Capítulo 1

Siete de julio, año 2077.

Una enorme puerta apareció en el horizonte. Ricamente decorada, en su mayoría de color negro, el mismo sol quedó oculto por ella durante más de cinco horas. Eclipse, la llamaron los científicos, y desde entonces, en cuanto sus puertas se abrieron, la magia llegó al mundo.

Y los monstruos también.




Cuatro de abril, año 2107. Academia Fiore.

Era primavera, y los cerezos en flor que poblaban la avenida principal de los jardines de la Academia hacían nevar pétalos de color rosa sobre las cabezas de los estudiantes. Miles de uniformes, blancos y negros, llenaban los alrededores de risas y conversaciones. Un nuevo año daba comienzo y todos estaban invitados a la Ceremonia de ingreso de los nuevos estudiantes.

En consecuencia, la entrada al Salón de Actos, un edificio aparte, estaba atestada de gente, a la espera de confirmar su identidad y poder entrar y buscar asiento. Alternando entre conversaciones intranscendentales, el nombre del que iba a dar la bienvenida a los nuevos alumnos pasaba de boca en boca. Al fin y al cabo, el Presidente del Consejo era uno de los mayores genios reconocidos mundialmente y verlo, aunque fuese desde la distancia, ya era considerado una auténtica suerte.

—¿Lo has visto ya? —se escuchaba en la cola.

—¿A quién?

—¡Al Mago Oscuro, por supuesto!

—Dicen que de vez en cuando da clases prácticas a los cursos inferiores. El año pasado incluso hizo una incursión a Eclipse como actividad extracurricular.

—¿En serio? Ojalá nos toque a nosotros también.

—¿Sabes que tiene un hermano?

—Seguro que es igual de fuerte que él.

—Qué va, todo lo contrario. Es uno de los más débiles de la Academia; después de tres años sigue siendo un Rango E. Repitió curso, ¿sabes? Sus estadísticas de registro son de las más bajas también. He oído que ni siquiera se hablan...

De pronto, una sombra se ciñó sobre los dos estudiantes. Se trataba de un joven, de pelo negro recogido en una coleta asiática tradicional y gafas. Aunque sonreía con cordialidad, su expresión era severa. Su uniforme era de color blanco, calificandolo como Mago, y una capa blanca abrochada sobre los hombros lo identificaba como parte del Comité Disciplinario. Bajo el escudo de la Academia que adornaba su capa, tres estrellas anunciaban que se trataba de un Rango C.

—Novatos, la Ceremonia va a comenzar en quince minutos. Si tanto admiráis al Presidente, os recomiendo que no os perdáis su charla y entréis en el Salón de Actos cuanto antes.

Los dos estudiantes de primero se pusieron lívidos y, temblando, adoptaron una postura de firmes con torpeza y rigidez. Se inclinaron hacia delante con prisa.

—¡L-Lo sentimos! —dijeron al unísono, tartamudeando, antes de salir corriendo hacia la entrada del edificio con forma de anfiteatro. Los dos eran aspirantes a Exterminadores, de uniforme negro y sin estrellas de Rango todavía.

Su superior los observó alejarse con un suspiro. Ni siquiera habían comenzado las clases y los rumores ya habían llegado a los de primero. En realidad, lo que decían del hermano fracasado del Presidente lo traía sin cuidado. Sin embargo, no podía tolerar que se armara alboroto el primer día.

Una risa divertida se escuchó a su izquierda.

—Tan estricto como siempre, Lahar-kun.

El aludido se giró, sorprendido, y amplió los ojos al reconocer a la Exterminadora de pelo blanco que tenía delante. Al igual que el uniforme masculino, casi todo era de color negro. Tanto uno como otro poseían una gabardina larga que llegaba hasta las rodillas y, debajo, una falda negra se entreveía, decorada con dos cinturones entrecruzados de color blanco y unos remates en el borde del mismo color. A excepción de esto, la única decoración era el fondo blanco que cubría los hombros, sobre los cuales descansaba el escudo dorado de la Academia. En el pecho, el mismo grabado lucía con esplendor y, debajo, cinco estrellas la calificaban como Rango A.

—Mirajane-san —saludó con respeto—. ¿Qué hace aquí? Pensaba que estaba encargada de la organización de la Ceremonia.

—Oh, y lo estoy —admitió, riendo divertida—. Pero ya me he encargado de todo. Ahora estoy esperando a mi hermanita.

—¿Tiene una hermana? —El desconcierto le hizo poner una expresión graciosa en su habitual gesto serio e impasible.

Mirajane sonrió encantadora y asintió.

—Sí. ¿No lo sabías? Ha ingresado este año. Espero que no se haya perdido —murmuró, apoyando un dedo en la barbilla con gesto pensativo y preocupado.

—¿Quiere que la encuentre?

—Oh, gracias, pero no hace falta. No quiero molestar. Por ahora probaré en la entrada. ¡Nos vemos, Lahar-kun! ¡Buen trabajo!

Dicho esto, salió corriendo animada, despidiéndose con la mano y dejando atrás a un Lahar con las palabras en la boca y una mano a medio alzar. Al mismo tiempo, por megafonía, se anunciaba que quedaban menos de diez minutos para el comienzo de la Ceremonia.






En otro lado, bien lejos de ahí, por los desiertos pasillos del edificio de Investigación de la Academia Fiore, unos pasos solitarios, de botas pesadas y andar sin prisa, resonaban entre las paredes. Se trataba de un estudiante, Mago por su uniforme blanco y con solo una estrella bajo el escudo.

Por megafonía seguía anunciándose el comienzo de la Ceremonia de ingreso en el Salón de Actos. Se suponía que todos se dirigían hacia allí, a excepción de ese joven de pelo rosa que caminaba por los pasillos en dirección contraria.

Avanzaba con seguridad y sin titubeo, como si hubiese recorrido el mismo camino más de una vez. Por ello, no dudó en doblar a la izquierda en la siguiente bifurcación que se encontró ni tampoco dudó a la hora de apretar el botón del ascensor para que lo llevara a los subterráneos de la institución.

Una petición de identidad surgió en la pantalla segundos antes de que el estudiante pasara una tarjeta de color negro por una pequeña ranura junto a los botones. Después, presionó el pulgar en un rectángulo camuflado justo al lado para una lectura digital y, acto seguido, el siguiente mensaje apareció en pantalla:

I.D.: 162400

END.

Exterminador. Rango S.

Acceso permitido.

Tras la rápida lectura de sus datos, la pequeña pantalla se iluminó en verde y la puerta metálica se cerró con un silencioso roce. Poco a poco, los pisos comenzaron a descender y la ya familiar sensación de vacío en el estómago le produjo una breve pero molesta sensación de vértigo.

Cuando, por fin, las puertas se abrieron, frente a sus ojos se extendió todo un laboratorio de armas sofisticadas, de máquinas que trabajaban sin parar y de hologramas que titilaban con cada nuevo movimiento. En varios de ellos, la Puerta de Eclipse era representada al detalle.

Los pocos científicos que pululaban por ahí a esas horas tenían mascarillas ocultándoles la parte inferior del rostro, pues aquel sitio apestaba a ethernano, a metal, a productos químicos y a pólvora. Natsu, en cambio, por fin pudo sacar la nariz de la bufanda blanca que le rodeaba el cuello. Se la quitó con cansancio. En su cadera, atadas con cinturones negros entrecruzados, dos pistolas mágicas descansaban en sus fundas, una a cada lado.

—Natsu-kun, te estábamos esperando. Llegas tarde.

Frente a él se detuvo una joven rubia con bata, de rizos largos y espesos y unas graciosas cintas con forma de alas atadas al pelo. Tenía los ojos verdes, la expresión de una adolescente y era una cabeza más baja que él. Sin embargo, pese a ese último detalle, la molestia en su mirada la hacía de temer. A excepción de él mismo, era la única que no llevaba mascarilla.

Ante su enfado, Natsu sonrió con arrepentimiento.

—Perdona, Mavis —se disculpó con sinceridad, andando tras ella entre maquinaria y puestos de trabajo—. Tuve que tomar el camino largo.

—Oh, cierto. Hoy es la Ceremonia.

Se detuvieron frente a una puerta camuflada en la pared metálica y Mavis realizó el mismo protocolo de seguridad que él mismo hizo en el ascensor. La única pantalla que había en la pared vacía se iluminó en verde, permitiéndoles el paso.

—¿Irás a verlo? —preguntó, mirándolo de reojo por encima del hombro. Su tono estaba cargado de duda.

La sonrisa de Natsu fue amarga.

—Es mejor que no. Prefiero no armar un alboroto el primer día este año. Suficientes rumores corren ya sobre mí.

Mavis asintió, comprendiendo sin necesidad de más detalles. Con un gesto, lo invitó a pasar a un laboratorio privado que ambos conocían ya como la palma de su mano. Sin que ella tuviera que pedírselo, le entregó la bufanda y se dejó caer en una de las sillas que ocupaban la pequeña sala. Con la mirada, buscó un familiar objeto transparente de plástico reforzado. No lo encontró.

—¿Cuánto ha durado esta vez? —se interesó la chica, con la atención puesta en la tela que tenía entre manos. En algún momento, unas gafas habían aparecido sobre su nariz y sus zapatos habían aterrizado en esquinas opuestas de la habitación sin que él se diera cuenta.

—Un mes. —La respuesta vino acompañada de un ronco carraspeo que buscaba aliviar el picor de garganta. ¿Había cambiado Mavis las cosas de sitio?

No, imposible. Se lo habría dicho.

—¿Y los supositorios?

—Tuve que usarlos a las tres semanas. Uno... —Lo interrumpió una tos seca—. Uno cada dos días.

—Mmm...

Pensativa, Mavis encendió una máquina de lectura y dejó la bufanda en ella. En la pantalla que tenía en la pared comenzaron a aparecer unos gráficos. Los valores del ethernano habían caído en picado. Detrás de ella, Natsu volvió a toser mientras se paseaba por la habitación, buscando con impaciencia nerviosa la dichosa mascarilla conectada a una bombona. Era imposible no ver algo tan voluminoso. ¿Dónde estaba?

—Las fibras sintéticas con los receptores se han vuelto a deteriorar —murmuró Mavis, analizando los datos que se sucedían ante sus ojos y ajena al resto del mundo. Tecleó un par de veces y un recuadro con una imagen aumentada al microscopio se superpuso a todo lo demás—. Derretidas, otra vez. —Pensativa, comenzó a morderse una uña—. Si tan solo pudiésemos aumentar su resistencia al calor sin perder eficacia...

Sin hacerle mucho caso, Natsu se aferró al borde de la mesa mientras tosía. La agonía le surcaba el rostro. Le dolía pecho.

—Mavis... —masculló. Ya no tenía fuerzas para andar.

—¿Mhm?

Distraída, se volvió hacia él. Natsu comenzaba a temblar.

—Date... prisa... Acaba... —farfulló, sin voz. Su garganta volvía a arder.

Cuando Mavis por fin se dio cuenta de su estado, empalideció, llena de pánico.

—¡¿Por qué no te has puesto la mascarilla!? —exclamó, corriendo hasta él.

Natsu intentó hablar, pero un nuevo ataque de tos le abrió nuevas heridas en la garganta y le hizo caer de rodillas al suelo. Sudando y temblando, se aferró a Mavis con fuerza, hundiéndole las uñas en los brazos de puro dolor.

—No...

Otra tos le impidió decir más y un gemido de agonía puso a Mavis mucho más nerviosa y preocupada de lo que ya estaba. Un pensamiento fugaz se preguntó cómo pudo Zeref presenciar este tipo de ataques todos los días durante más de un año y no volverse loco de la preocupación. Su distracción se esfumó al segundo siguiente, pues Natsu volvió a intentar decirle algo, sin éxito, ahogándose mientras tosía y boqueaba por aire.

—Calla, no hables —le ordenó, paseando la mirada por toda la sala, frenética—. ¿Dónde...? ¿Eh? ¿¡Por qué no está!?

Sin poder creérselo, no había ni rastro de la mascarilla de oxígeno que debía estar encima de un mueble cerca de su escritorio. Al contrario que en el laboratorio principal, ahí no había ethernano en absoluto, pues algunos materiales o muestras podrían dañarse. En consecuencia, existía la orden de que siempre debía de haber una bombona con ethernano para Natsu. O eso se suponía... Entre sus brazos, temblando, Natsu seguía agonizando. No había tiempo.

—Aguanta —pidió, desesperada.

Sus ojos se centraron entonces en la bufanda que seguía analizándose en el escáner y no se lo pensó dos veces. Soltó a Natsu y deshizo los tres metros que había de ella hasta el aparato en menos de un parpadeo. Cuando regresó a su lado, ni siquiera le dio explicaciones al chico, sino que directamente le cubrió la nariz y la boca con la bufanda. Tal vez ya no tenía tanto como cuando recién se calibraba, pero debía servir.

Si alguien los viera desde fuera y no supiera qué estaba pasando, se creería que buscaba ahogarlo, pues Natsu se aferraba al brazo que sujetaba la prenda con una fuerza procedente de la pura desesperación. Sin embargo, la realidad era todo lo contrario: la bufanda, cargada de ethernano, le servía de filtro y calmante a su cuerpo deteriorado. Poco a poco, dejó de sufrir espasmos y solo unos breves quejidos y una respiración sibilante quedaron como resquicios del ataque.

Tosió una vez más, saboreando el regusto amargo de las cenizas que habían reaparecido en su sistema y alzó una mano para tranquilizar a Mavis cuando la vio componer otra expresión preocupada.

—¿Estás bien? —murmuró, sintiéndose al borde de un ataque de histeria. Temblaba del miedo y el pánico de la posibilidad de perderlo entre sus brazos.

Natsu asintió sin fuerzas, sujetando la bufanda sobre la nariz para poder respirar directamente el ethernano puro que era tóxico para el resto de personas pero que, para él, era lo único que lo mantenía vivo.

Mavis, en cambio, no parecía demasiado convencida y para tranquilizarla, le puso una mano en el hombro. Lágrimas de preocupación le volvían los ojos brillantes y Natsu, pese a que no estaba en condiciones, obligó su voz a salir:

—Estoy bien —susurró, con voz ronca e irritada. Al fin y al cabo, no era la primera vez que le pasaba algo así, pues cada vez que él se permitía olvidar que el dolor existía dentro de él, el propio mundo se encargaba de recordárselo.

A Mavis le tembló el labio cuando quiso sonreír e, impulsiva, se aferró a él en un abrazo de oso. Natsu simplemente suspiró y le palmeó la cabeza como lo haría un hermano mayor mientras se dejaba abrazar, aunque en realidad fuese ella la que le sacaba dos años.

—Voy a matar al culpable de esto —masculló ella, apartándose de él y encargándose de colocarle la bufanda de nuevo alrededor del cuello con sumo cuidado—. Y cuando Zeref se entere...

—No.

La palabra le salió como un gañido, pero fue suficiente. No obstante, ella lo contempló con el ceño fruncido.

—De eso nada, cuñadito. —Un dedo delgado pero firme se hundió en su pecho—. Zeref se acabará enterando de alguna u otra forma, y lo sabes. Es mejor que se lo diga yo a que se entere por terceros.

Natsu, pese a que no le gustaba en absoluto esa idea, tuvo que darle la razón; Mavis era la única que podía controlarlo y evitar que hiciera algún destrozo, al fin y al cabo. Asintió, por tanto, con una mueca y soltó un suspiro frustrado, pasándose las manos por el pelo.

Mavis le sonrió y le ayudó a levantarse.

—Tranquilo, procuraré que no haga ninguna tontería. —Natsu volvió a asentir—. En cuanto a tu bufanda, tendré la otra lista para dentro de dos días; Zeref se está encargando personalmente de los últimos detalles. ¿Podrás aguantar con esta hasta entonces?

—Lo haré —aseguró, carraspeando con molestia por las heridas abiertas de su garganta. Al menos el ataque había sido lo suficientemente breve como para no causar estragos ni daños mayores que no pudiera solucionar con dos días de silencio absoluto y bebidas frías.

Mavis volvió a mirarlo preocupada, pero no añadió nada más y lo acompañó a la salida. Justo cuando él pretendía irse, lo retuvo agárrandolo del brazo. Se alzó de puntillas, todavía sin zapatos, y le besó la mejilla.

—Nos vemos luego, Natsu-kun.

Natsu, ante su muestra de afecto, sonrió con cariño y la despidió con la mano. Mientras se dirigía hacia el ascensor, comenzó a contar mentalmente de forma regresiva. Llegó al cero justo cuando entró en el cubículo y, tal y como había anticipado, la furia de Mavis Vermilion surgió acompañada de una ola de ilusiones cada cual más terrorífica:

—¡Todo el personal reunido! ¡Ahora! ¡¿Quién ha sido el que...?!

Las puertas del ascensor se cerraron, impidiendo que los gritos siguieran escuchándose, y Natsu volvió a quedar aislado del mundo, solo. Una nueva mueca de dolor surgió cuando intentó tragar. De nuevo, y como siempre, dolía.






Los aplausos llenaban el auditorio incluso después de que Zeref se hubiese retirado del escenario. Tanto alumnos como profesores alababan sus palabras de bienvenida con admiración y respeto. Incluso aquellos que comenzaban a salir del edificio seguían con expresiones aturdidas y llenas de júbilo y entusiasmo por comenzar aquel año.

Entre la multitud, dos estudiantes salían con gestos similares, animadas y con un brillo ansioso por conocimiento en sus ojos. Se trataban de dos chicas, de no más de dieciséis años. Una de ellas, con el pelo rubio atado en dos coletas, vestía el uniforme de los Magos. La otra, de pelo corto y blanco, lucía el de los Exterminadores.

—¿Qué harás ahora, Lisanna-san? —preguntó la rubia—. Las clases no empiezan hasta mañana.

Ambas se alejaban del Salón de Actos siguiendo la sombra de los cerezos y, al igual que la gran mayoría de los que seguían saliendo del edificio, la chica lucía bastante perdida sobre a dónde ir a continuación. Lisanna, en cambio, no parecía tener ese problema.

—Intentaré encontrarme con alguno de mis hermanos —murmuró de buen humor. Extendió un brazo y dejó que dos pétalos de color rosa acabaran en su mano—. Y no hace falta que me añadas el san; con mi nombre es suficiente.

—Entonces llámame Lucy, también.

Lisanna asintió sin dejar de sonreír. Lucy continuó:

—No sabía que tuvieras hermanos.

—Sí, dos. Mira-nee lleva aquí cuatro años, y Elf-niichan, tres. Los dos son Exterminadores.

—Eso es increíble —dijo Lucy con admiración. Después de todo, era mucho más habitual ser Mago, y además, que los tres hermanos fuesen Exterminadores era bastante inusual.

—Los tres tenemos magias parecidas —reconoció la chica con orgullo. La miró de reojo y, como parte de una pequeña demostración, sus ojos azules adoptaron la forma afilada de un reptil.

Lucy, abrumada, se detuvo sin poder evitarlo, con el pulso acelerado y un sudor frío recorriéndole la espalda. Fue solo un segundo, pero bastó para que la peligrosa sensación del ethernano la alcanzara de pleno. Era como si una bestia dormitara dentro de esa chica de aspecto amable e inocente. Y para ella, cuyo contacto con las partículas mágicas venía mediada por ingeniería e inventos, la impresión fue demasiada y le hizo comprender la abismal distancia que separaba una profesión de otra. De pronto, comprendió por qué se había usado la palabra exterminar para definirla.

Lisanna se dio cuenta de la reacción de su nueva amiga y devolvió sus ojos a la normalidad. Sonrió con culpa.

—Te he asustado, lo siento. No pretendía...

—¡No! ¡No te disculpes! —exclamó ella, interrumpiéndola—. Es solo que no me lo esperaba. —Rió y se rascó la mejilla, nerviosa. Intentó cambiar de tema—: ¿Tus hermanos son fuertes? Por lo que vi en la Ceremonia, todos los sempais daban cierto miedo...

Lisanna le dio la razón mediante una alegre carcajada.

—¿Verdad que sí? A mí también me lo pareció. Sobretodo los de rangos superiores. Pero no. Mis hermanos no...

—¡Lisanna!

Una tercera voz, lejana y entusiasmada, interrumpió a la albina e hizo que se diera la vuelta. Corriendo, y llamando la atención de gran parte del alumnado, una chica muy parecida a ella se acercaba agitando un brazo en alto. Lucy la reconoció de inmediato.

Pelo blanco, largo y ondulado hasta la cintura, con un gracioso moño que le recogía el flequillo. Tez pálida, ojos azules y una expresión permanentemente amable pese a las cinco estrellas doradas que relucían bajo su insignia.

Ante su perplejidad y admiración, Mirajane Strauss se detuvo junto a ellas y, antes de que pudiera procesarlo, abrazaba a Lisanna y la besaba en la mejilla.

—¿Dónde estabas? —la regañó, soltándola por fin—. Habíamos quedado en vernos antes de la Ceremonia. Me ha costado la vida encontrarte; tienes el Comunicador apagado.

—Lo... Lo siento —tartamudeó la chica. Resultaba evidente que le costaba seguir el hilo de tan apresurado discurso—. No me di cuenta y esto es muy grande. Nos hicieron entrar antes de que pudiera buscarte. ¿Lo sabe Elf-niichan?

—Gracias a Dios, no. ¿De verdad crees que estaría todo tan tranquilo de saber que no lograba dar contigo? —Lisanna, como toda respuesta, rió nerviosa—. No se lo he dicho, pero a la próxima procura tener el reloj encendido. ¿De acuerdo?

Ambas hermanas bajaron la mirada hacia el pequeño reloj digital que llevaban todos, tanto alumnos como profesores. Era obligatorio y formaba parte del uniforme, pues en él se guardaban todos los datos y noticias de la Academia, incluida la identificación personal de cada uno. Sin él, no podías acceder a la gran mayoría de los edificios e instalaciones del complejo.

Mientras Lisanna encendía el suyo, Mirajane por fin cayó en la cuenta de que junto a su hermana había alguien más; una chica que parecía no saber dónde meterse en ese momento de los nervios y la incomodidad.

—Oh, perdona mis modales —se disculpó la joven con una suave sonrisa. Se llevó una mano al pecho—. Soy Mirajane Strauss. Supongo que eres amiga de Lis.

—Lucy Heartfilia. —Apresuró una inclinación cortés—. Encantada de conocerte, Mirajane-san.

—Oh, por favor, llámame Mira. Las amigas de mi hermana son mis amigas.

—Nos conocimos en la Ceremonia —añadió la menor de las Strauss—. A las dos nos encantó el discurso del Presidente.

Mira rió y las tres reanudaron el paseo por los jardines de la Academia. Ninguna de las dos novatas perdió detalle de cómo la mayor se ganaba la atención de todos ahí por donde pasaban.

Ciertamente, Mirajane era una de los Exterminadores actuales más fuertes y campeona del último Torneo. El reconocimiento que llevaba sobre los hombros rivalizaba con varios de los Rangos S y la confianza con la que se movía quedaba acorde a su fama. Y, por supuesto, los admiradores tampoco le faltaban, aunque ella los ignoraba como quien ignora a una multitud ruidosa e insignificante.

—Zeref Dragneel es un buen orador, lo reconozco —admitió, bien consciente del efecto que tenía la presencia de aquel genio dentro del complejo—. Y no es para menos. Sus méritos son demasiados como para contarlos.

—¿Son ciertos los rumores, Mira-nee?

—¿Cuáles de todos ellos? —quiso saber, divertida.

—Bueno... —comenzó con duda—. No he parado de escuchar que tiene un hermano y...

El suspiro cansado de la mayor detuvo su idea. Por la expresión de Mira, no hacía falta que dijera nada más. Al fin y al cabo, siempre era la misma pregunta.

Su mirada se ancló entonces en un punto lejano, en una pequeña plaza decorada por una fuente y bancos a su alrededor. A paso lento, se dirigían hacia allí.

—Sí, tiene un hermano —confirmó. Su voz era suave—. Aunque yo no haría caso de los rumores, Lis. La mayoría de las veces solo buscan hacer daño.

No habló hacia ellas, sino más bien hacia sí misma. Su atención seguía puesta al frente, en ese chico de pelo rosa y uniforme blanco que caminaba con las manos en los bolsillos y la nariz hundida en su inseparable bufanda. Iba solo, abriéndose paso entre miradas de soslayo y susurros morbosos. Parecía estar perdido en sus pensamientos.

—¿A qué te refieres? —preguntó Lucy, contemplándola de reojo. Ni ella ni Lisanna se habían dado cuenta de a quién estaba mirando la chica.

Mira salió de su estupor con un rápido parpadeo y una sonrisa cordial y refleja, automática. Desechó sus anteriores palabras con una sacudida de mano y agarró a ambas del brazo.

—Nada, nada —aseguró. Comenzó a arrastrarlas tras de sí a paso vivaz—. Venga, os quiero enseñar esto. El campus es increíble, ya lo veréis. ¿Tenéis hambre? La cafetería hace unos batidos deliciosos.

—¿Mi-Mira?

—¡Mira-nee, espera!

Las exclamaciones de ambas novatas fueron ignoradas con oídos sordos y una sonrisa despreocupada. Cruzaron la pequeña plaza a toda velocidad y la risa de Mira pronto contagió a las otras dos. El agua de la fuente las salpicó en la cara con dedos gélidos y las risas no hicieron más que aumentar. Palabras de ánimo y bromas fueron la distracción que necesitaban ambas amigas para no prestar atención al resto del mundo.

Pasaron junto al estudiante de pelo rosa sin apenas darse cuenta, dejándolo atrás y olvidado con dos simples pasos. Mira y Natsu no cruzaron una sola mirada, sin embargo, de haberle prestado alguien atención, habría visto que, en cuanto él volvió a estar solo, puso los ojos en blanco y una sutil sonrisa le curvaba los labios. Sin embargo, todo aquello pasó desapercibido pues ¿por qué iba a fijarse nadie en un fracasado como él?

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