cuarenta y ocho
—Ilya... Droz... Droz... —frunció el ceño y dejó de murmurar. Miró atentamente las letras en su hoja y continuó escribiendo. Su apellido no era tan complicado pero siempre se olvidaba el orden de algunas letras, lentamente buscó dentro de su mochila la hoja donde su padre lo había escrito. Cuando lo vio pudo completar su nombre entero—. Mijaíl Ilya Drozhin.
No estaba tan mal, había mejorado su caligrafía y ya se había acostumbrado a pensar bien lo que iba a poner antes de escribir. Dejó la pluma de su padre de vuelta en su respectivo cajón, guardó la tinta y se limpió las ligeras manchas que habían decorado la piel de sus manos. Su madre jamás le dejaba tocar aquellas cosas, a decir verdad, no le gustaba la idea de encontrarlo en la oficina de su padre husmeando las cosas.
Tomó el libro que le había regalado y fue directo al sillón color mostaza que había en una esquina de la habitación, junto al ventanal que daba vista jardín trasero. Ilya dejó el libro a un lado y tomó la fotografía de sus padres con ambas manos. Se quedó observando atentamente todos los detalles que ya se sabía de memoria, la ropa que traían, el lugar donde había sido, la posible fecha de aquella fotografía. Las expresiones de ambos, la mirada de su madre, su padre, eran tan pocas las veces que los había visto juntos que sentía la necesidad de remarcar cada una en su mente. Al menos, las más felices para él.
Ya le había preguntado a su madre directamente lo que pensaba de su padre, y ahora lo único que necesitaba era saber lo que sentía este último. No sentía tanta curiosidad, a decir verdad, sabía que su padre quería a su madre.
Se levantó y miró el reloj de pared colgado, siempre que la flechita apuntaba al siete su padre despertaba. O al menos, la mayoría de las veces cuando se sentía bien. Guardó nuevamente la fotografía en el libro y se bajó del sillón, acomodó los almohadones y todo lo que había desordenado. Rápidamente salió de allí.
Esta vez el pasillo estaba decorado con diferentes cintas de colores. Si bien la oficina de su padre estaba cerca solía perderse en la cantidad de habitaciones. Algunas estaban vacías o llenas de muebles, otras tenían cajas, estantes llenos de botellas, era una casona bastante grande para tres personas. Bueno, cuatro, si contaba a Isak.
Ilya se detuvo por unos segundos antes de llegar a la habitación de su padre. Olisqueó el aire y frunció el ceño, lentamente llevó su manito a su nariz y avanzó con cuidado. El aroma a sangre se intensificaba con cada paso que daba, fuerte, moribunda, tan podrida que los ojos de Ilya se cubrieron de lágrimas al pensar que algo malo le había pasado a su padre.
Corrió como pudo y empujó la puerta con fuerza, Ilya miró la cama donde yacía el alfa, su padre, tan dormido como siempre a causa de su enfermedad. El cachorro se acercó, tuvo que hacer puntitas de pie para llegar a verlo por completo, el aroma a sangre podrida emanaba de su cuerpo, tan asquerosa, tan sucia que Ilya se aguantó las lágrimas esta vez, apartó como pudo las sábanas, buscando manchas de sangre, alguna herida, pero no había nada. Nada. No comprendió la situación, el cachorro volvió a tapar el cuerpo de su padre y salió de allí con rapidez, buscando a su madre.
Buscó en su habitación, en la cocina, en la biblioteca, en la pequeña despensa de la casa, buscó en todos los lugares que conocía e incluso en los que no podía cruzar. Cuando llegó al primer piso recorrió el laboratorio de su padre, tan vacío y desolado como siempre. La mayoría de las veces encontraba a su madre ahí, escarbando cosas, leyendo papeles que él no comprendía. Ilya apretó las manos, bajó la mirada llorosa y tragó saliva. Su madre no estaba, Isak tampoco.
Y él único lugar que le faltaba revisar era aquella habitación que su madre le había prohibido tiempo atrás. Aquella donde buscaba la cura para la enfermedad de su padre, donde el aroma de Isak se volvía incluso más fuerte. Ilya negó, no quería entrar ahí, no quería cruzar ese pasillo oscuro, y tan feo como la mirada de aquél alfa. Había algo malo, estaba seguro, no por algo su madre le había prohibido el paso. Ilya tragó saliva y se paró justo frente al pasillo largo, toqueteó su enterito de jean, adentro de sus bolsillos tenía piedras que había recolectado del jardín aquella mañana.
—¿Ma? —habló, y esperó oír su voz, sentía su respiración pesada, sus latidos empezaban a acelerarse. Ilya elevó la voz—. ¡Mamá!
No oyó nada. Mordió sus labios y sintió cosas feas en su pecho, el cachorro avanzó y empezó a sacar las piedras de su bolsillo. Su mirada esmeralda veía todo con suma atención, los cuadros, las lámparas que apenas llegaban a iluminar el lugar. El ruido de las piedras al caer le molestaba, le daba incluso más miedo del que ya tenía. Esperó encontrar otras habitaciones, más puertas, más ventanas, pero no había nada más que una sola habitación al final del pasillo, tan terrorífico que no pudo evitar correr hasta ella y abrirla con rapidez. Ilya tiró las piedras en el suelo y entró en la habitación como alma que lleva el diablo.
Respiró profundo y se volvió con la mirada aterrada. Esperó encontrar cosas feas, oscuridad, monstruos, pero lo único que encontró fue el horrible aroma a desinfectante que había. Ilya frunció el ceño y miró todo a su alrededor. Su corazón se calmó cuando observó lo bonito que era aquél lugar. El suelo tenía una alfombra suavecita, había estantes con muchos libros y cosas que él no sabía qué eran. Ilya observó todo con suma atención, había ropa de su madre, fotografías de él. El escritorio parecía marcar una diferencia en la habitación, puesto que la decoración cambió y pareció convertirse en una especie de laboratorio. El aroma a limpio llegó a marearlo tanto que cubrió su nariz. Miró los papeles colgados en la pared, dibujos de su madre, supuso, había estantes con botellitas que él usaba para jugar, cosas raras que parecían tijeras, mini cuchillos y pequeñas lupas, tan chiquitas que sintió la necesidad de tomar algunas y guardarlas. Ilya levantó la cabeza y espió, o al menos intentó ver lo que había sobre el escritorio. No pudo ver mucho debido a su pequeña estatura, hizo puntitas de pie y estiró su brazo para agarrar cualquier cosa que había. Tomó un par de hojas que arrugó y las miró con confusión cuando intentó comprender de qué se trataban.
Eran montones de dibujos feos del cuerpo, parecía ser el pecho de alguien, un esqueleto y montones de tubitos dentro de él, Ilya miró el dibujo con el ceño fruncido, era tan feo lo que había ahí que negó con la cabeza. Además no entendía lo que decía. Volvió a dejarlos en el escritorio y se volvió, sus ojos vislumbraron una gran puerta de metal tan alta como lo era su padre. Ilya limpió sus manos a los costados de su enterito. Su madre podía estar ahí, era el único lugar que le faltaba revisar.
Se acercó e hizo puntitas de pie para poder abrirla, Ilya retrocedió cuando una habitación negra y fea se presentó ante él, era tan oscura que sus manitos apretaron el borde de la puerta. Su madre definitivamente no podía estar en un lugar tan feo y oscuro como ese.
—¿Ma...?—murmuró y no pudo terminar de hablar cuando el aroma picante y moribundo llenó sus pulmones, Ilya retrocedió y cubrió su nariz con fuerza. Su corazón empezó a latir con fuerza y las lágrimas volvieron a asomarse a sus ojos cuando vislumbró la mirada rojiza de Isak de entre la oscuridad. Ilya abrió los ojos con miedo, y rápidamente empujó la puerta para cerrarla. Retrocedió con rapidez cuando los dedos largos y pálidos de Isak se asomaron, deteniendo por completo que la puerta se cerrara. Ilya miró con grandes ojos las uñas de este, no, no eran uñas normales, no eran como las suyas, o como las de su padre. Eran feas, negras, puntiagudas y grandes. El cachorro se quedó de pie, sin poder moverse, tan asustado que juntó sus piernitas para evitar el temblor que le causaba.
La ráfaga moribunda de su asqueroso aroma picante causó el llanto en sus ojos. Cuando el cuerpo delgado y alto de Isak salió de la habitación Ilya sintió el cambio que había en él. Parecía incluso más feo y monstruoso de lo que ya era, sus ojos rojos estaban grandes, saltones, como si quisieran tomar posesión de todo el iris, era tan horrible, tan feos dientes, tan feos colmillos. Las mejillas de Isak estaban pálidas, su piel estaba tan pálida y muerta que el cachorro no pudo argumentar palabra alguna. Su cuello, su pecho, sus piernas largas y peludas le daban un aspecto tan feo, tan feo que Ilya quiso esconderse en cualquier lugar para llorar por siempre. Se le notaban las costillas, las venas, y se movía tan extraño que Ilya definitivamente confirmó lo que siempre había pensado de él.
Isak era una cosa fea y aterradora. Era un alfa terrorífico. Isak podía ser todo lo malo que él conocía, tanto, que la definición de humano no llegaba a completarlo.
—Fuera —habló bajo e Ilya sintió que su piel se hacía de pollito, se encogió en su lugar. Necesitaba a su madre, necesitaba saber dónde estaba, si estaba bien. El ambiente pesado que había ahí le hacía doler los huesos—. Fuera.
—Mi mamá... ¿Dónde... dónde está mi mamá?—habló y las lágrimas resbalaron por sus ojitos, Ilya cubrió sus manitos ante la mirada de Isak. Este ladeó la cabeza, y su mirada rojiza se clavó en él con fuerza.
—No está —Ilya tragó saliva y retrocedió, no quería estar ahí, de repente la idea de buscar a su madre salió de su cabeza. Lo único que quería era salir de allí, de esa habitación, lejos de aquél alfa feo.
Ilya se volvió directo a la puerta, no comprendía porqué su madre decía que Isak era mejor alfa que su padre. Era malo y feo, daba miedo y sus ojos no eran normales. Le daba tanto terror que incluso dudó ante la idea de que esa bestia sintiera amor por su madre. De repente el miedo se convirtió en enojo, las lágrimas, todo, se sentía tan mal, tan enojado con su madre, con Isak. ¿Dónde estaba mamá? ¿Acaso veía lo mismo que él cuando miraba a Isak? ¿No se daba cuenta? O era tanto el miedo que tenía... Que no veía lo que su madre sí. ¿Era eso, se trataba de eso? Ilya se volvió unos segundos para observarlo.
—Eres feo —le dijo y se asomó tanto a la puerta para salir corriendo si Isak llegaba a moverse—. Eres un alfa feo y malo.
—¿Lo soy? —respondió Isak, sus ojos rojos parecieron intensificarse ante aquella respuesta. Ilya frunció el ceño.
—Lo eres.
Isak se rió suavemente, sus colmillos, sus ojos rojos resaltaron, Ilya sintió que sus mejillas se calentaban cuando el alfa cubrió su boca. Como si fuera tan gracioso.
—Soy feo porque me tienes miedo, Cachorro —Isak habló y se apoyó contra el escritorio de su madre. La mirada esmeralda de Ilya volvió a analizarlo, buscando comprender lo que querían decir sus palabras—. Si tan solo supieras la verdad de la situación, comprenderás que la cosa más fea y mala de esta habitación eres solo tú. Es más, eres tan raro y antinatural que el mundo entero debería temerte.
Ilya frunció el ceño sin comprender las palabras del alfa, sus latidos se aceleraron, jamás había hablado tanto con aquél hombre, y mucho menos entendía lo que quería decir. Ilya bajó la mirada, no era raro y antinatural. No eral malo ni feo, ni siquiera sabía lo que quería decir antinatural.
¿Porqué el mundo entero debería temerle si sólo era un niño?
—Lo que dices no tiene sentido —habló, un poco más enojado y osado de lo que esperaba.
—Creo que eres lo suficientemente listo como para comprenderlo, Ilya, incluso más. Más de lo que un niño de tu edad debería saber. Tan curioso de las cosas, buscas comprender cosas que no deberías, eres tan curioso de todo a tu alrededor... pero menos de ti.
—Le diré a mi madre... —habló con lágrimas en los ojos—. Le diré a mi madre lo feo que eres, todo lo que me dijiste se lo diré, se lo diré y ya no te va a querer como su alfa. Porque eres malo, malo, eres feo.
—Tu madre jamás estará con tu padre, cachorro —Isak comentó, Ilya lo miró con grandes ojos, su pecho se aceleró, recordando a su padre, recordando las palabras de su madre—. Aunque yo no esté, tu madre jamás, nunca, estará con tu padre. Y sé que anhelas su relación, me dices que soy feo, malo... Pero tú no conoces nada, cachorrito, eres tan chiquito y lleno de inocencia que incluso me da lástima saber que un día sabrás toda la mierda que viene tras de ti. Si yo soy un alfa malo, tu padre es de los peores.
Ilya tembló con fuerza, su pecho dolió y su carita se empapó de lágrimas al escuchar eso. Su padre no eran malo, no era peor que Isak, no quería oírlo más. No quería volver a oír palabra alguna de aquella cosa fea, estaba tan enojado, tan lastimado, sentía feo en su pecho, sentía feo todo por culpa de Isak. Su padre no era malo. Él no era antinatural. No era nada de eso. Isak mentía. Mentía, y mentir era tan feo como él.
—No volverás a hablar... —comentó mirándolo con enojo, los ojos esmeralda de Ilya estaban irritados, tristes, llenos de ira. Su pequeña anatomía temblaba, su pecho, su corazón, eran tantas sensaciones nuevas, tanto enojo—. No volverás a hablar...
Isak lo miró con intensidad, sus colmillos parecieron crecer más, sus ojos, su mirada alerta. Ilya quiso explotar cuando el alfa abrió la boca.
—Tú... eres un error de la naturaleza.
—¡¡NO!! —gritó e Isak rugió con fuerza delante suyo. Su rostro se deformó, su cara, su nariz, la sangre cayó de sus ojos con rapidez, el cuerpo de Isak pareció volverse más grande, más monstruoso, los dedos de sus manos se volvieron largos, asquerosos. El alfa se mordió la piel del brazo, se la arrancó y la sangre oscura y asquerosa salpicó el rostro de Ilya. El hedor a putrefacción lo mareó, lo llenó de ira, era un monstruo. Isak era un monstruo horrible y odioso. Ilya miró sus manos, negras, era la misma sangre que su padre escupía, era el mismo olor, el mismo color. Su mirada esmeralda se levantó, brillante, furiosa. No le importaba si era el alfa de su madre, si era bueno, si le hacía bien.
Para Ilya era malo, era feo, asqueroso. Y si algo era tan malo como Isak... No debía existir. Retrocedió cuando Isak empezó a arrancarse la piel, cuando su cuerpo creció, la carne peluda y bañada en sangre parecía crecer dentro de su cuerpo. Parecía como si otra cosa estuviera viviendo dentro de Isak, y que ahora luchaba por salir. Ilya respiró con fuerza, sintiéndose mareado, la habitación dio vueltas a su alrededor, y cayó al suelo cuando sintió que sus piernitas se dormían. La sangre de Isak tenía un aroma tan fuerte, tan fuerte...
Empezó a gritar, a gritar con fuerza, a llamar a su madre, a su padre. Los rugidos de Isak eran tan monstruosos, tan fuertes, Ilya tosió, le dolían los pulmones, le dolían los huesos. El cuerpo retorcido de Isak se inclinó hacia él, su rostro monstruoso, su brazo destrozado, la piel peluda, las garras... Ilya ya no pudo aguantar más.
—¡¡Papá!! ¡¡Papá!! —gritó y lloró con fuerza, sintió el aroma picante, de repente su mirada se sintió borrosa, su corazón acelerado. Todo, la monstruosidad de Isak se arrastró hacia él justo en el momento que entró su padre y se abalanzó contra la bestia. Ambos cayeron contra el escritorio, el cuerpo de su padre se cubrió de la sangre podrida de Isak, sus ojos rojos, sus colmillos largos. Ilya trató de mantener los ojos abiertos. Su padre se veía tan distinto, mientras lo veía ahí, de pie. Un alfa grande, enojado, el rugido de su padre sonó tan potente y monstruoso que Isak retrocedió, la mirada rojiza del alfa más joven destelló, entre el carmesí bestial. Ilya pareció ver, por unos segundos, cómo la mirada de Isak se volvía marrón, miedosa frente al rugido de otro alfa.
Y finalmente Ilya terminó por cerrar los ojos.
SIN EDITAR.
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