Capítulo XIV

El pueblo de Drawstone recibía con gran algarabía a Lord Tristán y a sus hombres. Todos estos no se mesuraban en saludar a la multitud, con besos volados e insufribles sonrisas. En cambio Tristán, a pesar de ser el Lord de aquellas tierras sonreía muy poco, paso a todo galope con su caballo, adelantándose hacia el castillo donde ahora viviría. Eliana se sorprendió mucho al ver el cariño de aquella personas hacia su esposo y su caballería.

Drawstone, era un pueblo que en su entrada principal, estaba entre dos grandes montañas. Las pequeñas casas también estaban entre las rocosas faldas, con rústicas escaleras. Contaban con una gran muralla de piedra, una defensa formidable para cualquier ataque. Tenía dos puertos muy conocidos, estaban un poco más apartados. Las personas allí se dedicaban a la minería y ganadería. los metales que se extraían en sus tierras, eran codiciados; por eso su gente era muy recelosos con los foráneas. Alguna vez estuvo ocupada por gente de mal vivir como asesinos, ladrones, contrabandistas y piratas, pero todos fueron invitados a irse, por la fuerte mano dura de Tristán.

Para el pueblo de Drawstone, era un deuda invaluable, la cual difícilmente la olvidarían. El noble caballero, no solo combatió con ellos; también con los monstruos que los rodeaban. Aquellos que solían llamarlos "los sigilosos" que se empeñaban a reducir el número de pobladores. Por esa razón, reforzaron su seguridad, pero aún así el gran pueblo se mantenía a alerta.

Eliana vio el camino hasta que las casas desaparecieron, pensó, que su nuevo hogar estaría llegando apenas al entrar al pueblo, pero no fue así. Fueron casi hora y media en el carruaje para llegar. Un nuevo fuerte les dio la bienvenida, una gruesa y pesada reja se abrió. Sus ojos se embelesaron por el paisaje. Estaba rodeado de mucha vegetación, el sendero de piedra se escuchaba y la pendiente se elevaba de a poco. En lo alto, se podría apreciar un enorme castillo con dos torres, muy bien cuidado. A medida que acortaban distancia, se hacia muy grande y cuando el carruaje se detuvo, era más inmensa de lo que había visto a distancia. La puerta se abrió y escucho una "bienvenida", la luz la cegó un poco y vio que una mano extendida que la invitaba a salir, la tomó y finalmente descendió.

Eliana aturdida, miró a la persona que le había ayudado. Era Tristán, su esposo que tenía un semblante, más serio de lo habitual. Ella no dijo nada, guardo la compostura y se dejó guiar por él.

A la entrada del castillo los esperaban un séquito de quince criados, todos ordenado en una columna invitándolos a pasar. Algunas la miraban con asombro, otros con temor. Sus pisadas llegaron a las escaleras y cada criado fue saludando con respeto a la pareja. La sensación que aquellas personas que le daban, era una muy diferente a lo que usualmente sentiría en su antiguo hogar. Los criados le temían a su padre, ninguno se atrevía a dirigirse, si quiera a él, por eso hablaban mucho con su madre. Ella rompió todos los protocolos descritos, fue muy cercana a la cocinera, escudero de su padre y su antigua niñera. Aunque su padre lo reprobó más de una vez, no lo importaba. Todos en esa casa sabían cómo la trataban, el autoritarismo de su padre y ausencia de su madre, eran muy conocidos para la servidumbre, que tristemente observó como aquella niña creció entre golpes e insultos. Aunque tenían prohibido acercarse, siempre cuidaban de ella a escondidas. Sin embargo, todo cambio cuando un día. Eliana se metió a la cocina y rompió la vajilla donde comía su padre, la criada encargada se culpó. Eliana nunca olvide los azotes, que ese día recibió aquella muchacha. La sangre en su espalda y su mirada fúnebre que le dedicó. Después de ese día, no la volvió a ver y dejo de relacionarse con la servidumbre. Aunque la vieja cocinera solía preparar sus galletas favoritas y dejarlas bajo la mesa.

La culpa se transformó en pesadillas al pasar los años. Quizá por eso permitía que su padre la golpeara, quizá como un habito enfermo de penitencia.

—Ella es Colette— Tristán presentó a la última criada de la columna.

Era una mujer mayor, de cabello cano y ojos grises.

—lleva la administración en esta casa, se encargará de ser tu dama principal y enseñarte todo respecto al castillo.

—Un gusto, mi señora —saludó con respeto.

Eliana saludo con propiedad, temerosa quizá de su nueva vida de casada.

—Si me permite puedo enseñaros los exteriores de la casa—propuso.

Eliana esbozo una pequeña sonrisa, pero antes de contestar Tristán decidió hablar.

—Mi esposa está muy cansada, ella prefi...

—Lo que mi señora prefiera...— interrumpió la anciana colocando sus manos en su cintura—. Lo decidirá ella ¿No es así?

—coli...

—Creo que el cansado aquí sois vos, porque mejor no vais a dejar el equipaje de vuestra esposa, mientras yo me encargare de darle un recorrido—sonrío la anciana—. Por aquí, mi señora.

Tristán la miro ceñudo, pero no dijo nada. Eliana aunque estaba confundida, sonrió desde muy adentro al ver la escena, se abstuvo de mostrar mueca alguna. Se dejo guiar por la anciana y avanzaron hacia la parte izquierda de la castillo. La anciana, al parecer tenia un poder sobrehumano sobre aquel intimidante caballero. Aunque no pudo evitar sentirse algo preocupada por ella.

¿Tristán lastimaría a tal mujer? ¿Por qué se dirigió hacia su señor con tanta familiaridad? ¿Se conocían?

Tantas preguntas. La hacían divagar, y solo era el primer día en su nuevo hogar.

—No os preocupáis por mi, señora— la anciana sagaz pareció adivinarle el pensamiento—. Podrá ser muy señor de este lugar, pero no dejara de ser un niño para mi.

Las sospechas de Eliana eran ciertas, al parecer la mujer conocía a Tristán, más de lo que sospechaba.

Les tomo varios minutos llegar hasta el extremo de aquel castillo, Eliana se deslumbro lo inmenso que era la parte trasera. Ni siquiera el castillo de su padre era tan grande, Tristán no era ni Duque, conde, ni siquiera un barón, solo era el lord de un pueblo que creyó pequeño. No obstante, la opulencia que demostraba, era más que la de su padre. El ducado de este ultimo, era importante para el rey, quizá era el tercero más importante de esa gran nación. Sus tierras eran una de las fructíferas, su nivel militar intimidaba a cualquiera y tenia a muchos terratenientes a su cargo. Definitivamente eran diferentes, pero al llegar a la tierra de Tristán, demostraba lo equivocada que estaba de su situación económica.

«Sinceramente, creí que viviría en una pequeña casa», pensó.

Aunque no le molestaba vivir en una pequeña casa, quizá porque solía jugar en la cabaña lejos de casa. Todo era nuevo. No se esperaba que su esposo fuera tan respetado, ni que el pueblo fuera tan grande, ni mucho menos, saber que viviría en un castillo casi tan bello como el de su padre.

Su padre siempre se expresó de forma muy despectiva de su esposo y resaltó que su condición económica era tan paupérrima como su casta. Definitivamente era una mujer fácil de engañar.

Collete caminaba despacio, ayudada de un bastón y le mostraba los exteriores exuberantes con un estilo barroco. El camino estaba asfaltado con una piedra firme, supusó que fue por los caballos, seguro pasaban con frecuencia. Eliana se detuvo un momento y elevo su mirada hasta la entrada de un inmenso laberinto que se extendía en gran parte de la parte trasera de la casa.

—¿Hermoso? —le preguntó la anciana.

—Muy hermoso —resaltó.

Era cierto, las plantas brillaban en verdor, lucían muy sanas, fuertes y se podían apreciar ciertas flores en gran parte de sus murallas verdes. Collete no se detuvo, siguió avanzando y Eliana la siguió, era la primera vez que entraba a un lugar así. Aunque tenia un poco de temor por perderse, se sentía emocionada, puesto que siempre quiso entrar a uno. Había leído una historia muy antigua de un arquitecto excelente, que construyo un laberinto para un monstruo, el cual recibía sacrificios, vidas humanas para satisfacer su sed de sangre por su encierro. Aquella historia se volvió una de sus favoritas, aunque cuando era niña hacia que le encrespara la piel, pero tenía curiosidad de saber como lucía un auténtico laberinto. Estar allí presente, era uno de sus más íntimos sueños cumplidos, se sintió feliz y a la vez melancólica.

—¿Cómo os ha tratado el viaje, mi señora? —cuestionó la anciana, mientras doblaba hacia la izquierda, internándose más en el inmenso laberinto.

Eliana se sorprendía de la memoria de la anciana, al parecer sabia hacia donde iba.

—Supongo que estuvo muy agitado. Tuvimos que tomar algunos desvíos —respondió.

—Las tierras de Drawstone están bastante alejadas de muchos reinos.

—Eso parece.

—Esperaba vuestra llegada un poco antes, mi señora. El festival de la cosecha esta por terminar. Hubiera sido muy apropiado, que la nueva señora de Drawstone haya estado presente.

—¿Festival de la cosecha? —le cuestionó.

Collete solo asintió. El festival de Broshewd era todavía a fines de años, pero estaban en agosto. Al parecer se celebraba un poco antes. Eliana se preguntó cómo sería la organización de aquel evento. En Broshewd, siempre habían fuegos artificiales, degustación de platillos, ferias de mercaderes y vendimias. Su padre mostraba su mejor cara en aquellos días, atrayendo potenciales comerciantes y terratenientes, solo se involucraba con ellos, si podría obtener algo a cambio, ya que sus tierras era muy fructíferas, pero difíciles de trabajar y se necesitaba de inversión.

—Este año fuimos bendecidos con buenos sembríos y lluvias. Cada año conmemoramos a nuestros muertos de la guerra, disfrutamos de nuestras tradiciones y celebramos la independencia de Drawstone, a manos de nuestro libertador, Mi Tristán— puntualizó.

Había ternura en su voz ¿Su Tristán? Al parecer, eran más unidos de lo que aparentaban.

—Independencia —susurró.

«¿Se podría liberar a un pueblo tan grande solo con un hombre?», se preguntó.

—El evento más importante se celebrará mañana, espero contar con vuestra presencia— añadió.

Eliana asintió tímidamente.

—Vos acaba mencionar "independencia". ¿Drawstone estuvo asediado alguna vez?

—Hubo un tiempo donde todo Drawstone estuvo rodeado de muchos monstruos. No hablo solo de trasgos, duendes o quizá licántropos. Hablo de asesinos y ladrones. Gente de mal vivir y nos hacían mucho daño —recordó con pesar la anciana.

Aquellas vidas que se fueron y las sonrisas que se apagaron, todo por gente mala. Al menos los monstruos actúan por instintos, en lo otros, lo hacían por premeditación.

—como os puede ver todo ha cambiado ahora.

Eliana contempló lo alto de los muros hechos de plantas, la mujer se ayudaba con un bastón para continuar y tocaba de vez en cuando las plantas quizá para guiarse. No pasó mucho para que finalmente llegaran al centro del lugar.

—Drawstone es un lugar diferente, es seguro. Mi Tristán contribuyó mucho en el gran cambio de nuestra tierra. No solo invirtió su propio dinero, también arriesgó su vida por hacerlo. Se empeño tanto en hacerlo seguro, que no se detuvo hasta que lo consiguió.

Eliana se quedó deslumbrada por la preciosa fuente, en medio de ese gran laberinto. Alrededor de ella, tenía plantadas unas flores particulares.

—esas son...

—muy bellas ¿Verdad? —dijo la anciana.

—Sinceramente pensé que solo podían crecer al sur oeste, son muy difíciles de hacerlas florecer, pero como...

—Mi señor trajo unas semillas hace muchos años, de uno de sus viajes a Vermilion. Las sembró el mismo en este lugar. Al parecer, ansiaba mucho verlas florecer en estás temporadas. Son flores fuertes, incluso florecen en el invierno.

Eli se puso de cuclillas, con una de sus manos tocó suavemente las flores que nacían en el suelo.

Flores de Vermilion, le decían.

Solo podían crecer en una parte específica del mundo, eso decían los libros, pero, al parecer, no estaban del todo correcto. Eran por demás extrañas, por sus propiedades curativas. Su peculiar fulgor rojo, la hacían resaltar de las demás flores, incluso su color rojo, eran más intensos que las rosas, casi comparadas con la sangre. Se contaban historias sobre ellas, incluso tenían un homólogo, pero con color oscuro.

—son hermosas —resaltó Eli.

Un nudo se posó en su garganta y su corazón latió despacio, siempre soñó con poder ver aquellas flores vivas. Ya en una ocasión, había visto las oscuras, en su dormitorio. Como una dadiva, de aquel noble que trató de dañarla. Sin embargo, está vez, aquellas flores, cobraban un significado diferente.

—brillan como vuestro cabello, mi señora —señaló la anciana.

La sorpresa en su rostro se hizo notar, ya que, aquellas palabras le abrieron la herida de un viejo recuerdo.

¿Por qué lo recordaba hasta ahora? ¿En realidad había pasado? ¿Era un espejismo?

Quizá lo había enterrado en lo más profundo de su corazón y su memoria.

«-Las flores tendrán vuestro color de cabello.

-Me gustaría poder verlas algún día.

-Cuando sea caballero y noble lo primero que traeré serán aquellas flores.»

«¿Esa voz?», pensó.

-¿Señora? ¿Os pasa algo?

Eli negó, no quería pensar o al menos recordar. Por alguna razón, sentía que traicionaba todo lo que había cultivado hasta ahora.

—Solo estoy cansada —mintió y trató de sonreír.

—Entiendo. Os aseguro que vuestros aposentos serán de vuestro agrado. Mi señor Tristán fue muy cuidadoso con cada detalle de la habitación.

«¿Cuidadoso?», pensó.

—Vos podréis dormir a plenitud, sin preocupación. Además, que el castillo tiene la mejor defensa ante cualquier invasor, es espacioso para vos y vuestras necesidades serán cubiertas con cualquier llamado.

—Me he percatado que tiene una construcción exquisita por fuera. ¿Vos sabéis quien es la persona que participo en el diseño? Me parece, que he visto su trabajo en otro lugar.

—Según tengo entendido. La persona que diseño vuestro castillo, lamentablemente falleció hace unos años, trabajo en la construcción del castillo del rey Luis. Era un hombre bastante solitario, además de muy viejo. Su último trabajo fue este castillo, Tristán lo rescató del abandono, al ser viejo y sin bienes, lo dejaron fuera del círculo social del rey.

—Es una historia muy triste.

—El rey Luis es un ser cruel, no es muy querido por estas tierras. La gracia de dios es grande, Drawstone es un pueblo que por ahora se mantiene independiente, pero, es favorecido gracias a la reputación de mi señor. No debería cargar con tanto...

El rostro de la anciana se tornó triste, Eliana pudo notarlo, incluso tuvo que aclarar su garganta para poder continuar. Todo indicaba que Tristán había sufrido mucho.

—Era demasiado joven cuando se fue de Drawstone. Era un solo un niño... él... no debía de preocuparse tanto. Sin embargo, era muy tenaz, necio y se marchó una noche en busca... a pesar de su juventud y la pobreza con la que había nacido, hizo una fortuna por sus hazañas como mercenario ayudándonos a todos, construyendo este castillo desde hace más de siete años, al punto de obsesionarse por terminarlo. Cada detalle fue cuidado por él, desde este laberinto hasta la torre más alta. Siempre decía...

«Todo tendrá que estar listo antes de la primavera», recordó.

—Sin embargo...

La vieja Collete apagó sus palabras, recordando aquellos días oscuros. Después de un repentino viaje, Tristán no volvio a ser el mismo. Cuando le enviaron las cartas a donde solía hospedarse y no hubo respuesta, supuso que algo había pasado. A los meses, Tristán aparecería totalmente cambiado. Se había vuelto frio, y el brillo en su mirada había desaparecido. A pesar de conservar su amabilidad y su hambre de justicia, algo muy dentro suyo se había roto, al punto de mandar al diablo el castillo, que con tanto empeño había mandado a construir. No paso mucho para que se volviera a ir y sus hazañas traspasaron fronteras.

—¿Estáis bien? —Le cuestionó Eli al verla palidecer.

La anciana asintió despacio y le acaricio el rostro, apreciándolo. Eli no supo como corresponder tal muestra de afecto. Su mirada le traspasó el alma y no pudo evitar sonrojarse, porque tenia el ligero presentimiento de haber vivido aquel cariño implícito antes.

Con sus manos ásperas. Collete acaricio el rostro terso de Eliana y le sonrió con amabilidad. Su Tristán, su pequeño niño había recuperado parte de su brillo y sabia que todo fue gracias a ella. Aunque la noticia de su matrimonio fue sorpresiva, además de impensable, ahora que conocía a la mujer, podía dar fe, que esa relación tenia algún tipo de futuro. Si alguien en este mundo conocía suficiente al implacable Sir Tristán de Drawstone, al caballero negro, era sin dudar ella.

Sir Tristán no se casaría, ni por ordenes del rey, solo se casaría por una razón. Amor, solo un gallardo y valiente caballero se casaría por esa razón. Aunque su razón, no le permitiera aceptarlo.

—Mi señora... escuchadme bien, mi señor aunque es bastante frío y parco de palabras. Es una persona amable, y de buenas intenciones. Os pido, desde lo más profundo de mi corazón, que no os separéis. Sea paciente y candorosa con él, demuestre vuestro afecto, porque él no va ha notarlo, a menos que vos, se lo haga notar. Es un hombre bastante práctico y no le gusta los rodeos, algo difícil para una mujer tan delicada como vos. Tenga paciencia, mi señora. Su voz puede ser fuerte y su carácter, aún más, pero su corazón es bueno... como el de ningún caballero.

Eliana permaneció en silencio, después del discurso de la anciana. Al escucharla, era como escuchar a una madre preocupada por su hijo.

—Os aseguro que no la dañara. Mi Tristán suele ser un poco despistado para algunas cosas, pero si vos le hace notar lo que siente con un simple toque, lo entenderá, eso lo sé. Y que a pesar de no demostrarlo él la...

Un llanto sonoro interrumpió a la señora, ambos dirigieron su mirada la menuda silueta, que se vislumbraba detrás de las paredes verdes.

—¿Qué hacéis allí escondido?

—Me perdí —lloró.

Era un niño muy pequeño casi de unos siete años, dedujo Eliana. El niño estaba tan asustado que no la saludó, su gesto no la molesto, pero no pudo evitar recordar su propia infancia. Las veces que su padre la golpeó cuando la encontraba sucia, por jugar en el jardín o con los perros de caza que tenía. Los insultos y tantas cosas más.

—Quiero a mi mama.

Collete respiro profundo, ya le había advertido al pequeño Tim que no se acercara al laberinto, sus advertencias nunca fueron escuchadas. Más de una vez, lo tuvieron que "rescatar".

—Lo siento, mi señora. Tengo que llevaros a este muchacho con su madre de lo contrario no dejara de llorar. Si desea podemos volver.

—No os preocupéis. Desearía quedarme un poco más.

Eliana sonrió. Su señora era muy amable y educada, no como otras nobles déspotas, que había conocido. Ahora entendía los sentimientos de su Tristán.

—¿Podrá encontrar el camino de regreso?

Eliana asintió, había memorizado las idas y vueltas del laberinto. No le seria difícil volver. El niño llorón se escondió tras las grandes faldas de la anciana, sus grandes ojos cafés llamaron su atención. Eli se acerco despacio, saco un pañuelo que tenia oculto entre su vestido y limpio de a poco su rostro. El niño se dejó tocar, la apariencia tan pulcra de Eli llamó su atención, al punto que callo su llanto.

—Nos volveremos a ver —sonrió complaciente.

Tal pequeño gesto, llamo la atención de Collete, que pudo calificar a su señora que además de educada, era amable. Su belleza deslumbrante quedaba relegada con respecto a la de su alma, pero sus ojos reflejaban algo más, un dolor oculto o quizá un secreto. Quizá más adelante lo descubriría.

—No se olvide de regresar antes del ocaso, mi señora. No os preocupéis por la oscuridad, todos los senderos estarán iluminados por antorchas.

—Iros. No me gustaría ver más lagrimas en él, me gustaría poder ver una sonrisa.

El niño no pudo evitar sonrojarse. Collete tomo del brazo al niño y lo llevo. Eliana se sentó cerca de la fuente y vio su reflejo en él. Sus pensamientos divagaron y no pudo evitar acariciar las flores entre sus dedos, manchándose en el acto. Su color era como el fuego, igual que sus rizos. Había una leyenda que contaba que los que nacían con el color del fuego, eran poseedores de una personalidad arrolladora y valiente, con liderazgo, entre otras cosas más. Solo era una leyenda, después de todo. Ya que ella carecía que todas las cualidades que se nombraban.

Su baja autoestima la hacia sentir inferior y a pesar de saber que era inteligente, sentía que sin su alquimia, ella seria catalogada peor que basura. Quizá sus poderes la hacen diferente, pero no especial. El sol caía en los cielos de Drawstone, Eli se puso de pie y sus pasos la alejaron de la fuente y de las hermosas flores, que poco a poco se cerraban.

Aún recordaba el día, donde quiso decirle a su padre de sus habilidades, quizá pensando ingenuamente que al fin podría tener un tipo de aprobación, pero encontró todo lo contrario.

«Eres inútil, al igual que tu madre. Puede que vuestra vista haya vuelto, pero eso no cambiara la deshonra que siempre serás para mí», recordó.

Se limpió las lágrimas de sus ojos, ya debería olvidar su pasado. Su padre estaba mucha distancia de ella, ya no podría dañarla, pero eso no impedía pensar en su madre. Aunque era fría con ella, no dejaba de ser su madre y otra víctima fe su padre.

«Pero que le dijiste...», recordó.

Aquel susurro acompañado con un abrazo, luego que su padre le dejara moreteado el ojo.

¿Qué le dijiste? Aquella pregunta se sintió como si la culpa fuera de ella.

—Espero que estéis bien... madre —susurró.

Eliana se percató que no podía reconocer donde estaba, no era el panorama que había visto al entrar, seguro había salido por la otra salida del laberinto. Su cansancio le impedía volver a internarse, así que, optó por caminar por el costado para llegar a la entrada principal. Según veía, se podían visualizar las cabellerizas, la herrería y otro cuarto que tenia las puertas cerradas. El lugar era inmenso.

—¡Señora!

—Sir Arthur, buenas tardes —saludó.

El caballero salía del establo, sudado ya que le habían encomendado guardar y asear a cada caballo.

—¿Estáis perdida? —Eli negó—. Lamento mi mal olor, señora. Yo...

—No os preocupéis. Iba de regreso, tengo que cambiarme... hace un poco de calor.

—Drawstone tiene un clima bastante cálido, mi señora. Gracias a eso, es que sus tierras son fértiles.

Eliana solo pudo darle razón y le sonrió. Aquella inocencia y virtud en Eli, era algo que no pasaba desapercibido ante sus ojos. Nunca había conocido a una mujer como ella, ahora lo sabía.

—¿Me permite escoltaros?

—Yo no podría pedirle tal cosa, vos debéis estar muy ocupado.

—Soy vuestro caballero, mi señora. Mi deber es cuidaros sobre cualquier otro tipo de ocupación. Además, es vuestro primer día aquí.

—entiendo. Mostradme por favor el camino.

Arthur se colocó a un lado, guardo la distancia prudente. Eliana era tan elegante al caminar, con esa postura perfecta y su pulcra apariencia. Sin embargo, su inocencia era algo que lo deslumbraba. Aquel comentario sobre el calor, lo hizo sonreír muy en el fondo, ya que usualmente se tomaba como un genuino coqueteo. Las damas solían quejarse del frio, para obtener algún tipo de abrigo de los varones o del calor, para que las miradas se enfocaran en el escote de sus vestidos, pero en esta ocasión no era así. Su comentario estaba lejos de ser catalogado como coqueto.

Eliana portaba un vestido que no poseía un escote, y el sudor por su rostro caía por los lados. Durante el trayecto saludaron a varios jornaleros, el herrero del castillo y otras criadas.

—¿Qué le parece Drawstone, mi señora?

—Es una tierra hermosa, llena de vida. Cuando veníamos, pude percatarme de los esplendorosos bosques. Su fauna y flora es magnífica. Si bien en Broshewd, también es conocido por sus riquezas, me atrevo a declarar que Drawstone supera en creces a mi tierra.

—Es muy sincera, mi señora.

—El acento aquí es un poco diferente —resaltó Eli.

No había podido hablar con soltura, pero lo poco que había oído es que hablaban un poco diferente a ella, ya que utilizaban otras palabras y enfatizaban en algunas letras.

—Os acostumbrareis —afirmó. —También me costó un poco adaptarme, pero aquí todos son muy amables.

—¿Vos no sois de Drawstone? —Le cuestionó.

—Me gustaría afirmar que me crie aquí, pero no. Mi nacimiento data del norte, donde no existe la noche en los veranos.

—¿Eso es verdad? —Preguntó con evidente curiosidad. —Había leído sobre aquello, pero me parece algo fantasioso. Se cuentan muchas cosas del norte, caballero.

—Sus leyendas y cultura son bastas, pero... las personas de donde provengo no son tan amables como aquí. Agradezco a Lord Tristán por brindarme la oportunidad de pertenecer a su caballería y de recibirme aquí.

Había un halo de tristeza en la voz del amable caballero, Eli pudo notarlo. Era bastante observadora con respecto al dolor de las personas, pero en otros tipos de sentimientos era un poco ignorante. Sus pasos los llevaron cerca de la entrada. Arthur sabia que debía de despedirse, pero muy dentro de él, no quería. Sus deseos eran alargar la amena conversación entre ellos, le gustaba hablar con ella, pero su razón le decía que no estaba bien. Aunque era su caballero, no era apropiado esas conversaciones y menos a solas.

—Me despido, mi señora.

—¿Os volveré a ver? —Le cuestiono inocentemente.

Aquella inocente pregunta, encendió cierta chispa en el caballero, quitándole el aliento.

—Eso me temo —bromeó.

—Que tenga buenas tardes, Sir Arthur.

—Que tenga buenas tardes, mi señora.

Eli entro con una enorme sonrisa al castillo. Todo era observado por una ventana, unos ojos muy oscuros habían observado todo. Su mirada se había vuelto filosa, cuando vio llegar a su esposa con uno de sus mas fieles caballeros.

¿Por qué sonreía de esa forma con él? ¿Por qué no podía robarle las mismas risas y gestos? Se cuestionó.

Arthur y él eran muy diferentes.

Las paredes eran tan altas y adornadas por hermosas pinturas. Algo llamo la atención de la hermosa pelirroja, fue el tipo de retrato que había colgados. Usualmente, los castillos de cualquier noble, siempre eran adornados por su propio ego, siendo pintados en imponentes caballos y trajes magníficos. Eliana esperaba encontrar alguna pintura de tal categoría, pero no. En su lugar, hallo lienzos de la vida de los campesinos, aves en nidos y lo que mas llamo su atención, fue uno de un lago, que estaba rodeado de árboles de glicemias. Simplemente, hermoso.

—¿Dónde estabas?

—¡Tristán! —Se asustó.

Su semblante algo serio la intimidó, pero recordó las palabras de Collete.

«Tiene un buen corazón», recordó.

—Collete me llevo a ver el laberinto. Me encontré con Sir Arthur y tuvo la amabilidad de escoltarme hasta aquí.

Tristán intensificó su mirada sobre ella, arrebatándole un autentico sonrojo.

—Lamento si me demore. No volverá a pasar, mi señor.

—No me gusta que te disculpes por todo —su voz fue tan roca, pero a la vez amable.

Eli elevo su mirada, ahora que lo tenia tan cerca, podía ver algo diferente a través de sus ojos. Siempre que ambos hablaban, ella tenia su mirada puesta en el movimiento de sus labios, pero ahora, tenía la valentía de poder verlos a los ojos, sin intimidarse tanto.

—Esta será vuestra casa a partir de ahora. Vos seréis la señora de este castillo, podréis rehacer y deshacer lo que os guste y lo que no.

¿Sus palabras eran ciertas? Fue la primera pregunta que se formulo Eli. ¿Qué tipo de poder estaba obteniendo de su esposo?

«Te dije que no lo tocarás», recordó.

No pudo evitar divagar. No podía evitar pensar sus traumas, que la acompañaban incluso despierta. Algo que era propio de ella, era su curiosidad. Aquella que lamentablemente le ocasiono más de un problema, y la llenaron de colores en el cuerpo.

—Ven.

Tristán la tomo de mano y la llevo con sutileza hasta la planta de arriba del castillo. Las escaleras eran interminables.

¿A dónde la llevaba?

Después de caminar unos pasillos más, una enorme puerta de madera de roble les daba la bienvenida. Tristán la abrió y los ojos de Eliana se abrieron enormemente. Su agarre se soltó y ella junto sus manos en su pecho.

—Esta será nuestra habitación.

¿Habitación? No era como cualquiera, era inmensa. Sus ventanales enormes daban buena iluminación, incluso había uno en el techo, tenia una cama excesivamente grande, muebles a juego y un enorme espejo de aran, bastante costoso para poseerlo un antiguo mercenario, pero lo que más deslumbro a Eliana, fue la escalera tipo caracol que le llevaba a una planta arriba, donde se podían ver lo que parecía muchos libros. Su cuerpo se movió solo, las subió y se encontró con un panorama hermoso a su vista. Si, eran libros, muchos, incluso más que la biblioteca de su padre. No pudo evitar acercarse, observando lo bien ordenados que estaban, alfabéticamente y por temas. También, tenía una pequeña mesa, sobre ella. tenia un tintero con una pluma. Una mullida silla y pinturas sobre la pared.

—Esta sola es una biblioteca para vuestro uso personal —Ella lo vio sorprendida—. La principal esta al ala oeste del castillo, podrás acceder a todos los libros que quieras allí. Tengo que deciros que también es de acceso para todos. No os sorprendéis, si encontráis a alguien allí. Aunque me temo, que casi nadie va.

Tristán era consciente del nivel de analfabetismo de su tierra, aunque había tratado de ayudar en ese aspecto. No podía ocuparse de todo.

—Pero como... todos estos libros... además, me informáis que hay más...

—Muchos de estos libros fueron rescatados de mis múltiples mis misiones. Algunos los compré en mis viajes, otros fueron regalos.

—Nunca había visto tantos libros.

—¿Son de vuestro agrado?

Había un halo de ilusión en tono de voz del caballero, pero Eliana no respondió. No podía salir de su asombro, un calor hermoso se posó en su corazón y solo atinó a decir.

—Muchas gracias —sonrió.

Ambos compartieron una prolongada mirada, pero el caballero recordó un triste episodio de su vida. Algo muy dentro suyo dolía.

—Esto debería ser poco para la hija de un Duque.

La magia del momento se rompió. Tristán apartó su mirada, quizá avergonzado por su comportamiento. Su resentimiento era algo que debería de superar. Había algo más dentro suyo, quizá era el hecho que se sentía celoso. Ver a Eli sentirse tan a gusto con otro hombre que no sea él, lo hacia frustrarse. Él era su esposo, ante dios y la ley, pero ella no lo veía como uno. Quizá esperaba algo más, que un escueto gracias, pero ella no lo amaba y no debía de olvidarlo.

Eli pudo ver cierta frustración en él. ¿Por qué minimizar sus actos? Ahora entendía que Tristán tenia cierto concepto sobre ella. La hija del Duque, que tanto enfatizaba, había sido infeliz prácticamente toda su vida.

—Tengo que deciros, que mi entorno es muy distinto al vuestro. Mis amigos son humildes jornaleros, caballeros y gente del pueblo. Así que, ellos se sientan en mi mesa y son recibidos con lo mejor de mi casa. Espero que no os moleste.

Allí estaba una vez más, el Tristán hosco que había conocido al inicio. ¿Por qué sentía que su esposo la atraía y la apartaba? No lo sentía justo. Si bien no se habían conocido durante el cortejo o su fugaz compromiso, ella siempre quiso que supiera su sencillez y lo tímida que era. Al parecer, sus esfuerzos fueron en vano, pero, no lo culpaba. Ella también tenía un concepto equivocado sobre él.

—La cena será servida en unas horas, mandaré a llamar a las criadas para que puedas asearte.

Tristán estaba dispuesto a irse, dejándola muy confundida. Cuando estuvo dispuesto a descender por las escaleras, un suave agarre lo detuvo. Su mirada observó de lado, a una tímida Eli, que había tomado parte de su capa con dos de sus dedos.

—Yo... no me molesta vuestros amigos.

Tristán frunció el ceño ante su declaración. Ella tenia la mirada puesta en el piso.

—Vuestro entorno me parece muy gentil. No me molesta ni los jornaleros, mucho menos los soldados... Todo... —Eli se aclaró su garganta, estaba sumamente nerviosa—. Todo aquí me gusta. Yo...

Sutilmente, Tristán tomo su barbilla y elevo su mirada. Su corazón se enterneció al ver el semblante triste de su esposa. Había sido muy duro con ella.

«Tiene que demostrarle lo que siente, bastara con un simple toque», recordó.

A pesar de lo mucho que le intimidaba Tristán. Una Eli muy nerviosa, tomo ambas manos del caballero. El metal de sus guanteletes eran fríos, pero no importó.

—Yo soy muy feliz aquí.

¿Era verdad? ¿Era feliz?

Tristán tuvo las inmensas ganas de abrazarla, pero en esa ocasión no se sintió digno de hacerlo. Nunca debió cuestionarle si su entorno le agradaba. Eli demostró que podía ser muy sociable, si se lo proponía, había ayudado a sus compañeros durante el percance de los trasgos. Ella no era como las otras nobles.

—¿No mientes?

Ella negó despacio, por alguna extraña razón, quería comunicarse de una forma clara con su esposo. Su corazón comenzó latir muy despacio, y con una sola mirada del caballero, le quito el aliento. Tristán se atrevió a acariciarle la comisura de los labios, tentados quizá por probarlos, pero no, no debía de ser tan ambicioso. No aún.

El caballero tenía unos reflejos muy filudos, pero, cuando se trataba de ella simplemente no funcionaba. Eli podía sonreírle de la forma más auténtica a Arthur, pero, aquella parte tan intima de su ser, solo afloraba cuando estaba con él.

Él no lo notaba, tampoco ella.

(...)

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