Capítulo XIX

(...)

Los días se trasformaron en semanas. El clima cálido de Drawstone se desvaneció y en su lugar, cambio a uno bastante ventoso, anunciando la llegada del invierno. Según le habían comentado, los inviernos iban acompañados con nieve, en una proporción generosa . En Broshewd, casi nunca nevaba, así que, disfrutaría aquella estación.

-¡Sir Arthur!

El caballero estaba en medio del patio de armas, afilado su espada. Dejó de hacerlo y se dirigió a raudo paso hacia ella.

-¡Buenos días, mi señora!

La saludó y pudo esbozar una sonrisa en su rostro. Hacia mucho que no la veía, estaba feliz de verla radiante. Le era muy difícil controlar sus expresiones, ver a Eliana le hacía tan bien. Ella y Tristán parecían el día y la noche, mientras ella brillaba como el sol, él parecía sumirse en la tristeza. Hasta donde sabía, era un matrimonio arreglado, pero esos dos se querían, aunque tuvieran sus desacuerdos. Hasta él podría notarlo, le costaba aceptarlo.

-¿Podría indicarme donde esta el gallinero? En la cocina me dijeron que allí están Helga y Olga.

-Todo recto, hasta doblar por la herrería, mi señora. Si os desea, puedo escoltarla.

-No os preocupéis, puedo llegar sola. Que tenga buen día, caballero.

La decepción del rostro de Arthur, se hizo notar, pero ella era tan inocente, que pasaron desapercibidos antes sus ojos. Los sentimientos que despertaba en Arthur, podrían ser anotados por cualquiera, menos ella, cada vez que le sonreía. La mirada azul de caballero palpitaba, por aquella mujer doblemente prohibida. En la mente de la joven, que Arthur se ofreciera a escoltarla, era algo muy normal. Era su caballero y ella su señora, pero, no necesitaba su compañía, quería estar sola con las madres de algunos de los niños. Tenía una idea en mente y esperaba que diera frutos. Cumpliría un sueño para aquellos infantes, uno donde no existía su esposo. Aquel que ahora catalogada como desconocido.

(...)

-Mi señora, pero... apenas sabemos leer.

Helga era una mujer muy joven, también madre soltera. Su pequeño no impedía sus actividades como criada en el castillo. Olga era un poco mayor, con dos pequeños niños y su esposo trabajaba como jardinero. Tristán era muy noble al permitirle llevar a sus críos, otros nobles no serían tan indulgente.

-Además estamos muy ocupadas, tenemos múltiples tareas que realizar.

Eliana insistiría, sin perjudicarlas. No podría darse abasto con todos los niños, pero, si incentiva a sus padres a leer. Quizá podría crear una cadena de lectura. No quería parecer una noble entrometida, que tiene mucho tiempo libre.

-no les quitaría mucho tiempo. Además, podemos intentarlo a la hora de comida. Solo os pido un poco de su tiempo, os juro que ha vuestros niños, les gustaría que les leyeran antes de dormir.

-pero...

-la lectura nutre las almas. Lamentablemente, la educación solo es destinada para la nobleza, pero siempre he creído que todos deberíamos tener acceso a la lectura. Si vos carecéis de aquello tan básico como saber leer, serán fáciles de engañar. La ignorancia es una gran desventaja. Se puede aprender mucho con los libros.

La forma en como Eliana se expresaba, denotaba lo apasionada qué era, cuando algo le gustaba. Las mujeres se vieron entre sí dudosas, pero muy dentro suyo, no le gustaba la idea, que sus hijos tuvieran el mismo destino que ellas. Quizá puedan aspirar ser un escriba, administrador o hasta consejero. Todo era mejor que ser pobre y morir de hambre.

-Saber leer y escribir sería lo básico, más adelante, sería aprender a sumar y restar. Vuestros hijos dejarían de ser jornaleros, podrían llegar hasta trabajar para el rey. No sería fantástico.

Esperanza, aquella señora les daba. Al igual, que Sir Tristán. El caballero pregonaba que todo podría mejorar con trabajo duro y muchos valores.

-Dejadme ayudarte.

Eliana le quitó una cesta llena de huevos qué tenía Helga. No le importó ensuciarse, tampoco que su vestido terminará salpicado con algo de lodo.

-pero... mi señora...

-No os preocupéis, estoy bien. Además, me gusta mucho la vida del campo -le sonrió.

-la señora es muy amable -resaltó Beatrice.

-cuando estaba en mi antiguo hogar. Tenía una institutriz para mi educación. Era una señora bastante mayor, era estricta, pero solía ser amable.

Narro con cierto halo de nostalgia. Si bien la señora Beatrice, solo golpeaba con una vara cuando escribía mal. Era una de las pocas, que la consoló cuando su padre la golpeaba. El camino hacia el castillo fue largo y la conversación se tendió. Eliana le planteó el sueño de abrir una pequeña escuela, y Helga le habló de una antigua iglesia abandonada para iniciar. La idea claea de enseñar a las mujeres más jóvenes, como adolescentes, para que se encargarán de los niños más pequeños. La paciencia sería una virtud.

La enorme sonrisa que tenía en el rosto se desvaneció, cuando chocó con su esposo. Su sombra era demasiado grande. Había estado evitándola por todo lo acontecido. A pesar de lo humillado qué se sentía, no podía tratarla mal, por eso se alejaba. Pero al verla ahora, tan sucia y descuidada solo pudo molestarlo.

Tristán estaba cegado por el dolor de su corazón, que comenzó a tejer ideas en su mente. Seguro Eliana se comportaba de esa forma, tan impropia, porque era la esposa de un paria. Tenía el vestido sucio, las manos salpicadas de heces de gallinas y los pelos revoloteados. Aquella vestimenta había sido uno de sus favoritas, pero ella no tenía tacto para cuidarla. Porque seguro no tenían el mínimo valor para su estirpe.

-¿Qué estáis haciendo?

No solo el escrutinio sobre ella la amedrentó, también la forma tan cruel en como se dirigió hacia ella. Las jóvenes que iban a su lado apartaron su mirada. El susto en su pecho aumentó más, cuando Tristán le dijo:

-Eres la señora de este lugar. Comportarte como tal.

Eliana dejo caer la cesta, su cuerpo tembló de indignación. Tristán no quería que fuera alquimista, tampoco que ayudara con los quehaceres del castillo, entonces seguro quería limitarla a su habitación para que cosiera y bordara, quizá dibujar. El poco orgullo que tenía se anido en su corazón, como aquella fuerza que la impulsó una vez, a enfrentar a su padre, decidió ignóralo e irse por su lado.

No permitirá que cuestionara todo lo que hacía, las últimas semanas habían sido insoportables para ella. Cuando deseaba curarlo, no quería, jugar con ajedrez tampoco tenía tiempo, ahora, que solo ayudaba con los huevos a las criadas, tampoco debía de hacerlo. Al parecer, la estima que le tenía era muy poca, porque la consideraba inservible en muchos aspectos. No permitirá que sea tildada como alguna vez lo hizo su cruel padre. Si ya no soportaba su presencia, entonces prefería ser recluida a un convento.

-¡Eliana!

Eran pocas, veces que la llamaba por su nombre completo, pero fingió no escucharlo. Había estado ignorando su presencia, también lo haría con él. Lo extrañaba, había sido difícil aceptarlo, pero hasta esas alturas, solo quería era estar lejos de él. Su comportamiento tan malhumorado le dolía. Eliana a raudo paso, esquivo a los caballeros que entrenaban en el patio de armas. Su presencia no pasó desapercibida, la furia de sus ojos era algo que no esperaban ver. Tristán hasta allí la alcanzó. La tomó del brazo y ella se giró a verlo, estaba llorosa, pero también furiosa.

-¡¿A dónde vais?!

-Si tanto os molesta lo que yo hago, entonces nunca debiste casarte conmigo.

Esta vez, ella le gritó, a todo pulmón y llena de indignación. Todos dejaron de hacer lo que hacían, fijaron su atención en la pareja, estaban peleando en medio de todos. Tristán poco le importó si los veían, su mirada estaba puesta en su escurridiza esposa. Al parecer tenía orgullo, debajo de ese bonito y provocador vestido.

Eliana tomó sus faldas, y se marchó. No estaba molesta, estaba furiosa con Tristán, mejor debería matarla como un perro y antes de limitarla en todo lo que hacía. Todo estaba mal para él, todo, incluso podía sentir que la juzgaba por respirar. Tristán fue tras ella sin meditarlo, antes que se encerrara en su cuarto, puso su enorme mano y entró a la fuerza.

-¡¿Que demonios haces?!

-Esta es mi habitación.

-Este es mi castillo.

Eliana lo desconoció. Sus palabras de forma explícita le decían que ella era una desconocida. No podía creerlo.

-entonces me voy.

Tristán la tomó con fuerza del brazo y la lanzó dentro del cuarto, cerró la puerta. No quería ser espectáculo de sus caballeros y mucho menos de los criados.

-¿Cómo podéis tratarte de esa forma? ¡Gritarme delante de todos, Tristán!

Él se rio de su comentario. Cuando ella, había armado una escena en el patio de armas.

-habla la mujer que contó nuestras intimidades a una extraña.

La mente de Eliana trató de procesar sus palabras. Hubo confusión por un momento. A la única persona con la que había compartido tal cosa, fue con Sophie. Seguro las había escuchado, pero ¿Qué género su frialdad hacia ella? Si había hablado sobre lo que estaba empezando a sentir. Tristán estaba tan fuera de sí y furioso.

-No es excusa para que me trates de esa forma tan cruel.

-¿por quién me tomas, señorita? -irónico sonó-. Te comportas como la mujer de un jornalero ¿Por qué? Quizá porque crees que alguien como yo. No es digno de tener el amor de una noble.

Su comportamiento tan repentino, regresaba el antiguo, cuando apenas estaban casados. Siempre Tristán se mostraba reacio por ese motivo. Ella era una noble y él un mestizo. Eliana pensaba que había quedado claro aquel detalle, a ella no le importaba, ni el origen, tampoco su pasado. Sin embargo, su esposo parecía seguir con esa errónea idea sobre la cuna.

-No te entiendo. ¿Qué os pasa? ¿Por qué me tratas así? -preguntó con la esperanza de entenderlo.

Si había escuchado su conversación con Sophie, necesitaba explicarle sus sentimientos.

-¡Como pudiste decirme que querías vivir en Drawstone! ¡Cuando vuestro corazón esta en otro lugar!

-¡No es cierto! ¡Nunca mentí! ¡Amo a Drawstone! Yo te...

-"Mi corazón le pertenece a otro"

Eliana palideció, sus palabras se ahogaron en su garganta. Descubrió después de tanto desprecio, la razón de su desdén hacía ella. Tristán pensaba que ella amaba a otro, cuando no era así.

-Dejadme explicaros... al principio yo...

-¡¿Que podrías explicarme?! ¡¿Que?! Que vuestro corazón pertenece a otro. Que te casaste conmigo solo por ese escándalo. ¡¿Por qué no se lo pediste al imbéciles que amas?!

-No es así... os juro que estáis equivocado. Lo que yo le dije a Sophie...

-¡Mentirosa! ¡Embustera! -la insultó con tanto rabia. Al imaginarse qué estaba pensando en otro cuando la besaba y la tocaba-. ¡Yo soy un maldito imbécil! ¡Por creeros que podrías ser feliz aquí! No eres distinta de vuestro padre.

El corazón de Eliana se comprimió. Al punto, de hacerla casi trastabillar, negó, quería hablar, pero Tristán parecía no querer escucharla. Solo había escuchado parte de la conversación, dedujo. No toda, lo peor, es que solo había escuchado, aquella parte donde lo lastimaba. Se acercó a ella, aprisionándola contra la pared. Su cuerpo tembló y su mirada llorosa se enfrentó a penas, la mirada filosa de Tristán y la lastimaba.

-¿Pensabais en él mientras te tocaba? -ella negó lentamente-. ¡Te sentí vibrar por mi, y corresponder a mis besos y caricias porque seguro estabas pensando en otro!

Ella lo empujó con fuerza. Tristán hervía de celos, perdiendo la virtud de autocontrol qué poseía. Todo lo que se tratará de ella, siempre lo desfasada. Había salido del mismo infierno para estar con ella, pero, su corazón estaba con alguien más. No podía ganar la batalla, con alguien que no conocía.

-¡No es cierto!

Si Tristán supiera que sus sentimientos y reacciones, en aquellos momentos dulces, eran sinceros. Reales. Incluso olvidó su pudor y todos los prejuicios sobre la intimidad, dejándose arrastrar por él. Aquel momento ardiente, solía recorrer su piel, porque su esposo le gustaba y mucho.

-Todo esto ha sido una maldita insensatez ¡Este matrimonio ha sido un grave error! Bien me decía vuestro. ¡Que serias un maldito problema!

-¿eso cree de mi persona?

Se quebró aun más, pensar que su esposo la consideraba tan bajo, era algo tan sofocante, que nunca espero oír. Por un momento, creyó que sentía algo por ella, incluso la quería.

-¿Por qué me esta diciendo todo esto? Entonces si estaba tan inseguro en casarse conmigo. Si vuestra razón estaba plagada con tantas dudas y perjuicios. No debió de hacerlo...

-¡No te atrevas a decir tal cosa! ¡Cuando fue vuestro padre, quien me obligó a casarme con vos!

Tristán podría tener los sentidos muy filudos, pero ni siquiera pudo prever el siguiente movimiento de su esposa. Su mano temblaba, sus ojos no dejaron de derramar amargas lágrimas, y enfrentó su mirada por primera vez. Se sintió débil, porque ni siquiera pudo voltearle el rostro cuando lo golpeó. Ya no podía seguir escuchando tantas falacias y acusaciones, mucho menos insultos hacia ella. Todo el buen concepto que tenia sobre su esposo se desvaneció. Era un patán, alguien sin corazón, que la juzgaba sin haberla escuchado. Si, se había casado sin amor, pero ahora dentro de ella estaba empezando a nacer un hermoso sentimiento hacia el, al punto de sentir celos cuando lo veía con Camille. Lo había extrañado tanto, se sintió como una tonta.

Tristán contempló la fuerza e indignación en los ojos de su esposa. No se podía mentir a tal grado. Solo alguien inocente podría defender su honor a ese punto, de golpearlo sabiendo que podría recibir algo además de gritos. No golpeaba a mujeres, pero, ha ese punto sabía que Eliana pensaba que lo haría. Quiso acercarse y ella retrocedió. Se zafó de sus manos como si su tacto le quemara o peor la asqueaba. Con la poca fuerza que le quedaba, Eliana se limpió las lágrimas y se dirigió hacia la puerta. No fue novedad encontrar a unos criados chismosos en la entrada, con escobas y trapos.

-A partir de ahora. El caballero dormirá en otra habitación, sacad vuestras cosas de esta habitación.

Su mirada llorosa y llena dolor no dejo de verlo, estaba dispuesta a todo con tal, de mantenerlo lejos de ella. Si siempre estuvo enojado por la conversación con Sophie, debió decírselo. No estallar y estar ignorándola por semanas. Todo se resolvía hablando. Para ella, no para su esposo.

-Si os negáis hacerlo -habló antes que él dijera alguna cosa-. Decídmelo a la brevedad posible, así me marchare a dormir con las reses o peor, con los caballos.

-¿Qué pretendes? Eli...

-¡No me toques!

La reacción tan aversiva lo sorprendió. Su corazón pudo sentir ese profundo pinchazo y su mirada iracunda se apaciguo al ver el dolor real en los ojos de Eli. Los criados huyeron del lugar, avergonzados por su comportamiento.

-¿Quién sois? -le preguntó con tanta decepción -Ya no reconozco al hombre bueno con el quien me casé.

-Esto no sucedería si...

-Desde este momento. No habrá necesidad que vos tenga que dirigirme palabra alguna. Tampoco me volveré un problema, porque mi presencia será invisible en vuestro, caballero.

Tristán cerro los ojos avergonzado. Su ironía lo estaba matando.

-Soy una invitada, ahora lo sé. No significa que sea objeto de vuestra ira y perjuicios. No quiero volver a verlo.

Eliana salió con la frente muy en alto, a la vista de toda la servidumbre, qué estaban en las escaleras. Tristán palpo su molestia. Pocas habían sido las veces, que lo había llamado caballero. Siempre era "mi señor" y otros calificativos. Nunca pensó que reaccionaria, solo una persona decente podría hacerlo. A pesar de su timidez, era orgullosa. No conocía esa faceta. Su ironía al llamarlo de esa forma fue una mala sorpresa. Ahora que lo pensaba, la persona que siempre marcó la diferencia entre noble y plebeyo, siempre fue él. Ahora su esposa marcaba esa distancia con su ironía.

(...)

Cuando cayó la noche Eliana esperó en el medio de laberinto, supuso qué, era tiempo suficiente para que trasladaban la gran parte de las cosas de su esposo. No tenía muchas cosas, Tristán era un hombre de gustos sencillos. Si alguien tenía muchas cosas, era ella. Hubo un poco de arrepentimiento dentro suyo, lo había echado de su propia habitación.

Esta vez no lloraba, porque no era su culpa. Un sentimiento lejano se anido en su corazón. Recordó a su padre cuando la maltrataba y ella simplemente se apartaba, aprendió a vivir así, pero esta vez dudaba poder hacerlo. Le había tomado aprecio y Tristán le había mostrado un panorama distinto. Le había dado esperanza y prometido una vida mejor. Ahora sabía que todo eso era mentira. La había tachado de mentirosa, entonces también lo era. Pensó que Tristán era un hombre civilizado, con el que se podría hablar, pero no era así. No era malo, pero si un bruto.

(...)

El manto de flores se extendía en el campo.

-¿Dónde estoy? -Se preguntó el niño.

El infante miro sus manos y se volvió borroso. La lentitud del tiempo pasaba frente suyo. Aquel olor de flores de primavera, traían a su mente un triste pasaje, que se había negado a recordar, pero estaba muy dentro de su alma.

-¿Llegaste?

Era una voz, una dulce y melodiosa e infantil. Su cuerpo se movió solo, subió hasta la pequeña colina cubierta de flores y una silueta pequeña lo esperaba. No podía ver su rostro, pero si distinguir su sonrisa.

«¿Quién era?», pensó.

Cuando llegó con aquella extraña persona, quiso abrazarla, pero se deshizo entre sus brazos, convertida en un montón de pétalos de flores rojas.

Mentiroso...

Mentiroso...

Mentiroso...

Todo se volvió negro y en eco constante lo invadió diciendo siempre la misma palabra "mentiroso". El suelo se volvió frágil, su cuerpo cayó en picada. Luego volvió a tocar el suelo, también estaba cubierto con flores diferentes. Con dolor se recompuso, subió la colina nuevamente guiado quizá por un presentimiento. Lo que vio allí, junto al pequeño riachuelo lo destrozó.

Era un recuerdo, si. Uno muy triste, también.

Sus piernas retrocedieron horrorizado por lo que estaba delante suyo y su voz grito con toda sus fuerzas.

«Porque... porque vos. Si volví y cumplí mi promesa»

Tristán despertaba intempestivamente. Su corazón estaba desbocado y sudoroso por la eterna pesadilla, se tomó la frente y vio sus manos. Después de mucho tiempo se sintió muy vulnerable, si alguien hubiera entrado a su alcoba, tenia la seguridad que lo habrían asesinado. A su lado, estaba vacío. Ya hacia cinco noches que no había vuelto a hablar con Eli, se estaba volviendo loco definitivamente. A Eliana se le daba muy bien ignorarlo, ya casi nunca iba almorzar y la única vez que bajo, fue por pedido de Collete, pero se sentó al lado de Benedict. Fue humillante para él, era demasiado orgulloso para aceptarlo, causando la mofa de parte de este caballero, quien abiertamente le dijo que su esposa lo prefería a él.

Aquel recuerdo, aquel maldito recuerdo se había vuelto una pesadilla verídica, esa noche. La cual despertaba lo peor de él. Necesitaba despejar su mente, salió de su cama rápidamente y se propuso irse de su cuarto. No quería romper su promesa de no acercarse a Eli, pero ya no podía más. La extraña tanto, pero temía dañarla.

Aun recordaba aquella acalorada discusión, ella se defendía con ahínco y trato de explicarle, pero no quiso oírla.

¿Qué tendría que explicar?

Había sido un necio, quizá debió oírla. No quiso oír toda la conversación por sentirse humillado, pero... Si Eli dijo algo más, algo importante que debió oír. Con muchas inseguridades abrió la puerta de la habitación, para su suerte estaba sin cerrojo. Se conocía lo suficiente para reconocer el estado en el que encontraba, necesitaba estar con ella. Quizá estaba condenado a ser atraído por aquella mujer, que dormía plácidamente en su cama, envidio su sueño. Ella podría hacerlo, pero él no, porque pensaba en ella. Era difícil negar que las caricias tímidas y dulces de su mujer, estaban grabadas en su piel, como una tortura.

El tirante de su camisón se deslizó , desnudando uno de sus senos, pero aquella situación estuvo lejos de excitarlo, ansiaba sanar el alma de aquella dama que estaba dormida. La arropo bien, toco su rostro y notó algo que le dolió, Eli había estado llorando incluso dormida. Recordó su comportamiento tan errático, se avergonzó por eso.

Eliana guardaba secretos que le dolían decir. Él también los tenía. No podía juzgarla, tampoco era un santo. La miró a la distancia y parte de sus recuerdos lo invadieron, atormentándolo como siempre lo hacían. Vio unas hojas salidas del cuaderno de dibujo de su esposa, tentado por la curiosidad las sacó, su garganta se secó cuando los vio. Había un dibujo con una figura deforme, oscura, y con un sonrisa enorme, con las fauces sobresalidas como una pesadilla, tenía una cicatriz en el ojo izquierdo.

«¿Qué significaba?», pensó.

Siguió observando y su corazón se sobresalto cuando un dibujo en carboncillo.

«Los grandes artista suelen retratar a las personas que aman», recordó aquella conversación.

Nunca pensó que ella lo dibujara con tanto detalle. Los bocetos reflejaba su vida de caballero, desenfundando su espada, de perfil y con su armadura. Las proporciones de su cuerpo eran adecuadas y ejecutadas con precisión. Era muy buena, no tenía nada que envidiar a cualquier renombrado dibujante, pero hubo uno que llamó su atención. Fue aquel momento especial, en el prado lleno de flores lejos del castillo, aquella vez donde ella le beso en la mejilla.

¿Qué significaba eso?

-No, Tristán... es... escúchame.

El susurro de su voz le comprimió el corazón. El tono casi agonizante e inconsciente de su parte, era real. Ahora fue consciente, la había lastimado, pero estaba tan ciego de celos y no midió sus palabras. Ella había sido sincera. No se había entregado por completo a él, pero, aquella vez que la desnudo y se besaron fue palpable. La mirada azul de Eliana le gritaba qué lo deseaba, tanto como él. No se podía mentir así, menos, controlar las vibraciones del cuerpo, fingir excitación al punto que la desnudez no importaba.

Definitivamente, era un idiota.

(...)

El invierno llegó, su manto blanco cubrió las tierras de Drawstone. Los pobladores se habían preparado par soportarlo, cuidando las reses y haciendo cuartos fríos, porque la carne de caza escaseaba. Para los más necesitados se repartieron mantas y leña, se priorizó a los ancianos y huérfanos.

Eli dibujaba, estaba sentada a un lado de la ventana. Llevaba puesto un vestido que había traído desde Broshewd, desde aquel desacuerdo, volvió a utilizar toda su antigua ropa. El clima en el hogar de su infancia, era un poco más temblado, por eso los escotes no eran muy comunes y la ropa era muy abrigadora. Sin embargo, esa no era la verdadera razón por las que no los usaba. No quería usar las dadivas de su esposo. No quería pensar mucho, pero le era inevitable no hacerlo. No había noche en que no le lloraba, y extrañará. Saber que seguía pendiente de ella, hacia tambalear su firme decisión de separación de ambos. Cuando la estación cambió, tuvo tres ajuares completos de botas, vestidos, capas e incluso pantalones, pero no los recibió. Su comida favorita era preparada cada día, y Helga le había dicho que Tristán estaba de acuerdo con la construcción de una escuela en la iglesia abandonada. Estaba en una posición difícil, pero sus palabras e insultos estaban en su mente. Hablar de sus sentimientos no era fácil, años de maltratos sufridos por su padre, sumado el abuso sexual que casi sufre y de forma cobarde fue encubierto por su padres. La transformaron en una mujer tímida e insegura, de forma inconsciente temía ser dañada. Ahora, que había un poco de confianza, Tristán no le creía.

Todos los acontecimientos comenzaron a trastornar a Eli, al punto que solía pensar, que Tristán, hacia todo eso, no de corazón y porque sentía algo por ella, sino, era para no ensuciar su buen nombre, porque no había ido a buscarla después de lo que pasó. Ella solo pensaba en él, al punto que no dejaba de dibujarlo. Muchos de sus bocetos habían sido arruinados por sus lágrimas. No sabía porque lo dibujaba, quizá era porque era en lo único que pensaba. Le gustaba sus ojos, profundos. También las arrugas qué tenía en la frente, sus cejas pobladas y sus rasgos fuertes. Era un hombre muy atractivo. Sacudió su mente, porque se había sonrojado, por pensar en lo que había debajo de su armadura.

Cansada del encierro, se puso su capa y salió al jardín. La vista desde la ventana era hermosa. El laberinto se volvió más interesante. Había hecho pequeñas casas a sus flores para que soportaran el clima hostil. Cuando las vio, suspiró tranquila, aun seguían vivas, quizá como ella. Había notado que su peso había disminuido, no mucho, pero si. La comida y todo lo demás sabía diferente, al menos, ya podría comunicarse mejor con los criados, porque había aprendido su acento. Se alejo del centro, con la promesa de volver. Salir a caminar le había hecho también y pensó en su madre. Tristán le había dicho que mandaría un mensajero a Broshewd para averiguar como había nacido su hermano, pero no se volvió a tocar aquella conversación.

-el invierno es hermoso.

Extendió una de sus manos y tocó un copo de nieve que caía lentamente. Además todo mejoraba, porque los caballos permanecían en las caballerizas y no los vería. Se alejó un poco, había un columpio cerca de la herrería, donde solían jugar los niños, se sentó allí y se meció. Estaba en paz. Suspiro profundamente, el cielo desprendía su candor en forma de pequeños copos, ansiaba poder hacer un muñeco cuando haya más nieve.

-Señora.

Ella volteó de inmediato, no pudo evitar sonreír al ver el rostro de Arthur. También llevaba una capa, que no dudo en descubrirse la cabeza al saludarla. Aquella alegría, no pasó desapercibido por el caballero, quien disimulo el gusto de verla.

-Buenos días, Sir Arthur -saludo con propiedad.

El caballero notó las ojeras, su cuerpo más delgado y la triste sonrisa que esbozaba. Sin embargo, sus ojos no dejaban de destellar aquella luz propia, que lo atrajo la primera vez que la vio. Cuando bajaba las escaleras desde Broshewd. Quedo pasmado por ella, porque lucia diferente a las otras nobles. Aquel vestido blanquecino, con bordes dorados hacia que resaltara sus rizos rojos y sus ojos azules. Era un recuerdo que permanecerá en lo profundo de su alma.

No estaba muy al tanto de la discusión con Tristán, había tratado de no inmiscuirse. Había sido sano para su salud mental, pero había extrañado verla, porque ni en los almuerzos se presentaba. Los criados especulaban muchas cosas, pero para el era claro que ambos se amaban.

-¿Cómo habéis estado, mi señora?

-He estado bien -sonrió-. no podría decirnos, lo mismo de vos, caballero. ¿Qué os paso en la pierna? -le pregunto al verlo entablillado.

Era una total mentira. No había estado bien, pero no quería que nadie lo viera, siempre lloraba sola y eso se quedaría así. Arthur le inspiraba mucha confianza, era como el hermano mayor que siempre quiso tener.

-Nada importante, solo una pequeña lesión.

Su preocupación lo enterneció. No era simple lesión, entrenando con Tristán, tropezó sobre su peso y casi se rompe la pierna, solo fue fractura qué le tomaría algo de tiempo. Arthur no dejo de contemplar sus tupida pestañas y pobladas cejas rojiza. Su belleza estaba en armonía, pero, lo que más le gustaba era su sonrisa. Amaba verla sonreír, ella era doblemente prohibida para él. No estaba, ni en sus principios y valores insinuarse, ella estaba casada y él para servirle. Quizá debieron conocerse en otras circunstancias, saber que ella había sido considerada como un prospecto de solterona. Era inconcebible. Eliana era la mujer más interesante y bella que había conocido.

-El comandante no parece estar bien.

A Eliana se le borro la sonrisa, cuando mencionaron a su esposo.

-No me habléis de ese hombre -se entristeció-. Para mí solo es un desconocido.

-¿Vos lo creéis así?

-Por puesto -contestó de inmediato, pero no muy convencida.

-Estáis molesta con él.

Su curiosidad la asombro, pero se sentía cómoda hablar con él. Era como un hermano mayor. Además, habían congeniado muy bien desde que se conocieron.

-Sea cual sea vuestro mal entendido, espero que lo solucionen. Tristán es el hombre más honorable que conozco.

Allí estaba Arthur, hablando siempre bien de Tristán. Eliana evitó verlo, aclaró su vista por las ganas que tenía de llorar, todos le hablaban bien de él. Antes sus ojos Tristán era cruel y no quería saber nada de su persona.

-Lamento si os incomode, mi señora -se disculpó al notarla incomoda.

-No os disculpéis, caballero. Poderoso hablar con confianza conmigo, vos sois como un amigo para mi.

«¿amigo?», pensó.

No pudo evitar sentir ese pinchazo de decepción en sus palabras sinceras. Si, solo podría aspirar a una amistad con ella. Se sonrojo, ninguna mujer había podido hacerlo.

-Es un honor para mi, que me tenga tal estima, mi señora. Siempre le seré leal a vos, os lo juro.

El caballero hizo una reverencia qué la hizo sonreír. Arthur siempre era muy galante y gallardo, se podía mantener una larga conversación. Por alguna extraña razón, tenía la lejana sensación de haberlo conocido antes, pero no sabía de donde, nunca se le permitió tener amigos durante su vida de soltera.

-Eso es un libro.

Era uno muy pequeño, que lo había notado cuando se inclino por la reverencia. Arthur al verse descubierto, balbuceo y extendió el libro hacia ella. Eliana lo miró inocencia. Era un libro que ya había leído, pero esta presentación era exquisita.

-Me permite extenderle este obsequio.

«¿obsequio?», pensó sorprendida.

-Yo...

-vos me habéis mencionado que vuestro cumpleaños sería por estos meses ¿lo recuerda?

Eliana trató de recordar el momento exacto, si, se lo había dicho cuando se encontraron en el patio de armas, hace meses, cuando Sophie estaba presente.

-Lo había olvidado.

-¿habéis olvidado vuestro cumpleaños?

Los cumpleaños no eran fechas felices para ella, su padre siempre realizaba algún baile para encontrarle marido o captar futuras alianzas. Siempre odio esa fechas, cuando aquellas beldades de mujeres comenzaban a criticar su peso, su ropa y hasta su peinado, haciéndola sentir fea.

-Gracias.

-Quizá os hace falta dormir bien, mi señora. La falta de sueño suele perjudicar la mente.

La joven solo asintió, pero su falta de sueño se debía a otra cosa. No quería decepcionar al decirle que ya había leído aquel libro. Arthur siempre era amable con ella, los caballeros también, pero, le guardaba un estima especial. Siempre fue bueno con ella desde que se conocieron. Eliana lo miró con detalle, era un hombre muy atractivo para cualquier mujer, pero no era su esposo.

-¿esta todo bien, señora?

-por favor, no me llaméis con tanta formalidad. Llamadme Eliana.

Ella no notó como la expresión del rostro de Arthur se trasformaba. Estaba muy feliz.

-Yo jamás podría, mi señora.

-Arthur -le dedico una tímida sonrisa y su corazón se sobresalto ante la coloquialidad de sus palabras-. Os llamaré así ¿le parece?

Eliana estaba tan inmersa en aquella situación que todo lo demás le era ajeno. Vio el pequeño libro y antes de tomarlo fue arrebatado de sus manos. Arthur se sorprendió cuando vio a Tristán de pie cerca de ellos, no había escuchado sus pasos, palideció al verlo. No estaban haciendo nada malo, pero todos conocían que Tristán era un hombre celoso.

-¿Qué está pasando aquí?

Arthur trago profundamente, estaba en problemas por la forma iracunda como lo miraba. No pudo evitar preocuparse por ella. No quería inmiscuirla en problemas por culpa de sus sentimientos. Aunque estaba seguro que no la lastimaría.

-Comandante, la señora...

-Le estoy preguntando a mi esposa -lo interrumpió.

Estaba furioso con ambos. Aunque no estaban haciendo nada malo, muchas ideas se tejieron en su mente. Eliana no le hablaba, pero si podía tener una conversación amena con Arthur. También notó que ya no se ponía los vestidos que le había regalado, pero si recibía las dadivas de un hombre que no era él. No podía sentirse tan inseguro de los sentimientos de su esposa.

«No confíes en él, hay algo que no me gusta de ese sujeto», recordó las palabras de Duncan.

Su perspicacia no podía ver, realmente a Arthur. No estaba seguro si uno de sus más fieles caballeros, quería arrebatarle a su esposa. No se lo permitiría, Eliana no solo era su esposa, era su mujer. Así que, en un arrebato muy primitivo la beso con pasión, ella sorprendida no supo como reaccionar, aquel apasionado beso, la instó a abrir la boca para seguir el ritmo, sonrojándose al instante. Cuando se apartó, sus labios estaban hinchados, evadió la mirada de Arthur, puesto que se habían besado delante suyo. Su rostro ardía, sus ganas de llorar también. Hacia un par de semanas que no se hablaban, ahora, hasta se besaban. No podía evitar pensar que le había gustado, había extrañado sus besos ahogados, pero no era el momento. Su mirada llego hasta él, la observaba molesto.

¿Ahora que había hecho?

Arthur debía de mantenerse frío, sabía que si había cualquier tipo de gesto ante Tristán, posiblemente su cabeza rodaría, no le gustó lo que vio. Odio que la besara y tocara parte de su busto.

-mi esposa no ha dormido bien porque no se lo permito.

Tal comentario molestó a Eli. Sus palabras eran filosas, muy imprudente hablar de su intimidad delante de extraños. Además, era una vil mentira. Eliana vio avergonzada a Arthur, pero este evadió su mirada.

-Yo no quise incomodar a la señora con mis comentarios.

-vuelve a tus labores, Arthur. Hay mucho que hacer en este lugar para que estés perdiendo tu tiempo, puede ser, que tengas una pierna lastimada, pero posees dos brazos fuertes para seguir siendo útil. Y tomad -le devolvió el pequeño libro -. Mi mujer no necesita de vuestros dádivas. Tiene todos los libros que yo pueda darle. Además, este libro ya lo ha leído.

Aquel detalle lo decepcionó. Eliana era tan gentil qué iba a recibirlo a pesar de ese dato. Arthur tomó el libro y lo contempló. Fue incapaz de ver una vez más a Tristán, porque sus palabras sonaron como una advertencia clara. Si le volvía a dar algún tipo de regalo, lo más probable era que las consecuencias sean peores.

Tristán tomó de la mano a Eli y se la llevo. La joven contuvo su incomodidad, ya que varios los habían visto entrar. Cuando llegaron al pasillo, Tristán pretendió llevársela al dormitorio donde dormía, pero Eliana se zafo y corrió hasta su cuarto, pero era pequeña y no pudo impedir ser alcanzada y el caballero entrará sin su permiso.

-¿Qué significa esto, Tristán? -le cuestionó muy molesta.

-¡No tienes tiempo para mi, pero si para ese im...! -contuvo su insulto.

No quería considerar competencia a Arthur, era parte de su caballería, nada más. Le había salvado incontables veces la vida y también él. No podría atreverse a tanto, no después, cuando todo el mundo le dio la espalda y solo Drawstone lo recibió. Además, Eliana era suya.

-¡No os atrevas a decirle imbécil! ¿Qué os pasa? ¡Arthur ha sido uno de los pocos que fue bueno conmigo!

-y lo defiendes -sus celos iban a llegar hasta las nubes-. No te atrevas defender a otro hombre Eli, no me provoques.

-Yo jamás...

La joven negó, Tristán parecía otro y la estaba juzgando nuevamente, pero esta vez no se amedrentaría. Si enfrento a su padre, podría hacerlo con él. Antes que ella dijera alguna cosa, Tristán volvió a besarla con furia, con tanta necesidad, pero Eli apretó los labios y trató de mover su cabeza. El caballero la tocó debajo de las faldas y también descaradamente sus senos, luego la aparto y le dijo:

-Puede que no compartas mi lecho, pero eso no desmerita que eres mi mujer, Eliana. ¡Eres mía! y no permitiré que me arrebaten lo que por derecho es mío.

-¡¿Habéis perdido vuestra cordura?! No merezco ser tratada como un trofeo de guerra. ¿Por qué no sois claro y no me dice abiertamente lo que piensa de mi? Soy consiente de la poca estima que me tiene, pero insinuar que yo podría serle infiel, ¡Ha sido excesivo! Tengo principio y valores, sabe. Puede que muchos nobles tengan un comportamiento reprochable -recordó a su padre-. ¡Yo no soy así!

-¿Cómo no pensarlo? Si vos te casaste conmigo enamorada de otro.

-¡Una vez más ese tema! No es justo, es muy cruel al recordármelo ¡Vos no sabéis nada sobre ese tema!

Tristán guardó silencio. Eliana miró aún lado indignada, trató de respirar, necesitaba calmarse. Había llorado por su esposo, todos estos días, ahora seguían discutiendo. Quizá nunca debió decirle nada a Tristán, sobre aquel tema. Ahora sabia que había creado inseguridades en él, sumado la conversación que había escuchado con Sophie. Su propio pasado se había vuelto una cruz muy grande.

-No concibo la idea que pienses en otro.

La voz del caballero estaba impregnada de rabia y frustración. Su mirada filosa llegó hasta ella, quizá tratando de hacerle ver que no mentía. Que su corazón y su alma estaban con ella.

-Ardo por ti, Eli. Lo he hecho desde el primer día que te vi. Te quedaste en mi memoria desde ese entonces. Es difícil aceptar, sabiendo que vos no sientes lo mismo. Estoy lejos de ser un verdadero caballero, soy consciente de mi vulgaridad y lo rudo que puedo hacer. Pero he tratado, os juro que he tratado de amoldarme a ti, pero.... No veo el mismo esfuerzo de vuestra parte.

El corazón de la joven se sobresaltó, tuvo que apoyarse de la mesa para no trastabillar ¿Qué acababa de escuchar? Esas palabras solo las podía decir, alguien que estuviera enamorado.

-Dicen que el amor no es egoísta, pero... temo que soy él mas egoísta de todos, porque quiero que te deshagas del hombre que ocupa vuestra mente y vuestro corazón. Quiero que seas mía. Ahora sé... qué no quiero vuestro cuerpo... quiero vuestro corazón. Así, como vos tienes el mío.

Eliana hipeo, Tristán se mostraba tan vulnerable ante ella. Podía ver su corazón, uno atrapado entre sus manos. Los ojos de su esposo de mostraban la determinación y sinceridad de una confesión. Con estas palabras la desarmo totalmente, ella también tenía muchas cosas que confesar.

-Desde que escuche de tus labios, que vuestro corazón le pertenecía a otro. Cada día a vuestro lado, era un recordatorio de lo que no podía tener. No puedo negarte qué me mantuve expectante, a que vuestro sentimientos cambiaran, pero no es así... la realidad es dolorosa, cuando no puedes tener el amor de la mujer has amado.

-¡De que estáis hablando! Yo... incluso... antes de ti ni siquiera había besado a un hombre. ¡Habláis como si yo hubiera mantenido algún tipo de relación. Cuando no es así!

La sorpresa en el rostro de Tristán lo hizo palidecer. Eliana no mentía, su rostro lo decía, pero... entonces lo que había visto.

-aquel día... en el jardín yo...

-¿jardín? ¿De que estáis hablando?

La verdad, su verdad estuvo a punto de salir de sus labios. Tristán estaba totalmente horrorizado. Todo este tiempo había estado equivocado. Estaba totalmente pálido, como alguna tela fina.

-Solo era una niña -Eliana con lagrimas en los ojos se dirigió a él, hablaría de ese asunto que tanto le dolía-. Era ciega... como vuestra palabras osan manchar lo que alguna vez viví, ¡cuando solo era una niña!

-¿niña? ¿De que estáis hablando?

Eliana estaño varias veces, aclarando su vista producto de sus lágrimas. Ahora entendía. Tristán había pensado que había mantenido un romance con algún caballero.

-Toda mi vida... mi hogar era un infierno en la tierra. Mi padre solía... -había dolor en sus palabras.

No quería explicar de forma tan abierta de los golpes, los insultos y todos los abusos, sufridos por su parte. Era su padre después de todo.

-Nunca entendí a mi madre. A pesar de todo yo la quería, pero no había esperanza que me apoyará.

Recordó aquella vez que encubrieron el casi abuso sexual que sufrió. Después de aquel acontecimiento, su padre solía desfogarse, aun más con ella. Solía invitarlo a que la golpear para que no se desquitara con su madre.

«Mira lo que le hacéis a vuestra madre», recordó. Cuando la golpeaba y no se lo permitía, la obligaba a verlo.

-pensé que así sería mi vida o me mataría en el proceso. Mi padre no podía tener hijos varones, me tildaba de mala hierva porque fue la única que nació con vida.

-Yo... no lo sabía -dijo sorprendido Tristán.

Sus puños se cerraron y su odio hacia el gran Duque de Broshewd se disparo. Ahora entendía aquellas marcas y cicatrices que tenía su esposa, las primeras veces que la visto. Eliana había sufrido tanto como él.

-Acaso pensáis qué solo las personas humildes están propensas a la violencia. No es así... ¡Nunca lo ha sido! Si lo fuera... ¡Ni mi madre, ni yo... lo hubiéramos padecido! -le gritó indignada.

Tristán tenía muchos estereotipos. Había llegado el momento que conozca la cruda realidad. Que ella le hiciera ver un panorama distinto al que tenía en su mente.

-En medio de la oscuridad, tuve esperanza. Una luz se desprendió entre tanta penumbra. Cuando apareció supe... qué yo... quería vivir. Que había algo más de golpes y humillaciones. Entiendo que sea difícil de procesar. Vos es amado por todos. Vuestra proeza son vanagloriadas en todo el mundo.

El caballero pudo ver, en los ojos azules de su esposa que ella había tenido esperanza que todo mejorará. Sin embargo, él poco a poco le había quitado parte de ella.

-Solía visitarme después del almuerzo y me llevaba flores. Mis días con él fueron felices, no niego... que... yo le quería -confesó con timidez y un nudo en la garganta. Su amor era puro y no le avergonzaba-. No recuerdo su nombre, pero si el tono de su voz... fue el único amigo que tuve durante mi infancia y luego... me prometió que volvería por mi... serian tres años... pero no volvió, pero le seguí esperando, por eso desobedecía a mi padre en casarme y bueno él solía...

No podía decir que se gano más de una golpiza e insultos de parte de su progenitor. Incluso la amenazó con lanzarla a la calle, porque ser mujer, era ser considerada una carga.

-Deposité toda mi esperanza en aquella persona, pero no lo culpo. Quizá huyo del infierno del que yo era parte, busco una familia y ahora es feliz. Solo éramos unos niños... y yo estaba sola... al igual que él. No lo enteréis quizá, vos es amado por todos. Yo solo... solo quería irme con él, no me hubiera importado vivir en una humilde casa y sembrar en el campo, tampoco criar gallinas. Yo igual hubiera sido feliz, porque le quería... luego me case con vos... acepté mi destino, yo pensé... de verdad... pensé... que podría ser feliz con vos y que quizá más adelante podría...

La mirada azul se centró en su esposo, quien estaba taciturno e inmóvil. Eliana creyó sus palabras no habían tenido la repercusión suficiente en él. No decía nada, solo estaba allí delante suyo.

-No me creéis verdad -le recriminó-. ¡No pedí nacer mujer! Si hubiera sido hombre, ¡Yo hubiera enfrentado a mi padre y salvado a mi madre! Sin embargo... no pude. Incluso después de mi matrimonio no quería despegarme de ella, pero mi madre no quería... creo que hasta me odiaba.

Eliana estaba totalmente equivocada. Tristán sabía que no era así, porque su madre tuvo una conversación con él antes de casarse, pero no podía decírselo. Ahora no.

-Estoy lejos de ser una casquivana impúdica. Respeto mi cuerpo. Vos sois mi esposo y jamás faltare a mis votos, pero tampoco soportare ser tratada por razones equivocadas. Además... yo le dije a Sophie que estaba empezando a sentir algo por vos -aceptó con mucho dolor-. Y que estaba confundida, solo eso, pero vos me habéis juzgado, sentenciado.

-Eli yo...

Ella no permitió que lo tocara, tampoco notó la expresión de dolor en el rostro de Tristán, estaba completamente destrozado.

-Sophie ha sido la única a la que puedo considerar mi amiga. Le dije que mi corazón estaba...Ya no importa.

-eso no es verdad ¡a mi me importa! -le gritó Tristán con desesperación. No quería perderla, no ahora que conocía la verdad.

«Será vuestra culpa», recordó las palabras de Benedict. No, debía de impedirlo. Amaba a Eli, con todo su corazón, pero era consciente que la había lastimado. Le había quitado la poca esperanza que tenía.

-vos decís que no compartirías el lecho con una mujer que piensa en otro. Yo os digo... qué tampoco compartiré el mío con un hombre, que siempre duda de mi integridad. No merezco esto, caballero.

-Eli, espera. No te vayas.

-¿De qué me vais a acusar, caballero? ¡¿De qué?! Que también soy la amante de uno de tus hombres, se me acusar a de querer irme con él. Como te atreves hablar de esa forma, cuando vos estáis con Camille muy cerca delante de todos.

La joven desconocía las palabras que fluían por su boca. Si, lo había visto con Camille los últimos días, muy cerca y luego un pequeño comentario llego hasta sus oídos. Aquella mujer a la que consideraba una de las damas hermosas que había conocido, estaba interesada en su esposo. Quizá se reconfortaba con ella cuando no estaba en su cama.

-hay algo que tengo que deciros. Eli yo...

-¡No quiero escucharlo! -le gritó -. ¡Alejaos de mi! Si alguna vez tuvo un poco de consideración por mi persona, ya no me haga más daño, por favor. No salí de un hogar agónico, para entrar en otro. Si os parezco tan repulsiva, ¡Ya por favor. No me sigais!

Tristán no pudo detenerla, se sentía tan indigno de su amor. Su mano quedo en el aire y vio que se marchó a raudo paso sin mirar ¿Que había hecho? La había mancillado con sus mentiras e insultos y lo peor, ahora conocía la verdad y lo equivocado que estaba.

(...)

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