Capítulo 36
—Si te prohíbo la entrada aquí, ¿dejarás de venir cada media hora?
—No he llegado desmayado —puntualizó Natsu.
—Que lo consideres un logro es preocupante.
—Pero no menos cierto.
Natsu, con la mano derecha extendida y cubierta con pomada, recibió la mirada mordaz de Grandeeney que le ordenaba mantener la boca cerrada. Con movimientos hábiles, la enfermera le vendaba la mano a la vez que lo regañaba por imprudente. Aun así, en sus ojos el orgullo por su reciente victoria ablandaba sus palabras y la pomada aliviaba el escozor de las pocas ampollas que se le habían formado.
Apartados y esperando cerca de la puerta, el resto de su equipo aguardaba a que terminaran de tratarlo. Bueno, en realidad las que esperaban eran Lisanna y Lucy; Erik más bien había sido arrastrado hasta ahí bajo presión de las dos mencionadas anteriormente. Por eso mismo, ahora curioseaba sin tocar nada y aburrido por las diferentes estanterías y vitrinas que ocupaban la enfermería mientras las chicas escuchaban la conversación de Natsu y Grandeeney. Poco les faltaba para tomar notas y, si Natsu las dejaba salirse con la suya, era porque para el final del Torneo lo acabarían sabiendo de todas formas.
Justo cuando Graneeney terminaba de fijar el vendaje, la puerta de la enfermería se abrió sin previo aviso y Dimaria apareció, digna como ella sola, con una mirada divertida y una sonrisa maliciosa. No parecía en absoluto sorprendida de verlo en semejantes circunstancias e, ignorando a los demás y poniendo los ojos en blanco con una exageración dramática, se adentró en la habitación a grandes zancadas solo para detenerse a su lado y cruzarse de brazos.
—Me debes dinero —espetó sin venir a cuento.
Natsu, poco impresionado, alzó una ceja.
—A santo de qué, si puede saberse. —Le agradeció a Grandeeney con un asentimiento y se levantó del taburete en el que había estado sentado.
—Aposté con Mira que no utilizarías magia hasta el combate de Rangos. Lo hiciste. He perdido por tu culpa, así que asume las consecuencias de tus actos.
—¿Habéis apostado a mi costa? —preguntó, ignorando tanto la última parte de su razonamiento como la mirada desconcertada que les estaban lanzando Lucy y Lisanna. En su lugar, añadió—: ¿Otra vez?
Dimaria, sintiéndose en absoluto culpable, se encogió de hombros.
—Es divertido. —Entonces, le hundió un dedo en el centro del pecho y se acercó a su rostro hasta que estuvieron a solo un par de centímetros de distancia—. Y normalmente también me es bastante lucrativo, pero esta vez me has defraudado. Debería darte vergüenza.
—Oh, sí, me muero del bochorno y el arrepentimiento —ironizó, curvando sus labios en una sonrisa sarcástica. Miró a su novia a los ojos, y supo que pretendía replicar con algo aún más mordaz. Se lo impidió con un beso.
—Tramposo —fue la respuesta instantánea de ella. Natsu, en cambio, se rió de su orgullo herido. A ambos les daba igual el no estar solos; ya se habían escondido lo suficiente.
—Aprendí de la mejor.
Dimaria frunció el ceño, enfurruñada, y él amplió su sonrisa. No tenía muy claro qué hacía ella ahí, pero apreciaba su presencia fuese cual fuese el motivo y pensaba disfrutarlo al máximo. Sus labios se curvaron hacia arriba con malicia.
—¿Nos acompañas para ver el combate de Gajeel? —preguntó, y ella solo necesitó de dos segundos para comprender el resto de cosas no dichas. Su sonrisa fue incluso más peligrosa que la suya.
—Quiero palomitas —advirtió, y lo que consiguió fue que Erik soltara una carcajada desde la esquina opuesta.
—Que sean dos —fue lo único que dijo cuando todos se volvieron hacia él.
Natsu accedió riendo.
En realidad, solo habían estado desaparecidos poco más de diez minutos, pero había sido suficiente como para que al combate de Gajeel le diera tiempo a comenzar. Con Dimaria sentada a su lado y con Erik cruzado de brazos al otro, observó cómo transcurría la pelea con ojos agudos y procurando ignorar los comentarios incrédulos que se cuchicheaban a sus espaldas.
Aunque tampoco podía culparlos; entendía que ver a una Rango S como Dimaria repantigada en su asiento, con las piernas cruzadas encima del respaldo de la silla de enfrente y abrazada a una caja de cartón de palomitas mientras usaba a un Rango E como almohada personal no era algo que se viera todos los días.
Erik, del lado contrario, se reía entre dientes de vez en cuando ante las descabelladas teorías que llegaban a sus oídos, tales como la posibilidad de que Dimaria tuviese a Natsu de recadero —por no decir criado— personal, algo así como una relación de ama y súbdito; al fin y al cabo, la exterminadora era reconocida por tener una actitud extravagante y hasta cruel, a veces, con los demás. No podían estar más equivocados.
—¿Qué tal tienes la mano? —la escuchó preguntar, de hecho, mientras se metía otro puñado de palomitas en la boca sin apartar la mirada del combate.
Justo en ese momento, Sting y Rogue hacían gala de un trabajo en equipo impresionante poniendo a sus oponentes contra las cuerdas. Gajeel, algo más alejado, se reía de lo lindo mientras intercambiaba golpes con una maga que luchaba con una especie de guanteletes. El que fuera una chica no parecía importarle en lo más mínimo y la continuaba alejando del lugar donde su compañera, la maga de pelo blanco llamada Yukino y la que acababa de descubrir que era la hermana pequeña de Sorano, protegía su propia baliza.
—Escuece un poco, pero estoy bien —contestó Natsu—. He aguantado quemaduras peores.
Ese era un dato que ambos sabían que era cierto, y Dimaria se tomó un segundo para pensar en su siguiente pregunta.
—¿Has pensado en lo que te ha dicho Wahl?
—Un poco. Lo estoy... considerando —reconoció, recordando la conversación que tuvieron un par de semanas antes. Se miró la mano vendada y cerró el puño. Ligeras punzadas le atravesaron los nervios—. Aunque todavía no tengo que decidir. Sigue siendo solo una teoría.
Dimaria asintió, comprendiendo, y no insistió más al respecto. En su lugar, alcanzó una palomita y la alzó hasta la altura de la boca de Natsu. Él aceptó la ofrenda con naturalidad, y Dimaria disfrutó del caos incrédulo que se desató a su alrededor.
—Llevaba taaanto tiempo queriendo hacer esto —murmuró, regodeándose en todo el espectáculo que estaban ofreciendo.
—Creo que a más de uno le está dando una embolia —concedió Erik. Él también parecía disfrutar de todo el escándalo que se estaba creando—. Aunque no sé si es por celos o por otra cosa.
Natsu, atrapado entre esas dos mentes sádicas, puso los ojos en blanco.
—Que se jodan —espetó—. O que intenten prenderse fuego unas cien veces y morir por asfixia otras doscientas. Puede que así despierten su interés.
—No te olvides del pelo rosa, Nat —se rió la aludida, alzando una mano y pasando sus dedos por los mechones que caían sobre su nuca. Le raspó el cuero cabelludo con las uñas, causándole un escalofrío.
—Eso es la marca de la casa. Ningún tinte puede conseguir un tono tan perfecto —replicó, a lo que tanto Dimaria como Erik soltaron tal carcajada que sobresaltaron a sus dos compañeras.
Lucy y Lisanna los contemplaron intentando comprender de qué estaban hablando; no era una conversación realmente privada ni decían nada extraño, pero al mismo tiempo parecía que estaban hablando en un código que solo ellos tres conocían.
—¿En algún momento nos dirás qué está pasando? —espetó Lucy entonces, negándose a estar mucho más en la sombra de la ignorancia. Eran un equipo, maldita sea. Se merecía respuestas.
Natsu, ante la acusación, sonrió culpable y Lucy se dijo que, al menos, no fingía que no les estaba ocultando nada. Sin embargo, no fue él quien contestó, sino Dimaria, la exterminadora del Rango más alto que se podía alcanzar y que, de alguna manera, se había proclamado como la novia de Natsu aquel día en la cafetería en la que la vio por primera vez.
Lucy no sabía qué pensar de ella, más allá de que era evidente de que era poderosa. Dimaria exudaba una confianza en sí misma que dudaba que pudiera igualar algún día, y aunque solo la había visto un par de veces, y hablado con ella muchas menos, envidiaba en cierto modo su actitud despreocupada, libre de hacer lo que quisiera y como quisiera porque sabía que nadie se atrevería a llevarle la contraria. Era una leona, brillante, dorada y feroz. Y, de alguna manera, combinaba a la perfección con el aura apagada y sombría de Natsu. De hecho, se encontró pensando, solo ahora su compañero parecía ser él mismo. Se preguntó cómo alguien como ella llegó a tener una relación con alguien como él.
—Paciencia, rubia —le estaba diciendo Dimaria, y procedió a ignorar su protesta farfullada sobre que no se llamaba así para golpear con un nudillo el borde del escudo del uniforme de Natsu—. Nunca es bueno adelantar las sorpresas.
Por supuesto, Lucy no comprendió lo que quería decir ni supo interpretar la pista que Dimaria le acababa de regalar. Entonces, cuando la miró confundida, la exterminadora sonrió de oreja a oreja antes de apoyar la barbilla en el hombro de su novio. Natsu la miró de reojo.
—Además —añadió, lanzándole un guiño—, la venganza siempre es mejor servirla fría.
Poco después, el equipo de Gajeel se alzaba con la victoria para la sorpresa de nadie.
Se encontró con él a la salida de la arena. Gajeel caminaba con Sting colgado de sus hombros, riendo y comentando el combate que acababan de ganar mientras Rogue y Yukino los seguían mucho más calmados. No lo vio, al menos no al principio, pues Natsu aguardaba junto a la puerta, apoyado en la pared con las manos en los bolsillos. Tuvo que decir su nombre para que reparara en su presencia.
—Gajeel.
El aludido alzó la vista, confundido, y al no ver a nadie al frente se volvió para mirar por encima del hombro. Cuando lo divisó, su sonrisa volvió a ensancharse y soltó una carcajada mientras se apartaba de Sting para ir a su encuentro.
—¡Salamander! —Como siempre, prefería usar su apodo como mago a su nombre real—. ¿Qué te trae por aquí, compañero? ¿Vienes a declararnos la guerra?
Solo él se rio de su propia broma, pero su actitud despreocupada y brutalmente honesta le arrancó a Natsu una sonrisa torcida. Se permitió gastar un momento para observar a su actual equipo, y aunque Yukino parecía recatada, los gemelos lo analizaban de pies a cabeza sin ninguna clase de disimulo. Se veían recelosos, y con razón. Al fin y al cabo, no era habitual que el eslabón débil de un equipo, que había repetido y todo, se alzara como el mejor de su clase apenas transcurrido un año. Se preguntó cuál sería su reacción cuando reconociera que era END, y la conmoción era uno de los adjetivos que estaba seguro que tendría que usar para describirlos.
Sin embargo, en esos momentos, Sting y Rogue le importaban más bien poco, y en su lugar se centró al completo en Gajeel. Le debía una explicación, y esta debía darse lejos de oídos indiscretos.
—En realidad quería hablar contigo —reconoció—. ¿Tienes un momento?
Tal vez fue el tono, tal vez fue algo más, pero Gajeel de alguna manera intuyó que las risas sobraban en ese momento y su gesto se ensombreció con una seriedad que pocos habían visto en él. Les hizo un gesto a sus compañeros para que los dejaran solos y estos, tras decidir su punto de encuentro, se alejaron por el pasillo con solo una mirada nerviosa por parte de Yukino en su dirección como despedida.
Después, silencio, y por un momento lo único que existió entre ambos fue el eco lejano de cientos de conversaciones superpuestas más allá de las puertas que daban a la arena. Tenían diez minutos antes que comenzara el siguiente combate, y Natsu esperaba haber resuelto todo en ese margen de tiempo. Aunque, pensándolo bien, dudaba que toda su vida pudiera ser resumida en tan solo seiscientos segundos.
—¿Y bien? —interrogó Gajeel cuando vio que Natsu no se decidía a tomar la palabra—. ¿Qué ocurre? Porque quiero ver a Juvia pelear, así que más te vale que sea importante y no algo del estilo de no puedo enfrentarme a ti porque fuimos compañeros —entonó esto último con voz de falsete— o alguna mierda semejante porque entonces sí que te romperé algún hueso por hacerme perder el tiempo.
Lo peor era que Natsu lo conocía lo suficiente como para saber que gran parte de esa amenaza era literal y no metafórica, y una parte de su cerebro que tenía reservada para la supervivencia se preguntó, no por primera vez, bajo qué estrella del mal había nacido para que todos sus amigos tuvieran tendencias psicópatas y asesinas para con su persona.
Sonrió resignado ante el pensamiento y levantó una pierna para apoyarla en la pared mientras decía:
—No, no he venido a eso. De hecho, todo lo contrario.
—¿Entonces?
Su antiguo compañero de equipo frunció el ceño, sin comprender, y Natsu volvió a encontrarse frente al callejón sin salida que suponía el desvelarle todo. Se reconoció a sí mismo que estaba aterrado. Gajeel era uno de los pocos, si no el único, amigo que todavía le quedaba del desastre que había supuesto el curso pasado. Él había sido el único al que no le importó en absoluto los rumores que susurraban sobre él, y también fue el único de su equipo que no le dio la espalda cuando estaba claro que no podía seguirles el ritmo; no bajo las restricciones que venían junto al uniforme blanco que en esos momentos vestía, al menos. Y era precisamente por eso que le debía, a él y solo a él, la verdad frente a los demás.
—El otro día —Antes de que una Ruptura de Código 6 apareciera y él casi se convirtiera en cadáver dentro de Eclipse— mencionaste a END, ¿recuerdas?
El ceño de Gajeel se profundizó todavía más y asintió, con cautela y sin ser capaz de adivinar hacia dónde estaba yendo todo aquello.
—Sí, fue cuando nos encontramos en la enfermería. ¿Qué pasa con eso?
—Bueno... Yo... Él...
Joder, le sudaban las manos como nunca antes y el vendaje de su mano de pronto picaba como el infierno. Quería estar en cualquier otra parte menos allí, haciéndole frente a una conversación que le causaba más pavor que cualquier peligro que pudiera lanzarle la Puerta a la cara. De hecho, lo prefería, porque por algún motivo (por muy infantil y egoísta que fuera), no quería perder su amistad con Gajeel. Porque ese tipo podía parecer un matón de barrio cuyo esqueleto tenía más hierro que calcio, pero era uno de los pocos que no habían dudado de él y no quería romper aquello.
A la mierda, pensó. O todo o nada.
—Yo soy él —declaró, y si su voz tembló en el proceso, bueno, nadie podía culparlo.
—¿Qué?
Había tanto incredulidad como confusión en su voz, y Gajeel lo contemplaba como si delante tuviera de pronto a alguna criatura con dos cabezas y piel verde en lugar de él mismo.
Al mismo tiempo, a Natsu se le había secado la boca. En su cabeza solo se repetían una y otra vez las palabras de Gajeel. Me sentiría traicionado, había dicho, y Natsu supo que ya no había vuelta atrás.
—Soy END —afirmó por segunda vez. Incapaz de soportar la mirada de su viejo compañero, ancló su atención en sus botas—. Yo... —Se rascó la nuca, sin saber cómo explicar todo sin que acabara en desastre—. Estoy enfermo —suspiró, con toda la resignación que podían crear más de media vida de sufrimiento diario—. Mi magia no funciona. O no como debería, al menos.
Podía sentir los ojos de Gajeel clavados sobre él, juzgando. El que se mantuviera callado no sabía si considerarlo una buena o una mala señal. Se obligó a continuar, aunque no se atrevió a alzar la mirada.
—Manejo el fuego, pero mi cuerpo no puede soportarlo. Me quemo. Y desde que adquirí mis poderes, mis pulmones se van calcinando desde dentro poco a poco. Esta bufanda evita que me ahogue.
Alzó un extremo de la prenda y acarició la tela. Pese a que estaba compuesta en su mayor parte por microfibras eléctricas y cables del grosor de un pelo junto a otros elementos artificiales que la hacían funcionar, su textura era agradable al tacto, casi tan suave como el algodón. Solo una pequeña porción era rígida, no mayor que el tamaño de una etiqueta, que era por donde él la recargaba cada noche. Tal y como Mavis siempre se encargaba de recordarle, lo que llevaba puesto era toda una revolución de la tecnología moderna.
—Tu desmayo en la carrera... —murmuró Gajeel entonces, comprendiendo. Natsu asintió y soltó la bufanda.
—Consecuencias directas de la actividad física en exceso.
—¿Y cómo puedes ser END, entonces? —Su tono era imposible de interpretar, aunque el que todavía permaneciera ahí y no se hubiera marchado decía bastante. Todavía tenía una oportunidad.
—Porque END solo existe dentro de Eclipse. —Alzó la mirada, y se encontró con que Gajeel aguardaba una explicación más extensa. Su expresión estaba cuidadosamente en blanco—. Hace cuatro años, en un intento de curarme, me vi expuesto a una explosión de ethernano puro. De alguna manera sobreviví, pero desde entonces dependo del ethernano para no asfixiarme. Por eso en la Academia no alcanzo los estándares y en Eclipse sí. Tras la Puerta hay ethernano de sobra, y eso me permite pelear sin riesgo a ahogarme. Lo mismo ocurre con la arena, y por eso he podido avanzar en el Torneo.
Terminó su explicación bajando la mirada, incapaz, una vez más, de contemplar a Gajeel a los ojos. Se hizo el silencio, y durante un largo minuto ninguno pronunció palabra.
—¿Por qué me dices esto? ¿Por qué ahora? —La pregunta resonó en el pasillo como un trueno augurando tormenta, y Natsu se mordió el interior de la mejilla antes de reunir valor, enderezarse y mirarlo a la cara.
—Porque te considero mi amigo, y te debía la verdad antes de nuestro combate. Quiero una pelea justa, sin mentiras.
Gajeel asintió con expresión ausente. Por megafonía, Mato anunciaba que el siguiente combate estaba a punto de comenzar. Su compañero contempló las dobles puertas de cristal selladas en silencio. Después, murmuró:
—Le prometí a Juvia que la estaría animando —Le lanzó una mirada extraña que Natsu fue incapaz de interpretar—. Nos vemos para nuestra pelea, Dragneel.
Y, sin añadir nada más, metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se alejó de ahí sin mirar atrás. Natsu quiso llamarlo de vuelta, pero fue incapaz de moverse. Su apellido le había sentado como una bofetada.
Casi una hora más tarde —después de que Juvia se alzara con su merecida victoria—, Natsu se encontró frente a otro dilema que no había previsto por ser, sencillamente, idiota. La primera fase del Torneo estaba llegando a su fin, y solo quedaba un último combate pendiente, el que determinaría qué equipo era el mejor de los de último curso. ¿Problema? Que los equipos que iban a luchar eran el de Mira contra el de Laxus, y el que venciera se ganaría el derecho indiscutible de perseguir la línea dorada del Rango S. Natsu no sabía cuál de los dos quería que saliera victorioso; ambos eran dignos candidatos para alzarse sobre el último escalón de aquella pirámide de habilidades.
Sentado una vez más en las gradas, recibió la abrumadora ovación del público en los oídos cuando ambos equipos aparecieron desde extremos opuestos de la arena. A su lado, Erik compuso una mueca de dolor ante el estruendo y Dimaria le palmeó la espalda a modo de consuelo sin apartar la mirada de lo que sucedía en el corazón del estadio.
Abajo, en la arena, Mira y sus compañeras se detuvieron frente a Laxus y su equipo. Mato estaba en medio de ambos, balbuceando los logros de cada uno, así como esas condiciones de combate que ya todos se sabían de memoria. Minerva recibió una baliza, y Evergreen aceptó la otra. Al activarse, ambos rombos de metal se alzaron en el aire junto a los drones que captaban cada uno de sus movimientos. El temporizador arrancó y, de forma automática, los equipos se dispersaron sin necesidad de consultarse. En el centro, como dos estatuas inamovibles, permanecieron Mira y Laxus. Ninguno apartaba la mirada del otro, tensos, alertas y expectantes.
Entonces, Mirajane esbozó una sonrisa encantadora e inclinó la cabeza.
—¿Sabes, Laxus? He estado pensando —comenzó a decir a la vez que se recogía su larga melena en una coleta alta—. ¿No sería injusto que solo uno de los dos saliera victorioso de aquí?
El aludido, que conocía a la exterminadora tan bien como la palma de su mano, no cayó en la provocación y, en su lugar, le devolvió la sonrisa. Sin perderla de vista, dio un paso lateral y ella le copió al instante.
—¿Por qué tendría que serlo? —respondió a su vez. Volvió a moverse, y Mira imitó sus movimientos como un espejo perfecto. Parecían dos bestias al acecho, cada una esperando el momento oportuno para atacar. A su alrededor, sus compañeros comenzaron a combatir sin preocuparse por ellos—. Si uno gana, el otro pierde. Así de simple.
Mirajane tarareó, pensativa, y se tomó un momento para localizar a sus compañeras. Sorano se estaba enfrentando a Bickslow, los dos manejando a sus títeres como marionetistas innatos. Evergreen intentaba darle alcance a Minerva o, en su defecto, a la baliza que custodiaba, pero todo el espacio de la arena estaba bajo las órdenes de la contraria y tanto ella como el objeto desaparecían y aparecían en sitios aleatorios en el último segundo. Y, por último, Ultear mantenía a raya la esgrima de Freed lanzándole proyectiles luminosos desde una esfera de luz que sostenía por encima de su cabeza.
Tal y como se esperaba, ambos equipos estaban bastante igualados en poder, por lo que aquella iba a ser una batalla de ingenio. Al estar en el último curso, todos conocían las habilidades de los demás, por lo que intentar sorprenderlos sería una pérdida de tiempo y esfuerzo. Por ese mismo motivo, Laxus no aprovechó el breve instante de distracción que le regaló Mira; sabía que era una estratagema y un engaño obvio. Ella estaba tan pendiente de él como Laxus de ella. En cambio, dejó que la electricidad le recorriera los dedos.
Pequeños chispazos adornaron sus nudillos, expectantes y a la espera del momento adecuado. Porque si había algo en lo que Mirajane era buena, era en ser imprevisible. Entonces, ella se volvió hacia él y Laxus se puso en guardia.
—Entonces —murmuró Mira, y el ethernano la rodeó de pronto como un manto violeta. Poco a poco, sus rasgos se fueron transformando en los de su demonio preferido y el público rugió de júbilo—, supongo que puedo destrozarte sin rencores, ¿no?
No hubo advertencia. No hubo una secuencia de movimientos. Simplemente, en un instante estaba ahí, y al siguiente Laxus la tenía justo encima con una sonrisa despiadada y uñas convertidas en garras extendidas hacia él.
Se lanzó a un lado, rodando por el suelo y dejando la electricidad libre. Los rayos surgieron de él como un cortocircuito descontrolado, y Mira alzó el vuelo para esquivar ese ataque que buscaba sus alas.
—¡Freed! —bramó, sin dejar de lanzar ataques hacia una Mira que hacía acrobacias en el aire.
No necesitó decir más. Como la señal predeterminada que era en realidad, Freed se alejó de Ultear y retrocedió varios saltos para poder alzar su espada hacia el cielo y comenzar a trazar garabatos invisibles. A sus pies y a su alrededor comenzaron a surgir símbolos y runas moradas cada vez más complejas y Ultear, presintiendo que aquello no iba a ser bueno para su equipo, lanzó otra oleada de ataques. Ataques que no impactaron en su objetivo porque Laxus los interceptó con sus propios rayos, olvidándose por un momento de Mira para proteger a su compañero.
La hija de Ur lo fulminó con la mirada desde la distancia y Laxus sonrió perverso, disfrutando de la dulce sensación de irritar a sus contrincantes.
—¡Laxus, cuidado!
El grito de Evergreen lo sobresaltó y, en el siguiente parpadeo, tenía a su compañera chocando con él. No tuvo tiempo para esquivar, y ambos cayeron al suelo con una fuerza que los hizo arrastrarse varios metros. Aturdido y con la espalda dolorida, se incorporó con cuidado. Tenía a Evergreen encima, luchando por deshacerse de su propio mareo. Las marionetas de Bickslow les regalaron los segundos que necesitaron para volver a ponerse en pie.
—Maldita Minerva —gruñó Evergreen, sacudiéndose el polvo de las manos y asesinando con la mirada a la exterminadora contraria. Por culpa de su magia, Evergreen había sido transportada en medio de un vuelo hacia Laxus cuando intentaba ir a por Mirajane.
—¿Estás bien? —Laxus estudió su condición de un rápido vistazo, buscando contusiones o heridas importantes. Solo encontró rasguños y moretones menores.
—Lo estaré cuando ganemos —protestó su compañera, entregándole la baliza con un gruñido, antes de volver a materializar sus dos pares de alas y volver a alzar el vuelo. En el aire, ella y Mira reanudaron su juego mortal de perseguirse.
Laxus las observó un segundo, antes de bajar la vista hacia el objeto que ahora descansaba en su mano. Era el doble de tamaño que su puño, y sus juntas brillaban en un tono azulado que emitían un débil zumbido de energía. Pesaba bastante, y luchar cargando con esa cosa iba a ser un incordio absoluto. Pero dado que Minerva tenía la odiosa capacidad de abrir portales donde se le antojara, dejar la baliza flotando en el aire no era una estrategia inteligente.
Justo en ese momento, con seis minutos de reloj, Freed terminó su encantamiento y las runas salieron despedidas de sus cercanías para crear un domo violeta que ocupaba toda la arena, desde el suelo hasta la cúpula que encerraba el ethernano. Al ver esos destellos morados, Laxus sonrió y se rio entre dientes. Rotó los hombros, escuchando el crujido de sus articulaciones, y le lanzó la baliza a Freed como si se tratara de una pelota. El contrario la atrapó sin mucho esfuerzo y, desde la distancia, le dio un asentimiento. Ese gesto fue lo único que necesitó.
Riendo, acudió a su poder y los rayos aparecieron en sus dedos una vez más, ascendiendo por sus brazos, rodeando su torso y rugiendo como una auténtica tormenta. Ahora que la magia de Freed había sido lanzada, su equipo no corría el riesgo de ser alcanzado por algún rayo perdido y él podía atacar a sus anchas. Sonrió como un maníaco, y pateó el suelo. Los rayos que surgieron agrietaron la tierra y se dirigieron entre chispazos hacia Ultear, que era la que más cerca se encontraba.
Ella, al ver la cantidad de electricidad que se le venía encima, abrió los ojos con horror y apenas tuvo tiempo de invocar a diez copias de sí misma, esquivando así el ataque por los pelos y confundiendo, aunque fuese solo por un momento, a su oponente.
Laxus observó las copias, intentando determinar cuál de ellas era la real, hasta que todas ellas alzaron una vez más aquel orbe de luz desde el cual surgieron numerosos rayos de luz, esta vez desde varias direcciones a la vez que buscaban empalarlo. Se defendió con sus propios rayos, neutralizando un ataque con otro, al menos hasta que un portal multicolor se abrió a medio metro de él y Mira apareció con una sonrisa escalofriante.
—¿Me echabas de menos? —canturreó, tirándolo al suelo y rodando con él por media arena.
Acabaron en el extremo opuesto desde donde habían comenzado, con un dron sobre sus cabezas y Sorano y Bickslow enredados una vez más en un combate bastante parejo que les impedía preocuparse de nada más.
A Laxus, por otra parte, la espalda le palpitaba por el dolor de haber recibido tantas malas caídas seguidas. Emitió un gruñido quejumbroso y parpadeó con esfuerzo, notando el rastro caliente y húmedo de un hilillo de sangre que le bajaba por la ceja desde la sien. La cabeza le daba vueltas, aunque el traumatismo no era tan grave como para impedir que se diera cuenta de que tenía a Mira a horcajadas, sosteniéndolo con fuerza contra el suelo e inmovilizándole las manos.
Entrecerró los ojos con molestia, intentando deshacerse del polvo que se le había metido bajo los párpados, y fulminó a Mira con la mirada.
—Maldita loca —siseó, notando cómo sus garras se hundían en la piel de sus brazos; lo suficientemente cerca de su pulso como para impedir que hiciera algún movimiento brusco que le supusiera cortarse las venas.
Mirajane, inocente, sonrió angelical y se inclinó sobre él. La coleta se le había medio deshecho, y su pelo blanco cayó en cascadas hacia delante, acariciándole el rostro. El beso fue apenas una caricia, corto, fugaz, y completamente inesperado.
Cuando se apartó y lo dejó libre, Laxus todavía intentaba comprender qué acababa de ocurrir.
—Sin rencores —le recordó ella, guiñándole un ojo y volviendo a alzar el vuelo, dejándolo a él con la mente en blanco y el roce fantasmal de sus labios ardiendo contra su boca.
Estaba tan aturdido que recibió el látigo de Minerva de lleno. Le alcanzó en el hombro, y el dolor le estalló tras los párpados y lo arrancó de su estupor a la fuerza. Gruñó una maldición, lanzó un juramento hacia Mira y sus travesuras, e invocó sus rayos una vez más.
La electricidad recorrió el látigo de Minerva como si fuese un hilo conductor, pero ella se deshizo de él antes de que pudiera alcanzarla y, tan demente como todas las integrantes de su odioso equipo, se lanzó hacia él sin miedo para comenzar un combate cuerpo a cuerpo como si la electricidad que recorría su piel no fuese más que mera estática. Y, maldita fuese, era rápida.
Sus puños y patadas eran certeros y golpeaban tan rápido que Laxus apenas tenía tiempo de enfocar sus rayos en una zona que ella ya le estaba destrozando otra. Gruñó, furioso, y se apartó de un salto, jadeando de dolor por un golpe demasiado certero que había impactado en sus costillas. Se preguntó si las tenía rotas, pero descartó el pensamiento a favor de volver a esquivar, ahora a tres de las marionetas de Sorano. ¿No se suponía que Bickslow la estaba manteniendo a raya?
Pero en cuanto alzó la vista vio que su compañero estaba ocupado con Ultear, y que Freed mantenía un combate reñido con Minerva, una combinación confusa de combate cuerpo a cuerpo, esgrima y látigo, todo a la vez. Le dolió la cabeza de solo intentar seguir el ritmo a lo que estaba viendo, y una marioneta blanca y peluda con forma de comecocos fantasma se le lanzó encima, golpeando justo en sus costillas maltrechas. Jadeó, y maldijo a ese odioso equipo compuesto por mujeres. Que una de ellas fuese la chica que le quitaba el sueño era secundario. Habían conseguido cabrearlo.
Furioso e irritado a partes iguales, lanzó una oleada de rayos que surgió de él como una bola de electricidad que chocó con todo lo que se interponía en su camino en un radio de cinco metros.
Siete de los ángeles de Sorano cayeron al suelo, inutilizados, y ella misma recibió un par de rayos que la hicieron arrodillarse. El resto de electricidad errante fue reconducida por las runas de Freed que, gracias a Dios, seguían activas, y esta se dispersó en el aire.
Medio segundo después, una oscura sensación de peligro impulsó sus reflejos y movió su cuerpo hacia la derecha, esquivando a duras penas un orbe oscuro de energía que había sido lanzado desde las alturas. Ahí, Mirajane se alzaba como un ángel oscuro y vengador, con garras, cola y alas de murciélago. El público estaba en éxtasis, los drones no sabían a qué combate prestarle más atención y Laxus se estaba cansando. Ese equipo estaba demasiado bien coordinado y comenzaba a odiarlo con todo su ser. No conseguían romper el punto muerto de ninguna de las maneras, y desgastarse mutuamente tampoco estaba siendo efectivo.
En el cielo, Evergreen materializó el polvo de sus alas hasta crear flechas que salieron disparadas a toda velocidad hacia Mira, quien tuvo que retomar el vuelo para poder esquivarlas. En el suelo, Sorano se recuperaba temblando y fulminó con la mirada a Laxus. Se puso en pie con esfuerzo y, acto seguido, reunió a todas sus marionetas restantes para combinarlas y crear un humanoide gigante y brillante que se abalanzó sobre Laxus con furia.
Así, se vio obligado una vez más a luchar cuerpo a cuerpo, con sus rayos inutilizados porque esa cosa no era una persona que pudiese ser electrocutada y un costado magullado que le punzaba en los momentos más inoportunos.
Y, entonces, una sombra cayó sobre él desde el cielo y la marioneta gigante fue sustituida por Mira, quien le lanzó una patada que hizo que se estrellara contra una pared. Por un segundo vio las estrellas, pero consiguió recuperarse a tiempo para evitar un segundo embiste. Rodeó su puño de rayos y lanzó una ráfaga que Mirajane esquivó alzando momentáneamente el vuelo. Después, cayó en picado hacia él una vez más y lo atacó con su cola.
Las escamas se le clavaron en el brazo y rasgaron tanto uniforme como piel. La sangre no tardó en recorrerle el brazo, acumularse en el hueco de sus nudillos y gotear hasta el suelo. Pero él había conseguido electrocutarle por fin una de las alas y esa pequeña victoria era más importante que el dolor de una extremidad.
Se permitieron un punto muerto de forma mutua, y Laxus procuró recuperar el aliento sin perderla de vista ni bajar la guardia. Él mismo estaba hecho un desastre, todo polvoriento, con heridas sangrantes, varios cardenales formándose y puede que hasta algún hueso roto. No sabía cómo iba a pelear en la batalla de Rangos en semejante estado, pero poco le importaba ahora mismo.
Porque Mira no estaba mucho mejor. Un corte le partía e hinchaba el labio inferior, su falda se había deshilachado en los bordes, una de las alas le colgaba inerte a la espalda y el pelo le caía suelto y revuelto en una cascada blanca que relucía bajo las runas de Freed pese a estar cubierto de polvo.
Tenía un aspecto salvaje, indomable, y Laxus se rió de sí mismo por encontrarla hermosa en aquellas circunstancias. Se había golpeado la cabeza más fuerte de lo que creía, estaba claro. Aun así, sonrió, con fuego en los ojos y electricidad en las venas. Sus nudillos cubiertos de sangre volvieron a envolverse con rayos.
—Pienso vencerte —declaró, y Mira le devolvió la sonrisa. Esta era genuina, real, y sintió que se aceleraba el pulso más de lo que ya estaba por el combate.
—No si lo hago yo antes —replicó ella, confiada y feroz.
Laxus soltó una carcajada y se lanzó hacia delante, con la electricidad lanzando chispazos a lo largo de todo su cuerpo. Mirajane tampoco se quedó atrás, y utilizó su única ala buena para ganar impulso y velocidad.
Antes de poder intercambiar ningún golpe, sin embargo, la sirena resonó por todo el estadio, tomando a todos por sorpresa y deteniendo todos los combates, dejándolos a la mitad y sin concluir.
Desconcentrados, y arrancados de su adrenalina a la fuerza, chocaron con torpeza y ambos cayeron al suelo en un lío doloroso de brazos y piernas. Tropezaron, y la espalda de Laxus volvió a sufrir la caída de un peso muerto encima del abdomen. Soltó un quejido de dolor, y escuchó a Mira farfullar un colorido insulto a la vez que le clavaba un codo en el esternón. Por encima de sus cabezas, Mato anunciaba:
—¡E-Empate! ¡Se acabó el tiempo!
Por un segundo, Laxus no comprendió qué acababa de escuchar. ¿Empate?
Con Mira renunciando a su transformación todavía encima de él, se incorporó como pudo y alzó la mirada hacia la pantalla. Ahí, en números rojos, el contador declaraba que había llegado a cero sin que ninguno se diera cuenta, con las balizas olvidadas en manos de sus guardianes. Se habían concentrado tanto en pelear y vencer al otro que ni se habían acordado del objetivo de aquel encuentro.
Aturdidos, ambos equipos se miraban con expresiones de confusión idénticas, todos jadeantes y magullados por igual. Estaban todos hechos un poema andrajoso, y Laxus soltó una carcajada sin poder evitarlo. Al final, no había ganado nadie.
Mirajane, en su regazo, lo miró mal. No parecía contenta con el resultado, y aunque él tampoco se había esperado algo semejante, lo cierto era que en esos momentos estaba tan agotado que lo único que quería era salir de ahí y echarse la siesta.
—Quiero la revancha —protestó Mira, cruzándose de brazos con un puchero infantil de lo más adorable.
Ya no había rasgo alguno de demonio en ella, pero sus ojos seguían ardiendo insaciables de lucha y victoria. Laxus torció una sonrisa y le apartó el flequillo de los ojos con una suave caricia. Mirajane se sonrojó al instante y él se inclinó hacia delante.
—Cuando quieras —concedió, sellando la promesa con ese beso que tanto tiempo había esperado dar.
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