Capítulo 14

Para hacerlo, según Laxus, más interesante, activaron también la función de circuito. Así, en menos de un minuto, la sala entera se convirtió en la imitación a escala gigante de un juego de cubos para niños, un laberinto de paredes de metal y escayola surgido de la nada. Ambas parejas, subidas cada una a uno de los bloques más alejados, estudiaban al contrario con expresiones impacientes y ansiosas, casi idénticas.

Natsu, que trasteaba con una de sus pistolas con aire distraído, preguntó:

—¿Algún plan en concreto, Demonio-san?

Mira, que hasta el momento estaba demasiado ocupada sacándole la lengua y burlándose de Laxus desde la distancia, se enderezó y le lanzó una mirada de reojo. Su compañero acababa de terminar de recalibrar una pistola y vio cómo la dejaba caer en su funda solo para hacerse con su gemela. La naturalidad con la que ajustó y redujo su potencia sin mirar siquiera lo que estaba haciendo, le hizo sonreír. Pese a sus protestas iniciales, supo que se lo iba a tomar en serio.

—Tú de cerca, yo de lejos —determinó, recogiéndose el pelo en una coleta alta. Se retiró la goma de la muñeca con los dientes y se la ató con rapidez—. Iré por aire.

Natsu se encogió de hombros, conforme.

—Como quieras. Pero tu no-novio es mío —advirtió—. Tengo un orgullo que recuperar.

Su mejor amiga se volvió hacia el aludido. Laxus estaba terminando de explicarle su propio plan a Erik y cómo se procedía en un duelo como ese. La idea en sí misma era sencilla: se podía usar cualquier ataque, mágico o físico, que no supusiera un peligro grave para el contrario. Dentro de ese rango, valía cualquier estrategia con tal de conseguir el jaque mate.

Ese detalle pareció ser del agrado de Erik, pues se dio la vuelta para contemplar a sus adversarios a la vez que rotaba los hombros y sonreía, retador.

—¿Empezamos ya? —exclamó.

La sonrisa con la que respondió Mirajane fue el doble de peligrosa que la suya.

—Oh, tiene agallas y no es para nada tímido. Me gusta. Muy bien, te dejo a Laxus.

A medida que hablaba, el inquietante sonido de unos huesos reestructurándose comenzó a escucharse de fondo. El cabello se le encrespó de una forma antinatural y se le alargó el flequillo, las orejas se volvieron puntiagudas como las de un elfo y una marca negra surgió desde la raíz del pelo y le cruzó el ojo derecho hasta la mejilla. Se le oscurecieron los ojos y sus dedos se transformaron en garras al mismo tiempo que los brazos se le llenaban de escamas. A su espalda, unas alas negras se desplegaron en todo su esplendor y una cola se retorció sobre sí misma en el aire.

Miró a Natsu por encima del hombro solo para añadir:

—Pero como al final del encuentro siga soltera, me encargaré de que Dimaria te deje cerca de la abstinencia por un mes.

Dicho esto, extendió las alas y alzó el vuelo. Natsu se tragó un insulto.

—¿Por qué siempre soy yo el que acaba amenazado? —gruñó. Malhumorado, le quitó el seguro a la pistola que seguía sosteniendo y apuntó a Laxus desde la distancia—. ¡Chispitas! ¡Deja de babear por algo que todavía no tienes y ven aquí!

Su grito fue acompañado de un disparo de ethernano que dio a menos de dos pasos de las piernas del exterminador. Aquello fue suficiente para que a Laxus le palpitara una vena en la sien y le devolviera el saludo con un rayo que no le dio por muy poco.

—Lo que voy a disfrutar electrocutando esa odiosa lengua tuya... —siseó, saliendo disparado en busca de su oponente.

Erik, por su parte, estaba más centrado en quejarse que en preocuparse por la integridad de su compañero.

—Eso debería ir contra las normas—protestó, viendo a Mira acercándose a él a toda velocidad por el aire. Tuvo que reconocer que si la mujer ya era atractiva antes, ahora la fiereza de sus rasgos cortaban el aliento. Sin embargo, tenía que centrarse; Mira acababa de aterrizar delante de sus narices y no precisamente para charlar.

Su sonrisa le causó un escalofrío.

—Entretenme.

Erik torció una sonrisa igual de siniestra.

—Con mucho gusto.

Sin esperar a que Mira diera el primer paso, se hizo con su pistola con la velocidad de un parpadeo, cargó hasta la mitad de su potencia, y disparó. El ethernano concentrado cruzó el aire, un haz corto blanquecino y brillante, y acabó desintegrándose en las redes de protección que cubrían las paredes de la sala. Mirajane, de nuevo en el aire tras haber esquivado el ataque, canturreó sorprendida.

—Tienes buen ojo, Erik-kun. Casi me das —lo felicitó, aterrizando una vez más frente a él—. Mi turno entonces, ¿no?

Erik apenas tuvo tiempo de inspirar cuando ya la tenía encima. Con una velocidad alarmante, comenzó una lucha de combate cuerpo a cuerpo que le obligó recorrer toda la superficie del bloque sobre el que estaba. No le daba tregua, y de haber sido cualquier otro novato, habría tropezado con sus propios pies al segundo puñetazo.

Pero no lo era.

Decidiendo que ya la había dejado pelear a gusto lo suficiente, giró sobre sus talones, esquivó un golpe que iba dirigido a sus costillas, se echó hacia atrás para evitar las garras que buscaban su rostro y, sin dejar de moverse en ningún momento, disparó a quemarropa.

El estruendo quedó ahogado por el desastre que estaban haciendo Laxus y Natsu pocos metros más allá, pero Erik no se dio el lujo de mirar el desarrollo de su batalla; sabía que alguien como Mira no podía caer ante algo así.

Y, en efecto, su rostro crispado se dejó ver en cuanto bajó el ala con la que se había protegido. Cierto temblor recorría esa extremidad antinatural y, cuando la llevó de nuevo a su posición original a su espalda, Erik no perdió detalle en cómo la mantenía más caída que la otra.

—Reconozco que no me esperaba que pudieras darme —admitió Mira, contemplando con pesar su ala adormecida y dolorida por la descarga del ethernano—. Ahora entiendo por qué Natsu decidió confiarte su secreto. Eres bueno.

—Gracias —contestó sonriendo de forma torcida y sin bajar la guardia. Jadeaba, y su respiración empañaba la mascarilla, pero no daba más señales de cansancio. Apretando de nuevo el gatillo para que el arma se cargara, preguntó—: ¿Continuamos?




Cerca de ellos, Natsu y Laxus mantenían su propia disputa, disparándose ethernano y rayos sin tregua. Desde la distancia parecía que se estaba dando un espectáculo de fuegos artificiales al ras del suelo, aunque la realidad era que ambos bailaban al compás de los ataques del contrario.

En ese momento, Natsu saltó hacia atrás para esquivar un rayo que apunto estuvo de chamuscarle las botas y su espalda chocó contra un bloque bastante inoportuno que le cortó el paso. En algún momento habían bajado al interior de ese laberinto y no conseguía encontrar un respiro en todo ese intercambio de ataques para poder regresar a la cima de los bloques.

Laxus, a poca distancia de él, salió de entre dos muros y sonrió con soberbia al verlo atrapado. En sus dedos resplandecieron un par de rayos.

—Estás acorralado, Natsu.

—Gracias por aclarármelo, señor Obviedad.

Su irritación solo consiguió divertir a su oponente, quien amplió su sonrisa.

—Si me lo pides por favor, te dejaré pasar —se ofreció, haciéndose por un instante a un lado para que Natsu pudiera ver la salida al callejón en el que había acabado por no fijarse hacia dónde estaba esquivando.

Natsu quiso borrarle la sonrisa de un puñetazo.

—Piérdete, Chispitas —gruñó, estudiando los alrededores con la guardia en alto en busca de alguna otra posible salida.

Era inútil. El sitio era demasiado estrecho como para poder pelear con comodidad y las paredes eran lisas y demasiado altas para poder escalarlas o llegar a la cima de un salto. La única opción de salir de ahí era por donde había entrado, pero el enorme cuerpo de Laxus le obstruía el paso. Eso y sus odiosos rayos. Afianzó su agarre en la pistola y sacó la otra de su funda. Su oponente alzó una ceja.

—¿En serio? —sonaba decepcionado—. Sabes bien que sin balas no me harás nada, Natsu. La descarga del ethernano solo me hace cosquillas.

Natsu se mordió la lengua para no insultarlo. En cambio, forzó una sonrisa.

—Muy amable de tu parte el recordarme tu inmunidad a la electricidad —espetó. Un instante después, alzó una de las pistolas y apuntó a su cara. El cargador ya estaba lleno—. Pero aun así, permíteme intentarlo.

Ni bien terminó de hablar, el disparo recorrió el aire, certero y veloz. Sin embargo, Laxus se lo esperaba, por lo que se hizo a un lado y dejó que el impacto lo recibiera la pared que había al fondo. Una muesca de tamaño considerable apareció en el muro.

Laxus chasqueó la lengua.

—¿Cuándo narices has vuelto a calibrar la pistola? Hace cinco minutos eso estaba a mitad de potencia. ¿Mavis te ha dado clases?

Ahora, el que sonrió con soberbia fue Natsu.

—Un mago no revela sus secretos —le recordó, y volvió a disparar.

Consiguió darle en el hombro, y Laxus gruñó al sentir la quemazón de su magia entremezclada con el ethernano. Fulminó a su oponente con la mirada.

—Serás cabrón.

El otro se encogió de hombros.

—Todo vale, ¿no es así?

—Que te den.

Natsu contestó a la provocación con una breve carcajada y otro disparo que fue esquivado. Por encima de sus cabezas se escuchaba la pelea de sus compañeros.

—Ahí te equivocas, Chispitas. —Sonrió de lado, bajó el arma y separó los pies—. Yo soy el que da.

El comentario acertó justo donde pretendía.

Enrojeciendo hasta las orejas de pura rabia, Laxus renunció a su ventaja con la lucha a larga distancia y entró en su terreno. Natsu disparó tres veces consecutivas, alternando entre ambas pistolas. De tres, acertó una. Era rápido en esquivar, y su velocidad de ataque no se quedaba atrás.

Sin embargo, Natsu era más ágil.

Maniobrando como un animal escurridizo dentro de aquel estrecho callejón, evitó dos puñetazos certeros envueltos en rayos y detuvo un rodillazo. Sin que Laxus se lo esperara, dejó que ambas pistolas se deslizaran de vuelta a sus fundas y utilizó su pierna como punto de apoyo para impulsarse hacia arriba. Ignoró el molesto cosquilleo que le dejó la electricidad en la mano y, como si fuera un mono, saltó hacia la pared para luego saltar, inmediatamente después, a la otra.

En tres saltos estuvo por encima de la cabeza de su oponente, que lo observaba perplejo. Sonrió triunfante y, antes de que el impulso se le agotara y cayera al suelo, dio otro salto, esta vez hacia delante, y sobrepasó a Laxus en el aire. Aterrizó con brusquedad y rodó de mala manera, pero al menos había salido de la encerrona.

Sabiendo que el factor sorpresa no iba a durarle mucho más, se puso de rodillas y no esperó a ponerse en pie para lanzarle otra ronda de disparos que fueron detenidos por una cortina de rayos.

Chasqueó la lengua.

—Eres odioso —gruñó, incorporándose y dándose la vuelta para salir corriendo a toda velocidad.

La pared que había recibido sus disparos lo esperaba con los brazos abiertos. O, mejor dicho, con los impactos. Ascendiendo en zigzag, los agujeros de las balas de ethernano se convirtieron en puntos de apoyo que Natsu no dudó en emplear para escalar el muro, antaño liso al completo.

Se la había jugado bastante, pero su plan improvisado había salido mejor de lo esperado. Y una vez que volviera a estar sobre los cubos y no entre ellos, el combate iba a ser mucho más sencillo.

Cuando llegó arriba, un grito lo sorprendió:

—¡Natsu, cuidado!

Alzó la vista, y el cañón de una pistola lo saludó desde lo alto. Erik sonreía tras ella.

—Bu.



Cinco minutos después, Natsu todavía se recuperaba del mareo. Decir que todo le daba vueltas era quedarse bastante corto. El disparo le había dado de lleno en la cabeza y, aunque la concentración de ethernano y energía no había sido letal, sí que había sido lo bastante potente como para causarle un breve desmayo. Cuando despertó, se encontró tirado en el suelo, con Mira con su aspecto de siempre a pocos centímetros de su rostro observándolo con preocupación y a los otros dos indeseables chocando los cinco, celebrando la victoria.

Gruñó algo incomprensible y se llevó la mano a la cabeza. Le palpitaba que daba gusto; parecía que tenía un maldito bombo metido en el cráneo. Al intentar sentarse, el mundo se desdobló y el estómago le dio un vuelco. No vomitó de milagro.

—Con cuidado —le advirtió Mirajane a la vez que lo sujetaba por los hombros para evitar que se diera de bruces. Le puso la mano frente a la cara—. ¿Cuántos dedos ves?

Natsu cerró los ojos con fuerza, aturdido, antes de volver a abrirlos y parpadear varias veces. Su visión se llenó de puntitos blancos por un momento. Intentó centrarse en la pregunta y, poco a poco, la realidad dejó de parecerse a un carrusel sin frenos.

—Tres —masculló, y se masajeó la sien. Despacio, recordó lo que había sucedido—. Maldita sea, eso duele... Esta te la guardo, Erik. Que lo sepas.

Su compañero de clase y de equipo se encogió de hombros.

—Me parece justo.

Natsu hizo una mueca y Laxus rió al verlo tan pálido. Su risa le pareció demasiado estridente en esos momentos.

—¿Te sentirías mejor si te digo que él fue quien tuvo la idea y no yo? —preguntó, con cierto deje de burla.

—No —espetó, y Laxus volvió a reír—. ¿No se suponía que tú te enfrentabas a Mira? —inquirió, mirando a la aludida de reojo.

La albina, todavía sentada cómodamente en sus piernas, se encogió de hombros, aunque fue el propio Erik el que resolvió el misterio:

—Lo hacía, y el plan era distraerla lo suficiente para que Laxus pudiera llevarte hasta donde estábamos nosotros. No contaba con que inhabilitar sus alas fuese tan eficiente.

—¡Están repletas de receptores nerviosos! —protestó la chica—. No es mi culpa que ese sea el punto débil de ese demonio.

—Tuviste que tenerlo en cuenta cuando decidiste transformarte en él —le reprochó Natsu, a lo que Mira lo pescó de una oreja cual niño pequeño y travieso.

—Y tú podrías haberme avisado de que en realidad este tipo no es ningún novato sino un antiguo mercenario a sueldo.

Natsu tuvo que reconocer que ese había sido su error. Había subestimado la experiencia de Erik. Gruñó para sí una vez más. Su suerte para relacionarse con las personas seguía siendo igual de mala que siempre. Suspiró y le dio un toque a Mira en el hombro para que se quitara de encima.

—Ya da igual. Nos quedan otros dos combates —sentenció entonces, poniéndose en pie con cuidado. Un ligero mareo volvió a punzarle en el cerebro, pero consiguió mantenerlo a raya—. No volveremos a caer en lo mismo.

—¿Tan rápido quieres volver a morder el polvo? —rió Laxus, cruzándose de brazos. Solo entonces Natsu se dio cuenta de que, en algún momento mientras él estaba inconsciente, se había deshecho de la chaqueta del uniforme y ahora vestía la misma camiseta negra interior que lucía él.

Se frotó los ojos, obligándose a centrarse en el presente y a salir del aturdimiento. Sentía como si acabara de despertar de un sueño muy profundo y no supiera ni qué hora era.

Mira contestó por él:

—Qué más quisieras. —Le dedicó una mueca y puso las manos en las caderas—. Iremos dos contra dos esta vez, ¿os parece? Si cae uno, el equipo pierde.

Laxus entrecerró los ojos y sonrió, aceptando el reto pese a que era una condición dura y que volvía a ambos equipos mucho más vulnerables. Se necesitaba una gran cooperación en cada pareja, y eso no era fácil de conseguir con alguien a quien acababa de conocer. Sin embargo, pese a saber su desventaja, declaró:

—Muy bien, como quieras. Por mí no hay problema.

—Por mí tampoco —añadió Erik, con las manos en los bolsillos. De no ser por la mascarilla que seguía adornando la parte inferior de su rostro, nadie podría adivinar que se trataba de un estudiante de primero. Exudaba seguridad por cada poro de su piel.

A Mira le tembló un párpado de la irritación y si no replicó algo mordaz, fue porque Natsu le rodeó los hombros con un brazo. La atrajo hacia sí y le susurró al oído:

—Tranquila, Demonio-san. Haremos que se traguen ese falso orgullo a base de golpes. O tal vez se lo calcine...

Por supuesto, empleó un tono que fue audible para sus contrincantes y estos pusieron expresiones idénticas de querer enterrarlo bajo tierra. Mira, por su parte, recuperó el buen humor y una sonrisa despiadada le oscureció el rostro una vez más.

—Dime que iremos con todo —rogó.

Esta vez, Natsu le concedió el deseo sin dudar.

—Por supuesto.



Al mismo tiempo, en Central, varios ingenieros realizaban la revisión de rutina a la decena de drones prevista para esa semana. Colocados en fila y rodeados de cables y hologramas, esos pequeños robots circulares del tamaño de una pelota estaban siendo estudiados a conciencia y de forma meticulosa tanto en aspectos físicos y técnicos como informáticos y mágicos.

Los ingenieros, concentrados y abstraídos en su trabajo, comprobaban los paneles de control de cada uno, engrasaban las juntas y comprobaban sus bases de datos para que todo estuviera actualizado y en orden.

La costumbre y la repetición de cada tarea les hacía trabajar a buen ritmo y sin demasiada presión. No había nada que no hubiesen hecho mil veces ya en ocasiones anteriores así que, mientras se aseguraban de que todo siguiera en orden con cada dron, hablaban entre ellos, bromeaban, y uno de ellos hasta canturreaba para sí.

Ninguno se dio cuenta de que la lente de uno de los drones seguía operativa y que analizaba en silencio todos y cada uno de sus movimientos. Por ello, cuando le llegó el turno del último robot, nadie se esperaba que este se removiera o que alzara el vuelo en posición defensiva. Segundos después, una sobrecarga de electricidad y ethernano saturó el sistema. Las luces de emergencia se encendieron. Acababa de producirse un apagón.



En la sala de entrenamiento 108 el estruendo de la batalla se habría escuchado incluso fuera del edificio de no ser porque la habitación se encontraba insonorizada. Dentro, un espectáculo de rayos, llamas y balas se sucedía sin descanso.

Aterrizando en cuclillas tras saltar de un cubo a otro, Natsu no contuvo su sonrisa cuando disparó una ráfaga de fuego y ethernano que chamuscó parte del suelo. Erik, jadeante, contempló incrédulo el aspecto carbonizado que tenía el lugar donde había estado medio segundo antes.

—¿Se puede saber cuántos secretos escondes? —espetó sin aliento—. ¿Desde cuándo empleas el fuego?

Natsu rió, aunque no tuvo tiempo de contestar porque un rayo le pasó demasiado cerca de su nuca. Laxus había aparecido a su izquierda, tan imponente y amenazante como siempre. Ahora no solo sus manos estaban envueltas en rayos, sino que la electricidad recorría todo su brazo hasta el codo.

—Desde siempre —contestó por él, aprovechando que había conseguido librarse de Mirajen un momento para recuperar el aire. Lo señaló con un gesto con la barbilla—. Ahí donde le ves en su uniforme blanco, ese idiota es un exterminador.

Erik bufó y puso los ojos en blanco.

—Debí suponerlo.

—Exterminador END a su servicio —se burló el aludido, haciendo una reverencia teatral segundos antes de retirarse de un salto.

Instantes después, Mira apareció en el aire con una especie de vórtice negro girando frente a sus palmas abiertas.

—¿Me echabais de menos? —canturreó, inocente, a la vez que se preparaba para lanzar lo que tenía entre manos.

Laxus reconoció el ataque al instante y el pánico le contrajo la expresión. Su cuerpo se rodeó de rayos de forma automática y casi inconsciente.

—¡¿Estás loca!? —bramó.

Mirajane le guiñó un ojo.

—Un poquito.

Dicho esto, el vórtice salió disparado en su dirección a una velocidad que fue imposible de esquivar. Una potente explosión destrozó parte de los cubos y sacudió las paredes de la sala. La habitación se cubrió de polvo y escombros y Laxus se estrelló contra un bloque que había sobrevivido al impacto cubierto de restos de escayola y virutas de metal de la cabeza a los pies. Un par de metros más allá, Erik apareció rodando por el suelo con un aspecto igual de descompuesto que el suyo.

La chaqueta de su uniforme había dejado de ser negra por culpa del polvo y se puso boca arriba con un gesto de dolor mientras se palpaba un costado. Escuchó a su compañero toser y escupir al suelo, pero la nube de suciedad le impedía ver con claridad. Aunque sí que lo oyó maldecir.

—Joder, Mira... —Tuvo que aclararse la garganta y compuso una mueca de asco al sentir escayola entre los dientes.

Una risa maliciosa le contestó desde arriba y no se sorprendió al ver a la albina de pie encima de él, ya sin su transformación. Sabiendo que había perdido aquella ronda, suspiró y se palpó la frente en busca de alguna contusión o herida. Luego, alzó la vista y la miró resignado desde el suelo.

—¿Es que pretendías matarnos?

—En absoluto. Me he contenido —aseguró, y se inclinó para retirarle un trozo de escombro del pelo.

Laxus se dejó hacer y contempló el desastre.

—Solo lo justo —le reprochó, a lo que recibió una sencilla y maliciosa risilla entre dientes.

El rubio suspiró y, de reojo, se concentró en intentar distinguir la silueta de su compañero dentro de la nube de polvo que seguía en el aire.

—¿Sigues vivo?

Le respondió un gruñido lleno de dolor.

—Sí... —masculló Erik, todavía incapaz de abrir los ojos—. Aunque no me he roto algo de milagro.

—Tienes un corte en la mejilla.

La voz de Natsu se escuchó sorpresivamente cerca. Demasiado cerca. Tanto, que hizo que abriera los ojos de golpe.

Lo encontró acuclillado sobre él, con ambas piernas a ambos lados de su cuerpo, una pistola apuntándole entre ceja y ceja y una sonrisa de depredador adornándole el rostro. No lo había sentido acercarse y Natsu lo saludó moviendo los dedos de la mano libre. Entre ellos se apreció por un momento el resplandor de unas llamas.

—Hola —dijo con tranquilidad—. Empate. A la próxima, Jaque Mate.

Erik, agotado, asintió sin energías y cerró los ojos.

—Solo dame un minuto, ¿quieres? —Luego, resopló y compuso una mueca—. Mierda, creo que tengo escayola en la nariz.

Natsu no pudo contener la carcajada y tras guardar la pistola le tendió una mano para ayudarlo a que se pusiera en pie. Justo en ese momento, las luces se apagaron de golpe.

—¿Pero qué...? ¿Un apagón? —murmuró Mira.

—Esto pasa por lanzar ataques de semejante magnitud en sitios cerrados —espetó Laxus, acusándola al instante.

—¡Yo no he sido! Habría saltado el sistema de seguridad, y lo sabes.

Laxus no contestó y Mira tampoco pudo ver su expresión, pues todo estaba a oscuras a excepción de unas tenues luces de emergencia rojas que se encendieron en puntos clave del techo y encima de la puerta. Todo estaba en silencio, ni siquiera el sistema de ventilación funcionaba.

Mira suspiró y se hizo a un lado para que Laxus pudiera levantarse. Poco a poco, su vista comenzaba a acostumbrarse a la penumbra.

—Tendremos que esperar a que el generador de emergencia se active... —murmuró resignada. A continuación, miró hacia las siluetas que sabían que eran sus compañeros de entrenamiento—. Natsu, Erik, ¿estáis bien?

—Sí —contestó Erik.

La respuesta de Natsu, en cambio, no fue la esperada:

—Mierda... —masculló antes de que comenzara a toser. Dio un paso hacia delante—. Mira...

No pudo continuar, pues otro ataque de tos lo sorprendió con tanta fuerza que lo dobló hacia delante. Escupió, intentando deshacerse del polvo que sus jadeos le habían introducido en la garganta, y se apoyó en las rodillas en busca de un aire que no tenía. Sentía que le estaban hundiendo el esternón a la fuerza.

—¿Natsu?

La voz de Erik la escuchó cercana, pero no tenía tiempo para mirarlo. Estaba demasiado ocupado intentando respirar. Mira, en cambio, entendió lo que le ocurría al instante, y el pánico tiñó su voz:

—La ventilación... No funciona... —Aterrada, miró a su alrededor—. La bufanda, ¿dónde está la bufanda?

—En la entrada —recordó de golpe Laxus—. Se la quitó junto a la consola.

Mirajane fue lo único que necesitó saber para lanzarse a la carrera en esa dirección. No eran más que una decena de metros, pero se sentían como kilómetros. Movida por la preocupación y la urgencia, volvió a transformarse de golpe y emprendió el vuelo.

Al mismo tiempo, su mejor amigo caía de rodillas al suelo agarrándose el pecho entre toses y jadeos. Su respiración comenzaba a sibilar de forma inquietante y se habría dado de bruces de no ser porque Erik lo sostuvo a tiempo.

—No bromeabas con eso de asfixiarte —murmuró, ofreciéndose como apoyo humano y sujetándolo con firmeza.

Natsu, una vez más, no contestó y, aunque sabía que lo peor que podía hacer era jadear, el ataque lo había tomado tan por sorpresa que no era capaz de calmarse e intentar respirar hondo. El agotamiento posterior de la batalla junto con el aire cargado de polvo que lo rodeaba habían acelerado la obstrucción de sus pulmones y, simplemente, habían dejado de funcionar de un momento a otro.

Tosió una vez más, y sintió con dolor cómo se le volvían a abrir heridas en la garganta por centésima vez en su vida. Por el sonido que produjo, parecía que estaba a punto de escupir medio pulmón inútil.

Erik le puso una mano en la espalda, alarmado.

—Hey, tranquilo. No jadees. Intenta respirar hondo.

Natsu intentó hablar, decirle que no podía, pero de nuevo se atragantó con su propio aire y se le llenaron los ojos de lágrimas. Todo estaba yendo demasiado deprisa. El pecho le dolía y la garganta le ardía. De nuevo, era un crío de dieciséis años postrado en una cama de hospital. Lo invadió el pánico. Zeref. Necesitaba a Zeref; él sabría cómo ayudarlo. ¿Dónde estaba su hermano?

Alguien, a su lado, urgió.

—¡Mira, la bufanda! ¡Ya!

¿Laxus?

No lo sabía; se sentía mareado. Le faltaba el aire.

En su interior, el polvo que había tragado se aferró a su garganta con garras de hierro al rojo vivo. Gimió y volvió a toser.

Y entonces, algo se posó sobre su nariz, ahogándolo, asfixiándolo más de lo que ya estaba. Intentó apartarse con una sacudida, pero varias manos firmes lo sujetaron con fuerza. Alguien, una voz femenina, le murmuró cerca del oído.

—Hey, tranquilo, ya está. Respira hondo.

Algo, tal vez el último resquicio de conciencia que todavía poseía, le hizo caso y ordenó a sus maltrechos pulmones que tomasen una profunda bocanada de aire. Menta. El olor fresco y mentolado del ethernano lo invadió de pies a cabeza con más fuerza que una dosis de morfina.

Inspiró una vez más, hambriento por poder respirar.

—Eso es. Respira. No jadees.

Poco a poco, comenzó a volver en sí. Reconoció la voz de Mira y sus dedos, que mantenían la bufanda pegada a su nariz. A su lado, Laxus lo sostenía en una posición reclinada y Erik le sujetaba los brazos para impedir que, en un acto reflejo, intentara apartarse lo único que lo mantenía vivo en esos momentos. Volvió a inspirar hondo, agotado y dolorido, y le tembló todo el cuerpo.

Fue Erik el primero en darse cuenta de que ya había vuelto en sí y, despacio, le soltó las muñecas y se hizo a un lado para no atosigarlo.

—¿Mejor? —preguntó.

Natsu asintió. No se veía capaz de hablar en esos momentos. Se fijó en Mira, y vio que tenía los ojos cubiertos de lágrimas. La culpa lo envolvió como un manto pesado y, antes de que se diera cuenta, ya había alzado un brazo para agarrarle la mano, agradeciendo y disculpándose al mismo tiempo. Mira intentó sonreír.

—Sí que te gusta ser el centro de atención, ¿eh? —suspiró Laxus, contemplándolo con un falso ceño fruncido. Lo cierto era que él también lucía preocupado hasta la médula.

Aunque no era el mejor momento, aquello le hizo reír y tosió una vez más. Se incorporó con cuidado y le quitó la bufanda a Mira para poder enrollársela al cuello. Justo en ese momento, volvieron a encenderse las luces y el ventilador del techo regresó a la vida. Todos alzaron la mirada al escuchar el sonido de sus aspas girando. No habían pasado más de un par de minutos, pero se habían sentido como horas.

Inspiró hondo, sintiendo cómo el ethernano volvía a inundar su sistema y procuró no pensar demasiado en lo mal que se encontraba su organismo ni en que, una vez más, había estado a punto de morir ahogado.

—Lo siento —masculló, y su voz se escuchó como un graznido enronquecido—. Tendremos que retrasar el último combate.

Al escucharlo, Erik no pudo evitar reír entre dientes antes de poner los ojos en blanco. Mira también soltó una pequeña carcajada y lo abrazó con fuerza, todavía temblando, mientras Laxus suspiraba un insulto:

—Serás idiota.



El apagón no había sido normal, eso estaba claro. Nunca nada hasta ahora había podido sobresaturar tanto el sistema como para hacer saltar los plomos no solo de Central, sino también de la Academia, todo al mismo tiempo.

Ante la extraña situación que se había dado, toda la atención del personal de Central se había volcado en intentar averiguar qué había sucedido y, en su defecto, solucionar el problema. Por ello, nadie se percató de que un hombre de pelo naranja y armadura dorada, atravesó Eclipse.

Por un momento, el recién llegado estudió en silencio la enorme puerta que se alzaba ante él, leyendo sus inscripciones, reconociéndolas. Luego, miró a su alrededor con atención, cerró los ojos y sonrió, aliviado.

Os encontré.

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