LA ROSA QUE MURIÓ PERO NUNCA PERECE
Era una noche oscura como cualquier otra en aquel poblado en la montaña, donde dos hermanos esqueletos se acercaban a la común fogata de leyendas.
Luego de que todos los monstruos que se habían mantenido en el subsuelo por años lograran salir a la superficie, estos poco a poco fueron acostumbrándose a esta nueva vida. Aunque a diferencia de lo que muchos llegaran a creer ellos decidieron mantener su poblado cercano a la montaña, donde habían sido prisioneros durante tanto tiempo, ya que después de todo, su sueños, esperanzas y anhelos crecieron en ese lugar de igual forma en la que crecían todos los pequeños monstruos que siempre asistían a aquella reunión de fogata, la cual se llevaba a cabo cerca del parque principal del pueblo en el que residían.
Niños de todas las edades eran acompañados por sus padres pero, no dejaban de ser eso, niños, y el padre que se encontraba en aquel lugar a las siete de la noche cada segundo domingo del mes, no era más que porqué su esposa le había obligado a llevar al pequeñín de la casa. Ese, por otra parte, no era el caso de nuestro esqueleto comediante: Sans. Quien a diferencia de sentirse obligado le parecía que llevar a su hermano menor a esas reuniones para ver su sonrisa y emoción cuando volvían a casa horas después, era lo suficientemente reconfortante como para dejar de valorar una siesta de dos horas.
Aquel domingo de leyendas por la noche no parecía ser la diferencia de cualquier otro, muchas familias reunidas en aquel parque, sentadas sobre banquillos, troncos cortados e incluso algunos sobre mantas colocadas en el suelo, se encontraban expectantes por la llegada de la señorita Noellia. Aquella no era más que otro monstruo como todos los que habitaban dicho poblado, con la excepción que durante su estadía bajo tierra había sido vecina y mejor amiga del señor Gerson. Una tortuga que poseía tantos años de vida, como historias que contar. Él fue el que se encargó con el paso del tiempo, de nutrir de leyendas y cuentos de fábula a aquella ya señora ya de edad.
Noellia era una mujer muy amable que durante el día trabajaba en una hermosa y gigantesca biblioteca mientras que por las noche de fábula era aquella que parecía tener el valor suficiente para subirse a un pequeño escenario, contar una historia al pueblo y soportar la suplicas de pequeños que querían "una más, por favor".
Sans, nuestro esqueleto protagonista, a pesar de su apariencia juvenil y bromista poseía más años vivo que cualquiera de los padres que acompañaban a sus hijos a esas quedadas. Conocía ya muchas de las leyendas que la señorita solía contar en esas noches de luna pero, de igual forma asistía para hacerle compañía a su hermano menor Papyrus. Quien a pesar de llevarle muchos años de diferencia, seguía siendo más alto que Sans.
Esa noche Noellia llego temprano, la fogata ya estaba encendida y fue entonces cuando subió al pequeño escenario que creaban para ella. Normalmente nadie notaba su presencia ya que era una señora muy callada y sonriente, pero cuando subía al escenario podías ver como aquel monstruo que fácilmente podía tener gran parentesco a un reno, poseía una hermosa y melodiosa voz.
Fue cuando ella comenzó con la canción de inicio que Papyrus y Sans, los cuales se encontraban recostados de un árbol, pusieron atención en ella. Las leyendas siempre iniciaban con ese llamado en forma de lírica, haciendo que cada niño, padre, en incluso algún monstruo adulto que se colaba para escuchar, pusiera atención al relato en cuestión.
"Vengan pequeños que los llevare, niños vengan a mi lado. Vengan pequeños que les mostraré, este país encantado."
Y la acción comenzaba, lo que antes era un bullicio cesó por completo, haciendo paso a la historia que ella contaría. Para sorpresa de nuestro esqueleto bromista, era su leyenda favorita.
— Hoy les contaré la historia de la Rosa que murió pero nunca perece —Dijo con voz de misterio aquella mujer, mientras movía sus brazos al son de sus palabras, ocasionando mayor intriga en sus oyentes.
— ¿La Rosa que murió pero nunca perece? —Preguntó el hermano menor de aquel dúo huesudo.
— Escúchala Paps, es mi favorita —Respondió el mayor de ambos, colocándose la capucha que portaba aquella sudadera que siempre usaba y metiendo sus manos en los bolsillos de la misma— Tiene rimas.
— ¿Rimas? —Mencionó el menor confundido. Pero antes de poder seguir respondiéndole, nuestra narradora estrella comenzó con aquella historia.
"Hace muchos años a esta montaña, llego una chica llena de magia sin mañas.
Acompañada de la fuerza y magia arcana de los irlandeses, de donde provienen los hombrecitos verdes, que te traen tesoros a veces.
Vino de aquel lugar a ayudar en la guerra, a pelear con humanos para ganar esta tierra.
Lo que ella no sabía de aquellas personas, es que poseían magia de igual forma, pero no seguían las normas.
La guerra seguía sin ninguna piedad con la diferencia de que a aquella chica, ya no le tenían bondad.
Luego de que aquellos humanos encerraran a todos bajo el suelo, dejaron libre al fin a ese pequeño ser que ya no tenía consuelo.
De ojos verde olivo y cabello rojo, era aquella mujer que había causado el corazón de tantos duendes un fuerte congojo.
Lo que ella no sabía es que por su gran belleza, pagaría caro el precio de jugar con la realeza.
Sin ella quererlo mientras se llevó acabo la batalla, de ella se enamoró un hombre que el corazón de cualquiera estalla.
El príncipe del reino humano, fue aquel hombre mundano. Que ordenó su captura, con mano dura.
Al conseguirlo obligo a aquella dama, a que se quedara con él aunque fuera solo en su cama.
Aquella maga antigua se negó a aquel acto, pero lo que no sabía es que eso le costaría algo más que un tacto.
Condenada a la muerte fue aquella jovencita por negarse ante aquel suceso, pero el encargado de su condena entendió que lo peor para ella era que no hubiera nada de eso .
Al lograr llevarla al pie de la montaña donde vería la muerte, aquel hechicero le dio un castigo incluso millones de veces más fuerte.
Lleno de fuerza aquel hombre conjuro un hechizo para ella, pronunciando su nombre.
Condenándola eternamente a ser la rosa, que sin ojos ni boca eternamente reposa.
Sin poder ser olvidada aquella señorita, aun hoy en día tampoco es asesina pues muchos la necesitan.
En la punta de la montaña esta aquella flor, que si su magia quieres ver pedirás con fulgor.
Lágrimas de sangre a la rosa roja lloraras y así su fuerte y poderosa magia tú veras.
Si es pedido con la fuerza de todo su corazón, un deseo sin mal ella cumplirá para su anfitrión.
Solo recuerda, que en medio de la noche, donde la luna azul brille a las doce sin reproche.
Deberás pedir a la rosa tu más grande proclama, y se quedara contigo hasta que contento y sin penas puedas llegar a tu cama.
Con el deseo cumplido y el trabajo hecho, volverá la bruja Nashira a su eterno lecho."
Los segundos en silencio se hicieron notar tras escuchar la historia que Noellia había contado, ninguno de los monstruos presentes esa noche hizo un solo ruido, hasta que entendieron por completo que la función por el día de hoy había terminado. Los aplausos no tardaron en llegar luego de eso y aquella señora de edad adulta luego de recibirlos no hizo más que bajar de aquel escenario improvisado de tablas de madera.
Incluso Papyrus, el menor del dúo de hermanos aplaudió esa noche, la historia le había parecido poco más que esplendida, entendiendo así porque era la favorita de su hermano mayor, Sans. Quien por otra parte, no había movido un solo musculo, aunque tampoco era como que los tuviera.
Dándole tiempo a Sans para retomar su compostura Papyrus se sentó junto a él en el pasto ya mojado por el sereno de la noche, junto a ese árbol y su hermano pasaron los minutos, éste solo atinaba a lanzarle miradas curiosas al mayor que no dejaba de ver como un grupo de monstruos lobunos desarmaban aquella tarima improvisada.
Fue cuando la mayoría de los monstruos que se encontraban en aquel lugar empezaron a dispersarse que nuestro encapuchado esqueleto regreso en sí mismo. Retiró aquella tela azul que cubría su cabeza y parte de su rostro para mirar a su hermano que lo esperaba pacientemente, Papyrus aunque ingenuo, inocente e hiperactivo, sabía que solían haber leyendas capaces de tocar aquella alma azul casi congelada que habitaba en el pecho de su hermano.
El mayor de ambos se ergio despegando su espalda del tronco de aquel árbol, miró a su hermano menor que para esas horas yacía ya somnoliento en el suelo sentado a su lado, colocó una de sus huesudas manos sobre el cráneo de éste y lo acarició con suavidad. Papyrus poco a poco comenzó a despertar y al ver la sonrisa de su hermano mayor no pudo hacer otra cosa más que levantarse y caminar junto a él con dirección a casa.
Aquella noche había sido la excepción de muchas otras, ese día Papyrus no habló, no opinó nada de camino a casa, tal vez por cansancio o por respeto a el silencio de su hermano mayor. Más lo que no podía borrarse y nunca lo haría sería la sonrisa que adornaba su rostro. Incluso luego de muchos años Papyrus seguía siendo un niño, y a Sans eso lo llenaba de alegría.
Días negros y casi infinitos fueron los que vivieron bajo el subsuelo, mortificados, olvidados y negados por todos. Aunque de eso ya habían pasado unos años. Ya pronto se cumplirían cinco desde que los monstruos habían llegado a la superficie y como era de esperarse los humanos habían invitado a todos a esa hermosa celebración que solían hacerles.
Había pancartas publicitarias que adornaban cada farola de camino a casa de aquel dúo, Papyrus seguía sin soltar palabra alguna, más luego de ver los afiches no pudo evitar empezar a preguntarse cómo sería la celebración de ese año. Por otra parte Sans no paraba de pensar en lo tonto que era el tener que ir de nuevo a ese lugar, después de todo a él le parecía lo mismo de todos los años anteriores.
Al llegar a casa esa noche fueron directo a la cocina de aquel hogar, que luego de mucho esfuerzo había terminado siendo una copia exacta de su antigua vivienda en las sub-tierras nevadas de Snowdin. Tanto Sans como Papyrus morían de hambre y luego de algunos minutos explicándole a su hermano menor que el espagueti tardaría demasiado en hacerse se convencieron que un sándwich estaría bien. Sans había sacado todo lo indispensable de la heladera y despensa para preparar comida para ambos, pero al igual que muchas veces anteriores Papyrus lo había sacado casi arrastras de la cocina.
Desde que su hermano menor se había enterado de que Sans solo poseía el soporte para una cortada en el dedo no le dejaba hacer nada que fuera capaz, de por un descuido, matar a su hermano. Él sabía que Papyrus lo hacía por su bien, porque lo amaba y quería cuidar su salud, pero siempre había sido un monstruo, que aun con una conexión gigante con su único familiar, poseía la independencia necesaria para hacerse un sándwich por él mismo. Dejándolo bastante fuera de contexto en éste tipo de situaciones.
El mayor no pretendía mucho menos ser una carga para nadie, pero Papyrus no le estaba dejando elección, cansado y enfadado por la actitud de su hermano menor tomo rumbo a aquel cómodo sillón verde que adornaba el salón de su casa, se sentó sobre él como tantas veces había hecho e intentó relajarse. Pero fue justo en ese instante cuando la historia de aquella señora de edad vino a su cabeza de nuevo, aquella que tanto había enamorado su mente y oído desde que era tan solo un niño, muchas de aquellas legendas solían ser ciertas, pero también muchas solían ser falsas.
"No me queda más que ir a comprobarlo" Pensó él.
No fue sino entonces cuando armándose de valentía y esperando lo mejor comenzó a idear el plan que lo llevaría con aquella Rosa, aquella que según decían podía cumplir cualquier deseo mientras este viniera del corazón.
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