XII. Un reflejo perdido

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"El reflejo que me dio el agua aquella tarde después de ver un hogar destruido, sin un alma en pie, no fue el de mi rostro. Un hombre con ojos entristecidos y sin vida me saludó, preguntándose cómo había pasado todo, preguntándose por qué él seguía vivo de entre miles más.

El viento que alguna vez sopló febril en mi cuello hizo que me estremeciera mientras me alejaba de una ciudad en ruinas, una ciudad vacía, una ciudad destruida.

Y solo estaba yo, el último de Sarkat. Él único que podía contar la historia de los que ahora eran polvo, de quienes habían quedado en los campos, de quienes habían perdido su libertad y aquellos que se olvidaron de su hogar". — de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan

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—Res bronem, sen odend, ques serique, Nantsu, Evel.

La voz que le hablaba era masculina, conocida, pero lejana, no podía identificarla por más que tratara de recordar. La voz cosquilleó en su cuello y resonó a través de todo desde la oscuridad. Pero él no sabía quién era, qué significaba, en dónde estaba... Su mente vagó en el agua, porque no tenía un cuerpo... un cuerpo.

Se levantó de golpe e inhaló profundo, y un cristal se rompió en algún lado de aquel lugar. Y fue él, estaba ahí, existía, estaba bien, aunque no sabía en dónde... No, sí sabía en dónde, estaba en He-Sker-Taín. Estaba mirando sus manos, ¿cuándo y por qué comenzó a mirar sus manos? Sacudió la cabeza y alzó la vista.

Sus ojos grises y cansados en su rostro moreno le saludaron desde el otro lado, y desde el otro lado, y desde el otro lado, y desde el otro lado... Y detrás de los muchos Evel, miles de reflejos más, miles uno detrás de otro. Había varios espejos rodeándolo, todos iguales, todos perfectos reflejos de lo que él era, no... de él. Reflejos de sus reflejos. ¿Era él en el espejo? ¿Y en el otro?

No, sí era él...

Evel se obligó a levantarse del suelo, miró a sus pies. Había fragmentos de vidrio y justo al mirarlos, comenzaron a derretirse y fluyeron hacia sus pies. Evel alzó un pie para no quedar en el líquido, pero este se alzó como brazos hasta alcanzar su pie y lo obligó a descender. El vidrio se solidificó y quedó atrapado.

Jaló sus piernas hacia arriba, pero el vidrio no se fracturó, ni crujió, y no parecía que fuera a ceder. Intentó de nuevo, pero el resultado fue el mismo. Alzó su mano, y buscó las punzadas de la magia, pero no ocurrió nada.

Pero era extraño, podía sentir el calor de su magia dispersándose, hasta sus entrañas se retorcieron, y podía sentir el cosquilleo, pero no las punzadas ni la magia en su sangre, y por más que la llamó, esta no apareció.

Miró su reflejo... ¿Había entrado al espejo de verdad? ¿Era el efecto del lugar?

—Litúni se.

Era la misma voz de antes, y pudo reconocer lo que dijo de una manera que no logró entender. Había dicho: Es inútil. Lo había entendido justo cuando lo escuchó, pero no conocía otra lengua más que el osviano, y no recordaba mucho de otra... Pero eso no había sido todo. Reconoció la voz, y la conocía tan perfectamente que tuvo que carraspear para comprobar que él mismo no había hablado.

Al mirar a los espejos de nuevo, solo encontró un reflejo donde antes habían existido infinitos reflejos. Al mirarse, vio que Evel en el espejo estaba encorvado y dándole la espalda, pero él estaba erguido y mirando al frente. Su reflejó miró sobre su hombro, no había una expresión, solo... él.

Evel en el espejo se incorporó y se movió lentamente hasta quedar en la misma postura que su reflejo, ¿o era el verdadero? Podía sentir los movimientos, él los hacía, pero ¿cuál de los dos...? Cuando Evel creyó que ambos se habían alineado, su reflejo caminó hacia el límite del espejo y pasó al siguiente, y luego otro Evel pasó al espejo abandonado y así consecutivamente. Evel trató de seguir a cada uno de ellos... No a él, ¿ellos? Pero los Evel solo avanzaban a su alrededor con la vista fija en él.

Sus reflejos caminaron en círculos alrededor de él hasta que se detuvieron y lo miraron como si Evel el del centro fuera otra persona, lo juzgaron como si no fuera el mismo.

Evel se encogió en el centro del todo y se sintió diminuto ante sus propios ojos mirándolo a él mismo.

—Yo... Yo.... —dijo Evel y sus reflejos imitaron su movimiento en sus labios—. Necesito una respuesta.

—Responde —dijo su propia voz en su espalda y al mirar atrás, solo encontró su reflejo normal, pero la voz volvió a hablar ahora del otro lado—. Responde.

—Responde las preguntas —dijo una voz a su izquierda, su propia voz—. Responde las preguntas.

—Y obtendrás tu respuesta —dijo su voz desde el techo, su reflejo estaba ahí mirándolo de cabeza, o quizá él estaba de cabeza.

—Atseurpser rop atseupser —dijo el reflejo que pasó frente a Evel.

—¿Qué cosa? ¿Qué pregunta? —preguntó Evel.

—¿Quién eres? —preguntó él mismo detrás de él.

—¿De dónde eres?

—¿Qué quieres?

—Son las tres respuestas que deseo... Por la respuesta que deseas —dijeron todos sus reflejos al unísono.

Y se detuvieron de nuevo, lo miraron fijamente y se dieron la vuelta, le dieron la espalda, lo abandonaron sin mirar ni un momento atrás. ¿Por qué sus propios reflejos se iban? ¿Por qué sentía que le estaban arrancando algo al marcharse? ¿Había hecho algo mal?

Evel escondió sus manos en su capucha para pensar, o más bien para no pensar en los reflejos. Sacudió la cabeza, necesitaba pensar, necesitaba concentrarse. Solo era una ilusión.

Los magos... ¿Qué magos?

Ellos habían dicho que esa era una prueba para sabios y que siempre tomaban tiempo. Si contestaba rápido tal vez lo dejarían hacer su pregunta o tal vez dejarían que se marchara, pero ahora que lo pensaba, no sabía qué responder. Siempre había olvidado esas preguntas... ¿eran preguntas importantes que debía conocer?

Sacudió su cabeza, no podía ser igual de impulsivo que antes, no podía simplemente responder así sin más. Aquella era una prueba para prodigios y sabios, quizá no era ninguno de los dos, pero era lo suficientemente inteligente como para pensar un poco, y había hecho una promesa. ¿A quién? No tenía ni idea.

¿Qué habrían respondido los demás? ¿Qué respondería él? ¿Qué pasaría si respondía mal?

¿Quién era? Miró a sus reflejos, pero ellos se marchaban, ellos no iban a ayudarle, pero supo que las respuestas eran Nantsu y Evel... Pero ¿cuál era su verdadero nombre? ¿Quién era él? ¿Quién era Evel? ¿Quién era Nantsu? Evel cerró los ojos... Sabía con certeza que él era él, pero ¿quién era él? ¿Cuál era su verdadero nombre?

¿De dónde venía? No estaba seguro, Sarkat y Osvian eran conceptos que no entendía. ¿Eran lugares? ¿Y si esa no era la verdadera pregunta? ¿En dónde estaba su hogar? ¿Quién estaba esperando por él? ¿Había alguien esperando por él? La respuesta que fue a su mente lo golpeó en el corazón: venía de donde estaba su hogar, de donde todavía quedaba algo en pie, un lugar de amplios campos y árboles frutales... Pero ¿por qué recordaba el mar? Ni siquiera había vivido ahí el tiempo suficiente, y aun así, cada vez que meditaba su pregunta, sentía que estaba incompleta, que había algo hundido luchando por salir a flote...

¿Por qué estaba ahí?

¿Qué quería? ¿Qué quería? Lo sabía: salvar a Hok, curar a Hok. No... No era eso, sus ojos se humedecieron. Quería regresar a casa, quería pedir disculpas y pretender que no había hecho nada, que no había pasado nada... Quería que todo volviera a ser como antes, como cuando sobrevivió y pretendió que no había nada antes del barco. Solo quería volver a casa y ser feliz.

Evel abrió los ojos y encontró un único reflejo que seguía sus propios movimientos y se veía igual de lamentable que él. Ojeras, mejillas hinchadas, lágrimas en los ojos... Evel se miró a sí mismo, pero aquel reflejo no parecía él. Era él, pero no pudo comprenderlo del todo.

—Responde —dijo su reflejo con su voz.

Esa era la señal.

—Quiero regresar a casa y ayudar a papá.

Su reflejo exhaló, dio un paso atrás y las lágrimas desaparecieron. Su propio reflejo lo miraba con lástima. Evel tragó saliva. ¿Estaba haciendo algo más?

—Yo... Soy yo —titubeó—. Yo soy yo...

Su reflejo volvió a retroceder, las ojeras desaparecieron, la mirada que había entre él y Evel era la mirada de dos desconocidos. Su ropa cambió también, la capa gris y el uniforme se transformaron en una camisa simple de lino.

—Soy de un lugar fuera de esta sala... —susurró con voz tan baja y deseó que su reflejo no se alejara de nuevo.

Pero su reflejo volvió a retroceder, y ahora fue su tamaño el que cambió, era un niño pequeño, con ojos brillantes y curiosos. Saludó a Evel y corrió lejos de él en el espejo. Evel alargó la mano, pero se había ido. No había ni un solo reflejo más.

Se quedó mirando al espejo, pero ninguno mostraba su figura, solo se mostraban unos a otros y entonces comenzaron a estallar en miles de pedazos uno a uno. Evel se cubrió la cabeza y se encogió mientras los fragmentos volaban de un lado a otro y la luz se perdía. Evel apretó los ojos y escuchó estallido tras estallido hasta que todo se sumió en oscuridad, hasta que todo estuvo en silencio.

Alzó la cabeza y no vio nada. La oscuridad era la misma que cuando entró al espejo. La luz se había extinguido junto a los espejos, y ahora, el suelo estaba lleno de vidrio que no podía distinguir y que seguramente lo rodeaba por todas partes.

Tocó lo que una vez fue un espejo en sus pies, y solo encontró arena. Movió las piernas y los fragmentos de espejo crujieron bajo sus pies y rompieron el silencio en la oscuridad.

Evel alzó la mano antes de seguir avanzando y trató de convocar su magia, pero nada sucedió. Suspiró, al menos ya no se sentía tan confundido como antes. Después de pensar eso, tanteó en la oscuridad por una pared, pero solo encontró vacío frente a él.

Siguió avanzando en la oscuridad y mientras pisaba los vidrios, fue a su memoria la potestad del puerto de Histra, la que lo hizo ver oscuridad, la que lo persiguió en el pueblo, la que había causado la tormenta y Sakradar... ¿Por qué estaba pensando en algo así en aquel momento? Sacudió la cabeza.

Si había un dios, un sabio, un demonio u otra cosa, solo había una manera de averiguarlo, y también era la única forma de saber si podría salir de ahí como planeaba.

—¿Hola?

No hubo respuesta. Siguió tanteando en la oscuridad, pero no había nada.

—¿Ho-hola?

De nuevo, no había nada más que el sonido del vidrio crujiendo en sus pies.

Estaba completamente solo, sin magia, si nadie que supiera en dónde estaba, sin nadie que lo buscara, justo como antes... ¿Había deseado eso?

—¿Alguien me escucha?

Inhaló con fuerza y siguió buscando en la oscuridad. Si los espejos estaban en alguna pared antes de romperse, debió encontrar una un momento atrás, pero con cada paso, sentía que se había alejado metros de su posición inicial, y sentía que si seguía avanzando, se perdería.

Además, el aire se volvía más frío, podía sentir su nariz congestionándose, la rigidez en sus dedos y el escozor del frío en sus mejillas.

—¿Hola? Por favor...

De nuevo, solo silencio.

Tanteó con sus manos frente a él, y entonces, encontró algo firme más allá de vacío, era roca helada y lisa bajo sus dedos. Inhaló profundo y suspiró dejando caer la cabeza... Ahora solo faltaba que su magia regresara y entonces podría salir.

—Nunca supiste qué era lo que querías, ¿no es así? —susurró una voz detrás de él, era la voz de alguien más.

—¿Quién está ahí?

—No sabes quién eres ni de dónde vienes —habló un eco.

—¿En dónde estás? —preguntó Evel y alzó la mano para invocar luz.

No sucedió nada, de nuevo. Regresó ambas manos a la pared. La voz tampoco respondió.

—¿En dónde estás?

—No eres un sabio, no tienes ni siquiera el conocimiento básico que un mago debe tener y entraste a mi dominio, a mi prueba —dijo con voz queda—. Y aquí estás, justo frente a mí. El único que alguna vez me escuchará y me verá en esta cueva de espejos y cristal.

—¿Qui-quién eres?

—No eres un sabio y entraste sabiendo los riesgos —continuó la voz—. Entraste a un lugar al que no debiste, un lugar que nadie como tú debió pisar jamás.

Evel inhaló.

—¿Draimat?

—¿Aquel que osa llamarse a sí mismo dios de los sueños? No —dijo el eco con molestia—. Yo soy Kooristar. Señor de He-Sker-Taín, de los cristales y de los reflejos, de lo que es verdad y lo que no lo es.

»No soy aquello a lo que los humanos en Arierund llaman dios hoy en día.

Evel tragó saliva.

—¿Eres una potestad?

El eco no respondió. El silencio sepultó la cueva de nuevo, y Evel se mordió la mejilla mientras seguía recargado contra la pared.

Una luz blanca nació en el centro, primero apenas visible, luego alumbró tenuemente el lugar y proyecto sombras lánguidas en la cueva. Los fragmentos de vidrio en el suelo tiritaron como estrellas a punto de morir en la noche, y donde antes hubo espejos, ahora había paredes grisáceas y un agujero donde la oscuridad tragaba todo.

Mirar aquel vacío respondió la pregunta de Evel, y aquello le provocó un escalofrío. Desvió la mirada cuando sus piernas hormiguearon, y sus manos comenzaron a temblar. Se recargó contra la pared y prefirió mirar a la luz del centro.

—No respondiste mis preguntas, ¿cómo esperas que yo, Kooristar, responda las tuyas? —habló con voz queda, pero la molestia era evidente—. No solo eso, sino que me has confundido con otro y has destruido los reflejos de otros por venir al lugar incorrecto.

Su voz retumbó por toda la sala, y los vidrios tintinearon. La pared también vibró, y aunque sus piernas temblaron, Evel sabía que sí había contestado las preguntas... Todavía tenía una promesa que cumplir.

—Respondí tus preguntas —dijo Evel mientras evitaba mirar al agujero.

Silencio.

—Tienes razón. No sé nada de magia, y no soy un sabio, pero necesito tu ayuda. Necesito una cura para mi padre.

Nada.

Vacío.

—¿Cuál es tu nombre?

Evel frunció el ceño. Con todo lo que había sucedido antes, con la voz llamándolo cuando despertó ahí, ¿la potestad no sabía su nombre?

—Evel Berbentis.

—Tienes un nombre de una familia de magos extintos de Osvian... pero eres de Sarkat.

»¿Por qué viniste sabiendo que si entrabas ibas a destruir todo?

Evel buscó en la oscuridad aquello que hablaba sin ser visto, aquello que jamás tendría un reflejo porque vivía en total oscuridad.

—Yo no sabía.

—En este lugar han estado magos de todo el mundo, de las tierras más lejanas, hasta los lugares más recónditos. Pero tú eres el primer y último mago de Sarkat que pisa mi dominio. Tú que has entrado aquí a destruir y corromper mi dominio, por fin ...

—Yo no soy de Sarkat —dijo Evel y frunció el ceño.

No estaba entendiendo de que hablaba.

—¿Acaso te atreves a pensar que no puedo reconocer a un mago de Sarkat? La misma magia que corre en mis venas, corre en las tuyas, es la magia de los magos de Sarkat, de los que nos pueden ver, de los hijos de Fukurai. Puedo sentirla tanteando en mi dominio, mezclándose entre el vidrio...

Evel frunció aún más el ceño y negó con la cabeza. A pesar de haber leído un poco de Sarkat, no entendió la mitad de lo que había dicho.

—No. Te equivocas. No recuerdo nada de ahí, ni siquiera sé de quién estás hablando.

Evel estaba cansado... cansado de tener que escuchar esas mismas palabras asociadas a él una y otra vez. Parecía que el mundo quería verlo vomitar aquellas palabras para explicar algo que nadie más entendía. Algo para justificarlo a él. Sabía que en el fondo tenían un poco de razón, pero decírselo de esa manera parecía más un regaño por ser quien era, que una pregunta para tratar de entender.

Había un nudo atado a su garganta, y temió que lo que iba a decir sonara como un berrinche, pero aún así lo dijo, ¿qué más podía perder si la potestad además de creer que era un idiota pensaba que era un niño mimado?

—Solo era un niño... ¿Cómo se supone que lo recuerde? Solo es un borrón en mi vida.

»Estoy harto de tener que escuchar lo mismo. Crecí en Osvian y mi hogar está allá.

»Y lo lamento mucho... No sabía que destruiría este lugar, solo buscaba una respuesta.

—Y este era mi hogar, Evel Berbentis. Quizá mi estancia aquí fue efímera para mí, un borrón, pero fue importante para mí. Este es mi hogar y mi tumba.

Evel bajó la mirada a los pedazos de vidrio, estaban brillando tenuemente, como fantasmas. Ya no eran los grandes espejos que buscaban respuestas, solo era arena, y él lo había causado. Como antes, como el incendio que devora un hogar y que ni siquiera el mar puede apagar. Sus entrañas se retorcieron.

—Está bien, Evel Berbentis —concedió Kooristar—. Aunque no lo digas en voz alta, tu corazón es tan claro como lo fueron mis espejos. Pero tú no quieres verlo reflejado ahí.

Evel miró de nuevo hacia la cueva, pero no pudo decir nada. Estaba cansado.

—Te explicaré, ya que eres de Sarkat, ya que en nuestros cuerpos existe la misma magia.

»Me hablaron sobre los hijos de Fukurai cuando era joven. Mencionaron que cuando uno de ellos pisara mi dominio, todo lo que hay aquí desaparecía para siempre y si ninguno lo hacía, terminaría por romperme entre más magos poderosos buscaran mis respuestas —habló Kooristar con voz queda, como un riachuelo que recorre cuevas oscuras y que cae gota a gota entre las fracturas de roca oscura—. Jamás me explicaron por qué... Supongo que fue una maldición por querer la verdad de algo que no puede quedarse en mis espejos.

—No entiendo nada... ¿Por qué no tengo magia entonces?

—Tu magia es lo que único que me está manteniendo y que mantiene este lugar justo ahora, Evel Berbentis

—¿Mi magia?

—Mi hogar dejará de existir cuando salgas, este dominio desaparecerá conmigo, Evel Berbentis. Serás el único y el último que podrá salir de aquí.

Evel soltó la roca, parpadeó varias veces y la luz vaciló al mismo tiempo. No podía ser cierto eso, no podía ser cierto que sería el último en salir de ahí...

—¿El último?

—Hay magos que seguían buscando sus reflejos, había magos que estaban respondiendo antes que tú.

—No...

—Era algo destinado a pasar, Evel Berbentis... ¿Has visto las fracturas al entrar? Esas son de la última maga que entró.

»Mi destino siempre fue romperme algún día. Es mejor terminar las cosas así que fracturarme lentamente.

¿Cuántos más había ahí? Debía al menos poder hacer algo por ellos... Tal vez si se quedaba el tiempo suficiente, entonces ellos también podrían salir.

—No funcionara y no es lo que quieres, Evel —dijo Kooristar como si estuviera leyendo la mente—. Sacrificarte no los va a ayudar, no me ayudara a mí ni a tu padre ni a quienes te esperan ni a ti.

Evel sintió los ojos humedecerse, pero no pudo replicar. Parecía que era una historia que siempre se iba a repetir, él iba a sobrevivir una y otra vez a costa de la vida de otros, de la vida de su abuela, de la vida de Hok, de la vida de esos magos...

—Tu corazón es claro, Evel Berbentis, pero esto no es tu culpa. Has admitido que no lo sabías.

—Pero si no hubiera sido tan...

—Eso es un borrón del pasado, un parpadeo. No te lamentes por algo que ya sucedió, no podrás resolver nada así.

Evel apretó los labios.

—Quienes entraron aquí, hasta tú, sabían las consecuencias.

—Pero...

—Basta. No has venido aquí solo a destruir la sala de los espejos, Evel. Viniste por otra cosa, y te daré una respuesta solo porque eres el último en verme. Será mi última respuesta para este mundo.

Evel titubeó. Todo lo que había hecho solo para obtener algo así de fácil, todas las vidas que se iban a perder solo para una cura para salvar a alguien más. Si Hok estuviera ahí... Pero Evel estaba solo.

—No lo merezco.

—Calla.

Evel caminó hacia el agujero de la cueva con la cabeza baja.

—Perdón... Lo lamento... Yo no quería esto... Perdón.

Su voz se había roto y las lágrimas brotaron, y aunque trató de contenerlas, no sirvió de nada. Ninguna de esas lágrimas salvaría a los magos atrapados para siempre ahí, ninguna de esas lágrimas ayudaría a Kooristar.

—Evel Berbentis, nada es eterno en Arierund. Todo se desintegra, todo se desborona, todo se descompone, es el ciclo de este universo, de este mundo y es algo que ninguna potestad, ningún dios falso, mago o humano puede cambiar o detener —dijo y añadió—. Es tiempo de acabar con todo esto.

—Perdón...

—Responderé tu pregunta y te daré un consejo. El remedio que buscas ya no es necesario, pero si todavía lo necesitas, ve a las montañas de Sighart. Ahí hay potestades que pueden ayudarte.

Evel alzó la cabeza y dio un paso al frente, su voz estaba congestionada y sus ojos humedecidos.

—¿Por qué dices que ya no es necesario?

—Todo se descompone, Evel Berbentis. Incluso las enfermedades se curan.

Evel abrió la boca y caminó hacia la cueva. Si esa potestad sabía todo, entonces eso significaba que tal vez su padre estaba bien, pero antes de poder preguntarle, Kooristar continuó:

—Ten cuidado con lo que cargas, con lo que has decidido olvidar, con el camino que estás recorriendo y con aquellos que dicen querer ayudarte, Evel Berbentis —dijo Kooristar—. Si no tienes cuidado, haber destruido este dominio no será la única maldición que cargues.

—¿A qué te refieres?

Avanzó de nuevo, pero se detuvo cuando la potestad resopló desde el fondo de aquel pasillo oscuro, y los cristales se agitaron y vibraron debajo de sus pies. Luego, silencio y poco después, las paredes de roca vibraron, los fragmentos también y comenzaron a brincar, el suelo dejó de ser lo suficientemente firme, y Evel trató de estabilizar su postura.

El viento golpeó su cara y Evel alzó su brazo para cubrirse. Un vidrio voló a un lado suyo, y luego otro y otro. Uno de ellos rozó su pierna, otro su brazo, otro su frente. No podía ver de dónde venían, la arena de cristal lo estaba rodeando y cada vez subía más y más en remolinos.

—¡¿A qué te refieres?! —gritó Evel entre el viento y la arena mientras se cubría el rostro.

—Respondí tu pregunta. Buena suerte, destructor de espejos.

Evel se tambaleó con el viento, y su pierna sangrando y herida no lo ayudó al apoyarse. Y entonces, cayó hacia atrás, hacia el vacío, a la oscuridad, buscó aferrarse a algo, pero no había nada más que vidrios rotos. Cerró los ojos antes de que los fragmentos de vidrio se encajaran en su espalda, pero el dolor jamás llegó.

Cuando abrió los ojos, podía oler humedad, roca húmeda, y se estremeció con el frío. La roca estaba encajada en sus costados, pero nada grave. Miró a su alrededor y encontró un pequeño halo de luz entrando por una abertura... Estaba de nuevo en la cueva.

Evel se incorporó y se dio cuenta de que su pierna estaba bien, que su frente no ardía ni sangraba y que su brazo también estaba bien. Pero su mano ardía, estaba húmeda y sentía algo caliente. Al abrir la mano, encontró un fragmento de vidrio lleno de sangre. Pero Evel sabía que eso no era solo vidrio, era un espejo.

Evel sacudió la cabeza y lo dejó a un lado. Miró a la pared justo a su lado. Alzó la mano que no sangraba e invocó su magia. El calor por sus venas, la punzada en su nuca y la pesadez en sus ojos se presentaron justo al mismo tiempo que alzó la mano y una pequeña esfera de luz blanca brotó de sus dedos.

Del espejo, no quedaba más que un cristal fragmentado en miles de pedazos, pero ninguno de esos fragmentos le daba un reflejo, solo le mostraban roca. Y justo en el centro, había un agujero con la forma del pedazo que encontró en su mano.

Evel tomó el fragmento con su mano humedecida en sangre, se levantó y colocó el pedazo en el lugar disponible, pero no sucedió nada. Ni siquiera cuando su sangre se deslizó por el cristal, ni siquiera cuando impregnó un poco de magia que se escapa en su sangre.

Se alejó unos pasos, y el pedazo con el que se había despertado pasó de reflejar su rostro cansado a mostrarle roca también. Y Evel supo que aquel espejo ya no se mostraría ahí nunca más, por más que lo esperara, por más magia que quisiera darle.

Evel no pudo apartarse del espejo.

—Perdón... Lo siento...

Se sentó un rato a observarlo, y cuando la modorra fue demasiada por usar su magia, apretó los ojos, se levantó y caminó hacia las rocas que cubrían la salida, hacia donde venía el halo de luz, hacia el lugar al que debía ir.

«Perdón... Regresaré a repararte», prometió a algo que ya no existía.

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