Capítulo 37

Como una de las mejores informáticas que tenía tanto la Academia como Central, Mavis era una presencia incuestionable dentro de la sala de observación desde la que se monitoreaba todo el Torneo. Su trabajo era tanto coordinar los drones que transmitían los combates como vigilar la integridad de la cúpula y los niveles de ethernano que había en la arena.

A su lado, Zeref examinaba los perfiles de cada participante y organizaba cada evento que estaba por llegar dependiendo de cada victoria y derrota que se sucediera, además de procurar que nada se saliera de control. Makarov y un par de profesores más pululaban por la estancia, observando desde las alturas los combates de sus alumnos y comentando de vez en cuando al respecto.

Todo estaba envuelto en un ambiente tranquilo y ocioso, al menos, hasta que el empate de los equipos de Laxus y Mira creó un silencio incrédulo dentro de esas cuatro paredes (una de ellas de vidrio reforzado). Acababa de suceder algo sin precedentes, y todos parecían necesitar de un minuto para comprender que, efectivamente, no podía declararse a ninguno de los equipos como vencedor claro.

Al final, fue Gildarts el que rompió el momento, soltando una carcajada que devolvió la vida a todos los presentes. Con una sonrisa digna de un depredador, se acercó hasta el cristal y se cruzó de brazos para observar a ambos equipos.

—Esto sí que no me lo esperaba —comentó, divertido a más no poder por aquel giro de acontecimientos.

En sus ojos brillaba el orgullo de saber que él mismo había contribuido a que se diera aquel empate; ambos equipos habían pasado por sus manos dada su posición como profesor de último curso y en esos momentos no podía estar más satisfecho.

Makarov se acercó a él, deteniendo su silla de ruedas con un zumbido casi inaudible. Se masajeó la barba, pensativo sobre cómo proceder a continuación. A pocos pasos de distancia, Zeref le fruncía el ceño a una pantalla que le mostraba las estadísticas de cada integrante de ambos equipos. Mavis prácticamente podía escuchar cómo los engranajes de su cerebro giraban en busca de una solución y, divertida, escondió su sonrisa tomando un sorbo de su café.

Con movimientos perezosos, subió los pies descalzos al asiento, acurrucándose en una posición que a cualquier otro le hubiese resultado incómoda y, lo más probable, le hubiese creado alguna contractura. Pero ella tenía articulaciones flexibles y se arrebujó en su silla hasta encontrar una mejor postura, vaso de cartón en mano, mientras contemplaba a su pareja pensar.

Por supuesto, no era ni de lejos el mayor problema al que Zeref se había enfrentado, pero a Mavis siempre le gustaba ver cómo la concentración enturbiaba la mirada de su novio, alejándolo de la realidad y llevándolo a los rincones más enredados y oscuros de su cabeza. Tenía la manía de torcer las cejas mientras meditaba y solía toquetearse los labios con la punta de los dedos —o bolígrafo, si lo tenía a mano— en algún conteo silencioso que tenía sentido solo para él.

Mavis le dio otro sorbo a su bebida y le dio tres minutos de margen. Zeref volvió en sí al minuto y medio, inspirando hondo y parpadeando en exceso porque cuando se concentraba se olvidaba hasta de esa función básica refleja. Mavis extendió una pierna y le pinchó el muslo con los dedos de los pies.

—¿Y bien? —quiso saber, expectante.

Su pregunta llamó la atención del resto del personal, y Makarov giró su silla para quedar cara a cara con Zeref. El director contempló al Presidente del Consejo con curiosidad.

—¿Alguna idea, Zeref-kun?

Mavis, por supuesto, sospechaba que el propio Makarov tenía alguna que otra rondándole por sus pensamientos, pero resultaba agradable ver cómo le cedía a Zeref el mando y el poder de decisión sobre algo tan grande como el Torneo. Era una gran responsabilidad que hundiría los hombros de cualquiera, sin embargo, Zeref se limitó a asentir, relajado, y cuando volvió a mirar los datos de la pantalla, una sonrisa maliciosa le torció los labios.

—Tendremos un combate de Rangos doble —declaró, y Mavis supo al instante que el público se volvería loco con la noticia.

Y eso que no han visto lo que les tengo preparado, añadió en su mente de forma traviesa. Solo esperaba que a Natsu le gustara la sorpresa.





Cuando Natsu volvió a pisar la arena, el público todavía balbuceaba comentarios excitados sobre el combate anterior. Era de esperar. Se habían enfrentado dos equipos candidatos a Rango S; la pelea había sido una demostración de poder y habilidad tras otra. Comparado con eso, el combate de un equipo de primer curso contra uno de segundo era mucho menos interesante.

Mato, servicial y nervioso como solo una IA con cabeza de calabaza podía estarlo, llamó al orden, les recordó a los espectadores que los resultados finales del último encuentro todavía se estaban decidiendo, y dio por inaugurada la segunda fase del torneo: los combates de Rangos.

En la distancia, en la otra punta de la arena, el equipo de Gajeel se encontraba reunido en un círculo cerrado, debatiendo los últimos detalles de su estrategia. Natsu los miró, ansioso, pero Gajeel no le prestó atención en absoluto.

Inquieto, Natsu se balanceó sobre sus propios pies y se mordió el interior de la mejilla. Se obligó a centrarse y, con un profundo suspiro, vació la mente y hundió las manos en los bolsillos del pantalón. Sus pistolas se mecieron al ritmo de sus pasos cuando se acercó a Erik.

—¿Puedes oír lo que dicen?

—Solo palabras sueltas. —Su compañero hizo una mueca y fulminó a la gente de las gradas con una mirada venenosa—. Hay demasiado ruido.

—¿Vamos con la misma estrategia de siempre? —preguntó Lucy, desenganchándose el látigo del cinturón con un movimiento que cada vez le salía más natural. Lo desenrolló solo para comenzar enredarlo alrededor de su muñeca.

—Dudo que funcione —rebatió Lisanna—. Por lo que he visto, son un equipo bien compenetrado. El mismo truco no servirá dos veces. Y además, Gajeel estuvo en el equipo de Natsu. Sabe cómo piensa.

En realidad, sabe cómo pienso como mago, no como exterminador, puntualizó en su cabeza, aunque mantuvo la boca cerrada.

En su lugar, se arriesgó a lanzarle una última mirada a su antiguo compañero, y para su sorpresa, esta vez sus ojos se encontraron. Estaban demasiado lejos como para que pudiera intentar adivinar cualquier emoción en su rostro, pero Natsu supo que si le quedaba alguna oportunidad de ser perdonado, esta la encontraría peleando. Tomó la decisión en menos de un segundo.

—Yo me encargaré de Gajeel —declaró, cortando la discusión estratégica a la que no le había prestado nada de atención. Erik alzó una ceja, interrogante, pero él lo ignoró a favor de seguir hablando—: Lisanna, tú te encargarás de la baliza esta vez. Mantente en las alturas tanto como te sea posible. Lucy, tu trabajo es apoyarla. De vosotras dos depende que nos hagamos con la contraria. Erik. —Hizo una pausa, y ambos veteranos se miraron a los ojos, con la experiencia guiando sus instintos y una Ruptura catastrófica uniéndolos de por vida en confianza mutua—. Mantén a los gemelos alejados de mí.

Las chicas asintieron, tal vez abrumadas por que el destino del combate dependiera de ellas, pero manteniéndose firmes en sus puestos. Erik, por su parte, dejó a la vista sus dientes en una sonrisa brillante y mortal.

—Dalo por hecho.

Justo entonces, la sirena resonó sobre sus cabezas, Mato se retiró de la arena y el combate dio comienzo con el estruendo del público de fondo. Esta vez, Natsu no perdió el tiempo, y se lanzó hacia delante con una impulsividad casi suicida para un Rango E repetidor. Excepto que sabía perfectamente qué estaba haciendo y, controlando en la periferia que Erik también se había unido a su loca carrera, sacó una de sus pistolas y apretó el gatillo hasta el primer tope.

Al instante, sintió la familiar vibración del cañón absorbiendo ethernano en sus dedos, y observó sin inmutarse cómo el equipo contrario rompía su formación inicial para responder a su ataque.

Tal y como esperaba, Yukino permaneció en la retaguardia y los otros tres se dispersaron en una carrera zigzagueante que, para cualquier otro con su supuesto Rango, habría sido una distracción inteligente. Pero, una vez más, el blanco de su uniforme era un mero adorno, un disfraz. Él no era un mago, sino un exterminador formado en las entrañas de Eclipse, y había llegado el momento de demostrar de qué era capaz el fracasado de los hermanos Dragneel.

Vio a Sting acercarse a toda velocidad hacia él, con una magia de luz centelleando en sus dedos que le recordó demasiado a Loke. Recordar la reciente Ruptura hizo que no tuviera remordimiento alguno en disparar una bala física cubierta por llamas.

Era un tiro limpio con una diana evidente que Sting esquivó sin mucho esfuerzo. Sin embargo, lo hizo un segundo demasiado lento, y la bala le rozó el brazo y le calcinó la piel. Le escuchó gruñir de dolor, pero se olvidó del gemelo rubio en cuanto Erik se interpuso entre ambos con un ataque de sonido que cortó la tierra.

Sting soltó un insulto entre dientes y se vio obligado a hacerle frente a Erik mientras Natsu pasaba de largo. Su gemelo, Rogue, estaba más centrado en conseguir la baliza, y cubrió medio campo con sus sombras para dirigirlas a toda velocidad hacia Lucy. Natsu estuvo tentado de retroceder para apoyarla, pero entonces vio a Gajeel corriendo hacia él y supo que su compañera tendría que apañárselas sola.

El choque entre ambos fue brutal y doloroso. Gajeel, con cada músculo del brazo convertido en hierro, le propinó un puñetazo en el diafragma que le cortó la respiración y le hizo ver las estrellas. Gruñó de dolor, y si no cayó de rodillas fue por pura terquedad.

Miró hacia arriba, jadeante, y se encontró con unos ojos rojos que le perforaban el alma, fríos y profundos como cristales. Por una vez, su antiguo compañero no sonreía durante una pelea.

—Podrías haberme disparado —señaló, retrocediendo a tiempo para evitar que Natsu enredara su pierna bajo sus rodillas y le hiciera caer.

—Tu piel es de hierro —le recordó. Él también retrocedió un paso, ganando algo de distancia. Con cuidado, se palpó la zona que recibió el puñetazo y siseó cuando una punzada de dolor le cruzó el abdomen. Gajeel no se había contenido en absoluto—. ¿Volverás a hablarme algún día? —se atrevió a preguntar.

—¿No lo estamos haciendo ahora? —cuestionó él a su vez, sarcástico pero sin rastro de su humor habitual.

—No.

Porque las conversaciones con Gajeel siempre estaban acompañadas de contacto, de toques bruscos, puñetazos amistosos en el hombro y burlas salpicadas de risas entre dientes. Y en esos momentos no había nada de eso, solo una distancia palpable y miradas huecas.

—Entonces calla y pelea, Dragneel. —Y volvió a abalanzarse sobre él sin piedad.

Comenzaron un combate cuerpo a cuerpo del que Natsu no creía poder salir ileso. A duras penas, esquivó un puño que buscaba su mandíbula y propinó una patada en una cadera que era hierro puro y que le sacudió los huesos. Gajeel no se inmutó, y antes de que pudiera recuperar la postura, le agarró la extremidad y le hizo perder el equilibrio.

Natsu se vio lanzado al suelo sin compasión, y solo sus largos entrenamientos con Gildarts evitaron que se dislocara un hombro por la caída. En su lugar, rodó por la tierra y se incorporó de nuevo gracias a una voltereta que le punzó en el abdomen. Apretando los dientes, sacudió la cabeza para librarse del polvo y el aturdimiento y sacó una pistola.

Su oponente, al verlo, alzó una ceja, como si estuviera preguntando por qué se estaba contradiciendo con lo que había dicho hacía un momento. Pero Natsu lo ignoró, más concentrado en ponerse en pie y en analizar el brillo metálico que desprendía el cuerpo de su adversario. Este se concentraba de cintura para arriba. Gajeel, con su odiosa magia, podía aprovechar cualquier tipo de hierro que tuviera en el cuerpo y manejarlo como le viniese en gana, ya fuese cubriendo su piel como una armadura o creando armas adheridas a su cuerpo de la nada.

Ciertamente, era una habilidad que le daba una ventaja increíble en la lucha cuerpo a cuerpo y Natsu no podía detestarla más en aquellos momentos.

Con su cerebro trabajando horas extra para poder dar con una solución que lo llevara a la victoria, esquivó un nuevo puñetazo y detuvo una patada alta con los brazos. Casi se le cayó la pistola por la fuerza del golpe, y gruñó de dolor una vez más mientras rechinaba los dientes. Fulminó a Gajeel con la mirada, irritado porque no le diese ni un solo instante de respiro.

—¿Esto es todo lo que sabes hacer? —espetó Gajeel entonces, y la pregunta sonó como una acusación que se le clavó como una aguja bajo las costillas.

Gruñó por lo bajo, con una mueca de disgusto y furia, y cambió la pistola de mano. Antes de que Gajeel pudiera reaccionar, le disparó a quemarropa una descarga de ethernano en la rodilla que todavía tenía levantada.

El golpe fue inesperado y Gajeel no pudo protegerse a tiempo. Tambaleante, retrocedió a trompicones, con una pierna temporalmente inutilizada y la ira centelleando en sus ojos rojos. Había otra emoción, escondida bajo toda esa rabia, pero Natsu no pudo identificarla porque de pronto tuvo que hacerse a un lado para esquivar un vórtice lleno de luz y destrucción que surgió desde su derecha.

Al parecer, Sting había decidido ignorar a Erik para atacarlo a él una vez más.

—No seas un entrometido —espetó, disparando en su dirección con una precisión escalofriante.

Sin embargo, porque para él las cosas nunca podían ser sencillas, Sting hizo uso de sus habilidades y creó una esfera de luz que lanzó hacia delante. Ambos ataques chocaron y explotaron a medio camino, sacudiendo el aire y lanzando polvo y ethernano por todas partes. Natsu, al verlo, chasqueó la lengua con molestia. Ahora tenía que estar pendiente de dos oponentes. ¿Cómo se le había escapado ese tipo a Erik?

Se arriesgó a mirar más allá de sus contrincantes, y vio que su compañero ahora se estaba defendiendo de la espada de Rogue con su cuchillo de combate. Parecía tener ciertos problemas, ya que ambas armas no eran compatibles entre sí, y la espada tenía mayor margen de maniobra.

No pudo ver más, pues Sting volvió a la carga. Todo su cuerpo estaba envuelto en una luz cegadora que obligaba a cerrar los ojos. Natsu no lo hizo a tiempo, y bajo sus párpados se acumularon manchas de colores caleidoscópicas que lo aturdieron. Recibió, así, un segundo puñetazo en el abdomen que causó que trastabillara hacia delante como un borracho.

La boca se le llenó de saliva cenicienta y bilis, que escupió al suelo con un regusto amargo que se le adhirió a los dientes. Carraspeó, asqueado, y parpadeó con fuerza varias veces hasta que su visión volvió a aclararse. Delante de él, Sting sonreía de forma socarrona, regalándole unos instantes de tregua.

Le agradeció su caridad mandándolo a la mierda con un disparo cargado de fuego que se incrustó en su hombro, inesperado y demasiado veloz como para esquivarlo. Instantes después, mientras Sting gemía de dolor por la quemadura, Natsu se volvió hacia su gemelo y, sin parpadear, disparó una segunda vez, en esta ocasión con ethernano.

Pese a la distancia, la descarga impactó en sus manos, paralizándolas, y la espada cayó al suelo con un estruendo metálico. Rogue no parecía comprender qué acababa de pasar, pero Erik no tuvo problema alguno en reaccionar, aprovechar la oportunidad que le acababa de crear, y tumbar al chico al suelo con una llave demasiado sofisticada para un estudiante.

Natsu, sabiendo que su compañero podía apañárselas a partir de ahí, le lanzó un rápido vistazo a Lisanna y a Lucy. La primera llevaba un reñido combate cuerpo a cuerpo con Yukino, mientras que Lucy intentaba defenderse de un Gajeel que se le había acercado sin que Natsu se diera cuenta.

—Oh, no, ni hablar. Eso sí que no —gruñó, antes de salir corriendo en su dirección.

No guardó la pistola, pero en su mano libre, la vendada, prendió el fuego una vez más. Punzadas de dolor inundaron su palma, junto con el escozor de las ampollas rotas, pero hizo caso omiso y lanzó un torrente de llamas que tomó a Gajeel completamente por sorpresa.

Retrocedió del fuego a trompicones y a toda prisa, convirtiendo su piel en hierro puro para evitar quemarse. Lucy también se apartó, y contempló a Natsu con ojos desorbitados y sorprendidos. Él, cuando pasó a su lado para ir a por Gajeel, se limitó a decir:

—Ayuda a Lisanna. —Y se abalanzó sobre su antiguo compañero con una patada envuelta en llamas que acertó justo en sus costillas.

Le ardió la piel, pero apretó los dientes, suprimió el fuego, y continuó peleando. Intentó clavarle el codo en el esternón, pero Gajeel demostró haberse recuperado bloqueando su ataque y enredando su pie entre sus piernas. Natsu, inevitablemente, perdió el equilibrio, pero en su caída pasó su brazo alrededor del cuello de su adversario y lo arrastró hacia abajo.

Cayeron con fuerza y desorden; un lío doloroso de extremidades que solo buscaban retener y golpear. Escuchó a Gajeel maldecir, y Natsu aprovechó la cercanía para darle un golpe certero en medio de la garganta.

Gajeel jadeó, privado de golpe sin aire, y él se desenredó de su contrincante rodando hacia un lado. Le dolía absolutamente todo, pero no se detuvo a recuperar el aliento y, en su lugar, tumbó a Gajeel boca abajo en una postura que lo inmovilizaba a riesgo de dislocarle el hombro. Debajo de él, el exterminador carraspeó con esfuerzo y se revolvió, en vano.

—Desgraciado —gruñó, con la voz ronca y la garganta traumatizada.

—¿No recuerdas la primera lección que nos dio Mest el año pasado? —respondió él, firme en su agarre e impasible ante el rencor verbal que estaba recibiendo—. En una pelea todo vale.

Gajeel volvió a gruñir, esta vez un insulto inconexo, y de pronto, las palmas de Natsu se vieron cortadas por unas cuchillas que acababan de surgir de la espalda y el brazo que estaba sujetando.

Se apartó de un salto y por puro reflejo, maldiciendo por no haber previsto algo como aquello, y fulminó a Gajeel con la mirada mientras él se ponía en pie y sus manos goteaban sangre hasta el suelo.

—¿De verdad era necesario? —siseó, sintiendo un dolor palpitante en cada mano que le impedía realizar movimiento alguno.

Cerca, un dron seguía su combate con atención, proyectando su imagen en una de las pantallas. En otra, Lucy peleaba contra Yukino a poca distancia de ellos, a espaldas de Gajeel, Rogue intentaba atrapar a Lisanna con sus ataques de sombras y Erik mantenía a raya a un cada vez más frustrado Sting.

Gajeel, a pocos pasos de distancia, le dedicó una mueca que hacía el intento de sonrisa. Se le había partido el labio superior y sus dientes estaban teñidos de rojo. Escupió al suelo un flemón sangriento y sus manos volvieron a relucir bajo el toque del hierro procedente de las incrustaciones de sus brazos.

—En una pelea todo vale —repitió, vengativo, y Natsu tuvo que morderse la lengua para no replicar nada de lo que pudiese arrepentirse después.

Solo habían pasado cinco minutos desde que dio comienzo el combate, pero Natsu sentía que había pasado toda una vida. Esa pelea estaba siendo una lucha de desgaste, de ver quién podía aguantar más heridas por mayor tiempo. Y por mucho que odiara admitirlo, Natsu, con su cuerpo maltrecho, tenía todas las de perder.

Sin embargo, no podía huir. No de Gajeel. No de la única persona que no conocía su secreto a la que nunca le importó cómo fuera llamado. El no retroceder era una cuestión de orgullo, de lealtad. De gratitud. Simplemente, no podía volver a darle la espalda.

De modo que cerró los puños, el dolor punzante de sus heridas relegadas a la fuerza a un segundo plano, y acudió a sus llamas una vez más. El dolor se hizo más fuerte, pero el fuego secó la sangre y cauterizó los cortes. Con las llamas quemando sus dedos por enésima vez, contempló a Gajeel y, luego, más allá de él. La decisión que tomó no le gustó en absoluto.

—Lo siento —murmuró, sincero, antes de recuperar sus pistolas y disparar, en un solo movimiento y sin previo aviso, hacia Gajeel.

El ethernano concentrado le rozó la mejilla, antes de seguir adelante y hundirse en la espalda desprotegida de Yukino. La descarga la sufrió su columna, su centro nervioso por excelencia, y su cuerpo cayó al suelo al instante, lánguido e inmóvil. A su lado, en medio de una postura de ataque y con el látigo en una mano, Lucy parpadeaba confundida y sin comprender qué acababa de suceder. Solo podía mirar a Natsu de hito en hito, al igual que Gajeel, a quien la incredulidad le desfiguraba los rasgos.

—Tú... —balbuceó, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para dirigirse a él.

Natsu tuvo la decencia de, al menos, sonreír culpable antes de encogerse de hombros y guardar las pistolas.

—Todo vale —repitió, instantes antes de que Lucy recogiera, dubitativa, la baliza del cuerpo paralizado de Yukino y la cuenta atrás se detuviera en seco.

Mato, con su voz chillona, declaró a su equipo como vencedor, aunque nadie podía comprender todavía cómo una victoria podía ser tan anticlimática. En las pantallas se reproducían los últimos momentos del combate por si alguien se lo había perdido, y había un buen primer plano de Natsu disparando desde la distancia hacia la desprotegida Yukino.

Todos los ojos estaban puestos en él; murmullos cada vez más altos sobre si un ataque tan escurridizo y traicionero podía contarse como válido. Pero lo cierto era que la baliza ahora estaba en posesión de Lucy, y por las normas del combate, la victoria era suya.

Y entonces, la realidad cayó sobre Natsu como una descarga.

—Ya no soy un Rango E —farfulló, de pronto aturdido e incapaz de creer qué acababa de suceder.

Se miró las manos, ese desastre sangrante y quemado que tanto sufrimiento le causaba, y de pronto, de alguna manera, cuando comprendió que la maldición anclada a esa estúpida letra por fin se había ido, se dijo que en realidad valía la pena.

Entonces, con la fuerza de un tanque y la gracia de un mastodonte, Gajeel apareció a su lado y lo atrapó en un abrazo que lo levantó del suelo, le sacudió los huesos y le robó el aliento.

—Eres un jodido tramposo, Salamander —espetó, y procedió a reírse en su oído y a sacudirlo como a un muñeco de trapo.

Natsu dejó de comprender qué estaba ocurriendo, y también cuál era la derecha y cuál la izquierda.

—¿N-No me odias? —balbució sin aliento.

Gajeel, ante la pregunta, soltó una estuendrosa carcajada y lo dejó en el suelo con más bien poco cuidado. Su sonrisa estaba llena de dientes, malicia y sinceridad. No parecía en absoluto molesto por acabar de perder.

—No, porque me has vencido —declaró, como si eso tuviera un mínimo de sentido—. No me has dejado ganar, y eso está bien. Me es suficiente con eso.

Y así, Natsu se quedó sin palabras. Incrédulo, contempló a Gajeel sin reconocerlo mientras a su alrededor la realización de lo que acababa de ocurrir comenzaba a asentarse en el resto de sus compañeros. Los ánimos comenzaban a alzarse, extasiados, y él solo tenía ojos para ese tipo con más piercings que neuronas pero que era capaz de desentrañarte el alma con solo una mirada. Al final, sonrió, resignado, y negó con la cabeza.

—Eres un idiota —suspiró, comprendiendo que entre ellos todo volvía a estar bien. Porque si había algo que Gajeel no perdonaba, eran las peleas deshonestas.

Y cómo no, lo único que hizo su amigo ante el insulto, fue reírse a carcajada limpia.

—Te ganaré la próxima vez, Salamander —prometió, con un brillo hambriento en sus ojos—. Y conseguiré la línea dorada.

Natsu, consciente del juego de palabras y del mensaje escondido en ellas, replicó su risa y asintió, conforme.

—Te estaré esperando.

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