Capítulo 40

En realidad, Natsu tendría que haber adivinado que Laxus diría su apodo al segundo siguiente de que le preguntaran a su equipo a quién escogían como oponente. Sus compañeros no parecían estar muy de acuerdo, pero Laxus había tomado la palabra y ya no había nada que hacer al respecto.

Suspirando, e intentando mentalizarse con lo que supondría aquella pelea, se acercó al centro de la arena con la atención de todos los espectadores puesta sobre sus movimientos. Avanzaba con las manos en los bolsillos, fingiendo una tranquilidad que no tenía en absoluto, y se detuvo junto a una irritada Brandish. No tenía pinta de que le hiciera mucha gracia el haber sido seleccionada para aquel combate. Si se dignara en preguntar, Natsu estaba seguro de que le diría que prefería estar echándose la siesta.

Mato no tardó en entregarles cuatro estrellas a cada uno, y Natsu las observó un largo instante, teniendo de alguna manera sentimientos encontrados al ver su brillo dorado contrastando con el cuero negro de sus guantes, los mismos que ocultaban las vendas de sus manos. Recordó su encuentro con Dimaria, apenas cinco minutos antes, donde la exterminadora lo despidió con un beso robado a la fuerza en las penumbras del pasillo.

—Sé tú mismo —le había dicho, parándose frente a él como una auténtica diosa de guerra, golpeada y magullada pero aun así radiante.

Entonces, Natsu asintió, sin saber qué más decir al respecto. Sin embargo, el problema era precisamente ese. ¿Quién era, en realidad? ¿Un mago? ¿Un exterminador? ¿Natsu Dragneel? ¿END?

Había tomado la decisión de revelarse al mundo, de dejar de fingir ser alguien que no era. No obstante, ahora que estaba a punto de cruzar esa línea, el terror lo inmovilizaba. Desconocía qué había al otro lado, y la incertudimbre de saber si aquella era una buena decisión o no lo carcomía por dentro.

Estaba tan distraído que casi se perdió la alarma que dio comienzo al combate. Se tensó de forma instintiva, su cuerpo reaccionando y preparándose para el ataque. De pronto, fue demasiado consciente del peso de sus pistolas en su cadera y de los movimientos de los demás. El equipo de Laxus se dispersó como el viento, y Brandish suspiró a su lado, de algún modo cansada aún sin haber comenzado. La vio masajearse un hombro y estirar los brazos por encima de su cabeza.

—Laxus vendrá a por ti —señaló su ahora compañera, siguiendo los movimientos de cada contrincante con falsa pereza.

—Lo sé. —Se abrochó las estrellas y la miró de reojo. No era la primera vez que hacían equipo, aunque solo habían trabajado juntos en Eclipse—. No holgazanees.

Brandish resopló, sin verse ofendida por el comentario, y se colocó unos guantes que acababa de sacar del bolsillo. Los dos se conocían lo suficiente como para saber leer entre líneas. Ella, a su vez, murmuró:

—Y tú no hagas locuras.

No le dio tiempo a Natsu de protestar, pues justo en ese momento salió a la carrera hacia Freed. Él le hizo frente empuñando su espada, aguardando algún ataque o arma del que tuviera que defenderse. No esperaba, sin embargo, que Brandish bloqueara la espada con sus propias manos, imperturbable ante su filo. Al segundo siguiente, el arma se redujo frente a los ojos de un perplejo Freed hasta el tamaño de un palillo de dientes.

Intentó retroceder, consciente de pronto del verdadero peligro que suponía Brandish, pero la chica era más rápida de lo que había anticipado y, con una fuerza bruta que no aparentaba, le propinó una patada que lo lanzó volando por los aires.

—Uno menos —declaró, quitándose el polvo que acababa de levantar de sus pantalones. Estudió a Evergreen y a Bickslow con ojos aburridos—. ¿Quién sigue?




Laxus, inconscientemente, dio las gracias de que Brandish no estuviese interesada en él. Esa patada tenía pinta de romper costillas y no tenía intención alguna en comprobar si era cierto. Se volvió hacia END, quien no se había movido de su sitio, y se fijó en los guantes que se estaba reajustando. No parecía estar cómodo con ellos.

—¿Qué tal tus manos? —preguntó, consciente de que el combate contra Gajeel no lo dejó del todo ileso.

—He soportado cosas peores. —Se encogió de hombros, y Laxus supo que no iba a obtener más información que esa, no al menos con los drones pululando tan cerca de ellos.

Así que no preguntó más. En cambio, invocó sus rayos, y la electricidad recorrió sus brazos antes de ser liberada en una oleada que calcinó la tierra. END, veloz como siempre y con unos reflejos del demonio, esquivó las descargas con varios saltos y una voltereta que le llenó el abrigo de polvo.

Laxus siempre se preguntó cómo diantres era capaz de incorporarse, armarse, apuntar y disparar, todo en un solo movimiento, pero como cada vez, no tuvo tiempo de pensar en una respuesta porque estaba más ocupado protegiéndose de los disparos con rayos. Lanzó otra descarga, y los truenos le rugieron en los oídos mientras descendían implacables sobre la arena. Se levantó el polvo y el aire se llenó del olor del ozono.

Escuchó a END estornudar y maldecir desde las oscuridades de la capucha, y Laxus tuvo curiosidad por si se la quitaría en algún momento. Empujó la interrogante a la fuerza al fondo de su mente y regresó al ataque, esta vez optando por un intenso combate cuerpo a cuerpo.

Escuchaba a los drones zumbar cerca, pero toda su concentración estaba puesta en los patrones casi impredecibles de los puñetazos y patadas de END. El tipo no le daba tregua, buscando sus puntos débiles con golpes certeros que no dudaban en lo más mínimo. Parecía mentira que tuviera las manos heridas, y Laxus, de no haberlo sabido, ni siquiera lo habría considerado una posibilidad.

Él mismo sentía el desgaste y las heridas de los combates anteriores frenando sus movimientos y enturbiando su concentración de vez en cuando, pero no podía darse el lujo de distraerse, y mucho menos de detenerse. No con un oponente como END.

Bloqueó una patada que le sacudió los huesos, y al segundo siguiente tenía la superficie reluciente de un cañón a rebosar de ethernano vibrando frente a sus narices.

—Joder —alcanzó a maldecir, antes de cubrirse al completo de rayos en un intento de amortiguar el impacto. Las descargas no solían hacerle efecto, ya que se trataba en su mayor parte de electricidad, pero un disparo tan a quemarropa lo aturdiría incluso a él y no podía arriesgarse.

Y luego, un agudo dolor en el brazo le hizo ver las estrellas. Su defensa cayó como un espejo resquebrajado, y con la mano temblando, se aferró a su brazo izquierdo. La sangre le manchó los dedos y un tufillo a carne quemada le acarició la nariz. El malnacido le había disparado con una bala real y ardiendo.

—Desgraciado —siseó entre dientes, lleno de dolor y rabia.

END se encogió de hombros y retrocedió varios pasos para crear distancia entre ellos. Laxus odió no poder verle la cara en esos momentos.

—No puedo dejarte ganar tan fácil —le escuchó decir, y él gruñó enfadado. ¿Quería jugar duro? Bien. Acto seguido, lanzó otra oleada de rayos que se liberó por todo el estadio como una auténtica tormenta eléctrica.

Escuchó a Evergreen gritar que tuviera cuidado, y a Bickslow exigiéndole a Freed que creara algún encantamiento como en el combate anterior para que la electricidad no les alcanzara. Pero Freed había perdido su espada, y sin ella, como mago, no podía canalizar su poder en condiciones, por lo que los rayos seguían llegando, uno tras otro y sin piedad, persiguiendo a END con furia y dispersándose por todas partes.

El aire crepitaba y retumbaba, y un dron cayó al suelo chamuscado y con la placa electrónica fundida por la descarga. END, en la arena, corría de un lado a otro maldiciendo entre dientes a toda la familia de Laxus y a su estúpida magia. Su sentido del peligro estaba disparado, y sus oídos zumbaban por culpa de los truenos que acompañaban a esa lluvia incesante de rayos. No había porción de tierra que no estuviese calcinada, y supo que era cuestión de tiempo que alguno de los rayos consiguiera impactar en él.

Su espalda chocó entonces con la de Brandish, encontrándose en medio de toda aquella locura y recordándoles a ambos que no estaban solos. Se le ocurrió una idea, aunque supo que se arrepentiría de ella al segundo siguiente. Aun así, gritó por encima del estruendo:

—¡Amplifica todo lo que puedas!

—¡¿Qué?!

O no le había entendido o no le había escuchado, pero no había tiempo para explicaciones largas. Los rayos se acercaban cada vez más, cercándolos, menos caóticos y más precisos. Laxus se les acercaba por la izquierda, cubierto por electricidad.

—¡Apóyame! —pidió, y prendió sus puños en fuego.

Las llamas crepitaron en sus palmas, quemando las vendas que había bajo sus guantes y derritiendo y evaporando la pomada que cubría sus quemaduras. Los guantes resistieron por ser ignífugos, pero END sabía que por debajo de ellos, su piel era un auténtico desastre. Hizo el pensamiento a un lado, rezó para que la anestesia que le había insensibilizado los brazos hiciera su trabajo y dejó que su magia fluyera libre.

Laxus, ante la repentina ola de fuego, retrocedió de un salto y aumentó la cantidad de rayos que desprendía su cuerpo. Los dirigió a toda velocidad hacia sus oponentes, pero Brandish había captado por fin qué se esperaba que hiciera y, de un momento a otro, su magia alimentó la de END. La ola de llamas se convirtió en un tornado.



Arriba, en las gradas, murmullos de asombro rodearon a Lucy y compañía en cuanto el poder del famoso END inundó la arena. Pese a la cúpula que los protegía de ataques perdidos, el calor aumentó de pronto y mirar las llamas se volvió doloroso. Nunca antes había visto un ataque semejante; los Rangos S eran definitivamente otra cosa.

—¿Cómo te defiendes de eso? —murmuró, contemplando el movimiento de las llamas abstraída.

Un auténtico incendio se había desatado ahí abajo, rodeando a los combatientes con peligrosas paredes de fuego. Ni siquiera su autor parecía ser capaz de controlar tal cantidad de magia, y en esos momentos volvía a estar envuelto en una abrumadora pelea cuerpo a cuerpo con Laxus. De vez en cuando, rayos impactaban con el suelo, destrozando todavía más la arena.

—No puedes. —La respuesta de Erik le llegó tardía, y cuando lo miró de reojo vio que su compañero no perdía detalle alguno de lo que sucedía con el combate—. En situaciones así lo último que puedes hacer es quedarte quieto. No te queda más remedio que pelear y confiar en vencer a tu oponente antes de que él te venza a ti. O mueres.

Era una declaración radical, sacada de alguna manera de recuerdos pasados demasiado turbios y peligrosos para que Lucy quisiera ahondar en ellos. Sintió que un escalofrío le recorría la espalda, y para evitar seguir preguntando, volvió su mirada al frente. Justo en ese momento, END fue lanzado contra una pared.





Natsu sintió que su realidad daba vueltas. El golpe que se había llevado en la cabeza había sido demasiado fuerte, y por varios segundos su visión se vio pintada de manchas negras que emborronaban todo.

Cayó al suelo con torpeza, despegándose de la pared con un gruñido de dolor que le revolvió la bilis que había subido hasta su garganta. Bajándose la bufanda por un segundo, escupió la saliva cenicienta que se le había acumulado en la boca, al suelo, y se palpó con cuidado la nuca por debajo de la capucha. No encontró herida ni sangre, pero el cráneo le palpitó con fuerza. El fuego crepitaba por los alrededores, y en las cercanías un dron merodeaba, secundado por las marionetas de Bickslow. Insultó al mago con rencor.

Había sido tomado por sorpresa, en medio de su combate con Laxus, y no pudo defenderse a tiempo y mucho menos evitar que lo estamparan contra un muro como si fuese una muñeca de trapo. Volvió a subirse la bufanda sobre la nariz y contempló las marionetas con odio.

—Os voy a convertir en carbón —gruñó, y como no había suficiente fuego ya, sus puños volvieron a ser envueltos por llamas y, con cuidado, se puso en pie.

Las náuseas le enturbiaron el cerebro por un instante y las manos le hormigueaban de forma desagradable, un dolor sordo amortiguado por la anestesia que Grandeeney le había inyectado en ambos brazos, aunque sentía que ya se estaba diluyendo. Al fin y al cabo, solo podía administrarle una cantidad mínima, o corría el riesgo de no poder mover los brazos en absoluto.

Se sacudió de sus pensamientos a la fuerza, pues Bickslow se acercaba a su posición con una sonrisa siniestra. Obviamente, estaba orgulloso de haber estampado al famoso END contra una pared.

Un rápido vistazo a las pantallas le mostró que Brandish le estaba haciendo frente a Laxus y a Freed. El segundo luchando a puño descubierto, con una daga asomando entre sus dedos, ahora que su espada había desaparecido. A Evergreen no se la veía por ninguna parte, pero no pudo descubrir su posición porque, de pronto, se vio obligado a esquivar otro ataque de esas dichosas marionetas.

—¿De verdad tienes tiempo para pensar en otra cosa, END? —se burló Bickslow, lanzándose a atacar él mismo mientras sus títeres lo respaldaban.

Natsu mantuvo el ritmo a duras penas, todavía aturdido por la conmoción cerebral, y supo que como mago no tendría ninguna oportunidad. El fuego parpadeó en sus dedos, tentativo, y él se sumergió en los instintos entrenados de exterminador una vez más, desconectando de la realidad y enfocándose únicamente en luchar.

Esquivó una marioneta, evitó un puñetazo de Bickslow, y apartó a otro títere de un puñetazo llameante. Impulsó el fuego, y la madera ardió como paja seca. Sintió que otra se acercaba por detrás, y lanzó otra llamarada que le quemó el antebrazo y calcinó la muñeca. Ignorando la punzada de dolor, giró sobre sus talones, sacó una de sus pistolas, e incrustó dos balas en otra marioneta. Con esa iban tres, y si no había contado mal, quedaban otras cinco.

En ese momento Bickslow surgió a su derecha, con una expresión de rabia por haber destrozado sus títeres.

—Hijo de... —Antes de que pudiera acabar el insulto, lo calló con una descarga de ethernano en el pecho y una patada que le destrozó una rodilla.

—A mi madre ni la nombres, imbécil —siseó. Lo observó caer, impasible, y le regaló un segundo disparo de ethernano en la otra rodilla para evitar que se levantara—. Quédate ahí un rato.

Se dispuso a alejarse, pero justo entonces las cinco marionetas restantes hicieron acto de presencia, zigzagueando en el aire y atacando sin piedad. En las alturas, las alas de Evergreen relucieron por las llamas que seguían ardiendo dispersas en la arena, y END maldijo su suerte.

Aun así, no dudó en volver a invocar su fuego y se llevó por delante a las dos marionetas que más se habían atrevido a acercarse a él. Alimentando el cañón de la pistola con su magia, disparó a Evergreen con rapidez. Su irritación aumentó al ver cómo esquivaba en el aire, y no pudo evitar murmurar para sí:

—Tener alas debería ser ilegal.

Dicho esto, se lanzó hacia un lado cuando Evergreen dirigió un ataque hacia él y esquivó a un furioso y caído Bickslow para evitar tropezar con sus inútiles piernas.

Aprovechó los restos del incendio que había provocado antes para esconderse, demasiado acostumbrado al calor del fuego y el ardor de las llamas como para temer acercarse a ellas más de lo que era prudente. Aun así, el calor hizo que comenzara a sudar, y los restos calcinados de sus vendas dentro de los guantes se volvieron insoportables. Se los quitó de un tirón molesto y los lanzó al suelo, dejando a la vista el patrón desagradable de sus cicatrices y quemaduras.

Evergreen, quien lo había seguido sobrevolando las llamas, compuso una mueca y controló una arcada.

—Joder, que asco —la escuchó murmurar.

END, pistola zumbando cargada en mano, le gruñó con desprecio.

—Pues no mires. —Y le disparó una bala cubierta por fuego que le destrozó una de las alas.

No se sintió culpable por disfrutar verla caer y estrellarse contra el suelo, demasiado cerca del fuego. Las llamas a su alrededor se agitaron por la corriente provocada, y una de sus piernas fue lamida por el fuego. Evergreen gritó, retrocediendo a duras penas, y END escondió una mueca de simpatía. Conocía ese dolor demasiado bien.

Las tres últimas marionetas de Bickslow se abalanzaron entonces sobre él, furiosas, obligándolo a concentrarse de nuevo en la batalla y a olvidarse de cualquier otro tipo de pensamiento. Retrocedió a base de saltos, alejándose de Evergreen por si acaso y sacando la segunda pistola de su funda.

Persiguió a los títeres a base de disparos que se perdían en el aire, de pronto demasiado rápidos y esquivos como para poder darles de una sola vez. Sopesó la teoría de que, ahora que eran menos cantidad, controlarlos era más sencillo y preciso, pero no le interesó tanto como para ahondar en el tema por más tiempo. En cambio, volvió a sus propias armas, disparando de forma aleatoria y errática para confundir. Lo hizo de forma paciente, recargando una y otra vez sin descanso, hasta que, en el momento justo, dejó caer una pistola y, en su lugar, lanzó una llamarada que se llevó por delante a dos de un solo impacto. Quedaba uno.

Sonrió, satisfecho, cuando escuchó a Bickslow maldecir en la distancia, y por poco se perdió la escurridiza presencia de Freed. Salió de la nada, abriéndose paso entre las llamas con runas moradas reluciendo en su cuerpo y una daga traicionera afianzada en su mano. Detuvo su brazo a duras penas y por instinto, forcejeando con fuerza en una postura incómoda que amenazaba con romper su equilibrio en cualquier momento.

Con una mueca por el esfuerzo, Freed consiguió pasarse la daga de una mano a otra, y la punta del arma arañó de forma peligrosa una de las cuatro estrellas que le adornaban el pecho. Por acto reflejo, END invocó su fuego, y Freed retrocedió con un grito ahogado y una muñeca quemada.

Gimió, lleno de dolor, pero END no pudo preocuparse por él porque la última marioneta de Bickslow le salió entonces al paso y le golpeó la cabeza con toda la rabia de su dueño. El mundo dio vueltas, cayó al suelo y rodó por la tierra, atravesando un foco del incendio demasiado rápido como para que pudiera incluso quemarse.

Se detuvo al chocar contra algo y el mareo le provocó náuseas y ganas de vomitar. Aturdido, y con la bilis y las cenizas de nuevo invadiendo su boca, se incorporó como pudo, siseando de dolor cuando la tierra se le incrustó en las manos quemadas. Se puso de rodillas, demasiado mareado para ponerse en pie de una sola vez, y se quedó ahí un segundo, respirando agitado y concentrado en que el mundo dejara de girar sobre sí mismo.

De pronto, escuchó a Bickslow farfullar:

—¿Qué mierda...? —Sonaba perplejo, como si estuviera viendo una alucinación—. ¡¿Eres el Dragneel fracasado?!

Solo entonces se dio cuenta: la capucha se le había caído.



Lisanna se atragantó con el agua que estaba bebiendo y Lucy casi se pone en pie por la inercia de la sorpresa. Ambas, perplejas al igual que todos los demás, contemplaron de hito en hito ese pelo rosa inconfundible que de pronto había quedado a la vista. Ahí, en las pantallas, en medio de una arena incendiada y carbonizada, con tres estudiantes de último curso malheridos a su alrededor y un uniforme negro con una línea dorada en el pecho, se encontraba Natsu Dragneel.

El uniforme de exterminador de pronto dejó de tener sentido, así como todo lo que había ocurrido hasta el momento en el transcurso del combate. Simplemente, no se podía asociar todo aquello con él; con el mago repetidor de primer curso, con el hermano pequeño de Zeref Dragneel con el que apenas se hablaba y el que colapsaba con el mínimo esfuerzo y que se había desmayado dos veces en dos Torneos.

Natsu Dragneel no podía ser END.

—¿Qué está pasando? —farfulló Lisanna cuando consiguió recobrar el aliento.

Lucy no supo contestar, lo que de alguna manera confirmaba que no, no estaba alucinando. Entonces, Erik ladró una risa encantada y se reclinó en el respaldo con una sonrisa satisfecha y retorcida.

—Apuesto lo que quieras a que ahora mismo está furioso.

Tanto Lisanna como Lucy lo contemplaron de reojo, con los murmullos confusos e incrédulos de los demás rodeándolos y adquiriendo tonos cada vez más altos. Algunos sonaban hasta indignados. Pero no Erik. Su compañero, de hecho, parecía estar viendo el mejor espectáculo de todos los tiempos.

—¿Lo sabías? —preguntó Lisanna.

Erik le lanzó una mirada obvia y Lucy comprendió todo de pronto. Ese era el secreto de Natsu. Por eso conocía a tantas personas importantes, por eso su habilidad en batalla era tan buena. Natsu Dragneel era END, y en esos momentos, por algún motivo, en vez de estar preocupado por que su secreto se hubiese descubierto, discutía con su compañera.

—¡Maldita sea, Brandish! —Su conversación se transmitía por todo el estadio gracias a los drones, todos ellos enfocando su rostro para que su identidad quedara bien a la vista de todo el mundo. Se le veía molesto, poco o nada cohibido por toda la atención que estaba recibiendo, y fulminaba a su compañera con la mirada—. ¡Pensé que Freed era cosa tuya!

Brandish, quien no se veía sorprendida en absoluto por el repentino hallazgo, retrocedió varios pasos y se ajustó los pliegues polvorientos de la chaqueta sin perder la calma. Había sido ella con quien había chocado Natsu al ser golpeado, y ninguno de los dos parecía especialmente contento por eso.

—Estaba ocupada —replicó ella, impasible y poco culpable—. Además, ¿no querías desvelarte? Pues ahí lo tienes.

—¡Pero no así, joder! —Frustrado, se pasó los dedos quemados y cenicientos por el pelo, y compuso una mueca que expresaba su cabreo de forma gráfica.

Brandish, una vez más, no se inmutó. En su lugar, se llevó una mano a la cadera y alzó una ceja en su dirección. Los dos ignoraban olímpicamente a los drones que los grababan de cerca.

—¿Entonces cómo? —quiso saber, y su voz sonó redundante.

Pero Natsu se mantuvo en silencio, gruñendo maldiciones para sí mismo y sin ninguna respuesta clara disponible para dar. Se negó a reconocer que todavía no había decidido cómo iba a revelar su identidad, pero definitivamente no así, de la nada y mucho menos sin estar él mismo listo para ello.

Sentía las miradas de todo el estadio puestas en su rostro, y aunque la cúpula que retenía el ethernano dentro de la arena amortiguaba también los ruidos de fuera, podía imaginarse a la perfección la clase de comentarios que estaba levantando su mera identidad, así como la incredulidad de que todo fuera cierto. Ahora no solo dudaban de que no fuese todo una tomadura de pelo, sino que sentía que comenzaban a dudar hasta de la capacidad del propio END. Casi podía intuir las acusaciones: si todo había sido un montaje, ¿quién aseguraba que los datos que había de él como exterminador no fuesen también una farsa? U, opción dos: el verdadero END ni siquiera se había molestado en aparecer, como siempre, y Natsu había tomado su lugar por capricho. Aquello estaba siendo un desastre.

A un par de metros de ellos, Freed ayudaba a Evergreen a ponerse en pie. Bickslow, a pocos pasos de distancia e incapaz de levantarse todavía, compuso una mueca desdeñosa:

—¿Tanta hambre de fama tenías que hasta has suplantado a otra persona? —se burló, como si no hubiese sido él el que le había eliminado sus títeres, destrozado una rodilla y paralizado de forma temporal la otra—. No sé qué pretendes conseguir, pero esto te viene grande, chico.

Le hablaba como un adulto podría hablarle a un niño de cinco años travieso y desobediente. Natsu, aún arrodillado en el suelo, rechinó los dientes. Estaba tan cabreado, y quería insultarlo de tantas formas diferentes, que no podía decidirse por ninguna.

Brandish, detrás de él, chasqueó la lengua con irritación.

—Y tú estás siendo un hipócrita —espetó por él, contemplándolo como si no fuese mejor que una cucaracha. Por primera vez desde que había comenzado el combate, su voz se tiñó de algo más que la apatía y la pereza—. Literalmente os ha hecho morder el polvo a todos vosotros hace menos de dos minutos. ¿Y queréis ser Rangos S? Pues no sé como, si no sois capaces de daros cuenta de cuándo os han superado.

Bickslow enrojeció hasta el nacimiento del pelo de pura rabia y, por un momento, pareció que iba a ponerse en pie al segundo siguiente. Cuando recordó que sus rodillas se habían vuelto inútiles, su ira solo aumentó.

—Es un repetidor inútil, eso es lo que es —gruñó despectivo, y miró a Natsu con un odio nacido de la vergüenza de ser humillado en público—. Toda la maldita Academia lo sabe. Desventajas de que su hermano sea conocido por todo el mundo.

Brandish se burló.

—Comparados con Zeref todos somos inútiles, gilipollas.

Muy bien. Si antes Natsu no estaba viendo alucinaciones por el hecho de que Brandish le estuviese defendiendo con tanto ímpetu, ahora sí que lo estaba haciendo. Conocía a la chica casi la misma cantidad de años que Dimaria, al fin y al cabo, eran mejores amigas. Sin embargo, también sabía que, para la apodada Randi, no había nada más tedioso y problemático que las discusiones ajenas, ser el centro de atención y el despertarse temprano. Y aun así ahí estaba: intercediendo por él en lo que podría ser el momento más complicado de toda su existencia. Todavía incrédulo, hizo nota mental de comprarle una cantidad industrial de chocolate y el peluche más esponjoso que encontrara como agradecimiento.

Justo entonces, un rayo cayó sin previo aviso en medio de todos, cegándolos y chamuscándoles el pelo. Natsu se apartó trastabillando, tomado por sorpresa al completo, y contempló al autor del sorpresivo ataque de hito en hito.

—¡¿Laxus, qué demonios?! —exclamó, de pronto con todo el cuerpo tenso y de nuevo listo para el ataque. Todos los nervios se le habían crispado al unísono.

Su compañeros de equipo también protestaron por la repentina interrupción, pero el aludido los ignoró a todos.

—Menos hablar y más combatir —espetó, con el ceño fruncido por el disgusto y sus dedos soltando chispas cada pocos segundos. Con un par de grandes y decididas zancadas, se colocó entre ambos grupos, intimidante y rodeado por rayos—. El reloj sigue corriendo y no pienso irme de aquí sin el Rango S. Así que céntrate, Dragneel, y haz tu puñetero trabajo. —Se volvió entonces hacia su equipo y los fulminó con la mirada, especialmente a Bickslow—. Y vosotros también, idiotas. No hemos llegado hasta aquí para perder el tiempo discutiendo.

Su decepción era evidente, y su ira se sentía en el aire como la estática que precede a una tormenta eléctrica de verano. Natsu lo observó con cautela, intentando averiguar qué le pasaba por la cabeza en realidad. Cuando Laxus se dio cuenta de que no se movía, se giró hacia él una vez más y alzó una ceja, desafiante e impertinente. En respuesta, Natsu puso los ojos en blanco.

—Contigo uno ya no puede tener ni una crisis de identidad —suspiró, poniéndose en pie por fin y sacudiéndose el polvo de las rodillas.

Laxus lo observó cruzándose de brazos, poco sorprendido.

—Tienes una apuesta que pagar —le recordó—, así que no seas cobarde y pelea.

Natsu, por segunda vez, rodó los ojos y resopló, pidiendo paciencia para sí mismo entre dientes. En la pantalla, impasible, el temporizador seguía avanzando, mostrando en números rojos que quedaban menos de cinco minutos para que el combate llegara a su fin. Comprendió entonces la urgencia de Laxus, aunque se tomó un segundo de licencia para ser él el que le lanzara una mirada de desprecio a Bickslow esta vez. Después, sin avisar, dejó libre una llamarada que quemó no solo su antebrazo, sino también buena parte del suelo.

Escuchó al sorprendido equipo de Laxus maldecirlo entre gritos, pero pronto estos quedaron ahogados por una cascada de rayos que cortó las llamas con un muro de pura electricidad. Los drones revolotearon nerviosos, intentando escapar de las descargas que los dejaría fritos, y Natsu se hizo con sus dos pistolas, que comenzaron a zumbar al instante, cargándose.

—¡Brandish! —pidió, a lo que la aludida chasqueó la lengua.

—No me des órdenes —protestó, de regreso a su apatía crónica. Aun así, pateó los restos de una de las marionetas de Bickslow y los lanzó hacia su oponente. A mitad de trayecto, las piezas sueltas triplicaron su tamaño y se convirtieron en auténticos proyectiles mortales que se dirigieron hacia Freed y Evergreen a toda velocidad.

Al mismo tiempo, Natsu se abría paso entre los rayos en un intento de llegar hasta Laxus. Disparó en su dirección, alternando balas y ethernano para que no supiera de qué defenderse aún a costa de vaciar los cargadores. Cuando consideró que ya se encontraba lo suficientemente cerca, guardó una de ellas y en su lugar el fuego volvió a quemar su piel.

La anestesia ya había perdido su efecto, pero ignoró las punzadas de dolor a favor de la ira que lo envolvía. Se sentía subestimado, despreciado y ridiculizado. ¿Para qué se había esforzado tanto, entonces? ¿Para que nadie le creyera llegado el momento? ¿Para que lo cuestionaran? ¿Tan difícil era no juzgar? ¿Tan complicado era tener un mínimo de empatía? ¿De humanidad? ¿Tanto estaba pidiendo?

Furioso con el mundo, y también consigo mismo por esperar algo de unos desconocidos, lanzó una secuencia de golpes que Laxus bloqueó con la misma destreza que la suya. Fuego y rayos se enfrentaron y mezclaron, quemando y paralizando a partes iguales. Natsu ignoró ambos. En su vida había conocido dolores peores.

Decidido, propinó un golpe certero con la culata de la pistola bajo las costillas, en pleno diafragma. Escuchó a Laxus jadear, y recibió como represalia una descarga que le sacudió los nervios y le bloqueó los músculos. Pero su oponente había calculado mal, olvidándose de que estaban tan juntos que la electricidad los pegaría el uno al otro.

Cuando Natsu cayó, arrastró a Laxus consigo. Forcejearon en el suelo con rabia, acercándose de forma peligrosa a los focos del incendio que aún ardían desperdigados por la arena. El calor de las llamas les lamió la cara, pero Natsu decidió que era más importante propinarle un codazo recubierto por fuego en la mandíbula que apartarse.

Laxus ahogó un grito de dolor cuando atravesaron las llamas, pero la adrenalina le dio fuerzas suficientes para enganchar las piernas alrededor de su torso y retorcerse hasta lograr inmovilizarlo en el suelo boca abajo. La pistola que no tenía guardada salió volando, y Natsu sintió la dolorosa presión de una rodilla hundiéndose en su espalda y aplastándole los pulmones.

Gruñó, y la tierra convertida en carbón y el polvo se le metió en la boca y en los ojos. Se sacudió, intentando liberarse, pero Laxus pesaba mucho más que él y lo tenía bien inmovilizado. Por si fuera poco, el roce contínuo hacía que las quemaduras ardieran el doble.

—Harías bien en quedarte quieto —le aconsejó Laxus, agachándose lo suficiente para que su boca le rozara el oído. El movimiento causó que más presión aplastara su columna y costillas. Natsu se atragantó con una tos.

—Vete a la mierda, Chispitas —siseó, jadeando y luchando contra la falsa sensación de estar ahogándose. Se obligó a sí mismo a oler la menta del ethernano para no entrar en pánico, pero solo conseguía centrarse en el humo procedente del fuego y en sabor de las cenizas que flotaban en el aire.

Intentó una vez más levantarse, alcanzar la pistola que aguardaba impaciente en su funda, cualquier cosa. Incluso encendió sus brazos en llamas, pero Laxus las ahogó electrocutándole los brazos con un breve pero potente chispazo. Un hormigueo desagradable subió hasta sus hombros, se acumuló en su nuca y descendió por su espalda. Jadeó, aturdido, y apenas registró la mano que rebuscaba sobre su abrigo.

—Esta te la cobraré con intereses —farfulló, mareado. En su olfato se mezclaban el olor de la menta, el humo y el ozono con tanta intensidad que quería vomitar. La cabeza le daba vueltas por la descarga y la sensación de ahogo aún no desaparecía.

—Me parece justo —le escuchó decir, al mismo tiempo que sentía que le arrancaban del pecho una de las tan codiciadas estrellas. Por algún motivo, la derrota le supo dulce y reconfortante.

Habiendo obtenido lo que buscaba, Laxus se incorporó y lo dejó libre, por fin. Se hizo a un lado con cuidado y permitió que Natsu se levantara, tembloroso y torpe. Sus músculos temblaban y hormigueaban, pero sus pulmones por fin podían expandirse con libertad y eso era lo único que importaba. Tosió, y no tuvo fuerzas más que para sentarse de forma descuidada en el suelo. Gruesas gotas de sudor le recorrían la frente, y sus brazos volvían a ser un cuadro ceniciento y carbonizado.

—Jodida electricidad —gruñó para sí, exhausto, y Laxus, a su lado, se rió entre dientes.

La estrella descansaba inocente en su palma abierta y ninguno de los dos tenía ganas de seguir peleando. Por ese día ya habían luchado lo suficiente; ambos estaban agotados y hechos un asco. Por encima de sus cabezas, el temporizador llegó a cero y la alarma sacudió la arena.

—¿Sabes? —murmuró Laxus entonces, mientras contemplaba con una expresión vacía cómo Brandish dejaba de hacer polvo a sus compañeros de equipo ante el aviso de que el combate había acabado. Él era el único de su equipo que había conseguido alzarse con la victoria—. Me acabo de dar cuenta de que no hemos hecho ninguna incursión juntos hasta ahora.

Natsu, todavía demasiado mareado como para moverse, y demasiado cansado como para siquiera intentarlo, se rió entre dientes y alzó la vista hacia el cielo despejado que se veía a través del cristal de la cúpula. El atardecer teñía todo en colores ocres y violetas y, por algún motivo, pensó en que la primera vez que había salido del hospital, en una silla de ruedas empujada por su hermano, el cielo también había tenido ese color. Solo habían pasado cuatro años desde entonces, pero se sentía como toda una eternidad.

—Bueno —suspiró, sin energía y con la voz ronca, y lo miró de reojo. Una sonrisa cansada torció sus labios—. Ahora eres un Rango S. Ingresaremos en Eclipse las veces que hagan falta.

Ahora fue Laxus el que ahogó una risa. Asintió y, con movimientos rígidos por las heridas y el cansancio, se puso en pie y le tendió la mano. Era la que seguía sosteniendo la estrella, y Natsu se la quedó contemplando un largo segundo antes de aceptar el gesto y permitir que lo ayudara. Las aristas del broche se clavaron en ambas manos por igual, pero ninguno se apartó.




Cuarenta y cinco minutos después, con la arena todavía destrozada pero con el fuego apagado y una plataforma ocupando el centro de su extensión, todos los equipos vencedores de cada Combate de Rangos se hallaban colocados en fila, firmes y orgullosos, mientras el propio Zeref les colocaba a cada uno el nuevo Rango bajo el escudo del pecho.

La ceremonia se realizaba frente a todos los espectadores como cierre del Torneo, con el director, los profesores y todos los Rangos S como testigos. Mato, en un lateral, comentaba los logros de cada equipo y su desempeño en el Torneo mientras en las pantallas se reproducía tanto lo que sucedía en el podio como las grabaciones de los combates que los habían llevado hasta ahí.

Como siempre, el orden era de menor a mayor Rango, por lo que el equipo de Natsu fue el primero en tener a Zeref cara a cara. El Presidente les sonrió a los cuatro por igual, y llamó a cada miembro por su nombre para que diera un paso al frente. Lucy, Lisanna, Erik. Uno a uno recibieron su segunda estrella oficial, y los aplausos nunca dejaron de escucharse. Sin embargo, cuando llegó el turno de Natsu —vestido de blanco una vez más—, Zeref se mantuvo callado, intercambió una mirada ilegible con su hermano y, para sorpresa de todos, pasó de largo y se dirigió al equipo siguiente.

Los murmullos confusos no tardaron en alzarse, y de nuevo, Natsu Dragneel volvía a ser el centro de atención de gran parte de los presentes. Los que se encontraban a su lado lo observaron de reojo, pero ninguno se atrevió a romper filas. Natsu, a su vez, mantuvo sus expresiones a raya, prefiriendo observar a uno de los drones que los grababa que escuchar a Zeref felicitar a los demás. Desconocía las intenciones de su hermano, y su gesto cuando lo miró por aquel instante le dijo más bien poco, aunque tenía la corazonada de que le pedía que confiara en él.

Era complicado ignorar a todos, y mantenerse inmóvil se estaba convirtiendo en una tortura. Divisó de reojo a Dimaria, a Wahl y a Mavis, pero ya estaba siendo suficiente espectáculo por sí mismo como para complicar aún más las cosas.

El anochecer se suspendía sobre sus cabezas, con el brillo de las estrellas siendo ahogado por el intenso resplandor de los potentes focos que los iluminaban a todos. Aquel había sido un día lleno de combates, de una prueba tras otra y de emociones inagotables. Había pasado por la enfermería cuatro veces, demasiadas para una sola jornada, y, sinceramente, estaba exhausto. De todo.

Después de tanto tiempo se había cansado de sentir siempre dolor, de andar con pies de plomo en sus relaciones y de estar escondiéndose a todas horas. Por cuatro años había llevado una doble vida que solo disfrutaba a ratos, en momentos puntuales en los que sus seres queridos conseguían que olvidara todas las desagradables circunstancias de su vida. Ese era un tiempo más que suficiente.

¿Por qué él, por qué nadie, tendría que vivir una vida que no disfrutaba? ¿Que lo ahogaba en todos los sentidos de la palabra? El mundo lo asfixiaba, lo reprimía y lo encerraba con prejuicios crueles que pasaban de boca en boca y que nadie se dignaba en cuestionar.

Se burlaban de Natsu Dragneel, pero temían a END.

Desconsideraban el uniforme blanco del mago, pero respetaban el negro del exterminador.

Y cuando ambos se juntaban en una sola identidad, ¿qué hacer?, ¿cómo actuar?

Las personas que lo rodeaban y observaban todo no parecían tener la respuesta a esas preguntas. Y a decir verdad, Natsu tampoco. Se encontraba perdido, desnudo y expuesto en esa nueva realidad en la que ya no tenía nada que esconder. Sentía que bajo sus pies se abría un precipicio sin fondo en el que caería en cualquier momento. Solo necesitaba un pequeño empujón, y perdería todo.

—Natsu Dragneel.

Su nombre resonó en sus oídos como un idioma extraño y en eco, y necesitó de varios segundos para conseguir volver al presente. Frente a él se encontraba Zeref una vez más y el estadio había enmudecido al completo.

—Natsu Dragneel —repitió Zeref—. Un paso al frente.

Obedeció sin ser consciente, perdido en la mirada oscura de su hermano, en su calma. El borde del precipicio retrocedió en silencio, acobardado por la presencia inamovible de Zeref. El Mago Oscuro sonrió, no cordial, sino cálido, sincero. Orgulloso.

—Como Presidente Estudiantil —comenzó, acercándose con una estrella dorada en la mano y la picardía brillando en sus ojos—, en nombre de la Academia y por haber ganado en el Combate de Rangos, te otorgo el Rango D como mago de esta institución. Mi más sincera enhorabuena, Natsu Dragneel.

Con cuidado, a medida que recitaba el mismo discurso que les había dicho a todos los demás, le abrochó la segunda estrella al pecho. Sin motivo, le recolocó también las solapas de la chaqueta, le alisó un par de arrugas y retiró el polvo que seguía adherido a las costuras del escudo. Su mano se detuvo sobre el relieve metálico de la insignia, y Natsu lo contempló confundido.

Sobre sus cabezas, en las pantallas, las escenas de sus combates como mago durante el Torneo parpadearon varias veces para, de un segundo a otro, sustituirse por las grabaciones de sus ataques contra Laxus, Freed, Evergreen y Bickslow. Se le vio disparar con una puntería envidiable, pelear cuerpo a cuerpo con fiereza y velocidad, y convocar el fuego como el amo y señor del incendio que había estado ardiendo hasta hacía poco.

Eran imágenes que no dejaban lugar a dudas, que declaraban su fuerza y animaban a que alguien se atreviera a cuestionarlas cuando todos habían sido testigos de ello.

Y, entonces, las pantallas dejaron de emitir los contornos de la arena para enseñar bosque, montañas en el horizonte y un valle en el que se sucedían múltiples batallas al mismo tiempo. Había monstruos, demonios, y cuatro Rangos S inconfundibles luchando contra ellos. Todos contuvieron el aliento, y Natsu jadeó al reconocer el lugar que se les estaba mostrando. Todos lo hacían; habían corrido rumores y noticias sobre ello durante meses.

Sin palabras, Natsu contempló a su hermano. Quería preguntarle qué pretendía, qué estaba pasando; exigirle respuestas. Pero solo pudo farfullar su nombre antes de que Zeref lo interrumpiera diciendo:

—Natsu Dragneel —repitió por tercera vez, más alto y claro que nunca. Su mano nunca se alejó de su pecho y Natsu no tenía dudas de que podía sentir el latido cada vez más acelerado de su corazón—. END —añadió con reverencia, con respeto, y golpeó el escudo en una secuencia concreta que solo unos pocos conocían.

Poco a poco, frente a los ojos de todos, el blanco pasó a ser negro y las dos estrellas se fundieron en una línea dorada que relució orgullosa. En las pantallas, el plano cambió, subió hasta el cielo y enfocó un cubo gigante del que caían escombros. Se vio cómo una explosión desmoronaba uno de los laterales, y una oleada de fuego se expandió entre las nubes.

Mientras tanto, Zeref seguía hablando:

—Como Presidente Estudiantil, como representante de esta Academia, como ingeniero de Central, como exterminador Rango S. —Hizo una pausa donde lo miró a los ojos. Negro y verde se encontraron, más cerca que nunca en cuatro años y donde solo había cariño y orgullo. Por algún motivo que no supo comprender, sintió entonces que se le llenaban los ojos de lágrimas y Zeref añadió—: Y también como tu hermano, te doy las gracias en nombre de todos por habernos salvado, por habernos traído de vuelta a los que quedamos atrapados en Eclipse y por haber sido uno de los exterminadores que puso fin a la Ruptura de Grado 6 que casi acaba con todos nosotros.

Como acompañante a su declaración, como sentencia y punto y final a todos los ojos desconfiados que seguían dudando de él, en las pantallas él y Mard-Geer luchaban en el aire. Espinas, fuego y sangre se enredaban con furia mientras caían en picado hacia el suelo. Todos vieron cómo nuevas enredaderas frenaban un aterrizaje mortal, y cómo segundos después una batalla despiadada daba comienzo.

Natsu nunca se había parado a pensar en cómo se había visto su combate desde fuera, y la verdad era que recordaba más bien poco del mismo. De ese momento solo le venían fogonazos de dolor, rabia, desesperación y el recuerdo distante de una adrenalina cruda que ensordecía todo. No había pensado mientras hundía puño tras puño en el rostro de Mard-Geer, mientras lo quemaba hasta los huesos y lo destrozaba de la misma forma en la que él los había destrozado a todos ellos. Solo había pensado en ganar, en hacer que el otro no volviera a levantarse, o él y todos los demás morirían y jamás volverían a casa.

Ahora, viéndose a sí mismo luchar de forma despiadada, convertido en un remolino imparable de fuego y furia, le recorrió un escalofrío y se preguntó si de verdad el de las pantallas era él y no otro. Pero ese pelo rosa era inconfundible, al igual que las correas de las pistolas y las heridas de sus brazos. Y entonces, el disparo que le puso fin a todo resonó por los altavoces, aunque más fuerza tuvieron las palabras que consiguió captar el único dron que había sobrevivido ahí dentro.

El demonio le había preguntado quién era. Y esa versión pasada de sí mismo, malherido y al borde de la muerte, no había dudado ni un solo segundo en responder: END.

Entonces, Zeref lo abrazó con fuerza.

—Gracias, Natsu —declaró—, por no dejarnos morir, y por mantenerte con vida. —Entonces, en voz más baja, privada, añadió—: Te quiero, hermanito. Estoy orgulloso de lo lejos que has llegado.

Natsu no supo que estaba conteniendo el aliento hasta que no soltó un entrecortado suspiro que lo dejó sin fuerzas. Temblando, con unas lágrimas en los ojos que no sabía que necesitaba derramar, se aferró al abrigo de su hermano y ahogó un sollozo. Las caricias de Zeref a lo largo de su columna se convirtieron en el bálsamo de su alma desgarrada que durante tanto tiempo había necesitado.

Nadie decía nada, demasiado conmocionados por lo que acababan de ver como para ser capaces de reaccionar. Tampoco era que le importara en esos momentos. Decidió que el resto del mundo podía irse a la mierda. No necesitaba su opinión en absoluto.

Entonces, de la nada, un aplauso firme acabó con el silencio, seguido de otro, y otro más.

Natsu alzó la mirada por encima del hombro de su hermano a tiempo para ver a Mavis secundar el aplauso solitario de Dimaria. A ellas se unió Wahl, y Gildarts, y Silver. Ur. Invel. Irene. Brandish. Incluso el inesperado Mest y Makarov.

Todos se unieron al aplauso, y pronto, dubitativos, lo siguieron los demás. Porque si las figuras importantes de la Academia y Central aplaudían a Natsu Dragneel, ellos no podían ser menos. No podían rechazarlo cuando ellos lo reconocían.

Incrédulo, Natsu se separó de Zeref y se enjugó las lágrimas. Contempló la sonrisa de Dimaria como el remanso de paz que era en realidad, y el guiño travieso de Mavis fue la pista que necesitó para saber que ella era la responsable de esas grabaciones.

Una carcajada nerviosa surgió entonces de su garganta, temblorosa y rozando la histeria. Había tardado cuatro años en volver a hablar cara a cara con su hermano, tres en atreverse a hacer pública una relación que no tenía que haberse escondido en primer lugar y toda una vida en comprender que, en realidad, lo que dijera la gente sobre él podía irse por el desagüe.

No necesitaba el apoyo de ningún desconocido, y nunca tendría que haberlo buscado. Sus seres queridos, los que importaban de verdad, lo habían estado apoyando todo ese tiempo. Habían tirado de él hacia delante a todas horas, sosteniéndolo y levantándolo cuando caía y guiándolo cuando se encontraba perdido. Y, por supuesto, también habían sido ellos los que le habían demostrado la verdad.

Él era un mago que no era mago; un exterminador que era mucho más que eso.

Era una víctima de las circunstancias, de la enfermedad y el dolor, pero también era el dueño de sus habilidades, de su fuerza y de sus logros.

Era Salamander, pero también END.

Rango E —ahora D, todavía tenía que acostumbrarse a eso—, y también Rango S.

Aunque, en realidad, las etiquetas eran una soberana tontería y unos grilletes para su autoestima. ¿Qué más daba cómo lo llamara la gente? Él era él y punto, con su poder defectuoso, sus pulmones maltrechos y sus cicatrices. Dolían. ¿Y qué? Otras cosas dolían más, como no poder ver a un hermano por cuatro años, no poder hablar con sus amigos en público, o no poder disfrutar de la compañía de la persona de la que estaba enamorado cuando quisiera y en total libertad.

Y hablando de personas de las que uno se enamora...

—Hey. —Dimaria, con una sonrisa, subió a la plataforma y se detuvo frente a ambos hermanos con expresión divertida—. Menudo espectáculo habéis montado.

—Lo dice la que se puso a aplaudir —replicó Natsu, cayendo en su rutina con facilidad cómoda y practicada. De pronto, los nervios y la inseguridad desaparecieron sin dejar rastro.

Zeref, al ver que su hermano volvía a ser persona, decidió dejarlos a solas con una sonrisa cariñosa y Dimaria lo despidió con un asentimiento antes de añadir:

—Era necesario. Te mereces esto.

—En realidad —reconoció él, acercándose y rodeando su cintura con los brazos—, he descubierto que no me importa.

—¿Oh? ¿En serio? —Dimaria compuso un gesto interrogante, pero la diversión escondida en sus ojos dorados indicaba que intuía de qué estaba hablando. Siempre había sido capaz de leerlo como a un libro abierto, y esa vez no iba a ser menos.

—Muy en serio —aseguró. Le apartó el flequillo de la cara y la atrajo hacia él—. He sido un idiota.

El aliento de Dimaria le rozó los labios cuando se rió entre dientes antes de eliminar la poca distancia que los separaba.

—Dime algo que no sepa.

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