XX. Una despedida de cien años

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"Al cuarto día, llegaron noticias del sur: todos estaban muertos, exceptuando algunos que habían huido hacia la Cordillera del Rey. Los magos que habían ido a luchar murieron sin su magia y los que sobrevivieron, jamás volvieron a sentir el calor en sus dedos, el abrazo de la diosa y las punzadas de un sueño ligero causado por la magia.

Ninguno de los sabios pudo explicar la ausencia de la magia en esa segunda noche, pensaron que era algún tipo de enfermedad de los magos comunes, pero no fue así. Una enfermedad hubiera sido mejor que enfrentarse al mismísimo infierno.

El rey, asustado por los acontecimientos, por las pocas soluciones de los magos más sabios de Arierund, y por el inminente avance de las tropas enemigas, llamó a todo los habitantes del norte para defender las líneas del sur.

Porque todos estaban muertos. Porque ya no había más esperanza, porque solo quedaban los del norte, y los de Sarkat. Y porque la nación más grande y arrogante de magos estaba muriendo demasiado rápido en el suroeste.

Y los magos partieron justo en la mañana del quinto día, algunos abandonando a sus hijos, a sus padres, y sus hogares con tal de defender una nación que ya no tenía protección ni salvación.

Ninguno volvió a casa." —de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan

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Se dirigieron al templo de la diosa cruzando el lago y dentro de un cráter volcánico. Rodearon el lago y caminaron rodeando el otro cráter donde se encontraba la fortaleza y el castillo de Sarkat. No lo habían hablado en voz alta, pero Evel estaba seguro de que la potestad pensaba lo mismo, había algo mal con ese lugar. Quizá era el silencio, quizá era el tamaño de la estructura, pero no quisieron averiguar.

Cuando salieron de los callejones, solo quedó un camino de adoquín que subía y que posteriormente descendía hacia el cráter cubierto en arena y grava volcánica. Subieron en silencio, y una vez llegaron a la cima, por fin vieron el templo de Fukurai. Evel se detuvo estupefacto y contuvo la respiración. No podía imaginarse lo bella que habría sido aquella ciudad en el pasado.

El templo estaba rodeado de rocas grandes que lo envolvían en sombras, y además la base estaba hundida en arena hasta los ventanales ojivales del piso superior. Había una torre a cada lado del edificio y unidas mediante la fachada principal. Era un edificio con demasiados detalles, quizá no tan grande como la fortaleza en el otro cráter, pero igual de impresionante. Evel parpadeó varias veces.

—Nunca me dijiste por qué vas al templo —interrumpió la potestad.

Evel no respondió mientras descendía por las escaleras de roca. Necesitaba hacer algo. Ahí acabaría todo. Esa era su respuesta, pero no la dijo en voz alta.

—¿Me vas a responder o tengo que decirte que lo que pienses hacer es una tontería?

—Necesito hacer algo.

—¡Eso ya lo dijiste antes! —gritó la potestad—. ¿Me vas a decir por qué te pones así de pálido cada vez que te pregunto?

—No...

—¿Tiene que ver con Halthorn? Tenías muchas ganas de ir, y fuiste sin mí, y estuviste raro después. ¿Entraste a la cueva? ¿O qué?

—No...

—¡Al menos dime qué vas a hacer!

Evel lo ignoró y siguió descendiendo. La potestad lo siguió apresurado hasta rebasarlo y se paró frente a él.

—No puedo decírtelo —dijo Evel y desvió la mirada—. Solo... Necesito revisar el templo y los libros.

—¿Quieres destruir lo que queda de Sarkat?

—¡No!

—¿Quieres tener más poder que cualquier otro mago en el mundo?

Evel frunció el ceño.

—No.

—¿Quieres destruir a todas las potestades del mundo?

—No, ¿por qué preguntas esas cosas?

—Porque no eres claro, mago tonto —dijo la potestad y cruzó de brazos—. Quieres que te deje pasar, pero seas de Sarkat o no, no te dejaré entrar si no sé tus intenciones. No me importa si terminas vomitándolas, necesitas ser claro.

Evel apretó los labios, miró al templo y luego a la potestad. Le debía la explicación después de todo, pero era una potestad, no entendería nada.

—Necesito leer los libros de ahí.

—Ajá, es una excusa muy convincente.

Evel inhaló aire, la potestad lo miró de arriba abajo y aguardó la explicación. Evel suspiró... De verdad que con esa potestad...

—Es una larga historia. Conocí a Sakra-... Halthorn unos años atrás —dijo y la expresión de la potestad cambió—. No sabía quién era, pero me dijo que me ayudaría a encontrar una cura para mi padre... Me mintió... Y algunas potestades me dijeron que estaba robando mi magia y mi vida...

Evel suspiró.

—¿É-él sabe que estás aquí? —preguntó descruzando los brazos.

—No lo sé, pero no tengo tiempo, sigue absorbiendo mi magia —dijo Evel.

—¿Él hizo que entrarás a He-Sker-Taín?

—No. Yo...

Evel desvió la mirada. Por más que quisiera, el tiempo perdido por la maldición de He-Sker-Taín era algo que Evel había causado, era su responsabilidad. Eso no borraba el hecho de que Sakradar le mintió el resto de su viaje.

—Está bien —aceptó la potestad—. Quieres deshacerte de su influencia...

—No exactamente.

La potestad suspiró.

—¿Encerrarlo?

Evel no lo miró a los ojos, era complicado, ni siquiera él estaba seguro de lograrlo, de siquiera ser capaz. La potestad asintió, se movió y lo dejó pasar.

—Tienes que ir de todas formas —confirmó—. Pero prométeme algo, mago, antes tienes que ayudarme a mí.

Evel lo miró.

—No quiero ser negativo, pero eres un tonto, no creo que salgas vivo de aquí incluso con mi ayuda.

—Lo sé.

—¿Lo sabes y aun así piensas hacerlo? ¿Estás loco? ¿Qué no tienes a dónde volver?

Evel apretó los labios y no respondió. La potestad se dio un golpe en la frente.

—En serio... Eres un idiota —dijo la potestad niño, luego lo miró directo a los ojos—. Entonces, antes de traer a Halthorn, destrúyeme.

—¡¿Qué?! —preguntó Evel negando con la cabeza—. No voy a hacerte eso.

Evel continuó descendiendo.

—¿Cuál es el sentido de que siga viviendo si todos murieron? ¿Cuál es el sentido de haberte traído hasta acá para que te mueras contra esa cosa?

»Si te mueres me vas a hacer llorar —dijo con un puchero.

Evel se detuvo cuando escuchó eso último. Mordió su labio, su nariz picó y sus ojos se humedecieron. Desvió la mirada, porque los ojos de la potestad se lo pedían a gritos. ¿Eso era lo que todos a su alrededor habían visto en sus ojos todos esos años? Las respuestas que la potestad exigía para aferrarse a ese mundo, las respuestas para que él mismo se diera la vuelta...

—¿Cómo me pides que haga eso? Me has ayudado-...

La potestad tomó su capa y lo jaló, interrumpió sus palabras.

—¡Entonces no hagas idioteces! —gritó la potestad—. ¿Crees que es la única manera de librarte de ese imbécil?

Evel abrió la boca, pero no pudo decir nada. Sabía que estaba mal, pero...

—¡No puedes decirme qué hacer si piensas igual! —gritó la potestad—. ¡No puedes decirme nada!

—Pero...

—¿Quieres que siga con esto? —preguntó la potestad—. Bien, entonces aprende lo suficiente, lee lo suficiente, voy a ayudarte a deshacerte de ese imbécil. A cambio, tienes que ayudarme a romper el sortilegio sobre mí.

Evel lo miró.

—Sobrevive —dijo la potestad—. Sobrevive y ayúdame.

Evel no quiso mirarlo a los ojos.

—Promételo. Promete que vamos a sobrevivir.

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El templo no tenía entradas que no estuvieran cubiertas de arena, por lo que cada día tenían que subir el montículo y entrar por las ventanas ojivales, y luego descender con cuidado de no deslizarse del otro lado. El polvo de todas formas se levantaba por el pasillo central y alcanzaba los balcones interiores del segundo piso, y las pequeñas potestades rodaban hasta quedar empolvadas.

En el pasillo principal, el templo tenía una gran pintura en el techo que se extendía hasta el fondo. Estaba desgastada, pero parecía narrar la historia de un búho y una potestad amorfa. Comenzaba en el desierto y terminaba en ese mismo templo con el búho observando desde afuera. La potestad solía admirar el mural cada vez que caminaban por ahí, pero nunca le explicaba nada a Evel.

Al final de aquel pasillo había dos puertas gigantes de roca que no se habían atrevido a abrir en las semanas que llevaban en Sarkat. Ambos sabían lo que se ocultaba detrás de ellas, y cada día Evel estaba más cerca de abrirlas. Solían evitarlas y subían directamente al segundo piso, donde había una sala enorme llena de estantes con libros de magia que se habían preservado bien quizá debido a la magia impregnada todavía en aquel sitio. Sus puertas rechinaban mientras se abrían hacia dentro cada vez que Evel se acercaba, pero permanecían cerradas si solo se acercaba la potestad.

En esos días, solo había estudiado los libros de magia sobre las potestades. No entendía casi ninguna de las palabras de los libros que no estaban en el idioma de Sighart o en Osviano, pero según la potestad, aquellos que no entendía hablaban sobre cómo formar contratos con ellas, cómo atraerlas, cómo encontrarlas, cómo protegerlas y curarlas. Un único libro de entre estantes y estantes, hablaba sobre cómo lidiar con ellas y cómo drenar su magia. Pero además de eso, no lograba encontrar nada acerca de cómo habían encerrado a Halthorn en el pasado, o como había terminado la potestad en ese cuerpo.

Suspiró cuando se dio cuenta de aquello. Debía cumplir su promesa de un modo u otro. Ambas promesas. No estaba seguro de lo que estaba haciendo, y tal vez ni siquiera sobreviviría si trataba de enfrentarse a Sakradar, pero lo había prometido...

La potestad volvía de vez en cuando con comida cazada y cocinada por él mismo, todavía no lo había llamado, pero Evel se levantó por instinto. Fue extraño, y cuando las puertas se abrieron, la potestad lo miró asombrado.

—¿Eres psíquico o qué? —preguntó la potestad—. ¿Ya pudiste leer algún sortilegio interesante para hacer eso?

Evel tampoco entendía qué había sucedido, pero después de eso, se sentaron fuera de la biblioteca, uno al lado de otro y comieron. No era mucho, pero era suficiente para mantener su energía por el momento.

—¿Encontraste algo?

—No, en realidad —dijo Evel—. Era el último libro de potestades que había.

—¿Leíste los que coloqué en la mesa?

Evel desvió la mirada. La potestad lo miró sin expresión, negó con su cabeza decepcionado y mordió su trozo.

—¿Qué tan imbécil debe ser un mago de Sarkat para no saber Sarkano?

—¡Solo recuerdo algunas palabras! —dijo Evel—. Déjame en paz.

—¡Pero eres un mago! Creí que en las Academias de Magos les enseñaban a buscar y a leer textos en otros idiomas...

—Pues en la mía no.

—También creí que les enseñaban a pensar.

Evel frunció el ceño y mordió el pedazo de carne de ave que la potestad le había traído. Se dijo a sí mismo que no iba a discutir, que iba a mantener su magia calmada... Evel preguntó:

—¿De qué son?

La potestad no respondió y lo miró con molestia por largo rato. Evel esperó a que respondiera, pero cuando la potestad terminó de comer, se levantó y se fue sin decir nada más. Evel también se levantó.

—¡Espera! ¡Potestad! —gritó Evel.

La potestad no miró atrás No conocía su nombre, ni siquiera sabía si tenía uno. Se lo había preguntado antes, pero la potestad nunca había respondido. Evel suspiró y regresó de nuevo a la biblioteca y se dirigió a los libros en sarkano. Aquella mañana solo algunas potestades pequeñas lo habían acompañado, así que cuando volvió a la biblioteca, todas ellas flotaron hacia él.

Evel las miró y se detuvo un segundo para que pudieras aferrarse a él y fue a la mesa en dónde la potestad le había colocado los libros. Todos estaban en sarkano... ¿Cómo iba a leerlos siquiera? Era un tonto de verdad. Y entonces, sintió de nuevo algo extraño, se levantó de nuevo por instinto y fue a la entrada. La potestad había vuelto y sobre él estaban el resto de las potestades pequeñas y unas mucho más grandes que jamás había visto.

—¿Qué? Quita esa cara —dijo la potestad—. Vas a necesitar ayuda.

Todos entraron y fueron a sentarse en la mesa. Las potestades también tomaron asiento alrededor de Evel, y las más pequeñas se arrastraron hasta estar cerca de él. Evel miró a todas las potestad y esperó a que la potestad-niño dijera algo.

—Si necesitas ayuda, dilo claro y fuerte —dijo el niño-potestad—. ¿Por qué no me dijiste antes que no podías leer los libros? Creí que solo estabas cansado esa vez... O que eras un tonto... Bueno, sí lo eres.

Evel frunció el ceño, pero al final se rindió. En ese punto, solo le quedaba resginarse.

—Cierra los ojos y escucha —dijo la potestad-niño—. Te vamos a ayudar.

Evel miró a todas las potestades y asintió. Cerró los ojos y sintió el calor de la magia rodeando su cuerpo, luego en sus ojos, pudo escuchar pequeños susurros en sarkano. Sintió una gran punzada en su cabeza y apretó los ojos, pero así como llegó, se fue. Abrió los ojos y miró el libro frente a él.

—¿Qué dice? —preguntó el niño-potestad emocionado—. ¿Si funcionó?

—Magia de potestades: como purificarlas —leyó Evel.

La potestad niño golpeó la mesa con emoción y las pequeñas potestades brincaron a alrededor de Evel. Sonrió un poco al verlas emocionadas, y poco después comenzó a leer. Leyó toda el resto de la tarde, sin descansos, sin apartar la mirada y cuando terminó una buena parte y cabeceó, alzó la cabeza. La potestad niño ya estaba dormida, y a su alrededor se habían acurrucado las potestades grandes y algunas pequeñas. Cuando Evel miró a las pequeñas sobre él, también las encontró durmiendo, sonrió un poco.

Si pudiera conservar ese momento un poco más...

Una mueca se dibujó en su boca, sacudió la cabeza y volvió la mirada al libro.

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Los días siguientes estudiaba casi todo el día, solo se detenía para dormir y para comer, aun así, a veces su cabeza pesaba demasiado para leer y dolía por sostener la magia para entender, así que a veces se quedaba durmiendo en la biblioteca, y despertaba cuando sentía que el niño-potestad estaba cerca. Leía página tras página para entender cada detalle del sortilegio, cada paso, qué era lo que habían hecho los magos en el pasado... pero era difícil comprender todo. La magia que enseñaban en la Academia era metódica y rigurosa, aquella que los libros de Sarkat explicaban era distinta, más espontánea y fluida.

Al menos sus cálculos acerca de la cantidad de magia que necesitaban estaban correctos, pero para comprobarlo, para entender todo, necesitaba practicarlo. Los primeros días trató de practicarlo él solo, sacó a todas las potestades, pero al realizarlo, había sido torpe, y brusco, le faltaba técnica, pero era eficiente y hacia el trabajo... Pero hacerlo a gran escala y con una potestad del tamaño de Sakradar era el problema.

La potestad-niño iba y regresaba, traía comida o más potestades, le decía algún comentario sobre su mal aspecto y luego lo obligaba a dormir al menos un rato. Evel al final terminaba despertándose de golpe, sin soñar, y se levantaba de nuevo a estudiar, a practicar y a recalcular. Duró un tiempo así, dormía poco, estudiaba y usaba demasiado magia. Aquella tarde se levantó, bostezó y le abrió la puerta a la potestad.

—Necesitas aire fresco —dijo la potestad cruzando los brazos—. O vas a terminar pudriéndote en tu silla.

Evel sonrió con somnolencia y aceptó ir a caminar con la potestad. Salió del templo luego de días de permanecer entre libros y polvo, y el sol lo cegó por un momento. Luego, la potestad se sentó a su lado y miraron desde la cima del cráter al lago y al sol muriendo en el horizonte.

Cada día que pasaba se sentía como uno más para aprender, pero aquella vez, mientras veía ese atardecer, su pecho se oprimió. Quedaba poco tiempo y aún no estaba listo, había fijado una fecha, pero ni siquiera conocía bien el sortilegio, ni siquiera lo entendía, si había un rebote... Se mordió la mejilla. Si quería sobrevivir, si iba a cumplir la promesa que le había hecho a la potestad, Evel sabía que aún no estaba preparado.

—Deberías dormir, mago —dijo la potestad casi como si estuviera leyendo su mente—. No sirve de nada si aprendiste todo eso y no puedes lograrlo porque no comiste ni dormiste. Así que deja de ser imbécil.

Evel miró su regazo. Tal vez tenía razón, tal vez estaba exhausto. Comieron algo mientras veían la ciudad oscurecerse, y cuando las estrellas brillaron en el cielo, la potestad preguntó:

—¿Ya sabes cómo ayudarme?

Evel miró a la potestad, pero no pudo decirle nada. No sabía casi nada del sortilegio que tenía o cómo había terminado atrapado de esa manera, así que no había investigado casi nada para ayudarlo. Antes de poder decirle, la potestad habló de nuevo.

—No vas a cumplir tu promesa.

Evel lo miró, y decidió callar, no era eso, pero tampoco creía que fuera conveniente decirle que no sabía cómo ayudarlo. La potestad lo miró por un buen rato antes de continuar.

—¿Siquiera sabes cómo funciona el sortilegio que quieres hacer?

Evel desvió la mirada.

—No estoy seguro.

La potestad se dio una palmada en la cabeza.

—Estos magos —dijo y negó con la cabeza varias veces antes de girar su cuerpo hacia Evel y sonreír—. ¿Quieres saber cómo es?

Evel frunció el ceño, y la potestad explicó, sus ojos no dejaron de brillar, pero el tono que usó no era el mismo, parecía más apagado, más amargo al hablar.

—Mi amo trató de imitar el mismo sortilegio conmigo, pero con otras técnicas —dijo él—. Si logras entenderlo quizá sea más sencillo que lo logres, ¿no?

Evel miró al niño.

—¿Qué?

—Ni siquiera sé si lo logre —dijo Evel—. No sé si pueda ayudarte después de todo...

La sonrisa de la potestad no vaciló.

—¿Qué? ¿Vas a llorar solo por eso? —dijo la potestad—. Ni siquiera necesito que me ayudes, puedo permanecer cuánto quiera así, pero tienes que sobrevivir, ¿está bien? O te rompo los brazos.

»En fin... Apúrate, rápido. Solo toca mi cabeza.

Evel mordió su mejilla, y obedeció a la potestad, y cerró los ojos. En la superficie, parecía un sortilegio sencillo, como seguir un hilo, pero luego se torcía, se complicaba, se enredaba y se unía. Lo siguió, leyó los patrones de cómo estaba creado ese sortilegio. Esa era una diferencia con la magia de los magos comunes. Los sortilegios de Sarkat, los más complicados no eran directos como los de los magos, no eran metódicos. Era distinto, como una orquesta tocada por un solo mago, como un bordado de patrones complejos... hilos atados unos con otros, cadenas... Y de pronto, fue como si hubiera caído al agua y se estuviera hundiendo, el agua aplastaba sus pulmones, estaba encerrado, no podía salir a flote... ¿Por qué era una sensación familiar? Abrió los ojos y se apartó.

La potestad lo miró con ojos brillantes y expectantes

—¿Lo tienes? ¿Lo entendiste? —preguntó la potestad—. Ambos atan a las potestades, pero el que tú necesitas hacer también las purifica.

Evel lo miró por un buen rato sin entender qué era lo que había visto o que era a lo que se refería, ¿cómo se suponía que iba a deshacer algo así? ¿Cómo se suponía que fuera a crear un sortilegio así de complejo que se mantuviera por tanto tiempo además? Su magia siempre había sido inmediata, pulsos de energía en su sangre, por eso la magia común siempre se le había hecho complicada —como caminar con una cola de pescado—, pero aquello también era demasiado para él... Y tenía sentido con el libro, con sus cálculos. Había subestimado todo. Negó con la cabeza.

Tardó un rato más en recuperar el calor de su cuerpo y en procesar lo que había visto, pero solo terminó frunciendo el ceño sin entender muy bien qué era lo que iba a hacer. Faltaba poco para el día en que intentaría llamar a Sakradar, ¿cómo se suponía que iba a lograrlo?

—Ya veo —dijo la potestad y luego asintió—. Deberías ir a dormir, espero que al menos sirviera de algo...

Evel rio un poco con amargura, fue más como un suspiro.

—Creo que ni siquiera puedo llamarlo.

—Eso es porque no quieres dormir, estás cansado, no seas tonto —dijo la potestad—. Te ayudaremos con la magia que necesites, todos.

Evel miró a la potestad con los labios apretados. Sin un contrato, aquello iba a ser difícil, pero realmente no quería recurrir a eso, pero que lo ayudaran tantas potestades por una causa así... Evel se preguntó si en el pasado las cosas eran así con otros magos, seguramente sí, pero su corazón se calentó de todos modos, y no fue por la magia.

—Gracias.

—Nada de gracias, me debes algo rico de comer... —dijo la potestad e hizo un puchero.

Evel suspiró.

—Puedes tomar de mi mermelada cuando termine de estudiar.

—No, nada de eso. Vete a dormir antes de que te mande a dormir con mis puños.

Evel frunció el ceño al principio, pero al final terminó sonriendo un poco. Se levantó, se sacudió el polvo de los pantalones, le dio las buenas noches a la potestad y regresó a la pequeña casa en la que habían decidido quedarse.

Había pasado un tiempo desde que estuvo ahí, y aunque había señales de que la potestad cocinó y limpió, no había ni una sola potestad. Se tendió en el suelo, y cerró los ojos. Durmió como no había dormido en un buen tiempo, tendido y profundo, sin sueños, sin pesadillas, sin nada. ¿Cuándo habían desaparecido las olas que iban y venían? ¿Cuándo se habían vuelto las cosas tan solitarias?

Cuando despertó por fin, era tarde, pero no sabía cuántos días habían pasado ni cuánto había dormido, era de noche de nuevo. Se desperezó, pero contrario a lo que había esperado, ninguna de las potestades estaba cerca. Salió de la casa y caminó entre los callejones sin percibir ni un poco de la magia de las potestades, frunció el ceño y se dirigió al templo. Cuando llegó ahí, tampoco pudo percibir su magia, su calor, su influencia en el mundo. Subió el montículo lo más rápido que pudo y buscó en el piso superior, dentro de la biblioteca, en todos lados. No las encontró.

Cerró los ojos para concentrarse, para percibir su magia, para llamarlas, pero ninguna tenía nombre, y si lo hacían, los desconocía. Luego, gritó por ellas, pero la única respuesta fue el viento del desierto. Decidió ir al único lugar que no había revisado.

Corrió por el pasillo de la planta baja hacia las puertas de madera oscura, ignoró el mural en el techo, ignoró el frío del desierto. Plantó sus pies con firmeza delante de las puertas y alzó las manos. No cerró los ojos, y el calor subió hasta su pecho y se extendió por su cuerpo. Las puertas se abrieron, creó una luz con su mano y entró.

La luz se refractó con los cristales en la entrada. No pudo seguir.

Por fin las había encontrado, pero ellas no cumplieron su promesa después de todo... Sus ojos se humedecieron.

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Era momento. Desde la colina su capa de mago se agitó con el viento caliente, Sarkat estaba ahí abajo, como un fantasma enorme, pero entre la arena era difícil diferenciar detalles. No se veía nada.

Después de tantos años, Evel se cuestionó si aquello era lo que quería hacer, si era lo que de verdad le daría lo que querría, si por fin, aquella acción después de miles de acciones equivocadas le traería un poco de paz y le permitiría seguir. Pero después de todo, se preguntó una y otra vez, ¿valía la pena? ¿De verdad iba a hacerle eso a una de las pocas personas que le había mostrado un poco de amabilidad en su vida?

Evel se odiaba. Se odiaba demasiado y era algo que por más que había tratado, no había podido superar. Quizá odiarse un poco más por lo que iba a hacer no importaba después de todo.

Recordaba todos esos años en los que Alek lo apartó solo por quitarle su lugar con Hok, recordaba todos esos años en los que Hok le enseñó magia y luego temió el resultado, todos esos años en los que Hok le hizo sentir como si estuviera mal ser quien él era. Se odiaba por recordar eso específicamente entre todo lo demás, sentía remordimiento por no poder olvidar eso de su padre. Se odiaba por pensar en eso al tratar de recordar cualquier otra cosa. Se odiaba por recordarlo con una mezcla de lágrimas, cariño y odio infantil.

Se odiaba por olvidar e ignorar su vida antes, por pensar que era la manera de quedarse en Berbentis. Se odiaba por ni siquiera recordar los nombres de sus verdaderos padres, o sus rostros. Solo recordaba el fuego, los gritos...

¿Por qué no podía recordar más que memorias amargas? ¿Por qué solo tenía grabadas aquellas que ya no oprimían su pecho como antes, pero que llenaban su cabeza de ese sentimiento?

Se odiaba por ser quién era, se odiaba por no ser lo que hubiera sido, se odiaba porque sabía que por más que lo supiera, seguía cometiendo los mismos errores. Pero en esos años en Berbentis, en la academia, después de regresar, había tenido que aprender a no odiarse, a dejar todo aquello atrás para que su magia se estabilizara... ¿Por qué entonces había vuelto a los mismos pensamientos?

Su magia pulsó en sus brazos... En el pasado, hubiera recordado las palabras de Hok, pero en aquel momento, solo inhaló hondo. Eran cosas que él sentía, que necesitaba escuchar para entender y no solo callar, como su magia.

Temía. Tenía miedo de haber decidido que eso era lo correcto y lo que quería hacer. ¿Por qué había decidido hacer eso en lugar de seguir con su vida y esperar a que consumiera su magia y su vida? Quizá se equivocaba, pero pensaba hacerlo de todas maneras. Quizá no era suficiente justificación librarse de él, quizá no era suficiente justificación hacerlo por el Evel ingenuo e ignorante de años atrás que había partido creyendo una mentira, pero entonces, lo haría por ese lugar, por Sarkat.

Evel exhaló.

Bajó las escaleras del cráter hacia el templo y esperó. Se sentó frente a la biblioteca, donde solía comer con la potestad y recargó su cabeza en una de las puertas. «No mantuvieron su promesa... pero yo sí lo haré», quería pensar, quería aferrarse a esa idea. Debía mantenerse firme, debía hacerlo. No quedaba mucho tiempo.

Y entonces Evel se levantó de golpe, todos los pensamientos fueron arrasados cuando su magia titubeó, cuando hormigueó en sus manos y el silencio en Sarkat terminó por fin.

Podía sentir a Sakradar hurgando, buscando magia, absorbiéndola, buscándolo a él. Era como estar entre la niebla mientras alguien lo buscaba con una lámpara. Evel se acercó por fin a la escalera.

Un montón de aves volaron hacia el cielo, fuera del edificio detrás de las ventanas ojivales, todas eran negras, todas eran potestades. Nacieron de la nada, salieron de la arena, pero supo que tenían relación con Sakradar. Evel se plantó firme y observó a las aves ir y volver. Entonces, el ave más grande entró al templo y se sumergió en la arena.

Evel alzó su capa para cubrirse, cerró los ojos y se cubrió la nariz. Cuando la ráfaga cesó, la arena cayó ingrávida y entre el polvo en el aire, vio una figura. Evitó toser mientras Sakradar caminaba en su dirección. Aunque había querido sonreír, no lo logró de inmediato, había un escalofrío en su espalda. Sus ojos se humedecieron un poco mientras veía desde arriba, Evel se obligó a sonreír cuando miró su silueta.

—Sakradar.

—Evel, ha pasado tiempo desde que te vi —dijo Sakradar sonriendo e hizo una mueca—. Que nos encontráramos así...

»Perdón por la arena.

Evel negó con la cabeza. Sakradar alzó una mano y la bajó bruscamente, y al mismo tiempo, cada partícula de arena regresó de nuevo al suelo. Evel contuvo el aliento. «Es una potestad, Evel. Tiene magia también».

Era idéntico a la última vez que lo vio en Histra: piel blanca como un cadáver, ojos oscuros como la brea. Una pesadilla que sonreía como un viejo amigo... Ascendió las escaleras

—Mira cuánto has crecido, Evel —dijo Sakradar.

Luego, mientras subía, sus ojos se posaron en la capa y en el broche. Se iluminaron y se apresuró a subir los últimos escalones. Evel se quitó el broche y se lo tendió sin decir nada.

—¿Fuiste a una academia de magos? —preguntó Sakradar y sonrió—. ¿Cuántos años tienes ahora, Evel?

Evel sonrió un poco mientras Sakradar le regresaba el broche. Mintió.

—Cumplí veinticuatro hace poco.

Las cejas de Sakradar se alzaron y se llevó una mano a la cabeza.

—Seis años... —dijo Sakradar y luego negó con la cabeza—. Ha pasado mucho tiempo.

Evel asintió antes de bajar un escalón para estar a su altura, y otro más para descender la escalera. Evel no respondió aquello y continuó.

—¿Pasó algo, Evel? ¿Por qué me llamaste? ¿Qué haces aquí?

Evel no respondió de inmediato.

—Estoy bien. Solo quería ver cómo era Sarkat, dijiste que lo conocías.

—Ah, fue por eso —dijo Sakradar—. ¿Te parece si lo dejamos para otro día? Tengo que hacer algo.

—¿Cómo has estado?

Evel no lo miró a los ojos y se detuvo al pie de la escalera, aguardó a qué bajara o que respondiera su pregunta. Mordió sus mejillas, y debajo de la capa jugueteó con el broche. No podía dejar que se fuera.

—Bien, Evel. Pude ver a mi hijo —dijo Sakradar y desvió la mirada a las ventanas ojivales, luego suspiró—. En fin, quiero saber sobre ti. Ha pasado mucho tiempo, ¿cómo está Hok?

Evel mordió su mejilla hasta que el sabor a hierro inundó su boca. Había visto a su hijo después de todo... Forzó una sonrisa a pesar de que su estómago se retorció. Volvió a mentir.

—Mi padre está bien.

Sakradar asintió.

—El tiempo de verdad que es distinto para los humanos —dijo Sakradar—. Para mí es como si nos hubiéramos despedido ayer, pero has cambiado.

»Y no creo que me hayas llamado solo por una charla así... ¿Por qué estás aquí justo en este momento, Evel?

Evel lo miró directo a los ojos, y la mirada severa de Sakradar se suavizó. Evel se dirigió hacia la sala del fondo, hacia el corazón del templo de Fukurai.

—Es curioso —dijo Evel como había practicado una y otra vez antes—. Vine a investigar, pero encontré este lugar...

—Evel, ¿escuchaste algo extraño?

Evel lo miró, ladeó la cabeza sin entender a qué se refería y siguió avanzando. Miró de soslayo a Sakradar, que miraba al mural en el techo con los labios apretados.

—Evel, creo que debería irme, de verdad necesito atender algo. Hay alguien que me espera en el desierto.

Evel frunció el ceño ante su actitud, ¿alguien lo esperaba en el desierto? Incluso si era así, no podía dejar que se marchara después de todos sus esfuerzos.

—¿No me vas a ayudar? —preguntó Evel—. Es... Me dijeron que debía buscar en el Templo de Fukurai para entender a Sarkat, pero no pude leer nada.

—¿Entonces necesitas traducir algo? —preguntó Sakradar mientras miraba fuera de las ventanas ojivales.

—No, en realidad —dijo—. Quería preguntarte sobre algo que encontré...

Entraron a la sala, había dejado las puertas abiertas para aquella ocasión.

—Pensé que sabrías algo —dijo Evel.

Sakradar se detuvo en la entrada y un nudo se formó en la garganta de Evel. Aguardó y fingió una sonrisa, si él no entraba todo habría sido en vano, si se daba cuenta su vida estaría en peligro... Al final, Sakradar miró el techo una última vez, suspiró y siguió a Evel.

La sala era amplia, con forma de octágono y paredes claras. El techo era un tragaluz que dejaba ver con claridad el cielo azul del desierto, las dunas y las paredes del cráter. En cada arista del había intercalado un pozo con agua y una pared con palabras sarkanas grabadas en piedra, y en el centro, había un círculo un poco más elevado donde al centro reposaba una esfera de cristal en un pedestal.

Sakradar caminó hasta donde él estaba y cuando estuvo lo suficientemente alejado de la entrada, las puertas se cerraron con un estruendo. Evel tragó saliva. No había marcha atrás. Sakradar miró las puertas confundido. Caminó hacia ellas y las tocó, antes de mirar a Evel.

—Estamos atrapados —dijo Sakradar mientras las tocaba, luego susurró para sí mismo—. No debí venir, no con Draimat tan cerca.

»Evel, ven, saldremos de aquí.

Sakradar se dio la vuelta y abrió los ojos ante lo que veía. Evel había caminado hacia el centro de aquel lugar, donde yacía una esfera de cristal sobre un pedestal y pequeños cristales esparcidos en el suelo. Evel sintió sus ojos llorosos y se mordió la mejilla ante la mirada de Sakradar, no era odio, ni siquiera, ni una expresión de dolor. Evel se dio cuenta de que quizá nunca se habían entendido en realidad, que jamás se habían conocido en esos meses viajando, que todo había sido una farsa para ambos.

—Evel... —dijo Sakradar y frunció el ceño—. No sé qué te dijo Draimat, pero no quieres hacer esto. Te está usando.

Evel frunció el ceño al escuchar la mención de un dios, pero sin saber a qué se refería, lo ignoró, y habló con un nudo en su garganta.

—Mentiste.

La mirada confundida de Sakradar no duró mucho más, se volvió severa, aterradora, la mirada de un demonio. No había odio, pero sí la intención de atacarlo y asesinarlo en el acto. ¿Eso era lo que había sentido toda la gente que Sakradar atacó para «protegerlo» cuando viajaban juntos? Como las potestades, la bruja, los marineros, los maestros de la isla de los magos, todos los que habían muerto en las manos de un demonio...

—¿Qué tratas de hacer, Evel? ¿Qué te ofrecieron por destruirme? ¿Qué tonterías te dijeron? Ni siquiera estás seguro, ¿verdad? —dijo Sakradar y sonrió con sorna, una burla—. ¿Qué te dijeron de mí?

Caminó hacia Evel, pero no se acercó al círculo en el que él estaba. Se detuvo a unos metros frente a Evel, sus capas se agitaron. Evel se mordió la mejilla. Por supuesto que Sakradar pretendería eso antes de admitir nada...

—Puedes irte y vivir una vida feliz, Evel. Lejos de mí, lejos de Draimat, lejos de Sarkat, lejos de todo esto, con tu pad-...

—¿Qué sentido tiene?

La voz mordaz de Evel detuvo las palabras de Sakradar.

Hok estaba muerto, Lara estaba muerta, Mark moriría pronto, las potestades se habían sacrificado para que él lograra aquello, Alek tenía su propia familia después de todo, Issa había crecido, Sarkat y sus magos habían sido olvidados, el mundo había continuado incluso sin él por décadas. En cualquier caso, si encerrar a Sakradar en ese lugar, si tratar de purificarlo como lo hicieron antes era lo que debía hacer para seguir como el resto del mundo, si era la manera para poder honrar a las potestades sin nombre, y para poder mirar atrás sin sentir amargura... Era su amigo, pero era Halthorn también, una potestad corrompida. Evel apretó los ojos.

—Me usaste...

Luchó para que su voz no se rompiera, apretó el broche en su mano. Sakradar frunció el ceño sin entender.

—Me mentiste para usarme —dijo Evel, bajó la mirada—. Para usar mi magia... Dijiste que me ayudarías, pero...

—Evel —llamó Sakradar de una forma casi paternal—. Puedes regresar a casa.

Evel apretó los ojos y las lágrimas resbalaron, alzó la cabeza.

—Me mentiste —dijo y lo miró fijo mientras apretaba los labios—. Con mi padre, con mi magia, con todo el tiempo que pasó, con esos marineros...

»Dijiste que no era mi culpa que murieran, dijiste que no había nada malo conmigo.

Sakradar suspiró y frunció el ceño.

—No lo hiciste a propósito. Te atacaron primero.

Evel apretó los labios. Dolió que lo admitiera así sin más. Las lágrimas resbalaron de sus ojos, y las enjugó antes de permitir que continuaran. Hok se lo había repetido hasta el cansancio, Sakradar se lo había ocultado, él mismo había querido pretender que no era cierto... Todas esas vidas... Miró la esfera en su mano.

—Hiciste todo para ganar mi confianza...

—Evel —llamó Sakradar y se apresuró a hablar—. Necesitas calmarte. Lo que Hok pensaba, sus ideales, eso fue un accidente. Tu magia es inestable y no sabes mucho de ella.

—Mi magia no es inestable. Solo querías usar mi magia para beneficiarte.

—Escucha, Evel. Ahora es diferente... Neces-...

—¿Cómo es diferente? —preguntó Evel y sonrió antes de apretar los labios—. ¿Es porque soy el último? ¿Es por qué no lograste acabar con todos en este país?

—¡Evel! ¡No sabes qué estás diciendo! —dijo Sakradar y bajó la voz de nuevo para explicar—. Sí estoy tomando parte de tu magia, pero si no lo hiciera, sería mucho más inestable... Pero esta magia es tuya, tuya para usarla.

Evel mordió su mejilla. ¿Por qué había querido pensar lo contrario? ¿Por qué se había llenado la cabeza con mentiras? Sakradar no era diferente a lo que los libros describían.

—Evel, escucha. Podemos arreglar esto —dijo Sakradar—. Puedo darte la vida que quieras, puedes usar tu magia como tú quieras, sin tener que escuchar a nadie diciéndote que es peligrosa o que es inestable...

Evel no respondió, una leve punzada comenzó en su cabeza, no era por las lágrimas. Evel miró la esfera y luego el suelo, hilo a hilo, lo que ya había trazado días antes, lo que había creado comenzó a unirse como memorias de una vida entera.

—Estoy cansado, Sakradar —Evel admitió y cerró los ojos.

«Trataré de cumplir mis promesas...».

—Evel, salgamos de aquí —dijo Sakradar.

La magia era peligrosa, un poder detestable que no traía nada bueno, un poder que destruía muchas cosas a su paso y que por lo tanto había sido prohibida en una gran parte del mundo... Era peligroso usarla, poseerla y vivir con ella. Evel lo sabía bien, un descuido, un desliz y todo acabaría.

«Todo por haber anhelado algo que no era tuyo».

Pero, ¿aquello tenía algo de malo? La magia era parte de él, casi como respirar.

No había marcha atrás, lo supo mientras la magia calentaba lentamente su sangre, sus alrededores, aquel lugar, una punzada sutil en su cabeza como un recuerdo lejano en su corazón. Las palabras habían perdido significado y siguió enlazando el sortilegio, uniendo uno a uno los hilos de aquel sitio como lo recordó de la potestad, de los libros, de la práctica constante.

—¡Evel!

Él abrió los ojos, Sakradar lanzó un cristal hacia él, parpadeó, retrocedió y cuando entendió que estaba sucediendo, Sakradar se había convertido en un águila de gran envergadura y garras afiladas que se dirigía hacia él. Jamás había aprendido combate, así que solo se agachó, Sakradar rasguñó su hombro y desgarró su capa. Evel gritó de dolor y mientras caía hacia atrás, se aferró a los hilos de aquel sortilegio de cientos de años.

Lo alimentó con su magia mientras él retrocedía, su hombro ardió e hizo una mueca. Sakradar volvió a ser humano del otro lado y se acercó a Evel sin entrar al círculo donde él se encontraba. Evel cerró los ojos... Quizá no iba a poder cumplir su promesa. Cuando abrió los ojos, soltó el broche en su otra mano, la alzó y desde cada uno de los cuatro pozos, el agua se alzó e impactó directo con Sakradar. Lo estrelló contra la pared, y extrajo el calor de inmediato del agua.

Evel se levantó con las piernas temblorosas y continuó con el sortilegio, lentamente, dándole magia de poco en poco. Entrecerró un ojo cuando la punzada incrementó, y cuando miró de soslayo a Sakradar, él le devolvió la mirada sin alguna expresión. Evel llevó de inmediato su mano libre a su hombro herido, no podía sangrar si quería terminar aquello. La sangre se detuvo y cicatrizó.

—¿Para esto fuiste a la Academia de Magos? —preguntó Sakradar—. Interesante.

Evel no respondió y volvió al sortilegio contenido en todo ese cuarto, el calor aumentaba con cada segundo. Sakradar terminó de derretir el hielo y cayó de rodillas al suelo, se levantó y caminó hacia él, y en su mano se materializó una espada. Evel se apresuró, usó el agua en el suelo, y la congeló de inmediato en los pies de Sakradar, pero él fracturó el hielo y caminó hacia él.

—¿Crees que puedes, Evel Berbentis? —preguntó Sakradar con voz calmada—. ¿Crees que eres capaz de hacerme esto?

Evel lo miró y negó con la cabeza.

—¿Crees que si te sacrificas así lograrás algo? ¿Qué los dioses te favorecerán por primera vez en tu vida? ¿Qué hay de tu padre?

Evel apretó los labios, pero logró contener las lágrimas aquella vez.

—Hok está muerto... pasaron más de treinta años.

Sakradar se detuvo en seco, había alzado la espada hacia Evel, pero de inmediato la bajó, la espada se deshizo en sombras y brea. Lo miró directo a los ojos.

—¿Evel? ¿De qué hablas?

Evel lo miró directo a los ojos y él retrocedió. Él mismo lo había dicho, el tiempo era distinto para los humanos.

—Evel, lo siento.

Evel siguió con el sortilegio incluso si sus ojos se humedecieron de nuevo, incluso si quería detener aquello, incluso si quería hablar con él, gritarle y reclamarle aún más. No había marcha atrás. Se centró en la esfera de cristal en el pedestal, en el sortilegio que se enredaba y que lentamente se creaba desde la esfera hacia el aire, hilo a hilo, brotó buscando una potestad.

Algo caliente escurrió de su nariz, los cristales en el suelo, los cristales que habían sido potestades antes se desmoronaron conforme el sortilegio avanzaba.

—Evel, détente —pidió Sakradar—. ¡Solo te estás lastimando!

Y entonces miles de hilos brotaron de la esfera y se conectaron con el pecho de Sakradar. Otros continuaron flotando alrededor de ambos. Eran delgados, transparentes, flotaban, casi como telarañas. El cielo se oscureció en el domo de cristal sobre ellos.

Sakradar tomó los hilos y retrocedió, pero los hilos no cedieron ni se rompieron.

—Evel —llamó Sakradar y lo miró, negó con la cabeza, con preocupación.

El suelo comenzó a sacudirse debajo de los pies de Evel, pero él se limpió la sangre en la nariz y sostuvo la esfera con una mano mientras terminaba el sortilegio con la otra. El resto de los cristales se disolvieron uno a uno en el aire y el polvo flotó a su alrededor. Sakradar retrocedió, alzó sus manos y de ellas brotó hielo, agua, luz, pero los hilos no se rompieron y no lo iban a hacer.

Evel lo miró con arrepentimiento... La somnolencia comenzó a nublar su cabeza, y su magia punzó por todo su cuerpo como veneno. Iba a morir. No iba a poder cumplir su promesa.

—¡Evel! —gritó Sakradar

Sakradar alzó sus manos temblorosas en un intento de salvarlo, de ayudarlo, de detener aquello, brotó fuego. Evel no se movió, el agua siguió su mente, su magia igual de rápido, se acumuló y detuvo la llamarada antes de que se estrellara contra su cuerpo. El vapor se alzó entre ellos y Evel despejó el sueño. Miró a Sakradar. De verdad lo había atacado así... Él se aferraba a los hilos, trataba de romperlos con su espada de sombras sin éxito.

—¡Por favor! —imploró Sakradar con sus ojos oscuros—. Tú no... ¡Tú no puedes morir aquí!

Pero no había marcha atrás... Evel lo miró con ojos llorosos. «Perdón, Sakradar».

El suelo rugió, se agitó, las nubes cubrieron el domo de cristal del tragaluz sobre ellos. El suelo se iluminó con los últimos cristales consumidos por el sortilegio, y la esfera de cristal brilló con las marcas que antes, en algún tiempo lejano, alguien usó para contener a una potestad.

Una punzada atravesó la cabeza de Evel como un golpe, su vista se nubló un momento y se tambaleó. Alzó la cabeza y colocó ambas manos sobre la esfera, incluso si su vista se perdía entre manchones negros.

—¡Evel! —gritó Sakradar.

Pensar que tantos años atrás él había sido el de las cadenas y que ahora él mismo estaba realizando un sortilegio de encierro y purificación lo hizo marearse cuando la esfera comenzó a jalar. Sakradar se resistió. Una punzada más fuerte atravesó su pecho, Evel gritó e inhalo profundo. Su boca sabía a metal.

Sakradar lo miró directo a los ojos, apretó sus labios, sus ojos también se habían humedecido y caminó hacia Evel. Él suspiró aliviado y susurró a la esfera, algo que ni él mismo entendía o recordaba, su visión se recuperó de nuevo. Los hilos se acortaron cada vez más y la esfera ansió por ellos.

Cuando Sakradar estuvo a un metro de Evel, otra punzada golpeó su cabeza y sostuvo la esfera con una sola mano mientras se recargaba con la otra en el pedestal, su cuerpo comenzó a temblar, su nariz escurrió con sangre. Alzó la cabeza a Sakradar y por un momento, todo se detuvo... Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Perdón...

Eran las consecuencias de la magia, Evel cerró los ojos mientras la modorra amenazaba con arrastrarlo para siempre. Sakradar entró al círculo sin importarle que los hilos se enrollaran en sus piernas, que atravesaran sus brazos, que la esfera estuviera tan cerca, y ayudó a Evel a sentarse, la esfera todavía en su mano.

—No morirás aquí, Evel —dijo Sakradar acuclillado y suspiró con resignación—. Te daré tres cosas, la primera es algo que olvidaste, algo que deseas, algo que conserve para ti. La segunda es la primera, porque es una maldición o una bendición... como desees verla.

»La tercera se extenderá en ti hasta destruirte —. Apretó los labios y tocó la muñeca de su mano izquierda—. Perdón, Evel. Esta es la única forma de verdad.

Dicho eso le agitó el cabello a Evel, rasgó un pedazo de su capa y le limpió la sangre en la nariz casi como un padre. Evel lo miró sin entender qué decía, quiso preguntarle, pero no podía hablar.

—Ve lo que olvidaste, Evel. Ve la verdad. Sobrevive hoy, es mi deseo para ti —dijo Sakradar y luego susurró—. Hasta entonces, cuídate, Evel.

»Cuando nos volvamos a ver, espero no encontrarte jamás...

Evel contuvo su aliento. Sakradar miró la esfera y la tocó, miles de hilos blancos como telarañas, miles de hilos ansiosos bailaron en el aire y envolvieron a Sakradar. La esfera flotó lejos de la mano de Evel por fin, la luz de los hilos lo cegó. Evel cerró los ojos.

Y luego, la esfera cayó, repiqueteó y rodó lejos de Evel, hacia una pared. No había señal de Sakradar.

Evel se limpió las lágrimas, suspiró y se incorporó apoyándose del pedestal. Había terminado. Se levantó, sus pies pesados, su cabeza adormecida y se acercó a la esfera.

Tosió sobre su codo, sobre la capa blanca, metal, una mancha rojiza. Miró al frente, caminó hasta donde estaba la esfera, la tomó, pero antes de poder regresarla al pedestal, cayó de rodillas, la esfera se escapó de sus manos. Miró al suelo, estaba lejano, pero gota a gota, se manchó de rojo. Se estremeció y cayó a un costado.

Sakradar mintió. Evel sonrió un poco. Sabía que era imposible que lo salvaran, sabía que él era un demonio... Cerró los ojos.


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