Capítulo 31
El día había empezado bien.
Era miércoles, el único día de la semana en la que tenía las clases por la tarde, y Natsu se permitió remolonear en la cama un par de minutos más tras apagar el molesto despertador. Con un suspiro adormecido, se dio la vuelta y abrazó a Dimaria por la cintura bajo las sábanas, acercándola a él y hundiendo la nariz en el hueco de su cuello. Ella, de espaldas a él, emitió un sonido incomprensible y se pegó todavía más a su cuerpo, aún dormida. Natsu esbozó una sonrisa y lamentó tener que levantarse.
Nadie le impedía holgazanear un poco más, pero había reservado una sala de entrenamiento para su equipo esa mañana y quería hacer algo de ejercicio propio antes de ponerse con todo lo demás. Le esperaba un día completo y agotador, pero se había comprometido y tenía en su vida a varias personas que estaban dispuestas a castrarlo personalmente si se atrevía a faltar a su palabra.
De modo que, resignado, inspiró hondo y dejó a Dimaria libre, con cuidado de no despertarla. Se incorporó en silencio y, por un segundo, la observó dormir y hacerse un ovillo, abrazando una esquina del edredón y murmurando sonidos incomprensibles en sueños. Una vez más, Natsu sonrió y se inclinó para besarla en la sien.
—Nos vemos más tarde —susurró, aunque, por supuesto, no obtuvo respuesta.
Se vistió en silencio y salió de su habitación procurando no hacer ruido. Ya en el pasillo, su estómago le gruñó exigiendo comida y dirigiendo sus pasos en piloto automático hacia la cafetería. Desayunó solo, soportando las miradas y susurros que seguía despertando su presencia tras haber sido visto con Dimaria y se preguntó, mientras abandonaba el edificio, cómo sería el escándalo si llegasen a saber que él era el famoso y escurridizo END.
Imaginarse escenarios hipotéticos del caos que supondría eso resultó ser una distracción bastante buena y entretenida mientras realizaba una rutina de ejercicios destinados a recuperar la movilidad que le habían arrebatado sus ya curadas heridas.
El ethernano zumbaba por los conductos del techo y el sudor no tardó en adherirle la camiseta a la espalda. Sin embargo, ese tipo de cansancio se sintió bien, correcto. El resultado de sus esfuerzos pinchando en sus músculos era casi gratificante, y comprobar que todavía podía moverse como antes si se lo proponía le liberó una espina que había tenido clavada entre las costillas.
Justo cuando se disponía a realizar una ronda de tiros a objetivos móviles, el reloj de su muñeca vibró con fuerza, rompiendo su concentración y el trance en el que se había sumergido. Los demás habían llegado, y él tuvo que ir en busca de su bufanda olvidada antes de abrirles la puerta de la sala. Erik ni siquiera se inmutó al verlo ya empapado de sudor y con claras señales de que llevaba ahí un buen par de horas. Las chicas, en cambio, le lanzaron una mirada que no supo interpretar.
—¿Hace cuánto que estás aquí? —interrogó Lucy, atravesando el umbral y examinando con curiosidad la sala. Natsu, de forma distraída, se preguntó si era la primera vez que pisaba una sala de entrenamiento.
—Desde las nueve, más o menos.
Lissana comprobó su reloj y luego lo miró a él como si fuese un espécimen recién descubierto por la humanidad.
—Habíamos quedado a las once.
Natsu se encogió de hombros.
—No tenía nada mejor que hacer —replicó, evasivo y sin ganas de dar explicaciones. Casi por acto reflejo, toqueteó con la punta de los dedos las culatas de sus pistolas, que colgaban, como siempre, fieles de los cinturones en su cadera. Se sorprendió contemplando a sus compañeros con expectación—. Entonces supongo que está decidido, ¿no?
Los tres intercambiaron una rápida mirada, pero ninguno dudó a la hora de mirarlo con una sonrisa ambiciosa. Como si no pudiera ser de otra manera, Erik se cruzó de brazos, casi desafiante, y espetó:
—Este equipo está para quedarse. No vas a librarte de nosotros tan fácilmente.
La respuesta refleja de Natsu fue sonreír sin reparos. Por su mente cruzó, otra vez, la hipotética pregunta de qué pasaría si... y la emoción le rugió en las venas. Ni siquiera se sintió culpable cuando asumió el mando sin molestarse en preguntar.
—Comencemos entonces.
Este año, las cosas iban a ser distintas. Y se aseguraría personalmente de ello.
Lucy no era idiota, y llevaba sospechando que Natsu Dragneel escondía algo desde que lo vio sostener por primera vez una de sus pistolas. A partir de entonces, las señales solo se iban sumando una tras otra y había que ser un ciego para no darse cuenta de que su compañero era algo más que un estudiante inútil, como todos parecían empeñados en recalcar una y otra vez. Y no, no se refería al reciente (e increíble) rumor de que él y la famosa Chronos tenían algo; aunque ciertamente ese había sido un giro inesperado cuanto menos, y eso que ella misma había estado presente para corroborar que sí, que era cierto.
Sin embargo, no era eso a lo que Lucy le daba vueltas cada vez que veía a su compañero de equipo, sino a las expresiones que componía cuando creía que nadie le estaba prestando atención.
En realidad, lo había visto muy pocas veces —y esa pequeña cifra era lo que la mantenía aún en el filo de la duda—, pero Natsu en ocasiones adquiría una mirada que ponía los pelos de punta; una presencia que ahogaba y que era imposible de ignorar. Su mirada se oscurecía, turbia y afilada como el acero, y sus palabras parecían esconder siempre dobles sentidos; comentarios y estrategias demasiado inteligentes para alguien que había repetido curso.
Había algo, en todo lo que definía a Natsu Dragneel, que no cuadraba. Había cosas que simplemente no tenían sentido, y que molestaban a Lucy como un mosquito desagradable que le impedía dormir.
Con todo eso, la verdad era que no entendía por qué se sorprendió tanto cuando, a mitad de entrenamiento, las puertas de la sala volvieron a abrirse sin previo aviso y Zeref Dragneel, de todas las personas, apareció en escena.
Natsu, a pocos pasos de ella y con una pistola en la mano, compuso una mueca de confusión total cuando reconoció al recién llegado. O llegados, más bien. Al Presidente lo acompañaba un tipo que Lucy no había visto nunca y que tenía la mandíbula llena de piercings y una mirada que rozaba la locura.
—¿Zeref? —La voz de Natsu se alzó por encima de todos, jadeante y sin aliento por haber estado corriendo hasta hacía unos momentos. Dejó que la pistola regresara a su funda y se acercó a su hermano a grandes zancadas—. ¿Qué haces aquí?
—Bueno —comenzó, y había una mezcla discordante de arrepentimiento y diversión ahí—, digamos que te estaba buscando.
Su acompañante, el de los piercings, soltó una estruendosa carcajada.
—Más bien di que no podías esperar y que lo rastreaste por el intercomunicador para ver dónde estaba.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Natsu, con claras señales de no estar entendiendo nada.
Y no era el único. Lisanna intercambió una mirada confundida con ella desde la distancia, pero Lucy solo supo encogerse de hombros. No tenía ni idea de qué estaba pasando, pero Natsu parecía conocer al tipo y, más que pedir identidades y explicaciones, parecía estar esperando un mero contexto que lo pusiera en la misma frecuencia que los otros dos.
—Necesitamos monitorizarte —dijo Zeref, como si esa expresión tuviera un mínimo de sentido. ¿No se suponía que no se llevaban bien?
—Monitorizarme —repitió Natsu, contemplando a su hermano con una expresión vacía y perdida. Pasaron unos segundos y, de pronto, pareció comprender—. ¿Hablas de la bufanda? ¿Ya está lista?
Sonaba incrédulo, y Lucy ya se había perdido en la conversación. ¿De qué estaban hablando? ¿Y qué tenía de especial una prenda como esa?
—Casi —contestó el acompañante de Zeref—, pero te necesitamos para lo que queda. Tu novia nos dijo que estarías entrenando, lo que es perfecto.
—¿Pero no tenéis que estar en los laboratorios para eso? —preguntó Natsu, a lo que el otro se rió de buena gana antes de acercarse y rodearle los hombros con un brazo con camaradería.
—Natsu, amigo mío. Yo soy el laboratorio.
Lucy, evidentemente, no entendió a qué se estaba refiriendo. Al menos, no hasta quince minutos después, cuando el tipo se presentó como Wahl momentos antes de que uno de sus antebrazos se abriera para mostrar una especie de consola incorporada a su propio cuerpo.
Una vez más, se preguntó quién era en realidad Natsu Dragneel y qué se traía entre manos.
Natsu se felicitó a sí mismo por aguantar hasta el segundo descanso para abordar a su hermano y exigirle explicaciones. Con el prototipo de su nueva bufanda rodeándole el cuello, se acercó a la consola que controlaba la sala. Ayudado por Wahl, Zeref había llenado la pequeña torre de comandos con cables que la conectaban a un portátil que había en el suelo. Frente a él, su hermano comprobaba varios gráficos de múltiples colores y cifras que, desde su punto de vista, eran todo un galimatías.
—Nii-san, ¿tienes un momento?
Su hermano le dedicó un rápido vistazo, aunque sus dedos no se detuvieron en ningún momento de teclear. En la otra punta de la sala, Wahl había decidido que era buena idea revisar las armas del resto del equipo y ahora giraba el látigo de Lucy con la curiosidad de un niño por un juguete nuevo.
—Vienes a preguntar que porqué hemos tenido que venir ahora y no cuando estabas solo —adivinó Zeref, regresando su atención a sus notas casi al segundo siguiente.
—Bueno, sí —reconoció Natsu, introduciendo las manos en los bolsillos y apoyándose en la pared que había al lado de la consola—. Normalmente estas cosas las hacemos a puerta cerrada. Me preguntaba cuál había sido la razón del cambio.
—Es más sencillo de lo que te piensas —le aseguró su hermano, levantándose para ejecutar un par de comandos en la torre de control—. Básicamente, no tenemos tiempo.
Natsu lo miró extrañado.
—¿No decías que estabais ultimando detalles?
—Y así es, pero no es algo que se pueda hacer en dos días. —Detuvo lo que estaba haciendo y se centró en él—. Queda poco más de un mes para el Torneo. Tú tienes clases además de las sesiones de entrenamiento y yo tengo las manos llenas con Central y el Consejo Estudiantil. Y Wahl y Mavis están igual de ocupados. Cuadrar es complicado y, dado que la bufanda la vas a utilizar cuando practiques con tu equipo, es el mejor momento para hacer las pruebas pertinentes. Sé que no te gusta llamar la atención de esta manera, pero no tenemos muchas más opciones.
Había una disculpa no dicha escondida en medio de toda aquella explicación, y Natsu no pudo hacer otra cosa más que negar y esbozar una sonrisa.
—No te preocupes. No me estaba quejando —aseguró—. Es solo que me había sorprendido, nada más.
Zeref le devolvió la sonrisa, comprendiendo, y desvió la mirada hacia la esquina donde estaban descansando los demás. Erik se había tumbado en el suelo, ajeno a todo el mundo, y tanto Lisanna como Lucy atendían absortas a la explicación que les estaba dando Wahl sobre el mejor funcionamiento de los relojes. Pese a la desconfianza inicial que siempre causaba la excéntrica personalidad del maquias, ahora las dos parecían estar a gusto en su compañía. Su hermano no les quitó el ojo de encima.
—¿Piensas decírselo antes? —murmuró.
Natsu, que había estado viendo la misma escena, se tomó su tiempo para meditarlo. Mentiría si dijera que era la primera vez que se hacía esa pregunta pero, como siempre, la respuesta resultó ser la misma:
—No. —Con un suspiro, se frotó el cuello y luego se cruzó de brazos, en cierto modo incómodo—. No es que no confíe en ellas, pero no quiero condicionarlas. Son chicas con talento, y merecen que se esfuercen y ganen batallas por méritos propios. Si les digo mi verdadero Rango...
—Temes que se confíen y holgazaneen —terminó Zeref por él, comprendiendo.
Natsu asintió.
—Sí.
—¿Saben lo de Erik?
—No estoy seguro, pero creo que no. Aunque tampoco he hablado con él al respecto.
Ahora fue Zeref el que asintió. Justo entonces, tanto su reloj como el de Natsu vibraron en sus muñecas. Los dos lo miraron por acto reflejo, casi a la vez. Era de Mavis. La actividad de Eclipse había regresado. Loke había vuelto.
Se encontró con Dimaria y Brandish justo tras pasar el primer control en Central. Había una agitación extraña en el aire, una tensión que ponía los pelos de punta y que te obligaba a estar en guardia. De hecho, ni siquiera perdieron el tiempo en saludarse, y las dos los guiaron a su hermano, a Wahl y a él por el edificio con prisa y aprehensión.
Y lo cierto era que era comprensible; llevaban esperando la llegada de Loke meses, y algunos ya se estaban haciendo a la idea de que no volverían a ver al espíritu nunca. Al parecer, se habían equivocado.
—¿Dónde está? —fue lo primero que preguntó Zeref. Al mismo tiempo, accedía a la base de datos de su intercomunicador para conectarse a la red interna de Central.
—Lo hemos llevado a uno de los almacenes exteriores —contestó Brandish.
—Fue idea de Mavis —añadió Dimaria a la vez que doblaban una esquina y procedían a bajar por unas escaleras—. Apenas acabamos de terminar de reconstruir el sector que se había derrumbado. Meterlo bajo tierra sería arriesgarse a que volviera a ocurrir algo semejante y permanecer en el exterior implica demasiadas vías de escape, aunque menos daños de infraestructura.
—¿Ha llegado con actitud hostil? —quiso saber entonces Natsu. Porque, por mucho que hubiesen unido fuerzas en Eclipse, Loke seguía siendo un completo desconocido, de una raza que acababan de descubrir y al cual llevaban sin ver ni saber nada desde hacía más de dos meses. Teniendo en cuenta todo eso, cualquier precaución era poca.
Sin embargo, Dimaria negó con la cabeza.
—De hecho, todo lo contrario. —No parecía contenta, y un ceño fruncido lleno de cautela le ensombrecía la expresión—. Desde que traspasó la Puerta, apenas ha dicho una sola palabra. Hasta viste un traje.
Justo en ese momento estaban saliendo al exterior, y Natsu casi se tropezó con sus propios pies por la sorpresa. Contempló a Dimaria sin poder creérselo, aunque fue Wahl el que se pronunció al respecto:
—¿Un traje? ¿Te refieres a un traje traje? ¿De los de corbata?
—Ese mismo —aseguró, aunque se veía igual de desconcertada que ellos—. Si no me crees, compruébalo tú mismo.
Ya habían llegado al almacén. Fuera había apostados dos magos y dos exterminadores, dos a cada lado de la puerta y en alerta máxima. Cuando los vieron llegar, asintieron en reconocimiento y, por protocolo, les pidieron los códigos de identificación para poder entrar.
Una vez dentro, les dio la bienvenida la desconcertante imagen de un Loke vestido, en efecto, con esmoquin y corbata granate, sentado a una mesa y con Gildarts y Silver vigilándolo de pie a su lado. Del otro lado de la mesa, Mavis parecía estar también custodiada, en su caso por Irene e Invel, ya que se había sentado a la mesa, cruzado de piernas y apoyado la barbilla en una mano con el codo subido a la madera. Con la mano libre, tamborileaba sobre su superficie mientras contemplaba al espíritu con ojos entrecerrados y expresión ilegible.
Por un fugaz instante de distracción, Natsu se dijo que daba igual que hubiese una lámpara enfocando la cara de Loke en plan interrogatorio policial o que este mismo fuese en realidad una tabla de ecuaciones hipercomplejas; el resultado y el rostro de Mavis seguiría siendo el mismo.
A su vez, Loke los observó entrar uno por uno, estudiándolos en silencio. Solo cuando la puerta se cerró detrás de Brandish, dijo:
—Pensé que estaríais todos los de la otra vez.
Se refería a Erik y a Mest, estaba claro, pero ninguno de los presentes iba a darle el gusto de explicarle su ausencia.
—Nosotros somos más que suficientes —declaró Zeref, adelantándose al grupo y colocándose al lado de Mavis. Por un instante, los dos ingenieros analizaron a Loke con gestos idénticos. Finalmente, Zeref se cruzó de brazos y subió una pierna al reposabrazos de la silla de Mavis—. Te has tomado tu tiempo en regresar —señaló, con una actitud que rozaba la arrogancia y haciendo, sin necesidad de acuerdo, de portavoz de todo el grupo—. Se suponía que teníamos un trato.
Si Loke se sintió insultado por las formas de hablar de Zeref, no lo demostró.
—Lo tenemos —corrigió, y ninguno pasó por alto el cambio de tiempo verbal—. Pero no pude venir antes. Tenía que atender ciertos... asuntos.
—Sin evasivas, por favor —pidió Irene, mucho más accesible que Zeref pero igual de firme—. Acordamos intercambiar información, y no nos estás dando razones para confiar en ti.
Loke, ante el comentario, le lanzó una mirada mordaz, como si su mera presencia tuviese que ser motivo de confianza suficiente. Por desgracia para él no, no lo era. Le tomó medio minuto comprenderlo, tras el cual suspiró casi con resignación.
—En Tártaros accedí a colaborar con vosotros, es cierto —comenzó—, pero somos doce Espíritus Celestiales principales, y yo no puedo decidir por ellos. Si he tardado tanto tiempo en contactar de nuevo con vosotros, ha sido porque estaba a la espera de tener una decisión final al respecto.
—De acuerdo, comprensible —accedió Invel—. ¿Y cuál es el veredicto?
—Os daremos la información de Eclipse que pidáis, con una condición.
Wahl, que como siempre no podía estarse más de cinco minutos seguidos quieto y se paseaba por el lugar de un lado para otro, bufó desdeñoso.
—Por supuesto —espetó, irónico—. Siempre hay condiciones. ¿Por qué no me sorprende? ¿Dónde queda eso del altruismo y el uno para todos y todos para uno?
El resultado de su dramatismo exagerado fue que Loke alzara una ceja y lo contemplara como si se estuviese replanteando su inteligencia. Los que lo conocían, en cambio, hicieron oídos sordos a su teatralidad y se centraron en lo importante.
—¿Y de qué clase de condición estamos hablando exactamente? —preguntó Natsu, apoyándose casual y con fingida relajación en el borde de la mesa. El negro teñía su uniforme, pero la capucha la tenía bajada; todos los de ese almacén le habían ya visto el rostro.
Ante la pregunta, Loke esbozó una breve mueca y se tomó su tiempo en dar con las palabras adecuadas.
—Por explicarlo de forma sencilla, las criaturas de Eclipse se dividen principalmente en lo que vosotros llamáis monstruos, que apenas poseen inteligencia y son los más numerosos; los que sí, que serían los demonios de Tártaros que ya conocéis; y nosotros, los espíritus. Luego cada uno tiene su propia jerarquía, pero no es momento para entrar en eso.
Mavis, que hasta el momento se había quedado callada, entrecerró todavía más los ojos, tambolireó una última vez con los dedos, y señaló un único detalle de lo que acababa de escuchar:
—Has recalcado que los monstruos son los más numerosos. ¿Supone eso un problema?
Ante la pregunta, Loke asintió con expresión grave.
—Lo es, y si no se mantienen a raya, destrozan todo lo que está a su alcance. —Hizo una pausa y se inclinó hacia delante hasta apoyar los codos en la mesa. Con gesto cansado, se pasó los dedos por el pelo, despeinándoselo—. Nuestra relación era tensa, pero si había algo en lo que los espíritus y Tártaros coincidíamos, era en que los monstruos tenían que ser controlados. Llegamos a un acuerdo. Cada uno vigilaba su territorio, hacía su parte y no se inmiscuía en los asuntos del otro. Las bases son simples, pero funcionaron durante siglos.
—¿Qué cambió?
Loke miró de reojo a Silver, que seguía a una distancia prudencial y calculada a su izquierda, y volvió a suspirar. Por un momento, se le vio harto ya de todo; cansado de la responsabilidad que pesaba en sus hombros.
—Como creo que ya mencioné, los Espíritus Celestiales somos los encargados de mantener la Puerta estable. Llevamos existiendo la misma cantidad de tiempo que la propia Eclipse, pero, de algún modo, dentro de nuestra propia eternidad, algunos somos más viejos que otros. Los niños que conocisteis, Gemini, son los más jóvenes de los doce y a veces tienen... Un espíritu demasiado aventurero. Por lo que he averiguado, salieron a explorar, cruzaron sin darse cuenta al territorio de Tártaros, Ophiuchus, la serpiente, los siguió para intentar traerlos de vuelta y, en cambio, lo que consiguió fue que Seilah le nublara la mente y que perdiera el juicio. El resto ya lo sabéis.
—Muy bien, de acuerdo. ¿Y dónde encajamos nosotros en todo esto? —exigió saber Dimaria, cruzándose de brazos de forma desafiante.
Mirándola, Natsu pudo adivinar que como Loke no se apresurara en ir al grano, su novia pasaría por cuenta propia al plan B: el de hazle hablar y consigue respuestas pegándole una espada a la garganta.
Sin embargo, no hizo falta, ya que Loke volvió a tomar la palabra al segundo siguiente:
—En que ahora ya no hay Tártaros, y que el equilibrio de Eclipse se ha roto. —Su voz, de alguna manera, se escuchó como si dictara sentencia, y Natsu sintió cómo se le erizaba el vello de los brazos. Presentía que no le iba a gustar lo que implicaba eso. Entonces, Loke preguntó—: ¿Tenéis algo donde pueda escribir?
La inesperada petición trastocó a todos y, por un momento, ninguno pudo reaccionar. Tras un largo y aturdido minuto, Mavis regresó a la vida palmeándose en los bolsillos de la bata que seguía llevando hasta sacar triunfante un pequeño cuadernillo de aspecto arrugado y manoseado junto con un bolígrafo. Se los lanzó a Loke sin avisar, y él hizo gala de buenos reflejos capturando ambos objetos al vuelo.
Se peleó un par de segundos con el bolígrafo para conseguir descubrir cómo funcionaba, pero, después, se puso manos a la obra, obligando a que todos se acercaran a él para ver qué estaba haciendo.
—No soy un gran artista, pero intentaré que se entienda —se excusó, dibujando dos círculos, uno al lado del otro que se unían por un único punto que Loke se aseguró de señalar bien—. Imaginad que este círculo es vuestro mundo y este otro es Eclipse. Ambos están conectados por la Puerta, que sería esto de aquí.
Volvió a enfatizar el punto en cuestión, y en uno de los círculos escribió una E con caligrafía elegante para señalar que ese era Eclipse.
—La Puerta hace tanto de unión como de eje. Sería como un engranaje, con la particularidad de que solo Eclipse tiene la capacidad de girar. —Por fuera del círculo de Eclipse, garabateó dos flechas para simbolizar que daba vueltas—. Sin embargo, la Puerta no gira con Eclipse y mantiene vuestro mundo conectado al nuestro siempre por el mismo punto.
—Me he perdido —declaró Gildarts, poniéndole voz a los propios pensamientos de Natsu. A sus ojos, el dibujo era un croquis tanto simple como incomprensible.
Pero por supuesto, la pareja de genios científicos locos no tenía el mismo problema de entendimiento, y se inclinaron sobre el cuaderno como si este fuese una nueva maravilla del mundo.
—No, en realidad, esto tiene sentido —murmuró Mavis. Prácticamente se había subido a la mesa para poder ver mejor y, sin reparos, le arrebató el cuaderno a Loke para poder examinarlo más de cerca—. Explicaría por qué solo hay una Puerta en todo el mundo pero que abre a diferentes sitios.
—Entonces —prosiguió Zeref, tan absorto como ella—, no son diferentes dimensiones, como pensábamos en un principio, sino diferentes coordenadas dependiendo de en qué momento del giro nos encontremos.
Loke asintió, con expresión aturdida (como si no se esperara que hubiese alguien de la Tierra que pue diese comprender todo a la primera) y Mavis se apresuró a proyectar un holograma vacío desde su reloj que no tardó en empezar a llenar con datos. Dimaria se acercó entonces a Natsu, con una expresión de desconcierto idéntica a la suya.
—¿Entiendes algo de lo que están diciendo? —preguntó en susurros.
—Ni una sola palabra. —Natsu ni siquiera se molestó en sentirse culpable—. Son unos frikis de la física. No intentes seguirles el hilo. Es inútil.
Al mismo tiempo, Loke había retomado el relevo de la explicación:
—Como ya os habréis percatado, la Puerta casi siempre está abierta, o más bien, entornada, por así decirlo. Esto permite que el ethernano fluya de un mundo a otro en cantidades más o menos constantes para que, poco a poco, vuestro mundo se acomode a la presencia de Eclipse y no colapse antes de tiempo. Sin embargo, esto también hace que los monstruos puedan pasar de un lado a otro de la Puerta si son lo bastante poderosos para cruzarla o si la Puerta en ese momento está más inestable. Lo que hacía Tártaros, era mantener a raya su parte de monstruos para que no sobrepoblaran su territorio. Lo hacían por motivos propios, pero el resultado seguía siendo el mismo y eso era lo que importaba.
—Y ahora que nos los hemos cargado —concluyó Brandish—, no hay nadie que controle esa sobrepoblación, y quieres que nosotros nos hagamos cargo. ¿Es eso lo que quieres decir?
—Así es.
—Bueno, tal y como lo pintas no hay mucha diferencia entre lo que nos estás pidiendo y lo que estábamos haciendo hasta ahora por cuenta propia —señaló Gildarts, apartándose los mechones caídos de la cara y luciendo pensativo.
Irene lo miró de reojo.
—Personalmente creo que podemos acceder a eso. Es decir, no nos están pidiendo imposibles y no cambiaría demasiado nuestra situación actual.
Bajo la atención expectante de Loke, todos intercambiaron miradas, poniéndose de acuerdo sin palabras y llegando a una decisión unánime, con más o menos reparos pero sin quejas al respecto. Entonces, Mavis sonrió y, signa como ella sola, descalza y de rodillas sobre la mesa frente a Loke, le tendió una mano.
—Tendremos que hablarlo con nuestros superiores y hacer mucho papeleo después pero, por nosotros, no hay ningún problema. Bienvenido a la Tierra, Loke. Te prometo que no te aburrirás.
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