Capítulo 16
Zeref revisaba los gráficos del sistema de seguridad de los laboratorios cuando escuchó la explosión. Invel, quien trabajaba en el ordenador contiguo, dejó de leer los informes que tenía entre manos y alzó la vista al techo.
—¿Algún ataque perdido? —aventuró. Solo estaban ellos dos en aquella sala llena de máquinas.
Zeref, en cambio, frunció el ceño y se apartó del ordenador solo para encender su reloj. Dos botones después, el mapa del campus y Central se expandió en el aire. La alarma de Código 6 había resonado momentos antes, pero tanto él como Invel la habían ignorado. Había suficiente personal como para hacerse cargo, él había dejado de pelear hacía tiempo e Invel era el encargado de asegurarse de que no perdiera el control en ningún momento durante las Rupturas, por lo que podía decirse que estaban exentos de ese tipo de responsabilidades.
Por eso habían seguido trabajando aún cuando el sistema exigía su presencia y su ayuda, y por eso mismo era tan extraño que un ataque se hubiese producido en las cercanías de su posición. Se suponía que todos los demás se estaban haciendo cargo de la seguridad y, aun así, un punto rojo parpadeaba sin cesar en el otro ala del laboratorio en el que se encontraban.
Justo entonces, la llamada de Mavis hizo vibrar el intercomunicador. Contestó extrañado.
—¿Mavis?
Por un momento, al otro lado solo se escucharon voces superpuestas y estruendo. El caos de una batalla se confundía con los rugidos de alguna criatura. Invel y él intercambiaron una mirada preocupada. Eso no era normal. Zeref ancló los ojos en la pantalla de su reloj, como si así pudiera ver lo que sucedía más allá de esa habitación.
—¿Mavis? —repitió, mucho más ansioso que antes.
Esta vez sí, recibió respuesta.
—¡Zeref! —jadeó Mavis. Parecía que le faltaba el aliento. Su voz se entrecortaba con el ruido—. ¡Escucha! ¡El apagón...!
—¡Mavis! —La inesperada voz de Natsu interrumpió la frase y se abrió paso en la conversación. A Zeref se le encogió el estómago al escuchar a su hermano y ubicarlo en medio de todo el desastre que se escuchaba de fondo, sin embargo, no le dio tiempo a decir nada—: ¡Al fin te encuentro! ¿No ves que esto se está cayendo a pedazos? ¡Hay que salir de aquí!
—¡Ya lo sé! —La protesta de Mavis se escuchó desesperada, urgente—. Por eso mismo...
—¡Te estoy diciendo que no hay tiempo! Central... —Un estruendo, parecido al de un derrumbe, ahogó lo siguiente que estaba intentando decir.
El pánico se le instaló a Zeref en medio del esternón y en la punta de los dedos. Se olvidó de todo, del acuerdo mudo que había entre ambos, de las circunstancias que los envolvían y del sitio en el que se encontraba. Se olvidó de todo, menos de su hermano.
—¡Natsu!
Lo llamó desesperado, con el pulso resonando en sus oídos y el miedo corriendo por sus venas, congelándolo todo. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Cómo había podido Central volverse tan vulnerable como para que todo se sumiera en el caos? Ya no sabía qué pensar, ni cómo reaccionar. Por eso, cuando la voz de su hermano volvió a escucharse por el intercomunicador, fue incapaz de articular palabra alguna:
—¡Zeref! —Por primera vez desde hacía demasiado tiempo, Natsu se dirigió a él directamente. Se le formó un nudo en la garganta que no supo cómo deshacer—. Si estás en los laboratorios, no salgas. ¿Me oyes?
Lo oía. Pese al ruido que amortiguaba su voz, el ruido de batallas y derrumbes, y su propia agitación, lo oía. No había forma de que no lo hiciera. Y, aun así, la confusión habló por él:
—¿Qué?
—¡No salgas! —repitió su hermano, con mucha más urgencia que antes—. Estamos en un Código 6. Hay ethernano por todas partes. Yo... —Lo interrumpió un nuevo estruendo, seguido de varios gritos de fondo. Órdenes parecían escucharse a lo lejos—. Mierda. ¡Mavis! A las escaleras. ¡Ya!
Más ruido, derrumbes y una explosión. Las luces de emergencia del laboratorio se encendieron y en las pantallas de los ordenadores encendidos surgieron varios avisos y gráficos. Zeref los ignoró todos. Su atención recaía al completo en el reloj de su muñeca, el mismo que no había vuelto a emitir ninguna otra palabra coherente.
—¡Natsu! —La preocupación lo había vuelto pálido y su exclamación iba cargada del miedo que sentía en esos momentos por su hermano.
—Él está bien, Zeref-kun. Estamos bien —contestó entonces Mavis; por sus jadeos parecía estar corriendo—. Hazle caso. No salgas y quédate con Invel. Nos ocuparemos de resolver esto. Te quiero.
Y, sin darle tiempo a replicar, Mavis cortó la llamada.
Por un instante Zeref contempló la pequeña pantalla negra sin entender por qué de pronto había dejado de transmitir sonido alguno. El silencio que había a su alrededor era sordo, crudo, y en su mente el accidente de hacía cuatro años se sucedía una y otra vez sin descanso. Ese día había estado a punto de perder a su hermano. Había sacrificado todo lo que tenía para protegerlo, y si Natsu pensaba que iba a quedarse escondido y de brazos cruzados, no lo conocía en absoluto.
Comenzó a desabotonarse la bata de laboratorio que siempre llevaba encima. Invel frunció el ceño, desaprobador.
—Sabes que no es prudente salir —le recordó, insinuando su condición bajo aquella sencilla frase.
Zeref ni siquiera se molestó en mirarlo.
—No habré pisado Eclipse en mucho tiempo, pero no soy ningún inválido ni un novato. —El último botón de la bata quedó libre y solo entonces se volvió hacia el que desde hacía años era su ayudante, su sombra. En su mirada relucía la determinación—. Mi nombre firmará investigaciones, pero ante todo sigo siendo el Mago Oscuro, no lo olvides.
Cuando se quitó la bata blanca, en su pecho, sobre el negro intenso del uniforme de exterminador, relucía la línea dorada de un Rango S.
Natsu no sabía muy bien cómo había pasado de revisar las cámaras de seguridad a intentar no morir aplastado por los escombros del derrumbe que había provocado la explosión. Todo estaba lleno de polvo, de pedazos de maquinaria aplastados y cables rotos que soltaban chispas entre ladrillos y trozos de hormigón. Los había salvado el estar en un nivel bajo tierra, pero en cuanto subieron a los niveles superiores para salir de aquel nido de problemas, el desastre y el caos les dio la bienvenida.
Mientras todos deambulaban desorientados entre los pedazos de paredes y techo, Eclipse zumbaba inamovible más allá del caos. Su superficie ondulaba como las aguas agitadas de un mar negro y embravecido y, junto a ella, una serpiente de proporciones descomunales rugía entre las nubes. El aire estaba cargado de ethernano hasta tal punto que el cielo se había oscurecido, como presagio de una tormenta inevitable. Se respiraba el peligro, y a Natsu se le erizó la piel ante el susurro de la muerte que acompañaba los siseos de aquel monstruo.
No tenía ni idea de cómo iban a poder librarse de él sin sufrir más pérdidas, pero de lo que estaba seguro era que necesitaban reorganizarse lo antes posible; estar desperdigados y aturdidos solo los llevaría de cabeza al desastre.
Por eso, en cuanto divisó a Mavis agazapada tras unos escombros a los pies de las escaleras que los llevaría fuera de ese enorme agujero que había creado el derrumbe, no dudó en ir en su busca. Por encima de sus cabezas, la serpiente volvió a rugir, sacudiendo todo de nuevo. Lo poco que quedaba de techo desprendió más escombros.
—¡Mavis! —exclamó, apresurándose para llegar hasta ahí—. ¡Al fin te encuentro! ¿No ves que esto se está cayendo a pedazos? ¡Hay que salir de aquí!
La agarró por un brazo y tiró de ella, urgiéndola a que se pusiera en pie. A su alrededor solo había desastre, y la sombra de la serpiente aparecía y desaparecía entre los casquetes que había dejado el derrumbe. Aquel sitio no aguantaría mucho más. Mientras tanto, Mavis le estaba protestando algo a lo que él estaba haciendo oídos sordos. Ese no era el mejor momento para discutir.
—¡Te estoy diciendo que no hay tiempo! —La interrumpió, y volvió a tirar de ella, deseando poder llegar cuanto antes a las precarias escaleras que se habían convertido en su única salida. Tenía que sacar a Mavis de ahí—. Central...
No pudo continuar, pues un nuevo estruendo sacudió la tierra y los escombros volvieron a llenar de polvo todo el lugar. Sin pensar, se lanzó sobre Mavis y, juntos, rodaron por el suelo justo antes de que una porción de techo se viniera abajo. Los cables rotos soltaron chispas y una tubería partida comenzó a lanzar agua como si fuese una fuente descontrolada.
—¡Natsu!
Natsu parpadeó, aturdido, se incorporó sobre los codos y sacudió la cabeza, intentando deshacerse de la desorientación. ¿Esa había sido la voz de Zeref? Gruñó, adolorido, y se puso de rodillas cuando sintió que algo le golpeaba el hombro para que se apartara. Se le calló la bufanda, aunque el aire seguía oliendo a menta y a humo. Por fin, el mundo dejó de dar vueltas, y vio que Mavis estaba debajo de él, con una mano en la frente y siseando de dolor por una posible contusión. En su muñeca la pantalla del intercomunicador permanecía encendida y el nombre de Zeref se leía del revés.
La cabeza de Natsu se despejó de inmediato. Su instinto entrenado de exterminador tomó el control.
—¡Zeref! Si estás en los laboratorios, no salgas. ¿Me oyes?
Ni siquiera se paró a pensar en que aquello era lo primero que le decía directamente en meses. Lo único que le importaba era el hecho de que seguía respirando con normalidad aún cuando su bufanda estaba en el regazo de Mavis y no alrededor de su cuello. El aire estaba cargado de ethernano y con cada inspiración el olor mentolado del mismo le acariciaba la nariz, tal y como ocurría en Eclipse. Y eso solo significaba una cosa: su hermano, bajo ninguna circunstancia, debía salir al exterior.
—¿Qué? —La voz aturdida y confundida de Zeref surgió del reloj.
—¡No salgas! —insistió, y se aferró a la muñeca de Mavis como si el hecho de acercarse el aparato sirviese para convencer a su hermano de que se quedase donde estaba. En la pantalla del intercomunicador parpadeaba en rojo una alarma insistente que se alternaba con el nombre de Zeref—. Estamos en un Código 6. Hay ethernano por todas partes. Yo...
Un rugido sacudió los cielos y la precaria estructura del edificio se estremeció de arriba abajo. El resto de los que se habían quedado atrapados con ellos se estaban organizando a voz de grito para evitar los derrumbes y poder subir a la superficie, donde no habría peligro de que ningún trozo de muro o viga los sepultara vivos.
—Mierda. —Natsu se dio cuenta de que estaban perdiendo un tiempo precioso. Ahí abajo no estaban seguros. La conversación con Zeref debía posponerse—. ¡Mavis! A las escaleras. ¡Ya!
Sin esperar respuesta, se puso en pie y arrastró a Mavis consigo. A través del enorme boquete que había en el techo pudo ver que, en el cielo, la gigantesca serpiente se retorcía en el aire, nerviosa, al acecho. De vez en cuando, algún ataque impactaba contra ella, en vano. Parecía que era más de lo que podían manejar.
Un derrumbe lejano sacó a Natsu de su apreciación. No era el momento para pensar en terceros. Tenían que ponerse en movimiento y subir las dichosas escaleras. Una vez arriba, ya se preocuparía en condiciones del enemigo. Lo primero era dejar de estar ellos en peligro.
Recogió su bufanda del suelo y, sin molestarse en ponérsela, agarró a Mavis una vez más por la muñeca y comenzó a correr. Escuchó cómo ella intentaba tranquilizar a su hermano, aunque, conociéndolo, dudaba de que aquello sirviese de algo. Pero tampoco tenían tiempo para dar explicaciones más detalladas, así que rezó por que Zeref le hiciera caso y comenzó a subir los escalones todo lo deprisa que podía, atento a no pisar en falso y hacer que las escaleras se desintegraran bajo los dos.
Por fortuna, llegaron al nivel superior ilesos. Las escaleras acababan ahí, dejándolos a merced de otra sala igual o más derruida que la que acababan de abandonar y mucho más caótica. Había chispazos de electricidad en cada esquina y recoveco, con ordenadores partidos y pantallas hechas añicos. Con un rápido vistazo de lo que los rodeaba, Natsu comprendió que el derrumbe los había hecho caer tres plantas más abajo de la sala de ordenadores en la que se encontraban en un principio. Les esperaban dos plantas más para poder escapar del subsuelo.
—¿Alguna idea? —preguntó hacia Mavis a la vez que buscaba alguna salida medianamente segura.
Mavis, a su lado, ya estaba inspeccionando un plano de Central desde la base de datos de su intercomunicador. De alguna forma, había conseguido que los daños de la explosión y el derrumbe se reflejaran también en el gráfico lo cual, para Natsu, era tanto útil como desolador. Todo el Sector 2 de Central estaba reducido a escombros representados en un brillante rojo que creaba un auténtico laberinto de obstáculos a superar en el holograma. En ese momento, Mavis le señaló un punto en el mapa.
—Por aquí —sentenció.
Natsu negó al instante.
—Esa zona está justo encima de la sala de máquinas. Ni hablar. Con todo viniéndose abajo, eso podría estallar en cualquier momento.
—Si tienes una idea mejor, soy toda oídos —espetó la ingeniera—. Pero toda la estructura de este Sector está dañada y, por lo que sé, ninguno de los dos tiene poderes que le permitan volar.
No podía replicar ante eso, así que gruñó una maldición entre dientes y asintió, resentido. A su lado solo había personal científico. No veía a ningún mago o exterminador conocido con ellos ni tenían tiempo para ponerse a buscarse los unos a los otros. El recuento debía esperar. No les quedaba más remedio que arriesgarse si es que querían salir de ahí.
—En momentos como este es cuando más odio no poder llevarte la contraria —espetó, reanudando la marcha hacia lo que podía ser su salvación o su tumba. Mientras se volvía a colocar la bufanda alrededor del cuello y se subía la capucha caída, rogó por que fuese lo primero.
Al mismo tiempo, y contra toda expectativa, escuchó a Mavis reír.
—Bueno, cuñado, por algo soy una genio. Contradecirme es imposible.
—¿Si le pregunto a Zeref dirá lo mismo? —se burló, y al instante recibió un manotazo en el brazo que le mandaba callar.
Ahora fue él el que aguantó la risa, concentrado única y exclusivamente en su conversación con Mavis para no pensar en el resto de sus preocupaciones. Los demás los seguían como un rebaño inquieto y desordenado, guiados por la promesa ciega de las insignias grabadas en su pecho. Si lo habían reconocido o no, en esos momentos lo traía sin cuidado.
La situación no era para bromas, ambos lo sabían, pero las circunstancias e implicaciones del derrumbe eran mucho más fáciles de llevar si se permitían, por un momento, relegarlas a un segundo plano. Su prioridad era salir de ese enorme agujero repleto de escombros; una vez arriba, ya volverían a centrarse en toda la lista de desastres que les quedaba por resolver.
Entonces, mientras estudiaba las opciones de cómo esquivar una viga caída que se había llevado por delante varias máquinas y pantallas que ahora no eran más que un amasijo de cables y vidrio letal, se encontró con otro problema en el que no había reparado hasta entonces.
—Mavis... —Su voz fue, una vez más, un gruñido inconexo. Unas ganas enormes de apretarse el puente de la nariz le hicieron fruncir el ceño y suspirar.
—¿Mhm?
Por supuesto, ella vivía ajena a todo lo que se encontrara fuera de su campo de trabajo o, en su defecto, de averiguar lo mismo que él estaba buscando segundos antes.
—Voy a arrepentirme de esto pero... —Inspiró hondo—. ¿Se puede saber dónde están tus zapatos?
Tal y como se esperaba, Mavis parpadeó confundida y bajó la mirada hacia sus pies. En efecto, no tenía zapatos, y sus medias negras se encontraban cubiertas de polvo y agujereadas. Un par de cortes se adivinaban en las piernas y el pulgar derecho saludaba gracioso por un agujero de la tela. Ante aquella vista, Mavis arrugó la nariz y se rascó una mejilla, nerviosa.
—Eh... ¿Me los quité mientras trabajaba? —aventuró con duda.
—¿Por qué me lo preguntas a mí?
—¿Para que no te enfades?
De acuerdo, aquella era la conversación más absurda que había tenido en bastante tiempo. Y por si fuera poco tenían público. Suspiró y contó hasta diez. No preguntó cómo era que ella misma no se había dado cuenta de que iba descalza; sabía que sería una pérdida de tiempo y solo serviría para que él perdiera los nervios. En su lugar, inspiró hondo, se dio la vuelta y se puso en cuclillas frente a ella.
—Sube, anda.
—¿Qué? —Por su tono de voz, estaba perpleja. Bueno, él también estaba sorprendido de sí mismo. Nada era normal desde hacía un buen rato—. Puedo caminar sola. No me molesta ir descalza.
—Eso ya lo sé. —La miró por encima del hombro con intensidad—. Pero estamos, literalmente, pisando escombros. Para mi propia tranquilidad, permíteme evitarte los riesgos innecesarios de acabar sin alguna pierna.
Mavis abrió la boca, dispuesta a protestar una vez más, cuando se lo pensó mejor. Miró a su alrededor, encontrándose con destrozo tras destrozo. Todo el suelo estaba cubierto por una alfombra caótica de polvo, trozos de ladrillo, cables pelados, pantallas y proyectores y decenas de restos más o menos identificables. Supo, con aquella breve toma de realidad, que no se había herido la planta de los pies hasta entonces de milagro.
Se mordió el labio y miró a Natsu no muy convencida.
—¿Podrás conmigo tanto camino?
Él le dedicó una mirada que rozaba la obviedad.
—¿Insinuas que tienes sobrepeso y yo no estoy entera...?
No pudo acabar la pregunta, pues un golpe contundente en la cabeza lo hizo callar y volver la vista al frente. Recibió el peso de Mavis en la espalda con brusquedad calculada e intencional. Segundos después, recibió un siseo peligroso en el oído:
—Una palabra más sobre mi estatura y te coso los labios, Dragneel.
—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Jamás he mencionado tu altu...
—Calla —lo cortó—. Calla y camina, cuñado. Calla y camina.
Poniendo los ojos en blanco y soltando un suspiro, se puso en pie y reanudó la marcha con Mavis a la espalda, esquivando zonas que se veían peligrosas y zigzagueando entre escombros.
—No sé cómo es que mi hermano te aguanta a veces —murmuró, ignorando una vez más al resto que les hacían compañía.
Mavis optó por seguirle la corriente:
—La misma pregunta es aplicable a ti también. Que te conteste Dimaria.
—No huyas de la responsabilidad de contestar.
—¿Quieres que te amenace una vez más?
—¿No lo estás haciendo ya?
La respuesta de su burla fue un golpe torpe en el hombro que le hizo sonreír.
—Eres insoportable.
Su sonrisa se amplió y se tragó las ganas de reír. Continuaron avanzando, con Mavis a su espalda y un mapa holográfico expandido ante sus narices para saber qué zonas evitar y por dónde podían caminar sin peligro. La cautela los volvía lentos, y lo que en cualquier otro momento les llevaría cinco minutos para llegar a su destino, en esa ocasión necesitaron de quince. ¿O tal vez eran veinte? Natsu no estaba del todo seguro. Lo único que sabía era que llevaban una eternidad dando rodeos y avanzando con cuidado por culpa de los desastres de la explosión.
Tenía los brazos agarrotados por la postura forzada a los que los sometía al sostener a Mavis y solo deseaba salir de ahí cuanto antes para poder dejar de respirar tanto polvo suspendido en el aire. Además, tanto tiempo bajo aquel precario edificio, sin saber qué estaba ocurriendo en la superficie y limitándose a escuchar el ruido de la batalla sin poder estar al tanto de nada más lo ponía nervioso.
Podía averiguar algo más utilizando el intercomunicador, pero estando ahí abajo de nada le serviría saber si estaban en problemas o si no. Es más, solo lo empeoraría todo y se sentiría el doble de impotente.
Unos pequeños toques en el brazo lo trajeron de vuelta al presente.
—END.
El uso de su sobrenombre lo alertó al instante y, por reflejo, se detuvo en el acto.
Mavis le señalaba hacia delante. Por fin habían llegado a la zona sobre la que se encontraba la sala de máquinas y, para su sorpresa, no eran los únicos que habían tenido la misma idea. Jellal Fernández, miembro del Consejo Estudiantil y secretario a tiempo parcial de su hermano, acababa de aparecer junto al profesor Jura Neekis. Al verlos, su primer pensamiento fue de alivio; ya no eran los únicos exterminadores ahí abajo.
Zeref había comprendido las razones de la insistencia de su hermano en cuanto se permitió un segundo para analizar aquella urgente y breve conversación. Lo había comprendido, y había salido al exterior preparado para ello. Sin embargo, por mucho que lo tuviera presente, el impacto fue inevitable.
En cuanto las puertas del laboratorio se abrieron y dio el primer paso fuera del edificio, una poderosa oleada de dolor lo sacudió de arriba abajo. Se tambaleó sobre sus propios pies, mareado, y tuvo que cerrar los ojos para soportar los fogonazos de poder que le estallaban tras los párpados.
Jadeó, buscando el aire que había escapado de sus pulmones a causa del dolor, y apenas fue consciente de la presencia de Invel a su espalda. Su poder se estaba desbordando sin control alguno; no era capaz de contenerlo dentro de él y su subconsciente no cesaba en absorber ethernano, como una bomba de succión lista para estallar en cualquier momento. Su magia era agua que se escurría entre los dedos a una velocidad vertiginosa, imparable, indomable. Su afinidad con el ethernano era demasiada y su cuerpo, privado durante tanto tiempo de él, lo absorbía con glotonería, insaciable.
Más. Más. Más.
Sentía el poder hirviendo en sus venas, pugnando por salir, pero deseando quedarse el mismo tiempo. Fuera, dentro. Vacío. Lleno. Él no era más que un recipiente roto; su magia hablaba por sí misma, ansiosa por tomar forma, incapaz de adoptarla.
Se llevó las manos a la cabeza, gimiendo. Necesitaba calmarse, debía recuperar el control de su cuerpo, de su magia. No absorbas, se recordó, jadeando de dolor. Modela.
Tenía demasiado ethernano en su sistema que tenía que expulsar antes de que la magia se desbordara fuera de él. Era contradictorio, era una maldición. Usa pero no uses; absorbe ethernano y deshazte de él. En su interior no debía de haber nada, pero todo se dirigía a él.
Una mano helada y familiar en la espalda le recordó que debía respirar, serenarse. Pensar demasiado siempre era contraproducente. Debía surgir por sí solo, inconsciente, como siempre. Lo hacía a todas horas, ahora no debía ser diferente.
Reajusta.
Concéntrate.
Solo es ethernano; siempre estás rodeado de él. Úsalo, pero con moderación. Empápate de él, como siempre, pero no dejes que te afecte. Expúlsalo. Dentro no puede haber más del necesario.
Concentraciones. Densidades. Polvo.
Solo son partículas, partículas de las que puedes deshacerte en cualquier momento. No las necesitas. Tampoco tu magia. Suprímela. Eso es. No la uses. Deja el ethernano libre, sin poder.
Polvo. No es más que polvo.
No lo uses.
Úsalo.
Solo un poco.
Lo suficiente para sacarlo fuera de tu cuerpo.
Respira. Eso es.
Ya está.
Abrió los ojos.
Seguía mareado, pero volvía a ser capaz de mantenerse sobre sus propios pies. Inspiró hondo, visualizando una y otra vez que construía y deshacía su propia magia con cada bocanada de aire, con cada latido. Su poder era emplear el ethernano puro, ser capaz de concentrarlo y usarlo a voluntad pero sin darle forma, sin dotarlo de ningún otro elemento. Era poder, puro y duro, y desde hacía cuatro años se había vuelto incapaz de controlarlo. ¿La prueba de ello más reciente? El área destrozada del suelo que lo rodeaba con un radio de dos metros.
Su magia palpitó dentro de él, inestable, y se obligó a volver a dejar la mente en blanco, concentrándose en respirar. Visto desde fuera, su cuerpo se cubría de forma inestable e intermitente del aura oscura del ethernano concentrado a niveles insospechados.
Solo cuando creyó volver a tener todo bajo control, se atrevió a mirar a Invel. Su ayudante... No, su mejor amigo lo contemplaba a pocos pasos de distancia, en silencio y con la misma paciencia de siempre. Una de sus manos goteaba por el uso reciente del hielo de su propia magia.
No necesitó preguntar nada, pues Invel había presenciado demasiadas veces esa mirada apenada y ese ceño fruncido.
—Estoy bien —aseguró—. No me has herido más que de costumbre.
Zeref reprimió una mueca y asintió, agradecido y arrepentido a partes iguales. Los primeros e interminables segundos de sus ataques eran incontrolables, destructivos dada su repentina intensidad, e Invel era de los pocos que se atrevían a acercarse a él en ese estado para recordarle dónde estaba y qué debía hacer. De lo contrario, podía perderse en sí mismo y dar rienda suelta a algo de lo que no quería ver sus resultados.
Una nueva punzada de dolor y un insistente cosquilleo en los dedos le indicó que había vuelto a desconcentrarse. Volvió a inspirar hondo y reanudó el interminable uso de su magia a niveles mínimos. Si no quería que se acumulara dentro de él y se desbordara sin control como una presa rota, no debía dejar de manipularla, aunque no podía usarla.
Una contradicción tras otra; en eso se había convertido su vida desde hacía cuatro años.
El rugido furioso de la serpiente en los cielos le recordó por qué se estaba arriesgando tanto. Aquella era una Ruptura como pocas se habían dado antes, y no pensaba dejar a Natsu a merced de la incertidumbre.
—Vamos —determinó, e Invel accedió a seguirlo en aquella locura con un suspiro resignado.
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