Capítulo XVII

(…)

Cuanta una vieja leyenda que alguna vez existió un caballero, que llevaba impresa la muerte en su rostro, casi no la mostraba, porque podrías confundirlo con un monstruo. Se hacía llamar “el caballero sin rostro”.

—¿Queréis hablar de lo que paso?

Un Tristán muy preocupado preguntó. Eliana evadió su mirada con rapidez, su cuerpo aún temblaba, y el sonido de las herraduras de aquel animal estaban en su cabeza, quiso taparse los oídos, pero el caballero se lo impidió.

—No hay nada aquí, que debería de asustaros.

Eliana lloró y cuando Tristán posó su mano, sobre sus heridas al lado de rostro, se sintió tan vulnerable. Incluso pudo compararlo con una enfermedad, pero cuando miraba a su esposo, sentía que le compartía una especie de fuerza invisible.

—Eli…

Ella negó, silenciando inmediatamente al caballero, quien solo podía avivar sus sospechas.

—¿ Alguien ha tratado de dañaros?

El rostro compungido de Eliana se transformó a uno pasmado.

¿Cómo era que si quiera lo sospechara? ¿Si Tristán la culpaba como lo hizo su padre?

«No lo soportaría», pensó.

—Eli —el caballero tomó sus manos y ella lo vio a los ojos—. Puedes confiar en mí. No tenéis porque ocultarme alguna cosa que os lastime…  No solo soy tu esposo, también tu compañero. No pienso juzgaros.

La bella joven abrió ligeramente la boca, sorprendida por las palabras del caballero.

—Soy vuestro esposo, no un verdugo.

Eliana sonrió enternecida, Tristán era tan comprensivo.

—Tristán yo…

El caballero la silencio con un simple toque, deseo ser aquel dueño de su corazón. Sin embargo, ahora no importaba. Era él quien compartía crudo momento con ella, quizá algún día logre amarlo, tanto como deseaba. A Tristán le partió el corazón cuando la vio cerrar los ojos para llorar nuevamente, en un acto sobreprotector se acercó lentamente y la beso. Lo mas sorprendente, fue que ella también se dejo besar.

—No pensáis en nada —le susurro cuando se alejo—Eli… yo… te deseo tanto.

El pecho de ella subía y bajaba, Tristán comenzaba a despertar sentimientos que desconocía. Aturdida por lo que acababa de descubrir, apartó su mirada por vergüenza, pero se lo impidió.

—Sois tan hermosa, como el sol de este día… como la luna de esta noche. Sois lo mas hermoso de mi vida, Eliana de Drawstone. Mi esposa… mi mujer… mi vida.

Sus palabras llenas de afectos y halagos, la desarmaron y cuando Tristán volvio a besarla con mas fuerza, ella tuvo que abrir la boca para seguir su ritmo. Los vestidos algo pomposos le parecían estorbosos. Sus dedos gruesos comenzaron a desatar uno a uno los amarres del corsé que llevaba, desnudando parcialmente sus senos. Hace mucho que no los veía. Su piel blanca brillaba, por el halo de luz de luna que entraba por la ventana. Su boca lo invitaba a sumergirse en el deseo que había estado guardando por meses, ella también lo deseaba, lo podía ver en aquel sonrojo en su rostro. Eliana quería sumergirse en ese mar de placer junto a él.

Ambos querían hacer el amor, ardían el uno por el otro, eran como el fuego de cualquier caldero. Estaban entregados totalmente del uno al otro. Solo ellos dos, el amor y la pasión los envolvía. Tristán beso su cuello, aspirando el aroma natural propio. Eli poso sus manos debajo de la camisa de su esposo, sintió que era muy velludo y eso le gusto. Era la primera vez que lo tocaba de esa forma, la primera noche de bodas, fue tan diferente. Un poco traumático, que le avergonzaba recordar, pero esta vez… quería tocarlo, se sentía tan bien, incluso lo escucho gemir y se sintió tan segura de sus dotes amatorias.

Ella estaba rendida ante sus caricias, que comenzó a acariciarle las piernas tersas y blancas, sintiendo los enormes calzones que tenía. Los deslizo suavemente, no quería asustarla y entonces la tocó, ella se respingo cuando toco su intimidad con sus dedos.

—Tri… Tristán

Eliana estaba gimiendo, su nombre salía de forma ahogada de sus labios. Tristán era hábil con la espada y todas las armas del mundo, pero era muy dulce al momento de explorar su cuerpo y cada curva. Sus dedos trazaron caminos sensuales, llevando al borde de un abismo de pasión a su esposa, quien por forma natural abrió las piernas, invitándolos a poseerla. La besó, profundamente, hasta el alma. Era experto en armas, pero no en mujeres. Tristán la sintió suya y Eli lo sintió suyo. No quería pensar que hubiera otras antes de ella, no así, no de esa forma tan dulce y placentera.

El mundo exterior podía seguir su curso, pero en esa habitación habían dos personas entregándose una a otra. Tristán no podía mas, la dureza entre sus piernas le pedía que se fundiera en ella. Eliana estaba prácticamente semidesnuda, comenzó a desatarse el cinturón y ella aparto la mirada, abochornada y expectante. Iba a pasar, quería que pasara, ojala no sangrara como la última vez. Tristán se poso en ella y la beso, una de sus manos tocó su miembro de arriba a bajo, encendiendo su pasión por ella.

—¡Oh, Tristán!

—Eli, yo te…

—¡Mi Lord!

Unos toques a la puerta los interrumpieron. Tristán hizo caso omiso a los múltiples toques a la puerta, estaba a punto de fundirse en ella. Habían sido tantos meses de abstinencia. La había respetado y esperado tanto tiempo como ella lo quisiera.

—¡Mi Lord!

—Tristán. Alguien llama a la puerta.

—no le hagáis caso.

Estaba tan excitado y a milímetros de que sus intimidades juntos, que el mundo afuera no le importaba, pero cuando vio que ella lo empujaba y estaba rígida se detuvo. Tristán frustrado se puso de pie y se dirigió a la puerta. Se acomodó los pantalones, furioso se dirigió a la puerta. Era su viejo escudero , quien palideció al verlo e ignoró la virilidad visible entre sus pantalones. Su curiosidad fue algo fuerte, ya que quiso ver tras él, pero no se lo permitió.

—¡Que demonios queréis!

—lamento interrumpiros —se excusó su viejo escudero, bajo la mirada de inmediato—. Os acaba de llegar un mensaje de la frontera nnort, mi Lord.

Tristán tomo la pequeña nota entre sus dedos, cuando lo leyó supo que debería ir personalmente, se arrastró cabello hacia atrás, debía de enfriarse en todos los sentidos.

—Regresaré en unas horas.

—os estaré esperando —Tristán asintió y se marchó.

Eli solo asintió, aunque Tristán hacia notar que deseaba estar a su lado. No podría ser una carga más, a la difícil tarea de ser un gran Lord. Aunque no podía decepcionarse por la interrupción. Se volvio a tumbar en la cama, sonrió y se acaricio los labios, casi podía recordar los profundos besos de Tristán y la piel áspera de sus manos sobre ella. Fue tan… único. Se sintió lujuriosa por sentir la humedad entre sus piernas. En su primera noche de bodas, no recordó haber vibrado o humedecerse de esa forma. Eli cerró los ojos y los sucesos de la tarde la hicieron palidecer. Aplacó los sentimientos de sus compungido corazón y sus múltiples miedos. Una de sus manos empezó a temblar, pero con la otra la sostuvo.

—No debes de temer, Eliana. Vos ya no estáis con padre, vos estáis con Drawstone. Vos tenéis a… Tristán.

Sus palabras sonaron a regaños, debía de reaccionar y recuperarse rápido. Si quería ser feliz, uno de los pasos era olvidar y dejar atrás. No solo a su familia, también aquel amor que la mantuvo viva durante su infancia. Con suavidad tomo el listón gris de su cabello, sus risos cayeron en sus hombros, lo tomó entre sus manos y recordó el tono de la voz de aquel niño.

—regresaré por ti…

No lo hizo, pero su vida estaba yendo a un rumbo impensable, pero era feliz. Tristán la hacía feliz, además de cuidar de ella, pero… 

¿Podría decirle lo que le pasó sin ser juzgada?

Eliana no pudo evitar llorar, ansiaba tanto que sus demonios no la atormentaran y la dejaran vivir en paz. Nunca le había platicado a alguien sobre aquello, tampoco quería, sentía vergüenza y temor, por su honra y su nombre. Sin embargo, lo peor venía acompañado del nombre del agresor, aquel noble que estaba por encima de su padre.

¿Si Tristán se enteraba sobre quien era? ¿Qué haría?

No tendría que decirle de quien se trataba.

Tantas posibilidades y a Eli se le acababa el tiempo. Tristán era bastante testarudo para algunas cosas, más aún, si se trataba de justicia. Se puso de pie y se sacó el vestido, pudo notar algunas marcas en su cuello, sonrió con cariño y no sabia porque.

(…)

El sol de un nuevo día, decidió abrir con todo su esplendor. Las flores se abrieron y ya muy en la mañana, toda la servidumbre estaba despierta y cumpliendo sus tareas.

—otra vez me levanté tarde.

Eliana supuso que su esposo no había dormido con ella, su lado de la cama estaba frío y tal como anoche. Observo a su alrededor, sus vestidos sucios de la noche anterior no estaban. Recordar aquello que paso en esa misma cama la sonrojo, estuvo a punto de hacer el amor con su esposo, estaba todo menos arrepentida. Aquello fue tan precioso.

—seguro se los llevaron a lavarlos.

Además, la habitación brillaba de limpia. Su sueño era tan profundo, que ni siquiera notó, cuando entraron a limpiar. Derrotada y muy avergonzada se dispuso a vestirse, pero algo llamó su atención.

Sus ojos se abrieron como platos, cuando vislumbró una extraña silueta que estaba en el jardín trasero.

¿Qué era?

Se puso de pie dejando caer las sábanas. Aquella silueta se tornó difusa, casi como una sombra andante.

—¿Qué cosa es? —se preguntó.

(…)

El vestido que portaba le quedaba perfectamente, pero no lo había atado muy bien. Si odiaba algo de la ropa era el corsé. Esta vez, no le había pedido ayuda a las criadas, ya que necesitaba un momento de privacidad, así que, tomó el primer vestido que vio, se lavó el rostro, recogió sus rizos y se dirigió hasta allá, para su mala suerte, no había nada.

—¿habré visto mal? —se preguntó sumamente decepcionada.

—¿vos también los puedes ver?

Una suave voz la hizo sobresaltar, Eliana volteo de inmediato encontrándose con la silueta desconocida de una bella mujer. Nunca la había visto. ¿Era una criada? No, no lo era. Por su porte y sus vestimentas no lo era, es más, tenía un vestido casi tan bello como el suyo. Además, el medallón qué portaba era muy vistoso y hermoso.

—lamento habernos asustado. Me presento soy Sophie Hyucher.

«¿Dijo Hyucher?», pensó.

—Mi nombre es…

—vuestro nombre es Eliana ¿no es así? Vos sois la señora de Drawstone, esposa de Lord Tristán.

—¿Cómo lo sabe?

—vuestro esposo habla mucho de vos.

Eliana se enrojeció de inmediato, arrebatándole una sonrisa a la extraña. Los recuerdos de la noche anterior la invadieron y tuvo que esforzarse en olvidarlo. La mujer además de hermosa, era sumamente encantadora. Su caballera negra como la noche, que llegaba hasta la parte de su espalda. Era alta, con esbelta figura. Su piel con toques canela y sus ojos opalinos eran su mayor atractivo. Era la mujer más hermosa que había visto en su vida, sus rasgos suaves eran extranjeros.

—No tiene porque avergonzaros. Lord Tristán es muy gentil al dejar que mi acompañante y yo, nos quedemos aquí por unos días.

—¿acompañante?

—si.

Ahora entendía. Tristán salió la noche anterior para recibirlos. Al parecer, eran importantes para él. Lo suficiente para que fuera personalmente.

¿De quien se trataba?

—por favor sentaos, mi lady. Os pediré que…

—No es necesario, gracias. Espero tener una plática con vos.

Eliana tomo asiento un tanto confundida, aquella mujer le hablaba con tanta familiaridad, como si la conociera de algún lado.

“¿se querrá burlar de mi?”, pensó.

Ya había tenido muchos contratiempos con otras nobles, cuando hacían mofa de su apariencia y lo mal que se veía bajo los finos vestidos. Sus falta de modales y su languidez al hablar. Su poca seguridad le hacia blanco fácil de otras mujeres. Ser objeto de mofa era muy frecuente en la alta sociedad.

«vestidos muy costosos, pero los hacéis lucir como baratos», recordó tristemente.

Muchas mujeres eran demasiado cruel.

¿Por qué opinar sobre su cuerpo? ¿Por qué se sentían con ese poder de hacerla sentir mal?

Sin embargo, esa mujer, aquella hermosa mujer le hablaba incluso con estima. Era realmente hermosa, una de las más bellas que había visto en su vida, incluso le pidió que se sentará juntas como si fueran amigas. Estaba tan acostumbrada a ser relegada siempre a un lado del salón, como si se tratara de un mal arreglado florero. Su título a pesar de ser importante, para el ámbito matrimonial no importaba, quizá le era aversiva incluso a los varones, que ninguno se aventuró si quiera a conversar con ella. Siempre preferían a mujeres más hermosas, altas y con otros temas de conversación. Alguna vez, si había sabido de tres propuestas de matrimonios de completos desconocidos. El primero un noble en desgracia, el segundo un mercader qué esperaba que un matrimonio arreglado pudiera acercarlo a la nobleza y el tercero un viejo noble, que esperaba un heredero a como de lugar. Él cual se había casado tres veces, con mujeres jóvenes, pero, fallecían misteriosamente luego de dar a luz.

Al menos, agradecía a su padre en desistir de esos compromisos, pero estaba segura que de haberse negado a casarse con Tristán, caería en garras de ese noble repulsivo que no conocía.

—¿lo podéis ver?

La sorpresa en el rostro de Eli se hizo notar, también pudo notar un ligero cambio en el rostro de Sophie, sus ojos opalinos estaban puestos en la nada, pero en ellos reflejaba algo más. Su cuerpo estaba tenso, pero mantenía aquella elegante postura.

—No sé a que os…

—en este mundo —la interrumpió—. La cosas más reales, son las que no podemos ver a simple vista, pero… las podemos sentir. El plano sobrenatural se extiende mucho más, que al mundo al que llamamos real. Incluso los seres del bosques como duendes y hadas, no son tan fantásticos como se cree.

—vos se refiere a… seres que han muerto.

—¿Por qué bajaste entonces? —le cuestionó.

Esa mujer pareciera que leyera la mente a voluntad. Eliana comenzaba a asustarse, se mostrarse como una joven elocuente y jovial, ahora era muy inmersiva.

—Este lugar…  este castillo, puedo ver que mucho de las guerras pasadas, aún están presentes.

Su mirada opalina se posó en Eli. Sus ojos podían ver un extraño ser, que estaba detrás suyo. No era de este mundo, tampoco del otro. Sin embargo, la pelirroja emanaba una conocida aura muy pura que la protegía. Aquella entidad desconocida parecía aferrarse a ella, como si se quisiera alimentar de su alma. Tenía parte del rostro quemado, era lo único que podía distinguir.

—cuando abandonamos este mundo, morimos. Solo la carne y huesos yacen aquí, pero el alma se queda incorrupta en el tiempo y el espacio. Aún consciente, muchas de ellas se aferran a la vida.

—¿Por qué me esta diciendo todo esto?

—Necesito de vuestra ayuda. Sus habilidades pueden ayudarme.

Eliana retrocedió y la miro ceñuda, quizá horrorizada. ¿Quién era esa mujer? ¿Qué pretendía?

—¿Habilidades?

—porque… vos sois una alquimista.

El viento sopló, meciendo los rizos de ella y los negros cabellos de Sophie. Su cuerpo estuvo a punto de flaquear y aliento se le acaba. El horror de su secreto revelado hicieron que su cuerpo se debilitara, estaba presa del pánico.

 ¿Qué acaba decir aquella extraña? ¿Alquimia? ¿cómo lo sabia? ¿Tristán o alguno de sus caballeros la habían traicionado? Si es así, lo más probable, era que la quemaran viva y la tildaran como una bruja. Estaba en peligro. Nunca pensó que este día llegaría.

—No debéis de temer —quiso acercarse, pero Eliana retrocedió.

Definitivamente esa mujer sabia leer su mente, parecía anticiparse a sus palabras.

—Yo no sé…

—Escuchad, Eliana. Vos… y yo tenemos mucho en común. No temáis —le aseguró.

A pesar de que Sophie demostraba pureza en su rostro, Eliana no confiaba en ella. Las personas malas, suelen siempre mostrar su mejor lado. Cuando tiene ventaja, sacan lo peor de ellos. La persona que la daño, quizá era el hombre más bello que haya visto, pero un maldito cerdo.

—Yo soy…

—¡¿Dónde demonios te metiste?!

Una voz tan potente como la de Tristán resonó. Eliana volteó despacio y su rostro se horrorizo cuando vio al hombre.

—Te he dicho que no debes apartarte mucho. ¡maldita sea, mujer!

El extraño era extremadamente alto, intimidante, tanto como Tristán, daba miedo, parecía un sanguinario guerrero. Estaba lejos de tener el porte de un valiente caballero. Lo que más atemorizaba, era la mitad de su rostro totalmente quemado, desfigurado al punto de tener la oreja pegada, su ojo inservible y la mitad de sus labios imposibilitados de mover la boca  bien.

Era un hombre poco educado, con ningún tacto para hablar, evidenciándolo al no, saludar a Eliana. Solo se dedicó su atención a la invitada, que lejos de mostrar alguna reacción de horror como ella, parecía feliz de verlo, con los ojos brillantes.

—Lo más apropiado seria saludar, ¿No lo cree, Duncan? —sonrió.

El intimidante hombre, solo volteó a ver a una frágil Eli, quien tragó grueso. El hombre la miró de frente, haciéndola palidecer, pero debía de controlarse. No era un monstruo, solo un caballero con alguna herida de guerra. Su estatura y la enorme sombra que tenia, podría hacer huir a cualquiera, pero había algo en su mirada, podría ser un hombre taciturno, pero dolor y angustia en esos ojos profundos.

—Ella es Lady Eliana, esposa de tu amigo Tristán.

Este frunció el ceño, solo sonrió y quizá tratando de atemorizarla más. Podía ver como aquella frágil pelirroja temblaba como una hoja y estaba más pálida que una mujer preñada. Sabia que no era propio verla de pies a cabeza, pero lo hizo, ahora entendía a su amigo. No era una mujer fea, tenia sus carnes bien puestas, era elegante y aquella marca roja en su escote delataba a su piadoso amigo, al parecer, estaba bien atendido.

«¿Amigo? ¿Era amigo de Tristán?», pensó.

—Duncan.

Su seco saludó con una forzada reverencia hicieron reír a Sophie, mientras que Eliana estaba muriendo de miedo. Duncan le lanzó una filosa mirada, pero lejos de intimidar la se volvió a reír. ¿Por qué no le temía? Es mas, parecía que ella estuviera hasta encantada estar con ese temible caballero.

—Es un placer —se apresuró por decir Eliana.

Duncan y Sophie intercambiaron una amena conversación, parecía que se llevaban muy bien, pero eran tan diferentes. Eran como el día y la noche. Ella una dama delicada, sofisticada y bien educada. Él con su aspecto mal trecho, intimidante estatura y musculoso cuerpo, mas que un caballero se portaba como un mercenario. El ambiente se volvió menos tenso, por alguna razón Eliana no quiso apartar su vista de ellos. Era como si quisiera guardar en lo más hondo de su memorias, la imagen de aquella pareja, incluso parecía que ambos se…

Amaban.

(…)

En el patio de entrenamientos, a plena luz de la mañana, dos caballeros hacían gala de sus habilidades con la espada. La hojas filudas brillaban con cada impacto. El rechinido de las armas resonaron. Todos observaban eufóricos la pelea, solo era de entrenamiento, pero parecía una batalla épica. No tenían armaduras, así que, debían de ser cautelosos ya que poseían un filo mortal.

El antiguo caballero negó. Sir Tristán, sostenía con ahínco su espada tildada como “el colmillo de leviatán”, la cual, era capaz de despedazar a más de cinco monstruos de rango medio, con un tajo. Se enfrentaba con su mejor amigo, Duncan. Un mercenario apodado como el “cuervo, cegador de vidas”, con el pasado más turbio jamás contado.

Ambos guerreros peleaban con destreza y hacían gala de sobrehumana fuerza con la cual habían nacido, poseían la habilidad de una decena de caballeros bien entrenados de los mejores reinos. Ninguno era nacido de una noble cuna, fueron forjados a base de trabajo duro y sobre todo… la sobrevivencia.

—¡Ambos son sorprendentes! —gritó un caballero.

—Lord Tristán es más poderoso, jamás podría ganar aquel forastero.

Tales palabras fueron oídas por Duncan. Quien ofendido, no dudo en hacer retroceder a Tristán, haciéndolo flaquear. Luego este dio un salto hacia atrás y sonrió.

—Confiado como siempre, Lord Tristán —se burlo evidentemente Duncan. La ironía en su voz se hizo notar. Odiaba aquel titulo, del que portaba su amigo. Muchas cosas habían cambiado.

—No habéis cambiado nada.

Duncan sonrió, incluso la forma de expresarse era diferente. Aunque seguía siendo hosco. Ambos volvieron acercarse con un grito guerrero, las espadas resonaron una vez más y la batalla se volvió muy intensa.

No pasó mucho para que aquel entrenamiento terminara en un empate, pero ambos sabían cual hubiera sido el resultado. Eran amigos, pero no rivales, ambos eran conscientes que podrían confiarle no solo sus bienes, también sus vidas. Conocían sus fortalezas y debilidades y sobre todo, sus secretos. Aquellas pesadillas que los acompañaban, incluso despiertos.

—Ha pasado tiempo, Duncan.

Este sonrió, deformando aquella horrible cicatriz en su rostro. Para Tristán ver su rostro solo podía generarle culpa, ya que fue el responsable. Duncan no lo culpaba, lo respetaba por la libertad que le había otorgado. Eran amigos, casi hermanos. Camille llegaba con un garrafón de agua y un trapo.

—¿Cómo has estado, Camille? Veo que has crecido demasiado.

—Ahora soy toda una mujer, ¿Cómo ha estado mi hermana?

Eliana y Sophie habían observado toda la batalla a un lado. Llamó la atención, aquella cercanía que demostraba con aquel forastero, la valiente guerrera. Camille incluso podía sonreír de forma tan casual y genuina, además de sorprender que tuviera un familiar. Tenia una hermana ¿Por qué no estaba con ella?

—tiene una hermana —susurró.

La joven pensó en su pequeño hermano, que seguro ya hubiera nacido. No temía por su seguridad, puesto que su padre ansiaba tener un varón. Seguro no tendría el mismo destino que ella, pero su madre era la excepción. Ella seguiría siendo víctima de su maldad.

—Buena pelea, Lord Tristán —se burlo. Era bien sabido, que Duncan odiaba a los nobles y su estirpe, pero curiosamente estaba cuidando a una—. Aunque estas un poco oxidado, viejo amigo.

Tristán negó y sonrió, sabia del sarcasmo de su amigo. Su humor se había transformado, ya no era tan despiadado como antes. La pregunta se formulaba sola ¿Qué había iniciado aquel cambio?

—Mis sentidos son más certeros que los vuestros.

—pero la piedad no es buena acompañante para un guerrero. Odio como te expresas, pareces un imbécil.

—No habéis cambiado nada.

—porque tendría que hacerlo.

—¿Por qué no peleas con uno de mis mejores hombres? —señaló a Benedict. Quien estaba entusiasmado por pelear, le gustaban los retos.

Duncan chasqueo la lengua y sonrió, casi ofendido. Conocía a Benedict y de sus habilidades, si ese era el segundo al mando, entonces, Tristán estaba perdido.

—No peleo con basuras.

Benedict le lanzó una mirada de advertencia. Cuando estuvo a irse sobre él, Tristán calmo el ambiente, minimizando el humor típico de su amigo.

—¿A quien le dices basura?

—A ti, basura.

Eliana estaba a un lado viendo la escena, se sintió tan ajena. Si bien era tímida, cuando había la confianza necesaria, ella podía ser elocuente y graciosa. Tenia muchos temas de conversación, pero los caballeros le daban un poco de miedo, más aún, los desconocidos. Era muy diferente que Camille, que podría hablar de tu a tu con otros hombres, incluso Sophie, quien se expresaba muy bien y de forma tan educada, además de bonita. No era presumida, pero Eliana podría compararla como un pavo real, por como era observada por los demás. Esto tampoco paso desapercibido para su guardián, quien observó, que muchos de los hombres presentes la observaban y disimulaban su flirteo, porque seguro le temían, pero a él no le importaba. Solo era su guardián, la llevaría del punto A, al punto B, nada más, después de eso seria libre. No tendría obligación de formar algún tipo de vinculo con ella. No le gustaba ella, tampoco nadie, pero los últimos tres meses a su lado, se había vuelto un dolor de cabeza o una patada en el trasero, porque de alguna forma, esta mujercita era demasiado buena y soportaba su horrible carácter.

—Señora.

Eliana volteó de inmediato, encontrándose quizá con el único caballero con el podría tener una conversación alturada. Su soledad se desvaneció.

—¡Sir Arthur! Ha pasado tiempo ¿Cómo le va?

La sonrisa sincera que le dedicó, no paso desapercibido para los extraños. Duncan negó y sonrió con malicia, pero, la expresión que tenia Sophie era de tristeza. A veces Duncan se preguntaba ¿Qué era lo que miraban sus ojos? Tenia un don particular, del cual después de mucho tiempo viajando juntos, no se había atrevido a preguntar.

—¿Quién es ese? —señalo Duncan.

Camille y Benedict se habían apartado dejándolos relativamente solos. El caballero no  pudo evitar sentir, ese pinchazo en el pecho que le ocasionaba cada vez que la observaba con él. Arthur era un caballero bien educado y tenia el aspecto de un noble, más que un caballero.

—uno de mis hombres, su nombre es…

—No quiero saber quien es —lo interrumpió antes de que continuara—. Creo que la persona que no debería olvidar ese detalle, sois vos.

Tristán frunció el ceño y entendió perfectamente a que se refería. Su esposa estaba muy cómoda con el caballero. Ahora que lo pensaba, ella se comportaba diferente cuando estaba con Arthur.

—Mi esposa seria inca…

—No hablo de ella —su tono fue perspicaz y sincero—. Me refiero a él. No soy tan confiado como vos, sois demasiado gentil. Ten cuidado con aquel… lo puedo ver, y quizá vos también lo hacéis, solo que te habéis negado en hacerlo.

Tristán y Duncan observaron a ese par. Había tanta confianza como dos buenos amigos. No podía describir su matrimonio como un lugar seguro, se casaron por conveniencia y en el lapso de su compromiso fue bastante frio con ella, además de otras cosas que ocultaba. Solo la había besado un par de veces y compartido con ella parte de su tiempo. Aunque la noche anterior hubo algo de intimidad, no era suficiente para hacer los cimientos de un matrimonio. Eliana siempre estaba sola, leyendo u ordenando a la servidumbre alrededor del castillo.

—Seré directo. Ese hombre. Quizá no ahora, pero en algún futuro deseara a tu mujer. Puedo ver la forma como la mira. Su lenguaje corporal dice mucho.

—No insinúes tales falacias, Duncan —Su tono denotó lo furioso que estaba.

—Cuando llegue el momento… me darás la razón —aseguró para el horror del noble caballero—. No confíes en él, hay algo dentro suyo que no me gusta. Es demasiado perfecto, me da la impresión que tengo delante un maldito noble. Ese sujeto… tiene el alma podrida —espetó.

Duncan no mentiria, lo decía la expresión de su rostro. Tristán abrió los ojos sorprendido, trago profundamente. ¿Había algo que no había visto? Si de algo somos presos los seres humanos, lo somos de nuestro deseo. Quizá el deseo de poseer a una mujer prohibida, podría llevar a la desgracia al caballero. No dudaría, en usar su espada, si se atrevía a si quiera, a mirarla con lujuria a su mujer. Ahora no lo hacia, pero… si más adelante lo hiciera. Su amigo había sembrado la semilla de la duda en su corazón, sabia que Eliana no lo amaba, eso era una gran desventaja.

—los enemigos los eliges, Tristán. Mantenlos cerca, es más, seguro. Aún así, mantenlo lejos de tu mujer.

(...)

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