Capítulo 15
—Creí que me habías prometido no volver por aquí hasta la próxima revisión —fue lo primero que dijo Grandeeney cuando vio a Natsu traspasar la puerta de la enfermería. No parecía muy sorprendida.
En la otra punta de la habitación, Porlyusica bufó desdeñosa mientras organizaba varios frascos.
—Como si algún Dragneel pudiera quedarse quieto tanto tiempo —murmuró entre dientes la mujer sin apartar la vista de lo que estaba haciendo. Tenía el pelo rosa, opaco y cano, recogido en un moño y Natsu no sabía si tenía más arrugas por la edad o por su eterno mal humor.
—Se cortó la electricidad —protestó él, apartándose de la puerta y dirigiéndose directo a la primera camilla—. ¿Qué culpa tengo yo de eso?
Su voz seguía escuchándose ronca y rasposa aún después de haber pasado varias horas ya del ataque, motivo por el cual se había visto obligado a hacer una parada rápida por la enfermería.
—Tienes la culpa de coordinarte con todos los problemas que hay a tu alrededor para que te afecten a ti también. —Porlyusica lo señaló con el bolígrafo con el que estaba haciendo el inventario—. Complicación que surge en Central o en la Academia, Dragneel que aparece.
Las alarmas internas de Natsu se encendieron de pronto y dejó de desabotonarse la camisa para contemplar a la mujer.
—¿Mi hermano ha estado aquí? —preguntó ansioso, poniéndose de golpe en el peor de los escenarios.
Justo en ese momento, Grandeeney apareció a su lado para poder revisarlo.
—No —lo tranquilizó a la vez que se ponía unos guantes—. Pero sí Invel buscando sus pastillas. Al parecer la subida de tensión la causó un pulso cargado de ethernano que afectó a un par de muestras con las que estaba trabajando y le ha surgido una migraña bastante fuerte, eso es todo. Zeref está bien —aseguró—. Y ahora abre.
Natsu obedeció a regañadientes. Mientras la enfermera le revisaba la garganta, hizo una nota mental de llamar a Mavis en cuanto pudiera. Que no se hablara con su hermano no implicaba que no le importara su estado. No obstante, le alivió saber que todo se había reducido a un simple, aunque potente, dolor de cabeza. Podía vivir con ello.
El paso atrás de Grandeeney lo arrancó de sus preocupaciones.
—Vuelves a tener la garganta irritada, pero no parece que te haya pasado nada más —explicó, dejando caer el depresor lingual que había utilizado en un cubo de basura y guardándose la linterna en el bolsillo. Luego, se colocó el estetoscopio en los oídos, se puso detrás de él y procedió a auscultarle los pulmones—. ¿Cuánto te duró el ataque?
Antes de responder, Natsu se aseguró de inspirar hondo.
—No lo sé —reconoció, mientras expiraba poco a poco. Hizo una pausa para respirar profundo una vez más—. Un par de minutos, creo. Fue tan de improvisto que también me dio un ataque de pánico, así que recuerdo más bien poco.
—¿Te molesta al respirar con la bufanda?
Negó, y agradeció en silencio que la mujer no insistiera en lo último que había dicho ni que comentara nada al respecto. No le gustaba revivir ese tipo de episodios más de lo necesario, y el de aquella tarde había conseguido que se sintiera de nuevo tan vulnerable como se sentía al comienzo de todo aquello. Su cuerpo vivía al borde del colapso y estaba hecho una mierda, lo tenía asumido ya. Sin embargo, si no se lo recordaban ni le tenían lástima por ello cada dos por tres, mejor.
—Te voy a dar un jarabe que te ayudará con las heridas —dijo entonces Grandeeney, y Natsu se lo tomó como una señal de que ya podía volver a vestirse—. Y aunque sé que es mucho pedir, intenta no hacer esfuerzo físico que te acelere la respiración al menos durante los próximos tres días. Te daré un justificante.
—Pides imposibles, Grandeeney —espetó Porlyusica a la vez que Natsu asentía.
Al escucharla, le lanzó una mirada resentida a la vez que terminaba de abrocharse los botones de la camisa, pero la mujer lo ignoró por completo, siguiendo a lo suyo. Justo en ese momento, la puerta de la enfermería volvió a abrirse.
—¡Gajeel! ¡No puedes entrar sin llamar! —siseó una voz que Natsu enseguida reconoció como Juvia.
—Solo será un momento, no te... Oh, Salamander.
El mencionado como Gajeel, un tipo enorme y de aspecto bravucón con más piercings de los que se podrían contar a la vista y una espesa y larga mata de pelo negro atado en una coleta, se detuvo en medio de la enfermería en cuanto reconoció al estudiante que estaba de pie junto a una de las camillas. Parpadeó confundido durante dos segundos, asimilando su presencia, y acto seguido sonrió de oreja a oreja y se rió entre dientes.
—Pero bueno, ¡por fin nos cruzamos! —En dos grandes zancadas ya estaba a su lado y le pasaba un brazo por los hombros. Tenía la chaqueta negra arremangada, dejando a la vista aún más piercings e incrustaciones—. ¿Qué tal la vida, Salamander, compañero? ¡Hace siglos que no te veo!
—En realidad han sido solo un par de meses —replicó Natsu, aguantando las sacudidas que le estaba dando su antiguo compañero de equipo. Dio gracias de que le hubiese dado tiempo a vestirse antes de que semejante ruidoso irrumpiera en la habitación y se permitió disfrutar de aquel raro encuentro—. ¿Qué haces aquí?
—Eso debería preguntarlo yo. —Una voz seca y malhumorada interrumpió la posible respuesta de Gajeel. Porlyusica los miraba con el ceño fruncido y cruzada de brazos. Entonces, vio algo en lo que Natsu no había reparado hasta el momento y chasqueó la lengua—. ¿Otra vez te has agujereado la sesera?
Gajeel rió entre dientes una vez más, despreocupado, y su compañero por fin se percató del nuevo piercing que tenía en la ceja. Este, uno de muchos, estaba algo enrojecido y muy buena pinta no tenía. La mueca irritada de Porlyusica le daba la razón.
—Tantos piercings encima y todavía no eres capaz de evitar que se te infecte —gruñó, dirigiéndose hacia un armario para sacar un botiquín. Su regaño continuó—: Si no fuera porque tienes el permiso del director para volverte un alfiletero con patas, te echaría de aquí al instante, Redfox. Eres un irresponsable.
El aludido reprimió una carcajada y soltó a Natsu para acercarse a la mujer. Su antiguo compañero, por otro lado, puso los ojos en blanco y recuperó la chaqueta que había dejado olvidada encima de la camilla. Gajeel no tenía remedio, en ninguno de los sentidos. Tenía una confianza en sí mismo abrumadora, hasta el punto de llegar a incomodar a quien no lo conociera, y su aspecto le hacía parecer un matón de barrio con el que no te apetecía cruzarte. Además, cantaba fatal.
No obstante, aún con todo eso, era fuerte; no por nada tenía grabadas ya tres estrellas en el pecho. En lo poco que llevaban de curso, ese tipo de aspecto sin vergüenza había conseguido alcanzar el Rango C. Natsu, de forma sincera y honesta, se alegraba de que le estuviera yendo tan bien.
Sintió entonces una presencia calmada, y algo resignada, a su lado y, sin darse la vuelta, preguntó:
—¿Cuándo se lo ha hecho?
—Hace un par de días. —El suspiro paciente de su amiga le arrancó una sonrisa—. Juvia le ha estado recordando que tiene que limpiárselo, pero como siempre, poco caso hace.
Natsu se mantuvo imperturbable. Ese aspecto aparentemente desinteresado de Gajeel ya se lo conocía.
—Tiene que ser un incordio depender de incrustaciones de metal para poder usar todo tu poder —murmuró, aunque luego se dijo que más problemática era su propia condición sobre sus habilidades. Que se te quemara y carbonizara el cuerpo con cada nuevo uso de sus llamas no era para nada agradable.
Juvia, en cambio, se encogió de hombros.
—Si fuera otra persona, tal vez. Pero estamos hablando de Gajeel... Tener una excusa justificada para hacerse todos los piercings que quiera es como ganar la lotería.
Natsu tuvo que admitir que tenía razón, y envidió la suerte con la que había nacido. Si seguía como hasta ahora, Gajeel tenía una brillante carrera como exterminador por delante.
—De todas formas, Natsu-san, ¿qué haces aquí? —preguntó entonces Juvia, volviéndose hacia él y mirándolo en busca de alguna herida visible—. ¿Te encuentras mal?
—No, tranquila. Estoy bien. —Sonrió despreocupado y se encogió de hombros, acudiendo a la versión oficial que conocían todos—: Un pequeño episodio de asma, nada importante.
Justo en ese momento, Grandeeney terminó de redactar el justificante y se acercó a él, folio y jarabe en mano.
—Dos veces al día —le indicó, ahorrándose el resto de detalles y advertencias que ya se sabía por culpa de la repentina presencia de dos de sus amigos.
Natsu asintió y se guardó el frasco en el bolsillo y el justificante en el interior de la chaqueta. Pocos pasos más allá, cerca de la segunda camilla de la enfermería, Gajeel siseaba quejidos ante el escozor de lo que fuese que le estuviera echando Porlyusica.
—Deja de quejarte, que tú te lo has buscado —espetó la mujer, limpiando la zona de forma meticulosa con un trozo de gasa. Poco después, se incorporó—. Listo. Más te vale no volver por aquí a no ser que tengas un hueso roto, Redfox. Y ahora largo de aquí, los tres.
Y de esa forma, acabaron siendo echados al pasillo sin contemplaciones. La puerta se cerró a sus espaldas con un golpe seco, aunque ninguno se sintió ni sorprendido ni ofendido por dicha actitud desdeñosa. De modo que, sin darle mucha mayor importancia, partieron en acuerdo mudo en la misma dirección. Cinco minutos después, deambulaban por los jardines del campus sin un destino fijo.
—¿Y bien? —preguntó Gajeel al cabo de un rato, con las manos en los bolsillos y su nuevo piercing todavía inflamado, aunque desinfectado—. ¿Qué tal te está yendo este año, Salamander? Juvia me ha dicho que tienes un equipo bastante bueno.
—¿Celoso? —Alzó una ceja y su amigo se carcajeó de buena gana.
—Qué más quisieras.
—Cualquiera diría que me echas de menos, Gajeel —se burló, y tuvo que esquivar un codazo que buscaba sus costillas. Riendo para sí mismo, se adelantó un paso y comenzó a caminar de espaldas para poder verlo de cara—. ¿A quién tienes ahora como equipo?
—¿Te acuerdas de los gemelos del otro grupo del año pasado?
Natsu no tuvo que hacer mucha memoria para saber de quién estaba hablando.
—¿Sting y Rogue?
—Y una chica llamada Yukino. Es la única maga del grupo, aunque todavía le falta bastante. Está repitiendo.
Aquello hizo que se detuviera en seco. Gajeel le lanzó una mirada extraña y él intentó no darse por aludido. En cierto modo, le pareció una ironía cruel que su amigo tuviera a semejante miembro en su equipo. Otra vez.
Sin embargo, lo que dijo fue otra cosa:
—Me sorprende que solo haya un mago en el grupo. Suelen ser dos y dos.
Gajeel se encogió de hombros y metió las manos en los bolsillos. Reanudaron la marcha.
—Como si supiera cómo hacen los equipos.
—¿Y? —se interesó su antiguo compañero tras un momento de silencio—. ¿Qué tal os va? ¿También les creas pesadillas con tus horribles canciones como hacías conmigo?
—Vete a la mierda, Salamander —escupió Gajeel al instante. Juvia, entre ambos, suspiró resignada—. Mis canciones solo las aprecian los verdaderos artistas.
Natsu se abstuvo de poner los ojos en blanco. Su amigo continuó:
—Y no, los gemelos están demasiado obsesionados con entrenar como para pensar en algo más. Y si no es sobre eso, lo único que escucho salir de sus bocas es sobre el dichoso exterminador END. Son irritantes.
Natsu se tensó sin poder evitarlo. Lo miró de reojo, pero Gajeel estaba más interesado en patear cada piedra que se encontraba por el camino. Antes de que pudiera darse cuenta, preguntó:
—¿No te cae bien?
—Para nada. —La rapidez de la respuesta le sentó como un puñetazo en el estómago. Con una fuerte patada, su amigo lanzó la piedra a un lado con la punta de su bota—. Detesto a los que se esconden. No niego su habilidad; he visto los pocos vídeos de incursiones suyas que hay y el tipo sabe lo que se hace. Pero no entiendo cómo, siendo tan hábil, se esconde del resto del mundo. Es un maldito fantasma. ¿A qué le tiene miedo? ¿Tan horrible es su cara que teme enseñársela al resto del mundo?
—Gajeel... —suspiró Juvia, advirtiéndole a través del tono de su voz que se estaba emocionando de más. Y no en el buen sentido.
El que era su mejor amigo chasqueó la lengua, molesto.
—Sólo digo que estaría bien que diese la cara, al menos una vez en su vida. No sé, si yo fuera amigo suyo y no supiera que es END en realidad, me sentiría estafado.
Natsu no se atrevió a levantar la mirada del suelo.
Dimaria salió de la ducha vistiendo una de las camisetas de Natsu a modo de corto camisón. Se estaba revolviendo el pelo mojado para que se aireara y se secara más rápido cuando vio que Natsu contemplaba algo en el holograma de su reloj con gesto demasiado concentrado. Solo llevaba puesto un sencillo y desgastado pantalón de deporte y la bufanda. Ni siquiera se había molestado en pasarse la toalla por el pelo y los mechones le goteaban sin cesar, mojando sus hombros y su espalda desnuda.
En silencio, se subió de rodillas en la cama detrás de él, alcanzó la toalla y comenzó a pasársela con suavidad por la cabeza. Natsu no reaccionó y Dimaria se inclinó para besarle el cuero cabelludo de forma distraída. Olía a champú y la humedad lo volvía el doble de suave. Depositó otro casto beso y continuó con la tarea que se había adjudicado ella sola.
—¿En qué piensas? —murmuró, leyendo por encima de su hombro el holograma. Para su sorpresa, tenía abierto su perfil de exterminador y contemplaba sus estadísticas con gesto ausente.
—¿Estoy haciendo lo correcto? —preguntó entonces Natsu, todavía absorto en los números que aparecían en esa proyección azul.
Dimaria detuvo sus movimientos, confundida.
—¿A qué te refieres?
Natsu suspiró y, tras pulsar un botón, su perfil de mago apareció también ante sus narices.
—Esta doble vida... ¿De verdad es necesaria? —Se encorvó sobre sí mismo y se llevó las manos a la cabeza. El holograma desapareció con el movimiento—. Por más que lo pienso no consigo dar con otra solución. Aquí fuera soy inútil, y ante el menor descuido puedo llegar a morir cuando en el otro lado poseo el rango al que todos aspiran... No quiero reprimirme, lo odio, pero de nada sirve que asegure que soy un Rango S cuando no puedo demostrarlo. —De pronto, rió con amargura—. Maldita sea, ni siquiera puedo decir que eres mi novia ni relacionarme con mis amigos por lo que podría perjudicarles los rumores que circulan sobre mí. Y por si fuera poco, mi relación con mi hermano ya ni existe —Hundió los hombros todavía más, levantó las rodillas y escondió el rostro en sus brazos—. Estoy cansado y sin ideas ni soluciones, Dimaria. Estoy harto de esto. No puedo más. No puedo...
Los lamentos de Natsu acabaron casi en un gemido lleno de frustración y Dimaria, en silencio, lo abrazó por la espalda, trazando círculos suaves en la poca porción de piel que no tenía cicatrices y que todavía era capaz de sentir. Sintió cómo temblaba entre sus brazos, tenso y angustiado, y le besó el hombro con suavidad.
—Nunca me ha importado que los demás sepan o no que estoy contigo, Nat —murmuró despacio, dejando que sus labios se movieran sobre su piel—. Estoy en una relación contigo, no con ellos. Y si le preguntas a Mira o a Laxus te dirán algo parecido. Tus circunstancias no nos importan, sino quién eres. Entiendo que es duro, y que lo detestas; yo misma me volvería loca si tuviera que limitarme como lo haces tú, fingir como finges tú. Pero es precisamente por eso por qué te apreciamos tanto. Conocerte de verdad es como encontrar un tesoro perdido en el fondo del mar del que nadie sabe y nos sentimos afortunados de ser nosotros sus descubridores. Ser un secreto no siempre es malo, Nat, al contrario. Te vuelve especial.
A medida que hablaba, sus labios fueron dejando un rastro de piel erizada por su espalda. Esquivó la tela de la bufanda y le dejó un beso en el hueco escondido que había detrás de su oreja. Sintió cómo se estremecía y sonrió sin apartarse.
—Esa es una bonita forma de decirlo —le escuchó murmurar. Sonaba agradecido, pero cierto tono deprimido seguía empañando su voz grave. Traviesa, le rozó con los dientes aquella zona sensible, haciéndolo temblar—. Dimaria... —advirtió—. Acabamos de hacerlo. Y nos hemos duchado...
Pese a sus protestas y su aparente negativa, sus dedos se entrelazaron y permaneció inmóvil y sin apartarse. Cierta expectativa se respiraba en el aire y Dimaria resistió el impulso de llevar sus manos unidas a territorio peligroso. En su lugar, rió entre dientes y le mordisqueó la mandíbula, tentándolo mientras gateaba por la cama hasta acabar sentada en su regazo. Le rodeó el cuello con un brazo y la mano libre le apartó los mechones húmedos de la frente. Natsu la miraba con intensidad y ella sonrió de lado.
—Una ducha malgastada no va a impedir que te anime —declaró antes de reclamar sus labios.
Natsu le respondió al instante y sonrió divertido cuando sintió que se arrimaba todavía más a él. Entonces, la sorprendió abrazándola con fuerza y recargando la frente en su pecho. Dimaria, sin poder evitarlo, suspiró y le acarició el cabello húmedo de la nuca con la punta de los dedos.
—¿Me dirás qué te ocurre en realidad? —murmuró entonces—. ¿O voy a tener que adivinarlo?
Natsu necesitó de un momento para poder contestar. Tras un suspiro inseguro, masculló:
—Esta mañana me he encontrado con Gajeel. —Hizo una pausa y Dimaria aguardó con paciencia. Sabía que no había terminado—. Salió el tema de END, y el hecho de que oculta su identidad.
—¿Y le has dicho que eres tú? —tanteó, aunque intuía que el problema no iba por ahí.
—Lo odia.
De acuerdo, ese era un golpe bajo.
Consciente de que lo que necesitaba no eran precisamente palabras de ánimo vacías, Dimaria lo atrajo hacia ella y volvió a besarle el pelo, diciéndole con gestos que ella estaba ahí, con él. Y que podía decirle todo lo que quisiera; no lo juzgaría. Natsu se estremeció entre sus brazos bajo sus caricias.
—Me siento como un maldito estafador —masculló entonces, estrechándola con más fuerza por la cintura—. Estoy harto.
—Pues acaba con esto.
Fue dura, directa, y Natsu alzó la cabeza para contemplarla con confusión. Dimaria le acarició la sien y volvió a apartarle el flequillo húmedo que le caía sobre los ojos.
—Dijiste que tu apuesta con Laxus era que, si perdías, participarías en el Torneo. Habéis acabado en empate. Los dos ganáis, los dos perdéis... —Hizo una pausa—. Hazlo. Deja que los demás vean cómo eres en realidad, cómo puedes pelear. Puedes hacerlo; la arena posee altas concentraciones de ethernano. No estarías en desventaja.
Sin embargo, Natsu negó con la cabeza con gesto amargo.
—Suena tentador, Dimaria, en serio. Pero... No puedo hacerlo. Se desvelarían demasiadas cosas de golpe. Que sepan de mi problema me da igual, pero no puedo hacerle lo mismo a mi hermano. No se merece eso. No sería justo...
Quiso agachar la mirada, pero Dimaria lo agarró por las mejillas y lo obligó a que la viera a los ojos. Estaba seria.
—Natsu, escúchame. —Cuando su nombre completo salió de sus labios, a él le recorrió un escalofrío—. A Zeref le da tan igual como a ti que sepan que ya no puede controlar sus poderes. Ninguno tuvo la culpa de ese accidente, pero como hermanos que sois, ambos sois tan idiotas que os complicáis la existencia intentando cuidar del otro.
Natsu quiso protestar ante ese dato, pero Dimaria le apresó los labios entre los dedos antes de que pudiera abrir la boca.
—Déjame acabar —espetó, sin opción a réplica—. No pasa nada que por una vez en toda tu vida quieras ser egoísta. Decide cómo quieres seguir pensando en ti, no en los demás. El resto, yo, Zeref... Aceptaremos hagas lo que hagas y decidas lo que decidas. Si necesitas tiempo, te lo daremos. Si quieres seguir como hasta ahora, nosotros continuaremos fingiendo que no te conocemos en público. Y si lo que quieres es dejar de ocultarte, yo misma me encargaré de hacérselo saber al mundo.
Durante un momento, el silencio inundó la habitación. Natsu contempló a Dimaria, sin habla, con el pulso a mil y el corazón temblando. Comenzaron a escocerle los ojos y su novia resopló de forma exagerada.
—Por Dios, eres todo un sensible —murmuró antes de rozarle los labios con los suyos.
Natsu respondió al beso subiendo sus manos por su espalda, y no se resistió cuando ella lo empujó contra el colchón. Sonrió mientras se besaban y Dimaria se apartó, no sin antes apresarle el labio inferior con los dientes.
—¿Qué? —quiso saber, tan cerca el uno del otro que sus alientos se entremezclaban.
Él negó, despacio, y hundió los dedos en su pelo, enredándose entre mechones rubios recién lavados.
—Nada —murmuró. La atrajo hacia él una vez más en un abrazo lleno de cariño y agradecimiento—. Solo que no te merezco.
Dimaria ahogó una carcajada contra su boca.
—Ya tendremos esa conversación en otro momento —aseguró—. Tal vez después...
No hizo falta que aclarara a qué se refería.
—He estado pensando... —El murmullo perezoso de Dimaria rompió el silencio.
—¿En qué, exactamente? —quiso saber Natsu. No dejó de acariciarle la espalda desnuda en ningún momento y sus dedos recorrían con tranquilidad la línea de su columna.
Dimaria se removió bajo las sábanas y se acomodó mejor en su pecho. Tras apartar uno de los extremos de la bufanda, comenzó a dibujar formas sin sentido por su piel con las uñas. Aunque ya no podía sentir ninguna caricia a causa de las cicatrices, Natsu disfrutó del mero hecho de que ella se entretuviera tocando con tanta naturalidad algo que hasta a él mismo le causaba incomodidad.
—En volverme instructora.
Sin poder evitarlo, Natsu soltó una carcajada.
—¿Es que quieres traumar a los estudiantes?
El castigo por su burla fue un pellizco a conciencia en el pecho. Eso sí que llegó a sentirlo.
—No seas idiota.
Natsu se mordió la lengua para no reír una segunda vez y le besó la coronilla. Comprobó con placer que el pelo de su novia seguía oliendo a cítricos, como siempre. Reanudó las caricias que no recordaba haber detenido.
—Perdón —se disculpó—. Es solo que me ha tomado por sorpresa. ¿Por qué quieres hacerlo? Pensaba que estabas satisfecha solo con ser exterminadora.
—Y lo estoy. —Soltó un suspiro—. Pero no deja de ser más de lo mismo. Quiero probar algo nuevo. Si al final no me gusta, siempre puedo dejarlo.
—En ese caso, adelante. Sabes que si es lo que quieres, te apoyaré en lo que sea.
—¿Incluso si llego a pedir la colaboración exclusiva del misterioso exterminador END?
Natsu rió y la pinchó en un costado.
—Tú lo que quieres es ver el mundo arder.
—¿Qué puedo decir? —Se incorporó en un codo y lo miró a los ojos. Una sonrisa traviesa le curvaba los labios—. Me gustan las cosas calientes.
La carcajada de Natsu fue instantánea. Negó para sí, sabiendo que no tenía remedio ni que pretendía ponérselo.
—Mujer insaciable —la reprendió, y le rozó la nariz con un dedo.
Dimaria amplió su sonrisa y estuvo a punto de decir algo cuando una fuerte alarma comenzó a resonar por todo el campus. Instantes después, en la mesilla de noche, ambos comunicadores comenzaron a vibrar con fuerza e insistencia. En sus pantallas iluminadas, se leía un mensaje que rezaba: Código 4.
Se miraron entre ellos, con la jovialidad de hace un momento desaparecida. Natsu suspiró.
—Toca trabajar —murmuró, incorporándose con resignación. A su lado, Dimaria soltó un gruñido y hundió la cara en la almohada.
—¡Es domingo! —protestó, irritada, como si las criaturas que habitaban Eclipse tuviesen que respetar el fin de semana.
Natsu sonrió y salió de la cama sin decir nada. Con las protestas de su novia de fondo, se vistió con rapidez. Por un momento, su atención acabó en el color blanco de su uniforme. La resignación lo envolvió de lleno, pero se deshizo de ella colocándose los guantes y alcanzando sus pistolas de encima del escritorio. Sin mirar, le tendió la espada a Dimaria que estaba colgada del respaldo de la silla y, a cambio, recibió su intercomunicador. Se volvió mientras se lo colocaba en la muñeca, con la alarma todavía ocupando la pequeña pantalla con un brillante color rojo.
—Iré a Central —dijo, abriendo la notificación y dejando que se expandiera ante sus ojos. Frente a ellos, un mapa del campus relució en azul. En él, cerca de la Puerta, varios puntos rojos se movían alejándose de Eclipse y adentrándose en territorio de la Academia. Natsu contó ocho—. Si es un Código 4 es posible que al otro lado de la Puerta existan más que quieran traspasar la membrana.
Dimaria asintió y le señaló una zona que correspondía a las cercanías de los gimnasios y los laboratorios. Eran los edificios más cercanos que limitaban con Central. Ambas instituciones se separaban solo por un pequeño bosquecillo.
—Lo más seguro es que intenten reducirlos aquí. —Señaló la arboleda—. Me adelantaré para reunirme con los demás. Me temo que tú tendrás que tomar un rodeo si no quieres cruzártelos de frente.
Ante aquel apunte, Natsu compuso una mueca, pero no la contradijo. Sin perder más tiempo, salieron a la vez de la habitación; Dimaria por la ventana, Natsu por la puerta. Contaban con que la alarma y la urgencia del momento volviera a todos despistados. Y de no ser así, ya afrontarían ese problema a su debido tiempo.
No se desearon suerte, ni pidieron que el otro tuviera cuidado, y su única despedida consistió en un simple "Nos vemos luego." antes de que cada uno se marchara por su lado a cumplir con sus propias responsabilidades. Se trataba de un Código 4, lo cual implicaba que Central había decretado que solo magos y exterminadores de Rango B o superior podían hacerle frente a las criaturas que habían conseguido abrir por sí mismos la Puerta. Las Rupturas de Membrana no eran infrecuentes, pero tampoco sucedían tan a menudo como para que los novatos estuvieran calmados ante el peligro y supieran cómo reaccionar.
En su camino a Central, Natsu se cruzó con grupos de estudiantes de bajo rango que miraban a su alrededor con expresiones perdidas de pánico mientras la alarma y las instrucciones de Central y la dirección de la Academia resonaban por los altavoces de toda la institución. Los ignoró a todos y, en cuanto se escabulló entre dos edificios estrechos, activó su uniforme para que cambiara de color. El blanco dio paso al negro y bajo el escudo del pecho apareció una línea dorada. Dejó caer la capucha sobre su cabeza, se subió la bufanda, ahora negra, hasta la nariz y, mientras corría hacia su destino, llamó a Mavis.
—Natsu. —Su voz sonó distorsionada por el intercomunicador.
—¿Cómo está la cosa por Central? —fue lo primero que quiso saber.
Desde donde se encontraba, comenzaron a ser audibles rugidos y sonidos de lucha. Dejó atrás el último laboratorio y salió a una pequeña explanada. Quinientos metros más adelante divisó la arboleda y las nubes de polvo que levantaban los enfrentamientos. Eclipse, a lo lejos, parecía vibrar.
—Organizándose —le estaba diciendo Mavis. Parecía preocupada y con prisa—. Se ha abierto un portal secundario y dos dimensiones dentro de la propia Puerta. Por ahora solo han conseguido salir ocho criaturas, pero como siga así, pronto pasará a ser un Código 5.
Natsu no necesitó oír más.
—Voy para allá —prometió, acelerando el paso. Sus pulmones protestaron por la carrera, pero tragó en seco y siguió corriendo.
—No te sobreesfuerces —fue la petición de Mavis, y antes de que Natsu pudiera replicar, añadió—: Zeref está con Invel.
Sin poder evitarlo, una sonrisa amarga pero agradecida le torció los labios.
—Gracias, Mavis. —Y, sin añadir nada más, colgó la llamada.
En el mismo instante en el que dejó de prestarle atención al reloj, el ruido que había por los alrededores pareció volverse el doble de estridente. Sin dejar de correr, se fijó en la arboleda, donde varios magos y exterminadores acudían con prisa. Distinguió a un par de profesores, entre ellos Mest y Ur, antes de que su atención acabara anclada en las criaturas a las que estaban enfrentándose.
Se habían dispersado, caóticas y enfurecidas, y dos de ellas habían conseguido acercarse de más al campus antes de que fuesen interceptadas. Tres de los monstruos parecían ser capaces de volar y eran los que más problemas estaban dando a la hora de intentar evitar que se alejaran demasiado del epicentro de la batalla. Antes de que pudiesen alcanzar los territorios de la Academia, sin embargo, un destello morado resplandeció antes de que una de ellas recibiera un poderoso impacto. En el aire, Mira observaba a la criatura con expresión seria. Ella y su equipo acababan de llegar para ayudar.
Bajo la supervisión atenta y el apoyo ocasional de los profesores presentes, era tarea de los alumnos intentar reducir a las bestias. Al fin y al cabo, se formaban para ello. Al principio, cuando descubrió aquel detalle, Natsu pensó en ellos como exámenes sorpresa, y lo cierto es que no iba muy desencaminado; más de uno había conseguido obtener méritos suficientes para subir de rango en Rupturas como esa.
Un fuerte rugido lo sacó de su ensoñación y, segundos después, vio cómo varios árboles acabaron derribados por el impacto de un monstruo al caer al suelo. Aturdida, la bestia se incorporó sacudiendo su enorme cabeza. Parecía ser una mezcla entre un león con rasgos de mono y coraza. Era repugnante. Varios metros más allá, la espada de Dimaria relució con el sol cuando se la colocó al hombro. Natsu no le veía la expresión, pero por su porte altiva, apostaría lo que fuera a que estaba sonriendo.
Negó para sí y reanudó su carrera. Su trabajo lo esperaba dentro de la Puerta, no ahí fuera.
Dimaria vio a Natsu rodear el bosquecillo por el rabillo del ojo mientras esquivaba el embiste de la criatura que acababa de derribar. Estuvo tentada de dejar la batalla e ingresar con él a Eclipse, al fin y al cabo, a su alrededor había estudiantes de sobra que pudieran ocuparse de las bestias y, además, técnicamente ella ya estaba graduada. Ya no era estudiante, sino un efectivo de Central y estaría en su derecho de pelear dentro de la Puerta a placer. Sin embargo, prefirió mantenerse al margen esta vez, consciente de que a Natsu le vendría bien desquitarse por cuenta propia con lo que sea que encontrara ahí dentro.
No obstante, eso no impedía que ella no pudiera divertirse un rato, aunque estuviese obligada a actuar de mero apoyo a favor de la formación de los estudiantes. A su lado, Brandish suspiró y se sacudió el polvo que había acabado en su camisa.
—¿Por qué siempre tienen que ser bichos horrendos? —se quejó—. ¿Qué problema hay con que sean gatitos o conejitos esponjosos?
Dimaria soltó una carcajada y esquivó una de las zarpas del monstruo. Impregnó con su poder el filo de su espada y lanzó un corte acelerado en el tiempo que zumbó en el aire y cortó uno de los colmillos de la bestia justo cuando esta se disponía a rugir.
—Bueno —comenzó, dando un paso atrás para que un grupo de tercer curso intentara acabar con el monstruo. En él había una chica pelirroja que se parecía bastante a la profesora Belserion. La ignoró y se volvió hacia su amiga—. En primer lugar porque harías todo lo posible por adoptarlos a todos y dejarías de ser tan eficiente. ¿Recuerdas ese gato pintado de azul que encontró Natsu una vez detrás de la cafetería? Quisiste secuestrarlo nada más verlo.
Brandish compuso una mueca, redujo los átomos de una roca que salió disparada en su dirección hasta convertirla en poco más que un guijarro y protestó:
—Era adorable. De no ser porque era el padre de una camada, me lo habría llevado a casa.
—Vives en la residencia —le recordó—. No puedes tener mascotas.
—Me habría mudado.
—¿Y renunciar a que te cocinen y limpien tu cuarto una vez a la semana? Ja. Buen chiste.
Si Brandish pretendía replicar, su respuesta quedó cortada por una mano que se puso en el hombro de cada una. Cuando se volvieron, ambas al mismo tiempo, se encontraron cara a cara con una sonriente Ur.
—¿Estáis aquí para ayudar o para charlar?
—Ambas. —La sonrisa de Dimaria fue resplandeciente—. Si no me distraigo, acabaré por deshacerme del monstruo por cuenta propia.
—Sí —concordó su amiga—. Contenerse es molesto. ¿Puedo volver a mi cuarto? Aquí sobramos unos cuantos.
—No, no puedes. —Ur le propinó un golpe en la cabeza que le arrancó un quejido—. El protocolo y las normas están por algo. Nunca se sabe qué puede aparecer. Y si no vais a ayudar, al menos dad un par de consejos.
Dimaria le sonrió a su antigua profesora y apoyó una mano en la cadera.
—No pienso hacerte el trabajo si no me pagas.
Ur abrió la boca para objetar, pero volvió a cerrarla sin decir nada. Un par de metros más allá, Juvia realizaba un ataque combinado junto a Erza para intentar reducir de una vez por todas al monstruo. El suspiro que expiró la profesora quedó ahogado por el rugido de la criatura.
—Te he enseñado demasiado bien —dijo, resignada. Dimaria amplió su sonrisa y ella puso los ojos en blanco—. Solo... Mantened un ojo puesto en los equipos, ¿de acuerdo? No quiero accidentes.
No recibió respuesta, ni tampoco la esperó, retirándose a paso rápido para ir a comprobar el estado de un grupo que luchaba no muy lejos de ahí. El equipo de Mira había conseguido vencer su propia bestia hacía rato y la albina se acercaba a ellas con su aspecto humano. Las saludó agitando los dedos.
—Os veis aburridas —rió.
Dimaria se encogió de hombros.
—Hay pocas cosas que emocionen a un Rango S. Oh, por cierto —le señaló la comisura de los labios, teñida de carmín—, todavía tienes algo de sangre... Justo ahí.
Mira se relamió sin darle mayor importancia. Dimaria sonrió al verla tan relajada y se rió entre dientes.
—Da igual las veces que lo vea, me sigue pareciendo fascinante que hagas eso sin inmutarte.
—¿El qué? ¿Adquirir nuevo ADN de monstruo a través de su sangre? —Se retiró la coleta blanca del hombro con un gesto exagerado—. Yo creo que me hace ver sensual —murmuró.
La carcajada de Dimaria fue inmediata. Luego, le lanzó una mirada significativa.
—¿Se lo has preguntado a Laxus?
Mira se llevó un dedo a los labios, pensativa.
—¿Crees que funcionará?
—Si no se pone a boquear como un pez o no te mira los labios, no es para ti.
Mirajane asintió, pensativa, y se volvió en la dirección en la que se suponía que estaba Laxus. Justo antes de marcharse, sin embargo, miró una última vez a Dimaria.
—¿Qué le preguntaste tú a Natsu?
—Nada. —Su sonrisa fue juguetona, perversa. Le guiñó un ojo—. Era más rápido besarlo.
Mira tardó medio segundo en comprender lo que quería decir. Soltó una carcajada.
—Por supuesto.
Y, sin más, se alejó de ahí. Dimaria, al verla canturrear el nombre de Laxus como si estuviera en una película de terror, se rió entre dientes y negó para sí. Esa mujer no tenía remedio, aunque era por eso mismo que se llevaban tan bien. Natsu siempre acababa protestando por la retroalimentación que se daban entre ambas.
Miró a su alrededor y vio que Brandish la había abandonado para dar un par de explicaciones vagas al grupo de la hija de Berselion, lo más probable para matar el aburrimiento. La bestia estaba en las últimas, aunque todavía conseguía mantenerse en pie. Estuvo a punto de acercarse ella también cuando vio una figura familiar entre los árboles. Sin pensar, fue a su encuentro.
—¿Erik?
El aludido se volvió hacia ella y la contempló de pies a cabeza.
—¿Nos conocemos?
Dimaria le tendió una mano.
—Dimaria, presentación realizada. —Erik le estrechó la mano por pura inercia—. Eres un Rango E, ¿qué haces aquí?
—Ya estaba aquí —aclaró él. Tenía pinta de haber luchado hacía poco, pues cierta capa de sudor le humedecía la frente—. No estaba en mis planes ayudar a acabar con un monstruo este domingo, pero prefiero conservar mi cuello. —Volvió a estudiarla, atento—. ¿No eres tú la novia de Natsu?
Dimaria sonrió, sin confirmar ni negar nada. Lo cierto era que ya estaba al tanto de que Natsu había decidido confiar en él lo suficiente como para contarle todo. Sin embargo, no dijo nada de eso y, en su lugar, lanzó una pregunta:
—¿Te apetece una clase exprés de una Rango S sobre cómo aniquilar bestias?
Erik frunció el ceño, escéptico.
—¿Y qué ganas tú con eso?
—Me libras del aburrimiento —declaró, resuelta—. Y por el bien común, prefiero que haya alguien más que sea fuerte en el equipo.
Le lanzó una mirada intensa que, para su agrado, Erik supo comprender casi al momento. Asintió y se arremangó la chaqueta del uniforme.
—Muy bien —accedió—. Ilústrame.
Cuando Natsu llegó por fin a Central, las alarmas seguían resonando y todas las pantallas del complejo alternaban entre un mapa de la zona y la propia señal roja de alerta. Todos parecían tener prisa y las voces y las órdenes se entremezclaban unas con otras de forma cacofónica. Nadie se estaba quieto y para quien no se conociera el sitio de memoria, moverse entre tanta agitación habría resultado imposible.
Natsu, en cambio, conocía un par de atajos y no dudó al salir por una puerta de emergencia para abandonar el recibidor principal y comenzar a recorrer un estrecho pasillo que solo estaba iluminado por pequeños tragaluces situados cerca del techo. Dobló a la izquierda, atravesó un pequeño almacén y volvió a girar, esta vez a la derecha. Una nueva puerta de emergencia volvió a salirle al paso y la abrió sin pensárselo dos veces. Al otro lado lo recibieron el zumbido constante de los ordenadores y las voces del personal. Todo estaba alumbrado por la luminiscencia azul de los hologramas, que cambiaban cada pocos segundos para mostrar a las criaturas que habían conseguido atravesar Eclipse.
No era el único exterminador presente en la sala, y un par lo saludaron desde la distancia al verlo abrirse paso entre tanto ordenador. Buscaba la figura menuda pero inconfundible de Mavis, pero en su lugar se topó con el aparentemente desaliñado rostro de Gildarts, el vicedirector de la Academia y uno de los profesores de último curso. Su fama de despistado competía con la de su fuerza y saludó a Natsu con una sonrisa despreocupada.
—¡END! —exclamó—. ¡Cuánto tiempo! No te veo desde hace siglos.
—No soy yo al que le gusta desaparecer en viajes esporádicos —espetó. Por debajo de la bufanda, una sonrisa divertida le curvaba los labios. Oficialmente no le había dado nunca clase, pero había sido uno de los que lo había acogido bajo su ala tras salir del hospital y el encargado de enseñarle todo lo que sabía.
Gildarts, por otra parte, no se dignó en darse por aludido y, como si más allá de esas cuatro paredes no existieran monstruos a los que hacer frente, declaró:
—¿Has olvidado cómo saludar a tus mayores, mocoso? Ven, mirar solo los gráficos es aburrido. Hazme compañía.
Dicho esto, y antes de que Natsu pudiera apartarse, lo pescó del cuello, le rodeó los hombros con su brazo metálico y lo arrastró hasta quedar frente a una de las dos inmensas pantallas que ocupaban toda la pared del fondo.
En ellas, las imágenes y los datos que captaban los drones en el interior de Eclipse eran transmitidas a Central con pocos segundos de diferencia. Natsu reconoció a más de la mitad de los magos y exterminadores que habían atravesado la Puerta, y no se sorprendió al ver a Wahl entre ellos, dispuesto a hacerse con cualquier muestra medianamente útil que acabara en sus manos —por no mencionar que era un efectivo de gran nivel.
Se habían creado para la incursión cuatro grupos, y el resto, como Natsu, aguardaba en el exterior en caso de necesitarse apoyo. De haber llegado antes, habría podido ser uno de los que participaban en la incursión, pero era un Código 4 y, aunque el nivel de peligro era importante, un Rango S poco tenía que hacer más que mantenerse a la espera.
—¿Alguna novedad? —quiso saber, sin molestarse en salir del agarre de Gildarts—. ¿El apagón de esta mañana tiene algo que ver con esto?
—Lo estamos investigando todavía. Pero es demasiada coincidencia como para descartarlo.
Quien había hablado no había sido Gildarts, sino Irene Belserion, otra de las profesoras de último curso y una de las magas más capaces que Natsu conocía. Había sido alumna de su difunto abuelo —August Dragneel, uno de los primeros magos— y, en consecuencia, estaba al tanto de sus circunstancias. Muchas veces se preguntaba cómo podía ser que esa mujer le resultara tan agradable y que a su hija no la soportara por más de cinco minutos seguidos.
Natsu suspiró.
—Estaba teniendo un buen fin de semana —protestó, decidiendo no tener en cuenta el ataque de por la mañana. Se centró en la pantalla que seguía parpadeando con múltiples datos—. ¿Se necesita más personal dentro de Eclipse?
—¿Tan aburrido estás? —se carcajeó Gildarts—. Aunque te entiendo. Me muero por un buen desafío.
—No es por eso —siseó él, frunciendo el ceño y lanzándole una mirada significativa—. Soy más útil ahí dentro.
El que fue en su día su maestro sonrió, comprensivo, y le palmeó la cabeza por encima de la capucha cual niño pequeño.
—Deja de vivir tan amargado, coge unas palomitas y disfruta de las luces de esta caverna que apesta a cerebro sobrecalentado. Te lo pasarás bien.
—¿Has vuelto a beber más de la cuenta?
La pregunta de Irene dio voz a los propios pensamientos de Natsu. El aludido volvió a reír, divertido, y se dispuso a contestar cuando una segunda alarma, más aguda e insistente que la que ya estaba sonando por el campus, cortó la conversación de raíz. Los gráficos de la pantalla se cambiaron al instante por unas imágenes de la propia Central, concretamente de las cámaras de seguridad de un laboratorio que Natsu había visitado bastante durante las últimas semanas. Alguien estaba entrando en la zona restringida, pero las luces se habían atenuado por el estado de alerta y no se podía distinguir más allá de una silueta.
—Pero qué... —La voz grave de Gildarts había perdido todo rastro de humor—. Que alguien acerque la imagen. ¡Rápido!
La orden fue acatada de inmediato por un científico cercano y la cámara hizo zoom hacia la persona que había irrumpido y conseguido que saltaran las alarmas. La penumbra rojiza impedía distinguir con claridad sus rasgos, pero el reflejo de una armadura descolocó a todos. ¿Quién era ese intruso?
—No sé qué busca, pero es la primera vez que veo a ese tipo —murmuró, viéndolo recorrer el pasillo que llevaba hacia el laboratorio donde tenían custodiados a los gemelos.
—Si el sistema lo ha detectado como peligroso... —La hipótesis de Irene se interrumpió bajo la confusión de un ceño fruncido—. ¿Pero cómo ha podido un hombre activar la alarma de Eclipse en Central?
—¿Qué más da eso ahora? —Natsu ya estaba comprobando el ajuste de sus pistolas—. Hay que atraparlo. Ya preguntaremos luego.
—Voy contigo —declaró Gildarts al instante—. Hay algo que me da mala espina de todo esto. —Natsu asintió y él señaló a otros dos exterminadores que había cerca—. Tú y tú, también venís.
Los señalados asintieron sin dudar, preparados y serios. Sin embargo, ninguno pudo ir a ninguna parte, pues de pronto una tercera alarma llamó la atención de todos. Se había abierto un nuevo portal y el nivel de peligro había subido de un momento a un Código 6. Un mapa apareció en los ordenadores y en los hologramas. Toda pantalla, luz y holograma parpadeaba en rojo, en estado de alerta máxima. La sala entera contuvo el aliento. La localización era justo por encima de sus cabezasl. De pronto, un rugido ensordeció a los presentes. Segundos después, una explosión sacudió los cimientos de Central.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top