Capítulo 39
—Zeref-kun. —Mientras los demás Rangos S y el equipo de Laxus comenzaban a retirarse de la arena para que pudiese dar lugar el combate, Mavis se acercó con zancadas saltarinas y una sonrisa brillante. Extendió una mano, vacía, hacia él y compuso una expresión paciente—. Necesito un arma.
Zeref le dedicó una mirada en blanco, Dimaria soltó una carcajada que se escuchó en todo el estadio y END, en las cercanías, suspiró con resignación antes de dar un paso al frente y entregarle una de sus pistolas sin decir palabra y sin que nadie tuviera que pedírselo, cinturón y funda incluidos. La acción no pasó desapercibida por nadie, tal y como estaba siendo retransmitida por los drones, y los murmullos volvieron a cobrar vida. ¿De verdad acababa de ceder una de sus armas?
—La quiero de vuelta intacta —advirtió cuando Mavis, con una enorme sonrisa, aceptó la pistola.
La aludida puso los ojos en blanco y no tardó ni un solo instante en comenzar a toquetear y a inspeccionar el arma como si estuviera analizando un nuevo juguete.
—Por favor —resopló—. ¿Olvidas quién te calibra las pistolas, END-kun?
—Precisamente.
Mavis, como toda respuesta, le sacó la lengua. END, desde las profundidades de la capucha, suspiró y levantó una mano como si quisiera apretarse el puente de la nariz, pero la bajó a medio camino. En su lugar, se volvió hacia Dimaria, quien observaba el intercambio con una mirada divertida. Zeref tampoco se había pronunciado, y el equipo de Mira esperaba en la distancia a que sus dos oponentes terminaran de prepararse para poder empezar.
—Evita que haga alguna tontería, por favor —pidió, y no quedó muy claro si estaba más preocupado por la integridad de su pistola o por el bienestar de Mavis.
Dimaria se rió entre dientes pero asintió, y Zeref mantuvo la boca cerrada aunque no pudo evitar poner los ojos en blanco. Mavis, por su parte, compuso un puchero exagerado y se colgó del brazo de Dimaria sin previo aviso.
—¡Eso es grosero, END-kun! Mi cuñada y yo nos las arreglaremos a las mil maravillas. No necesito tu preocupación. Gracias por la pistola, y ahora vete. Vamos.
Lo ahuyentó con un movimiento despectivo de mano, sin percatarse de la bomba de información que acababa de soltar entre una frase y otra. A END los dedos se le crisparon, como si estuviera reteniendo las ganas de sacudirla. Zeref tomó eso como señal de que debía intervenir y se puso entre ambos con una expresión cuidadosamente serena. Consciente de que toda la conversación estaba llegando a oídos de todo el mundo, le hizo un gesto al escurridizo exterminador para que diera media vuelta.
—Dejemos que el combate comience —dijo, y se llevó a END de ahí casi a rastras. Le escuchó gruñir, irritado, y Zeref torció una pequeña sonrisa mientras se dirigían hacia la salida. No pudo evitar murmurar—: Me alegra que hayas venido.
La declaración tenía más de una intención, pero END no respondió a ninguna. Simplemente se encogió de hombros, introdujo las manos en los bolsillos, y enderezó la postura mientras atravesaban las puertas de cristal y Mato reaparecía para inaugurar el primer de los dos últimos combates del Torneo.
Atrás, en la arena, Mavis y Dimaria se colocaron a la misma altura, erguidas frente a un equipo de cuatro chicas que aspiraban a derrotarlas para alcanzar la cima. Mato les entregó las estrellas que debían engancharse en la chaqueta del uniforme bajo el escudo y Dimaria rotó los hombros para relajar los músculos para la batalla.
—Supongo que preferirás la larga distancia —comentó hacia su compañera en un murmullo bajo a la vez que desenvainaba su espada.
—Sí —confirmó Mavis, todavía trasteando con la pistola de END. Se había atado el cinturón a la cadera, y la funda vacía le colgaba a la derecha de una forma que, contra todo pronóstico, se veía natural en ella—. Seré la retaguardia. Te dejaré divertirte.
Le lanzó un guiño, cómplice, y aunque Dimaria no tenía ni idea de qué era lo que pensaba una genio como Mavis, soltó una carcajada. Aquello iba a ser interesante.
Sonó la sirena, el reloj comenzó su cuenta atrás y, al segundo siguiente, las dos estaban rodeadas desde los cuatro puntos cardinales. Dimaria, al verlo, alzó una ceja y relajó el brazo que sostenía su espada. La punta arañó el suelo y Minerva, que estaba justo delante de ella, no le quitó el ojo de encima. Dimaria sonrió.
—Así que no perdéis el tiempo, ¿eh? —comentó para nadie en particular, y separó los pies—. Muy bien. Me gusta. Juguemos pues.
No dio mayor advertencia que esa, y al segundo siguiente su magia aceleraba sus movimientos hasta llevarla frente a Sorano. Se movió tan rápido que dio la sensación de que se había teletransportado. Su víctima, que evidentemente no se esperaba que fuese marcada como objetivo estando en la otra punta, no tuvo tiempo para contraatacar y apenas consiguió esquivar el brillante filo de la espada. Se ganó un corte en la mejilla y varios mechones de pelo blanco salieron volando.
Dimaria volvió a sonreír, y se apartó de ahí de un salto antes de que uno de los ataques de Ultear impactara donde había estado hacía unos segundos. Con una visión espacial entrenada para captar cualquier tipo de movimiento mínimo, la presencia de Mira en las alturas no le pasó desapercibida. Sin embargo, en vez de ir a por ella, volvió a retroceder y se colocó una vez más en las cercanías de Mavis, quien parecía estar algo ida. Su mirada se encontraba vidriosa, empañada por la concentración y algo más.
Estuvo tentada de preguntar qué le estaba ocurriendo y hacerla reaccionar, pero la visión de la línea dorada distintiva la convenció de lo contrario. Mavis era una exterminadora que había alcanzado la cima mucho antes que ella, y debía de haber una razón para ello. Nunca la había visto pelear, ya que la chica prefería vivir rodeada de pantallas y hologramas, pero sabía que de vez en cuando seguía entrenando y haciendo incursiones para no oxidarse demasiado y siempre regresaba con éxito.
De modo que, en lugar de sacarla del trance en el que parecía encontrarse, la dejó en paz y se centró en el equipo que intentaba derrotarlas. Le daba cierto placer y regocijo que todas las integrantes pertenecieran al género femenino, y no pudo hacer otra cosa más que sonreír cuando tuvo que bloquear con su espada una de las afiladas garras de Mira.
La chica se había lanzado al vacío desde las alturas, cual águila en plena cacería, y sus uñas relucían como el acero pulido a pocos centímetros de su rostro. Se miraron a los ojos por un breve instante, evaluándose pese a conocerse ya demasiado bien, y las dos se regalaron sonrisas igual de feroces.
Forcejearon en el sitio con ahínco, ninguna dispuesta a ceder un solo milímetro de control sobre la otra. Dimaria era muy consciente de la cola y las alas de su contrincante, y mientras mantenía a raya las garras, no perdía ojo del movimiento de esas extremidades monstruosas extra. Con un solo pensamiento, comenzó a canalizar magia hacia la hoja de su espada, y esta empezó a vibrar y a iluminarse por todo el ethernano que estaba recibiendo.
Sin embargo, antes de poder enviar el corte acelerado que pretendía, sus pies dejaron de pisar suelo firme y, de un momento a otro, se encontró cayendo a través de un portal que la succionó como arenas movedizas solo para escupirla diez metros más lejos, en el aire y a la distancia límite del suelo como para que no tuviera tiempo a reajustar su postura y que la caída fuese dolorosa.
Recibió el impacto con todo su costado derecho y desde su hombro se escuchó un crujido desagradable de huesos saliéndose de su sitio. La espada se le escapó de entre los dedos sin remedio, demasiado aturdida por el repentino cambio de posición y por el dolor que le inutilizaba el brazo. Siseó y, con esfuerzo, se incorporó de rodillas. Un dron revoloteaba demasiado cerca, como una mosca molesta, y no tenía muy claro dónde era arriba y dónde abajo. Aun así, pese al dolor y la desorientación espacial, se rió entre dientes. Aquel había sido un buen ataque indirecto, debía reconocerlo.
No tuvo tiempo para pensar en mucho más, pues en ese momento cuatro de las marionetas de Sorano se acercaron a ella a toda velocidad, impactando en su cuerpo con fuerza y empujándola hacia atrás. Distinguió la sombra de una quinta escabuyéndose por su derecha, lo más probable en busca de una de las cuatro estrellas extra que le adornaban el pecho. Pero Dimaria no pensaba ponérselo tan fácil y, aprovechando el impulso que le habían regalado las propias marionetas, hizo un giro complicado al ras del suelo. Sin que le importara mancharse o rasgarse la ropa, rodó por la tierra, aplastó a dos de las marionetas y lanzó volando una tercera. De la cuarta se deshizo sacando su fiel cuchillo de su escondite y clavándoselo en lo que parecía ser su cabeza con decisión y rabia. Eso por el hombro dislocado.
Se puso en pie de un salto que la dejó mareada, y se sujetó el brazo inútil con el cuchillo todavía entre los dedos. Su boca estaba impregnada del sabor metálico de la sangre, y podía sentir el comienzo de un moretón a medio formar en la pelvis. Habían conseguido apartarla de Mavis y ahora tenía al acecho tanto a Mira como a Ultear, las dos analizando sus movimientos en busca de una posible apertura.
Por desgracia para ellas, Dimaria estaba acostumbrada a trabajar bajo el dolor de los músculos entumecidos y su guardia no dejó huecos aún cuando se llevó la mano buena al hombro dislocado y, con un uso momentáneo de su poder, y primeros auxilios aprendidos a la fuerza, se recolocó la articulación por sí sola con un jadeo entrecortado.
Ultear compuso una mueca de simpatía y Dimaria soportó la gota de sudor que le bajó por la sien con toda la dignidad de una exterminadora experimentada en pleno servicio. Movió con cuidado el hombro lesionado y comprobó, satisfecha, que aunque notaba pinchazos molestos, la extremidad ya no era un peso muerto que colgaba. Aun así, dio gracias a que se había convertido en ambidiestra por pura terquedad, y que manejaba la espada con la misma soltura con ambas manos. Y hablando de espadas...
La localizó en la distancia, tirada y olvidada en el suelo más allá de Ultear y cerca de Minerva. Ella y Sorano estaban pendientes de Mavis, quien parecía haber vuelto en sí y ahora sostenía la pistola en una postura demasiado cómoda como para no resultar peligrosa. En esos momentos a ella también le vendría bien una, la verdad. Una pena que no tuviera la costumbre de llevar un arma de larga distancia encima.
Volvió a centrarse en Mira y Ultear y se apartó el flequillo de los ojos con los dedos, peinándoselo hacia atrás.
—¿Y ahora? —dijo, burlona y con una sonrisa desafiante. Sentía la magia zumbándole bajo la piel, cada vez más veloz—. El reloj corre para vosotras, chicas. Yo tengo todo el tiempo del mundo.
Mirajane tomó la invitación por lo que era, y se lanzó en picado hacia ella a toda velocidad. Pero Dimaria era mucho más rápida, y cuando Mira llegó hasta su posición, ella ya había acelerado su carrera hasta derrapar junto a su espada perdida. La levantó del suelo haciendo palanca con el pie, y en cuanto el arma regresó a la seguridad de sus manos, volvió a acelerar el tiempo de su cuerpo para aparecer, sin previo aviso, al lado de Minerva.
—Holi —saludó, instantes antes de esquivar un puño que buscaba su hombro débil y abrir un corte en el muslo de su contrincante.
Minerva no perdió el tiempo en preocuparse por su herida, y si retrocedió, fue solo para tener más margen de maniobra con su látigo. En las cercanías, Sorano intentaba darle alcance a Mavis, pero la ingeniera estaba demostrando ser una pistolera hábil y ninguna marioneta conseguía acercarse lo suficiente.
De pronto, Minerva abrió un portal y de él surgió Mira, con las alas extendidas en toda su gloria monstruosa y sus colmillos a la vista en una sonrisa depredadora. Dimaria la esquivó con una pirueta y rio, no pudo evitarlo. Ninguna de las cuatro le daba tregua, el hombro le enviaba pinchazos inorportunos cada dos por tres y todas ellas eran luchadoras de largo alcance mientras que ella prefería la cercanía del cuerpo a cuerpo y la esgrima. Se estaba divirtiendo.
Volvió a saltar, arañando la tierra con sus botas, y esquivó a duras penas un disparo de energía cortesía de Ultear. El trabajo en equipo de esas cuatro era maravilloso, señaló en su cabeza, a la vez que bloqueaba un rodillazo de una recién aparecida Minerva. Devolvió el golpe hundiendo la sólida empuñadura de su espada en su estómago, y cuando vio que la chica se ponía pálida, la mandó a volar con una patada acelerada en el tiempo antes de que se le ocurriera aprovechar la cercanía para robarle una estrella.
Una presencia familiar surgió entonces a su espalda, pegándose a ella con la suavidad de una pluma y el roce impreciso del algodón.
—Confía en tus instintos —murmuró Mavis, pegada a ella, antes de guardar la pistola de END en su funda y alzar un brazo.
A su alrededor comenzaron a surgir entonces cientos, sino miles, de pequeñas partículas de luz que se agitaban como luciérnagas en movimientos aleatorios cada vez más rápidos. Mirajane, que pretendía acercarse volando una vez más, se detuvo en seco y retrocedió en el aire. Parecía confundida, y estudiaba las diminutas luces con cautela, sin saber qué era lo que hacían exactamente a medida que aumentaban en número y poblaban toda la arena, danzando en patrones hipnóticos y absorbentes.
Y, entonces, un resplandor que cegó a todos, seguido de un poderoso rugido que recordó demasiado a la reciente Ruptura y que estremeció a la totalidad del estadio. De la nada, en medio de la arena, cuatro monstruos escalofriantes aparecieron sin previo aviso, todos ellos sacados de los confines más oscuros de Eclipse. El pánico inundó las gradas.
Una de las criaturas tenía alas, y esta fue la primera en moverse, alzando el vuelo con un aleteo tan poderoso que creó una intensa polvareda. Chilló, desquiciada, y en cuanto sus ojos rojos descubrieron que no era el único ser que poblaba el aire, se abalanzó sobre Mira con un graznido prehistórico que dejó a la vista una doble hilera de dientes.
De un momento a otro, dejaron de estar en la arena para aparecer en Central, donde todo a su alrededor se derrumbaba sobre sus cabezas. Estaban en alguna de las plantas del subsuelo, y las columnas que las rodeaban se sacudían llenas de grietas que se extendían como raíces marchitas por el techo. Escombros caían por todas partes, aplastando maquinaria y ordenadores y creando una lluvia de chispas y electricidad. Las luces sangraban en rojo, señal de alerta máxima, y de entre los recovecos oscuros de las esquinas carcomidas, los monstruos surgían como si estuviesen en su madriguera.
Rugieron al unísono, y un agujero gigantesco se abrió en el techo con una enorme nube de polvo que cayó sobre ellas. Se rompieron tuberías, los cables colgaron del techo como intestinos y los escombros aplastaban criaturas y personal por igual. Gritos. Polvo. Ethernano por todas partes.
Dimaria se aferró a su espada, tensa, buscando algún sitio por el que poder salir de ese enjambre caótico que las había engullido. Le vibró el reloj, pero no tuvo tiempo de revisarlo porque de pronto se vio obligada a tirarse al suelo para esquivar un vuelo mortal del monstruo alado que había ido a por Mira momentos antes. Eso hizo que recordara que no estaba sola.
Ansiosa y frenética, buscó con la mirada algún destello de pelo blanco que le indicara la posición de su amiga. Divisó a Minerva en la distancia, manteniendo a raya a tres monstruos que estaban empeñados en convertirla en su almuerzo. Un par de metros a su izquierda, Ultear y Sorano combatían hombro con hombro contra otros dos, combinando ataques como si fueran uno solo. Faltaba Mirajane. ¿Dónde estaba?
Negándose a creer que había sido aplastada por el derrumbe en ciernes o derribada por alguna estúpida criatura, Dimaria ahuyentó a un monstruo con pintas de escarabajo y se aventuró entre los escombros.
Central se había convertido en un campo de minas, y dar un paso era una auténtica ruleta rusa con muchas opciones de que algo explotara bajo sus pies y una sola de salir ilesa. Aun así, siguió adelante. No descansaría hasta dar con Mira.
Y entonces, como respondiendo a sus deseos de encontrarla, una sombra planeó por encima de su cabeza, a través del enorme boquete que se había creado en el techo. Ahí, jugando a un Tú la llevas siniestro, Mirajane intentaba darle esquinazo a un bichejo con pintas de ser el hijo desfigurado de un murciélago y un topo sin pelo. Era horrendo y chillaba como mil demonios teniendo un concierto, pero también era rápido. Con un poderoso aleteo, alcanzó a Mira y la estampó contra una pared.
El impacto le sacudió los huesos y le destrozó la espalda. Sentía cada relieve de los ladrillos incrustándose en su columna y músculos mientras la criatura le babeaba encima. Rugió frente a su cara, y a la vista quedaron innumerables dientes finos y afilados como agujas. Entre ellos vio restos de algo que Mira no quería averiguar, y sintió que se le revolvía el estómago.
El querer deshacerse de algo tan nauseabundo fue lo que le dio el impulso suficiente para empujar con fuerza y clavar sus garras en lo primero que pudo aferrarse. Sus uñas rechinaron contra algo duro y frío, sus huesos, tal vez, y el bicho emitió un grito como el de un tenedor raspando porcelana.
Sin pensar, acumuló su magia y lanzó un orbe oscuro que, en su potencia sin freno, arrasó tanto con el monstruo como con media planta. Las paredes parecieron desdibujarse, nebulosas, antes de que Mira tuviera que obligarse a sí misma a moverse otra vez para no acabar entre las garras de otro monstruo salido de la nada.
Gruñó, frustrada, y volvió a alzar el vuelo. Al menos ese no tenía alas, aunque se parecía demasiado a un gusano para su gusto. Odiaba esas cosas.
Debajo de ella, en la planta inferior, el resto de su equipo comenzaba a tener problemas. Los monstruos no dejaban de llegar, uno tras otro y sin fin, y ni Ultear ni Sorano parecían saber a cuál atacar primero; todos estaban demasiado cerca y todos parecían igual de hambrientos. Minerva, a pocos pasos, creaba un portal tras otro, y su látigo chasqueaba en el aire con furia, atravesando monstruos sin descanso.
A Dimaria ya no la veía por ningún lado pero, consciente de que una mujer como ella podía cuidarse sola, decidió que lo primordial era ayudar a sus compañeras antes que buscarla a ella. Se acercó volando, destrozando yugulares con sus garras tan rápido que sentía que solo estaba arañando aire. Un portal multicolor le salió al paso, y Mira lo atravesó sin dudarlo para aparecer al lado de Minerva.
—¿Puedes sacarnos de aquí? —preguntó, todavía levitando en el aire y con los músculos tensos para volver a atacar en cualquier momento.
—Necesito coordenadas —le recordó su compañera, por si por algún motivo se le hubiese olvidado, después de dos años de formar parte del mismo equipo, que para abrir un portal primero tenía que conocer el lugar a donde lo conectaría.
Pero en lugar de protestar, Mira solo asintió y volvió a alzar el vuelo. Sobrepasó a Ultear y a Sorano, quienes la contemplaron marcharse con una sonrisa llena de confianza hacia ella. Aguantarían hasta que ella hiciera su trabajo, ese era el mensaje.
Para no defraudarlas, aleteó con más fuerza, impulsándose en el aire y girando hacia arriba en el último momento, de regreso al agujero de la planta superior. Lo atravesó acompañada de un vendaval creado por sus poderosas alas. Un instante después, algo brillante y dorado la golpeó en el abdomen y la lanzó a un lado.
Rodó por el suelo con violencia, y solo se detuvo gracias a que consiguió clavar las garras en la tierra. Alzó la vista, mareada y enseñando los colmillos en una mueca de desprecio animal, cuando vio que frente a ella se detenía Dimaria. Tenía la espada desenvainada y, para su confusión, dirigió su filo hacia su garganta.
—Levántate —ordenó, y la punta de la hoja le causó un corte en la barbilla. Sus ojos relucían en frío ámbar—. El combate no ha acabado.
El primer impulso de Mirajane fue pedir explicaciones. Ese no era el momento más idóneo para continuar con el combate de Rangos. ¡Se había producido una Ruptura! ¡Había prioridades! Sin embargo, no tuvo tiempo ni de abrir la boca, pues de pronto tuvo que esquivar un corte que le cobró un mechón de pelo por andar distraída.
Fulminó a Dimaria con la mirada, y bloqueó una patada con su ala. Alzó el vuelo, pendiente tanto de la exterminadora, como de los monstruos y el resto de su equipo. No sabía qué hacer; en qué frente centrarse primero. Solo había caos a su alrededor, y a vista de pájaro todo aquello parecía un hormiguero gigante e infinito, con paredes y columnas que se desdibujaban en la distancia y criaturas surgiendo de todas partes y de ninguna. Y entonces, un destello, tan fugaz que por un momento creyó habérselo imaginado.
Excepto que volvió a repetirse, y por un segundo bajo la coraza de una de las criaturas que acechaba a Sorano relució el metal. Fue tan solo un instante, pero luego tres de sus marionetas atravesaron a un monstruo y solo dos impactaron de verdad en otra bestia, la misma del reflejo.
Así fue como se le levantó el velo de la ilusión de los ojos y de pronto todo estaba claro: todo aquello era obra del poder de Mavis, una artimaña que jugaba con sus sentidos y que hacía que tuviese la alucinación más real que hubiese podido tener nunca. Era, sencillamente, magistral, y Mira comprendió por qué alguien tan poco combativa como Mavis había alcanzado el Rango S.
Sus ilusiones eran una obra maestra, un engaño tan bien entretejido que la realidad y la mentira se mezclaban hasta el punto de ser imposibles de diferenciar. El espacio se retorcía a su alrededor, y bajo las órdenes de su magia, el ethernano del aire reflejaba las imágenes que ella creía oportunas. Los drones se camuflaban bajo el aspecto de falsos monstruos, y los ataques eran tanto placajes de las máquinas como certeros disparos de pistola.
Hacía tiempo, Natsu le contó una vez cómo peleaba la novia de su hermano; cómo solían subestimarla por su actitud infantil y aspecto menudo y aniñado y cómo ella no dudaba en utilizar eso a su favor. Mira le había creído y se había tomado la advertencia en serio, sin embargo, jamás llegó a pensar que el alcance del poder de Mavis sería tal que pudiera abarcar la totalidad del estadio y controlar y convertir, al mismo tiempo, a los inofensivos drones en armas en pleno derecho.
Pasmada, y con su nivel de respeto hacia la ingeniera subiendo por momentos, miró a su alrededor una última vez, siendo ahora capaz de discernir entre verdad y mentira ahora que sabía qué buscar. Después, se volvió hacia Dimaria.
—Habéis estado jugando con nosotras —acusó, aunque en realidad no podía molestarse por eso. Las peleas nunca eran justas, y la estrategia de Mavis era brillante.
Dimaria, a su vez, se encogió de hombros.
—Si te sirve de consuelo, yo también me lo creí en su momento. Se le olvidó avisar, al parecer. —Puso los ojos en blanco, resignada, pero poco o nada sorprendida—. Por cierto —consultó su reloj—, os quedan menos de diez minutos. Tic tac. Más os vale daros prisa.
No hizo falta que se lo pidiera dos veces.
Certera, cayó sobre Dimaria como si fuese la personificación de un tornado. Atacaba con todo lo que tenía a su alcance, sin dudar, sin tomarse un solo segundo de respiro. Recibía golpes y cortes con la misma velocidad con la que los daba, y por un dulce pero efímero instante, consiguió rozar una estrella con la punta de los dedos. Pero Dimaria era rápida, el doble que ella si se lo proponía, y retrocedió con un parpadeo en cuanto se dio cuenta de lo que estaba a punto de conseguir.
Quedaban seis minutos y ya todo su equipo había logrado darse cuenta de la ilusión de Mavis. Ahora, Minerva y Sorano trabajaban juntas para intentar poner en jaque a la ingeniera, combinando portales con marionetas para crear una trampa de la cual no había escapatoria.
Pero Mavis era una estratega consumada, y su rapidez de pensamiento no se reservaba solo a fórmulas informáticas. Con unos inesperados reflejos, y una flexibilidad envidiable hasta para una gimnasta, se abría paso entre la magia de ambas como si estuviese bailando en solitario. En su cabeza todo eran patrones, información lista para analizarse, interpretarse y reescribirse. Predecía dónde Minerva abriría un nuevo portal con precisión milimétrica, estudiando los movimientos de las marionetas de Sorano y teniendo en cuenta todos los puntos ciegos, empleando a su favor tanto las pantallas que reproducían su pelea como los drones de los que se había apoderado antes. Al fin y al cabo, en las reglas no se mencionaba nada de no poder usarlos.
El aire onduló a su derecha con los colores del arcoíris, un instante antes de que la realidad se partiera para conectar dos lugares diferentes. Al otro lado, y al mismo tiempo a diez metros de distancia por delante de ella, tres marionetas se fundieron en una sola mucho más grande y se abalanzaron hacia ella a toda velocidad. Sin dudarlo, como si toda la arena no fuese más que un tablero de ajedrez, Mavis alzó la pistola de END y disparó una secuencia de balas en lo que tardó en parpadear.
Ethernano y hierro atravesaron el aire con un zumbido, atravesando el portal en línea recta hacia Sorano. Ella, inteligente, bloqueó la bala real que se dirigía hacia su hombro y permitió que la descarga de ethernano le durmiera el muslo como el mejor de dos males.
Instantes después, Mavis tuvo que retroceder con una acrobacia para evitar el ataque de Ultear. Una lluvia de disparos de ethernano cubrió el cielo, y ni siquiera Mavis pudo hacer frente a tantos ataques simultáneos. Creó ilusiones de sí misma para despistar, y se alejó del epicentro del ataque aprovechando uno de los portales que Minerva había desperdigado por el estadio. Mala idea. Un parpadeo, y el látigo de Minerva se enroscó de forma dolorosa en su muñeca.
—Te tenemos —declaró con una sonrisa satisfecha. Poco a poco, unas diez marionetas, de pronto muy espeluznantes, comenzaron a rodearla. Ultear se acercaba con un brillo peligroso en los ojos.
Mavis suspiró, decepcionada por tener que ponerle fin a la diversión, y alzó ambos brazos en señal de derrota. Las peleas cuerpo a cuerpo no eran lo suyo, y no estaba tan loca como para poder creer que podía hacerle frente a tres exterminadoras estando atrapada. Era una genio. Sabía cuándo no había salida. Había perdido.
Dimaria, por otro lado, se lo estaba pasando en grande. Adoraba pelear, y ciertamente Mirajane le estaba suponiendo un reto bastante interesante.
Las dos preferían el combate cercano, cuerpo a cuerpo; sentir el esfuerzo y el poder del adversario chocando con los músculos, resonando en los huesos e hirviendo en la sangre. Notaba el sudor resbalándole por la sien y el cuello, y su hombro herido se había entumecido de tanto esfuerzo al que estaba siendo sometido. Eso sin contar todos los cortes, arañazos y cardenales que tenía desperdigados por todo el cuerpo. No le importaba.
Estaba bastante segura de que mitad de su mandíbula estaba salpicada de púrpura, cortesía de un puñetazo que no pudo esquivar a tiempo, pero le daba bastante igual. Porque Mira tampoco estaba mucho mejor, desgastada de tanto pelear contra ella pero sin conseguir acercarse lo suficiente como para poder arrebatarle una de las estrellas.
Era vagamente consciente de que sus compañeras habían conseguido acorralar a Mavis, y aunque ella también podía aprovecharse de eso, se negó a darle la espalda a Dimaria y permaneció en su sitio. Cuando había pronunciado el nombre de la exterminadora como elección para el combate, sabía a qué se estaba inscribiendo. No era estúpida, y mucho menos ingenua; Dimaria era una de las mejores Rango S que había y su hambre de pelea la volvía el doble de peligrosa que los demás. Sin embargo, Mirajane quería enfrentarla.
No era la primera vez que luchaban, ni mucho menos. Gracias a su amistad con Natsu, había acabado siendo cercana a la exterminadora y no era inusual que ambas, solo ellas o acompañadas, reservaran alguna sala para entrenar. También era consciente de que gran parte de sus movimientos y ataques —su estilo de pelea en general— los había desarrollado en su compañía o bajo sus consejos. Sin embargo.
Consciente de que se encontraba en un callejón sin salida, y que el tiempo del combate se le escurría entre los dedos, Mira plegó las alas y aterrizó a una distancia prudencial de Dimaria. La exterminadora ladeó la cabeza, intrigada, y se colocó la espada al hombro en una postura que Mirajane sabía que era de todo menos despreocupada. Aun así, la ignoró y llevó la mano al cinturón de su uniforme, al pequeño estuche que colgaba en un lateral. Dentro, protegidas de golpes y selladas térmicamente, había toda una colección de pequeñas cápsulas de contenido escarlata cuyo orden se sabía de memoria. Se hizo con la última y, sin pensárselo demasiado, se la llevó a la boca y partió la ampolla con los dientes. Al instante, su boca se inundó de sangre. Sangre de monstruo.
Se relamió los labios, y escuchó a Dimaria reír entre dientes. La vio observarla, permitiéndole aquel breve respiro para que pudiera salirse con la suya, y Mira le sonrío a cambio, dejando a la vista unos colmillos teñidos de rojo. Dimaria era de las pocas personas que no se estremecían al ver un espectáculo semejante, y esa solo era una de las múltiples razones por las que apreciaba tanto a esa mujer.
Y entonces, dio comienzo el cambio.
El ethernano tiró de sus músculos, le reestructuró los huesos y le estiró la piel. Poco a poco, los tonos granates, negros y marrones de su transformación característica se diluyeron en un azul cian que parecía cristal. El tamaño de sus garras se redujo para que una fina pero impenetrable capa de escamas azules le recorriera los brazos, desde la punta de los dedos hasta los codos. La piel se le volvió dos tonos más pálida, las marcas de su rostro fueron reemplazadas por más escamas, y de su sien surgieron dos cuernos tan retorcidos como puntiagudos. En su espalda, las alas de murciélago se plegaron sobre sí mismas antes de llenarse de plumas celestes.
Dimaria, frente a ella, silbó con asombro.
—Wow... —La miró de arriba a bajo sin vergüenza alguna—. Más le vale a Laxus estar grabando esto.
Y Mirajane se rio, porque por supuesto, antes que contrincantes, eran amigas y solo Dimaria podía lanzar un cumplido de esa peculiar manera. Dicho esto, en cuanto sintió que su transformación llegaba a su fin, batió sus nuevas alas y se lanzó hacia delante una vez más.
Dimaria ya la estaba esperando, y volvieron a chocar con la fuerza de un huracán dorado y celeste. Sus nuevas garras estaban más afiladas, y su sentido del equilibrio parecía haber mejorado a favor de una mayor velocidad. Sentía una especie de electricidad estática cosquilleando por debajo de su piel, ansiosa por desprenderse de sus escamas y quedar libre.
Descubrió que las plumas de sus alas en realidad cortaban como el acero, y una risa de júbilo surgió de sus labios ensangrentados. Dimaria también sonrió y, con dedos brillantes, intentó tocarla. Mira la esquivó alzando el vuelo, con poco margen de ser paralizada. Se suspendió en el aire, con la cuenta atrás a su espalda marcando tres minutos, y a Chronos bajo sus pies.
Curiosa, movió los dedos, y de ellos surgieron pequeñas chispas azules que le erizaron la piel. Las escamas de sus brazos se endurecieron y se convirtieron en pequeños espejos que conducían esa extraña electricidad. No, no era electricidad. Ethernano. Energía pura.
Sonrió, viciosa, y dejó que el poder que punzaba bajo sus dedos quedara libre.
Un rayo plateado rasgó el aire, y por primera vez Mira fue capaz de oler el ethernano. Natsu tenía razón. Olía a menta.
Con un poderoso batir de alas, se lanzó en picado envuelta en una lluvia de plumas afiladas y mortales que Dimaria cortó sin mucho esfuerzo. Intentó arañarle la cara, pero ella bloqueó sus garras con su espada, atrapó su cuello con su mano libre y la mandó al suelo con un golpe sordo.
Rodó por la tierra, antes de incorporarse de rodillas y mandar otro rayo de ethernano que le chamuscó las puntas y resonó con el corte que Dimaria había lanzado hacia delante. Las dos magias resonaron y explotaron en un cúmulo de luz y electricidad, y la magia de tiempo de Dimaria se dispersó hasta crear una especie de deja vu que la dejó mareada. Aun así, no se detuvo.
Gruñó, enseñó los dientes, y regresó al ataque. Iba a ganar ese combate aunque se dejara la piel en el proceso. Se había propuesto vencer a Dimaria e iba a conseguirlo. Se convertiría en una Rango S y nadie iba a impedírselo.
Determinada, bloqueó la espada con sus antebrazos blindados y aprovechó la cercanía para golpear con los dos extremos de sus alas. Las afiladas plumas cortaron ropa, piel y músculo, pero, de nuevo, Dimaria consiguió retroceder antes de que Mira pudiese hacerse con una de las estrellas que le adornaban el pecho.
Mirajane frunció el ceño, disgustada, antes de patear el suelo para tomar impulso y regresar a sus dominios en las alturas. Procedió a atacar desde el aire, tanto con magia como físicamente, pero Dimaria era un hueso duro de roer y parecía que sus heridas no existían en absoluto. Era igual de rápida que al principio, incluso con la ligera cojera temporal que le había provocado uno de los pocos rayos que habían conseguido impactar en ella.
Poco dispuesta a dejar escapar esa oportunidad, Mira volvió a descender, con el aire zumbándole en los oídos y el ethernano rugiendo en sus venas. Chispas surgieron de sus dedos, pero en lugar de dejarlas libres, las ató cerca.
Derrapó, y ayudada por su cola, propinó una poderosa patada que golpeó en el hombro débil. Escuchó a Dimaria gruñir al caer al suelo, y su espada por fin se deslizó fuera de su agarre. Veloz como nunca antes, impidió que se recuperara y volvió a atacar, cortando con sus garras por debajo de las costillas y clavándole una rodilla en el abdomen.
Dimaria jadeó, sin aire, y la sangre manchó sus labios. Aun así, desde el suelo, sonrió salvaje, adolorida pero con fuego en los ojos, y de algún modo enganchó sus piernas en la cintura de Mira e invirtió posiciones.
Volvieron a rodar por el suelo, tragando tierra, sudor y sangre. Las alas y la cola de Mira entorpecían sus movimientos, sin espacio suficiente para poder moverlas a placer. Sentía que las alas se le clavaban en la espalda de forma dolorosa, huesos donde no debería haber y cientos de cuchillas con forma de plumas punzando en su columna y costados.
Las chispas seguían bailando en sus manos, y las dejó libres con un resplandor que la aturdió y electrizó el aire. Olió la menta una vez más, y escuchó a Dimaria gruñir en su oído, entumecida por toda la descarga que acababa de recibir. Y sin embargo, todavía no la soltaba. Su agarre era tan firme como el acero, inmovilizándola en el suelo, colocada a horcajadas de ella y sujetándole las manos con decisión.
Mirajane se revolvió en el sitio, desesperada por librarse de ella. Solo consiguió liberar el extremo de una de las alas antes de que Dimaria le paralizara el cuerpo con su magia, deteniendo el tiempo de su organismo, congelándoselo en la eternidad del universo. De pronto, fue como si su cuerpo no le perteneciera, demasiado pesado como para poder moverlo más que un par de agonizantes centímetros. Dolía. Sentía que se estaba congelando desde dentro, y creía que su corazón se detendría en cualquier momento.
Luchó contra el pánico emitiendo un gruñido instintivo que retumbó en su pecho. La frustración la inundó. ¿Hasta ahí había llegado? ¿De verdad no podía hacer más? Intentó moverse, pero apenas consiguió mover el extremo de su ala liberada. Las plumas arañaron el costado de Dimaria de forma inútil.
—No te resistas —le aconsejó la exterminadora. Su rostro, a contraluz y a pocos centímetros del suyo, parecía salido de otro mundo. Un aura dorada la rodeaba, surgía de ella—. Tu tiempo me pertenece. —Y luego, como una broma entre ambas, sonrió y añadió—: Tic tac.
Y, con una coordinación escalofriante, el temporizador llegó a cero y la alarma resonó por todo el estadio. El combate había llegado a su fin.
Cuando Dimaria se puso en pie, liberándola de su magia, enganchada a la última pluma de su ala, una estrella dorada relució traicionera. La exterminadora solo necesitó de dos segundos para comprender que había sido engañada en su propio juego, y soltó una carcajada orgullosa que la hizo brillar.
Mirajane, demasiado aturdida todavía para mover un solo músculo, sonrió victoriosa desde el suelo. Por fin, se había convertido en una Rango S. En realidad, todo su equipo lo había hecho, si las protestas infantiles de Mavis eran un indicio. Ayudada por Dimaria, se incorporó como pudo, la última estrella que necesitaba guardada con recelo en su puño. El público bramaba entusiasmado a su alrededor, gritando sus nombres como celebridades. Bueno, en realidad, se dio cuenta, ahora lo eran. Formaban parte de la élite. Oficialmente, ahora eran las más fuertes.
Sentía que estaba en un sueño, borracha de felicidad, euforia y adrenalina. Salió de la arena sin saber cómo ni cuándo, y en algún momento Laxus apareció a su lado, la alzó en volandas por la cintura y la besó en medio de una carcajada que la emborrachó todavía más. Eso no impidió que le devolviera el beso, ni que se aferrara a él por la cintura con las piernas, ni que lo abrazara por el cuello y dejara que la electricidad que siempre recorría sus venas la entumeciera también a ella.
Rió, atontada, sin poder creerse todavía que de verdad aquello estaba pasando. Laxus la apartó de él lo suficiente para poder retirarle el pelo enredado de la cara. Estaba hecha un desastre, toda magullada, polvorienta, y con la boca sabiéndole a sangre, pero a él no parecía importarle.
—Lo hice —farfulló, y una risa tonta le vibró en el pecho.
Laxus, que todavía la estaba sosteniendo en volandas, se rio también y asintió. Sus ojos eran lo más dulces y brillantes que Mira había visto en su vida.
—Lo hiciste —confirmó, como si supiera que ella necesitaba que alguien se lo dijera para creérselo por fin. Le acarició con cuidado un feo cardenal que se estaba formando en su pómulo y le besó la frente—. Estoy orgulloso de ti. Sabía que lo lograrías.
Mirajane sonrió, deslumbrante pese al corte que se volvió a abrir en su labio inferior.
—Ahora te toca a ti —le recordó—. No pierdas.
—No lo haré —aseguró, y sonrió con peligro—. Tengo una apuesta pendiente.
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