trece
Isak abandonó la habitación tras escuchar la confesión de Ezra.
Verdaderamente no podía argumentar palabra alguna ante su condición, se sentía confundido, incapaz de entender el razonamiento de la situación. El Omega que había conocido no era realmente uno. Era un alfa. ¿Un alfa? Claramente estaba chiflado, como una maldita cabra. No era posible. No fue posible en él ni en nadie. Ezra era pequeño, hermoso como todo Omega y delicado como uno. No le entraba en la cabeza que aquél hombre de metro sesenta y ocho hubiese sido un alfa alguna vez en su vida.
Gruñó, apretó con fuerza su puño y removió su cabello molesto. Claro que sí. Era posible, lo era porque en el fondo de su ser sabía que algo no andaba bien con él. Ezra no era un Omega como otros, tenía una actitud autoritaria e incluso llegaba a aterrarle. Un alfa.
—Un maldito alfa... —susurró y bajó la mirada.
Le había dicho que no podía concebir, que no tenía útero al igual que él. Se sintió extrañamente desilusionado en su interior, Ezra era un Omega hermoso, tan delicado, estaba seguro que cualquier alfa le gustaría marcarlo. Sin embargo, su mente se confundió más cuando se preguntó qué tan alfa era en su interior y qué tan Omega era físicamente. ¿Acaso una mordida sería lo mismo que con un Omega real? ¿la unión estaría? No estaba seguro. Muchas veces había escuchado que tras marcar a un Omega la conexión se volvía pura. Que parecía ser una explosión en el interior de ambos.
Isak tragó saliva, cerró los ojos cansado y llevó una mano al puente de su nariz. Ezra tenía la cicatriz de una mordida en su cuello, lo había visto hacia mucho y sabía que era verdad. Trató de imaginarse la situación en su cabeza, con un alfa lunático, pedófilo violador de chicos alfa-omega. De Ezra pequeño, con aquél cuerpecito delgado y esa hermosa piel perla digna de los mejores tratos. Imaginó su rostro sonrojado, sus ojos verdes dilatados y aquellos labios sandía hinchados. Tal vez su aroma se torne agridulce, del mismo que había tenido cuando lo sorprendió con su celo.
Se preguntó incluso si Ezra era capaz de segregar lubricante natural.
Tal vez estaba dando muchas vueltas al tema, tal vez, debía dejar de pensar en un Ezra desnudo en una cama, rogando por que un alfa lo llene por dentro, que lo anude como todos los Omegas hacían en sus celos. Isak no pudo apartar ese pensamiento de su cabeza. Él había estado con Omegas en celo, los había sentido, y sabía hasta ahora que era lo más placentero que sintió alguna vez en su corta vida. Ellos tendían a aferrarse mucho al alfa, a pegar sus hermosos rostros al cuello de uno y gemir suavemente, tan delicado como eran, Isak sintió un escalofrío en su piel cuando recordó. La piel ardiente de los Omegas no era más que señal para calmarlos, para besarlos y Dios, él no debería estar pensando eso.
Salió del balcón y caminó hasta el baño, mojó un poco su rostro y se miró al espejo.
Ezra era un alfa que comprendía el sufrimiento de los Omegas. Y frunció el ceño ante eso, le había dicho que ser alfa implicaba ser como una marioneta de su instinto animal. Como si fuera un salvaje. Isak se miró a los ojos y recordó lo que le habían dicho de pequeño sobre las tres jerarquías. Los alfas tendían a ser agresivos, celosos y territoriales, importantes y poderosos. Todos los niños siempre deseaban ser grandes alfas, poder cuidar del Omega y protegerlo. Pues ese era su papel. Proteger al Omega.
Y sin embargo, los casos de violaciones y maltrato hacia ellos crecían cada día. De abandono, de omegas muriendo de tristeza tras un lazo roto. Porque era verdad, Isak mismo recordó a Finn. A su alfa sin corazón que lo maltrató por no traer hijos al mundo.
Y a Ezra, que fue mutilado por que el alfa de algún bastardo no pudo comprender que él no era un Omega por naturaleza.
Pero él no podía hacer nada para corregirlo, sólo era un puberto alfa inexperto que siquiera sabía lo que era mantener una familia, o cuidar de un Omega. Isak secó sus manos con una toalla y fue directo a la puerta de salida.
Se colocó frente a la gran puerta de madera oscura y golpeó suavemente. Reconoció la voz de Ezra y cuando empujó con lentitud notó ese cuerpo curvilíneo de pie frente a un pizarrón cubierto de papeles y fotografías. El calor que se sentía en el aire lo sofocó pero también le trajo alivio dentro de él. Cerró la puerta detrás de él y avanzó, miró la pizarra una vez que se encontraba al lado de Ezra.
—Asesinaron a mi padre —susurró bajito, Isak abrió los ojos sorprendido y lo miró con preocupación. Observó el rostro neutro de aquél, sus ojos lucían perdidos, ausentes, pudo notar la fotografía de su padre en la mano, arrugada y vieja—. Lo mataron dos semanas después de verlo...
Bajó la mirada con rostro fruncido, Isak miró hacia otro lado sin saber qué hacer. No sentía en el aire la tristeza de Ezra, nada, no sabía si estaba muy afectado o si le importaba un bledo el paradero de aquél bestia. Sin embargo, acercó su mano con suavidad y lentitud por su espalda, su piel se erizó ante el tacto, sentir la calidez de su cuerpo a través de su ropa hizo que su pecho de infle por su aroma.
—¿Quieres hablar de eso...?—preguntó y Ezra negó con la cabeza, Isak sintió la electricidad recorrer su cuerpo cuando observó sus orbes verdes cristalinas. Se veía angustiado, bajó la mirada y notó el temblor que tenía en las manos y lo único que hizo fue atraerlo a su cuerpo, lo envolvió con cuidado, Isak apoyó su barbilla en la cabeza de Ezra y pudo sentir el aroma puro de lo dulce y lo amargo, su espalda era pequeña y se acurrucó más en él para encajar aún cuando el Omega no había aceptado el abrazo. Este último se encontraba quieto.
—No sé porqué no me siento bien... Él no hizo nada para salvarme, lo odio... Lo odio tanto —susurró y sintió el calor del cuerpo ajeno en su pecho, las manos de Ezra viajaron por su estómago e Isak sintió nuevamente choques eléctricos dentro de él. Las manos de Ezra terminaron en su pecho y sintió la vulnerabilidad y la tristeza que empezó a emanar, lo escuchó sollozar—. ¿Por qué... Por qué estoy así si lo odie tanto? Le desee la muerte tantas veces y ahora...
—Ya... —susurró y Ezra lloró—. Era tu padre, por más que odies lo que te hizo sigue siendo tu padre.
—Él lo mató —sollozó levantando la mirada, los ojos de Isak se dilataron al ver el rostro sonrojado de Ezra, sus lágrimas caían limpias, y no sabía si eran de tristeza o rabia—. Él... Ese maldito alfa lo mató porque mi padre no me entregó. Es una persona mala, Isak, él me busca como yo lo busco a él. Él... Es un hombre peligroso.
—¿Y tú no, Ezra? —susurró y llevó una mano hacia el rostro del hombre e hizo a un lado el mechón de cabello ondulado que tenía—. Puedes terminar con esto, sé que tú podrás. Él cobrará lo que te hizo.
—Isak... —Ezra lo miraba con sus grandes ojos verdes, tan brillantes y hermosos que los latidos de su corazón se aceleraron—. ¿Me ayudarás...? Por favor —apretó los brazos de Isak con fuerza—. Por favor...
Los labios del menor se apretaron y asintió con lentitud—. Lo haré.
—Oh Isak —Ezra se apegó más a él, casi como si estuviera dando un abrazo. Isak se quedó petrificado y aflojó la mirada, sus pulmones se inundaron del aroma de Ezra. Era suave, tan hermoso que los ojos de Isak se dilataron y su cuerpo se sintió débil, de repente una ráfaga de calor empezó a brotar desde sus pies. El calor corporal de aquél Omega lo estaba enloqueciendo—. ¿Isak...?
El menor se despegó de Ezra, llevó una mano a su pecho y la respiración empezó a faltarle. El calor en su piel se volvió insoportable, sus mejillas se sentían rojas, ardientes. Isak miró a Ezra con los ojos perdidos, cegados.
—Isak... —Ezra retrocedió—. Tu... Tu celo...
—Me siento mal... —susurró apenas sin poder mantenerse de pie. Se apoyó de un mueble, tratando de arrancarse la ropa con las manos, tratando de estabilizar su mirada, su orientación hacia lo certero. Sin embargo Ezra parecía dar vueltas en su cabeza—. M-me...
Isak trastabilló y se chocó contra una mesita de té, escuchó a Ezra gritarle y sintió sus manos extrañamente frías sobre su cuerpo. El Omega lo arrastró hacia el sillón más cercano y lo recostó con cuidado. Isak frunció el ceño y presionó su entrepierna con fuerza, intentando que el dolor cesara.
Ezra cubrió su rostro con sus manos frías e Isak no pudo sentirse más que bien con eso. Su aroma lo estaba matando.
—Ezra, tus manos son tan...
—Nunca pensé que serviría —el Omega lo tomó fuerte de los pómulos, Isak cerró los ojos con fuerza cuando una ráfaga de placer inundó su cuerpo tras friccionar su entrepierna con la tela de sus pantalones, Ezra, en cambio, lo veía fascinado y casi abrumado del otro lado, Isak gruñó con fuerza cuando alejó las manos de su rostro y empezó a retroceder.
—Ezra... Ven aquí —Isak susurró y el Omega se quedó atento observando la mirada del alfa, los ojos de Isak se estaban volviendo rojos—. Omega.
Ezra se encogió ante el llamado, presionó sus piernas y retrocedió, su atención viajó a las hojas que tenía guardadas en un cajón y alarmado empezó a buscar.
—Hace mucho empecé a experimentar con tus celos, Isak—empezó y revolvió una carpeta en su escritorio, el chico sobre el sillón se retorcía y gruñía—. Cuando hice que bebieras algo en tu último celo era para obtener este resultado. No surtió efecto en aquél momento pero ahora...
Isak gruñó con fuerza, su rostro se volvió con rapidez a Ezra, observando aquél cuello de piel lechosa, ese curvilíneo cuerpo... El aroma agridulce lo estaba llamando. Y Ezra retrocedió cuando los ojos destellantes de Isak refjelaban aquella pureza animal. Aquél instinto que todos tenían.
—Buscaba que tu alfa interno saliera... —susurró—. Que saliera tal y como es, con sus instintos, para estudiarlo, para...
Ezra retrocedió cuando Isak se levantó de repente, su cuerpo lucía agitado y su pecho subía y bajaba, respirando con fuerza. La piel del Omega se erizó cuando la mirada roja e intensa del alfa de Isak se centró en él. Tragó saliva y sintió sus piernas de gelatina cuando está fue recorriendo todo su cuerpo con lentitud. Ezra se sintió oprimido en aquél ambiente.
—Omega... —habló y su voz salió rasposa, Ezra se quedó petrificado en su lugar, su instinto le obligaba a mantener la mirada escarlata, a enfrentarlo. Sin embargo, otra parte de él hacía que sus piernas tiemblen y que su rostro se volviera, dejando su cuello expuesto y listo para entregarse. Pero Ezra estaba luchando contra eso.
—Tú no quieres esto... —susurró cuando el alfa de Isak ya estaba justo frente a él, respirando con fuerza. Ezra se sintió pequeño por primera vez después de muchos años, su rostro y sus ojos esmeralda fueron bajando cuando no pudo mantenerle la mirada. La respiración caliente de Isak se sentía en su cuello, y sus manos tibias viajaron por su pecho, por su garganta con lentitud, tomó su barbilla y la alzó. Ezra clavó sus ojos verdes en aquellos. El cuerpo de Isak se pegó más a él y pudo sentir el bulto chocando contra su vientre, el aroma de Isak era fuerte e inundaba la habitación entera.
—Omega...
SIN EDITAR.
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