cuarenta y cinco

—Ilya ya no me habla —murmuró con la vista perdida. Observó sus manos blancas, secas y adoloridas. Había estado cepillando por horas el suelo manchado con la sangre que Drozhin había expulsado de sus labios. Había tenido un ataque en medio de la noche y ahora se encontraba bastante drogado como para recordar su propio nombre. Ezra frunció el ceño—. Mi cachorro está enojado conmigo... ¿Es acaso eso posible? Es demasiado pequeño como para entender lo que vió...

—Yo lo estaría —la voz de Isak se escuchó grave y distante, el Omega se volvió con la vista enojada. El alfa se encontraba cruzado de piernas sobre la cama, concentrado en su bandeja de comida—. Es decir, supongo que es normal para un cachorro como él, ¿No?

Ezra frunció el ceño—. ¿Un cachorro... Como él?

—Cariño, es hijo de dos alfas —el rizado se tensó, los ojos verdes del más grande lo miraron e Isak se mantuvo constante a pesar de la incomodidad que reflejaba el rostro del Omega—. En especial de alguien como tú, Ezra. Eres una persona físicamente extraña, no envejece tu piel... No se marchita. Incluso llegué a pensar que te vuelves más joven al pasar los años. Definitivamente esa cosita linda que acunas en tus brazos cada noche no será un cachorro común como el montón. Viniendo de un alfa como Drozhin y... Tú, no me sorprendería que se desarrollara con tanta rapidez.

—Hablas como si él fuera... —

—¿Una aberración de la naturaleza? Tal vez —Ezra lo miró perturbado, no era las palabras que iba a usar, e incluso se sintió ofendido por la manera que Isak dijo aquello, su labio se volvió una fina línea y observó los ojos rojos del alfa, tan intensos, el más chico bajó lentamente su mirada por el cuerpo del Omega—. Supongo que notó el olor de otro alfa en un tu piel... Tal vez... Está enojado no contigo, sino por mí. Por mis feromonas.

—Supongo... —Ezra lo miró con más atención, Isak se perdió y lentamente la mente del más grande se puso en funcionamiento. Ezra ladeó la cabeza.

—¿Cómo crees que se pondrá cuando se entere que es producto de una violación?  —Isak preguntó y el Omega sintió como si lo abofetearan, el choque de aquella pregunta en su mente hizo que miles de pensamientos negativos impulsaran en él. Los ojos esmeraldas de Ezra se clavaron en aquél, horrorizados por la crudeza de la pregunta. Como si fuera nada. De repente un ligero cosquilleo detonó en el tacto de sus manos.

—¿No crees que es un tema demasiado delicado como para soltarlo así? —comentó sin poder ocultar su furia. Isak lo miró—. No vuelvas a decir esas cosas frente a mí.

—Mh —murmuró, el alfa bajó la mirada. Ezra lo seguía fulminando, analizando cada movimiento y respuesta. El carmesí de aquella mirada se pegó en él—. ¿Creerá que tú lo odias... Si supiera?

—Alfa —advirtió. Ezra lo miró de pies a cabeza, Isak estaba distinto y eso era evidente. Su actitud le era chocante, sus ojos, el color... Ezra se sintió incómodo. No recordaba que Isak fuera tan entrometido y cruel, había recordado las advertencias de Drozhin. De las posibles consecuencias de devolverle la humanidad a una bestia. Y tal vez, Isak estaba cruzando por ello. Ezra respiró profundo, analizando—. ¿Y tú...? ¿Recuerdas algo cuando... Cuando tenías tu otra forma? Cuando te transformaste por primera vez, ese año, tú...

—No mucho —murmuró y Ezra se sintió intimidado por sus ojos. Intensos, fuertes, parecían más grandes ese día. Como si lo comiera completo, como si al mirarlo de esa forma le arrancara un pedazo de sus secretos con las garras. Ezra involuntariamente llevó una mano a su hombro, a su cicatriz monstruosa—. ¿Y tú, tú recuerdas dónde estabas?

—¿Eh? —murmuró—. No... No sé a qué te...

—¿Lo recuerdas?

El Omega frunció el ceño ante su mirada, sintió un escalofrío incómodo recorrer su piel y rápidamente respondió ofendido—. Estaba en mi cas... —se quedó callado, con la palabra sin terminar en la punta de la lengua. El rostro de Ezra se sonrojó fuertemente y la presión en su pecho se intensificó cuando oyó la risa suave que Isak había soltado.

—¿Ahora este infierno... Es tu casa Omega?

—Y-yo... Yo no dije eso —se negó y sus pies retrocedieron. Isak hizo a un lado su bandeja con comida y se puso de pie. La majestuosidad de su figura causó que la piel de Ezra se erizara. Arrugó el entrecejo al sentirse nervioso, su mirada, la forma que aquellos iridiscentes se clavaban en él era todo lo que no podía soportar.

Porque tal vez era cierto, se dijo, tal vez sí se había ablandado un poco. Porque Ezra hubiera demandado una explicación a tal grotesca actitud. Era su mayor y merecía respeto, pero sin más, el recuerdo de su antiguo yo drenó por las alcantarillas oxidadas de su profunda mente. Porque Ezra se debilitó al solo sentirlo cerca, se sintió atacado de alguna forma.

—Responde —demandó Isak.

—Ya hablamos de esto, Alfa...

—Refrescame entonces.

Ezra frunció el ceño—. ¿Qué más quieres que te diga? Pasó el tiempo, Isak, pasó el tiempo para mí, para ti, para nosotros. Hemos cambiado, y por más que te guste... O me guste a mí, no podemos volver a ser lo que... Teníamos antes. Me reprochas por mi cachorro y la relación que tengo con Drozhin, me juzgas...

—Yo solo quiero que tú seas mío —el alfa lo miró, Ezra tragó saliva.

—Yo no soy de nadie, Isak.

Ambos se quedaron callados.

—Yo te sentí. —habló—. Desde aquí sentí que tú lo necesitabas.

—¿De qué...?

—Sentí tus feromonas y las suyas, Ezra. Lo siento en ti aún —Isak frunció el ceño, como si le lastimara decir aquellas palabras. El Omega frente a él lo miró sorprendido—. Tú... Tú sentías deseo por él. Por él, por Drozhin. ¿Acaso sabes bien lo que sientes, estás seguro? Porque parece que el lazo que los une gracias a tu cachorro se convertirá en algo más íntimo. Más... Sólo es algo que tú y él entienden. Como si no te importara todo el daño que te hizo.

—Yo no lo veo de esa forma —negó con la cabeza, pero sabía que algo dudoso había en su palabra. Ezra era consciente de aquél episodio de su vida. Era consciente de que había deseado al alfa y que este no se había aprovechado de la situación. Las mejillas de Ezra se tiñeron de un suave carmín—. No lo hago... Isak.

—Desde aquí puedo sentir tus latidos acelerados... Ezra.

—Yo dije que... —el Omega se calló la boca, el aroma suave de Ilya se sintió en el ambiente. Levemente la nariz de Ezra se frunció y aspiró con más fuerza—. ¿Porqué hueles a mi cachorro?

El alfa retrocedió y lo miró como si estuviera diciendo disparates. Isak se miró el cuerpo, los brazos cicatrizados, la mano mutilada y la ropa holgada que tenía. Sentía sus feromonas picantes e intensas.

—Yo no huelo nada.

—Sí, sí está —se acercó y miró para todos lados, el Omega caminó hasta la puerta de la habitación y la abrió para encontrarse con la baja estatura de su cachorro justo frente a él—. Ilya.

—Ma —murmuró el cachorro con el entrecejo fruncido. El Omega lo tomó en brazos y el infante se colgó de su cuello.  Ezra golpeó suavemente su espaldita y los ojos verdes de Ilya chocaron con los rojizos de Isak.

El alfa lo miró de lado—. Parece que ya se arreglaron...

—Mi bebé —escuchó la voz de Ezra y un ligero escalofrío recorrió su cuerpo. El aroma suave de aquél cachorro era parecido al de Ezra, agradable, pero sin embargo, también sentía la presencia de las feromonas de Drozhin por todo ese niño. Isak se quedó callado, admirando la belleza nata de aquél cachorro. Observó como Ezra mencionaba algunas cosas y bajaba al cachorro al suelo, la mirada de Isak se perdió en aquél infante, en esa pequeña cosita que lo miraba con grandes ojos. Tenía sedosas pestañas claras y los rizos caían bien formaditos por su cabeza, se sintió incómodo por unos segundos, casi insoportable.

Isak abrió la boca para decir algo, porque en su mente llovían ciertas cuestiones que no podía comprender, y estaba sediento, sediento por saber qué escondía todo ese fruto que nació de un acto tan impuro como el que vivió Ezra.

—No —lo escuchó murmurar y se quedó quieto. Los ojos verdes de Ilya lo miraban fuertes, grandes, tanto que Isak sintió la ira revivir su corazón. Esa mirada, esa actitud tan pútrida que había sacado de aquél alfa infeliz—. No.

No —murmuró Isak con la lengua a punto de estallar. Sus ojos rojos se intensificaron recordando a Drozhin, su aroma, sus palabras. El ardor que sintió en su mirada, el dolor de cabeza quería reventar su paciencia cuando lo observó.

Porque el Alfa sintió cómo la sangre empezó nacer de su mirada. Sus iridiscentes se cubrieron de un carmín líquido, ardiente, peligroso. Isak se volvió con fuerza, llevando una mano a su cabeza, a la sangre que empezaba a borronear su vista.

—Maldita sea... —murmuró mordiendo con fuerza la carne de sus labios. Sintió el aroma de Ezra detrás suyo—. Cierra la puerta.

—¿Isak... Estás bien?

—Sí... —murmuró el alfa mirando la sangre sobre sus manos, su cabeza estallaba, y lo escuchaba. Lo escuchaba rogar y gritar en su interior, lentamente su corazón se oscureció en ira—. Estoy bien.




—¿Te gusta este juguete? —murmuró sosteniendo el barquito entre sus manos, el cachorro lo tomó con ambas manos y lo puso sobre el agua de la bañera—. Es muy bonito.

Ezra apoyó la cabeza en su brazo, tenía las manos húmedas y el jabón en sus dedos aún permanecía intacto. Ilya estaba concentrado en jugar, mojando de a ratos al Omega y salpicando el suelo por completo.

—¿Quieres salir? —preguntó, mirando los labios de su cachorro, estaban perdiendo su color rosado, sin embargo negó con la cabeza—. Debes salir.

—No —negó el cachorro y Ezra lo tomó de los brazos. Ilya se quejó cuando quedó de pie en el suelo y se encogió de frío, el pequeño niño esperó a que su madre trajera la toalla—. Mami.

—Vamos —Ezra lo envolvió en una gran toalla color cremita, Ilya se acurrucó en sus brazos y se tiró libremente en la cama cuando Ezra lo soltó. Su padre estaba durmiendo del otro lado y los ojos verdes de Ilya lo miraron con curiosidad—. Esto te mantendrá abrigado.

El Omega se acercó a su bebé, Ilya se volvió y se quejó cuando lo secó con rapidez. El frío se metió por su piel pálida y estornudó un segundo antes de que le pusieran un pequeño suéter azul. Ezra le puso el pañal, medias largas y un pantalón abrigado. El cachorro miró a su madre con grandes ojos al verlo tomar una camperita con estampado de monitos.

—¿Dónde vamos? —murmuró cuando peinó su cabello—. Ma.

—A ningún lado, vamos a dormir —Ezra buscó en un cajón e Ilya miró sus pies tapados por las medias verdes, la campera no le dejaba ver el suelo—. Ilya dame tus manos.

El cachorro se las mostró, apenas se notaban los deditos rojos y Ezra arremangó la campera un poco. El infante se removió asustado cuando sacó el cortaúñas de la nada.

—No —negó y se alejó tanto como su cuerpo le permitió.

—Ilya te tienes que cortar las uñas —Ezra se levantó y se acercó al bebé, el cachorro se enterró debajo de las sábanas y el Omega rió suavemente—. ¡Ilya!

—¡No! —lo destapó con rapidez y el cachorro ocultó su rostro a un lado del cuerpo de Drozhin. Los ojos verdes de Ezra se clavaron en la piel pálida de sus brazos, las venas violáceas. De repente toda alegría que había sentido se esfumó y se acercó a ver la piel del alfa—. ¿Mami?

—¿Drozhin? —murmuró e hizo a un lado la remera que tenía puesta. Las venas en sus manos se marcaban con fuerza, su estómago, su abdomen. Todo repleto de caminos violetas que llegaban al corazón. La respiración de Ezra se volvió errática y rápidamente pegó su cabeza al pecho ajeno, buscando escuchar aquellos latidos bajos. Débiles.

—¿Ma? —preguntó Ilya a un lado, su bebé se acercó buscando su mirada, notando el aroma desagradable a preocupación que el Omega dejaba en la habitación.

—Parece que tu padre... —Ezra tomó la cabeza de Drozhin con ambas manos, revisó sus ojos, sus colmillos. Todo parecía levemente afectado por el veneno de Isak. El rizado suspiró y volvió a cubrir su cuerpo, debía actuar rápido, su mirada esmeralda se pegó en la pequeña anatomía a un lado suyo—. Estará bien, ¿Sí? Vamos, acuéstate.

Ezra arropó al cachorro junto a su padre, Ilya se acurrucó y lo miró con ojos atentos hasta que finalmente se durmió.   Se quedó quieto, pensando sobre las cosas, sobre Ilya, Drozhin, Isak.

La odisea de su vida se había convertido en algo bizarro, distinto. Y Ezra estaba en su punto más estresante. El desastre interno que tenía en su cabeza no le permitía avanzar de ninguna manera, por un lado estaba Isak, su extraño cambio, la manera cruda en la que se expresaba le daba terror de alguna manera. Ezra sabía que algo malo había pasado entre el lazo de Isak y su alfa, y verdaderamente no sabía con quién de los dos hablaba en el día a día. Drozhin le había advertido sobre ello.

Finalmente decidió levantarse y se encaminó en busca de una respuesta. La oficina de Drozhin podía bien ser un recuerdo traumante para él, como también la respuesta a todo lo que ocurría.

Siempre supo que existía una relación estrecha entre una persona y su lado animal. Una vez que llegaba el celo todo determinaba qué tipo de jerarquía tendrías. Qué tipo de bestia. Qué animal sería el que te controlaría. En la adolescencia se buscaba mantener una estabilidad sana entre ese lazo. Y algunas veces, el lado salvaje terminaba por contaminar todos los sentidos. Drozhin era un claro ejemplo de lo extremista y desesperante que un alfa podía ser frente a la persona que deseaba.

Ezra se había enfrentado muchas veces al alfa de Anton Drozhin, desde el lado salvaje, hasta el más íntimo. Baltazar le había explicado que no existía salvación para un hombre así, dominado por su lado animal. Era malo, dominante, tan cegado por la idea de verlo como un Omega que hizo desastres con él.

Y cuando Drozhin era... Solo él, su relación se tornaba incómoda, más de lo que ya era. Se disculpaba una y otra vez para después echar todo a perder, buscaba arreglar las cosas dándole la mejor educación, cursos que sabía que a Ezra le interesaban. No lo molestaba por el día... Pero a la noche era el punto máximo donde aquél alfa ganaba ese lado humano, tan efímero que Drozhin tenía. Porque todo lo que ganaba a la luz del sol lo perdía en la oscuridad. Todo sentimiento se tornaba negro, peligroso, todo odio se almacenaba en su alma cada vez que notaba el aroma picante de aquella bestia.

Y cuando Ezra entró en aquella oficina recordó el odio que había sentido. El rencor, las ideas del nuevo mundo surgieron ahí. Porque sabía que todo cambio sucedía en la adolescencia, que fue en aquellas cuatro paredes donde el alfa de Drozhin decidió romper el lazo que Ezra tenía con su lado animal.

Sentía el temblor actual de sus manos como una sensación vieja, el vacío... El vacío de no tener lado animal alguno. Porque Drozhin había matado todo eso, porque Ezra jamás tendría relación con su alfa, con el Omega que era ahora.

Ezra no tenía conección con nada.

Y en su celo... No sabía si era un Omega o un alfa quien actuaba. No sabía bien si su estado y el estado de Drozhin había repercutido bien en la naturaleza de Ilya. Simplemente... No lo sabía.

—Maldita sea... —murmuró y llevó una mano a su cabeza. Retrocedió y salió de allí para dirigirse a su habitación. Cuando entró sintió el aroma a guardado, la poca esencia que quedaba de él en aquellas paredes. Desde que despertó se había quedado en la habitación de Drozhin, junto su cachorro. Bajó la mirada, y caminó hasta el baño. Sus cosas aún seguían donde las había dejado, su peine, sus anillos. Lentamente se despojó de toda ropa y se relajó en la tina con agua caliente. Cerró los ojos y se calmó, necesitaba un momento a solas. Necesitaba pensar.

De repente, Ezra abrió los ojos cuando oyó la puerta de su habitación abrirse. Rápidamente salió de la tina y tomó la toalla más cercana, muchas veces había intentado tener sus momentos a solas pero su cachorro venía al rato a buscarlo.

—Ilya, cariño, mamá ya saldrá —murmuró ya cuando anudó la toalla a su cuerpo, tomó el camisón y salió del cuarto de baño casi a tropezones. Los ojos esmeraldas de Ezra miraron por todos lados y no se encontraron con ningún cachorro de casi dos años. En cambio, sintió el picor de las feromonas de un alfa. Su ceño se frunció y notó la silueta de gran estatura en una esquina de su habitación. La columna vertebral de Ezra se puso rígida y su respiración se volvió pesada cuando notó qué tipo de feromona era—. ¿I-isak...?

—Omega... —el alfa salió de la oscuridad, tan ferviente sensación apoderó el cuerpo de Ezra como una cachetada. Pesado, insoportable. El rostro de Isak reflejaba toda ira, toda gota de sangre que resbalaba de sus ojos lo hicieron retroceder con advertencia.

No era él. No era Isak.

Era su alfa. Un alfa puro que estaba enojado.

—Omega —rugió con fuerza y Ezra sintió que sus piernas no podrían mantenerlo de pie, no comprendió lo que pasaba con su cuerpo. Las sensaciones extrañas lo cedieron a una oscuridad desconocida, rara. Las lágrimas brillaron en sus ojos con terror—. ¡Tú! ¡Tú querías matarme! ¡Querías matarme!

Ezra se quedó petrificado, sin poder moverse, su corazón se aceleró de la misma manera que una pobre gacela a punto de ser asesinada. Las feromonas de Isak le llegaban como golpes, debilitando su cuerpo. Ezra gimió asustado, sin sabes porqué razón su cuerpo no respondía, porqué se quedaba como estatua. Porqué, porqué todo se detenía justo cuando un alfa quería atacarlo.

—¡TÚ QUERÍAS MATARME! —rugió frente suyo, Ezra rompió en llanto. Los ojos rojos de Isak estaban grandes, casi negros, tan dilatados y monstruosos que temió por su vida. La sangre seguía chorreando por sus mejillas, por aquellos labios, aquellos colmillos grandes y puntiagudos. El alfa de Isak era una bestia enojada, llena de ira y odio. Ezra notó el hedor a sangre, la sangre podrida y envenenada. La sangre de un alfa que debería estar acabado. Rápidamente el Omega negó con la cabeza.

—Isak... Isak —sollozó y gimió adolorido cuando sintió sus manos apretar sus brazos. Ezra temió por él, porque lo único que lo separaba de aquél cuerpo lleno de sentimientos malignos era una fina toalla—. ¿Dónde está Isak? ¡¿Dónde está Isak?!

—Tú lo mataste. Lo mataste. Lo mataste —rugió en su oreja con fuerza, lentamente su mirada rojiza recorrió su rostro. Ezra lo miró con grandes ojos, las lágrimas cristalinas resbalaban por sus mejillas, un alfa. Un verdadero alfa. Ezra recordó la vez que lo había enfrentado, años atrás. Era tan distinto, más humano, más Isak. En cambio... Lo que veía no se diferenciaba a un demonio.

—Yo... No —susurró y sintió su pesada presencia.

—Tú quisiste matarme —repitió y escupió con fuerza, la sangre que le chorreaba de los ojos se volvió oscura. Era tan podrida, tan monstruosa y asquerosa que Ezra sintió el vómito en la punta de su garganta. Isak avanzó en su contra y los pies del rizado retrocedieron con terror. Cuando sintió el borde de la cama supo que nada iba a terminar bien—. Desearas haber muerto en el parto junto aquél bicho raro que tuviste.

Ezra retrocedió como pudo, su corazón se aceleró con rapidez y la imagen de su cachorro se instaló en su mente como una bofetada. La respiración de Ezra se volvió errática, sus manos se hicieron puños. Esas feromonas, esa mirada, aquellas palabras causaron ira en su interior.

—Cierra la maldita boca, alfa inmundo —escupió con la mirada destellante. El rojizo se instauró con rapidez, con dolor, tan contradictorio, Ezra sintió el dolor y la ira recorriendo su cuerpo. Las venas de su cuello se marcaron, de su frente, sintió su piel caliente del enojo. De repente la gran mano del alfa abofeteó su mejilla con fuerza, Ezra cayó sobre la cama con rapidez y el peso de Isak se subió sobre su cuerpo. El rizado rugió y golpeó el rostro ajeno con ira, la sangre salpicó su piel blanca, las sábanas de la cama se tiñeron entre el rojizo y el negro.

Ezra gritó con fuerza cuando el alfa le arrancó la toalla del cuerpo, rápidamente lo golpeó con más violencia y se volvió para escapar. El alfa lo tomó de los hombros y cubrió su boca con fuerza, los colmillos de Ezra se clavaron en la carne, el gusto amargo y asqueroso de su sangre podrida cayó en sus labios.

—Tú no me matarás jamás —rugió en su oreja, las lágrimas resbalaron por los ojos del Omega y un grito ahogado fue sellado cuando sintió que aquellos colmillos se clavaban en la carne de su cuello. El cuerpo de Ezra se petrificó, quieto, acorralado, su vista se tornó oscura, su mente, su cuerpo, todo pareció apagarse en el segundo que Isak lo mordió. Los latidos de Ezra se aceleraron, tan desesperantes, tan rápidos, uno, dos. Dos. Las lágrimas se mezclaron con la sangre del alfa.

Las lágrimas, y su alma se perdió una vez más. Ezra sintió el vacío completo, la sensación de tristeza, la ira, la desesperación se ahuyentó de su ser en el segundo que el rojizo de sus ojos se fueron.

Y lo sintió.

Ezra sintió a su Omega gritar.
















Volví. Feliz abril.

SIN EDITAR.

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