Capítulo 26
En cuanto Lamy vio aparecer a Jackal, supo que esos odiosos humanos tenían los minutos contados. Todavía no había asimilado que Keyes hubiese sido derrotado, pero Jackal era distinto. Él no perdería, era imposible.
Sabiendo que su poder directamente borraría a sus enemigos del mapa, Lamy se permitió sentirse aliviada y dejó que una sonrisa se asentara en su rostro a medida que veía a Jackal adentrarse en su laboratorio destruido. Ardía de rabia al saber que todo su trabajo se había echado a perder por culpa de ese machias, pero cedería el honor de acabar con él con sus propias manos ante el placer de verlo explotar en mil pedazos. Soltó una risa entre dientes. No podía esperar a verlo.
Mientras tanto, Jackal avanzó en la azulada penumbra, pisoteando cristal roto y escombros sumergidos en todo el agua que se amontonaba en el suelo. Parecía relajado, pero sus ojos no perdían detalle de todo el destrozo que había en el lugar.
—Tenía curiosidad por ver por qué Keyes estaba tardando tanto, pero no lo veo por ninguna parte —declaró, cierta advertencia oculta en su voz. Se detuvo a unos cinco metros del grupo, pero su atención recayó en su compañera—. Lamy, lo preguntaré solo una vez. ¿Dónde está Keyes?
Lamy sintió cómo se le erizaba la piel ante el peligro que irradiaba la repentina pregunta. De forma inconsciente, tragó saliva y miró de forma nerviosa cómo en las manos negras del demonio surgía un ligero resplandor que conocía bien.
Jackal no le dio tiempo a contestar, sino que interpretó su silencio como respuesta propia. Sus ojos no se apartaron en ningún momento de las enredaderas que la mantenían atada.
—Veo que no solo has sido tan estúpida que los humanos se han escapado contigo delante, sino que, además, te han capturado y Keyes está muerto por tu incompetencia.
—¿Qué? —Lamy no cabía en sí de la perplejidad—. ¡Jackal-sama, eso no es...!
—Cállate —la interrumpió con un gruñido. Como pocas veces ocurría, no estaba sonriendo—. Por una vez en toda tu jodida existencia, mantén la boca cerrada. Me ocuparé de ti una vez saque la basura.
Lamy no encontró palabras para defenderse ante aquel arrebato, y solo consiguió farfullar incoherencias antes de que Natsu diera un paso al frente.
—Pues te llevará un buen rato. Aquí hay un montón de mierda.
—¡Natsu! —siseó su hermano como advertencia.
Pero él hizo oídos sordos, y su atención se mantuvo firme sobre los movimientos del recién llegado. Jackal estaba rechinando los dientes y una sonrisa espeluznante enseñó sus colmillos.
—Lo he decidido —declaró—. Tú serás el primero.
Dicho esto, desapareció de donde estaba y se plantó delante de Natsu en menos de un parpadeo. Pero Natsu tenía reflejos rápidos, y ya lo estaba esperando. Se defendió de sus garras doblándose hacia atrás y agarró uno de sus brazos con firmeza, dispuesto a rompérselo. Entonces vio a Jackal sonreír maníaco y supo que eso había sido una mala idea.
El aire junto a su oído pareció crepitar y por el rabillo del ojo vio un destello. Lo soltó por instinto y lo empujó lejos. La explosión sucedió casi al mismo tiempo y lo lanzó al suelo. Su espalda se arrastró por los escombros y el agua y en su cabeza un molesto zumbido le entumecía los sentidos y el cerebro.
Se incorporó con un gruñido y gran esfuerzo. Las heridas de sus brazos escocían y palpitaban, al igual que su recién magullado costado. Había aterrizado muy mal, y prácticamente podía sentir cómo se le estaba formando un cardenal a la altura de las últimas costillas. Su único consuelo era que, al menos, no parecían estar rotas.
Tras ese rápido recuento de daños en el que no gastó más de cuatro segundos, escupió el agua que se le había metido en la boca y alzó la mirada para centrarse una vez más en la pelea. Jackal lo miraba desde las alturas con burla, como si fuese alguien intocable y Natsu una cucaracha que podía aplastar en cualquier momento.
Oh, lo iba a hacer pedazos. No tenía ni idea de cómo, pero iba a destrozarle esa sonrisa a base de golpes.
Unos brazos familiares lo ayudaron a incorporarse. Zeref.
—¿Estás bien?
—Sí. —No perdió de vista a Jackal en ningún momento. Entonces murmuró—. Parece que tiene una magia explosiva.
Su hermano asintió, todavía sujetándolo con cuidado por los codos.
—No podemos acercarnos a la ligera. Lo ideal sería atacar desde la distancia pero...
Natsu puso los ojos en blanco. Poco a poco, el aturdimiento de la explosión se iba disipando.
—Mis pistolas no están. Sí, ya, lo capto.
Estaba seguro de que Zeref había captado su sarcasmo, pero su hermano no dijo nada al respecto, los dos demasiado centrados en el enemigo que tenían delante. Justo entonces, Jackal tuvo la desfachatez de bostezar.
—¿Habéis acabado? —preguntó, con una mezcla inquietante de desinterés y burla—. Me estoy aburriendo.
El no insultarlo le costó a Natsu todo su autocontrol. Comenzaba a cabrearse. Estaba harto de no tener nada más que problemas, y el demonio solo lo estaba poniendo de los nervios. Aunque si era sincero, no sabía cómo iban a salir indemnes de ahí.
—¿No deberías preocuparte un poco por tu compañera? —preguntó, intentando ganar tiempo para algún plan milagroso que se le pudiese ocurrir en el último minuto.
En el centro del laboratorio, Jackal soltó una repentina carcajada. Sus dedos negros se apartaron el flequillo del rostro y la locura relució en su mirada.
—¿Hablas de Lamy? ¿Por qué debería importarme alguien tan inútil? —Con crueldad, disfrutando de lo lindo de su propia actitud, se volvió hacia la demonio, quien había palidecido ante sus palabras, todavía atada en el suelo junto a Wahl—. Se lo tiene merecido —declaró, su atención fija en ella—. Si ni siquiera puede encargarse de hacer bien su propio trabajo... No la necesitamos.
El rechazo sacudió incluso a Natsu, quien no tenía nada que ver con todo aquello. Aun así, esas palabras reabrieron heridas propias y alimentó su ya latente furia. Sin pensar, acudió a su magia y el fuego crepitó en sus brazos con hambre. No dudó, y la oleada de fuego que dejó libre impactó de lleno en un sorprendido Jackal, quien no pudo apartarse a tiempo.
Natsu se encontró disfrutando del ruido del impacto. Cristal roto y agua se mezclaron con las llamas cuando Jackal atravesó una de las cápsulas que todavía seguía en pie. Una densa nube de vapor se apoderó del laboratorio y Natsu se aferró por un momento a su brazo derecho, siseando de dolor. No hizo falta mirar para saber que nuevas quemaduras habían aparecido ahí donde todavía había piel intacta que destrozar.
Zeref le lanzó una mirada urgente y preocupada, pero él apretó los dientes y se obligó a no pensar en cómo le palpitaba la extremidad. En cambio, se lanzó hacia delante y se adentró en el vapor en busca del demonio. No podía desaprovechar aquella oportunidad.
Lo encontró tirado contra la base destrozada de una cápsula, aturdido por el impacto, y Natsu no dudó en propinarle una patada a un lado de la cabeza que lo lanzó de bruces al suelo. Lo escuchó gruñir, y lo inmovilizó entre los escombros antes de que pudiera incorporarse.
Para asegurarse, le estampó la cabeza contra el suelo y dejó todo su peso sobre la rodilla que tenía entre sus omoplatos. Lo retuvo ahí, aguantando sus forcejeos por sacar la nariz o la boca fuera del agua. Jackal consiguió agarrarle una muñeca y su cola le daba latigazos en la espalda y en las piernas, pero Natsu no se levantó. Estaba decidido a, como mínimo, dejarlo inconsciente. Ese demonio era demasiado peligroso.
Entonces, un intenso calor le rodeó la muñeca y Natsu bajó la mirada solo para ver que bajo las garras de Jackal algo brillaba. Se dio cuenta de su descuido demasiado tarde.
El aire crepitó. Wahl y Zeref gritaron su nombre.
No tenía tiempo para levantarse.
Alguien se abalanzó sobre él.
La explosión ahogó todo.
No era la primera vez que Gildarts se preguntaba por la integridad de un edificio pero, por una vez, no sería él el que lo convirtiera en escombros. Al parecer, su oponente tenía un poder tan destructivo como el suyo, uno que no estaba indicado para emplear en lugares cerrados.
Entrecerró los ojos por enésima vez ante el vendaval que Tempester había generado en el pasillo y desintegró cualquier trozo de piedra o ladrillo que iba dirigido hacía él por el ciclón. Sabía que Silver estaba en alguna parte, a su lado, pero era incapaz de ver nada que no fuese polvo.
Aunque, esa era la idea, ¿no? Cegarlo y así no poder pelear.
Pero él era un profesional, y un huracán artificial no era suficiente para que se diera por vencido. Determinado, volvió a abrir los ojos, irritados y con lágrimas por culpa del viento. No veía nada, pero no hacía falta. Sabía que su compañero se encontraba ahí también por lo que, decidido, dejó que un pulso de magia lo recorriera de arriba abajo, permitiendo, por una vez, que viajara más allá de sus manos.
Fue como si le diera un subidón de adrenalina causado por alguna droga o electricidad. Su Descomposición Atómica —el nombre con el que habían catalogado su poder cuando este apareció en su vida— le sacudió cada célula, le erizó la piel y se expandió más allá de sí mismo. El suelo bajo sus pies comenzó a convertirse en polvo y a desaparecer, y cada escombro que era lanzado en su dirección se desintegraba sin que tuviese que esforzarse por tocarlos.
Un domo de destrucción masiva se creó a su alrededor, el viento perdió fuerza y dejó de rugirle en los oídos. Al instante, desactivó su magia y lanzó un grito hacia la nada:
—¡Silver!
No tuvo que esperar mucho. En el siguiente instante, una oleada de frío helado procedente de su derecha se apoderó del lugar. El hielo cubrió suelo y paredes y creó copos de nieve que se apoderaron del huracán en un abrir y cerrar de ojos. En alguna parte por delante de él, Gildarts escuchó a Tempester ahogar una exclamación perpleja antes de que el mundo se volviera blanco.
Frente a sus ojos, como una explosión de arte abstracto y furioso, el pasillo y las celdas se convirtieron en un túnel de hielo, con témpanos gigantescos colgando del techo y lanzas translúcidas atravesando el espacio desde el suelo hacia las paredes o viceversa. Silver había creado sin contención alguna una prisión de hielo ártico y Gildarts se estremeció de frío. Delante de él, al otro lado de los barrotes congelados, una estatua de hielo con forma de Tempester aguardaba inmóvil, luciendo una expresión de sorpresa eterna.
Ambos exterminadores lo estudiaron con cautela desde la lejanía, pendientes de cualquier posible movimiento. Un quejido de voz familiar se escuchó a sus espaldas. Con un gesto, Gildarts le indicó a Silver que se ocupara de un aturdido, magullado y recién despertado Mest mientras él se acercaba a Tempester.
Sus pisadas hicieron crujir el hielo que cubría el suelo de forma inquietante, y los picos que tenía que esquivar parecieron relucir de forma macabra en la penumbra que se había instalado en las mazmorras. El vendaval, y después el hielo, habían apagado las pocas antorchas que iluminaban el pasillo y ahora todo estaba envuelto en una oscuridad rota únicamente por los agujeros que el ciclón había abierto en el techo y paredes. Por varios de esos boquetes silbaba el viento, y Gildarts creyó distinguir el azul del cielo a través de alguno de ellos. Se encontraban en uno de los pasillos periféricos del Cubo.
Entonces escuchó un chasquido, como el del vidrio agrietándose, y su sentido del peligro se disparó por las nubes. Se volvió alarmado, justo a tiempo para ver cómo desde la figura congelada de Tempester comenzaba a surgir un intenso calor que derretía el hielo como si este no fuese más que insignificante escarcha. Y, de pronto, antes de que pudiese reaccionar, una cortina de fuego los rodeó a todos.
El calor le lamió la cara, y las llamas se acercaban a él desde todas direcciones. Silver gritó su nombre, y el frío volvió a hacerse presente. Hielo y fuego se encontraron en una nube de vapor que los envolvió de forma empalagosa, cegándolos y empapándolos a partes iguales antes de que la oleada de frío congelase la ropa mojada. Solo entonces Silver detuvo su magia, y Gildarts escuchó a Tempester gruñir irritado una palabra que no entendió.
Segundos después, un terremoto surgido de la nada sacudió el Cubo. Se desestabilizó el suelo, se agrietaron las paredes y, de pronto, ya no había nada a lo que agarrarse y Gildarts se encontró en una caída libre que lo acercaba a una velocidad vertiginosa hacia un suelo cubierto de rocas. No había nada que pudiese amortiguar el impacto.
Iba a morir y no podía hacer nada para evitarlo.
Con el viento rugiéndole en los oídos y el suelo acercándose a él cada vez más rápido, Gildarts afrontó su muerte inminente cerrando los ojos y con la calma profesional de quien sabe que la vida puede acabar en cualquier momento. Lo único que lamentaba, era no haber podido deshacerse de Tempester a tiempo.
Entonces, una mano desesperada se aferró a su tobillo y la realidad se dio la vuelta.
Un instante después, Gildarts se encontró rodando por el suelo, impactando de forma dolorosa contra las rocas y enrededado en una maraña incomprensible de brazos y piernas, vivo.
Aturdido y mareado, se dio el lujo de dar esa bocanada de aire que pensaba que ya no iba a disfrutar y contempló la parte inferior del Cubo sin saber muy bien qué estaba viendo ni cómo era que seguía de una pieza.
La respuesta le llegó en forma de un quejido que no era suyo y de algo que se desprendía de él de forma dolorosa y torpe. Con la adrenalina embotándole los sentidos, Gildarts contempló a Mest sin ser capaz de reconocerlo, al menos al principio. La realidad seguía dando vueltas y, de forma tardía, comprendió que su compañero se había telentrasportado hasta de él y de ahí los había llevado a los dos a una distancia del suelo que no los matara a ambos.
Se incorporó con torpeza y vio cómo el hombre que le había salvado la vida metía la cabeza entre las rodillas para evitar vomitar. Supuso que no tenía que ser fácil, despertarse de golpe de una hipnosis y lanzarse hacia el vacío medio minuto después.
—¿Estás bien? —preguntó, antes de poder siquiera ser capaz de pensar con claridad.
A medio metro de él, Mest soltó una carcajada ronca y alzó la mirada. Como pocas veces ocurría, una sonrisa le torcía los labios. Estaba pálido.
—Esa pregunta debería hacértela yo.
Gildarts se rió con esfuerzo y terminó por sentarse. El mundo se tambaleó en su conciencia una última vez y él se concentró en respirar hondo. Sentía que le temblaban los huesos y todavía notaba las garras de la muerte aferradas a su acelerado corazón. Eso había estado cerca. Muy, muy cerca.
—Te debo una bien grande, Mest.
—Doranbolt —masculló el aludido, todavía con aspecto mareado—. Estamos en Eclipse.
Gildarts volvió a reír, y la carcajada se llevó consigo parte del entumecimiento que lo seguía invadiendo. Con cuidado, se puso en pie. A unos diez metros, Tempester aterrizaba con cara de pocos amigos.
—Sí, bueno. —Le tendió una mano para ayudarlo a incorporarse—. Creo que ahora mismo eso ya no importa.
Mest compuso una mueca, pero no le llevó la contraria. En cambio, se centró en el enemigo que los estudiaba desde la distancia con cierto grado de cautela. El que hubiesen sobrevivido a la caída le había desmontado los esquemas, estaba claro.
—¿Podrás con él?
Gildarts le lanzó una mirada rápida a Tempester.
—¿Ahora que estamos en tierra firme? Es posible. Pero me vendría bien alguien que me cubriera las espaldas. Necesito acercarme.
El gesto pálido de Mest se ensombreció todavía más. Alzó la mirada hacia el Cubo, calculando la distancia.
—Traeré a Silver —declaró—. Te será de más ayuda.
Gildarts asintió una sola vez, accediendo sin oponerse.
—Cuida del chico, ¿quieres?
La mirada que le lanzó su compañero docente estaba cargada de fastidio.
—Es mi estudiante —le recordó—. No tiene permiso para morir.
Dicho esto, desapareció con el siguiente parpadeo y Gildarts ahogó otra carcajada. Al mismo tiempo, Tempester se estaba acercando.
—¿Qué es tan gracioso, humano? ¿A dónde ha ido el otro?
Pero Gildarts no contestó, sino que le lanzó una sonrisa salvaje a la vez que rotaba sus hombros adoloridos. Si salían de esta, iba a emborracharse y a echarse la siesta de su vida.
—Que no he muerto —respondió, ignorando deliberadamente la segunda pregunta—. Y que has conseguido cabrearme.
Un instante después, salió disparado en su dirección, con la magia rugiendo bajo su piel y cosquilleándole en la punta de los dedos. Vio a Tempester fruncir el ceño antes de que le lanzara una bola de rayos que Gildarts esquivó de un salto impulsado por su pierna protésica.
Comenzó a correr en zigzag, complicándole la puntería. Lo mejor para él sería obligarlo a realizar un combate cuerpo a cuerpo, pero el demonio tenía una magia demasiado versátil que le impedía comprender del todo cuál era su poder y, por tanto, sus límites. Manejaba demasiados elementos, y la mera posibilidad de que todavía guardara alguno bajo la manga le impedía acercarse todo lo que hubiese querido.
El impacto de un rayo a poca distancia de su pie le recordó la otra razón por la que no se acercaba más. Frustrado, retrocedió lo poco que había logrado avanzar y dejó de correr, creando un tenso punto muerto entre los dos que ambos aprovecharon para estudiarse de forma mutua.
Gildarts se planteó simplemente descomponer todo a su alrededor, pero el demonio era rápido, y si salía de su alcance todo habría sido en vano y él habría malgastado de forma inútil un recurso que lo dejaba algo atontado y que precisaba del factor sorpresa.
Concluyó entonces, una vez más, que todo se reducía a que necesitaba acercarse lo suficiente.
De pronto, una brisa fría sopló en su dirección, imperceptible, un mero escalofrío que cualquiera pasaría por alto excepto para los que sabían qué significaba. Sonrió, y Tempester se puso en guardia en consecuencia, su atención puesta al completo sobre su figura. Aquello le hizo sonreír todavía más y, con ánimos renovados, volvió a la carrera, esta vez de frente y a toda velocidad.
Los rayos volvieron a aparecer, y el lugar no tardó en convertirse en el epicentro de una tormenta eléctrica que rompía el suelo y le erizaba el vello del cuerpo. Había demasiado ruido alrededor de ambos y Tempester parecía cada vez más molesto por no poder acabar con él.
Comenzó a combinar ataques, lanzándole las rocas desprendidas de los ataques anteriores con fuertes ráfagas de viento a la vez que creaba terremotos y lanzaba descargas. Pero Gildarts continuaba avanzando, desintegrando en átomos cada cosa física que intentaba alcanzarlo y esquivando con agilidad lo que no podía convertir en polvo.
Y entonces, pasando desapercibido por todo el estruendo y el caos que había en los alrededores, el camino de hielo que avanzaba a espaldas de Tempester como si fuese una serpiente silenciosa llegó hasta su destino. Al instante, el frío se volvió imposible de ignorar y Tempester recordó de pronto que su enemigo no era solo Gildarts. Pero ya era tarde. El hielo le había inmovilizado las piernas y avanzaba por su cuerpo cada vez más arriba.
—¡Eso no funcionará dos veces! —rugió, furioso, exhalando un torrente de fuego que enseguida hizo que el hielo se derritiera.
Gildarts soltó una carcajada, de pronto demasiado cerca del demonio. Con una sonrisa salvaje, le puso la mano en el hombro.
—Pero esto sí. Desaparece.
Al mismo tiempo, en el otro lado del Cubo, lejos del derrumbe y las mazmorras, Natsu se incorporaba con esfuerzo. Le pitaban los oídos a causa de la explosión y nuevas heridas se habían añadido a las viejas. Todo dolía, todo escocía, y la verdad era que no sabía cómo era que seguía vivo.
Últimamente esa pregunta se la hacía mucho.
Parpadeando varias veces para dejar de ver doble, Natsu se dio cuenta poco a poco de que tenía a Zeref a un lado y a Wahl al otro. Escuchaba a su hermano preguntarle si estaba bien de forma distante y en eco, pero su atención estaba fijada en Wahl. El machias se estaba levantando con una mueca de dolor que pocas veces había visto y que llamó la atención incluso de Zeref. Entonces, se dio cuenta: a Wahl le faltaba un brazo.
En cuanto esa información se registró en su cerebro de la forma correcta, Natsu se espabiló de inmediato. Poniéndose de rodillas, y con la adrenalina y la preocupación mezcladas en una vorágine que le revolvió el estómago, contempló al machias con horror. Los recuerdos de lo que había sucedido en menos de tres segundos le llegaron a fogonazos y comprendió que, de alguna manera, Wahl lo había alcanzado a tiempo para apartarlo de Jackal, llevándose la mayor parte de la explosión.
—¿Qué has hecho, máquina estúpida? —farfulló sin apenas darse cuenta de qué estaba saliendo de su boca. No podía apartar la mirada de los cables rotos que sobresalían de forma grotesca de su extremidad arrancada ni de los bordes afilados del metal que se mezclaban con el músculo de su hombro. Gotas de sangre caían al suelo de forma rítmica.
Wahl, en contra de su propio horror, se rió entre dientes y le lanzó una mirada divertida de reojo.
—Salvarte la vida. De nada, por cierto.
—Yo... —Intentó hablar, pero las palabras se le murieron en la lengua. No sabía qué podía decirle, qué podía compensar semejante acto.
Su amigo —porque sí, por mucho que lo irritara y se quejara de él, Natsu lo consideraba uno de sus pocos y sinceros amigos— volvió a reír y le guiñó un ojo.
—Tranquilo, no duele. —Mentira. Natsu sabía que había terminaciones nerviosas incluso en las zonas artificiales de su cuerpo—. Es solo metal y cables. Volveré a tener uno nuevo y reluciente en cuanto salgamos de aquí.
Su voz sonaba confiada, pero su mirada estaba vidriosa e ida. A Natsu se le formó un nudo de culpa entre las costillas. Por mucho que Wahl quisiera quitarse crédito a sí mismo y más de una vez dijera que era más máquina que persona, Natsu sabía que era más humano que muchos de los que había conocido hasta el momento.
Fue el propio Wahl el que rompió el ambiente diciendo:
—Oh, mira. Ahí está mi mano.
Si Natsu miró en aquella dirección fue por inercia, no porque comprendiera del todo qué había dicho. Pero Wahl tenía razón. Ahí, a un par de metros de distancia, su mano perdida relucía en la penumbra bajo las raíces que ardían por culpa de la explosión. Se le había quemado la piel, por lo que ahora se veía como la parte rota de un esqueleto metálico y reluciente cubierto de cables.
En ese momento, desde el otro extremo, Jackal se levantó del suelo con expresión furiosa, recordándoles que no estaban solos y que tenían una batalla que ganar si era que querían salir de ahí.
Gruñendo tanto de dolor como de frustración, Natsu se obligó a sí mismo a ponerse en pie, preparándose mentalmente para volver a hacerle frente a alguien tan volátil como Jackal. Zeref, sin embargo, siguió agachado junto a Wahl; su mirada fija en la extremidad arrancada medio sumergida en el agua que seguía cubriendo todo el suelo.
De pronto, murmuró:
—¿Puedes convertirla en un arma manejable?
—¿Qué?
Como si hubiese hablado de pronto en otro idioma, Natsu se volvió solo para mirar a su hermano de hito en hito. Pero Zeref lo ignoró y se centró en Wahl. Una especie de conversación sin palabras ocurrió entre ellos entre latido y latido.
—¿Con un solo brazo y sin herramientas? —Wahl compuso una mueca pensativa, como si estuviera haciendo cálculos mentales. Después, concluyó—: Tardaré un par de minutos.
Solo entonces Zeref se puso en pie.
—Que sea uno.
Al instante, Wahl protestó algo por lo bajo, pero fue ignorado y Zeref se colocó al lado de su hermano. Lo contempló de reojo.
—¿Confías en mí?
Natsu, que todavía intentaba encontrarle algún sentido a la conversación que acababa de oír, le lanzó una mirada recelosa.
—Me lo estoy replanteando. ¿Qué tienes en mente?
—Un arma. Pero necesitamos tiempo.
Natsu contuvo un suspiro y se volvió al completo hacia Jackal, quien parecía dispuesto a explotar toda aquella sala con ellos dentro.
—No prometo nada —murmuró, consciente del estado de su cuerpo y de su limitado arsenal de ataques.
Entonces su hermano le sonrió y lo empujó con suavidad hacia delante.
—Ve. Yo te cubriré.
Era algo obvio, algo que en realidad no hacía falta señalar. Y sin embargo, Zeref lo había recalcado; después de cuatro años le acababa de recordar con un simple toque que estaba ahí, junto a él, guardándole las espaldas desde siempre. La emoción lo recorrió de la cabeza a los pies y le quitó el habla. Maldita sea, quería abrazarlo y no soltarlo en años.
Pero no podía. Todavía tenían un enemigo al que derrotar. Tenían que salir de ahí, salir de Eclipse y regresar a casa. Así que inspiró hondo y exhaló despacio, dejando la mente en blanco. Giró los hombros para desentumecerse, relegó el dolor de sus heridas hasta el fondo de su conciencia y dejó que sus instintos entrenados de exterminador se apoderaran de sus cinco sentidos.
Se centró en Jackal, y en sus manos se prendió fuego. Tenía que ser rápido.
—¿Listo para el segundo asalto? —preguntó, componiendo una sonrisa que sabía que iba a poner al otro de los nervios.
Jackal esbozó una propia, mucho más macabra y sedienta de sangre, y Natsu tuvo que contener un escalofrío.
—Voy a hacerte pedazos —gruñó el demonio, lanzándose hacia delante con las palmas de las manos brillando, listas para hacer explotar lo que fuese.
Pero Natsu tenía otros planes.
Sin perder un solo segundo, lanzó una oleada de fuego hacia delante que obligó a Jackal a detenerse. Aprovechando la distracción momentánea, Natsu inició su propia carrera y se perdió entre los escombros y las cápsulas. Quedaban pocas en pie, pero eran suficientes para que él pudiera ocultarse y moverse sin ser visto.
No era la mejor idea del mundo, pero tampoco era como si tuviese muchas más opciones. Aunque por lo visto, estaba dando resultados, pues Jackal decidió ir a por él en lugar de centrarse en Zeref o Wahl. Escuchó el chapoteo de sus pisadas yendo en su dirección, abriéndose paso entre los escombros caídos.
—De nada sirve que te escondas —le recordó Jackal, y el laboratorio se encargó de darle eco a sus palabras y a su risa.
Natsu sentía el pulso en los oídos y la adrenalina y el sentido de peligro le urgían a que se moviera y saliera de ahí. Pero el agua del suelo impedía que cualquiera fuese silencioso, así que, en vez de cambiar de escondite, reguló su propia respiración y se preparó para el encuentro.
Los pasos de Jackal se escuchaban cada vez más cerca, y Natsu intentaba por todos los medios no perder la concentración. Se sentía en medio de una película de terror muy mala y no había cosa que odiara más que sentirse indefenso.
Volvió a inspirar hondo y, de pronto, el aire a su alrededor se sintió más espeso, más estático. Más peligroso.
La voz de Jackal se hizo eco una vez más:
—¿Tantas ganas tienes de morir?
Se estaba burlando, pero por una vez no parecía estar dirigiéndose a Natsu. Entonces, la voz de Zeref se alzó por encima de la risa desquiciada del demonio:
—En realidad no.
Esas tres simples palabras precedieron a que Jackal, sin previo aviso, saliera volando y se estrellara con fuerza contra una pared por delante de donde Natsu se encontraba. Desde la distancia, parecía que un orbe oscuro se deshacía tras haberse hundido en su estómago y Natsu sintió cómo se le formaba una sonrisa salvaje uno de los antiguos ataques más característicos del Mago Oscuro.
Poco dispuesto a desperdiciar la oportunidad que su hermano le había dado, salió corriendo hacia delante, el fuego una vez más presente y bailando entre sus dedos. Se permitió mirar por encima del hombro una única vez, todavía sonriendo, y gritar:
—¡Gracias, nii-san!
Vio a Zeref sonreír, y él se llenó de determinación. No iba a permitir que, ahora que por fin se habían vuelto a hablar, murieran sin poder disfrutar de ello en condiciones. De modo que abrazó su poder, sin importarle que sus manos y brazos se calcinaran en el proceso, y se abalanzó sobre Jackal.
—¡Quince segundos!
El grito de Wahl le sacudió el cuerpo y activó una especie de cuenta atrás instintiva. El demonio se había recuperado lo suficiente como para intentar defenderse, pero si Jackal intentaba hacerlo explotar, Natsu intentaba hacerlo cenizas. Odiaba contenerse, y tampoco era el momento. Con los brazos cubiertos por las llamas, se defendía de los golpes de su oponente con decisión y técnica practicada una y otra vez en mil situaciones diferentes.
Dado que no podía usar demasiado su propio poder, se había asegurado de, al menos, ser bueno en la lucha cuerpo a cuerpo y ahora lo estaba demostrando. Jackal era rápido, pero Natsu tenía reflejos entrenados y mucha rabia escondida dentro que no dudó en sacar a flote y dejar que impulsara sus movimientos.
Pendiente de las palmas de las manos de su oponente en todo momento, Natsu dio patadas y codazos. Se dobló hacia atrás y se agachó hacia delante. Lanzó codazos y puñetazos llameantes y quemó cada parte de cuerpo que conseguía tocar aún a costa del suyo.
No era suficiente.
Jackal consiguió hacer que perdiera el equilibrio por un segundo y Natsu se encontró cayendo hacia atrás. Tenía la mano del demonio a poca distancia de su cara, brillante y lista para volarlo en mil pedazos. Se preparó para lo peor, sin embargo, de pronto, Jackal tropezó y trastabilló hacia un lado.
Casi de forma sincronizada, los dos cayeron al agua con intensos chapoteos y Natsu sintió en el muslo el corte de un escombro afilado. No obstante, el dolor fue lo de menos. Estaba más ocupado contemplando perplejo a una Lamy jadeante, todavía atada y cubierta de heridas, mirando a Jackal sin emoción alguna. Ella había sido quien lo había empujado hacia un lado y evitado el fatídico desenlace.
Natsu no cabía en sí de la sorpresa.
—Tú...
No pudo continuar, pues Wahl apareció volando solo para lanzarle algo que atrapó a duras penas.
—¡Dobla la muñeca para disparar!
Decir que estaba confundido era quedarse corto. En sus manos, valga la redundancia, acabó la mano perdida de Wahl. Solo que con menos componentes ortopédicos y más cables de lo normal. No tenía ni idea de qué le había hecho en aquel minuto y medio que le había conseguido ni qué se suponía que hacía, pero estaba claro que, de alguna manera, la había convertido en un arma y ese era el único dato que necesitaba. Aunque...
—Como esta cosa me explote en la cara me aseguraré de que te conviertan en una tostadora —amenazó, intentando hacerse a aquel arma improvisada que tan antinatural se sentía agarrar.
Se arrodilló en el suelo y agarró el objeto para dirigirlo hacia un Jackal que se recuperaba de un golpe que había recibido en la cabeza. Sangre le bajaba por la sien, pero parecía estar más ocupado gruñéndole a Lamy que de tenerlos a ellos vigilados.
—Lamy... —Furioso, Jackal se puso en pie y dio un paso amenazador hacia ella, escupiéndole palabras en ese otro idioma que Natsu no comprendía.
Vio a Lamy palidecer antes de alzar la barbilla y contestarle con un tono herido y desafiante. Parecía ser un punto de inflexión para la demonio pero, sinceramente, a Natsu le importaba un comino. Además, estaba harto de que todo el mundo lo subestimara y lo ignorara.
—¡Hey, tú! —Casi obedeciendo a un impulso, volvió a acudir a sus llamas, ignoró el dolor de las mismas, y le sonrió una última vez de forma despiadada a un Jackal que acababa de recordar su presencia—. Tu oponente soy yo, imbécil.
Y, sin ninguna clase de remordimiento, disparó arma y fuego al mismo tiempo. El ethernano, por una vez, dejó de oler a menta para oler a quemado. De Jackal no quedaron más que cenizas deshaciéndose en el agua.
Invel dejó de correr de forma tan inesperada que Dimaria estuvo a punto de darse de bruces con él.
—Tenemos un problema.
Si Dimaria dijera que se sorprendía, estaría mintiendo. Puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos mientras Irene y Brandish se acercaban a ambos. Los drones levitaban por encima de sus cabezas a una decena de metros por delante.
—Cómo no —gruñó irritada—. ¿Qué pasa ahora?
—Hemos perdido la señal de Wahl.
—Perdona, ¿qué? —De pronto, Dimaria quería romper algo.
Invel, que era quien manejaba el intercomunicador y, por tanto, lideraba la marcha, desplegó entre los cuatro el mapa topográfico que creaban los drones a tiempo real para demostrar que no estaba mintiendo.
—La señal provenía del suroeste todo el tiempo, más allá de estas colinas, hacia la cordillera. —Señaló con un dedo el respectivo accidente geográfico. No había mucho más reflejado en el mapa más allá de eso. Era una zona que no se había explorado antes— Seguiremos en esa dirección, pero hay que darse prisa. Nadie ha estado aquí antes y no me gusta que la señal desaparezca sin más.
—En tal caso, sigamos —concluyó Irene—. Cuanto antes lleguemos. antes descubriremos qué ha pasado.
—De todas formas —añadió Brandish—, manda a uno de los drones algo más lejos. Por si acaso.
Invel asintió, estando de acuerdo. No obstante, antes de que pudiesen retomar la marcha, un enorme estruendo sacudió el valle rocoso en el que se encontraban. Los cuatro se pusieron en guardia, alerta por un posible peligro inminente. Al menos, hasta que Dimaria vio aparecer en el cielo algo que hasta el momento estaba oculto al otro lado de las montañas. Era un cubo volador gigante.
—¿Qué diablos? —farfulló, incapaz de encontrarle un sentido a lo que estaba viendo pese a saber que se encontraban en Eclipse y que ahí dentro todo era posible.
No hizo falta que se pusieran de acuerdo para que los cuatro salieran corriendo hacia el cubo. Con cada metro recorrido, a Dimaria un mal presentimiento se le asentaba en el estómago. El instinto le decía que Natsu y los demás tenían que ver, de alguna manera, con eso y no le gustaba en absoluto.
Casi quince minutos de carrera después, comprobó que tenía razón.
Debajo del cubo flotante, en un cráter de al menos diez metros de diámetro, Gildarts y Silver estaban enfrentándose cara a cara a dos figuras de aspecto humanoide. Y lo que era aún más extraño: las dos parecían estar teniendo una conversación. De Natsu, Zeref, o Wahl, ni rastro.
Dimaria desenvainó con furia y se adentró en el cráter.
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