Capítulo 25

Dimaria no conseguía estarse quieta. Se sentía impaciente, y los preparativos y protocolos habituales para ingresar a Eclipse nunca le habían parecido más lentos y tediosos. Además, iba a ser un grupo pequeño, estándar, de apenas cuatro miembros, cada uno con experiencia suficiente como para valerse por sí mismo ahí dentro. No entendía por qué estaban tardando tanto en marcharse.

Resistió el impulso de taconear irritada con el pie y, en cambio, se volvió a cruzar de brazos por décima vez en cinco minutos y se apoyó en la pared junto al último punto de control que tenían que atravesar para poder acercarse a la Puerta. Si es que pretendían ingresar esa noche y no dentro de veinte años, claro.

Sintiendo que cada segundo eran en realidad treinta, buscó con la mirada a los integrantes del equipo del que iba a formar parte. Por supuesto, se había ofrecido voluntaria para participar en la incursión de rescate —había que llamarlo por su nombre— y menos mal que la aceptaron sin poner muchas pegas, o habría encontrado métodos menos ortodoxos con los que escabullirse hacia Eclipse.

Brandish la acompañaba, su magia siendo demasiado versátil y útil como para dejarla de lado en algo de semejante calibre. Que hubiese puesto pegas y quejas superficiales y que ahora fingiera estar dormida en la primera silla que encontró libre eran cuestiones aparte. Dimaria conocía a su amiga lo suficiente como para saber que, en realidad, estaba prestando atención a la discusión que Invel estaba teniendo con uno del personal, un par de metros más allá.

Él también participaría, y Dimaria no se extrañó en absoluto cuando lo vio aparecer en la sala de control, quince minutos después de que se recibiera la primera señal de Eclipse desde la Ruptura. Aparte de un excelente investigador, Invel era un exterminador que no solo tenía un control impresionante sobre sus habilidades, sino que su toma de decisiones y planes siempre habían dado resultados positivos y, además, era de los pocos que podían y sabían cómo manejar a Zeref cuando este comenzaba a perder el control. Nadie esperaba tener que llegar a ese punto, pero era mejor estar preparados.

El último integrante del equipo era, para satisfacción de Dimaria, Irene. La mujer había sido profesora suya durante su último año y sabía de primera mano el poder y la habilidad que guardaba dentro. Había sido su meta personal a superar mientras era estudiante, y saber que había llegado el momento en el que ambas trabajarían codo con codo, de igual a igual, la llenaba de orgullo.

Era un equipo pequeño, que podría moverse con facilidad y organizarse sin muchos intermediarios y contratiempos. La calidad superaba la cantidad con creces, y Dimaria sabía que podía dejar su vida en manos de cualquiera de ellos y que no se acobardarían por ello.

Y era precisamente por eso que quería marcharse. Ya. Intentaba no pensar en ello con demasiada frecuencia, pero la ausencia de noticias sobre el estado de Natsu y los demás la tenía al borde de la histeria. No podía evitar ponerse en la peor de las situaciones y quería acabar con toda aquella incertidumbre cuanto antes. Se había cansado de esperar. Estaba ansiosa por ponerse en movimiento de una vez por todas, de sentirse útil y de ayuda y de arrastrar a Natsu de vuelta. Ese idiota había preocupado a demasiada gente y no iba a permitir que los días de su ausencia siguiesen aumentando.

Una mata de pelo rubio y ondulado que le llegaba hasta la barbilla se puso entonces delante de ella, arrancándola de sus pensamientos. Sin decir nada al respecto, pero con una sonrisa comprensiva que parecía adivinar lo que le pasaba por la cabeza, Mavis le tendió su espada.

—Ten, te la he revisado personalmente —declaró, devolviendo el arma a su legítima dueña.

Dimaria no se dio cuenta de lo intranquila que se sentía sin ella hasta que no puso las manos en la vaina de su espada y su peso y forma familiar la trajo de regreso con los dos pies a tierra, un soporte extra pero imprescindible que la ayudaba a mantener el equilibrio. Bajo su tacto, descubrió que el arma todavía estaba caliente; Mavis tendría que haberla sacado del escáner hacía prácticamente dos minutos.

—Gracias. —Sonrió, sincera, a la vez que se volvía a enganchar la funda al cinturón. El repentino peso extra a la izquierda de su cadera se sintió bien, correcto y reconfortante. Después, se centró una vez más en la ingeniera, quien observaba con actitud distante a Invel—. ¿Estás segura de que no quieres venir? —preguntó, y la oferta iba en serio—. A ninguno de nosotros nos importaría. Funcionamos igual de bien siendo cinco.

Mavis sonrió, pero negó con la cabeza. Era un gesto solitario, pero su mirada permaneció firme.

—Lo sé, y me encantaría traer a Zeref yo misma de vuelta, pero las dos sabemos que se me da mejor la informática que pelear.

—Eres una Rango S, Mavis —le recordó Dimaria, aún sabiendo que tenía razón. De alguna manera, sentía que su amiga se estaba menospreciando a sí misma—. Antes de ser ingeniera, fuiste exterminadora. Lo sigues siendo.

La sonrisa de Mavis se amplió un poco y se balanceó sobre sus talones, su actitud de niña pequeña de vuelta por un instante, pero sus pies antinaturalmente calzados. No estaba bien. Nada lo estaría hasta que esos hermanos problemáticos no estuvieran de vuelta, a salvo.

—Lo sé, lo sé —estaba diciendo Mavis—. Y no te preocupes, que todavía soy capaz de matar monstruos sin ayuda. Es solo que... —Miró por el encima del hombro hacia los otros tres integrantes del equipo. Todo el personal parecía orbitar a su alrededor en esos momentos, mientras ellos terminaban de aclarar los últimos detalles. Los tres conocían a Dimaria lo suficiente como para saber que ella solo se adaptaría, saltándose toda esa parafernalia que la aburría—. Sé que seré de más ayuda aquí. La sola opción de que la conexión vuelva a perderse es suficiente para que me quede. Alguien tiene que cuidaros las espaldas.

Le guiñó un ojo, y Dimaria no pudo hacer otra cosa que no fuese reír. Mavis tenía razón en ese aspecto, y saber que ella, de todas las personas, los estaba vigilando desde Central mientras ellos buscaban a los demás era tranquilizador cuanto menos.

En ese momento Invel, Brandish e Irene se acercaron a ellos y Dimaria supo que, por fin, era hora de partir. Eclipse los esperaba y ella no podía estar más preparada.




Zeref dejó que Wahl lo pusiera al corriente de todo lo que había pasado mientras inspeccionaba el estado físico de su hermano y se aseguraba (tres veces) de que no había nada raro a simple vista ni ninguna herida que atentara contra su vida en un futuro cercano. Odiaba verlo cubierto de quemaduras, pero por muy graves que se viesen, y por muy frío que sonara, los brazos no eran órganos vitales y, por ahora, tenía que conformarse con eso.

Se enteró, así, de que tras quedarse inconsciente había aparecido un cubo gigante volador del cual surgían lo que su compañero llamó demonios, que estos de alguna forma los habían atrapado y que, hasta hace poco, habían sido experimentos de la mujer con orejas de conejo que ahora tenían atada a una de las pocas cápsulas que seguían intactas.

—¿Y pretendes que deje que siga experimentando con mi hermano?

Si la pregunta no surgió como un gruñido furioso, fue porque tenía que concentrarse el doble en cada acción para no volver a su mal aprendida costumbre de cuatro años de duración de intentar absorber todo el ethernano que había a su alcance. Ahora que sabía qué había estado haciendo mal inconscientemente, no perder la razón se había vuelto mucho más sencillo. Pero los cambios no suceden de la noche a la mañana, había luchado por primera vez en demasiado tiempo y sentía el dolor de una migraña demasiado cerca, a la espera de golpear en el momento menos oportuno. Concentrarse resultaba complicado.

Wahl, a pocos pasos de distancia, alzó las manos vacías en son de paz y esbozó una sonrisa de disculpa mucho más suave que los gestos desquiciados que solían caracterizarlo. Aquello le indicó a Zeref que de verdad estaba hablando en serio.

—La idea me gusta tan poco como a tí, créeme. Pero lo que sea que le haya hecho, funciona.

—¡Por supuesto que funciona, máquina estúpida! —bramó la mujer, a la que Wahl presentó de forma rápida como Lamy mientras resumía los últimos acontecimientos que se había perdido—. ¡Aunque sea un humano odioso, hago bien mi trabajo!

Zeref la contempló con irritación, planteándose amordazarla o directamente volver a dejarla inconsciente. Wahl, por otra parte, se limitó a ignorarla y prosiguió:

—Esas cicatrices son recientes, muy recientes. —Señaló las pocas líneas rosadas y de piel nueva que adornaban los brazos de Natsu—. No vi sus heridas antes de todo esto, pero sí que recuerdo que apenas podía moverse. Y no llevamos aquí tanto tiempo como para que las quemaduras curen por sí solas.

—No voy a dejar que un enemigo potencialmente peligroso, de Eclipse de todos los lugares, juguetee a placer con el cuerpo de mi hermano —siseó, determinado a no dar su brazo a torcer por muy evidentes y sólidos que fuesen los argumentos del machias.

Wahl lo contempló sin parecer impresionado y se cruzó de brazos. Verlo tan serio era desconcertante. En realidad, nada de toda la situación tenía sentido.

El dolor de cabeza se intensificó por un segundo. Zeref lo ignoró lo mejor que pudo.

—Hay más demonios ahí fuera —declaró su compañero, como si aquella verdad fuese razón suficiente para acceder a la locura inhumana que le proponía—. Yo puedo luchar, pero, sinceramente, estoy sorprendido de que incluso estés de pie ahora mismo. Alabo que puedas mantener el control, y reconozco que la derrota de Keyes por ti no me la esperaba y te aplaudo por eso pero, Zeref, te ves mal. Necesitamos a Natsu en pleno rendimiento si queremos salir vivos de aquí. No puedo sacaros a los dos por mi cuenta y pelear al mismo tiempo.

De acuerdo, Wahl tenía un punto y Zeref tenía que reconocer que se sentía como la mierda. Intentaba no pensar en eso, ni en todo el proceso consciente de mantener su poder atado en corto y controlado en todo momento. Desde siempre había sido una persona multitarea, pero lo que estaba haciendo ahora sentía que le mermaba las fuerzas a pasos agigantados. Y discutir solo lo estaba empeorando. Necesitaba físicamente detenerse un periodo indeterminado pero largo de tiempo para poder poner en orden todo, para poder pensar y volver a adaptarse a sí mismo.

Se sentía ajeno a su propio cuerpo a fogonazos, y su concentración bailaba a placer entre lo que sucedía en el mundo real y dentro de él. Era complicado, y la migraña parecía estar más cerca que nunca. Sin embargo, no podía permitir que alguien a quien no conocía, mucho menos confiaba y que había dejado claro que los despreciaba, le pusiera un solo dedo encima a Natsu, mucho menos para hacer sabía Dios qué con su cuerpo. No. Ni hablar. Antes muerto.

—No pienso ceder en esto, Wahl, lo siento —dijo al fin, cuando se dio cuenta de que había permanecido demasiado tiempo callado. De nuevo, concentrarse costaba—. Tiene que haber otra manera.

—Sí. Arrastrar a tu hermano inconsciente por los pasillos y esperar a que el enemigo nos mate mientras buscamos la salida.

A veces, y solo a veces, el hecho de que Wahl era un porcentaje considerable de pura máquina lo cabreaba. Por norma, apreciaba la mente matemática y lógica del machias; aportaba una visión realista y objetiva a los problemas que se le presentaban y más de una vez había sido el que daba con las soluciones a los mismos. Pero eso ocurría dentro de los laboratorios, donde todo era puro ensayo y error y ninguna vida que le importara corría peligro. Ahora, sin embargo, lo único que quería hacer era darle un puñetazo y desconectarle medio cerebro.

—Podemos llevarla con nosotros y que nos guíe —sugirió, señalando a la tal Lamy con el ceño fruncido aunque ni él mismo consideraba de verdad esa opción.

La aludida soltó un insulto y unas palabras en un idioma que no entendió pero que ambos ignoraron. Wahl lo miraba con una ceja alzada.

—No colaborará y lo sabes. Además, ¿confiarías en que no nos lleve hacia sus compañeros en realidad?

—¿Y en cambio sí que confías en ella para que trate a Natsu?

El enfado se filtró en su voz sin que pudiera evitarlo y, por un momento, perdió la concentración. El dolor de cabeza se intensificó y lo rodearon partículas negras de ethernano que se agitaron en el aire. Wahl cambió la mirada escéptica por una preocupada y parecía dispuesto a lanzarse para atraparlo si colapsaba en cualquier momento.

Alzó la mano, deteniéndolo a medio paso, y se apretó el puente de la nariz con fuerza. Inspiró hondo y contó varias veces hasta cuatro, despacio, concentrado en respirar y en volver a recuperar el control. Le llevó un rato, pero las punzadas que le sacudían el cráneo volvieron a ser soportables y solo entonces abrió los ojos. Le lanzó al machias una mirada áspera e irritada, poco dispuesto a dejar morir la discusión que se había quedado a medias.

—Dame una buena razón por la que debería aceptar lo que propones —murmuró con voz tensa—. Una que no sea mi supuesta poca aportación a la batalla. Podría apañármelas el tiempo suficiente, y también podríamos dar con Gildarts o Silver en el proceso, quienes, por si lo has olvidado, son profesionales y también están aquí si tus suposiciones son correctas. Así que dame una buena razón, una sola, y consideraré tu idea.

Wahl, por un instante, no dijo nada y se limitó a observarlo con expresión vacía, de máquina. Zeref se replanteó con seriedad la opción del puñetazo, pero dudaba que eso ayudara en algo. Entonces, obtuvo su respuesta:

—En realidad es una corazonada, pero aunque hayamos sido sus conejillos de indias, Lamy en parte es como tú y yo. —Desde donde estaba atada, la mencionada resopló y volvió a gruñir. Fue ignorada una vez más—. No va a echar a perder su trabajo cuando todavía existe la opción lógica de que lo recupere. Como ya he dicho antes, hay más demonios ahí fuera, desconocemos sus habilidades y lo más probable es que nos superen en número. Racionalmente, tenemos las de perder.

Zeref podía ver cómo continuaba ese argumento aunque se hubiese detenido ahí. De forma lógica y fría, tenían todas las probabilidades de ser aplastados por lo desconocido en cuanto salieran de ahí. De hecho, existía incluso la posibilidad de que en cualquier momento alguien irrumpiera en ese laboratorio destrozado y se lanzara sobre ellos.

Tenían poco tiempo a su favor para decidir qué hacer, necesitaban ampliar su potencia de ataque y la forma más rápida de hacerlo era conseguir que Natsu volviera en sí y estuviera recuperado lo suficiente como para poder pelear en condiciones. Y para ello, al parecer, necesitaban a Lamy.

Habiendo llegado a esa dolorosa conclusión, esa que Zeref se negaba a aceptar pero que sabía que era cierta, solo tenían dos opciones. Una era intentar curar a Natsu antes de acabar envueltos en cualquier tipo de combate y limitar las opciones de Lamy de alertar a alguien de su bando. La otra era todo lo contrario. Dejar a su hermano tal y como estaba, confiar en que él mismo aguantaría operativo el tiempo suficiente y rezar para que Lamy no los llevara por el camino equivocado hacia una trampa mortal.

La decisión estaba clara, pero la aborrecía con todo su ser.

—No me gusta —suspiró Zeref, dándose por vencido y contemplando a Lamy con resignación desde la distancia. No tenían tiempo material para seguir intentando dar con otra solución.

Cansado, procurando no prestarle atención a su constante dolor de cabeza, se masajeó la frente con una mueca. Wahl le lanzó una mirada cargada de lástima y disculpas, consciente de que el plan en realidad era un fiasco y que caminaban por una cuerda floja muy fina que podría romperse en cualquier momento.

—A mi tampoco —reconoció su compañero—, pero no se me ocurre ninguna otra...

—Joder, callaos un segundo. Parecéis puñeteras cacatúas y me duele la cabeza.

Los dos, Zeref y Wahl, se giraron al mismo tiempo, con expresiones idénticas de desconcierto. En el suelo, incorporándose con gesto de dolor, Natsu se frotaba la cara como si acabara de despertar de un sueño muy malo.



—Entonces, ¿dices que hay doce guardianes de la Puerta?

La pregunta de Gildarts sonó escéptica mientras avanzaban por los siniestros pasillos. Estaban siguiendo a Loke, quien al parecer tenía la conveniente capacidad de percibir a sus compañeros y, por tanto, intuía cuál era el mejor camino a seguir para dar con ellos. El susodicho asintió, caminando dos pasos por delante y escudriñando con atención cada sombra o recoveco que les salía al paso.

—Hay un par más menores, pero sí, los principales somos doce.

Gildarts intercambió una mirada con Silver, sin saber muy bien cómo encajar todo lo que les acababa de explicar Loke, o Leo como también se había presentado, sobre la marcha. Era demasiada información que asimilar y estaba claro que había mucha más en el tintero todavía.

Aunque su curiosidad aumentaba por momentos, Gildarts se obligó a centrarse en lo más urgente.

—¿Y cuántos demonios principales hay? —preguntó, suponiendo que, ya que ambos provenían de Eclipse, la jerarquía tendría cierto parecido.

—Nueve. —Loke se detuvo por un momento en una bifurcación. Dejó que su magia le iluminara los dedos y, con ella, parte del lugar. Cuando comprobó que no surgía nada de ninguno de los pasillos, se adentró por uno de los mismos, obligando a los demás a seguirlo—. No los he conocido personalmente a todos, pero sí los he visto varias veces. —Hizo una pausa, en la que parecía debatir qué contar y qué no—. Los espíritus y los demonios no... No nos llevamos muy bien, que digamos.

—No hace falta que lo jures —bufó Silver, todavía cargando a Erik para asegurarse de que no siguiera subiéndole la fiebre. Gildarts no quiso pensar en lo que podía significar que no hubiese vuelto a despertarse en ningún momento.

Loke, por su parte, les lanzó una mirada de reojo.

—No debéis subestimarlos —advirtió con voz grave—. Son peligrosos y, si los rumores que circulan entre los míos son ciertos, tienen la capacidad de revivir.

—No si los reducimos a átomos —murmuró Gildarts por lo bajo, recordando los dos demonios que había pulverizado minutos atrás. Se preguntó si formaban parte de esos nueve. Esperaba que sí.

Continuaron avanzando en silencio, pendientes de cualquier ruido extraño que no fuesen sus pisadas. Llevaban caminando un buen rato y no se habían topado todavía con nadie. Gildarts no sabía si considerarlo suerte o motivo de cautela.

—Estamos cerca —anunció de pronto Loke, doblando una vez más por un pasillo aleatorio. De los tres, era el único que parecía saber hacia dónde estaban yendo.

Volvieron a girar una vez más, a la izquierda, y Loke se adentró a paso seguro en el siguiente pasillo que se abría a su derecha. Gildarts y Silver estuvieron a punto de seguirlo cuando, de la nada, Silver se detuvo, vacilante, y con la mirada perdida en el pasillo que pretendían dejar atrás.

—Gildarts —llamó.

La cautela escondida en el tono de su voz hizo que el mencionado girara en redondo sin pensarlo. Silver, varios pasos retrasado y con Erik sobre su espalda, le señaló un punto en la penumbra. Solo había dos antorchas encendidas en ese pabellón, pero eran suficientes para reflejarse con un destello metálico en el pendiente de Mest.

No necesitaron ponerse de acuerdo para cambiar de rumbo y dirigirse hacia la celda en la que habían encerrado a su compañero. Al igual a como habían estado ellos mismos antes, Mest se encontraba sentado en el suelo, apoyado en los barrotes y con la mirada fija y en blanco, en trance. Parecía un muñeco de trapo que había sido tirado ahí de cualquier manera y olvidado para siempre.

Sin embargo, antes de que Gildarts pudiera pulverizar la cerradura y sacarlo de ahí, una repentina luz los alumbró. Loke había regresado sobre sus pasos y los miraba con un ligero ceño fruncido mientras se acercaba a ellos, con una mano envuelta en su magia.

—¿Qué estáis haciendo?

—Rescatar a nuestro compañero, por si no es evidente —contestó Gildarts, no sin cierto sarcasmo irritado, volviendo a centrarse en su tarea. Frente a sus ojos, el metal de la cerradura comenzó a descomponerse en polvo.

Podía sentir la mirada perpleja de Loke clavada en la nuca. Ah, cierto, aquella era la primera vez en la que el hombre —¿o debía pensar en él como espíritu?— veía su magia. Le deseó un feliz espectáculo.

Por fin, la cerradura desapareció por completo, junto con un par de barrotes innecesarios, y se adentró en la celda. Mest lo esperaba a un lado como si estuviera durmiendo la siesta, pero con los ojos abiertos. Era espeluznante. Justo cuando se agachaba frente a él, una nueva voz se hizo presente:

—Pensé que Seilah estaba equivocada pero, al parecer, sí que hay un par de ratas que se han escapado.

Fue como si de pronto le hubiesen tirado encima un cubo de agua helada. No lo sintió venir, no lo escuchó acercarse, pero, de pronto, frente a ellos se encontraba un demonio de aspecto aleonado y piel morena. De forma lejana, oyó a Loke murmurar un nombre:

—Tempester...

El demonio los analizó a los tres, reconoció a Loke y estudió a ambos exterminadores con expresión vacía. Gildarts pudo sentir cómo, uno a uno, el vello de su nuca se erizaba ante el peligro. Se puso en pie con lentitud; Mest tendría que esperar. Esto no iba a ser tan fácil como enfrentarse a los otros dos. Silver también parecía haber llegado a la misma conclusión, pues a sus pies el hielo comenzaba a apoderarse del suelo. La temperatura del pasillo comenzó a descender y Gildarts salió de la celda a paso lento, sin perder de vista a Tempester en ningún momento.

—Ve a por tus chicos, Loke —murmuró entonces, sin bajar la guardia—. Nosotros nos encargamos.

Loke se volvió hacia él como si de pronto se hubiese vuelto demente.

—¿Estás loco? No podéis enfrentaros vosotros solos a...

—No nos conocemos —espetó, voz tensa y nervios crispados—. Nos estorbarías. Encuentra a los niños y vuelve. —Loke seguía sin parecer convencido y él perdió la paciencia—. ¡Vamos!

El Espíritu Celestial volvió a contemplarlo con duda, pero tras un segundo de debate interno, asintió y giró sobre sus talones, dispuesto a regresar por donde había venido. En ese momento, Tempester decidió que era buen momento para intervenir:

—¿Piensas que lo dejaré marchar?

Ante la amenaza, Gildarts sonrió y sacudió los brazos para relajar los músculos. Dio varios pasos hacia delante, colocándose frente a Silver y Erik, y no perdió detalle de cómo el aire parecía arremolinarse alrededor del demonio.

—No, pero antes tendrás que vencernos. —Su sonrisa se amplió, depredadora y oscura—. Suerte con eso.

Solo esperaba que el sitio aguantara y no se viniera abajo.




A Natsu le dolían demasiadas partes del cuerpo como para contarlas todas. Se sentía mareado, y una jaqueca de mil demonios le palpitaba en el cráneo. No hizo mayor esfuerzo que el de sentarse en el suelo y gruñó, notando todos los músculos agarrotados. El mundo no dejaba de dar vueltas, todo a su alrededor apestaba a menta y tenía la sensación de que se había tragado diez caramelos de limón de golpe.

Parpadeó, intentando deshacerse del aturdimiento, y se pasó los dedos por el pelo para apartárselo de la cara. Lo tenía empapado. En realidad, se dio cuenta entonces, todo él lo estaba.

—¿Qué demonios? ¿Por qué estoy mojado? —farfulló, mirándose a sí mismo perplejo. En sus brazos, cicatrices y heridas lo saludaron de forma macabra. No llevaba nada más que sus pantalones y sus botas, dejando la piel cenicienta y costrosa de su pecho a la vista—. ¿Y por qué estoy medio desnudo? —Alzó la vista y se encontró con un Wahl con expresión extraña. No se lo tuvo en cuenta y expresó su teoría, preocupado—: Dime que no he estado a punto de ahogarme ni que nadie me ha besado.

El machias parpadeó, confundido, antes de que al segundo siguiente una sonrisa maliciosa torciera sus labios hacia arriba. Abrió la boca para contestar, pero entonces alguien más apareció en el campo de visión de Natsu.

—Natsu. ¿Estás bien?

Zeref lo contemplaba con gesto preocupado, agachado frente a él, y Natsu no entendía por qué lo tenía delante. ¿Estaba soñando? No, le dolían demasiadas cosas como para ser un sueño. Saber que estaba despierto solo lo confundió todavía más.

—¿Zeref? ¿Qué haces aquí?

Aquí. Frente a él. A su lado. Más cerca que nunca en cuatro años.

La preocupación de su hermano pareció aumentar. Intercambió una mirada con Wahl antes de preguntar:

—¿No te acuerdas?

—¿Acordarme de qué?

Intentó hacer memoria, en busca de algo digno de mencionar y que explicara por qué Zeref estaba junto a él. Miró a su alrededor, percatándose por primera vez y de verdad en el sitio en el que se encontraban. Todo tenía un aspecto siniestro, y parecía que un huracán había pasado por ahí porque todo estaba destrozado. Se parecía al derrumbe de Central, solo que más tétrico. El aire estaba cargado con el olor de la menta, picante y tóxico. Su bufanda había desaparecido.

No se estaba ahogando.

La repentina oleada de recuerdos le provocó dolor de cabeza. Mareado, se llevó las manos a la cabeza. El dolor de sus brazos volvió a hacerse presente e importante, un dolor sordo que le impedía relajarse. Lo recordaba más potente, más insoportable, pero seguía doliendo y la información que había estado reteniendo seguía llegando. Y, por encima de todo, un único recuerdo brillaba en rojo, advirtiendo peligro.

Zeref estaba en Eclipse.

Su hermano había cruzado la Puerta.

Zeref estaba...

—Natsu.

Alguien le tocó el hombro con cuidado, y el contacto fue su toma a tierra. No se dio cuenta de que había comenzado a hiperventilar hasta que no tomó una profunda bocanada de aire. Sus pulmones se llenaron de ethernano y oxígeno y la cabeza se le despejó lo suficiente como para reconocer a Zeref todavía agachado a su lado, preguntándole si estaba bien.

—No, claro que no estoy bien —espetó apartándose de él, de repente cabreado con medio mundo y, sobre todo, con su hermano—. Eso debería preguntártelo yo a ti. ¿Qué haces aquí? No deberías estar aquí. ¡Esto es Eclipse! Oh, y eso me recuerda... —Furioso, lo agarró por los hombros y lo sacudió con fuerza—. ¡¿Qué pensabas al salir fuera en plena Ruptura de Grado 6?! ¿Eh? ¡Y encima vas y te enfrentas a una serpiente gigante de todas las cosas! ¿Estás loco? No, no contestes a eso. Por supuesto que lo estás. De lo contrario no...

—Natsu. ¡Natsu! —Zeref de pronto intercambió posiciones, bajando sus brazos y manteniéndoselos quietos. Lo miró a los ojos—. Estoy bien. Respira. No pasa nada.

—¡¿Cómo que no pasa nada?! —El grito estuvo a punto de desgarrarle la garganta. Sentía que quería destrozar algo de pura desesperación—. Tú... Tú... ¡Idiota! ¡Hermano estúpido! ¡Estámos en Eclipse, imbécil!

—Lo sé. Estoy bien, Natsu. Confía en mí, ¿de acuerdo? Estoy bien.

Natsu no entendía de dónde salía tanta calma, tanta seguridad en sí mismo cuando en cualquier momento podría perder el control y volverse loco de dolor. Sin embargo, que de todas las cosas que le podía haber dicho, le hubiese pedido que confiara en él, le hizo callar. Con duda, y también con miedo, contempló a Zeref en busca de cualquier señal de dolor o sufrimiento, pero no encontró nada.

No quería tener esperanzas vacías, no quería ilusionarse tan pronto ni en vano. Aun así, no pudo evitar murmurar:

—¿De verdad estás bien?

Su hermano asintió, y una suave e imperceptible sonrisa apareció en su rostro. Natsu se estremeció, de pronto demasiado consciente de que Zeref lo estaba tocando, de que por primera vez en cuatro largos años, no estaban separados. Las lágrimas aparecieron sin previo aviso.

—¿Estás llorando?

La pregunta de Zeref era estúpida, y le recordó que, en parte, seguía enfadado con él.

—¡Por supuesto que estoy llorando! —espetó, sin importarle que las lágrimas descendieran por sus mejillas. Ahogó un sollozo y contempló a su hermano con anhelo, con miedo—. ¡Pensé que ibas a morir!

—Oh, Natsu...

Con extremo cuidado, como si fuese un objeto de cristal agrietado que podía desmoronarse en cualquier segundo, lo atrajo hacia sí, y Natsu se aferró a él desesperado, temblando de tristeza, de alegría, de gratitud por poder volver a abrazar a su hermano. Le dolían los brazos quemados, pero más le dolían los cuatro años que habían estado separados, en los que se habían evitado todo lo posible y en los que apenas habían cruzado más que un puñado de palabras. Y entonces, la Ruptura, y Zeref sobre la serpiente, y Eclipse, y Zeref gritando, perdiendo el control, aferrándose a hilos deshilachados de cordura rotos por el dolor intenso.

Natsu abrazó a su hermano con más fuerza todavía.

—No vuelvas a hacer algo así —masculló, calmando su llanto pero con el cuerpo todavía temblando—. No vuelvas a alejarte de mí, nii-san. No otra vez.

—No lo haré —prometió Zeref, y para Natsu fue suficiente, pues sabía que su hermano siempre cumplía sus promesas.

Se apartó de él limpiándose las lágrimas, y descubrió que Zeref también había llorado. Soltó una carcajada que le aligeró el corazón.

—Estamos hechos una mierda.

—Y tú te has vuelto un malhablado. —Pese a la aparente reprimenda, Zeref lo miraba con diversión y un toque de cariño que Natsu había echado demasiado de menos.

—Te lo merecías —replicó—. Fuiste demasiado imprudente.

Zeref alzó una ceja.

—¿Ahora los hermanos pequeños regañan a los mayores? —ironizó. Se puso en pie y le tendió una mano.

—Sí. Desde hace cinco minutos.

Dejó que su hermano tirara de él hasta incorporarlo y necesitó de un momento para volver a encontrar el equilibrio. Los brazos le escocían y le punzaban con cada movimiento, pero ya no parecían a punto de descomponerse con un mínimo roce y el dolor era, más o menos, soportable. Pensando en eso, se obligó a dejar la melancolía atrás y a centrarse en el presente. Seguían en Eclipse, no podía darse el lujo de distraerse durante mucho tiempo así que, por tanto, preguntó:

—¿Qué me he perdido?

Para su sorpresa, y posterior frustración, la respuesta era larga. Muy larga. Demasiado. Y encima acababa con una propuesta que significaría no poder calcinar a gusto a la demonio que su hermano y Wahl habían capturado. Y además, sus pistolas habían desaparecido.

—No —contestó, cuando Wahl le explicó su idea, y las razones tras la misma.

El machias lo miró con cierta decepción, como si fuese en él en quien no confiaba y no en Lamy. Y era cierto que su plan tenía sentido y, de todas (las pocas) opciones que tenían al alcance, aquella era la que más probabilidades de victoria les proporcionaba. Sin embargo.

—Independientemente de si sus poderes funcionan conmigo o no, no voy a darle la oportunidad de volverse en nuestra contra. No confío en ella, Wahl, y prefiero no arriesgarme. Lo que sea que me haya hecho mientras estaba inconsciente ha conseguido que pueda volver a mover los brazos. Trabajaremos con eso para salir de aquí.

Wahl lo contempló con ciertas dudas, pero fue Zeref el que expresó la pregunta:

—¿Aguantarás sin estar del todo curado? No tienes tus pistolas. Lucharás directamente con magia.

Natsu contuvo una mueca, consciente de lo que aquello implicaba. Iba a doler, eso estaba claro.

—Lo soportaré —fue lo único que dijo al respecto, determinado a no ser una carga pero poco dispuesto a convertirse en un experimento por voluntad propia.

Entonces, sin previo aviso, una voz burlona, con tintes desquiciados, se abrió paso en la conversación:

—¿El qué soportarás exactamente? ¿Tu muerte?

Los tres se giraron en redondo, descubriendo en la entrada del laboratorio a un demonio que Natsu ya había visto antes. No olvidaría esa sonrisa sedienta de sangre en toda su vida.
Lamy se encargó de recordarle su nombre:

—¡Jackal-sama!

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