cuarenta
Sentía que se ahogaba. La inminente sensación de caer al vacío se apoderó de su cuerpo antes de siquiera abrir los ojos para evitarlo. Se levantó apenas como si la fuerza en su anatomía se hubiera reducido a un gramo por hueso, miró, nada. La nada era aquella que gobernó su visión y generó que el aire chocara con fuerza contra sus pulmones, desesperado, ido por todo. Ezra no entendió la situación cuando se sentó sobre la camilla donde yacía acostado. Tocó su cuerpo, su pecho, parecía que todos sus órganos se hubieran puesto en marcha después de mucho tiempo. Como si los meses, los días, hubieran oxidado cada mecanismo natural que regía lo cotidiano para él, porque, diablos, cada bocanada de aire le era insuficiente para calmar lo que sentía. Sus manos temblorosas fueron a su rostro, su piel fría no lo sorprendió, y cerró los ojos con fuerza. La habitación estaba a oscuras y el hedor a sangre cubría cada partícula que nadaba en el aire. O eso pensó antes de sentir la ventisca suave y fría que entró por la puerta abierta.
La luz que se asomó lo alivió y de repente supo que el cansancio lo agobiaba por completo cuando intentó moverse. Sus pies desnudos tocaron el suelo con temblor, se sentía débil, tan pequeño y sin energías que no pudo evitar marearse al dar el primer paso. El Omega cerró los ojos con fuerza, jadeando, su cuerpo le rogaba descanso y sin embargo, la necesidad de ver lo que pasaba a su alrededor lo llamaba con fuerza.
—Mi bebé... —susurró avanzando, buscando el apoyo que las paredes le brindaba, requería ver a su cachorro, sentirlo en sus brazos. Pero se detuvo un paso antes de llegar a la sala principal, justo cuando la claridad era más evidente y la luz se marcaba con fuerza. Ezra abrió los ojos y centró su atención en las ligeras manchas de sangre que había por todo el suelo. Sintió que todo su peso caía al suelo cuando el aroma a sangre podrida hizo que casi vomitara.
Ezra llevó una mano a su boca y frunció el ceño avanzando, la sala era un completo desastre, la elegancia, los cuadros, los muebles viejos y caros de Drozhin estaban destruidos. La puerta principal estaba abierta y supo al instante que se trataba del amanecer más limpio que hubiera sentido. El viento empujó una de las puertas y Ezra infló el pecho, aire puro, a tierra mojada, sangre... Las feromonas de Drozhin apestaban con fuerza, el aroma de otro alfa.
Sus ojos verdes chocaron con el cuerpo decaído del hombre que alguna vez miró con admiración, terror, miedo. Ezra se quedó tan atónito al sentir su presencia que no pudo mover músculo alguno.
—¿Drozhin...?—lo llamó, el alfa estaba de rodillas en el suelo, parecía dormido, tan tranquilo que no entendió la situación a su alrededor. Su ropa estaba cubierta de sangre, destrozada en algunos lados. Y poco a poco pudo ver cómo su cuerpo se movía al respirar. Ezra dió un paso con sigilo, intranquilo, malas sensaciones se unieron a su cabeza cuando el aroma del alfa empezó a afectarle—. Drozhin...
Lo llamó y escuchó un sollozo a lo lejos. El omega miró para todos lados al notar el llanto de su bebé, tan bajito, tan tímido, como si evitara ser escuchado. Ezra sintió que su garganta se secaba.
—¿Ilya?—preguntó con la voz rota, de repente sintió que su pecho ardió y sus manos temblaron cuando vio una pequeña cabecita que se asomaba detrás del sillón. Su cachorro lo miró con lágrimas en los ojos, y Ezra se agachó abriendo los brazos para recibirlo—. I-ilya, ven, ven mamá está aquí.
—Ma —sollozó cuando llevó su manito echo puño a sus ojitos, arrastró su cuerpito y su mirada se clavó en su padre. Ezra notó al instante que su cachorro sentía miedo, y se acercó, llamándolo. Ilya se levantó como pudo sin poder aguantar el llanto, corrió hasta el Omega y enterró su pequeño rostro en el cuello ajeno. El ojiverde abrazó con fuerza al cachorro, buscando calmar la tristeza que lo inundaba—. M-mamá...
—Mi bebé, mi Ilya —besó su cabecita y el infante lloró con fuerza. Ezra se alejó peinando suavemente el cabello castaño de su hijo. Sus ojos verdes se clavaron en los moretones violáceos que tenía en sus sienes, los dedos fríos de Ezra tocaron la suave piel de su hijo, sin comprender—. ¿Quién te hizo esto? —preguntó y notó cómo el cachorro miraba a su padre, Ezra sintió que toda su espina vertebral se enderezaba—. ¿Papá lo hizo?
El cachorro lloró con fuerza y el Omega frunció el ceño. Se levantó y sus ojos verdes se clavaron en aquella espalda enorme que parecía respirar con fuerza. Ezra avanzó dos pasos, dispuesto a dejar su puño marcado en el rostro de aquél hombre. Sentía las manos de su cachorro sobre su pantalón, su llanto, sus ligeros empujones para que no avance. El Omega lo dejó quieto e Ilya sollozó, cubrieron su rostro con ambas manitos.
—Drozhin —bramó con enojo, y lo tomó con fuerza del hombro para empujarlo hacia atrás.
Se arrepintió al instante y de repente comprendió el llanto de Ilya y su misterioso miedo a quién siempre había amado con fuerza. Su bebé gritó y sintió nuevamente como lo jalaba del pantalón cuando Drozhin se levantó y su presencia se liberó por completo. El alfa tenía el rostro bañado en sangre, lastimado, sus ojos rojos parecían negros, tan resaltados que sus colmillos quedaron atrás frente al terror que empezó a sentir. El Omega retrocedió como pudo y cayó de espaldas al suelo, temblando, con Ilya buscando protegerse en él.
Siempre supo que Anton Drozhin conservaba un alfa fuerte dentro de sí, pero jamás pensó que se tratara del mismo monstruo en persona, jamás pensó que el miedo y el terror lo hubieran tomado de cuerpo entero. Sus ojos lo recorrieron con rapidez, más alto, más corpulento, parecía como si sus músculos se hubieran incrementado, entre la sangre, la ropa destrozada Ezra se ahogó en llanto al ver la cabeza decapitada de alguien sobre sus manos, la sangre le chorreó de las venas, las articulaciones que aún colgaban del cuello. El alfa lo arrojó con fuerza contra la pared y reventó en sangre, lo miró con furia, con intensidad, sus colmillos brillaron cuando un rugido estalló de su garganta. Tan fuerte, tan inhumano que Ezra gritó de puro terror.
—¡M-mamá! —lloró Ilya apretándose más contra él. Ezra se arrastró, retrocediendo con rapidez, abrazó a su hijo y sintió el temblor que tenía, el miedo que sentía. Sus ojos verdes no podían apartar la mirada de aquél alfa, Drozhin se agachó y golpeó el suelo con fuerza cuando el cambio empezó a chocar contra él. Sus garras negras rasgaron la camiseta bañada en sangre que tenía, rasgaron con fuerza la piel de su espalda, parecía que todos sus huesos crecían, cambiaban, Ezra gritó entre el llanto cuando la piel de la espalda de Drozhin se abrió y la sangre chorreó con fuerza, salpicando su rostro. Cerró los ojos, los cerró y sintió que no iba a poder proteger a su bebé de lo que estaba presenciando. Los gritos, los aullidos de dolor que salían de Drozhin eran una tortura para él, le dañaban los tímpanos, le causaban tal terror que se escondió en la poca seguridad que sentía al acurrucarse contra un costado. Ilya no paraba de llorar, y Ezra... Ezra sentía que su corazón iba a explotar en cualquier momento.
Los minutos parecieron eternos cuando sintió el peso de la presencia de Drozhin sobre su piel. Ezra jadeó, y la saliva le calló por la barbilla cuando sus ojos verdes conectaron con los rojos del alfa.
—No... No —sollozó con debilidad, la bestia rugió con fuerza, enorme. Tan grande que Ezra no pudo compararlo siquiera con Isak, el lobo blanco aulló con fuerza y el Omega se volvió chiquito. El pelaje de aquél animal estaba manchado en sangre, sus ojos rojos volvieron a chocar con los suyos y la habitación se llenó de las feromonas de miedo que Ezra liberaba, no podía dejar de verlo, no podía apartar la mirada de aquella bestia. La luz chocaba con los finos pelos, era un lobo tan majestuoso y territorial que el mismo Omega agachó la mirada por puro miedo. El temblor de sus manos, tan débiles, cubrieron a su hijo con más cercanía—. Por favor... Alfa.
Sollozó, Ezra se levantó, se sentía tan atacado, tan fuera de lugar que casi dejaba caer a Ilya cuando su mirada volvió a clavarse contra la del lobo. El terror inundó su cuerpo cuando la bestia se acercó, el Omega se clavó contra la pared, presionando a su hijo con fuerza contra su pecho. Cerrando los ojos, bloqueando toda feromona de miedo que liberaba. La respiración pesada del alfa se sintió como un viento cálido sobre su piel, Ezra casi gritó cuando la lengua del lobo lamió sus brazos manchados de sangre. Era tan grande, tan inmenso que el corazón se le detuvo cuando escuchó un gran estruendo chocar contra las paredes de aquella casona. El rugido ajeno alertó a todo ser viviente en aquella sala, la presencia de otro alfa hizo que Ilya rompiera en llanto y Ezra dejó que las lágrimas le bañaran las mejillas al ver al alfa de Isak revelarse en contra de Drozhin.
El lobo negro rugió y todo su pelaje se erizó, sus ojos rojos lo decían todo. La ira, la advertencia, era tanta que Ezra gritó al momento de ver cómo Isak se abalanzaba con los colmillos puestos en el cuello de Drozhin. La bestia blanca gruñó devolviendo el ataque con más intensidad, tanta que Ezra gritó que se detuvieran, Ilya no paraba de temblar, de llorar. Su cachorro estaba tan asustado que no sabía qué hacer para calmarlo. Aquellas dos bestias se enfrentaban como si aquella sala se tratara del mismo Coliseo romano, los aullidos de dolor, los gruñidos de ira. Ezra sintió el corazón en el puño cuando el alfa de Drozhin arrojó con fuerza a Isak por la puerta. La pared se destrozó, y ambas bestias volvieron a chocar con furia cuando se encontraron. La sangre negra de Isak parecía alquitrán, tan oscura, tan venenosa. El osico de la bestia blanca se había teñido como la misma noche, cada mordida que atinaba, cada desgarre que hacía en la piel ajena destrozaba a Ezra por completo. Lo estaba matando, lo estaba rompiendo, el alfa de Isak aullaba de dolor, y Drozhin estaba tan ido y cegado por la violencia como un completo animal.
—¡NO! —le gritó en llanto cuando escuchó cómo lo arrojó contra el suelo una vez más. La luz del sol chocó contra el pelaje blanco, lleno de sangre, manchas oscuras de la sangre de Isak por todo su osico, sus garras. Ezra lo miró, Drozhin estaba tan lastimado que todo su cuerpo tembló al escuchar el rugido de enojo que liberó. Ezra se sintió débil, tan pequeño, tan diminuto ante aquella presencia que sus piernas perdieron y renunciaron a toda fuerza para mantenerse paradas—. ¡Ya detente por el amor de Dios...!
Bajó la mirada y sus brazos soltaron a Ilya, el cachorro lloró con fuerza cuando observó a Ezra cubrir su rostro. El pequeño infante se volvió y sus grandes ojitos se levantaron al ver la mirada roja de aquél lobo. El cachorro se paró frente a su madre, con el pecho agitado, y la mente aturdida.
—P-papá —sollozó temblando, y la bestia rugió por lo bajo, Ezra llamó a Ilya en un gimoteo, pero el cachorro lentamente se acercó a la bestia—. Pa.
El alfa de Drozhin cerró los ojos y lentamente dejó caer el cuerpo al suelo, su respiración agitada fue notoria y su cabeza descansó en el húmedo pasto. Ilya corrió con rapidez y abrazó con fuerza a la bestia. Su pequeño cuerpo pareció perderse en el pelaje cuando Drozhin se calmó.
—Papá...—Ezra escuchó y observó cómo Ilya intentaba subirse al lomo de la bestia. Sus ojos verdes miraron a lo lejos a Isak, aún agonizando. El camino de la sangre negra que había dejado hicieron que se levantara con rapidez.
El omega se acercó y cayó de rodillas frente al lobo, llorando. Su Isak, su alfa. Estaba tan lastimado que el Omega sintió un gran dolor dentro suyo. Sus manos temblorosas querían tocarlo, querían tocar aquél pelaje oscuro, lo quería de vuelta, Ezra sollozó y se lamentó por completo, un gemido lastimero salió de sus labios.
—¡Papá! ¡Papá! —escuchó los chillidos de Ilya y miró con tristeza cómo su cachorro saltaba contento alrededor de Drozhin. Había vuelto a su estado normal, su cuerpo desnudo cubierto de heridas se había levantado apenas, y Ezra notó cómo levantaba un brazo para que el cachorro entrara y le diera un abrazo. Se sintió tan desgraciado, tan maldito, y se preguntó si alguna vez él fue portador de aquella inocencia nata que su cachorro traía consigo, se preguntó si Ilya podía pensar un rato sobre lo que había hecho su padre. Si lo abrazaría con la misma fuerza cuando se enterara de todo lo que había hecho a lo largo de su vida. Si notara, que aquél alfa no era distinto a otros. Sus iridiscentes ojos verdes se volvieron a Isak con pena.
Acarició su pelaje, sintiéndose enfermo. De repente el pensamiento le chocó con fuerza, ¿Era así como debía ser? ¿Debía aguantar todo aquello por su cachorro? Tal vez no era lo más sano, no era lo más correcto. Se sentía tan cansado, tan expuesto. Toda su vida había terminado en aquél lugar, y siquiera un alfa como Isak, en todo su fervor animal podía cambiar su absurdo y vil destino. Porque era siempre así. Porque a fin de cuentas Ezra siempre terminaba viendo cómo todo lo que quería, y quiso, se marchitaba frente a sus ojos.
—Mami —escuchó el llamado de Ilya y su vista se volvió con lentitud, Drozhin estaba agachado, y sus ojos grises apartaron la mirada al suelo. La sangre le chorreaba por todos lados. Las heridas, los cortes, estaba tan destrozado que no entendió la calma que Ilya reflejaba en su pequeño rostro.
—Perdón —murmuró Drozhin con la vista baja, las gotas de sangre empezaron a caer al suelo y Ezra sollozó—. Perdóname, por favor, Omega. Perdón... Perdón.
SIN EDITAR.
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