veintiuno


Ezra volvió a abrir los ojos una noche de ventisca fuerte y caliente, sus ojos le ardían y le costaba mantenerlos abiertos. Se sentía tan pesado, débil, con tan poca energía que de solo levantar el brazo le causaba fatiga. Ladeó la cabeza y observó la luna brillante sobre él, las nubes iban con suma rapidez, pesadas, trayendo aquél horrible ambiente caluroso y pesado. Abrió la boca y sintió el gusto amargo en su lengua, arrugó el entrecejo e intentó levantarse apenas.

No fue sorpresa alguna haber sentido un nuevo dolor en su cuerpo, ya estaba acostumbrado, desde aquella vez que sospechó que experimentaban con él por las noches venía acumulando cansancio y dolores. Parecía como si cargara sobre sus hombros el triple de su peso corporal y lo único que causaba era un tremendo dolor de cabeza que no se iba hasta que tomaba la pastilla que el Señor Drozhin dejaba para él por las noches.

Los días se iban acortando más rápido, dormía más y se sentía más cansado aún, su energía parecía haberse reducido a una pizca insignificante, inútil e inservible, y eso le molestaba más. A decir verdad se la pasaba gruñendo las horas despierto, muchas otras buscaba esconderse del alfa que lo reclamaba como suyo escondiéndose en el baño. Se quedó quieto, mirando el techo, pensando. Su mano fue bajando hacia su vientre, suave, tibio, el ardor y el dolor que sentía en esa zona era tal que ya casi había aprendido a ignorarlo.

—Me estás condenando... —murmuró, y bajó la mirada, cuando se percató que no traía nada puesto. Su pecho plano y blanquecino era igual al de un cadáver, su color... Todo. No le gustaba las cicatrices nuevas que tenía, no le agradaba ni de asomo, más porque no sabía qué estaban haciendo. Su mano fue bajando más allá de su vientre y llegó a sus muslos, fue por su cadera más tarde y notó lo hinchado que estaba.

Bufó, y alejó la mano con cansancio, se hizo a un lado y jadeó, un poco adolorido cuando puso un pie sobre el suelo, la fuerza que había usado para el movimiento lo dejó sin aire, las lágrimas se acumularon en sus ojos y se quedó quieto, sollozando. ¿Es que era eso? ¿Ya era un Omega débil, tan inútil como para ponerse de pie? Sentía tanta impotencia en su interior que el llanto se intensificó, respiró profundo y se levantó de golpe, el dolor que punzó en su cabeza lo dejó aturdido al ponerse de pie. Se sentía como un niño aprendiendo a caminar, como un anciano con mil enfermedades, sentía como si veinte años más hubieran caído sobre él.

Y de repente, entre tanto aroma dulzón que despedía su cuerpo lo sintió. Lo sintió apenas, tan chiquitito y diminuto que creyó estar alucinando. Su rostro se volvió, apenas viendo, con las lágrimas derramándose por sus mejillas calientes y el aspecto débil recorriendo su cuerpo delgado. Aquél aroma hizo que su pecho se inflara, que sus piernas temblorosas den un paso más, y más.

—Isak... Isak...—murmuró sin pensarlo, su aroma empezó a inundarlo, y pensó con tanta rapidez que lo único que pudo agarrar para cubrir su cuerpo fue un camisón sucio que estaba sobre la cama. Se lo colocó apenas, desaliñado y buscando que sus rizos enredados le dejaran ver con claridad. Ezra sorbió su nariz y caminó, cojeando, hasta la puerta.

Se sorprendió al momento de encontrarla abierta, sus manos temblorosas recorrieron la madera fría y observó el pasillo con grandes ojos. Se asomó, eufórico y con el miedo de ser descubierto a flor de piel. Los ojos verdes de Ezra se dilataron cuando el aroma de Isak se volvió más fuerte. Estaba aquí, estaba en la misma casa que él, su aroma estaba tan puro, tan limpio que casi se sintió en casa. En su casa, en su habitación con sus libros, con los omegas que rescataba y el ambiente tan tranquilo. En cambio, sus pies desnudos pisando aquél suelo desconocido le hacía caer en la realidad, le hacía pensar que la posibilidad de volver era casi nula, Ezra dejó de caminar con tanta prisa, su cabeza dando vueltas, su mirada dilatada cubierta de lágrimas y su mano volviendo a descansar en el mismo lugar de siempre. En su vientre, en su transición y el alfa que buscaba embarazarlo a como dé lugar.

Tal vez ya estaba en estado, pensó, tal vez por eso se sentía tan cansado e hinchado. Tal vez aquél niño ya estaba creciendo en su interior. Como un parásito, como un insulto de la naturaleza. Un Omega artificial preñado por un alfa, qué clase de bestia daría a luz.

Siguió avanzando, con aquél pensamiento martillando su mente, mientras su cuerpo tembloroso y cansado luchaba por seguir. Ezra se sintió abarrotado cuando el aroma se volvió más fuerte e intenso, sus pulmones se inflaron al respirar con fuerza y sus piernas temblorosas se desplomaron, Ezra se sintió cansado, y fue cuando su cabeza chocó el suelo que lo vio ahí. Con su carita joven, sus brazos delgados y su aroma resplandeciente escapándose por la puerta abierta. Estaban tan cerca, todo este tiempo y estaban ahí. Observó la sangre sobre sus brazos, sobre su rostro. Apenas el perfil dejaba ver las lastimaduras que tenía. Ezra abrió los ojos, buscando que el sueño no le ganara esta vez, y notó los hilos de sangre que bajaban de sus ojos, derramándose, oscuro, tan aterrador que Ezra frunció el ceño y un sollozo se escapó de sus labios.

Buscó levantarse para ir a despertarlo, para limpiar la sangre y salir de ahí. El temblor en sus movimientos desesperaron a Ezra y el llanto empezó a crecer, le dolía el estómago, le dolían los huesos. Su mirada se elevó, asustado cuando observó a un chico de pie justo frente a él.

Ezra dejó de llorar, y se quedó quieto, como si se tratase de una presa justo antes de ser atacado por un vil depredador. Sin embargo, aquél depredador era delgado, pequeño y de mirada filosa. Sus pómulos puntiagudos y su mirada lo dejaron helado, y le recordaron un poco a él mismo. El miedo que recorrió su cuerpo, los latidos acelerados de su corazón no hicieron más que aumentar la pequeña desesperación que crecía en su interior.

—Joven Ezra —susurró, cerrando la puerta tras de sí, la vista de Isak se perdió de repente—. Parece un poco... Alterado. ¿No tomó sus pastillas?

Le preguntó y Ezra se levantó a penas, su espalda tocó la pared y sus ojos observaron al Omega frente a él.

—Mi nombre es Xavier —dijo y se inclinó hacia él, Ezra aspiró su aroma dulzón, y frunció el ceño cuando aquél asomó una mano hacia su barbilla—. Realmente eres un Omega hermoso... Al menos, lo que intentas aparentar.

—Yo no... —murmuró Ezra, su cuerpo temblando debido al dolor.

—Vamos a tu habitación, no queremos que nadie te encuentre por aquí ¿Verdad? —comentó, alzando el cuerpo del omega con brusquedad, Ezra gimió cuando el otro apretó con fuerza su cintura—. ¿No llevas nada debajo de ese sucio camisón? Qué oportuno.

—¿Eh...?

—Verás... —empezó, caminando con rapidez, Ezra veía todo desorientado, no se había percatado la cantidad de pasillos que había cruzado para llegar a Isak y en un abrir y cerrar de ojos, el Omega ya lo tenía frente aquella puerta de madera, donde estaba su habitación—. La transición está dando buenos resultados en ti.

Comentó y Ezra se encontraba tan perdido que no entendió lo que dijo, el dolor en su cuerpo le era tedioso y lo fue aún más cuando el Omega lo arrojó sobre la cama sin cuidado alguno. Se removió entre las sábanas, mientras los retorcijones en su estómago se volvían más fuertes. Se sentía débil y cansado y la transpiración en su cuerpo no ayudaba para nada. Las orbes verdes de Ezra siguieron los movimientos del intruso, sus manos se movían con rapidez sobre un pequeño estuche, donde sacó una pequeña jeringa y un frasquito chiquitito color marrón.

—¿Qué es...?

—Perdoneme, en serio, joven Ezra, con esto... El señor Drozhin tendrá lo que quiere, un Omega sumiso, disponible y dulce a su merced... Todo lo que tú en tu sano juicio jamás le darás —dijo y se asomó a la cama, empezó a removerse para que no se acercara, gritó, y su boca fue tapada con una mano, sintió la presión sobre su brazo derecho y el pinchazo doloroso en su piel—. Necesito probar que nada bueno saldrá de aquí... Un niño fecundado de dos alfas... De ti, es asqueroso. Tú acabarás con este mundo.

Ezra negó, las lágrimas crecieron en sus ojos y se derramaron con abundancia por sus mejillas. La presión sobre su cuerpo lo abandonó y se removió molesto cuando empezó a sentir un calor pesado, tan abrumador que llegó por todo su anatomía. Escuchó al Omega disculparse nuevamente y Ezra gritó, con los ojos despidiendo lágrimas, con sus manos rasgando el camisón y la debilidad creciendo en su cuerpo. Su piel ardiente se volvió tan sensible y empezó a crecer una necesidad absoluta en su interior. Ezra buscó levantarse, gimiendo, jadeando y temblando. Sus orbes verdes observaron al Omega salir de su habitación, gritando, llamando al último alfa que querría ver en esa situación.

—N-no... No... Por favor —rogó y gimió incómodo, la humedad empezó a crecer sobre su ropa y su rostro se frunció, asustado ante el dolor que crecía en su interior, sus manos buscaron levantar el camisón, esperando ver sangre, hemorragia, ver de todo menos lo que sus ojos presenciaban ante él. Su lubricante natural era espeso, tan extraño que cuando Ezra asomó su mano temblorosa y lo tocó hizo que su piel se erizara. Gimió despacito, y su respiración se agitó cuando recordó a Isak, cuando recordó el dolor y la sangre. El aroma dulce que liberaba su cuerpo lo estaba mareando, el calor le era tan insoportable que su cuerpo se desplomó, jadeando, sentía cosas extrañas en su interior. Como si un mecanismo nuevo funcionara, rompiendo todo lo que sabía respecto a él mismo. Ezra no sabía qué hacer, su piel ardía, su interior ardía y su entrada no hacía más que liberar en abundancia aquél líquido tan ajeno a él.

—Un... Un alfa... —susurró, cerrando los ojos. Presionó con fuerza su entrepierna, gimiendo, sus recuerdos lo llevaron a Isak, y su mano fue directo a sus muslos, acariciando, sintiendo su propia humedad sobre los dedos. Cuando tocó su entrada un gemido lastimero salió de su boca y en su mente lo único que aparecía era aquél joven alfa. Isak.

Ezra pegó su rostro en la almohada, callando su llanto y sus jadeos. Sus manos se movían en contra de su voluntad, adentrándose a lo extraño de su ahora nueva naturaleza. El aroma dulce de la habitación y los gemidos del Omega se vieron interrumpidos cuando otra persona entró y cerró la puerta tras de sí.

Ezra se giró apenitas, con las mejillas rojas, y la mirada brillante, sus orbes verdes estaban tan dilatadas, cegadas por el deseo del celo repentino cuando miró de soslayo al alfa al borde de la cama. La mente de Ezra se perdió, nublando su vista, con la mitad de su cuerpo semidesnudo y sus propias manos calmando los deseos carnales. La mirada gris del alfa recorrió la piel aperlada, brillante en sudor. Los rizos de Ezra estaban desordenados y sus ojos tan oscuros, sus mejillas rojizas y aquella hermosa espalda delgada, la cintura pequeña, y los muslos regordetes mojados en lubricante. Un suspiro bajo liberó sus labios cuando la voz agitada, bajita y ronca de Ezra lo llamó.

—Alfa...



























SIN EDITAR.

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