldosa sobre la que estaba de pie se desplazara también. La sala entera se estaba convirtiendo en un juego a escala real de cubos y columnas móviles. Exclamaciones de sorpresa e incomprensión fueron surgiendo a medida que ellos mismos se veían encerrados entre más y más cubos de aspecto metálico.

—A eso —replicó Natsu con una calma que contrastaba demasiado con el desconcierto general.

—¿Lo mismo hizo el año pasado? —intuyó Erik al leer su comportamiento.

Natsu asintió de forma escueta, más concentrado en los movimientos de la sala que en sus propios compañeros de equipo. Se ató la bandera a la muñeca y se colocó el auricular, pasándolo por detrás de la oreja y enganchando el cable a las solapas del uniforme. Tuvo que hacer un par de malabares para que la bufanda quedara por encima.

—Poneroslos —indicó, mirando alrededor. Los cubos poco a poco comenzaban a asentarse—. Entre tanta palabrería e insulto, Mest ya ha dejado claro que la prueba dio comienzo desde el mismo momento en el que tuvimos que elegir equipos. No podemos perder el tiempo.

—¿Cómo? —replicó Lisanna—. Supongo que va por puntos, si hay una bandera de cuatro puntos por equipo, y cada alumno equivale a uno...

—Cada equipo derribado al completo, bandera incluida, son ocho puntos —siguió Lucy—. Por cinco...

—Olvídate de las cuentas —soltó Erik, cortando a ambas de raíz. Miraba a su alrededor con la agudeza de un cazador, atento por si se acercaba alguien, aunque todos estaban tan perdidos que no se escuchaba nada que no fuese confusión—. En la vida real el conteo se hace después, no antes. Si lo llaman simulación es por algo. Quieren ver nuestra capacidad de reacción y organización, ¿me equivoco? —preguntó, volviéndose hacia Natsu.

El aludido negó y se recolocó la bufanda para que quedara cerca de su nariz.

—Has dado en el clavo, sin embargo, estoy en vuestro equipo —suspiró—, y aunque eso supone que sé cómo funciona la prueba, también implica que Mest buscará otras cosas de nosotros.

—¿Por ejemplo? —quiso saber Lucy.

Natsu se encogió de hombros, aunque frunció el ceño.

—Ojalá lo supiera, pero le caigo tan bien como me cae él a mí, así que no me extrañaría que controlara los alrededores solo para ponernos las cosas difíciles.

—¿Y qué propones? —Erik se cruzó de brazos—. Porque se nos está acabando el tiempo; los demás no tardarán en moverse.

Ante su penetrante mirada, Natsu dudó por un momento. Por norma, para que sus resultados no fuesen contradictorios, reprimía su conocimiento práctico y real y cometía errores de forma consciente y deliberada. Con su capacidad física y resistencia no podía hacer nada, pero si demostraba que su capacidad de reacción y adaptación a problemas reales era otra a la conocida, los profesores no tardarían en hacer preguntas e indagar más de la cuenta. Lo odiaba, con toda su alma. No soportaba sentirse infravalorado aunque se repitiera una y otra vez que los idiotas eran ellos, que no le debía explicaciones a nadie y no tenía por qué demostrar nada.

Sin embargo, en contra de su voluntad, su cerebro ya había armado mil y una posibilidades sobre cómo ganar el simulacro y cómo salir de más de un aprieto. Y, de alguna forma, intuía que Erik sabía que ya tenía al menos una estrategia pensada. Sus ojos no eran los de un estudiante normal, no. Su mirada era la misma que la suya: experimentada, acostumbrada a actuar y decidir en milésimas de segundo y a ver cosas que un estómago normal no podría soportar. La curiosidad lo mataba; quería saber quién era Erik realmente, pero no tenía semejante derecho. No cuando en su posesión existía un uniforme negro y otra identidad.

A la mierda, pensó. De haber consecuencias, ya las afrontaría luego. Quería callarle la boca a Mest tanto como el profesor deseaba dejarlo en ridículo.

—Iremos a por todo —sentenció, asumiendo el liderazgo sin molestarse en preguntar. Ninguno pareció tener queja alguna, en cambio, lo escuchaban con atención—. La respuesta primaria y habitual ante la necesidad de proteger algo —hizo referencia a la bandera—, es quedarse en un determinado punto y no moverse de ahí, o priorizar la defensa de ese algo. Eso los vuelve un blanco fácil.

—Pero si todos se quedan quietos nadie consigue nada —razonó Lisanna—. No creo que se queden en un mismo lugar.

—No, pero sí que se dividirán —argumentó Erik, y Natsu sonrió satisfecho al ver que había acertado al elegirlos como compañeros. Les funcionaba el cerebro.

—Exacto —concordó—. Lo más probable es que vayan de a dos y se crucen los unos con los otros.

—Y mientras tanto nosotros nos hacemos con las banderas y los enemigos que nos vayamos encontrando, ¿no es así? —razonó Lucy, viendo el final de aquella línea de pensamiento.

Natsu asintió y se aferró a la correa del estuche del rifle. Maldijo y agradeció a Mavis a partes iguales; lo necesitaría.

—El único problema es que para que funcione debemos actuar rápido y ser eficaces. Es una estrategia lo suficientemente sencilla como para que se le ocurra a más de uno.

Los tres asintieron, de acuerdo, y Natsu volvió a estudiarlos uno por uno. De Erik sabía más bien poco, pues no había tenido tiempo de revisar su perfil, pero confiaba en que sabía lo que se hacía. Lisanna no había elegido ningún arma, por lo que debía confiar bastante en sus propias habilidades y, por último, Lucy, que tenía un látigo enganchado a la cadera. Un arma peculiar, y que proporcionaba más información de la que se podría pensar en un primer momento.

Era un buen equipo.

—Yo seré el apoyo a distancia y en las alturas —declaró—. En función de lo que vea, os iré informando por los auriculares. ¿Alguna duda?

Ninguno contestó; la mirada de los tres era firme y decidida. Él, como respuesta, sonrió con peligro y ansias. Esperaba poder divertirse un poco.

Cinco minutos después, se encontraba boca abajo en uno de los cubos más altos analizando a través del visor tanto los movimientos de su propio equipo como el del primero que iban a cruzarse. Había dado indicaciones de que cada uno fuese por su lado para cubrir más distancia y ahora avanzaban entre el laberinto de cubos y pilares en una formación de abanico. Sin dejar de mirar por el visor del rifle, dijo:

—Lisanna, se acercan a tu posición. Son el calvorota al que Mest regañó y la chica con orejas de gato por peinado. Veinte metros y contando. Llegarán por tu izquierda.

—Entendido.

No preguntó nada más y Natsu vio, desde su posición en la distancia, cómo su postura se alteraba y quedaba agazapada como un felino, a la espera y con la misma paciencia con la que un gato aguarda para cazar a un ratón. Sin ser muy consciente de ello, sonrió al verla. Su poder era tan parecido al de Mira que por un momento sintió un dejà vu.

—¿Necesita apoyo?

La voz de Erik resonó en su oído, trayéndolo de regreso a la realidad. Su mano derecha acarició el cuerpo del rifle hasta que su índice quedó enganchado en el gatillo. Primer tope. El indicador que había en un lateral despertó con su brillo plateado y su mecanismo comenzó a ronronear de una forma casi imperceptible. Wahl y Mavis habían hecho un buen trabajo recalibrándolo; ahora el tiempo de espera era casi nulo. Shin entró en su línea de tiro. Apuntó.

—No, estás lejos. Yo me encargo. Lucy y tú centraros en conseguir banderas.

Recibió dos confirmaciones y vio que Lisanna se tensaba, lista para saltar. No. Todavía era pronto.

—Todavía no, Lisanna. Espera —indicó.

La chica se tensó todavía más, impaciente, pero se mantuvo en el sitio. Detrás de Shin apareció su compañera. Estaban a cinco metros de donde se escondía Lisanna y, aunque caminaban atentos y en guardia, no parecían estar preparados para una emboscada.

—Lisanna, te dejo a la chica. —La albina asintió, consciente de que Natsu podía verla—. En tres... dos... uno... Ahora.

Tal y como supuso, no se lo esperaban. La repentina aparición de Lisanna los sorprendió tanto que los dejó inmóviles por un segundo precioso que Natsu aprovechó para dispararle a Shin y proporcionarle una sobrecarga de ethernano lo suficientemente concentrada como para hacerlo caer al suelo, aturdido y mareado, sin saber de dónde había llegado el ataque. La chica no tuvo mejor suerte y se vio sobrepasada por la velocidad animal que tenía Lisanna en esos momentos. Tropezó con sus propios pies al retroceder y su contrincante aprovechó su torpeza para tumbarla en el suelo y declararla fuera de combate.

Cuando se levantó, se volvió en la dirección del disparo e hizo el gesto de la victoria hacia Natsu.

—Primeros dos puntos, conseguidos —canturreó con una sonrisa idéntica a la de Mira.

Natsu sonrió de nuevo ante el parecido y se incorporó, rifle en mano, listo a cambiar de nuevo de posición.

—Bien hecho —la felicitó—. Ahora no te confíes y ve a por el siguiente. Apenas hemos empezado.

—Recibido.

Segundos después, la vio escalar un par de cubos y correr por encima de ellos hacia el siguiente grupo. Natsu, quien no podía correr ni saltar con tanta facilidad, se lo tomó con más calma y, a trote y agazapado, avanzó en la dirección donde se encontraban Erik y Lucy. A sus espaldas, los bloques comenzaron a recolocarse, variando el entorno por enésima vez y convirtiendo la sala en un auténtico laberinto.

—Bandera a la vista —anunció Lucy entonces—. La lleva una chica pelirroja con trenzas. Creo que se llamaba Flare.

—¿Arma? —preguntó Erik, quien se acercaba a su misma posición pero desde otro lado. Los constantes movimientos de los bloques hacían imposible un avance directo y en línea recta.

—No la veo, su uniforme es negro. Parece estar loca...

Natsu hizo un recuento rápido de todas las caras que había visto en su clase. ¿Chica pelirroja desquiciada? Ah, sí, la recordaba. Se asemejaba bastante a otra pelirroja obsesa del orden y la disciplina que conocía bien y que no aguantaba. Las dos parecían estar igual de dementes.

—¿Te ves capaz de hacerle frente? —preguntó al tiempo que saltaba de un bloque a otro.

A causa del movimiento, la bufanda se le enganchó en el rifle y se le desató. Segundos después, sus pulmones protestaron por el trote que llevaba y el ritmo acelerado de su corazón. Tosió con fuerza y tuvo que parar al sentir que se le obstruía la garganta. No tuvo aliento ni para maldecir.

Lucy, ajena a lo que le pasaba, contestó con duda:

—Depende de su habilidad...

—En la batallas reales eso nunca se sabe —masculló Natsu como pudo. La voz le salió con un gañido ahogado y tuvo que volver a toser para obligar al aire a pasar de nuevo por su faringe—. Te digo lo mismo que a Lisanna: confía en ti misma —murmuró, intentando no jadear. Se recolocó la bufanda y gastó un segundo en llenar su sistema de ethernano. Se le relajó el cuerpo de inmediato—. De todas las armas, elegiste un látigo, una de las más complicadas de usar. —Inspiró hondo, recuperando el aliento—. Eso solo puede significar dos cosas: o eres una inconsciente que busca verse bien, o sabes cómo manejarlo. Apuesto por lo segundo.

Por un momento, al otro lado de la línea solo hubo silencio.

—¿La acabas de insultar o halagar? —rio Erik.

Natsu no contestó, en cambio, formuló otra pregunta:

—¿Me equivoco, Lucy?

—No. —Su voz sonó firme y decidida—. Lo haré.

—Bien. Erik...

—Estoy en ello —dijo su compañero antes incluso de que dijera nada. Segundos después, un quejido ahogado, el chisporroteo de un disparo y un golpe seco de algo pesado cayendo al suelo indicó que otro enemigo había sido derrotado—. Rubia, te he librado del musculitos. Te toca. Me voy a por otra bandera.

—Soy Lucy —gruñó la aludida antes de salir de su escondite y lanzarse al ataque.

De nuevo, el factor sorpresa jugó a favor del equipo de Natsu. En este caso, fue el arma. Antes de que su ponente pudiera comprender qué acababa de enredarse en sus piernas, Lucy tiró del látigo hacia ella, haciéndola caer. El golpe fue contundente y el quejido de dolor, importante.

Natsu sabía que en una batalla real las cosas no eran tan fáciles, y mucho menos los oponentes y los monstruos se rendían tras el primer golpe. Más bien todo lo contrario, se enfurecían aún más. Sin embargo, no dijo nada, al fin y al cabo, las reglas del simulacro declaraban ganador al que proporcionara el primer golpe. No era real, pero servía para comprobar quién tenía una base sobre la que trabajar y quién no. Y, para su satisfacción, los compañeros que había elegido las tenían. Al fin y al cabo, y por primera vez, su puntuación era, con diferencia, la más alta de todas.

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