Capítulo 30

—¿A qué ha venido eso de antes? —preguntó Natsu ya cuando terminaron de comer y salían de la cafetería con calma. Se sentía observado, y no tenía ninguna duda de que más de uno los miraba sin parpadear a través de las ventanas de la cafetería.

Dimaria, caminando a su lado, se encogió de hombros, como si no hubiese revolucionado medio edificio con sus acciones y palabras.

—Solo estaba diciendo la verdad —se defendió, inocente y con las manos a la espalda—. Eres un cabezota. Mavis comparte mi teoría de que es un problema genético.

Natsu abrió la boca al instante, dispuesto a replicar, pero no se le ocurrió ningún argumento convincente. Al final, se decantó por la opción de resoplar indignado.

—No puedo creer que confabuléis en nuestra contra de esta manera.

—No confabulamos —se rio ella para, después, lanzarle una mirada de reojo—. Solo intercambiamos consejos como buenas cuñadas.

Natsu le frunció el ceño de forma dramática.

—No sé de dónde has sacado eso, pero está claro que tu diccionario es distinto del mío.

Aquello le arrancó a Dimaria una carcajada que se perdió en el viento. Cerca de la cafetería había una zona ajardinada que precedía a una pequeña pero densa arboleda de cerezos que ya habían perdido su flor. Mientras se adentraban en ella en su improvisado paseo, Dimaria contestó con voz coqueta:

—Puede ser. En el mío la definición de cascarrabias es tu nombre.

Natsu puso los ojos en blanco, pero una sonrisa traicionera le tensó los labios. Tragándose la risa, alzó una ceja y sus dedos se deslizaron silenciosos por la muñeca de ella antes de entrelazar las manos.

—¿Aparezco en algún término más? ¿O solo ese?

—En cabezota también, por supuesto —contestó, casi al instante y sin perder el ritmo. Él se rio entre dientes y, en cuanto supo que ya no estaban a la vista de nadie, tiró de ella hacia la sombra del cerezo más cercano.

—Por supuesto —concedió, bajando el tono de voz. Dimaria apoyó la espalda contra el tronco y él invadió su espacio personal—. ¿Alguna más?

Dimaria torció una pequeña sonrisa e inclinó la cabeza, observándolo. El largo flequillo le cayó hacia delante, una cascada de mechones rubios que relucían en los pequeños parches de luz que creaban las hojas en lo alto. Natsu le acarició con la punta de los dedos la cintura, tentativos, y ella le rodeó el cuello con un brazo.

—Impulsivo —murmuró, acariciándole la nuca con las uñas; una caricia casi fantasmal.

Natsu sonrió tras la bufanda y se acercó medio paso más. Con gesto suave, le volvió a colocar el pelo tras la oreja.

—¿Y qué más? —siguió preguntando, sin perder detalle de cómo Dimaria se inclinaba hacia su toque.

—Gruñón.

Natsu se rió entre dientes y le pasó los dedos vendados por la sien, uniendo dos pequeños lunares que se escondían con el nacimiento del pelo pero que él conocía bien.

—¿Y? —volvió a interesarse, su susurro cargado de diversión y algo más. Algo que llenó el aire de expectación y tensión.

—Atractivo.

Esa palabra le arrancó una sonrisa, y para ocultarla se agachó hasta que su nariz le rozó la mejilla. Inspiró hondo y, más allá del olor mentolado del ethernano de su bufanda, descubrió el aroma de los cítricos. Sintió a Dimaria estremecerse, y él se quedó quieto.

Por un instante, ninguno de los dos habló ni hizo movimiento alguno. Las copas de los árboles susurraban con el viento, y en la lejanía se escuchaba el bullicio del campus. Ahí, sin embargo, solo estaban ellos, y Natsu no pudo resistir el impulso de acercarla hacia sí por la cintura. Las armas de ambos se enredaron entre sí, al igual que sus piernas, pero Dimaria tenía el firme apoyo del tronco a sus espaldas y su voz volvió a alzarse con un murmullo que vibró en su oído:

—Inteligente.

La lista de adjetivos siguió adelante y los brazos de Dimaria le rodearon el cuello. Él, como recompensa, le besó el hueco detrás de la oreja, despacio. Después, volvió a quedarse inmóvil, aspirando el olor de su perfume, empapándose de su cercanía.

—Fuerte.

El susurro de Dimaria contrastó con la palabra, pero él, obediente a las reglas del pequeño juego que habían creado, le recorrió la línea de la mandíbula con los labios entreabiertos, tan sutiles como efímeros. Sus manos, traidoras, se movieron por cuenta propia y subieron por su espalda. El aire a su alrededor pareció espesarse.

—Amable y leal.

Esas eran dos palabras, y Natsu se encontró sonriendo contra su piel. Ella le acarició el pelo con una mano y la otra viajó hasta su pecho cuando él se apartó lo suficiente como para poder verla a los ojos. Dimaria también estaba sonriendo, dulce, un gesto que era única y exclusivamente para él, suyo.

Resistiendo el fuerte impulso de besarla, apoyó su frente contra la suya y sus narices se rozaron casi juguetonas. Podía sentir los intervalos de su respiración acariciándole la cara.

—¿Algo más? —murmuró sobre sus labios.

Sintió, más que vio, cómo la sonrisa de Dimaria se ampliaba antes de escucharla declarar, alto y claro:

—Mi novio. —Le bajó la bufanda y, por fin, sus bocas se juntaron.

El beso fue electrizante y Natsu acunó su rostro entre sus manos casi con adoración. Estaba enamorado de Dimaria hasta la médula de los huesos y, aunque aquel no era un descubrimiento reciente ni revelador, la intensidad con la que lo golpeaba cada vez que se lo volvía a recordar a sí mismo lo dejaba mareado y desequilibrado de sus propios sentidos. El mundo se tambaleaba en sus bordes pero, por fortuna, Dimaria siempre estaba ahí para volver a ponerlo en pie.




Transcurrió otra semana más hasta que, por fin, Porlyusica estuvo satisfecha con el aspecto de sus heridas y tachó su nombre de su lista de pacientes. Todavía tenía que volver dentro de quince días para una revisión de rutina, pero ahora tanto los puntos como las vendas se habían ido al completo y lo único que tenía que hacer era aplicarse una pomada que olía horrible tanto por la mañana como por la noche. Eso, y cubrir sus brazos con mangas terapéuticas cada vez que se colocaba el uniforme para evitar que la tela rozara en exceso sus todavía sensibles y más recientes cicatrices.

Pese a todos esos detalles de los que todavía tenía que estar pendiente, el cambio era evidente y considerable. Ya no se sentía ningún inútil que no podía vestirse sin ayuda y, día tras día, y tras intensas sesiones de rehabilitación con Grandeeney, comenzaba a notar que la movilidad regresaba a sus articulaciones oxidadas y dormidas. Entonces, y solo entonces, decidió que ya iba siendo hora de regresar a clase.

Volver fue incómodo cuanto menos. Había más murmullos y susurros sobre él por los pasillos y en el aula —gracias, Dimaria—, y la mirada que le lanzó Mest cuando este entró en clase y vio que su pupitre había dejado de estar vacío fue indescifrable. Sin embargo, se mantuvo en silencio sobre su presencia, mandó a todos a callar con su habitual sequedad y comenzó la primera clase del día en cuanto el reloj marcó las ocho y cuarto de la mañana.

Al menos, no era la única celebridad del momento, pues Erik había regresado también apenas dos días antes que él mismo y la curiosidad por saber qué había pasado dentro de Eclipse seguía siendo fresca e inacabable. Todos querían detalles de las batallas, de la forma de lucha de los profesores y los Rango S y de su propio papel en toda aquella pesadilla, incluida la forma en la que había perdido el ojo.

Erik, por su parte, no parecía afectado por toda la atención que estaba recibiendo de golpe y, aunque las preguntas no parecían acabar nunca, él las contestaba con calma y de forma relajada entre descanso y descanso, bailando entre la verdad y la mentira con soltura y sin dudar un solo segundo.

No lo mencionó en ningún momento, el nombre de END tampoco salió de sus labios y, de pronto, Natsu se convirtió en una especie de espectador de su propia pelea. No era la primera vez que le ocurría, pero el incidente había sido más intenso que cualquier otra incursión en la que hubiese participado y se sentía extraño que ni siquiera su seudónimo saliera a la luz sabiendo que había estado ahí, que había estado a punto de morir dentro de la Puerta y que ninguno de los presentes lo sabría jamás.

Fue un pensamiento tan turbio y repentino que lo estremeció por sí solo y las náuseas le revolvieron el estómago. Nunca agradeció tanto la aparición de Mest como en aquel instante.

—Muy bien, todos a vuestros sitios —exclamó a modo de saludo en cuanto cruzó la puerta del aula—. El descanso se ha acabado.

Llevaba una pila de papeles ordenados bajo el brazo que dejó caer con estrépito en un pupitre aleatorio de la primera fila. El estudiante desafortunado dio un respingo, y toda la clase terminó por enmudecer.

—Repártelo. Son dos folios para cada uno —ordenó, yendo hasta su propia mesa con grandes zancadas. Una vez ahí, apoyó la cadera en el borde, se cruzó de brazos y piernas y dejó que el estudiante comenzara lo que le había mandado antes de proseguir—: Para vuestra tranquilidad, esta vez no es ningún examen sorpresa. Aunque dejadme deciros que el último fue un completo desastre. Supongo que ya habéis visto las notas.

Hizo una pausa y escaneó a su alumnos con ojos helados. Ninguno se atrevió a abrir la boca, y el silencio absoluto llenó de vergüenza el aula. Mest no parecía contento, y Natsu se dijo a sí mismo que en realidad tendrían que haberse esperado que alguien como él pusiera un examen dos días después de haber regresado a la docencia. Y al parecer, por una vez, Mest compartía sus pensamientos:

—El que yo me ausentara no es motivo para que olgazaneéis —espetó de forma cortante, decepcionada—. Ya habéis visto cómo todo puede cambiar de un momento a otro y necesitáis estar lo mejor preparados posible. Y eso solo se consigue estudiando y entrenando.

Más de uno agachó la cabeza, y otros tantos intercambiaron miradas tanto de descontento como de culpa. Al mismo tiempo, los papeles que se estaban repartiendo llegaron a su propio pupitre. El primero tenía pinta de ser un formulario en blanco, y cuando Natsu alcanzó ambos, descubrió que se trataban de una solicitud para la inscripción al Torneo así como las normas del mismo que debían firmarse en caso de participar.

—Lo que estáis recibiendo ahora —continuó Mest— son las bases y la inscripción para el Torneo que os mencioné la semana pasada.

La excitación y la emoción recorrió al alumnado, creando susurros que, por una vez, no fueron reprendidos por el profesor. Natsu se reclinó en su asiento y hundió la nariz en la bufanda. La explicación fue retomada:

—Normalmente la participación es voluntaria, y puede hacerse tanto por equipos preestablecidos como aleatorios. —Hizo una pausa, y Natsu, recordando lo que había sucedido el año pasado, casi pudo adivinar las siguientes palabras de Mest—: En vuestro caso, participaréis todos. Y vuestra nota final dependerá de ello.

Ah, suspiró Natsu para sí mientras la clase estallaba en caos. Y ahí estaba la maravillosa razón por la que había repetido curso y el origen de todos sus males sociales.

El Torneo se dividía en dos fases principales y oficiales: la primera, una especie de eliminatoria en forma de carrera de obstáculos cuyas bases cambiaban cada año y en la que participaban todos contra todos, y la segunda, que era la más esperada y ansiada por todos ya que se trataba de combates y enfrentamientos tanto entre equipos como individuales. Estos últimos se consideraban de forma popular entre los estudiantes como la tercera fase.

La primera parte del Torneo no solía darle ningún problema real a nadie, y a esas alturas se había convertido más en un entretenimiento público y estudiantil que en otra cosa. Sin embargo, la verdadera diferencia que condicionaba todo entre una fase y otra, era la presencia de ethernano. O, mejor dicho, la ausencia de él durante la carrera.

Dadas esas condiciones, no fue ninguna sorpresa para los que lo conocían que Natsu, ante el esfuerzo físico que le suponía aquello, acabase colapsando a mitad de recorrido y frente a todo el mundo. Después de aquello, ¿cómo esperar algo de alguien que era tan inútil que no podía ni acabar una insignificante carrera en la que no había ni ethernano del cual estar pendiente? Y de pasar de curso ya ni soñarlo, porque mientras a END lo evaluaban profesores particulares dentro de Eclipse y bajo criterios propios, a Natsu Dragneel lo lanzaban de lleno a una situación para la que su cuerpo no estaba preparado.

Fue, en resumidas cuentas, la fórmula para el desastre, y Natsu ya podía visualizar que aquel año acabaría sucediendo más de lo mismo. No le quedaba más remedio que resignarse a lo inevitable.

Sin mucho interés, volvió a concentrarse en Mest, quien estaba exigiendo orden y silencio ante todas las protestas que se estaban dando:

—Por mucho que os lamentéis —estaba diciendo—, las condiciones para vuestro aprobado son esas. Me da igual que no os guste, y también me da igual que lo consideréis injusto. Los peligros de Eclipse pueden ceñirse sobre vosotros en cualquier momento, y quien no sea capaz de clasificarse al menos para la segunda fase definitivamente no está preparado para los cursos superiores.

—Pero, sensei —murmuró una chica, alzando la mano en un acto de valentía ante las cortantes palabras del profesor—. Por lo que he oído, los de otros cursos también participan en la primera fase. ¿Cómo vamos a ganar a alumnos de último año?

Varios susurros acorde hicieron eco a sus palabras, y Mest tuvo al menos el gesto de hacer como que consideraba su comentario. Después, descruzó los brazos y se aferró con las manos al borde de su escritorio.

—Todos participáis a la vez, es cierto —concedió, por una vez sin dar señales de estar cabreado—. Sin embargo, el puntaje es individual y acorde a cada curso. Gracias a vuestros relojes podemos monitorizaros por separado y el nivel de cada rango se tiene en cuenta. No se os exige que ganéis a Rangos B o A, pero os aconsejo que participéis con esa intención. Al fin y al cabo, el Torneo es una oportunidad como ninguna otra de ganar estrellas.

Después de dicha declaración, Mest procedió a explicar más al detalle lo esencial de cada fase, cómo conseguir puntos y qué hacer para inscribirse. Les recordó, también, que ya que aún faltaban dos meses, todavía había detalles en la organización del evento que estaban sin determinar y que ya se los iría informando. Dejó a libre elección el mantener los equipos tal y como los habían organizado a principios de curso, crear unos nuevos incluyendo a los alumnos del otro grupo o dejarlo en manos de la suerte y que la informática hiciera su trabajo. No mencionó que dicha elección condicionaba por sí sola el resultado de su desempeño en el Torneo, pero estaba implícito.

Para cuando acabó la última clase, todos eran un manojo de nervios, expectación y murmullos temerosos y soñadores que volvía todo una cacofonía incomprensible. Justo cuando Natsu se levantaba de su asiento para irse de una vez por todas a su dormitorio, la voz de Mest lo detuvo en seco:

—Dragneel, quédate. Tú y yo tenemos que hablar.

No había emoción en sus palabras, y tanto Lucy como Lisanna le lanzaron miradas nerviosas desde la puerta. Erik, en cambio, se limitó a palmearle el hombro a modo de apoyo antes de reunirse con las chicas para abandonar el aula. Natsu suspiró, resignado, y se sentó encima de su pupitre para esperar a que la clase se quedara vacía.

A medida que los alumnos iban saliendo, la tensión en el aire parecía aumentar, espesa, incómoda. Deseaba estar en cualquier parte menos ahí, y cuando Mest cerró la puerta tras el último estudiante, Natsu consideró seriamente escapar por la ventana.

En cambio, lo que decidió fue acabar con aquello de una buena vez así que, sin esperar a que Mest pudiera abrir la boca, espetó:

—¿Ahora es cuando me dices que pese a todo lo que ha pasado me seguirás tratando igual que antes?

La ironía y el sarcasmo envolvió cada una de sus palabras, y Natsu se encontró esperando con expectación a que Mest estallara como cada vez que ambos intercambiaban más de cinco palabras seguidas. Sin embargo, aquello no sucedió, y Mest lo contempló desde el otro lado del aula con la expresión más seria que jamás lo había visto componer. Y eso era decir mucho.

—No.

Natsu frunció el ceño, desconfiado.

—No qué.

Mest suspiró, como si se estuviera armando de paciencia. Natsu se sintió personalmente insultado.

—No, no es de lo que quiero hablar. Y no, no voy a tratarte diferente.

Sin poder evitarlo, Natsu alzó las cejas, con la desconfianza creciendo aún más. ¿No se había dado cuenta de que acababa de contradecirse a sí mismo? Se cruzó de brazos.

—¿Entonces? ¿Es que sigues sin creer que en realidad no soy un Rango E?

Por cómo Mest se apretó el puente de la nariz e inspiró hondo, estaba claro que la tensión en el aula no eran solo impresiones suyas. Aquella era una conversación que a ninguno de los dos le hacía gracia, y no se esforzaban por ocultarlo.

—Mira, quiero acabar con esto tanto como tú, ¿de acuerdo? —espetó Mest, sus palabras tan secas e irritadas como siempre—. No lo hagas más complicado.

Natsu soltó una risa forzada, cabreado de repente.

—¿Complicado? ¿Qué quieres, que me deshaga en mil gracias por no montar un escándalo tras descubrir un secreto sobre mí que no quería que supieras? En todo caso, lo que me merecería sería una disculpa por lo imposible que me has hecho la vida todo este tiempo.

Si las miradas mataran, Natsu llevaría pudriéndose como un cadáver a tres metros bajo tierra una buena temporada.

—No pienso disculparme —declaró Mest, y Natsu mentiría si dijera que estaba sorprendido—. En lo que a mí respecta, y hablando como tu profesor, sigues siendo un inútil que no tiene las habilidades suficientes para estar en esta academia.

Natsu, una vez más, alzó las cejas, fingiendo sorpresa, y subió una pierna al borde del pupitre en una falta total y plenamente consciente de respeto.

—Wow, vaya. Eres muy amable.

A Mest le palpitó una vena en la frente y se le tensó la mandíbula. Le lanzó una mirada fulminante y él mismo se cruzó de brazos.

Pero —continuó, casi con un gruñido que resumía todos los insultos que se estaba guardando—, no estoy tan ciego como para no reconocer la fuerza cuando la veo. Como estudiante no tienes remedio, pero como exterminador eres alguien a tener en cuenta.

De acuerdo, acababa de perder el hilo de aquella conversación.

—¿Y qué con eso? —inquirió, a la defensiva y cada vez con menos paciencia—. ¿Te aplaudo? ¿Te doy las gracias por haberme reconocido? ¿Qué quieres, Mest?

—Nada. —Lo dijo tan resuelto y tan de inmediato que dejó a Natsu aturdido—. No me debes nada, y yo no te debo nada a ti.

—No te sigo —reconoció, tras un segundo de duda en el que le fue imposible comprender de qué estaban hablando de repente.

Para su sorpresa, Mest pareció relajarse un tanto ante esas palabras.

—Te diré lo mismo que le dije a Erik hace dos días: seguirás siendo mi alumno, pero mi perspectiva ha cambiado. Ahora conozco tus límites, y te evaluaré en consecuencia. —Lo contempló de una forma que no supo interpretar—. No voy a exigirte algo que sé que no puedes alcanzar, pero tampoco permitiré que te saltes mis clases y holgazanees. Serás un Rango S en habilidades de combate dentro de Eclipse, pero en todo lo demás, sigues siendo un primer año y un Rango E que necesita aumentar y pulir sus conocimientos. Los cursos se aprueban uno por uno y materia por materia, y si están, es por algo. No vas a librarte de ellas.

Aquello era nuevo, y desconcertante, y absurdo, y... Natsu no podía creer lo que estaba escuchando. Mest, a su manera, ¿estaba siendo amable? ¿Racional? Tenía que estar alucinando. ¿Secuelas tardías de una conmoción cerebral que a Porlyusica se le había pasado por alto?

—¿Y qué pasa con el Torneo? —preguntó entonces, sin saber qué pensar de todo lo que acababa de oír. Se había esperado una discusión en toda su definición de la palabra, no... Lo que sea que fuese aquello.

Como respuesta a eso, Mest se encogió de hombros.

—Participarás, al igual que Erik y todos los demás —contestó—. No voy a ceder en eso. Sin embargo, tendré en cuenta otras cosas cuando te evalúe. Hazlo lo mejor que puedas y sepas, y yo te examinaré en consecuencia.

Natsu entrecerró los ojos y lo contempló con atención, poco convencido.

—¿Sin trampas ni rencores? —Sonaba demasiado bueno como para ser real.

Entonces, para su perplejidad, Mest sonrió y se puso en pie para recoger sus cosas.

—Al contrario de lo que los rumores dicen de mí, no me pagan por suspender a la gente. —replicó, y sonaba hasta divertido. Comenzó a dirigirse hacia la salida del aula. La conversación había acabado. Se detuvo una última vez, con la mano en el picaporte, y lo miró por encima del hombro—. Ah, y Dragneel. Creo que el Torneo es un buen sitio para que END de un espectáculo.

Dicho esto, abrió la puerta y dejó a Natsu solo.




Cuatro horas después, Natsu todavía intentaba encontrarle un sentido a lo que había pasado. Por el momento, la explicación que más lógica tenía para él era que Mest había sido sustituido por un clon de algún tipo.

—¿Y por qué no asumir que después de lo de la Ruptura, el hombre ha cambiado? —sugirió Mira en cuanto se lo contó.

Natsu, tirado en su cama boca arriba y con los pies apoyados en la pared, resopló, estiró un brazo para hacerse con un puñado de palomitas del bol que había en medio del colchón, y espetó:

—Por si se te ha olvidado, ese hombre me detestaba hasta hace medio día.

—¿Tal vez se ha enamorado de ti después de verte pelear?

Acto seguido, Natsu se ahogaba con las palomitas y rodó hacia un lado, tosiendo con fuerza y con lágrimas en los ojos. Mirajane, que hasta hacía dos segundos se estaba pintando las uñas de los pies, se reía y le palmeaba la espalda a partes iguales.

—¡Ni siquiera bromees con eso! —farfulló Natsu en cuanto tuvo aliento suficiente como para articular cualquier sonido coherente.

—Perdón, perdón —se disculpó, aunque todavía tuvo el descaro de reírse una última vez.

Natsu, en venganza, la empujó hacia un lado y volvió a adoptar la misma postura de antes. Segundos después, tenía la cabeza de Mira apoyada en su estómago y él intentó buscarle formas a las sombras del techo.

—Ten, sujétame esto. —De pronto, tenía un frasco de esmalte negro en la mano y a una Mirajane contorsionándose para poder seguir pintándose las uñas estando tumbada—. En cualquier caso, ¿no es bueno el cambio? Quiero decir, ahora ya sabe quién eres y ya no tienes que seguir fingiendo.

—No me estoy quejando de eso —protestó él, tanteando a ciegas sobre el colchón hasta dar con el cojín más cercano para ponérselo bajo la cabeza. Con un suspiro, le acercó el frasco a Mira y frunció el ceño, confundido por sus propios pensamientos enredados—. Es solo que... Simplemente no puedo imaginarme a Mest no fastidiándome la existencia.

—Pues no lo hagas. —Encogiéndose de hombros, bajó un pie y alzó el otro, apoyándose en la rodilla contraria levantada. El esmalte negro relució con las luces del techo—. A ti no tiene porqué afectarte lo que piense o deje de pensar ese hombre de ti. ¿No es lo que has dicho siempre? Céntrate en tus propias tareas y deja que el resto se las apañe por su cuenta.

—Ya, bueno... —Compuso una mueca—. No creo que ahora sea tan sencillo. —Frustrado, se pasó los dedos de la mano libre por el pelo—. Además, todavía está lo del Torneo. Si ya sabe que mi rendimiento aquí fuera es una mierda, ¿por qué insiste en que participe? No gana nada con eso y yo escupiré medio pulmón a mitad de camino. Es absurdo.

—Bueno, dijo que ahora tus notas irían acordes a tus circunstancias, ¿no? —Le recordó, terminando su tarea y quitándole el bote de la mano para poder cerrarlo—. Y aunque es un amargado, los dos sabemos que Mest no es un mentiroso. Las cosas podrían ser diferentes este año.

—Pero no quiero su lástima —gruñó, exasperado e irritado.

No se había dejado la piel, literalmente, para que ahora todo se resolviera milagrosamente gracias a que, oh, cuidado, el señor había descubierto que en realidad podía matar a un puñetero monstruo de Eclipse.

—No seas idiota. —La reprimenda enfadada de Mirajane llegó acompañada de un golpe en la rodilla bastante certero. La vio incorporarse, apartarse el pelo revuelto de la cara y fulminarlo con la mirada—. No tiene que importarte qué piense Mest de ti. Nunca lo ha hecho y no va a empezar ahora. Además, ¿qué más te da? Aprovecha la oportunidad, participa en el Torneo, aprueba este curso y demuestra que vales más que una estúpida letra o una estrella cosida al pecho.

Eso era más fácil decirlo que hacerlo, y Natsu soltó un largo suspiro. Se levantó él también hasta acabar sentado en medio de la cama revuelta de Mira. Todo el cuarto era una combinación extravagante de rosa, negro y plateado.

—Las cosas no se solucionan solo con participar o esforzarse, Mira. —Alcanzó uno de los extremos de la bufanda como para reiterar ese hecho—. Es imposible que salga bien. Físicamente no puedo, y no hay nada que hacer al respecto.

—Me estás cabreando. —La oscura declaración de su mejor amiga le hizo dar un respingo. Cuando alzó la vista, se topó con unos ojos decepcionados que le pusieron los pelos de punta—. ¿Te estás escuchando? ¿Desde cuándo eres alguien que se da por vencido? Maldita sea, Natsu, has sobrevivido a una jodida Ruptura de Grado 6 sin precedentes, vencido a demonios inteligentes, ¿y me estás diciendo que no eres capaz de superar a un puñado de estudiantes que no han visto ni la mitad que tú?

—Eso no es... —Por algún motivo, el calor de la vergüenza le ardió en la cara—. Apenas salí vivo de ahí, Mira.

—Pero lo hiciste —declaró ella, y sus palabras le sentaron como un puñetazo en medio del estómago. Se estremeció, y la expresión de Mirajane se suavizó un tanto—. Tienes experiencia, y dos meses para entrenar y prepararte. Hazlo. Inténtalo, al menos. Y si pierdes en el Torneo, que sea tras un buen espectáculo y solo bajo mi mano. Todavía tienes una apuesta pendiente con Laxus, no lo olvides.

Después de semejante declaración, Mira guardó silencio y Natsu la contempló a los ojos un largo rato. Se dio entre ellos una conversación silenciosa, sin palabras, pero que acabó con él soltando un profundo suspiro.

—No os vais a olvidar de eso, ¿verdad? —se lamentó, dejándose caer una vez más de espaldas sobre el colchón.

—Exactamente. —Y se llevó un puñado de palomitas a la boca.





Al día siguiente, después de esa conversación y tras meditarlo toda la noche, Natsu se dispuso a hacerle una visita a su hermano en los laboratorios. Con su clave como END no tuvo mucho problemas en adentrarse hasta las entrañas del edificio, y donde en los pisos superiores se veía de vez en cuando a algún exterminador o mago yendo a que le ajustaran algún arma, en los pisos inferiores solo había personal con batas blancas yendo de un lado a otro como fantasmas.

Estaba vestido como END, por lo que, a parte de un par de miradas extrañas, nadie cuestionó por qué estaba ahí ni cómo había entrado. De hecho, hasta le dieron indicaciones de cómo dar con Zeref en cuanto las pidió; su línea dorada de Rango S haciendo toda la presentación necesaria por él. A veces, estar en la cima de aquella enorme institución tenía sus ventajas. Nadie hacía preguntas.

Al final encontró a su hermano en el piso más bajo, donde solo dos laboratorios ocupaban toda la planta subterránea y, cómo no, Zeref se había apropiado de uno al completo. No podía decir que estaba sorprendido, pero sí que no se esperaba ver, nada más cruzar la puerta, a todo un grupo de ingenieros y científicos seguir a su hermano como pollos nerviosos sin cabeza a espera de cualquier indicación.

Zeref, por su parte, se movía entre las mesas y las diversas máquinas, ajeno tanto a su llegada como al caos que había a su espalda. Estaba enfrascado analizando unas muestras, desplazándose de ordenador en ordenador y de holograma en holograma, pasando de vez en cuando frente a un microscopio, ajustando alguna cosa, cortando otra, y volviendo a repetir el ciclo.

Natsu, quien llevaba años sin ver a su hermano trabajar desde tan cerca, se limitó a observarlo desde la distancia por un momento, sintiéndose bastante fuera de lugar entre tanta maquinaria. Vio cómo estaba en su elemento, absorto en su trabajo y destacando en él por encima de todo. Recordó entonces por qué lo llamaban genio, y no se atrevió a interrumpir lo que sea que estuviese haciendo.

Se estaba planteando regresar en otro momento cuando la puerta volvió a abrirse a sus espaldas e Invel hizo acto de presencia cargado con unas cajas etiquetadas que tenían pinta de pesar y ser frágiles.

Cuando vio a Natsu se detuvo en seco y sus cejas se fruncieron un segundo en confusión. Sin embargo, no le dio tiempo a que Natsu se explicara o dijera por qué estaba ahí y, simplemente, exclamó:

—Zeref. Te buscan. —Y procedió a continuar su camino hacia el interior del laboratorio con la misma calma profesional de siempre.

Al mismo tiempo, Zeref alzaba la vista por inercia, poco o nada interesado y con claras señales de que su mente seguía atada a lo que estaba haciendo. No obstante, en cuanto divisó y reconoció a Natsu, la mirada se le aclaró, dejó todo, y se levantó de su asiento casi al segundo siguiente.

—¿Qué haces aquí? ¿Ocurre algo? —preguntó acercándose, casi ansioso y con aire preocupado. En parte era comprensible; era la primera vez que su hermano pequeño pisaba un laboratorio por voluntad propia y, además, buscándolo.

Natsu, por su parte, se tomó su tiempo en contestar, lanzándole una mirada a los ingenieros que habían dejado de lado sus propios asuntos para verlos a los dos con curiosidad casi morbosa. El descanso les duró poco, pues en ese momento Invel se puso a repartir tareas y a pedir resultados. Solo entonces, Natsu se centró de verdad en su hermano.

—Necesito un favor —dijo, con las manos en los bolsillos y el rostro oculto por las sombras de la capucha y la bufanda.

—Por supuesto.

Zeref ni siquiera necesitó pensárselo, y Natsu escondió una sonrisa. Después, se puso serio.

—Necesito que intentes mejorarme la bufanda —comenzó—. Esta funciona bien, pero necesito una que emita más ethernano todavía. —De repente incómodo, se llevó la mano a la cabeza y se rascó la nuca por encima de la tela—. No sé si es posible, o si tienes tiempo, pero si no estás demasiado ocupado...

—Lo haré —lo cortó Zeref, sin dejar que continuara con su balbuceo cada vez más inseguro. Cuando Natsu se atrevió a mirarlo, su hermano le sonrió—. Lo haré —repitió—, no te preocupes. En realidad, llevo un tiempo trabajando en eso.

Aquello tomó a Natsu por sorpresa al completo.

—¿Hablas en serio? —Sonaba incrédulo, y Zeref transformó su suave sonrisa en algo mucho más pícaro. Le hizo un gesto para que lo siguiera.

—Está sin terminar. Falta hilarla y que Wahl le añada la parte nanotecnológica, pero el tejido base ya está casi listo —explicó, sacando de un armario con clave una bandeja metálica. Ahí, en forma de grandes capullos de seda colocados de manera ordenada, había una gran cantidad de hilo sintético blanco—. Es más resistente al calor que la que tienes ahora, y el porcentaje de ethernano que emite no llega a ser el doble, pero se acerca. Me aseguraré de que la tengas lista para el Torneo.

Natsu contempló aquello boquiabierto, sin saber qué decir o cómo reaccionar. Se volvió hacia Zeref.

—¿Cómo sabías que te iba a pedir esto?

Zeref soltó una carcajada.

—Te la iba a dar de todos modos, pero te has adelantado. Además, ¿olvidas que soy el Presidente del Consejo? Me pasaré el día entero aquí encerrado, pero sigo estando al tanto de todo lo que ocurre en la Academia.

Ante eso, y recuperándose un poco de su sorpresa, Natsu resopló y le dio un codazo amistoso.

—Un día de estos ser multitarea te sacará canas.

—Tengo planes para que eso no pase, no te preocupes —replicó, como si eso explicara todo cuando en realidad no aclaraba nada. Se hizo con la bandeja y volvió a dejarla en el armario del que la había sacado. Le lanzó una mirada de reojo a su hermano—. Por cierto, ¿qué es ese rumor de que Chronos está saliendo con un estudiante de primero? ¿Sabes algo?

Ahora sí, Natsu puso los ojos en blanco y lo apartó de él.

—No empieces tú también.

Y si la carcajada de Zeref resonó por todo el laboratorio, asustando y sorprendiendo a los demás, Natsu no pudo culparlo.

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