Capítulo 29

Dimaria estaba cabreada.

No, se corrigió Natsu al verla cerrar la puerta del armario con más fuerza de la necesaria, estaba furiosa.

Prudente, se mantuvo alejado de ella y procedió a quitarse con movimientos tensos la arrugada camisa con la que había dormido. Mientras tanto, en el centro de la habitación, su novia gruñía insultos y amenazas a la vez que buscaba sus vaqueros perdidos en el desastre actual que conformaba su cuarto.

—Cada día los detesto más —estaba diciendo, apartando con violencia unas almohadas que habían caído al suelo durante la noche y que habían tenido la desgracia de cruzarse en su camino—. ¿Cómo de imbécil puede ser la gente? Debería existir una ley para mandar a terapia automáticamente a todos los gilipollas. Y a los idiotas. Y a los gordos incompetentes trajeados que no saben nada más que dar órdenes absurdas detrás de una mesa. Los odio. Los odio a todos.  —Enfadada, se apartó los mechones de pelo de la cara y fulminó a Natsu con la mirada desde la esquina opuesta en la que había acabado. Lo señaló con una zapatilla amarilla peluda de estar por casa que había rescatado de debajo de la cama—. Y a ti también te odio.

No vestía nada más que unos pantalones de pijama demasiado cortos y una camiseta que en algún momento había sido de Natsu pero que ahora era uno de sus camisones favoritos. Estaba toda despeinada, con el pelo en todas direcciones y un ceño fruncido que prometía muchos problemas. La zapatilla parecía inofensiva, pero Natsu sabía que Dimaria podía convertirla en un arma muy mortal si se lo proponía.

Aun así, pese a su evidente mal humor, le hizo caso a medias, más concentrado en desabrochar los botones que se le escurrían entre los dedos vendados.

—¿Por qué? —aventuró, mirándola de reojo mientras seguía con su tarea—. ¿Por decir que sí? ¿O porque llevas diez minutos buscando esos vaqueros que están colgados del perchero del baño?

—Los vaqueros me importan una mierda —espetó ella, casi con un gruñido, aunque se dirigió a grandes y airadas zancadas hacia el cuarto de baño. Por supuesto, aquello no le impidió seguir despotricando—: ¿Es que a ti no te molesta? ¡Te quitaron los primeros puntos ayer! ¡Los primeros! ¡Ayer! ¿Y tenemos que ir a ver a esos vejestorios menos de doce horas después? ¡Si apenas puedes moverte!

Con semejante declaración salió del baño, ya con los vaqueros puestos, y contempló a Natsu como si él fuese la personificación de todos sus enemigos. Su vieja camiseta le colgaba ahora de un solo hombro y le dejaba el otro desnudo, y en cualquier otro momento ese habría sido, para ambos, un detalle sensual importante. Ahora, en cambio, lo único que hizo Natsu fue suspirar mientras conseguía, por fin, librarse del último botón de la camisa.

—No exageres —pidió, acostumbrado a tratar con una Dimaria enfurruñada que, además, estaba recién levantada y que había dormido menos de cinco horas—. Salí de la enfermería hace una semana. Estoy mejor.

—Si con mejor entiendes que necesitas de cinco minutos para desabrocharte una camisa y que apenas puedes levantar los brazos por encima de los codos entonces sí, estás mejor.

El sarcasmo era evidente, pero no impidió que Dimaria se acercara a él y lo ayudara a quitarse la camisa. Vestirse era un suplicio que requería de mucho tiempo, cuidado y paciencia, y la falta de movilidad de sus brazos significaba que lo único que podía ponerse sin ver las estrellas eran prendas con botones o cremalleras que le evitaran levantar demasiado ambas extremidades.

No podía hacerlo solo, a no ser que quisiera tardar tres horas para una sola manga, y Dimaria se había asignado la tarea ella misma de ayudarlo en cada ocasión. El que estuviera enfadada con medio mundo aquella mañana no se reflejó en sus acciones para con él, y su tacto fue tan suave, atento y cuidadoso como de costumbre. Natsu se lo agradeció con un suspiro cansado.

—A mí lo que me sorprende es que no te hayas esperado que convocaran una reunión en cuanto salí de la enfermería.

Dimaria, detrás de él, bufó desdeñosa a la vez que le colocaba una nueva camisa —mucho menos arrugada y mucho más presentable que la otra— de tal forma que pudiese meter los brazos sin complicarse demasiado. Los tenía vendados hasta los hombros, y varias vendas le rodeaban también el torso y el abdomen. Tenía un feo cardenal bajo las costillas que todavía no desaparecía y un corte bastante profundo que seguía curándose a la altura de la clavícula.

—No es que no me lo haya esperado —admitió Dimaria, rodeándolo y colocándose al frente para cerrarle los botones con dedos ágiles y también recolocarle la bufanda alrededor del cuello—. Pero podrían no haber llamado a las, no sé, jodidas seis de la mañana. ¿Quién en su sano juicio convoca una reunión a las siete? ¿Tanto cuesta entender que necesitas descansar? Y yo también, ya que estamos.

Su cabreo y mal humor mañanero la hacían verse salvaje y a punto de asesinar a alguien, y Natsu no resistió la tentación de sonreír y peinarle varios mechones incontrolables con los dedos.

—Bueno —murmuró—, no todos me tienen en su lista de prioridades. Y algunos dicen que dormir está sobrevalorado.

Dimaria arrugó la nariz y compuso una mueca, claramente disconforme, antes de que él la acercara hacia sí. Los ánimos no eran los más idóneos, pero ella no se resistió, y el beso supo a una mezcla extraña de café de máquina y pasta de dientes que no les pudo importar menos.

—Tengamos una cita —susurró Natsu de pronto, apartándose y admirándole los rasgos a pocos centímetros de su rostro.

En un arrebato, le acarició el pómulo con los nudillos vendados y Dimaria se rió entre dientes antes de contemplarlo divertida, el mal humor sustituido de pronto y de forma temporal por la picardía.

—¿Y a dónde quieres ir, exactamente? Porque te recuerdo que tenemos a una horda de periodistas locos apostados tras las puertas del recinto.

La respuesta de Natsu fue encogerse de hombros, indiferente. Sus dedos estaban entretenidos perfilando su oreja.

—Nunca nos ha hecho falta salir de aquí para salirnos con la nuestra —replicó, resuelto y con ciertas ganas de crear problemas. Estar aislado del mundo por todo un mes tenía consecuencias. Había tenido demasiado tiempo libre para pensar en demasiadas cosas.

Ante aquello, la sonrisa de Dimaria se amplió y le rodeó el cuello con los brazos.

—¿Y si nos ven? —tanteó ella; la malicia escondida en su tono y la sensualidad brillando en sus ojos.

Natsu, en consecuencia, la acercó por la cintura; una promesa en sí misma.

—Que nos vean —declaró, decidido y sin temor a represalias. Vio a Dimaria sonreír todavía más, peligrosa, y su mano se aferró a su nuca, sus dedos enredándose en mechones rubios despeinados—. Eres mi novia. Y no pienso seguir escondiéndome.

Selló sus palabras con un beso profundo que Dimaria correspondió sin dudar, confirmándole que estaba tomando la decisión correcta. Lo había declarado de forma espontánea y sin pensar demasiado, pero no se arrepentía en lo más mínimo. Una idea comenzó a cobrar forma en su cabeza. Iba a tomar el control completo de su vida y nadie iba a impedírselo.

Se separaron a regañadientes, con el reloj presionándolos y recordándoles que llegaban tarde. Natsu recuperó la chaqueta de su uniforme desde el respaldo de una silla —blanco una vez más, nuevo, impecable, Rango E en todo su esplendor— y se lo puso con ayuda de Dimaria. Después, mientras se colocaba las pistolas que tenía prohibido usar alrededor de la cintura, contempló cómo su novia ignoraba de forma deliberada su propio uniforme y se vestía de calle, se hacía una coleta a la que le puso poco esfuerzo y recogía los intercomunicadores olvidados sobre la mesilla de noche, todo en un lapso de tres minutos y medio.

—Vamos —declaró, alcanzando su espada y lanzándole a él el reloj que los había despertado—. Acabemos con esto.

Natsu, escondiendo una sonrisa bajo la bufanda, la siguió fuera de la habitación hacia la escalera de incendios. Al fin y al cabo, ese era el dormitorio de femenino y técnicamente él —ni ningún otro hombre— no podía estar ahí hasta las diez de la mañana. Que el cuarto de Dimaria estuviera al final del pasillo y al lado de la salida de incendios parecía una señal en sí misma para romper las reglas.

El aire frío de la mañana los golpeó a ambos en cuanto salieron del edificio y las horas tempranas les facilitaron el no ser vistos. Casi todo el Campus permanecía dormido, y solo las lejanas luces de la cafetería y los laboratorios estaban encendidas. En la distancia, Central era una sombra que se fundía con la Puerta y se ocultaba en la niebla matutina.

De forma distraída, sus dedos se entrelazaron y, aunque no tenían mucho margen de tiempo, su paso era relajado. Entonces, Natsu volvió a tomar nota de cómo iba vestida Dimaria y la miró con diversión evidente.

—Te gusta ir a contracorriente, ¿verdad? —comentó, ambos conscientes de que ir a una reunión en la que estarían el director de la Academia así como representantes del Gobierno y del Ejército vestida con ropa casual era una completa falta de decoro.

Dimaria, ante la pregunta, alzó la barbilla con orgullo y resopló.

—Me fascina. Especialmente cuando me despiertan a horas inhumanas sin razón de peso.

Natsu no se esforzó en absoluto por contener su carcajada. Él también compartía la opinión de que podrían haberlos convocado de una manera más amable, pero verla a ella indignada le quitaba a él todo el enfado que podría haber tenido al respecto. Entonces, recordó un detalle bastante importante.

—En realidad, podrías haberte quedado durmiendo —le recordó—. En el mensaje ponía solo mi nombre.

—¿Y? Que se aguanten. Me han despertado dos horas antes de lo previsto y van a sufrir las consecuencias. Además —añadió, presionando sus dedos entre los suyos—, yo también he formado parte de esa incursión y, dado que el motivo de que te llamen es ese, tengo todo el derecho de estar ahí, les guste a esos vejestorios o no.

Una vez más, Natsu soltó una carcajada que le aligeró los nervios y calmó su mente. No sabía muy bien qué esperar del inminente encuentro ni quién estaría ahí, pero saber que Dimaria iba a estar a su lado le daba fuerzas para enfrentarse a lo que fuese.



Al final, llegaron a la sala que habían reservado en Central para la reunión diez minutos antes de la hora acordada. No estaban solos, y Natsu se encontró contemplando a Erik como si fuese un fantasma.

—¿Qué haces tú aquí? —farfulló, cuando se dio cuenta de que no estaba alucinando y que su compañero de clase y equipo estaba delante de él en carne y hueso.

No lo había vuelto a ver desde antes de acabar prisioneros en Tártaros, y aunque sabía de forma teórica cuál había sido la magnitud de sus heridas —la infección casi lo había matado—, verlo con un parche ocultándole el ojo derecho era, cuanto menos, desconcertante. Al menos, la sonrisa depredadora seguía siendo la misma.

—Buenos días a ti también —se carcajeó, descuidado y sin ceremonias, como si no hubiese sido el que permitió que Gildarts y Silver despertaran, como si no le hubiese salvado la vida. Como si no hubiese estado a punto de morir por su culpa—. A vosotros —se corrigió, mirando a Dimaria. Deslizó las manos en los bolsillos de su uniforme y apoyó la cadera en el respaldo de una de las sillas que había en la sala de reuniones—. Me han dicho que fuisteis a por nosotros en Eclipse. Gracias por eso.

Al contrario que sus movimientos despreocupados y casi juguetones, su mirada y palabras estaban cargadas de una seriedad y una sinceridad que le recordó a Natsu lo cerca que habían estado todos ellos de no regresar a casa. Sintió que se le erizaba la nuca y fue más consciente de los puntos y cicatrices que adornaban sus brazos que en toda la semana. A su lado, Dimaria se encogió de hombros y sus dedos buscaron los suyos, casi necesitados de contacto. Natsu se los entrelazó con fuerza.

—Bueno, creo que ya has podido comprobar que tengo un novio bastante imprudente. No es la primera vez que arreglo sus destrozos y dudo mucho que sea la última —comentó, asegurándose con un solo comentario de llevar el tono de la conversación hacia terrenos más alegres. De hecho, Natsu bufó indignado y Erik soltó una carcajada.

—Deberías comenzar a cobrarle los favores —sugirió, sonrisa torcida y ojo reluciente de maldad.

La risa de Dimaria estuvo en su mismo registro.

—Oh, no te preocupes. —Sus manos se separaron solo para ser rodeado por la cintura de forma descarada. Lo miró de reojo con intensidad—. Llevo las cuentas al día.

Erik, por supuesto, no perdió detalle de ningún movimiento y, una vez más, su risa se apoderó de la sala. Natsu, como víctima de ambos, sintió un fuerte déjà vu. Aquello se parecía demasiado a cuando Mirajane y Dimaria estuvieron juntas por primera vez en su presencia. El parecido no le gustó en absoluto.

—En mi defensa —gruñó, irritado pero todavía atrapado bajo el brazo de su novia—, estaba intentando salvar a un hermano idiota de una serpiente. Esta vez no fue mi culpa.

—Tú lo has dicho. Esta vez.

Dimaria le lanzó un guiño y él puso los ojos en blanco.

—Detalles —refunfuñó, y ahora fue la propia Dimaria la que se rio de él. La ignoró lo mejor que pudo y se centró en Erik, quien los miraba a ambos con una sonrisa indescifrable. Inspiró hondo, se soltó del agarre de Dimaria y dio un paso al frente—. Erik.

Hizo una pausa, sin saber muy bien qué decir con exactitud o cómo. De la noche a la mañana, le debía a ese hombre demasiadas cosas, comenzando por su propia vida. Un simple gracias no era suficiente y, en consecuencia, su cerebro estaba en blanco.

Había tenido demasiados encuentros con la muerte como para contarlos todos, y la mitad de ellos había sobrevivido gracias a la ayuda de otros. Sin embargo, Erik no tenía por qué haberlo hecho, no hasta semejante punto —nada los ataba—, y Natsu era incapaz de apartar la mirada de ese parche negro que le adornaba la cara a su compañero de equipo. Un recordatorio bien visible de lo que había tenido que sacrificar para que él...

—Si estás pensando en soltar algún discurso cursi y emotivo, olvídalo.

De pronto, la voz de Erik interrumpió todos sus pensamientos casi de raíz. Parpadeó, aturdido, y lo miró sin entender.

—¿Qué?

—Se te da fatal controlar tus expresiones faciales —dijo, serio de un momento a otro y con una mirada que se parecía demasiado a la de un reptil acechando inmóvil—. Además, no te salvé para que te sintieras en deuda conmigo, así que corta el rollo. No me preguntes por qué lo hice. Ni me lo agradezcas. Me moví por instinto, así de simple. Y gracias a eso tú estás vivo y yo también. Ganamos todos. Asunto zanjado.

—Pero...

Natsu intentó protestar, una vez más sin encontrar las palabras adecuadas pero contemplando ese trozo de cuero negro con una atención dolorosamente obvia. No podía evitarlo. No cuando esa herida significaba tantas cosas.

Erik, por supuesto, se dio cuenta, y su respuesta fue resoplar.

—Mira, te lo dije entonces y te lo digo ahora. Es solo un ojo. No estoy ciego, y mi sentido espacial volverá a ser el mismo tras la rehabilitación, ¿de acuerdo? Perder un ojo no me convierte en un minusválido. Hay gente que lucha y vive con menos. No los vayas a despreciar a ellos también por tenerme lástima a mí. Estoy bien, y seguiremos siendo compañeros de equipo lo que queda de curso le guste a tu cerebro de guisante chamuscado o no.

—¿Cerebro de guisante? —Natsu, aturdido y perplejo, y con su propia línea de pensamiento hecha pedazos una vez más, solo pudo murmurar lo que acababa de escuchar como si fuese otro idioma.

—Chamuscado —añadió Dimaria—. No te olvides de lo chamuscado. Esa es la parte importante. —Y concluyó su frase con una ruidosa carcajada que sacudió a Natsu hasta traerlo de regreso.

La indignación le zumbó en los oídos y fulminó a su novia con todo el resentimiento que era capaz de transmitir. Ella solo se rio más fuerte.

—No os vuelvo a juntar —sentenció, decidido—. Os prohíbo acercaros a la vez  en mi presencia. Os detesto a los dos.

—Pero Natsu —lloriqueó falsamente Dimaria, divertida a más no poder mientras lo abrazaba con cuidado por los hombros y le lanzaba una mirada a escasos centímetros de su rostro—. Soy tu novia.

—Y yo tu salvador —añadió Erik, la burla bien escondida en cada sílaba de esas cuatro palabras.

—No. Me niego. Retiro mi gratitud. No os conozco. Alejaros de mí.

Intentó retroceder, pero el agarre de Dimaria se volvió firme de pronto y dar un simple paso se convirtió en misión imposible. Le lanzó un ceño fruncido a su novia, y ella alzó una ceja sonriendo con amplitud. Se estaba divirtiendo demasiado, era evidente.

Natsu estuvo a punto de gruñir una amenaza que dudaba que hiciera mucho efecto cuando las puertas de la sala volvieron a abrirse y un hombrecillo en silla de ruedas hizo acto de presencia. Los tres se giraron a la vez para verlo; el anciano no parecía en absoluto sorprendido por lo que estaba presenciando. Es más, sonrió y se rio entre dientes.

—Veo que os seguís llevando tan bien como siempre, Natsu, Dimaria.

—Makarov. —De pronto, la voz de Natsu estaba cargada de respeto.

Dimaria lo soltó y él recuperó la compostura en un abrir y cerrar de ojos. Delante de ellos se encontraba el director de la Academia, el hombre que había hecho que él pudiera vivir bajo dos identidades, quien había permitido que sus pruebas de Rango se realizaran por separado y en privado y quien les había tendido una mano a su hermano y a él cuando más lo necesitaban.

Las deudas que tenía con ese hombre eran casi infinitas, y él no tenía suficientes vidas como para pagarlas todas.

Makarov, girando su silla y apartándola de la entrada, sonrió con afecto y se acercó a ellos. En ningún momento comentó la presencia de Dimaria como algo que no debería estar ahí ni su falta de uniforme (una violación de las normas de la Academia en sí misma).

—Me alegra ver que ya te encuentras mejor —dijo en su lugar, afable y sin perder la sonrisa—. Aunque me hubiese gustado encontrarnos en otras circunstancias.

Natsu sonrió con cierta vergüenza y mucha resignación.

—Créame, a mi también.

Makarov se permitió una pequeña carcajada, y detrás de él aparecieron dos hombres más y una mujer. A ella Natsu ya la había visto alguna que otra vez, por los pasillos de Central y en la distancia. Se trataba de Hisui, una de las mentes maestras de Central, miembro de su Junta Directiva y la que se encargaba, entre otras cosas, de los asuntos externos.

También reconoció a Arcadios, uno de los generales del Ejército. Su uniforme militar era inconfundible, por no decir que la Academia se había asegurado de que los alumnos de rangos altos conociesen al menos los rostros de las figuras públicas y militantes más importantes de la actualidad.

Al tercer recién llegado, en cambio, no supo ponerle nombre. Se trataba de un hombre alto, robusto, de pelo largo y blanco que contrastaba con su piel oscura. Su vestimenta recordaba de forma vaga a un uniforme de combate, pero estaba claro que se había tomado ciertas libertades de diseño. En su cadera, Natsu distinguió la funda de una pistola y un bastón corto que en principio parecía inofensivo pero que su instinto gritaba que era letal.

A pocos pasos de él, Erik se tensó y chasqueó la lengua, molesto.

—¿Qué haces aquí? —espetó, de pronto de mal humor y pasando por alto cualquier saludo o presentación formal que se podría haber llevado a cabo.

El silencio en el grupo apareció de forma brusca y perpleja, pero él tenía toda su atención puesta en el hombre de pelo blanco. Estaba claro que se conocían, y también que no se llevaban bien. El aludido sonrió y se cruzó de brazos.

—¿Así saludas a tu superior, Cobra?

Natsu escuchó con claridad cómo su compañero rechinaba los dientes antes de dignarse a gruñir:

—Superior mis muertos —escupió con desprecio—. Dejaste de serlo hace tres años, Brain. Y deja de llamarme así. Por tu propio bien.

La amenaza era clara, y el hombre, Brain, alzó una ceja fingiendo estar impresionado para luego soltar una carcajada que sonó de todo menos amistosa.

—Una temporada fuera de las barracas y lejos de las misiones y mira en qué te conviertes: en un mocoso que ha olvidado cómo respetar a sus mayores y que, además, ya no sabe cómo protegerse ni a sí mismo.

Le lanzó una mirada evidente y burlesca a su ojo perdido y Erik frunció el ceño todavía más, furioso. Parecía a punto de saltar para darle un puñetazo.

Natsu no tenía ni idea de quién era ese hombre, pero estaba claro que se trataba de alguien con quien su compañero se había relacionado en su época de mercenario. ¿Su capitán, tal vez?

No tenía forma alguna de saberlo, no en aquellos momentos, al menos, pero eso no significaba que iba a quedarse callado o de brazos cruzados ante un ataque tan gratuito. De modo que dio un paso al frente, dispuesto a soltarle un par cosas al hombre, cuando una figura menuda e imponente se interpuso en medio.

—Caballeros, por favor. —La voz de Hisui era profesional, fría como una hoja de acero bien afilada—. No nos hemos reunido hoy aquí para discutir, y mucho menos para sacar a la luz rencillas del pasado. —Se volvió hacia Brain—. Capitán, creo que no es necesario que le recuerde que se encuentra aquí para ayudarnos con las estrategias militares y también gracias a un favor.

—Favor que se le será revocado si continúa intimidando a cualquiera de mis estudiantes. —Pese a estar en silla de ruedas y apenas llegarle a la altura de la cadera, la figura de Makarov era, con diferencia, la más intimidante de todas. Todo rastro del anciano risueño de antes había desaparecido de sus rasgos y contemplaba al hombre como si en cualquier momento pudiera ponerse en pie y aplastarlo de un solo golpe—. Independientemente de sus conexiones con el Ejército, y de su historia con el señor Erik, esta sigue siendo mi Academia y no permitiré ninguna burla o falta de respeto. Y mucho menos dirigida a una lesión producida en una situación que se ha catalogado como delicada, de riesgo y mortal, y en la que todos los involucrados se han desenvuelto de forma magistral y más allá de las expectativas. ¿He hablado con suficiente claridad?

El tono de sus palabras fue mortal y categórico, y Brain, por un instante, contempló la silla de ruedas como si fuese una broma discordante y de mal gusto, como si sopesara si era solo una fachada o una invalidez real. Finalmente, asintió, aunque no se disculpó y le lanzó a Erik una mirada provocadora que prometía que la conversación no había acabado. El contrario se la sostuvo sin parpadear, sin sentirse intimidado, hasta que Hisui volvió a tomar la palabra:

—Bien. Si ya está todo aclarado, pasemos a lo que nos concierne de verdad. Tenemos poco tiempo disponible y la lista de aspectos a tratar es larga.



Y no, Hisui no mentía.

Para el horror de Natsu, la reunión duró hasta pasadas las dos de la tarde, cuando el hambre de todos pasó a ser más importante que cualquier punto a tratar en la agenda de la mujer.

Habían hablado y discutido sobre todo. Desde el comienzo de la Ruptura, el transcurso de la misma, hasta lo que recordaba cada uno de cómo habían acabado en Eclipse y el transcurso de los hechos a partir de entonces.

Por enésima vez, se volvió a relatar cada pelea y batalla, cada característica de los miembros de Tártaros; desde sus habilidades hasta su nivel de inteligencia observado durante las peleas. Se habló de Loke, de los gemelos, de Lamy. Del Cubo. De los experimentos a los que habían sido sometidos, de cómo Zeref parecía haberse recuperado tras tantos años de servicio inactivo y las posibles razones de aquello. Abordaron, incluso, su propia condición que le impedía luchar fuera de Eclipse pero sí dentro de ella, y se lanzaron otras tantas teorías.

No se dejaron nada, y al acabar Natsu salió de ahí con hambre y un dolor de cabeza que le punzaba las sienes en algo demasiado parecido a la migraña. Lo único en lo que podía pensar era en comer cualquier cosa e irse a dormir. Sentía que le habían arrebatado neuronas con pinzas de disección y había hablado más de lo que se consideraba prudente. Volvía a tener la garganta seca y no le hacía ninguna gracia.

—Me comería un pollo entero ahora mismo —se lamentó Dimaria en cuanto salieron de la sala en la que los habían tenido encerrados por más de siete horas.

—Que sean dos —gruñó Natsu, antes de carraspear, molesto, y sacar del bolsillo un caramelo para la garganta que Makarov muy amablemente le había ofrecido a mitad de reunión, cuando se había puesto a toser después de estar hablando por sí solo veinte minutos seguidos.

Dimaria le tendió también una pequeña botella de agua que había birlado del interior de la sala y caminó a su lado mientras contemplaba a un pensativo Erik que los acompañaba con las manos en los bolsillos.

—¿Te quieres venir? —ofreció, sacando al hombre de sus cavilaciones por un momento.

Tras medio segundo de desconcierto, Erik les sonrió a ambos y negó con la cabeza.

—Gracias, pero no. Tengo que volver a mandar a la mierda a Brain antes de almorzar. Todavía quiero decirle un par de cosas que no llegué a soltar en su día.

Dimaria lo estudió un largo segundo, atenta a cada uno de sus gestos.

—Suena divertido —dijo entonces, casi indiferente. Justo en ese momento, la figura de Brain apareció al final del pasillo. Él había sido el primero en irse, y parecía que los estaba esperando. O más bien a Erik.

Este sonrió como un depredador en cuanto le puso los ojos encima.

—Ni te lo imaginas. Me voy a quedar a gusto.

—Solo no destroces ninguna pared ni des el primer golpe —le recordó Natsu con el caramelo paseándose entre sus dientes—, o Makarov tendrá que darle a él la razón y ya no será tan divertido.

Erik se rio, pero asintió.

—Lo tendré en cuenta. —Les lanzó una sonrisa a ambos—. Nos vemos luego. Disfrutad de la comida. —Y, dicho esto, se adelantó para ir al encuentro de su antiguo capitán de escuadrón.

Ninguno necesitaba ser adivino o profeta para saber que en esa conversación surgirían chispas. Tampoco hacía falta quedarse para el espectáculo; los dos intuían cómo iba a acabar y, además, se trataba de una charla privada.

De modo que Natsu y Dimaria, en vez de continuar recto por el pasillo, doblaron hacia las escaleras que los llevaría hacia el exterior del edificio. Fuera, el sol ya golpeaba con fuerza y los estudiantes, personal y profesores deambulaban de un lado para otro en grupos o en solitario. La mayoría se dirigía a la cafetería, y ellos, movidos por el hambre, hicieron lo mismo.

Ninguno reparó demasiado en cómo, a medida que se acercaban y se mezclaban entre la gente, las miradas se dirigían hacia ellos junto con los susurros poco o mal disimulados. ¿Una rango S acompañando tan de cerca al famoso rango E repetidor? Aquello era inaudito.

Sin embargo, nadie se atrevió a acercarse; los rumores corrían y ya todos estaban al tanto de cómo Dimaria le había arrebatado las estrellas de rango a un estudiante durante la Ruptura y que, por supuesto, había formado parte del equipo de rescate que había sacado a los que habían sido encerrados en Eclipse.

Aun así, no perdieron detalle de cómo el último muerto de la Academia mantenía una conversación relajada y casual con la exterminadora ni cómo la misma no parecía querer mandarlo a volar lejos con un golpe de su espada.

—Entonces —estaba diciendo Natsu mientras subían las escaleras de la entrada a la cafetería—, ¿comemos pollo? Aunque ni siquiera sé cuál es el menú de hoy.

—Ni idea. —Dimaria se encogió de hombros, bastante indiferente. Tres estudiantes de segundo se apartaron de su camino cuando la vieron aparecer—. Solo sé que tengo hambre. ¿Crees que se puede presentar una queja por habernos tenido ahí encerrados por tantas horas?

—No lo sé. ¿Tal vez? —aventuró Natsu, siguiéndola medio paso por detrás pero con la mirada puesta en el reloj. Estaba comprobando los platos del día—. Aunque dudo que sirva de mucho. Todo lo que es burocracia funciona lento y se tiran siglos para cada cosa. Y eso que Loke todavía no se ha dignado a aparecer. Esa conversación será interesante.

—Se está tomando su tiempo. ¿Crees que habrá huido?

Se detuvieron al final de la cola para poder pedir y Natsu apagó el intercomunicador. Pensó en Loke. No había interactuado tanto con él como los demás, pero recordaba el empeño y la decisión con la que había luchado para recuperar a los suyos. Volvió a visualizar la expresión que compuso cuando Erik tomó de rehenes a los dos niños, y la intuición le dijo que era un hombre de palabra.

—No —dijo al fin—. No creo que sea esa clase de persona.

—Si es que se le puede clasificar como tal —puntualizó Dimaria a modo de broma. Natsu la miró mal.

—No sigas. Ya tuve que soportar ese debate entre Mavis y mi hermano por tres horas. No empieces tú también.

Dimaria se tragó una carcajada, pero dejó el tema de lado. Entonces, miró a su alrededor, viendo que la cafetería estaba llena y que no quedaban mesas libres a la vista. Todos parecían haber tenido la idea de ir a comer a la misma hora.

—¿Buscamos sitio o nos vamos a la azotea?

Aquella era una buena pregunta, y Natsu se tragó un suspiro.

—Iré a ver si encuentro algo. Lo que sea que te pidas, pídelo por mí también.

—Pan y agua, ¿te vale?

Natsu puso los ojos en blanco y ocultó la sonrisa tras la bufanda.

—Solo si es recién horneado —puntualizó, y Dimaria se rio sin importarle llamar una vez más la atención sobre ellos, pues él ya se estaba alejando, perdiéndose entre las mesas.

La cafetería estaba a rebosar de gente, y la primera planta estaba llena de conversaciones cada cual más alta que la anterior. Era hora punta, y ahora entendía por qué Zeref huía de la multitud cada vez que significaba comer. Era asfixiante y tenías que andar esquivando brazos y piernas cada dos pasos.

Finalmente, encontró una mesa libre en la segunda planta, cerca de las escaleras. Tomó asiento, le envió un mensaje a Dimaria diciéndole dónde estaba, y se dispuso a esperar. Para matar el tiempo, accedió una vez más a las aplicaciones de su reloj y abrió su buzón. Unas veinte notificaciones surgieron entonces, recordándole de mala manera que llevaba más de un mes sin ir a clase y que el trabajo y los pendientes se le estaban acumulando día tras día.

Todavía no se había cruzado con Mest desde que habían regresado, y aunque no le hacía especial ilusión y consideraba que podía vivir sin que se diera ese encuentro en específico, sabía que tarde o temprano acabaría sucediendo. No podía esquivar las clases mucho más tiempo, y su permiso médico estaba a punto de llegar a su fin. El cómo reaccionaría Mest al verle de nuevo, sabiendo ahora quién era de verdad, era todo un misterio.

Suspiró, sintiendo que el dolor de cabeza le regresaba con solo pensar en ello, y apagó el reloj. De nada servía darle vueltas en ese momento, y tampoco estaba dispuesto a amargarse el día pensando en su irritante profesor. Ya cruzaría ese puente cuando llegase a él.

—¿Lo veis? Os dije que era él. —Escuchó decir a una chica—. ¡Natsu!

Sorprendido, alzó la mirada para descubrir que Lucy y Lissana se acercaban a su mesa agitando una mano a modo de saludo. Las acompañaba una chica menuda de pelo azul, Levy si no recordaba mal, y las tres se detuvieron a pocos pasos de él luciendo diferentes grados de sorpresa y alegría en sus rostros.

—¡Por fin nos vemos! —exclamó Lissana, con nivel de energía casi idéntico al de su hermana—. Tú y Erik lleváis desaparecidos desde la Ruptura.

—Sí. —Lucy asintió y tomó la palabra antes de que él pudiese decir nada—. Nos dijeron que los dos acabasteis en un mal sitio cuando eh... nos teletransportaron a todos y que resultasteis... bueno, heridos. —Dudó y jugueteó con sus manos, incómoda y preocupada a partes iguales—. ¿Cómo estás?

Natsu, en ese momento, tuvo que reconocerse a sí mismo que era un compañero de equipo horrible. Ni siquiera había pensado una sola vez en Lucy o Lisanna, demasiado ocupado con temas que le concernían a END y no a Natsu Dragneel.

De hecho, la aparición de ambas chicas le supuso una especie de bofetada mental que lo devolvió de golpe y sin compasión a su verdadera realidad: esa donde solo un puñado de personas conocían sus habilidades y que sabían lo que de verdad había pasado.

No tenía ni idea de cuál era la coartada oficial de los hechos, pero supuso que si nadie se la había mencionado, era porque no era tan complicada de defender si se atenía al sentido común y no daba demasiados detalles. Se obligó a sonreír mientras su cerebro recordaba cómo volver a ser un Rango E después de un mes entero de haber dejado de serlo.

—Bien —contestó, y alzó las manos vendadas para que fuesen bien visibles—. Más allá de lo evidente, claro. Me dejaron salir del hospital hace un par de días.

Las tres intercambiaron una mirada que Natsu no supo si catalogar como de lástima o preocupación. Entonces, Lisanna volvió a tomar la palabra:

—Escuchamos que Erik acabó en Eclipse junto con los profesionales. Todos hablan de eso. ¿Tu también estuviste ahí? A los de primero no nos dicen mucho pero...

Dejó la frase en el aire, a la espera de que él la continuara y le dijese que sí, que él también había sido mandado a Eclipse, que había visto a los profesores luchar de primera mano a la vez que protegían a ambos estudiantes. Aquello estaba tan lejos de lo que había pasado de verdad que la risa surgió sin necesidad de forzarla.

—Siento defraudaros, pero no, no estuve en Eclipse. Aparecí cerca de la Puerta —reconoció, considerando que una media verdad no haría daño, en caso de que alguien lo hubiese visto de casualidad—, pero me abrumaron los monstruos y acabé malherido. Eso es todo. Si queréis más detalles sobre lo que pasó dentro de la Puerta, tendréis que hablar con Erik.

Ante esa respuesta las chicas no pudieron decir mucho y se limitaron a asentir, aceptando sus palabras como algo perfectamente válido y cierto. Decidió que era el momento para cambiar la dirección de la conversación y salir de terreno pantanoso.

—¿Y vosotras? —preguntó—. ¿Conseguisteis libraros de la conmoción?

—Bastante, la verdad —reconoció Levy.

—Tuvimos que defendernos de un par de monstruos —añadió Lucy, casi inmediatamente después—, pero enseguida llegaron los de cursos superiores y se hicieron cargo.

—Tuvisteis suerte, entonces —concluyó para, después, esbozar una media sonrisa—. ¿Debería teneros envidia? Que te tengan que dar puntos no es nada agradable.

En el instante en el que mencionó eso, las tres volvieron a bajar la mirada hacia sus manos vendadas. Era difícil pasarlas por alto, incluso para él mismo. Aun así, tuvieron el gesto de no comentar nada al respecto ni preguntar por detalles.

En ese momento, una presencia surgió a su espalda. Las chicas compusieron una expresión de susto y Natsu solo tuvo una risa característica como advertencia antes de sentir que un pesado brazo lo rodeaba por los hombros con fuerza.

—Salamander, hermano, ¿sigues vivo?

—Gajeel —lo reprendió otra voz inmediatamente después—. No es así como se saluda a la gente.

Ante eso, Gajeel se rio en su oído y Natsu inspiró hondo, soportando el dolor que le causaba que su amigo le presionara las heridas sin darse cuenta, y se volvió hacia él para lanzarle una mirada irritada.

—Juvia tiene razón. ¿Es que nadie te ha enseñado modales, matón de cuarta?

El aludido ni siquiera se molestó en fingir estar arrepentido y volvió a reírse entre dientes. Para consternación de Natsu, lo estrechó hacia sí con fuerza y una sacudida brusca. El corte de su clavícula le palpitó en la piel y los puntos que todavía tenía en el brazo izquierdo se tensaron de forma desagradable.

—Llevo sin verte desde ese día en la enfermería —estaba diciendo Gajeel, ajeno a su dolor e ignorando por completo a las tres chicas que lo miraban sin saber si debían apartarlo de Natsu o huir de ahí cuanto antes—. ¿Dónde has estado?

Natsu alzó una ceja.

—¿Mis manos no son pista suficiente?

—Yo que sé. Podrías haberte ido de vacaciones. En esta vida nunca hay que dar nada por sentado.

Su despreocupación le arrancó un suspiro. Miró a las chicas.

—Este es Gajeel —lo presentó, señalándolo con un gesto cansado—. Fuimos compañeros de equipo el año pasado. Gajeel, ellas son Lisanna, Lucy y Levy. A Juvia ya la conocéis.

La última mencionada asintió con la cabeza en un saludo silencioso y educado y Gajeel volvió a reírse entre dientes.

—¿Y quién de vosotras tiene la desgracia de aguantarle este año? —se interesó, mirando a Lucy, lisanna y Levy una por una a la vez que ignoraba el codazo que Natsu le daba bajo las costillas.

Fue Levy la que contestó por ellas:

—Esas serían Lucy y Lis. —Las señaló a ambas—. Yo voy a la otra clase.

—Mhm —tarareó, con la mirada fija en Levy por un instante. Después, se incorporó y, por fin, liberó a Natsu. Se centró en Lisanna—. Tú me suenas de algo.

Lisanna compuso una mueca de desconcierto y confusión, pero Natsu sabía exactamente de qué estaba hablando Gajeel.

—Es la hermana de Mirajane Strauss.

Ante eso, Gajeel alzó las cejas con sorpresa. Después, volvió a analizarla de pies a cabeza.

—Ahora que lo dices sí, se parecen.

Lisanna soltó una risa nerviosa.

—Sí, nos lo dicen mucho. Aunque mi hermana tiene mucha más presencia que yo.

—Tiene más experiencia a sus espaldas, eso es todo —dijo Juvia, interviniendo en la conversación por primera vez—. No te preocupes por eso, Lisanna-san. Solo espera. Tus logros hablarán por ti misma tarde o temprano.

Lisanna sonrió, agradecida por los ánimos, y Lucy decidió aportar su propio grano de arena diciendo:

—Podremos hacerlo en el Torneo, Lis. —Apretó los puños, motivada, y una sonrisa decidida curvó sus labios—. Nos clasificaremos y subiremos de Rango, ya verás.

Esa era una noticia de la que Natsu no estaba al tanto. Las miró desconcertado.

—¿El Torneo sigue en pie? —preguntó, sorprendido por el nuevo dato.

Levy asintió.

—Sí. Nos lo dijo Ur-sensei hoy en clase. Lo han aplazado dos meses más, pero no lo han cancelado. Aunque todos pensábamos que sí.

—El Torneo es una buena forma de evitar que la gente siga pensando en la Ruptura. Por eso lo hacen.

La voz surgió a espaldas de Juvia, cortando la conversación y haciendo que tanto ella como las chicas se diesen la vuelta. Dimaria las observaba con una pequeña sonrisa y dos bandejas con comida, una en cada mano. Intercambió una fugaz mirada con Natsu, pero pareció decidir que era más divertido contemplar la sorpresa absoluta que había causado su repentina aparición.

—Se-Sempai —tartamudeó Lucy, aturdida y perpleja a partes iguales. La reluciente línea de rango S bajo su escudo parecía absorber la atención de todo el grupo.

Dimaria controló su sonrisa y señaló la mesa con un pequeño gesto.

—¿Puedo? Las bandejas pesan.

Ni siquiera tuvo que pedir por favor para que ellas se apartaran y dejaran acceso libre a la mesa. Dimaria agradeció con una pequeña risa y, bajo la atenta mirada de todos, dejó las bandejas de comida frente a Natsu.

—Dijiste que te daba igual —comentó, sentándose delante y sin importarle que varios pares de ojos estuviesen pendientes de cada movimiento suyo.

Natsu, a su vez, la contempló un largo segundo, leyendo entre líneas. Esa frase podía referirse tanto a la comida como a la conversación que habían tenido esa mañana. En realidad, no había diferencia. La respuesta seguía siendo la misma.

—Y así es. —Prácticamente podía sentir las miradas de media cafetería clavadas en su nuca.

Dimaria, cómo no, sonrió y se repantigó a sus anchas en la silla.

—Perfecto. —Y, acto seguido, le robó una aceituna de su plato con total naturalidad. Solo después se dignó en volverse hacia su pequeño y selecto grupo de espectadores—. Entonces, ¿os vais a inscribir al Torneo? De eso estabais hablando, ¿no?

Solo Lisanna fue capaz de asentir, aunque a duras penas y con claras señales de no estar entendiendo nada de lo que estaba pasando. Pero Dimaria no se lo tuvo en cuenta y, en su lugar, volvió a sonreír, esta vez de forma astuta. De pronto, Natsu tuvo un mal presentimiento.

—Bueno —comenzó, despacio, casi con pereza. Subió un codo a la mesa y apoyó la barbilla en su mano—. Si conseguís que este —señaló a Natsu con un elegante giro de muñeca y su sonrisa se amplió todavía más cuando vio que él fruncía el ceño— participe, tendréis posibilidades. Pero tenéis que convencerle. Buena suerte con eso. Es un cabezota.

—Gracias, muy amable —refunfuñó Natsu, irritado por su pequeña jugarreta.

Dimaria, para nada arrepentida, le guiñó un ojo.

—Yo también te quiero.

Y con esa frase, los rumores se descontrolaron.

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