veintiocho
La habitación se sintió angosta, de ambiente pesado cuando abrió los ojos. Su vista se tornó borrosa una vez que se sentó sobre la cama, medio confuso y aturdido. Parecía ser de noche cuando se levantó, notó algo extraño en aquella habitación, sin embargo no sabía qué. Todo estaba en su lugar, sus muebles, sus libros, incluso la ropa ya estaba lista sobre la cama.
Avanzó cuando la luz entró por su puerta entreabierta, de repente empezó a sentir cosquilleos por su piel, escalofríos que hicieron que se detuviera. Se volvió para volver a su habitación, sin embargo, lo escuchó, lo escuchó en todo su esplendor cuando aquél pequeño llanto de infante inundó sus tímpanos. De repente su mirada bajó a su vientre, sus manos desesperadamente lo buscaron ahí, su presencia fuera de él, su llanto, la luz que se asomaba por su espalda y su propia silueta marcandose por el suelo.
El llanto del bebé se escuchó con más fuerza y él se quedó tan petrificado que no pudo siquiera volverse.
—Ezra... —le susurró la voz de aquél demonio, de aquél pútrido alfa que lo condenó por toda la vida. El Omega tembló, su mirada apenas podía volverse—. Ezra... Mi amor... Ven a ver a nuestro niño...
—¿Q-qué? —murmuró bajito, sintió el toque de alguien más sobre su brazo y Ezra lo vio con ojos grandes, miedosos. Drozhin le sonrió, parecía más joven, más irreal. La mano del alfa se deslizó y Ezra retrocedió con rapidez.
—¿Qué te pasa...? —dijo frunciendo el seño, el alfa apartó la mirada, de repente su semblante se volvió molesto. Sus ojos se tornaron más oscuros, y su mirada lentamente subió a por los ojos del Omega. Ezra abrió la boca para decir algo sin embargo, no podía—. Él te ama, Ezra, ¿Porqué no lo aceptas, y vas a darle un abrazo?
—A-aún no... Yo no lo...
—Míralo, míralo Ezra —le dijo Drozhin acercándose, Ezra se apartó y la mano del alfa lo tomó del cuello. De repente la mirada roja se posó en él, el rostro del alfa empezó a deformarse. A tornarse grisáceo, pútrido, como un demonio—. ¡Míralo!
—¡No! —gritó y el alfa lo empujó con fuerza hacia la habitación, Ezra se golpeó contra la pared y la puerta se cerró. El Omega miró hacia todos lados. La luz se encontraba apagada, tenue, apenas alumbrada con la noche que se revelaba por la ventana. Se sentía tan asustado, tan ajeno a todo ello cuando observó la cuna, la mesedora y los juguetes sobre el mueble. Ezra negó, quería llorar.
Y se levantó, dudoso y temblando cuando sus ojos se clavaron en aquella cuna blanca, pequeña. Desde lejos se veía el pequeño bulto, su hijo. Su cachorro. Ezra se sintió atacado y débil, tan asustado cuando se acercó apenas para verlo, con el miedo en el pecho, y se asomó, el tacto de la manta parecía no sentirse y lo destapó con rapidez.
Nada.
—¿Qué...? —murmuró retrocediendo, el ambiente se tornó pesado para él, para sus movimientos. Sus ojos cayeron al suelo cuando notó las manchas oscuras de sus pisadas, el charco, la sangre que empezó a emanar de su vientre. La mirada de Ezra quedó petrificada en su estómago, en su camisón manchado de sangre oscura, en sus manos bañándose de aquél líquido. Tan espeso, tan irreal. Y gritó, gritó asustado cuando cayó al suelo, retrocediendo, mirando con terror la mancha oscura que se movía hacia él. Era pequeño, no, era un niño que se arrastraba en su sangre, como un gusano, como un maldito demonio que asomaba las manitos a sus pies. Ezra le gritó, el llanto floreciendo de su alma con fuerza al momento de sentir su presencia sobre él, de aquél niño bañado en sangre oscura. En sus manos tomando su cuerpo, en sus ojos, en su mirada esmeralda y su cuerpo manchado en pecado.
Le sonrió con suavidad, con aquellos colmillos puntiagudos, con su mano acercándose peligrosamente a su cuello. Sus ojos brillaban y parecía querer decir algo
—M-mamá...
—¡No! —gritó levantándose con estrépito de la cama. Ezra miró a todas partes, su habitación estaba normal, el ambiente era frío y las sábanas se enrollaban con fuerza sobre su cuerpo. El Omega se las quitó de encima con rapidez y se puso de pie, retrocediendo. Su mirada bajó hacia su vientre, ya notorio, apenas redondito. Evitó llevar sus manos hacia él y prendió la luz.
Notó el sudor que lo bañaba, el camisón húmedo y la piel pegajosa. Ezra llevó las manos a su rostro, sollozando, su corazón no paraba de latir con fuerza y el llanto hizo que un nudo se formara en su garganta. Retrocedió y se adentró en el baño para lavarse el rostro, Ezra se miró al espejo. Las ojeras se marcaban en su rostro con notoriedad, el color esmeralda de sus orbes contrarrestaban con el iris irritado de su noche. El Omega suspiró y tomó cuidadosamente del estante el pote de medicamentos para dormir detrás de las vitaminas que tenía recetado. Su mirada cansada volvió a leer las instrucciones una vez más, temblando, no debía tomar eso, lo sabía, pero ya estaba cansado e irritado por las noches de mierda que estaba teniendo.
—Ya... —murmuró cerrando los ojos, se apoyó contra el lavabo y lloró débilmente—. Déjame dormir un poco, por favor...
Habían pasado exactamente siete meses desde que le anunciaron que estaba en estado, siete largos meses desde que un alfa lo tomó, lo mutiló como a un animal a su gusto y abusó de él. Meses, días y semanas que cargaba con el pecado de ambos, con un cachorro con el que soñaba cada noche. Cada pesadilla.
Negó, limpiándose el rostro y dejando el pote nuevamente escondido en su estante. Se metió a la regadera para una ducha rápida, se deshizo de su camisón antes de prender el agua fría. Ignorando los pequeños hematomas que tenía, la marcas que escondía de todos, las marcas que Isak a veces le dejaba. Desde el día que despertó, tras el ataque que le había dado algo notorio cambió en él. Algunas noches se adentraba en su habitación y la pasaban juntos, sin embargo, todo terminaba cuando el alfa empezaba a cambiar. Cuando sus ojos se tornaban rojos, carmesí brillante y peligroso. Ese que actualmente estaba apoderándose de las orbes café que Isak tenía. Ya casi la mitad de su ojo izquierdo se estaba volviendo como un demonio. Con tanta rapidez. Ya todos los omegas de la casa no se acercaban a él por el miedo, nadie le hablaba, nadie excepto Ezra.
Pues no era su asunto. Isak se había vuelto algo así como su alfa, o eso murmuraban a veces los omegas de la casa.
Se secó rápidamente cuando salió de la ducha, eligió otro par de pijama, esta vez un pantalón flojo de seda con la camisa en conjunto. Baltazar se lo había traído hacia unos días para que durmiera más cómodo, aunque a decir verdad el sueño no estaba de su lado últimamente. Los dolores le incomodaban y cada vez debía tomar montones de pastillas por día para evadir esas desgracias. Debía hacerlo, pero se quejaba, muchas veces perdía noción del día y la fecha, y los dolores volvían al amanecer.
A Ezra le dolían las costillas, la cadera, todo. Tan leve era sin embargo, que no pensó en el dolor que sentiría cuando el bebé ya esté listo para nacer. Sólo esperaba que no se le rompiera ninguna costilla.
Salió de su habitación con lentitud, pocas veces hacía este recorrido por las noches, cuando no podía dormir. A veces hasta subía a la habitación de Isak para dormir una o dos horas con él, sin embargo, no quería molestarlo esa noche. No después del sueño que tuvo.
Cuando bajó al primer piso abrió la entrada con cuidado y la ventisca fría se asomó sobre su piel, Ezra respiró con fuerza, calmandose, sintiéndose vivo después de mucho tiempo. Hacia meses que no salía de la casa, la noche estaba tan hermosa que sus orbes esmeraldas quedaron hipnotizadas por la luna llena, tan brillante. No recordaba lo bien que se sentía estar al aire libre.
Salió descalzo, en la noche expuesto a la leve luz que emanaba la luna. El patio de la casona estaba bien cuidado, el pasto húmedo y el ruido de algún grillo merodeando su propiedad. El Omega se sentó en un banco simple de mármol, y admiró la noche en silencio.
Posó una mano sobre su vientre y bajó la mirada.
—Ni bien salgas te irás de aquí —susurró recordando los numerosos sueños que tenía. Su mirada se cristalizó y se encogió de hombros—. Conseguiré una buena familia...
—¿Ezra? —escuchó la voz de Isak en la entrada de la casona. El Omega se volvió, una pequeña sonrisa apareció en sus labios y el alfa se acercó, mirándolo de pies a cabeza—. ¿Qué haces en el frío, Omega? ¿Tu cabello está húmedo? ¿Acaso quieres resfriarte?
Le comentó, sentándose a su lado, Ezra lo miró. Isak había crecido mucho, su aroma lo inundó y se encogió en su lugar, negando.
—Con todos los problemas de salud que tienes... —se quejó el alfa, lo miró y Ezra observó aquél carmesí que iba apoderándose de su orbe izquierda, Isak pareció darse cuenta al segundo y apartó la mirada—. ¿Otra vez una pesadilla?
—Ya no sé lo que es dormir.
Isak rió, lo miró con una sonrisa y le tomó de la mano.
—Puedes dormir conmigo si quieres.
—No, tú roncas, alfa —Ezra quiso apartarse sin embargo Isak apoyó su cabeza en el hombro del Omega.
—Mnh —murmuró, ambos se quedaron callados. El alfa no despegaba la mirada de la mano pálida de Ezra acariciando su vientre medianamente grande, los ojos del menor reflejaron la curiosidad de la acción—. ¿Qué harás cuando nazca? Tan sólo faltan dos meses.
Ezra se inquietó, la mano de Isak se posó sobre su vientre con lentitud. Una extraña sensación se apoderó del Omega, la incomodidad de aquello le estaba molestando, sin embargo. Cuando asomó su mano junto a la de Isak se sintió seguro.
—Lo dejaré en un orfanato —dijo e Isak lo miró, sus ojos curiosos recorrieron su rostro en un segundo. Ezra se encogió, se sintió un poco incorrecto—. Trataré de buscarle una familia buena...
—¿Porqué no dejas que se quede mientras buscas mnh? —sugirió Isak esta vez acariciando su mano. El omega suspiró, y alejó el contacto del menor de su cuerpo—. ¿Qué pasa?
—No lo quiero aquí... —susurró bajando la mirada.
—Oh —Isak se enderezó, apoyó las manos sobre el banco y miró el suelo—. Pensé que habías dejado de pensar así... Que lo habías aceptado.
Ezra se volvió con rapidez, sus orbes esmeraldas miraron a Isak con atención. El Omega evitó llevar las manos a su vientre, verdaderamente el reflejo le incomodaba en estos momentos.
—¿Aceptarlo... Isak? —dijo, liberando feromonas agridulces por todos lados, Isak se encogió frunciendo el ceño, lo miró preocupado—. Yo no desee este niño, tú mismo sabes sobre su origen, y quién lo hizo. ¿Cómo piensas que aceptaré algo así?
—No me refería a... Eso, Ezra.
—Pues no. No lo aceptaré Isak, no quiero verlo, ni sentirlo... No quiero tener nada que ver con este niño. No hace más que traerme feos recuerdos, y generar más pesadillas.
—Sabes que él no tiene la culpa de nada de lo que dices.
—Pero me daña. ¿Porqué no lo entiendes?
—Trato de entenderlo, Omega, pero... —Isak se llevó una mano al cabello, su vista se volvió al mayor, parecía cansado—. Ezra, es un cachorro.
—No le pasará nada malo en el orfanato. Miles de niños terminan ahí, y siguen con su vida.
—¿Lo abandonarás? —Isak murmuró, Ezra frunció el ceño.
—¿Qué mierdas dices? Estoy haciendo lo correcto.
—¿Y qué si la familia que elijes no es buena? ¿Si otros lo discriminan por ser adoptado?
—Pues si es lo bastante inteligente valorará que al menos una familia lo tomó. Hay chicos que terminan en la calle una vez cumplen la mayoría de edad. —Ezra apartó la mirada—. Además, es lo mejor que puedo hacer por él.
—¿Y su padre? —habló Isak, Ezra se congeló—. ¿Qué harás si su padre lo reclama?
—N-no... —susurró frunciendo el ceño, se abrazó con lentitud, de repente el frío parecía afectarle—. No sé lo daré.
—Pero tú no lo quieres.
—No se lo daré, Isak, ¿Qué mierda no entiendes? —Ezra se quejó—. Ese hijo de perra es menos padre que yo, ¿Qué puedes esperar de un hombre que viola a una persona para que engendre sus hijos? ¿Flores? ¿Buen comportamiento? ¿La mejor paternidad de la historia? Por dios Isak, dices barbaridades. Él y yo no nacimos para hacer esto.
—Pero Ezra tú podrías...
—¡Por Dios alfa! ¡¿Qué mierda quieres que haga?! —Ezra le gritó, el omega se alejó apenas, mientras las lágrimas empezaban a picar sus ojos—. ¿Quieres que finja ser la madre de este cachorro cuando siento todo lo contrario? Por dios Isak, yo no nací para la maternidad, ni siquiera nací Omega... No intentes convencerme porque me negaré... Yo...
—Yo te ayudaré —Isak susurró, tomándolo del rostro, Ezra lo miró a los ojos, las lágrimas brillando a punto de salir—. Yo puedo acompañarte, Ezra... Sé que tienes miedo de ver a tu cachorro pero yo puedo estar ahí, contigo. También forma parte de tí, también tiene rasgos tuyos, Omega... Es tu cachorro.
—I-isak... Tonto ¿qué cosas dices? —sollozó Ezra, encogiéndose. El alfa se acercó a él, lo abrazó con fuerza y el mayor lo rodeó con los brazos. El Omega rompió en llanto, mientras el alfa acariciaba con lentitud su espalda.
—Yo estaré contigo. Créeme yo... Tampoco sé nada del tema pero si es por tu bien... Por ti, me gustaría. Sé que aquí se criará bien, será una buena persona. Ya sea alfa, beta u Omega... Tendrá tu delicadeza, tu hermosura...
—¿Y de él? ¿Isak...? É-él...
El alfa se quedó callado. Ezra rompió en llanto y el menor acarició su rostro, lentamente se acercó y lo besó con lentitud.
—Él no existirá para este cachorro... No existirá para ti, yo puedo estar para ambos, Ezra.
El Omega asintió, sus manos recorrieron los brazos de Isak, el llanto no lo dejaba hablar, sin embargo, no podía parar. Isak le sonreía con tanta dulzura que Ezra lloró con fuerza. Angustiado, con terror a todo lo que pasaría en el futuro. A la confusión que sentía. Al destino de ese cachorro que crecía en su interior.
—C-contigo... —susurró, e Isak lo atrajo nuevamente para abrazarlo con fuerza. Y Ezra volvió a sentir aquél sentimiento nuevamente, ese que había tocado hace mucho. Ese sentir que lo hacía pertenecer a ese momento, a esa circunstancia. Junto a esa persona.
Gracias por leer.
SIN EDITAR.
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