Capítulo 33
En realidad, Natsu tendría que habérselo imaginado. Era más que obvio que, tratándose de algo que supervisaba su hermano en gran medida, las cosas no podrían ser simplemente sencillas. ¿Por qué organizar una simple carrera de obstáculos de toda la vida cuando podías crear todo un laberinto lleno de trampas y callejones sin salida en su lugar? ¿Dónde quedaba eso de la competitividad sana y "lo importante es divertirse"?
No por primera vez, Natsu maldijo para sus adentros al mismo tiempo que se encontraba con otro muro que le cortaba el paso. No llevaba corriendo ni tres minutos enteros y ya estaba jadeando por todas las vueltas que estaba dando. Maldito fuese Zeref y todo el resto del personal que había montado aquella tortura.
Se detuvo, frustrado por toda esa situación, y también consigo mismo. Así no estaba llegando a ninguna parte. Ni siquiera sabía dónde se encontraba, maldita sea. Su sentido del espacio se había quedado tirado en alguna parte de la sexta curva. ¿O era la octava? Bah, qué más daba. Seguía estando igual de perdido.
A su alrededor, el resto de participantes corrían como lo había estado haciendo él momentos antes; como pollos sin cabeza frenéticos que no sabían ni hacia qué lado mirar. Cada pocos segundos escuchaba gritos sin dueño y algún que otro disparo perdido protagonizando alguna escaramuza. Por supuesto, las quejas y los insultos hacia el laberinto y hacia nadie en particular no faltaban.
Todo aquel caos lo irritaba, y consideraba que hacía que se vieran estúpidos. ¿Qué eran? ¿Críos de cinco años? Negó con la cabeza. No tenía tiempo para andar quieto y mucho menos para lamentarse. El tiempo seguía corriendo y él iba a pasar de fase aún si se ahogaba en el proceso.
Pese a todo, se tomó un momento para sí mismo. Cerró los ojos e inspiró hondo varias veces, calmando tanto su mente como sus pulmones. El pecho le punzaba entre las costillas por sus antiguos jadeos desenfrenados, pero era soportable. Había aguantado cosas peores, al fin y al cabo.
A su izquierda, una pared se movió, cambiando de sitio y cerrándole el paso a unos estudiantes que bramaron protestas y maldiciones. Porque sí. El jodido laberinto también cambiaba sus callejones. Natsu iba a estrangular a su hermano en cuanto saliera de ahí, eso como mínimo.
Pero antes, la prueba. Tenía que clasificarse en la dichosa carrera y ahora solo le quedaban once minutos de reloj para conseguirlo. Y por si eso no fuera suficiente, todavía tenía que encontrar a sus compañeros de equipo.
Buscando calmarse para poder tener la mente despejada, volvió a inspirar hondo. El ethernano de su bufanda le acarició la nariz y las punzadas por fin se detuvieron. Un dron pasó zumbando por encima de su cabeza, retransmitiendo lo que ocurría dentro del laberinto para el resto de espectadores. Entonces, la solución vino a él con una obviedad que hizo que se sintiera estúpido.
Gruñendo un insulto dirigido hacia su propia persona, se reajustó la correa del rifle y salió corriendo una vez más en una dirección cualquiera. Una pared se sacudió, dividiéndose en dos para cerrar un callejón, y Natsu aceleró justo a tiempo para poder escabullirse por el estrecho pasillo. Una maga de Rango D le salió al paso, con una daga en cada mano, y se abalanzó sobre él con un grito.
Pero Natsu había vuelto a enfocarse; tenía un objetivo claro en la cabeza y sabía qué tenía que hacer para conseguirlo. Y, por desgracia para la chica, él tenía mucha más experiencia que ella en combate de cuerpo a cuerpo. Esquivó su primer embiste, detuvo el segundo, y la desarmó de una de las dagas retorciéndole la muñeca con firmeza. La maga soltó un quejido de dolor y se dobló de rodillas. Dos segundos después, él ya se estaba alejando a toda prisa por el primer desvío que encontró.
Sin dejar de correr, y procurando controlar el ritmo de su respiración y no jadear, encendió el intercomunicador. En esta ocasión no tenían auriculares, y ninguno de sus compañeros estaba tan acostumbrado como él a manejar el reloj con facilidad mientras peleaban, pero el trasto no era considerado uno de los mejores inventos del siglo por nada y pensaba usarlo como la herramienta de combate que era en realidad. De modo que activó la opción de llamada grupal y esperó, no sin impaciencia, a que el resto de su grupo contestara. Al temporizador le quedaban diez minutos.
—¿Natsu?
La voz jadeante de Lucy fue la primera en escucharse. Antes de contestar, sacó una de sus pistolas y disparó hacia el exterminador que divisó a su derecha. Su cuerpo electrocutado e inmovilizado cayó al suelo como un saco de patatas. Lo sentía por el tipo, pero cuantos menos contrincantes, mejor para él. Tras un rápido vistazo al reloj, vio que los otros dos también habían abierto la línea. Bien.
—Vamos a comunicarnos por aquí de ahora en adelante —explicó, y la frase cortó el delicado equilibrio de su respiración. Su siguiente bocanada de aire se sintió áspera en la garganta, pero tragó en seco y se obligó a seguir—: El resto podrá oír lo que decimos, pero es mejor que nada. ¿Dónde estáis?
—Rodeado de paredes gigantes, ¿dónde más? —fue la rápida respuesta de Erik. Instantes después, se escuchó un golpe seco y un gemido aturdido—. Me pillas algo ocupado. Más te vale tener un plan.
—Podría ser —concedió. Se detuvo en seco y se pegó a una de las paredes. Asomó la nariz y examinó el resto de pasillos cambiantes. Todo era una mezcla desconcertante de muros de tierra y metal iguales entre sí—. Para pasar, tenemos que llegar los cuatro al centro del laberinto. El problema es que no sabemos dónde está cada uno y que vamos a contrarreloj.
—¿Y qué propones? —La voz de Lisanna intervino por primera vez. Se escuchaba entrecortada, y Natsu suposo que ella también estaría corriendo.
—De alguna manera tenemos que reagruparnos. Ir por separado es arriesgarse demasiado a que alguno no lo logre.
—También lo es perder el tiempo buscándonos el uno al otro —reprochó Lucy, y de fondo se escuchó el zumbido estático de la electricidad; ese látigo suyo había resultado ser muy útil si uno se volvía ingenioso. U, opción dos: deja que Wahl te dé un par de ideas locas.
—Yo puedo ir por aire —sugirió Lisanna, como una ocurrencia tardía, y Natsu se encontró riendo hacia la nada.
—Exactamente —felicitó, y acto seguido derrumbó de un disparo a un mago que venía en dirección contraria. Todavía estaba lejos, pero por si acaso.
—Pero se volverá un blanco fácil para el resto —advirtió Erik—. No es que sea una estrategia muy sutil.
—No necesitamos que lo sea. Yo la respaldaré. Solo necesito llegar arriba. Mientras tanto, hay que reducir números.
A esas alturas, ninguno se sorprendió cuando Erik se carcajeó, encantado por la sugerencia.
—Eso está hecho —prometió, y no se necesitó esperar mucho para escuchar el ruido inconfundible de una nueva pelea.
Natsu no puedo evitar sonreír. Era una sensación cálida, sentir que había personas que confiaban en él y en su juicio y que no ponían en duda su capacidad, ni sus habilidades. Ahora, era el momento de dejar que el resto del mundo las viera.
Ocho minutos.
Tomó una profunda bocanada de aire, saboreando el ethernano, y se hizo con ambas pistolas. Cerró los ojos, visualizando en su mente los pasillos que había estado analizando para trazar la mejor ruta. Acto seguido salió corriendo, con los gatillos presionados hasta el primer tope y las armas vibrando en sus manos.
Dos participantes le salieron al paso, claramente compinchados, y les regaló un disparo en el hombro y en el muslo, respectivamente. Primer tope otra vez y él saltó sobre los cuerpos aturdidos de sus oponentes. Un pinchazo entre las costillas. Lo ignoró. El ethernano se acumulaba en las pistolas, lento ante la poca concentración del mismo en el aire, y sus ojos se movían ansiosos por las paredes, buscando.
Y entonces, ahí, a su izquierda. Otro pasillo se cerraba ante sus narices y Natsu sonrió con descaro. En sus manos se prendió fuego, le punzó en los dedos y la ingeniería hizo el resto. Ahora la vibración de las pistolas era más fuerte, impaciente, y él disparó sin dudar.
Saltaron trozos de tierra por los aires y las paredes se deformaron. Cuatro muescas precisas aparecieron en la esquina que acababa de crear el propio laberinto y Natsu las usó de agarraderas. No eran firmes, y sentía cómo la tierra quemada se pulverizaba bajo la presión de sus dedos. Sin embargo, no le interesaba que aguantara mucho. Solo lo suficiente.
Quedaban siete minutos y él estaba en la cima del mundo.
No era el único, por supuesto.
Había otros que habían tenido ideas parecidas a la suya, aunque eran pocos y en su mayoría de Rangos superiores; exterminadores y magos ya con suficiente experiencia y varios Torneos a sus espaldas como para saber ser creativos ante la necesidad de la improvisación. Porque, se dio cuenta entonces, ese era el objetivo, ¿no? Ponerlos sobre las cuerdas, obligarlos a pensar; saber olvidarse del protocolo y de las costumbres y reaccionar.
Casi por acto reflejo, Natsu buscó desde las alturas la enorme ventana de la sala de control de la arena, donde sabía a ciencia cierta que estaría su hermano supervisando todo. Se preguntó qué estaría pensando de todo aquello, antes de que un dron pasara frente a sus narices, curioso e interesado en él por cinco segundos antes de seguir su curso. Se centró de nuevo y observó lo que le ofrecía su nueva posición.
—Ya estoy aquí, Lisanna —murmuró, a la vez que trasteaba por las opciones del reloj—. Cuando quieras.
Respiraba de forma irregular, y se detuvo un momento para que sus pulmones se calmaran. Se llevó la bufanda a la nariz e inspiró hondo a través de ella mientras contemplaba lo que se extendía a sus pies.
Desde ahí arriba, la perspectiva del laberinto era muy distinta. El recinto parecía una maqueta gigante que se movía, con paredes que se desplazaban de un lado para otro de forma aleatoria y con una gran abertura en todo el medio. Ahí, un dron permanecía inmóvil, seguramente grabando a todos los que conseguían llegar hasta él. A Natsu le alivió saber que, en realidad, no iba en mala dirección y que se encontraba a mitad de camino. Aunque, por supuesto, eso lo decía estando arriba. Abajo, la distancia habría sido el doble, con tantos callejones sin salida y caminos cambiantes.
Un poderoso batir de alas acercándose llamó su atención. Manteniendo el equilibrio sobre un muro de poco más de treinta centímetros de ancho y unos dos metros y medio de alto mínimo, se volvió, esperando ver a Lisanna. Solo que no era Lisanna, sino Mira transformada, quien rió encantada al reconocerlo y lo saludó moviendo los dedos de forma juguetona.
—¡Nos vemos! —gritó, pasando a su lado veloz y sin detenerse hacia la meta de aquella peculiar carrera.
Natsu se rio, no pudo evitarlo. Mirajane estaba loca y si no llamaba la atención ahí por donde pasaba, no era ella.
Negando con la cabeza, devolvió las pistolas a sus fundas y, en su lugar, se hizo con su abandonado rifle. Justo entonces, divisó a Lisanna surgiendo de uno de los callejones, batiendo sus brazos convertidos en alas blancas y volando en su dirección. Bien. Hora del segundo paso. Volvió a centrarse en el reloj.
Las pantallas colgadas sobre las gradas marcaban seis minutos.
Comenzó a correr sin esperar a su compañera, confiando en que Lisanna lo seguiría de cerca. Se enfocó en respirar, en mantener el equilibrio y en vigilar a todo aquel que se movía por debajo de ellos. Saltó de una pared a otra y Lisanna le dio alcance.
—Iremos en círculo —instruyó, deteniéndose un momento para disparar a una exterminadora que se había fijado en ellos. No distinguió su Rango, aunque tampoco le importó averiguarlo. Aprovechó para respirar—. Trazaremos un perímetro mientras buscamos a Lucy y a Erik. Te cubriré las espaldas, pero estate atenta. Pueden atacar desde cualquier parte.
Lisanna asintió, comprendiendo, y volvió a alejarse ganando altura. Natsu reanudó la carrera, cuidándose de dónde estaba pisando y disparando sin dudar a todo aquel que se le ponía a tiro. Él mismo era un blanco fácil, pero tenía buenos reflejos y no era considerado francotirador por nada.
Una pared dividió un pasillo, y Natsu aprovechó el muro para cambiar de dirección. Le lanzó un vistazo a su reloj, ahí donde un punto rojo brillaba en medio de lo que parecía un sonar vacío en miniatura. No era cien por cien preciso, y prefería un mapa a ese apaño, pero era mejor que nada y dio gracias a Mavis por enseñarle a hacer aquello. No era un ingeniero, y tampoco ningún informático que supiera apoderarse de drones aleatorios con solo un teclado, pero los relojes de su equipo estaban conectados entre sí y todos tenían GPS incorporado. Bendito fuese el día en el que la novia de su hermano insistió en instruirlo sobre las funciones básicas de aquel cacharro.
Por el rabillo del ojo vio que dos exterminadores se habían dado cuenta de que Lisanna sobrevolaba el laberinto. No dudó. Levantó el rifle, ajustó su puntería, y los inmovilizó a ambos con una descarga de ethernano antes de que ninguno supiera qué había pasado.
Saltó de un muro a otro, le disparó a una Rango B que justo acababa de salir de un callejón, y se llevó la muñeca a la boca para asegurarse de que el reloj captaba sus palabras:
—Lisanna, Lucy está en línea recta a tu derecha —informó, comprobando el punto rojo y procurando por todos los medios no jadear. Ya empezaba a sentir la garganta áspera—. Adelántate. Si eres rápida, no podrán darte. Erik, después iremos a por ti. ¿Cómo vas?
—Bueno —comenzó, sobre un ruido sordo de fondo y pisadas rápidas—, preferiría estar en una playa con una cerveza, pero no se puede tener todo en esta vida. —Hubo una pausa—. Lo siento, chicas. Ignorad lo que acabo de decir. Siempre olvido que sois menores de edad. No me uséis de ejemplo. El alcohol no es bueno.
Al instante, las aludidas protestaron, insistiendo en que las dos tenían diecisiete años y que no eran unas niñas pequeñas. Natsu, mientras tanto, puso los ojos en blanco ante una discusión como aquella y contuvo la risa. No sabía ni por qué se preocupaba por ese hombre cuando había sobrevivido a Eclipse y, antes, a años completos de servicio mercenario. Por encima de él, Lisanna aceleró su vuelo, siguiendo sus instrucciones. Ninguno preguntó cómo sabía qué dirección tenían que seguir y él no perdió el tiempo dando explicaciones innecesarias; no era el momento.
—¿Lucy? —preguntó en cambio, concentrado una vez más en dónde ponía los pies y en buscar una mejor ruta sobre esos muros que no dejaban de moverse.
—Estoy bien —aseguró, con la respiración entrecortada y claras señales de falta de aliento—. ¿Me quedo donde estoy o sigo avanzando?
—Solo si ves a Lisanna —puntualizó. Quedaban seis minutos y no podían permitirse perder ningún segundo más.
—Natsu. —La voz de Lisanna se escuchó por encima del estruendo de un batir de alas—. Si sabes dónde está, ve a por Erik. Puedo apañármelas desde aquí.
Se lo pensó un momento, considerando pros y contras. Después, suspiró y asintió, aunque nadie podía verlo. Lisanna le estaba pidiendo un voto de confianza y no iba a ser él el que dudara de ella.
—Bien —accedió. Al segundo siguiente, ya estaba dando media vuelta y buscando la posición de Erik en el reloj—. Tened cuidado. Nos vemos en la meta.
—Recibido.
Las respuestas de ambas se superpusieron la una a la otra, creando una sola declaración llena de determinación y fuerza. Natsu sonrió, y se alejó corriendo por la cima del laberinto en dirección contraria. Vigilando la aparición de posibles proyectiles, saltó de un muro a otro, acortando distancias y esquivando lo que a ras del suelo serían callejones sin salida y bifurcaciones confusas.
Un dron lo acechaba, pero Natsu tenía la atención puesta en el centro del laberinto al que se estaba acercando. Lo tenía al alcance de la mano, a una decena de metros a su izquierda; un claro sobrevolado por un dron fijo y al que llegaban estudiantes con cuentagotas. Él podría ser uno de ellos, solo hacía falta desviarse un par de muros. Sin embargo, lo ignoró. Hizo como si la meta no existiera y pasó de largo. Tenía otro objetivo; tenía que encontrar a Erik.
Quedaban cinco minutos.
Aceleró y le echó un vistazo a la pantalla del reloj. Si los cálculos no le fallaban —algo que podría ser perfectamente plausible—, su compañero estaba a unos sesenta metros. Un dron sobrevoló su posición, y otro muro se dividió en dos. Lo aprovechó para cambiar de pared, y una punzada bajo el esternón le sacudió los nervios. Tragó en seco, y notó la lengua áspera y pastosa.
Cincuenta metros, y el dron que lo seguía se alejó por la izquierda. De refilón, vio que alguien lo apuntaba con un arma desde el suelo. Se detuvo en seco, retrocedió un paso instintivo, y el rayo de ethernano le pasó rozando. Esforzándose por mantener el equilibrio y no caer, Natsu volvió a alzar el rifle y disparó a los pies de su oponente. No perdió el tiempo en mirar si había acertado o no y volvió a la carrera. Sus ojos buscaron el dron de antes.
—Erik —jadeó, llevándose el reloj a los labios y forzando a que sus palabras salieran por su garganta—. Un dron vuela en tu dirección. Si puedes verlo, el claro está a su derecha. Necesito que acortes distancia.
Porque comienzo a quedarme sin aire y a este ritmo colapsaré a medio camino, fue lo que no dijo, pero el mensaje se entendía con solo escuchar la sibilancia que acompañaba a sus jadeos. Había aguantado más que el año pasado, pero la resistencia de sus pulmones estaba llegando a su límite.
—Entendido. —La respuesta de Erik no tardó ni medio segundo en llegar, y Natsu supuso que se había dado cuenta de lo que estaba sucediendo—. Lo acabo de ver. Voy para allá.
Natsu no se atrevió a sentirse aliviado, todavía no. En su lugar, tragó en seco y se obligó a poner un pie delante de otro y a seguir avanzando. De pronto, era muy consciente del ardor de sus músculos y lo viciado que se sentía el aire. Maldijo a su cuerpo, que nunca quería colaborar, y su mente se repetía una y otra vez que tenía que seguir moviéndose, que no podía pararse y que tenía que respirar.
La nueva bufanda ayudaba, pero el constante esfuerzo y la carrera continua habían hecho que sus pulmones se cerraran de todas formas, codiciosos ellos. ¿Por qué nunca era suficiente? ¿Por qué el aire nunca parecía bastar?
Le ardía el pecho, y cada bocanada que daba le escocía en la garganta. Le pesaban las piernas, como si nunca hubiese hecho ejercicio y sus músculos no supieran cómo moverse. Comenzaba a sentirse mareado, y su caja torácica parecía estar llena de agujas.
Llegó al final de un muro, y tuvo que saltar a otro. Trastabilló hacia delante y ahogó una tos que supo a cenizas. Maldita fuese su suerte y sus pulmones de mierda.
—Erik —jadeó, con voz ronca y llena de carbón—. ¿Dónde estás?
El punto rojo se había acercado a él, pero no lo veía por ninguna parte y ya quedaban solo cuatro minutos. El pánico comenzaba a inundarlo, y su mente se nubló todavía más. ¿Por qué siempre dolía tanto?
Se obligó a mirar al frente y a seguir corriendo. El claro estaba a menos de treinta metros de él. Tenía que seguir. No podía rendirse ahora; no podía detenerse. Pero sus piernas estaban hechas de plomo y sus pulmones cubiertos de ascuas encendidas y cenizas. Se aferró a su bufanda. Se la llevó a la nariz y el aire supo a menta por dos gloriosos segundos.
Y entonces, un disparo.
Se le bloqueó una rodilla y la electricidad se expandió por toda su pierna. Pisó en falso, en vacío, y se precipitó hacia abajo.
No tuvo tiempo ni de pensar en cómo caer, pero por instinto intentó aferrarse al borde del muro y, aunque se le escaparon los dedos, esos segundos frenaron su caída lo suficiente para evitar que se rompiera el cuello. Se estrelló de bruces contra el suelo, y su costado aterrizó de forma dolorosa contra la culata del rifle.
Por un momento, no supo decir qué le hacía sufrir más, si sus pulmones o la caída. Sin embargo, pronto lo primero adquirió relevancia otra vez. Su respiración se escuchaba sibilante, y la falta de oxígeno le llenaba la vista de puntos negros.
Con dedos temblorosos, volvió a llevarse la bufanda a la nariz y se obligó a ponerse en pie. Tropezó, y se dio contra una pared. Menta. Tenía que concentrarse en la menta. Dentro y fuera. Dentro y fuera. Otra vez.
Tres minutos.
No iba a lograrlo. Había sido un iluso. ¿Es que acaso lo del año pasado no había sido prueba suficiente? ¿A quién quería engañar? No estaba hecho para esto.
Desde su reloj llegaban voces, pero su conciencia estaba demasiado lejos ya como para hacerles caso. Lo sentía por sus compañeros, de verdad. Pero no podía. Se estaba asfixiando y cada paso era más lento que el anterior. Le iba a estallar el pecho y, por un momento, vio doble.
Tosió, y un grueso flemón ensangrentado salió de su garganta. Le fallaron las piernas. Sentía la ceniza entre los dientes, áspera y amarga. Un aleteo. Los drones zumbaban por alguna parte en el cielo. Se preguntó si su hermano lo estaba viendo colapsar otra vez.
Lo siento, Zeref. Siento haberte hecho perder el tiempo por nada.
De pronto, su cuerpo fue obligado a levantarse. Lo sacudieron y lo incorporaron, y Natsu tuvo que esforzarse por dejar de ver negro. Distinguió una cicatriz en un ojo cerrado.
—¿Erik? —farfulló, sin aliento.
—¿Quién si no? Dios, ¿quieres dejar de hacer que tenga que salvarte el culo cada cinco días? Podía escucharte jadear desde los veinte metros.
Sonaba cabreado, pero en ningún momento redujo el paso ni dejó de arrastrar el maltrecho cuerpo de Natsu consigo. Había hecho que le pasara un brazo por los hombros y lo tenía rodeado con fuerza por la cintura, cargando con su peso casi al completo. No parecía tener intenciones de querer soltarlo pronto.
Pero solo quedaban dos minutos y medio y Natsu era consciente de que solo estaba siendo una carga. Ahogó una tos en la bufanda y obligó a sus cuerdas vocales a funcionar.
—No vale la pena... —masculló. El aire silbaba cada vez que entraba y salía de sus bronquios obstruidos—. No queda tiempo.
Erik ni siquiera se molestó en hacerle caso.
—Queda el suficiente —espetó, y como quisiera demostrarle que no iba a dejarlo ahí tirado como se suponía que tenía que hacer, lo estrechó hacia sí con todavía más fuerza.
Sin embargo, Natsu apenas podía poner un pie delante del otro. El pecho le dolía horrores, y la bufanda estaba demostrando ser insuficiente ante toda la carga a la que se había sometido. Tenía lágrimas en los ojos y notaba cómo empezaba a hiperventilar. Aire. Necesitaba aire.
Dos minutos.
—A la mierda.
El gruñido irritado de Erik lo escuchó lejano, a kilómetros de distancia. No obstante, lo que vino a continuación sí que lo escuchó: un zumbido tan potente que amenazó con destrozarle los tímpanos y que arrasó con todo lo que había por delante de ellos. Los muros se desplomaron, el metal se combó a la fuerza y trozos de tierra y roca salieron volando por los aires en una explosión de sonido que sacudió toda la arena.
Después, se hizo el silencio. La asfixia le nublaba la conciencia, pero Natsu todavía pudo sentir el pitido ensordecedor dentro de sus oídos. El aire se cargó de polvo a medida que los restos del laberinto caían al suelo por delante de ellos. Todo se había reducido a escombros.
—Estás... —tosió, y el pecho le punzó bajo los huesos—. Estás demente.
Sintió cómo Erik se encogía de hombros y aceleraba el paso. Por delante de ellos ahora quedaba a la vista el claro que hacía de meta. Todos los ojos estaban puestos en ellos, y los drones zumbaban en su dirección como inmensos abejorros de metal. En su visión borrosa llena de manchas, Natsu creyó ver que dos figuras salían corriendo hacia ellos.
—Nadie dijo que no se podía derribar paredes —estaba diciendo Erik—. Y ahora haz el favor de no morirte. Vamos a acabar esto. ¿Me oyes?
Y Natsu se rio, porque se estaba asfixiando, sus pulmones ardían y sentía que se iba a desmayar en cualquier momento, pero Erik tenía un humor demasiado parecido al suyo y simplemente ya no podía más.
Una alarma lejana advirtió que quedaba un minuto para el final de la prueba y Natsu quiso decirle a Erik que no pasaba nada, que no importaba si ese año tampoco lo conseguía. Se conformaba con haber aguantado más que la última vez, con haberlo intentado y haberle sido útil a ellos. Si ellos conseguían pasar de curso, él se daba por satisfecho.
Pero no ya no tenía fuerzas ni para abrir la boca. Intentó inspirar hondo, y aunque olió la menta, sus bronquios ya se habían cerrado a cal y canto. Se encontraba en apnea, y sentía pinchazos por todas partes. El pánico lo inundó. Porque sentía que su pecho subía y bajaba, pero el aire no entraba. Estaba respirando, pero aun así se ahogaba.
Quiso farfullar algo, advertirle a Erik de lo que estaba pasando, pero su voz también se había ido. A su altura llegaron una mancha blanca y otra amarilla que reconoció como Lisanna y Lucy. Acto seguido, su visión se tiñó de negro y el mundo se puso del revés.
Le fallaron las rodillas, y se habría caído de bruces contra el suelo si no lo hubieran atrapado. Abrió los ojos, y solo vio puntos negros y manchas. De alguna manera se dio cuenta de que se estaban moviendo, esquivando escombros y acercándose al claro.
Lo zarandearon, y varias voces le decían cosas que no entendía. Tampoco le importaba. Lo único que ocupaba su mente era que no podía respirar. Volvieron a zarandearlo, y el movimiento brusco consiguió hacerlo reaccionar lo suficiente como para inspirar una vez. La menta le acarició la nariz por un fugaz instante, pero fue un momento efímero e insuficiente. Comenzó a hiperventilar otra vez, tensándose y jadeando.
Necesitaba aire. No lo tenía.
Necesitaba oxígeno. No lo estaba consiguiendo.
Necesitaba unos puñeteros pulmones nuevos. Los suyos se estaban calcinando por dentro.
Tosió y gimió. Su respiración hizo un sonido horrible y espeluznante. Una alarma estridente le sacudió el cerebro y a él lo tumbaron en el suelo. Sus dedos se aferraron a la tierra inútil, y una mancha blanca se abalanzó sobre él.
—¡Natsu!
Reconoció la voz de Mira. La reconocería en cualquier parte.
Intentó contestar, pero de su boca solo surgieron flemones ensangrentados y sibilancias mortales. Se llevó una mano al pecho y se clavó las uñas en la piel a través de la ropa, como si así pudiera arrancarse esos pulmones inútiles de sí mismo. Tosió, ahogándose todavía más, y las lágrimas le rodaron por la sien. Dolía. Dolía tanto. La multitud a su alrededor se agitaba, demasiado lejos y demasiado cerca. Alguien más apareció a su lado.
Notó que lo cogían en brazos. Una voz suspiró sobre su oído.
—Siempre tienes que armar un espectáculo, ¿no es así, Dragneel?
Después, sintió cómo la realidad lo succionaba y la oscuridad lo engulló.
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