Capítulo 3

—¡Lucy!

La aludida, quien caminaba por el campus hacia la cafetería acompañada de Levy, se detuvo al escuchar su nombre y se dio la vuelta. Hacia ellas corría Lisanna, saludándola con la mano y con una sonrisa alegre en el rostro.

—Lisanna —dijo sorprendida cuando por fin llegó a su altura—. Buenas tardes. ¿Tú también vas a almorzar?

La chica asintió, con la respiración acelerada por la carrera. Después de todo, era mediodía, y la gran mayoría de los estudiantes se dirigían para comer. La Academia bullía en actividad.

—Así es. Pensé que podíamos comer juntas, aunque veo que ya vas acompañada —dijo, mirando a Levy.

Ella sonrió con amabilidad y se recogió un mechón de pelo rebelde y ondulado.

—Puedes venir, si quieres. Soy Levy McGarden, por cierto. Puedes decirme Levy.

Lisanna le devolvió la sonrisa.

—Lisanna Strauss, puedes decirme Lisanna. ¿Qué tal lleváis todo esto de la Academia? —se interesó, reanudando la marcha. Su destino era un enorme edificio de dos plantas, de grandes ventanales que relucían bajo el sol y que reflejaban el cielo. Incluso la cafetería era impresionante.

—Abrumador —suspiró Levy—. Esta mañana llegamos tarde a nuestra primera clase. Qué vergüenza...

—¿Llegamos? —repitió Lisanna—. ¿Tú también?

Levy la miró confundida, y fue Lucy la que se apresuró a explicar:

—Es mi compañera de cuarto. Levy, Lisanna va a mi misma clase. Nos conocimos en la Ceremonia de Ingreso.

—Sí, aunque tardaste toda una hora en darte cuenta de que estábamos en el mismo aula —se burló su compañera.

—¡Estaba avergonzada por llegar tarde! Además, Gryder-sensei da miedo. ¿No viste cómo fue a por Dragneel? Parecía que quería comérselo vivo.

Lisanna asintió, y las dos se quedaron ensimismadas en el recuerdo de aquella misma mañana. Ninguna de las dos sabía qué era más impactante y perturbador, si la frialdad y exigencia de su tutor o el misteriosa presencia que desprendía el hermano de Zeref. A excepción de cuando había contestado a la pregunta del profesor, no habló con nadie ni pronunció palabra alguna. Su mutismo creaba escalofríos.

—¿Natsu Dragneel está en vuestra clase? —dijo entonces Levy, incrédula.

Lucy y Lisanna salieron de su estupor y asintieron casi a la vez. Estaban ya cerca de la cafetería, y el olor a comida comenzaba a percibirse por los alrededores.

—¿Y cómo es? —se interesó.

—Callado —fue la respuesta al unísono de las dos chicas. Se miraron entre sí y rieron entre dientes.

Entonces Lucy decidió cambiar de tema:

—Por cierto, el profesor nos dijo que pronto nos entregarían nuestras armas. ¿Cómo creéis que serán?

—No lo sé, pero reconozco que estoy nerviosa —admitió Levy—. Nunca antes había tenido una...

—¿Y tú Lisanna?

La aludida, como toda respuesta, se señaló el uniforme negro, tan idéntico al de sus amigas como diferente. Atravesaron las puertas de la cafetería y se adentraron en el bullicio de la multitud.

—Los que somos Exterminadores estamos exentos de llevarlas —explicó, sonriendo a modo de disculpa por no tener que compartir su mismo nerviosismo—. Como podemos usar el ethernano sin necesidad de armas mágicas, podemos elegir no tenerlas. Aunque conozco a algunos que lo hacen.

Lucy, ante aquella novedad, se quejó con dramatismo y hundió los hombros.

—Eso es bastante injusto —protestó—. Aunque no niego que siempre me ha dado curiosidad el saber cómo se sentiría portar una. ¿No crees que nos veríamos geniales con pistolas? —preguntó, imitando con las manos el arma en cuestión.

Sus dos amigas tuvieron que darle la razón y reconocer que no era la única que se había imaginado una escena semejante. El mundo en el que habían acabado inmersas había sido atractivo y misterioso desde que tenían uso de razón. Era peligroso, sin duda, y las tres eran conscientes de ello. Sin embargo, al mismo tiempo, no podían evitar sentirse atraídas por la idea de participar en misiones, practicar la magia y, si tenían suerte, convertirse en heroínas.

—Esto me recuerda... —murmuró Lisanna a la vez que se colocaban a la cola para pedir la comida. Delante de ellas estaba una chica de pelo rubio absurdamente largo hablando con otro de pelo azul claro, casi blanco, dos cabezas más alto que ella—. ¿Por qué os unisteis a la Academia?

—Quiero llegar a ser como mi tía —declaró Lucy.

Lisanna se la quedó mirando un segundo, recordando. En cuanto lo hizo, su gesto se llenó de sorpresa y emoción.

—¿Anna Heartfilia es tu tía? —preguntó, incrédula—. ¡Eso es increíble!

—Tía segunda, más bien, aunque no tenemos mucho contacto; a mi padre no le cae demasiado bien...

Por su tono, quedó claro que era un tema delicado. Lisanna se apresuró a rellenar el silencio y evitar que se ensombreciera el ambiente:

—¿Y tú Levy?

—Ingienería mágica —anunció con orgullo—. Quiero descubrir los secretos de Eclipse. Me ha fascinado desde niña.

—Sacaste una puntuación casi perfecta en el examen de ingreso, ¿no es así? —recordó Lucy.

Levy asintió y Lisanna soltó un sonido de admiración.

—Eso es genial. A mí las fórmulas mágicas no se me dan bien —reconoció, riendo sin demasiada pena—. Prefiero las situaciones prácticas.

Levy se disponía a contestar cuando la chica que estaba frente a ellas en la cola comenzó a soltar una lista interminable de pedidos, llamando la atención de todos los que estaban a su alrededor:

— ...tres cafés, uno solo y sin azúcar y dos con leche —estaba diciendo—. Tres menús del día, una tarta de manzana, una de chocolate y un paquete de galletas de avena. Ah, también cuatro naranjas y dos botellas de agua, grandes y del frigorífico —enumeró, alzando los dedos a medida que pedía. Los que la rodeaban no salían de su incredulidad. ¡Era demasiado menuda para comer tanto!—. Creo que se me está olvidando algo...

—El chocolate negro y los frutos secos —dijo el joven que estaba a su lado, que no parecía estar muy sorprendido de que pidiera tanta cantidad de comida. Vestía como un Exterminador y una línea contínua bordeaba su escudo.

Rango S.

Ciertamente, pensaron algunos, su aura imponía más que cualquiera de ese sitio.

La chica, en cambio, dio una palmada y se le iluminó el rostro.

—¡Cierto! Ahora sí que está todo —le dijo a la camarera, que era la única, aparte de ellos dos, que no daba signos de extrañeza simplemente asintió y apuntó todo.

—En un momento se lo damos.

—¡Gracias!

—Sigo diciendo que Zeref-san podría salir de vez en cuando de los laboratorios y comer como cualquier persona normal. Si va a última hora...

—Vamos, Invel-kun —lo interrumpió su compañera. Vestía una bata blanca por encima de su uniforme negro. No se le veía el rango—, lo que pasa es que te molesta ser el que tiene que cargar con todo.

—No negaré ese hecho —admitió el otro y se recolocó las gafas con gesto serio—. Sin embargo también...

—Aquí tienes.

De nuevo, fue interrumpido, aunque esta vez por el golpe sordo que hizo una enorme caja al ser colocada encima de la barra. De ella sobresalían todo lo que había pedido la chica. Invel, al ver aquello, suspiró.

—Como sea —fue lo único que dijo antes de coger el pedido. Estaba claro que se había dado por vencido—. Vámonos.

La chica asintió, sonriente, y lo siguió fuera de la cafetería dando saltitos como una niña pequeña. Iba descalza.

Por un momento, todo se quedó en un aturdido silencio. La mayoría de los presentes eran de primer año y ninguno comprendía qué acababa de pasar, ni quiénes eran.

—¿Qué... ha sido eso? —preguntó Lucy, sin saber muy bien cómo encajar la escena.

—No lo sé —reconoció Levy—. Pero esa era Mavis Vermilion —murmuró, con la mirada todavía anclada en la puerta que acababan de atravesar. La admiración teñía su voz—. Es una de las ingenieras e investigadoras más jóvenes de la historia. Es una genio.

—Parecía conocer a Zeref... —añadió Lucy.

—Creo recordar que mi hermana me dijo que eran pareja, o algo así —murmuró Lisanna, agarrándose la barbilla con gesto pensativo—. Le preguntaré luego.

—Sí pero... —A Lucy todavía había algo que no le cuadraba—. ¿Soy yo o no llevaba zapatos?

Levy frunció el ceño, al igual que Lisanna. La segunda tuvo que darle la razón.

—Ahora que lo dices...

—¿Los habrá perdido? —tanteó Levy.

Lucy negó, aunque no parecía muy segura.

—Imposible. ¿O sí?

Ninguna de sus amigas supo contestarle.










Mientras tanto, en Eclipse, en un entorno montañoso y árido, el estruendo de una batalla resonaba por toda la cordillera. Había niebla, y una ligera llovizna caía sobre terreno escarpado, reblandeciéndolo y volviendo los precipicios y acantilados el doble de peligrosos de lo que ya eran.

Se escuchó una explosión, y en uno de los riscos una enorme nube de polvo se alzó por los aires. Instantes después, un chillido agudo y escalofriante se lamentó con dolor e ira. Dos personas vestidas de negro y encapuchadas luchaban contra una especie de ciempiés gigante y acorazado. El bicho estaba en las últimas, con heridas, cortes y quemaduras luciéndose a lo largo de todo su exoesqueleto. Sin embargo, no parecía querer darse por vencido, y se retorcía por el suelo entre siseos y chillidos furiosos, intentando atrapar a alguno de sus oponentes con las enormes tenazas que sobresalían de su boca.

Los otros dos, por otro lado, intentaban arrancarle la cabeza.

—Esta lluvia me está poniendo de los nervios —gruñó una de ellas. Con un salto, esquivó la afilada cola del monstruo y aterrizó en cuclillas varios metros más atrás. El movimiento le había bajado la capucha, y ahora cortos mechones rubios se sacudían con el viento. En su mano, una espada relucía con peligro—. El filo resbala y no hay forma de cortar esa armadura suya.

Su compañero, al otro lado del cuerpo de su oponente, no se pronunció, sino que se centró en dispararle a la cabeza con dos pistolas mágicas. Fue inútil, y uno de los tiros se desvió de su objetivo. El que acertó, en cambio, acertó en vano; el exoesqueleto estaba reforzado tanto en la cabeza como en el cuello.

Con molestia, chasqueó la lengua y saltó hacia un lado cuando fue su turno de esquivar uno de los embistes del ciempiés. Pese a su inmenso tamaño, el bicho era considerablemente rápido. Un segundo chillido furioso hizo eco entre las montañas.

—END —lo llamó de pronto su compañera, que se había subido en algún momento a un pequeño peñasco y lo miraba desde las alturas—. ¿No crees que has entretenido lo suficiente ya? Este bicho me está dejando sorda.

END la miró desde abajo en silencio, con la mitad del rostro cubierto por una bufanda negra. Solo un resquicio de su mirada se adivinaba bajo la sombra de la capucha. Ninguno de los dos parecía demasiado preocupado por el ciempiés que los separaba y que había comenzado a rodear al chico como si de una serpiente se tratase.

—Aparta —fue lo único que dijo mientras guardaba sus armas, pero para su compañera fue indicación suficiente y se alejó de ahí con un salto.

END, en cuanto ella estuvo lo bastante lejos, se volvió hacia el monstruo de Eclipse. Lo había encerrado en un círculo estrecho de no más de tres metros de diámetro. El grosor de su cuerpo era igual que su propia altura, y las placas negras de su coraza repiqueteaban de forma metálica mientras el cerco seguía cerrándose sobre sí mismo. Sobre su cabeza, el ciempiés chasqueó sus tenazas a modo de advertencia y amenaza.

De pronto, en una de sus manos enguantadas prendió fuego, y el exoesqueleto del monstruo relució bajo las llamas. El ciempiés siseó y chasqueó, alterado por la aparición del elemento, y se precipitó hacia abajo, buscando aplastar de una vez por todas al Exterminador que lo incordiaba desde hacía media hora.

END saltó veloz, esquivando el embiste, y aterrizó sobre su cabeza. En menos de un segundo, examinó con rapidez el cuello del bicho, sin encontrar punto débil alguno. Bueno, tampoco era novedad. De lo contrario su compañera hacía rato que le habría cercenado la cabeza.

El ciempiés volvió a moverse y él saltó una segunda vez, alejándose del monstruo. Este, furioso, no perdió el tiempo en serpentear hacia él; sus patas repiqueteaban contra el suelo de piedra, agrietándolo y lanzando escamas negras de terreno por todas partes. END, concentrado, aguardó, tan tenso como un resorte a punto de saltar. Sus ojos estaban fijos en los de sus oponentes, opacados por un hambre insaciable e inhumano. El fuego en su mano derecha le iluminaba el rostro oculto desde abajo. El escudo de la Academia también reducía en su pecho bajo las llamas, con la orgullosa representación de su rango grabada debajo.

El ciempiés chilló, hambriento, irguiendo mitad de su cuerpo y doblándolo en un arco tenso hacia el Exterminador. END siguió inmóvil, esperando impaciente.

—Ven —instó.

Pese a que el monstruo no podía entenderlo, el sonido ronco y áspero de su voz pareció ser suficiente para hacerlo reaccionar y, veloz como un rayo, cayó sobre él con un chillido, abriendo las fauces de par en par.

END, en vez de apartarse como las otras veces, alzó un brazo. El fuego en su mano se agitó, intensificándose. Ardió el ethernano en el aire y el torrente de fuego se introdujo como un rugido en el interior del ciempiés. Un olor a quemado inundó el aire, las placas del exoesqueleto se iluminaron como hierro incandescente y, segundos después, el monstruo explotó desde dentro con una intensa llamarada.

Restos quemados y calcinados comenzaron a caer desde el cielo mientras todavía ardían convertidos en cenizas. El olor era nauseabundo.

END bajó el brazo, suprimiendo el fuego que aún repiqueteaba en su mano, y ahogó una tos mientras se agarraba el antebrazo con fuerza. Por un momento, siseó de dolor. Su compañera se le acercó con una mueca de asco cargando dos mochilas militares negras. La espada la llevaba envainada a la cintura.

—¿Era necesario esparcir sus tripas así? Es asqueroso. —Esquivó con repugnancia uno de los restos y se colocó a su lado. Le tendió un botellín de agua de la bolsa que había sacado de uno de los petates. Luego, le quitó con cuidado y repelús del hombro un trozo de algo del que prefería no saber su procedencia.

—Da gracias que no he imitado a Jonás —contestó su compañero. Tosió otra vez y gruñó con molestia a la vez que se frotaba cerca del codo. Destapó el botellín y se bajó la bufanda que le ocultaba el rostro. Bebió con avidez.

—Estás demente. —Pese a la reprimenda, su compañera rió y extendió un brazo para que le pasara la botella. Los dos estaban acalorados tras la batalla—. ¿Tanto te ha molestado tener a Doranbolt como maestro?

Natsu, ahora con el rostro descubierto, gruñó una segunda vez y se bajó la capucha. La lluvia se encargó de limpiarle el sudor de la frente y, con cansancio, se quitó la bufanda. Tenía calor y no había nadie que pudiera reconocerlo por los alrededores, ni siquiera drones. Estaban solos.

—Me odia —fue lo único que dijo. De tener la garganta bien, su respuesta habría sido mucho más extensa.

—¿Has solicitado un cambio de grupo?

—En el otro está Ur.

Dimaria, alias Chronos cuando estaban en Eclipse, hizo una mueca, comprendiendo. Esa mujer estaba loca, y sus entrenamientos eran espartanos. Ahí fuera, Natsu no podría seguirle el ritmo ni aunque quisiera.

—Que no puedas hacer esfuerzo físico fuera es una mierda.

Natsu suspiró, bufanda en mano, recogió su mochila de las manos de Dimaria y los dos comenzaron a alejarse del desastre remanente de la batalla. El motivo: olía horrible.

—Dímelo a mí.

—No sé cómo lo soportas. Yo habría enloquecido. No aguanto a los que me subestiman.

Natsu ladeó una sonrisa, aunque no la miró. Su atención estaba puesta en los alrededores, alerta ante cualquier posible aparición de algún oponente nuevo.

—Ni a los idiotas —añadió. Los dos estaban tan cerca que sus dedos se entrelazaron con naturalidad y sin apenas darse cuenta.

Dimaria, con la mano libre, se apartó el flequillo húmedo de la cara y se encogió de hombros. La abultada mochila rebotaba a su espalda como si no pesara nada y la lluvia seguía cayendo con parsimonia.

—Vienen a ser lo mismo.

La carcajada de Natsu surgió sola, aunque enseguida murió en un ataque de tos que se escuchaba doloroso. Con el ceño fruncido se llevó una mano al cuello, como si así pudiera aliviar su malestar y hacerlo desaparecer. Carraspeó, sintiendo el interior de su garganta al rojo vivo, y volvió a toser. Dimaria le tendió algo pequeño con envoltorio blanco.

—Es de miel y limón —explicó cuando él la miró extrañado—. Te aliviará un poco.

Se trataba de un caramelo. Natsu lo aceptó entre resignado y agradecido por el detalle.

—Gracias —masculló, sin voz tras el ataque.

Dimaria sonrió y se acercó a él con picardía. De pronto, estaban demasiado cerca.

—Ya me lo agradecerás bien luego —aseguró, y Natsu bajó la mirada hasta sus labios sin poder evitarlo. Ella le sonrió, deslumbrante y satisfecha, y se apartó con la tentación pendiendo de un hilo tenso y absorbente. De pronto, cambió de tema—: Están tardando demasiado.

Natsu suspiró y su expresión regresó a la concentración profesional. Le lanzó una mirada al reloj de su muñeca y comprobó que el Equipo de Recolección todavía estaban a un par de kilómetros de su posición, representados con un parpadeante puntito blanco dentro de un radar. De apretar un botón, este se expandiría, proyectado ante sus narices como un holograma que representaba la topografía del lugar según el último registro que se había hecho. No obstante, lo dejó así. No necesitaba de más información para saber que no aparecerían en un buen rato para recoger lo que se pudiera de los restos que habían quedado del repugnante y gigantesco bicho. Cargaban tanto con ellos que se movían como tortugas.

Entonces, su propia posición —un punto parpadeante de color negro— cambió de forma para estabilizarse en un triángulo de color blanco y estático. Como este, decenas de ellos poblaban el radar en un radio de cinco kilómetros. Dimaria acaba de marcar su posición actual como Zona Segura y de Recolección. Al fin y al cabo, ese era el motivo de aquella incursión: encontrar materiales para experimentos e investigaciones. No era más que pura y aburrida rutina, —poca emoción para dos Rangos S— y si ambos se habían ofrecido voluntarios para aquello era porque Natsu necesitaba soltar su frustración a base de golpes.

De pronto, los dos alzaron la mirada al cielo, atentos y concentrados

—¿Oyes eso? —preguntó Dimaria. Su mano dominante acarició el mango de su espada de forma silenciosa y la mochila que cargaba aterrizó en el suelo con un golpe sordo.

Natsu asintió. Un ligero pero penetrante zumbido se escuchaba a lo lejos. Un nuevo monstruo iba a darles la bienvenida en aquella dimensión, atraído por el olor del anterior. Ambos Exterminadores estudiaban los alrededores con atención y cautela, buscando su punto de origen.

De pronto, el viento cambió de dirección y Natsu captó el ligero pero inconfundible olor mentolado del ethernano concentrado. Provenía de su derecha. Dimaria siguió la dirección de su mirada y sonrió emocionada. El zumbido aumentaba de intensidad cada vez más.

—Este me lo pido —declaró antes de salir corriendo a su encuentro, dejando a Natsu y al resto de su equipaje, atrás.

Su compañero, ante la impulsividad que acababa de presenciar, se limitó a suspirar. Metódico, se colocó de nuevo la bufanda alrededor del cuello y se la subió hasta que le cubrió la nariz. Dejó caer la capucha de vuelta a su sitio, recogió la mochila de Dimaria y, solo entonces, comenzó a correr en la misma dirección en la que ella había salido disparada. Con los dientes, partió el caramelo; el sabor de la miel y el limón se mezcló con el de las cenizas. A lo lejos, se escuchó un estruendo. Un nuevo combate había empezado.

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