Capítulo 23
Gildarts todavía no comprendía muy bien cómo había acabado en una celda mugrienta con un dolor de cabeza horrendo y un estudiante de primer curso desmayado a sus pies. Sin embargo, sí que recordaba que ese mismo estudiante —de Rango E, ni más ni menos— había sido el que había puesto contra las cuerdas al hombre de la armadura —¿Loke se llamaba?— con una sangre fría poco propia de un novato y una actitud que distaba mucho de ser la de un principiante asustadizo.
No tenía ni puñetera idea de cuánto tiempo había pasado desde que sus recuerdos se difuminaban en ruido blanco hasta que se despertó en medio de ese sitio apestoso y oscuro, pero no hacía falta ser un genio para intuir que iban a contrarreloj y que el joven que tenía al lado, ardiendo de fiebre, necesitaba ayuda médica con urgencia.
De modo que, en cuanto se deshizo del aturdimiento y comprobó que él mismo no estaba herido más allá de un par de rasguños y moretones obtenidos durante el derrumbe de Central y sus peleas en la Ruptura, se echó a Erik a la espalda y salió de la celda, no sin antes recoger la navaja que descubrió a pocos centímetros del novato. El hallazgo, pese a la situación en la que estaban, le hizo sonreír. Puede que el término de novato no fuese del todo apropiado.
Diez minutos después, avanzaba sin rumbo por los siniestros pasillos que había más allá de la celda en la que había despertado. No sabía muy bien hacia dónde se estaba dirigiendo; cada encrucijada le parecía igual que la anterior y las celdas vacías no le daban ninguna pista sobre si estaba yendo en la dirección correcta.
Tampoco podía acudir al intercomunicador, pues aunque no se lo habían confiscado, tal vez por no saber lo que era o la importancia que tenía, este se encontraba apagado. No le sorprendía, aunque sí le frustraba. En algún momento posterior a su captura tuvo que haberse quedado sin energía y, por tanto, ahora no era más que un trasto inútil que no le servía en absoluto para encontrar a los demás.
Se detuvo cuando una nueva bifurcación le salió al paso. Ninguna de las dos opciones parecía alentadora así que, ¿cuál escoger?
En su espalda, con la cabeza colgando de cualquier manera por encima de su hombro, Erik jadeaba entre escalofríos espontáneos. Su respiración superficial era un constante recordatorio de que tenía que darse prisa en salir de aquel sitio, pero con él inconsciente a cuestas no podía ir a la ligera y arriesgarse a que alguno de sus captores los tomara por sorpresa.
En ese momento, Erik emitió un débil gemido cerca de su oído antes de empezar a temblar con fuerza.
—Aguanta, chico —susurró, procurando no pensar demasiado en todo el calor que desprendía a causa de la fiebre ni en lo que aquello significaba—. Te sacaré de aquí, te lo prometo.
Erik masculló algo incomprensible.
—No hables. Guarda fuerzas para...
—Derecha —farfulló entonces, interrumpiéndolo. Sonaba ido, pero aun así encontró fuerzas suficientes para removerse en su espalda y señalar entre temblores uno de los pasillos—. No... hay ruido por...
Perdió el conocimiento antes de poder acabar la frase, pero Gildarts había entendido el mensaje. Le agradeció en silencio por la ayuda, lo acomodó mejor para que no se cayera, y escogió el camino de la izquierda.
Se estaba arriesgando, lo sabía, pero el tiempo se le acababa y tenían que salir de ahí. Si hasta ahora todo lo que se había encontrado eran celdas y pasillos vacíos, tal vez del lado contrario se toparía con algo o alguien que pudiera indicarle amablemente el camino hacia la salida. Estaba dispuesto a destrozar un par de huesos si hacía falta para conseguirlo.
Mientras avanzaba, sus pasos resonaban en un hueco sordo contra los adoquines desgastados y polvorientos y solo la lumbre ocasional de alguna antorcha prendida ayudaba a que no se tropezara con sus propios pies. Todo parecía primitivo, sombrío y desprovisto de vida y, ante sus ojos, todo se veía igual que lo que había dejado atrás hacía tan solo un par de minutos. El qué había indicado a Erik el camino a seguir era todo un misterio; si es que no estaba siguiendo las indicaciones inconexas de alguien delirando por la fiebre.
Le dio un par de vueltas a esa idea, pero aun así siguió caminando. Por sentido común, ese pasillo tenía que llevar a alguna parte y si no, bueno, siempre podía reducir a escombros alguna pared y crear su propia salida. Aunque, la verdad, prefería evitar ese desenlace, al menos de momento. La idea de volver a presenciar otro derrumbe no le hacía demasiada gracia.
Le lanzó una mirada a las paredes y el techo, buscando vigas y pilares y preguntándose cómo de viejo era el lugar en el que se encontraban y cómo de sólida era su estructura. Si se veía necesitado de luchar... ¿aguantaría todo aquello? Ugh, por eso prefería pelear en espacios abiertos, así no tendría que preocuparse por daños colaterales y...
Se detuvo en seco.
Confundido, o más bien perplejo, parpadeó varias veces hacia la nada antes de girar sobre sus propios talones y retroceder tres pasos.
Se plantó frente a la celda que acababa de dejar atrás, idéntica a todas las anteriores, y entrecerró los ojos. Erik seguía respirando con dificultad sobre su hombro pero, por una vez, no le prestó atención sino que se esforzó en distinguir a la figura que se vislumbraba de forma torpe entre los barrotes. No había antorchas en esa porción de pasillo, por lo que lo único que veía eran sombras y contornos difusos. Aun así, pese a la penumbra, reconoció a la persona que estaba ahí dentro. Sonrió con satisfacción y, sin pensárselo demasiado, sujetó a Erik con su brazo metálico para que su otra mano pudiera tocar la puerta de la celda. Un solo roce consciente de sus dedos y el metal se desintegró bajo su tacto, átomo tras átomo.
Se limitó a pulverizar la cerradura, pero fue más que suficiente para permitirle abrir la puerta y deslizarse en el interior de la celda. Dentro lo esperaba Silver, inmóvil y con aspecto de estar hipnotizado. Pensar que él mismo había sufrido un estado parecido lo cabreó bastante. Le dio una patada.
Su compañero volvió en sí con una brusca sacudida y una gran bocanada de aire. Se removió en el sitio, aturdido, y balbuceó un par de incoherencias hasta que reparó en su presencia.
—¿Gildarts? —preguntó con duda, dejando claro que todavía no comprendía muy bien qué estaba pasando. Lo sintió por él, pero no era el momento de las explicaciones largas.
—Sí, buenos días. O buenas noches. En realidad no tengo ni idea. El caso es que tienes que mover el culo. Estamos atrapados y tenemos que salir de aquí.
—¿Y eso es...?
—Eclipse, creo. Es de lo único que estoy seguro.
—Fabuloso.
Pese a las sombras que lo envolvían, Gildarts pudo ver cómo se llevaba las manos a la cara y se la frotaba con gesto cansado. Por su tono, supuso que estaba sufriendo de la misma jaqueca que lo abordó a él cuando despertó. Por consideración al dolor compartido, le permitió un minuto a que reordenara las ideas. Al parecer fue suficiente porque, después, le escuchó murmurar:
—Joder, la Ruptura. —Sí, ese podía ser un buen resumen de toda la mierda en la que estaban metidos—. La cabeza me está matando... Dime que tienes un plan.
—Eh... —Esbozó una sonrisa nerviosa que esperaba que pasase desapercibida—. Necesito un poco de ayuda en eso.
La respuesta de Silver fue gruñir y apretarse el puente de la nariz. Respiró hondo un par de veces y luego se puso en pie con esfuerzo, apoyándose en la pared. Solo entonces pareció reparar en Erik.
—¿Está...?
—Desmayado. A ratos. Tiene fiebre y se le han infectado las heridas. Fue él el que me despertó.
Silver asintió, pero no dijo nada; tampoco había mucho que decir al respecto. En cambio, se acercó a él y le puso una mano en la frente. El frío se apoderó de la celda. Los temblores inconscientes de Erik disminuyeron un tanto.
—Eso debería ayudar, al menos de momento —murmuró. Miró a Gildarts—. Yo lo llevaré. ¿Sabes por dónde tenemos que ir?
—No. Esto es peor que un laberinto.
—Entonces supongo que tampoco sabes dónde están los demás —dedujo su compañero. Recibió el peso muerto de Erik en la espalda y siguió a Gildarts fuera de la celda.
—No. Por ahora, estamos solos. ¿Te funciona el reloj?
Silver se detuvo un momento en el pasillo para poder llevar un brazo al frente y girar la muñeca. Nada. La pantalla permaneció apagada.
—Muerto.
Gildarts suspiró y reanudaron la marcha.
—Estamos en las mismas, entonces. —Frustrado, se pasó los dedos por el pelo, encontrándolo grasiento y sucio. Descubrió arenisca en el cuero cabelludo y compuso una mueca—. Antes de la Ruptura lo tenía cargado al máximo. Suele durar un día y medio, dos sin cargar, dependiendo del uso. Más o menos.
—Entonces llevamos, mínimo, ese tiempo dentro de Eclipse —concluyó Silver. Su tono adquirió un nivel grave y preocupado antes de resoplar—. Estupendo. Como si no tuviéramos ya suficientes problemas.
Gildarts asintió, sin ánimos de añadir ningún comentario al respecto. En cualquier otro momento habría dicho alguna broma horrible que los ayudara a distraerse, aunque fuese por solo un par de segundos. Sin embargo, la situación era tan mala que ni su humor retorcido tenía cabida. Además, desde que acabó bajo su tutela, ese hábito se había convertido en la marca personal de Natsu. Jamás se lo admitiría, pero su humor negro era algo que...
Una vez más, se detuvo en seco en medio del pasillo. Silver se detuvo a su vez, extrañado pero alerta, por si la razón era algún enemigo que no hubiese percibido. Pero no era nada de eso. Pocos enemigos podían hacer que Gildarts sudara frío, tal y como lo estaba haciendo en esos momentos.
—Oh, mierda —siseó—. Zeref está aquí.
Silver lo miró sin comprender.
—¿Lo has visto? ¿Dónde?
—No. No lo entiendes. Zeref está aquí —repitió, como si esas tres simples palabras lo explicaran todo. Quiso maldecir—. Zeref lleva en Eclipse al menos dos días. Joder.
Casi sin darse cuenta, retomó la marcha a grandes zancadas y con pasos mucho más apresurados que antes. Ser silencioso había pasado a un segundo plano.
—¿Sabes? —Silver apareció a su lado con Erik a cuestas, manteniendo su ritmo pese a su confusión—. Agradecería que te explicaras.
Solo entonces Gildarts recordó que Silver no sabía nada de toda la situación de los hermanos Dragneel. No era el más indicado para desvelar todo pero, dadas las circunstancias, era mejor que supiera por qué tenían que darse prisa.
—¿Recuerdas el torbellino de ethernano que rodeó a Zeref? —preguntó, doblando por el primer pasillo que les salió al paso. No esperó respuesta—. Ese era su poder descontrolado. No puede tolerar grandes cantidades de ethernano. Y estamos en Eclipse.
Silver se tomó un par de segundos para asimilar la información. A medida que avanzaban, las antorchas encendidas aparecían cada vez más a menudo.
—¿Por eso dejó de ser exterminador? —dijo al final, con una mezcla entre la comprensión y la incredulidad.
—Sí. Básicamente. —Sus palabras eran tensas, carentes de gracia—. Y lleva aquí dos días, si no más. Con suerte, solo se habrá vuelto loco...
No quiso acabar ese tren de pensamiento. Se negaba. No quería ni imaginar cuál podía ser el peor de los casos. De forma inconsciente, aceleró el paso todavía más y, esta vez, Silver lo imitó al instante. Cada vez tenían menos tiempo y más preocupaciones. Primero su captura, luego Erik, ahora Zeref... ¿Qué más podía salir mal?
Doblaron por otro pasillo al azar y, de pronto, escucharon el eco de voces. Casi sin pensar, más por acto reflejo que de forma consciente, retrocedieron los dos pasos que acababan de dar y se ocultaron en las sombras del pasillo que habían abandonado segundos antes.
Pegado a la pared, Gildarts procuró regularizar su respiración y se concentró en escuchar. Las voces venían acompañadas de pasos, acercándose. Eran dos. Una de ellas era aguda, chillona, mientras que la otra era tan grave que parecían gruñidos en vez de palabras. No entendía nada de lo que estaban diciendo, y eso solo podía significar una cosa. Se abstuvo de maldecir su mala suerte. Estaban en problemas.
Los pasos se detuvieron entonces, pero no así las voces. La aguda se escuchaba burlona. De pronto, un estruendo metálico resonó por todo el pasillo. Gildarts se tensó por instinto. Una risa estridente que fue cortada por un par de palabras secas graves e irritadas. Después, la conversación continuó con tonos normales. No tenía pinta de que irían hasta ellos, al menos de momento. El factor sorpresa seguía estando de su parte.
Desde donde estaba contempló a Silver, que sobresalía mucho más que él por culpa de Erik. Intercambiaron una mirada silenciosa y le hizo un gesto escueto hacia el pasillo donde se encontraban sus enemigos. Se pasó una mano con rapidez por la garganta y su compañero asintió una sola vez, comprendiendo. Acto seguido, vio cómo apoyaba los dedos en la pared rugosa antes de que, sin previo aviso, la temperatura a su alrededor descendiera de golpe y el hielo comenzara a apoderarse del lugar a una velocidad vertiginosa.
Todo sucedió en cuestión de segundos.
Las exclamaciones ahogadas de sorpresa de sus enemigos precedieron a la brusca congelación de sus piernas. La perplejidad los dejó inmóviles, y la confusión fue su sentencia.
En cuanto Silver apartó los dedos de la pared congelada, Gildarts abandonó su escondrijo y se lanzó sin dudar hacia delante. Patinó con seguridad por el hielo del suelo y no se molestó en ver quiénes eran sus oponentes. Registró, de forma distraída y fugaz, el aspecto redondo y de puercoespín de uno de ellos y cómo el otro lo doblaba en tamaño y parecía una mezcla extraña de criaturas marinas. No perdió el tiempo intentando descubrir cuáles eran. Simplemente, los tocó y los descompuso en átomos antes de que pudieran comprender qué estaba pasando.
A sus pies cayó polvo y pequeñas esquirlas de hielo que crujieron bajo sus botas cuando se dio la vuelta. Por un tenso instante, lo único que reinó en el pasillo fue el silencio y el frío glaciar. Entonces vio lo que había tras los barrotes frente a los que sus enemigos se habían detenido y frunció el ceño. Ahí, pegado a la pared con lo que parecían ser gruesos tentáculos, se encontraba Loke. Silver se acercó en silencio con Erik y se detuvo a su lado. Durante un largo momento, contempló al prisionero inconsciente sin decir nada en absoluto.
—¿Qué hacemos? —preguntó al final, y una voluta de vaho hizo visible su aliento a causa del frío—. ¿Nos arriesgamos a confiar en él?
Gildarts no contestó enseguida, sino que se tomó su tiempo en analizar el contenido de la celda. Estudió los tentáculos con interés, siguiendo su trayectoria hasta que vio un bulto escondido en una de las esquinas. Algo pareció croar, y él esbozó una sonrisa torcida.
—No. —Al contrario de sus palabras, dio un paso al frente y desintegró la puerta de la celda—. Pero dudo que esté aliado con esta gente, así que puede sernos útil. El enemigo de mi enemigo es mi amigo, y esas cosas... Haremos que nos deba un favor.
De la nada, un tentáculo salió disparado hacia su cara, chisporroteando electricidad. Gildarts no se inmutó. La temperatura volvió a descender y, al segundo siguiente, una grotesca estructura de hielo se mantenía inmóvil a pocos centímetros de su cara. El exterminador amplió su sonrisa y contempló a su compañero por encima del hombro.
—Gracias, aunque no hacía falta. —Sin mirar, tocó con la punta de un dedo el hielo y este comenzó a desmoronarse.
Ahora fue el turno de Silver de sonreír.
—Vuelve a llevar tu prótesis desintegrada a Central y obtendrás una de madera. Te lo tienen advertido —le recordó, divertido. Después, el humor desapareció en un gesto profesional y concentrado. Le señaló a Loke—. Ahora, date prisa y despiértalo. Tenemos que encontrar a los demás y largarnos de aquí.
Wahl tenía tres puntos urgentes en su lista mental de tareas:
Uno. Derrota a la tal Lamy en el menor tiempo posible y sin hacer mucho ruido. Llamar la atención sería contraproducente.
Dos. Saca, despierta a Natsu y asegúrate de que está ileso y listo para pelear. Si llegara alguien más, no podría luchar por sí solo y menos haciéndolo con dos personas inconscientes a cuestas. Además, el tipo era bueno improvisando soluciones y seguramente estaría muy cabreado. Le sería útil.
Tres, y un añadido de último minuto. Consigue comunicarte con Central de alguna manera. Necesitaban un portal para volver y no tenía idea de en qué parte de Eclipse se encontraban.
Ahora bien, aunque tuviera claro que esas eran sus prioridades, llevarlas a cabo ya no era tan sencillo. Sobre todo cuando tenía que luchar intentando no destrozar demasiadas cosas, como las extrañas cápsulas en las que estaban metidos Natsu y Zeref, por ejemplo.
La suya, en cambio, se había vuelto un amasijo de vidrio roto y agua desparramada por el suelo. Salió con cuidado, apartándose con prudencia de los bordes afilados, y se permitió dos segundos para echarle un rápido vistazo al lugar y analizar la situación.
Todo estaba en penumbra, y la única luz parecía provenir de las propias cápsulas en tonos azules y violetas. Al principio había pensado que se encontraba en un laboratorio pero, aunque tenía cierta pinta de serlo, el espacio en el que se encontraba distaba mucho de lo que él catalogaba como tal.
El ambiente era sombrío, húmedo y espeluznante; nada que ver con las salas estériles y blancas que tan bien conocía al otro lado de la Puerta. No había ningún rastro de tecnología ahí dentro, solo cápsulas enormes sujetas con lo que parecían ser enredaderas y la mujer con orejas de conejo de antes, quien había caído al suelo y lo contemplaba con ojos desorbitados.
—N-No... Seilah-sama os estaba controlando. ¿Có-Cómo...?
Se la veía confusa y aturdida, todo lo contrario al tono eufórico de antes. Wahl no se fió ni un pelo así que, en vez de acercarse, apuntó a su cara con su brazo transformado. Se permitió sonreír, eso sí. Mejor mostrarse seguro de sí mismo.
—Si me dices cómo salir de aquí, te explicaré qué es lo que acaba de pasar. ¿Qué te parece?
Había contestado en su idioma, y un escalofriante destello de interés relució de pronto en la mirada de Lamy. El desconcierto anterior desapareció sin dejar rastro y, como si fuese una peonza, se puso en pie en un parpadeo y apareció frente a su cara.
—¡¿Me entiendes?! —Sonaba al borde del éxtasis—. ¿Cómo puedes hablar el idioma de los demonios? ¿Por qué tu cuerpo es una máquina? ¿Qué eres? Dime. Dime. ¡Dime!
Wahl sufrió un escalofrío al verla comenzar a babear. La tenía demasiado cerca; sentía sus jadeos en la piel. Sin dudar, le puso el cañón en la sien y dejó que el zumbido que hacía al cargarse fuera bien audible.
—Muévete un solo milímetro más y te vuelo los sesos —siseó, dejando que el peligro se filtrara por cada palabra de la amenaza. Solo hacía falta un único pensamiento para liberar la energía contenida y que el disparo le destrozara la cabeza.
Lamy, no obstante, no se alteró en lo más mínimo, aunque sí que permaneció en su sitio, rebotando sobre las puntas de los pies de forma incansable. Era como si no pudiese estarse quieta más de dos segundos seguidos.
—¿Puedo diseccionarte? —preguntó de pronto, contemplando el brazo transformado de Wahl con un interés voraz.
El machias sonrió de forma cruel.
—No. —Vio cómo la expresión de la demonio se oscurecía en un ceño fruncido que advertía peligro. Sin bajar la guardia, decidió tentar su suerte y añadió—: Pero puedo proponerte un trato.
Lamy volvió a fruncir el ceño y retrocedió un paso solo para poder cruzarse de brazos. Entonces, cambiando por completo de actitud, compuso una mueca de asco en la que enseñó los dientes y gruñó:
—Los demonios no hacemos tratos con los humanos.
—Pero yo no soy uno.
Wahl sonrió de oreja a oreja y extendió los brazos, permitiendo que los viese en todo su explendor mientras el que todavía tenía aspecto humano se transformaba en una cuchilla. No perdió detalle de cómo el interés relució por un instante una vez más en la mirada de Lamy.
—¿No lo eres?
—Nop. —Se encogió de hombros, como si el asunto no tuviera que ver con él. Los ojos de Lamy no se apartaron de sus brazos—. Solo ciertas partes de mí lo son. Interesante, ¿no crees?
Lo bueno de pasarse el día rodeado de científicos e ingenieros, era que a estas alturas sabía cómo funcionaban sus mentes y qué era lo que despertaba su interés, sobre todo en científicos locos que solo buscaban aumentar su comprensión de las cosas. Lamy era como ellos y Wahl, como machias, sabía que él mismo era un premio demasiado jugoso como para ignorarlo.
Consciente de que por fin había captado su atención, dejó que sus brazos volvieran a la normalidad y continuó:
—En realidad creo que nos parecemos bastante —admitió, y vio cómo ella arqueaba una ceja con escepticismo. La ignoró y, con actitud relajada, comenzó a pasearse por la sala, observando con curiosidad las diferentes cápsulas que había a su alrededor. Lamy no lo perdía de vista—. Tenemos la misma curiosidad por las cosas. Nos gusta aprender. Pero nadie nos comprende, ¿verdad? —Recordó los fragmentos de la conversación que había conseguido escuchar mientras volvía en sí. Siguió caminando, con las manos a la espalda y la sombra de una sonrisa torciendo sus labios. Aquella habitación, por muy repleta de cosas que estuviese, se veía solitaria—. Nadie reconoce nuestro trabajo, la importancia de lo que hacemos.
A través del reflejo de una de las cápsulas vacías, descubrió a Lamy mordiéndose el labio y agachando una de sus orejas, como un conejo deprimido. Con curiosidad, se acercó al cristal y escudriñó su interior en un intento de descubrir de dónde procedía su energía. Apoyó la palma de la mano sobre su lisa superficie y la sintió caliente.
—Mi trabajo es estudiar a las diferentes criaturas que me encuentro, descubrir sus secretos. En mi tiempo libre me gusta experimentar. También soy un aficionado de la botánica. —Se volvió hacia Lamy con una sonrisa—. ¿Qué haces tú? ¿Qué es este sitio?
—Yo... —Dudó, pero Wahl aguardó con paciencia, observándola con genuino interés. Sabía, por experiencia, que ningún investigador podía aguantar mucho tiempo en silencio sobre su trabajo. Al final, la demonio cedió—: Curo a Tártaros desde aquí. Si algún demonio resultara gravemente herido, desde aquí puedo traerlos de nuevo a la vida. Puedo crear y regenerar cosas.
—¿De vuelta a la vida? —Wahl intentó, por todos los medios, no sonar demasiado interesado.
Para su alivio, Lamy solo asintió. Su gesto se había iluminado, como si conversar de verdad con alguien sobre lo que hacía fuese lo que llevaba esperando toda su vida. Ni siquiera parecía darse cuenta de que continuó dando detalles, tal vez demasiados.
—Siempre y cuando recupere el cadáver, o una parte del cuerpo lo suficientemente grande, puedo revivirlos con mi poder a través de estas cápsulas.
Wahl necesitó de un momento para procesar todo lo que aquello implicaba. Esa demonio era, literalmente, el corazón de aquel sitio y ni ella misma parecía darse cuenta. Y, por lo que había oído, los demás tampoco. Había demasiado desprecio y nada de reconocimiento hacia ella en lo poco que había logrado escuchar mientras despertaba.
—Eso es... mucho más interesante que mi trabajo —reconoció, riendo. No pudo evitarlo. Aquello era demasiado absurdo. Sus captores eran unos idiotas.
—¡Tú también eres interesante! —Sin previo aviso, demostrando una velocidad sorprendente, apareció a su lado y le cogió un brazo. Wahl, por instinto, estuvo a punto de apartarse y pegarle un tiro. Se contuvo a tiempo—. Tus brazos... Tu cuerpo... Por fuera parece el de un humano, pero por dentro eres otra cosa. Me encanta. Quiero saber más. ¿Qué eres?
Mientras hablaba, completamente fascinada, sus manos palpaban y toqueteaban ansiosas la piel de su brazo, buscando alguna imperfección, alguna junta o engranaje que desvelara lo que era en realidad. Por desgracia para ella, la nanotecnología había avanzado demasiado en las últimas décadas.
—Un machias —respondió, como si esa simple palabra fuera suficiente explicación. En parte, lo era. Aun así, cuando Lamy alzó la vista con curiosidad, suspiró y añadió—: Soy una fusión demasiado perfecta entre hombre y máquina. Podría decirse tanto que soy un humano con cuerpo artificial como una máquina con cuerpo humano. Daría lo mismo. Soy ambas cosas, pero a la vez ninguna. Es... complicado.
Lamy no contestó enseguida, todavía absorta en el brazo que seguía sujetando. Ahora contemplaba sus dedos, moviéndolos de un lado a otro, tal vez buscando alguna rigidez impropia de una mano humana. Wahl se dejó inspeccionar con la tranquilidad de quien ha sido sometido a lo mismo incontables veces.
—¿Puedes morir? —preguntó Lamy de pronto, alzando la mirada una vez más. El hambre insaciable de conocimiento seguía ahí, escondida en sus ojos, pero su personalidad desquiciada se había calmado un tanto desde que comenzó a recibir respuestas.
Wahl, imperturbable, sonrió.
—Por supuesto. ¿No te lo acabo de decir? Aunque tenga partes de metal, sigo siendo un ser vivo.
En realidad, aquello no era del todo cierto. Podía morir, sí; su cuerpo podía ser destrozado en cualquier momento y lugar. Sin embargo, parte de su conciencia, de su mente, eran datos informáticos, números y códigos. Siempre y cuando se pudiera recuperar eso, él, como máquina, seguiría funcionando.
Una de las orejas de Lamy se torció, reflejando su confusión. Lo contempló un largo momento, pensativa, hasta que de pronto su aparente calma se rompió esbozando una escalofriante sonrisa ansiosa.
—Me pregunto si podría regenerarte a ti también... —murmuró, hablando más para sí misma que para Wahl. Aun así, él no perdió la oportunidad.
—¿No tendría que ser un demonio para eso?
—No lo sé, nunca lo he hecho antes. —Se encogió de hombros—. Lo estoy averiguando ahora mismo.
Wahl tuvo un presentimiento, uno que no le gustó en absoluto.
—¿Puedo verlo? —pidió, inocente.
Lamy lo consideró un momento y él, una vez más, aguardó con paciencia y sin alterar su expresión. Añadió un incentivo:
—Yo te he dejado inspeccionarme...
Dejó la frase en el aire, colgando entre ambos como un cebo invisible. Ninguno de los dos confiaba en el otro, pero aquella conversación era una oportunidad perfecta para ambas partes de saciar su curiosidad, de obtener respuestas. Información a cambio de información, ese era el trato, tan retorcido como sincero.
Entonces, para su satisfacción, Lamy le indicó con un gesto que la siguiera a través de las cápsulas que ocupaban toda la estancia. Tras un recuento rápido, Wahl consideró que había alrededor de veinte, colocadas de tal forma que parecía un bosque de enredaderas y cristal, envuelto todo en una fría penumbra azul.
Se detuvieron frente a la que se encontraba Natsu, y Wahl procuró que su gesto no se alterara. Su corazonada había sido cierta, y esta era una de las pocas ocasiones en las que detestaba tener razón.
En la cápsula contigua se hallaba Zeref, ambos hermanos inconscientes y flotando como cadáveres. Wahl necesitó de todo su autocontrol para no darse la vuelta y estampar a Lamy contra la primera superficie que le saliera al paso. En su lugar, contempló a sus dos amigos como si no fueran nadie y dejó que la frialdad de su pragmatismo se apoderara de él.
—Entiendo que yo te parezca interesante pero, ¿qué tienen ellos de especial? —preguntó, acercándose hasta el cristal que lo separaba de Natsu con curiosidad aburrida.
No perdió detalle de cómo, al contrario que a Zeref, a él lo habían despojado de toda prenda superior, dejando a la vista las cicatrices que plagaban su torso desnudo como grietas sobre una porcelana sucia. Sus brazos, otrora tan cenicientos como su pecho y abdomen, eran ahora una mezcla desconcertante y caótica de cicatrices viejas, restos de quemaduras a medio curar y piel intacta en las cercanías de los hombros. Las heridas habían avanzado con respecto a lo que él recordaba, lo que significaba que había abusado de su poder en la Ruptura. Un segundo incidente de magnitud parecida, y Natsu perdería por completo la sensibilidad de sus brazos.
La respuesta de Lamy lo arrancó de su doloroso escrutinio.
—Que aunque son humanos, poseen tanto ethernano como una criatura de Eclipse. Con el moreno no he podido avanzar mucho todavía, pero este otro es el sujeto de pruebas perfecto. Tenía medio cuerpo destrozado cuando me lo trajeron, y se me ocurrió intentar mi regeneración con él. Y adivina qué: ¡funciona!
La sonrisa que esbozó le creó a Wahl un profundo escalofrío. No le importaba que experimentaran con él, formaba parte de su día a día. Pero que lo hicieran con sus amigos... Una repentina oleada de desprecio le invadió las entrañas. Quería alejar a Lamy de Natsu en ese mismo instante. En su lugar, rodeó la cápsula con pasos lentos, con las manos entrelazadas a la espalda y la mirada fija en su amigo, vacía de sentimiento. Lamy continuó hablando, cada vez más emocionada y perdida en su propia verborrea:
—Es simplemente increíble. Al principio pensé que sería imposible. Ningún humano debería ser capaz de aguantar los poderes de un demonio, pero él... ¡Él los está asimilando! Es fascinante cómo su cuerpo reacciona al ethernano. ¿Ves cómo sus heridas se están curando?
Lo veía, por supuesto que lo veía. Toda su piel era un mosaico grotesco de costras, quemaduras y tejido cicatricial. La Ruptura lo había llevado al límite.
Lamy continuó, ajena a él. No apartaba sus ojos de Natsu, de su nuevo juguete y conejillo de indias.
—Lo que debería llevar semanas está sucediendo en horas. Y luego está el tema de sus pulmones... Es como si los tuviera calcinados. Me estoy ocupando de eso también, por supuesto, pero la verdad, no sé cómo es que ha sobrevivido hasta ahora. No puedo esperar a ver qué más cosas encontraré en su cuerpo. Y, no sé. Si funciona tan bien el ethernano y mis poderes con él, tal vez le sugiera a Mard-Geer-sama intentar convertirlo en un demonio. ¿Qué opinas? ¿No sería increíble?
No, no lo sería. Porque eso implicaría que podrían llegar a pensar que podían crear más como ellos. Buscarían otros Natsus, más sujetos de prueba. Se le revolvió el estómago solo de pensarlo.
—¿Y si no funciona? —preguntó entonces, deseando cambiar el tema de conversación.
Quería irse.
Quería sacar a Natsu y a Zeref de ahí y largarse.
Quería matar a Lamy.
—Moriría, por supuesto —dijo con obviedad. Ni siquiera se paró a planteárselo—. Y si funciona y no nos es leal, también. Le habríamos salvado la vida, al fin y al cabo. Nos la debe.
—Por supuesto. —El sarcasmo se filtró por su voz sin que pudiera contenerse. Se le crisparon los dedos a la espalda, pero antes de que su desagrado resultara demasiado evidente, preguntó—: ¿Y qué me dices de este? —Se acercó a la cápsula de Zeref mientras parte de su antebrazo izquierdo se abría bajo su mano derecha—. Dijiste que te estaba dando problemas...
Dejó la frase inconclusa, esperando que Lamy cantara por sí misma. De haber sido otras las circunstancias, se habría reído de lo fácil que estaba siendo. En esta ocasión, en cambio, lo único que quería era reducir todo aquel sitio a escombros. Se prometió que lo haría.
Lamy, desde el otro lado, asintió. Los separaba la cápsula, y su imagen se veía distorsionada por el vidrio y el agua. Zeref flotaba entre ambos como una sentencia.
—Todavía no entiendo muy bien qué es lo que le ocurre —reconoció con frustración y también cierta irritabilidad—. No tiene heridas, pero me lo trajeron inconsciente. Físicamente está bien, y asimila el ethernano tan bien como el otro, pero aun así hay algo en él que no cuadra. Según Seilah-sama, su mente está alterada, rota. Solo le ha dado un vistazo rápido, pero dijo que su subconsciente es demasiado sólido y que ocupa demasiado espacio. Que retiene todo lo demás. No entiendo muy bien qué significa eso.
Wahl tampoco lo entendía, pero no quería seguir escuchando. Tampoco quería preguntar por más detalles; había oído suficiente. No obstante, todavía tenía una duda que necesitaba resolver:
—¿Y si despiertan antes de tiempo? —cuestionó, llamando la atención sobre él. A su espalda, sus dedos ejecutaban comandos a ciegas en el intercomunicador que llevaba incorporado al antebrazo.
La pregunta le recordó de pronto a Lamy que, en realidad, no eran amigos. Entrecerró los ojos desde el otro lado del cristal y, sin previo aviso, se deslizó hasta acabar frente a su cara.
—¿Por qué quieres saberlo?
Al igual que al principio, volvían a estar demasiado cerca y sus ojos desprendían una vez más una profunda crueldad, ansiosos por que él cometiera un solo error para poder despellejarlo vivo bajo un microscopio. Pero Wahl no retrocedió; en vez de asustarlo, la sed de sangre de Lamy no hacía más que asquearlo. Parte de su cerebro seguía ocupado con fórmulas informáticas y códigos.
—Mera curiosidad. Y también para saber si podría pasarme algo, ya sabes, porque salí por mi propio pie y esas cosas. Quiero estar listo por si surge algún problema.
Tal y como se esperaba, su comentario fue un golpe bajo para la demonio. Contempló cómo fruncía el ceño y arrugaba los labios con disgusto. Rechinó los dientes, su fugaz buen humor desaparecido, y a punto estuvo de decir algo cuando, de pronto, al otro lado de la sala, una puerta se abrió de par en par. Ahí, en el sombrío umbral, apareció para la perplejidad de Wahl una especie de esqueleto con casco vestido de payaso.
Tras varios segundos de tensa calma, fue el recién llegado el que rompió el silencio:
—¿Qué está pasando aquí?
Al mismo tiempo, Wahl consiguió por fin conectarse a uno de los drones olvidado que había entrado con él a Eclipse en la Ruptura. Su intercomunicador volvía a estar operativo.
Mavis dormitaba sobre el teclado de uno de los ordenadores de Central cuando saltó la alarma. Con un respingo asustado, se incorporó en su asiento creyendo que estaba escuchando cosas. O tal vez era la alarma que había encendido en su reloj en caso de que se quedase dormida.
Parpadeando somnolienta, contempló el aparato con ojos entrecerrados, deseando deshacerse del molesto pitido que se le incrustaba en el cerebro. Estaba cansada, necesitaba una ducha, otro café, y tenía un humor de perros. Lo último que estaba dispuesta a soportar era una estúpida alarma que...
Tal vez fuese la costumbre, o tal vez el instinto lo que le hizo desviar la mirada hacia la pantalla principal de la Sala de Control, no lo sabía. Lo que sí sabía era que de pronto ya no tenía sueño y que, por fin, después de casi tres días de incertidumbre y silencio, Eclipse volvía a dar señales de vida.
Todos los presentes en la estancia tenían su mirada clavada en ese puntito blanco que parpadeaba como un pequeño faro en medio de la nada, en un mapa vacío de topografía alguna, sin cartografiar y sin más datos que unas coordenadas aleatorias.
Fue suficiente.
Con el pulso revolucionado, los nervios a flor de piel y más despierta que nunca, Mavis se volvió hacia la figura que dormía aovillada en una silla plegable en el escritorio de al lado. La sacudió con urgencia hasta que Dimaria gruñó con molestia y abrió los ojos. Mavis la recibió con una sonrisa esperanzada.
—Tenemos algo.
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