Capítulo X

Alquimia, práctica pagana que está prohibida de usarse desde hace cientos de años. La iglesia satanizó tal cosa, por darle el crédito solo a la creación divina de Dios. Si su entidad divina lo había hecho todo, entonces no habría necesidad de investigar a fondo la creación del mundo y el propósito de la existencia, solo se tendría que aceptar lo que la iglesia y la biblia declaraba. La curiosidad llevo muchos a su destino final.

¿Por qué las plantas necesitan sol y agua? ¿Porque hay día y noche? ¿Porque algunas plantas pueden ser venenosas y otras no? ¿Porque los desastres naturales? ¿Porque algunas cosas reaccionan con otras? Tantas preguntas y muchos buscaron las respuestas, pero fueron silenciados.

Las cosas en el mundo simplemente existían y ya, no hacia falta buscar una explicación. Todo era gracias a Dios y punto, lo demás era herejía.

Por esa hambre de sapiencia. Algunas personas comenzaron a investigar en secreto y muchas de ellas fueron catalogadas como brujos y herejes. Más de seis millones de mujeres fueron quemadas en hogueras por tales prácticas, acusadas de faltarle el respeto a dios. Ellas solo querían obtener aquel conocimiento y eso fue lo último que hicieron. Aunque la brujería fue con el tiempo perdiendo cierta reputación, y las personas le perdieron el miedo. No paso mucho para que fueran calificada como charlatanería.

Todo cobro más fuerza con las guerras entre los hombres, muchos utilizaron alquimia con fines militares, causando caos y destrucción, los daños eran irreparables. Las vidas que se perdieron entonces, jamás fueron repuestas y cuando los reinos entraron en paz, persiguieron a aquellos que los ayudaron. Alquimista por alquimista fueron cazados, uno a uno, destripados y sus cabezas estuvieron en un estandarte. Los reyes de entonces los culparon de todo la muerte y destrucción, las personas temerosas se sintieron aliviadas por sus ejecuciones.

Le temían, la alquimia era mala para todos.

Su sola palabra causaba horror y zozobra, todos huían a quienes hablaban de ella. Otros fueron señalados. Todo referente a alquimia era mal augurio, todo lo relacionado era malo, muy malo. Hubo civilizaciones que desarrollaron un gusto por la alquimia. Los trovadores y juglares se encargaron en pregonar que, en aquellos lugares, se podía curar todo tipo de enfermedad, que se edificaban enormes castillos hechos solo con el alma. Muchas de ellas sucumbieron ante la codicia y el poder que la alquimia les proporcionaba. Tales sentimientos fueron la destrucción de su gente, que hubo un pueblo tan desarrollado que se hundió en el mar, guardando sus secretos y sus tesoros.

Al pasar de los años las personas olvidan, pero los grandes reyes y la iglesia, no. El último alquimista del que se tenía registro, había vivido hace quinientos años y había sido ejecutado por el rey Luis IV. Se pensaba que nadie podría volver a usarla, se le prohibió y se infundió miedo a las personas.

¿Cómo ella sabía de la alquimia? ¿Como y donde la aprendió?

Hasta donde sabia, ella nunca había salido de su castillo, era la hija olvidada del Duque. ¿Acaso los nobles sabían en secreto la alquimia? No, se respondió. Si hubiera sido el caso, no la hubieran casado con alguien como él.

Eli estaba en edad de casarse hasta con el mismísimo hijo de rey o hasta el con rey, pero su padre no lo hizo. Su posición en el reino era de la más alta. No solo era hija del Duque de Broshewd, también era prima cercana del rey. Los títulos mobiliarios de su cruel padre eran notorios y temidos.

Había demasiado que no sabia y eso lo molestaba. Tristán era un hombre bastante controlador, metódico y neurótico. Si la situación se le escapa de las manos, era algo que no podía soportar y debía de resolver. Necesitaba controlar la situación y lo único que necesitaba, era que Eli le confesara la verdad, su verdad y la ayudaría, pero para eso necesitaba ganarse su confianza y eso requería tiempo.

—¿Desde cuándo lo sé? —le dijo a Tristán con un halo de verdad y vergüenza, nunca había hablado de eso con nadie. —desde hace casi 9 años… fue poco después de…

«¿Tanto tiempo?» Se pregunto Tristán.

—Nací con ceguera, Tristán —su voz era algo triste y sus ojos se cristalizaron. Le dolía hablar de ello. —fue la alquimia que me ayudo a salir de la oscuridad.

No mostro ningún tipo de aversión a lo poco que ella explicaba, verla apretar sus manos. No querer salir aún de la orilla, sin temor a seguir empampándose. Solo le hizo llegar a la conclusión, que ella le costaba hablar de ello y tenía miedo, lo podía ver en sus ojos.

—¿Quién me lo enseño?... aquello no tiene relevancia, creo. Hay fragmentos de mis recuerdos que están tan confusos. He tratado por muchos años repararlos, pero no puedo. He olvidado muchas cosas de como lo aprendí. Siento que... en mi cabeza, hay muchas memorias mías que no puedo recordar. Es difícil de explicar. Si mis padres lo saben, la respuesta es simple, no, no lo saben.

«Entonces estuvo sola», pensó Tristán.

¿Cómo alguien podría sostener tal secreto? Y por tanto tiempo.

—Entonces, mi señor... ¿Qué hará ahora? ¿me devolverá con mis padres? —sus lágrimas resbalaron de forma amarga por su rostro, era evidente que tenia miedo, mucho. Al parecer no quería volver, eso notó.

Ante el escrutinio de ella constante terminó por responder.

—jamás —declaró, sellando una promesa implícita entre ambos.

Otra promesa más entre ellos, en ese matrimonio, pero esta vez de parte suya.

(…)

Los caballeros reían, tomaban cervezas y comían mucha carne de conejo, que habían casado. Rubén ya se encontraba bien, reía y todos se burlaban de haberlo tenido inconsciente, por casi dos días. También Jonathan estaba mucho mejor, con ánimos de llegar rápido e irse a un burdel a relajarse. Todo parecía bien, aunque los convalecientes dudaba que la esposa del comandante les había ayudado. Los caballeros contaron con detalle lo que había pasado, aun así, no pudieron creerlo, pero en algo habían coincidido. En su estado rem, ambos habían escuchado una voz muy similar a la de ella, pareciera como si se hubiera metido, hasta en sus cabezas, para traerlos a la luz. No pudieron agradecerle como quisieran, por los motivos obvios. Nadie hablaba de Eli, ni de las extrañas habilidades que poseía. No era solo por el temor a ser reprendidos por Tristán, también era por el respeto a ella. Eli paso de ser una noble desconocida, a ser un miembro más de ellos y entre camaradas se cuidaban las espaldas. Era un asunto delicado y todos lo sabían.

No podían acercársele, Tristán era demasiado celoso, pudieron notar su cambio en los últimos días. Supusieron que trataba de protegerla. No cuestionar su accionar, era una de las tantas reglas implícitas que se tenían y después de tantos años pelando juntos, eso no había cambiado. Él era así, sobreprotector con todos los que le importaban. Siempre se mostraba afectado por la pérdida de alguno de sus compañeros, llorar bajo la lluvia echándose y querer su espacio después de una desgracia, era parte de su comportamiento. La culpa de las perdidas recaía en él y por más palabras de aliento, no cambiaban el dolor en su alma. Tristán era muy exigente con ellos, en cada entrenamiento era duro, y los dejaba agotados, instruyéndolos bien, sobre que comer y como actuar en diferentes situaciones, velaba mucho por ellos, por eso tenia su lealtad y su fe. Sus caballeros lo seguirían al mismísimo infierno, si fuera necesario.

Muchos se preguntaron porque renuncio a la orden de los caballeros de capa blanca, los más cercanos al rey. Era sumamente difícil entrar allí, a menos de tener una recomendación de un noble, un antiguo caballero o el mismo rey. Ser parte de aquella caballería solo podría traer oro y gloria, muchos podían incluso a poseer un título mobiliario. Tristán hubiera ingresado por mérito propio, pero el rey le ofreció su ingreso directo o quizá por el temor de ser atacado por su pequeño grupo, llamado las águilas negras. Su titulo fue mas temido, cuando mato a leviatán, la serpiente mencionada en la mismísima biblia, la hizo pedazos con sus propias manos. Sus hazañas fueron múltiples, Tristán fue honrado por más de un rey, viajo y conoció mucho; pudo quedarse en cualquier lugar y ser honrado por los reinos más poderosos, pero ¿Por qué regreso?

El único que lo conocía un poco más era Benedict, pero tampoco conocía, todas las respuestas a su pasado. Sin embargo, todos admiraban al hombre que los lideraba, su pasado no importaba. Cuando lo nombraron caballero del rey, nombrándolo prácticamente noble, a un simple plebeyo. Muchos pensaron que Tristán tomaría posición de su título, pero no lo hizo. Todo paso muy rápido y cuando menos lo imaginaban, ya estaba comprometido con la hija del cruel Duque de Broshewd.

(…)

Era bastante tarde, pero eso parecía no molestarla. Estaba admirando las estrellas y entonado una canción, cerró ojos y escucho las olas rompiendo a lo lejos. La sensación fría no la molestaba, es más, podría catalogarla que era agradable.

La luna, estrellas y el cielo oscuro

Flore y aves duermen

Y su corazones….

Tristán vio a la distancia a su escurridiza esposa, a medida que se acercaba pudo escuchar su melodiosa voz. Era un placer escucharla cantar, estaba tan concentrada que no la molesto, se permitió disfrutar de su voz, pero aquellas letras le trajeron malos recuerdos. Ya había escuchado la misma canción, no podia olvidarla, era como una enfermedad.

«Mi Tristán», pensó.

—Tristán —susurro evidentemente abochornada, pero no respondió. Lo volvió a llamar, pero no parecía reaccionar. —¿Tristán?

—¿Dónde aprendiste esa canción? —le cuestionó.

Él parecía ido, sus puños estaban cerrados y lucia muy molesto, casi furioso.

—¿Estáis bien? —comenzó acercarse, cuestionándose el porque estaba molesto.

¿Había hecho algo malo? Se acercó inocentemente

—Tristán...

—¡No me toquéis! —le gritó cuando ella pretendió tocarlo.

La forma tan agresiva en como se dirigió a ella la asusto, retrocedió. No era el mismo, lo veía en su mirada. Era de noche, pero el ambiente tranquilo que usualmente se sentía al estar solos, había desaparecido.

No la podía ver, delante de él estaba su pasado, uno que lo atormentaba.

«¿Cómo te llamas?¿me alegra que me hayas venido a visitar?»

Su cabeza comenzó a doler. Los recuerdos del día, aquel que cambio su vida, le nublaron la mente. Todo le dio vueltas y su pasado lo atormento, sumergiéndolo en un abismo que lo asfixiaba. Habían muchas cicatrices que no sanaban, muchas que aún le dolían y cuando volvió en si, vio como ella lloraba amargamente. Se sorprendió, dándose cuenta, que la tenia sujeta fuertemente del brazo, lastimándola por la fuerza de su agarre, la soltó aturdido por lo que acaba de pasar.

Su mirada desconcertada llego a la llorosa de ella, no le gusto como lo miraba. Era como si él fuera un monstruo ante sus ojos.

¿Qué le paso? Ni él lo sabia

La vio alejarse sin mirara atrás, pero por extraño que aparezca no la siguió, la dejo ir. No la quería ver, tampoco tenerla cerca, ahora solo la quería lejos de él y por un pequeño instante sintió que la odiaba, que le tenia el mas profundo odio.

¿Estaba perdiendo la razón?

La vio entrar a la cabaña, y un breve recuerdo se sobrepuso en ella. Un sentimiento tan nefasto como el odio o el rencor, era algo que nunca había sentido por nadie, ni siquiera por los que le hicieron las peores atrocidades. Aquellas que no le permitían dormir y que lo atormentaban. Sentía que era demasiado orgulloso, para otorgarle hasta ese sentimiento tan despreciable a los seres más repudiables de este mundo. Aquellos no se merecían nada, incluso su odio.

(…)

A la mañana siguiente, Eli decidió quedarse todo el día en su habitación. Se dirigió de manera bastante escueta con su esposo, tampoco le preguntó su accionar. Tristán no quiso darle mucho importancia al asunto, así que tampoco durmió con ella. Toda la caballería se estaban alistando  para poder viajar, ya tenían las provisiones como mucha carne, pan, queso y los caballos ya estaban bien alimentados, para el viaje de una semana hacia Drawstone, tomarían un atajo por las extensas minas de Banuer. Un pueblo subterráneo de enanos los aguardaba, eran bastante graciosos, orgullosos y tenaces. Muchos decían que respiraban orgullo aquellas personas.

Todos notaron lo extraño que lucían Tristán y su esposa, por lo general siempre le llevaba su almuerzo, pero ahora le había pedido a Camille que lo hiciera, porque estaba demasiado ocupado. Aunque ella no protestó, si le molesto, porque no quería que la trataran como una sirvienta, solo porque era mujer. Tenia muchas cosas que pensar, muchos demonios que alejar, si quería iniciar una nueva vida, pero le era difícil, tan difícil. Se sentía tan vulnerable ante ella y no sabia porque.

Al anochecer la vio alejarse para estar junto al mar, sosteniendo unos de sus acostumbrados libros, mirar al cielo y volver a leer. La luna lucia extremadamente bella esa noche, hacia brillar el mar como siempre, pero eso paso a segundo plano. Cuando la vio pararse, quitarse los zapatos y dirigirse para tocar el mar con sus pies. Supuso que ya estaba enterada que partirían mañana temprano y con lo mucho que le gusto el lugar, quizá quería despedirse. Aunque la idea que se enfermara paso por su mente, porque hacia frio, quería dejarla ser libre por un instante. No dejo de ver el reflejo del agua brillar entre sus manos, la luna era lo bastante luminosa junto con las estrellas, para notarla sonreír. Ella lucia encantada junto a las olas nocturnas, la encontró particularmente bella.

—No queráis viajar enferma —ella volteó, cuando le habló y salió del mar casi asustada.

—yo… yo lo siento —Se apresuró por decir. No se sentía nada cómoda con él, después de aquel extraño suceso. —Me... retiro a mi pieza —frunció el ceño al verla huir prácticamente, estaba asustada y no podía ocultarlo, pareciera que regresaban al inicio de su relación.

Eli se coloco los zapatos, se acercó hasta donde había dejado su pequeño libro y quiso pasarlo de largo. No quería verlo, aún seguía asustada. Cuando le rozó a un lado, Tristán tomo el pequeño libro y lo abrió. Era tan hábil para arrebatar ciertas cosas, pensó ella.

—Estos son…

Constelaciones.

La miro, ella aún seguía apartada de su lado. A pesar de dirigirse a ella, no le respondió. Jugaba con sus manos y no lo miraba a los ojos.

—yo...

Eli no sabia que decir con exactitud. Algo que no toleraba era ese tipo de arrebatos, ya bastante maltratada había Sido en su antiguo hogar, como para tolerar que la misma historia se repita.

—Lamento lo de anoche —Eliana elevo su mirada triste hacia él. —no sé que me paso ¿Podréis olvidarlo? No pretendo lastimarla, os lo juro. Preferiría quemarme las manos, antes de tocaros de esa forma.

Tristán no mentía y su mirada sincera lo delataba.

Ella sintió un profundo alivio por sus palabras. Si podía ver el arrepentimiento de su parte. También estaba tan confundida cuando paso. Tampoco entendió porque le dijo aquellas cosas, pero sintió empatía por él. No era nada fácil empezar una nueva vida con a extraña, por sus propias palabras también Tristán estuvo alguna vez enamorado.

¿Qué habrá sido de aquella mujer?

Ella, más que nadie sabia. Lo difícil que era dejar los sentimientos por la persona que amas.

Ahora entendía, que hasta el hombre más fuerte del mundo. Era débil ante las pesadillas y sus demonios. Tristán era atormentado por algo, y no era nada bueno. A ella también le atormentaban sus demonios cada noche, pero a él pareciera que lo atormentaban de día. Por eso leía, leía mucho para aquellos pensamientos la dejarán en paz. Su lectura era como un somnífero que le permitía soñar con algo mejor y poder conciliar el sueño.

—¿No son hermosas? —miró al cielo, tratando de desviar la conversación. No hacía falta palabras para la disculpa, ya aceptada. —las estrellas son tan hermosas, mi señor —sonrió y él solo se dedicó a escucharla. —Me he cuestionado tantas veces, a qué distancia de nosotros se encontrarán, y que tan antiguas son. Había noche enteras dónde solía contarlas hasta dormir… Sin embargo —recordó. —Nunca había visto tantas como está noche.

Tristán también se dedicó a verlas, la noche era bastante iluminada. La luna muy grande adornaba el cielo y extendía su manto por aquella playa. Las estrellas como pequeños puntos resplandecientes en el cielo embelesaban la noche.

—Esas son... —señalo con sus manos, trato de decir.

—la cruz del norte —la interrumpió y captó la atención de su esposo. —Ayuda a los marineros perdidos a regresar a su destino. Las brújulas suelen ser engañosas en mares peligrosos —señalo. —también encontramos a Orión, Pegaso, Andrómeda y leo.

Solo podía sonreír ante sus afirmaciones, sabía tanto. Él era tal como lo imaginaba, realmente su esposo era como los héroes de sus libros. Su padre solía menospreciarlo, catalogándolo como un hombre ignorante y sin clase, pero no. Su esposo no era así. En sus manos tenía el único libro de astronomía de su casa, estaba seguro que su padre no lo extrañaría. Aunque la información era algo confusa, podía entenderlo. En aquel, estaba descritas la gran mayoría de constelaciones descubiertas y hablaban de otros mundos.

—allí también están…

—Dragón, compuesta por cinco estrellas, señalan hasta el oriente —interrumpió, trazando con sus manos el cielo. —civilizaciones antiguas hablaban de las estrellas como señales divinas. Se decía que en ellas puedes encontrar vuestro destino, que todos venimos en este mundo con una estrella. Que nuestro destino ya está marcado y debemos someternos a nuestra estrella.

Tristán también sonrió, al parecer no tenia mucho que explicarle. Eliana era una mujer inteligente y los temas de conversación con ella, eran infinitos. Quizá nunca haya salido de su casa, pero conocía mucho el mundo por esos libros.

—Nunca acepte eso —declaró. —siempre fui libre de elegir mis decisiones, hacia donde ir o que hacer. Nunca me vi sometido a la presión de nada o de nadie. Siempre seguí mis instintos y mi raciocinio.

—¿Y si aquel instinto y raciono fuera el destino vuestro? Entonces todo estaría destinado a su suceder ¿No lo creéis?

—Quizá, pero he vivido lo suficiente, para poder decir que podemos elegir la vida que queramos —había mucha sinceridad y amargura en sus palabras.

—Quizá no todos podamos elegir, mi señor —la tristeza en su voz se hizo notar. Sus palabras tenían mucha validez, pero no aplicaban para todas las personas.

Ella no pudo elegir la vida que quiso, simplemente se sometió al destino  que le encamino su padre y el rey. Quizá fue tenaz al principio al negarse en casarse, pero el destino le puso en el camino a Tristán. Si fuera por ella seguiría esperando, pero tenía que aceptarlo por duro que fuera. Aunque hasta ahora, tener una vida con el enigmático caballero. No era una idea descabellada, la trataba bien y la respetaba. Tampoco la obligaba a yacer con él.

—Es verdad —aceptó y atrajo se atención. —muchos niños y niñas simplemente nacen en la desgracia y por más que traten de huir de su destino, simplemente se sumergen más en la desesperanza y se pierden en el camino. El abismo que tienen que atravesar es muy vasto y fatal.

Tantos niños y niñas nacidos huérfanos, sometidos, maltratos muchos violados y asesinados por crueles personas, pero muchos resistieron, así como él. Si estuviera en sus manos ayudaría a todos los que pudiera, pero no podía. Tampoco podía fijarse en todas las víctimas de sus batallas, no podía cargar con tanto. La vida de un caballero era demandante, al igual de un mercenario. No tenia un pasado del cual avergonzarse, siempre se alineo a los designios de sus principios y los de Dios.

—Es realmente triste. Lo que mencionáis.

—Triste no, es solo la verdad. Quizá no lo sepáis, pero hay destinos peores que la misma muerte.

No podía debatir aquello, tenía razón. Seguro en el mundo, habían cosas peores de las que había vivido. Allí junto al mar, pudo palpar por primera vez la tristeza de su parte, había algo que escondía, era doloroso y muy dentro su corazón. No quería preguntar, ella también ocultaba sus propios demonios y no permitirían que salieran. Los había enterrado en lo más profundo de su memoria y allí se quedarían.

En el silencio de la noches. Ambos se dedicaron a contemplar el firmamento. Ellos no lo sabían aun, pero disfrutaban mucho aquel silencio entre ambos. Ya no eran un par desconocidos, tampoco eran amigos. Solo eran dos personas que guardaban dolor en sus corazones, que no esperaban sanar, pero lentamente lo estaban haciendo.

(…)

Ya muy temprano en la mañana, todos estaban listos para viajar. Ella subió al carruaje ocultando su acostumbrada fobia, se disputo ha prestar toda su atención a su pequeño libro. Toda la noche había devorado página por página, maravillándose por los cuerpos celestes, incluso lo leyó dos veces. Su velocidad de lectura había crecido mucho en las últimas semanas

Las horas fueron pasando, cuando cayó el atardecer se detuvieron para cazar y comer. La tierra era bastante fértil, pero no sé acomodaron las tiendas como siempre, el almuerzo fue bastante rápido. Alimentaron a los caballos, bebieron y continuaron hasta el anochecer. Cuando el sol cayó se encontraron con un sendero iluminado por pequeñas antorchas. El camino comenzó a descender, los caballos se asustaron un poco al comenzar a oscurecerse. Eli vio por la ventana, que comenzaban a sumergirse a una especie de caverna, se atemorizó entrar en las penumbra, pero tuvo que recomponerse, estaba con su esposo y sus caballeros, no estaba sola. Luego se empezó a escuchar un sonido que provenía de adentro, parecían caballos. Los caballeros tomaron un poco de aceite y encendieron sus antorchas para poder iluminar el camino.

Un pequeño Jinete montado de un burro aparecía galopando a toda prisa, tenía la barba larga, llevaba una alforja alrededor de su pecho. Era a lo que les llamaban enano, ella no podría fijarse mucho, ya que su estatura era más baja que la promedio.

Ya había visto a un enano antes, fue de visita a su casa presentándose delante de su padre, para iniciar negocios relacionados a la minería. Era un fructífero comerciante. Sin embargo, las negociaciones no llegaron a buen puerto, nunca supo lo que pasó realmente.

—¡Por dónde diablos es!

—¡Creo que es por la derecha!

—¡No por la izquierda!

Benedict y Rubén se encontraban a la cabeza de la caravana, pero se estaban en el predicamento hacia donde ir. Las cavernas de los enanos de Banuer, conocidos por ser laberintos insufribles, estos eran trampas para muchos que osaban atacarlos. La mayoría solio rodear estas minas, pero estos eran la caballería de Drawstone.

—Es por la derecha —Tristán aparecía montando gallardamente su caballo. —sigamos todo de frente.

Así obedecieron y desviaron a los caballos hacia la derecha. El camino parecía eterno, sumido en una penumbra escabrosa. Eli dejo de leer, ya no tenía luz suficiente. Solo se atrevía a ver por de la ventana, suspirando profundamente, ya quería llegar. Había permanecido mucho tiempo sentada, le dolía mucho el trasero y además necesitaba ir al baño. Debía de resistir.

«¡Nosotros no solo extraemos  oro, plata, cobre o carbón. Los enanos de unión extraemos!», recordó.

Era cierto, ellos extraer el metal más valioso de todo el mundo fenton. Un mental más poderoso que el acero, sus cotas de malla podían resistir la punta de lanza más poderosa. Las mejores flechas y la espada más afilada caían ante su poder. También eran muy costosas, mucho, demasiado; valían incluso más que cientos de tierras fértiles. Por eso solo estaban destinadas, para los reyes más adinerados del mundo. El uso militar del fenton era limitado, por lo general solían usarlo en estructuras.

—¡Este maldito lugar parece el infierno! —se quejó Benedict.

—es verdad, hace mucho calor.

El camino parecía interminable a medida que avanzaban, la visión era casi nula ¿Cómo era posible que los enanos pudieran ver en esa oscuridad? ¿Acaso ostentaban de una privilegiada visión? No, ellos eran personas comunes como ella, solo que más bajitas.

—¿Estáis bien?

Apareció a un lado del carruaje montando su caballo. Eli asintió despacio, estaba sumamente sofocada, pero no sé quejo.

—¿Qué tanto observáis? —le cuestionó. Al verla que no apartaba la vista de la parte superior de las cavernas.

—¿Está es una mina de fenton?

—Lo es. Es uno de los tantos minerales que extraen. ¿Por qué os preguntáis?

—Sinceramente, me es difícil concebir, que las personas puedan vivir en un ambiente así. No hay mucha ventilación, además los minerales a veces suelen ser bastante venenosos.

—Estas personas ya saben como lidiar con aquello, mi lady. Han entrenado sus cuerpos para vivir bajo estas condiciones. Lo diferente para algunos, es algo muy normal para otros.

—Entiendo —agregó avergonzada.

Tristán la había corregido y tenía razón, debía dejar de asombrarse de todo lo que veía.

—¿Pasa algo? —le preguntó, pareciera que se contenía para preguntar.

—no —respondió dudosa.

El sonrió de lado. Al parecer ya estaba empezando a conocerla.

—sabéis que mentir es pecado capital.

Ella se sonrojó de inmediato, apartó la mirada. Tristán pareciera que leyera su mente, eso le asustaba. Si, tenía una duda, pero no quería arriesgarse, a parecer una tonta si se confundía.

—Bueno...

El mundo que estaba conociendo, era muy diferente a los libros. Así que lo poco que había leído del Fenton, era algo que quizá tampoco estaba descrito fielmente a la realidad.

—Es que he leído, que el mineral que extraen en este tipo de minas, suele reaccionar en la oscuridad. Así que, no necesitan iluminación, mi señor.

—Eso explicaría muchas cosas —Benedict se unió a la conversación, era un excelente jinete. —Este lugar parece un infierno.

—Cuida tus palabras, ten más respeto, Benedict.

—Solo deben apagar vuestras antorchas, entonces el mineral comenzará a brillar.

Tristán pareció meditarlo un poco, no podían arriesgarse de quedarse sin iluminación, pero al ver el rostro de decepción de ella, hizo que tomara una decisión.

—Apaguen las antorchas —ordenó y estiró el brazo.

Su voz de barítono retumbó en las gruesas paredes y su capa de ondeó al compás de su ademán.

Aunque dudaron un poco, obedecieron. Después de todo, las capacidades de su comandante eran irrefutables. Todos ahogaron las antorchas con unas campanillas, todo se vio en penumbras. Tuvieron que contener a los caballos que se asustaron. El relinche hizo que ella se compungiera, sus pisadas, las herraduras sobre las rocas eran horribles antes sus oídos. Estaba despierta, pero aquellos sonidos eran una pesadilla.

—Por favor… que funcione —susurro y junto sus manos en su pecho, rogando a Dios que no se haya equivocado.

Tristán miraba a todas partes, nada ocurría. Así pasaron algunos minutos, insufribles. No faltaba nada para que refutara su orden y volviera a mandar encender las antorchas, entonces paso.

—¡Capitán!

Un pequeña luz, arriba en lo alto del lado izquierdo aparecía, luego otra en la derecha. Así que, poco a poco las rocas desprendían una extraña luminiscencia de manera aleatoria. Eli contemplaba maravillada lo que pasaba. Sin duda dios no se equivocaba con nada. El camino también se ilumino, mostrándole más amplio y seguro.

—¡Adelante! —los caballeros a todo galope retomaron el ritmo.

Los caballeros que habían escuchado la sugerencia de Eli, resaltaron su inteligencia. Al parecer la pequeña noble era una caja de sorpresas. Incluso ellos con tanta experiencia, con haber visto muchas cosas, no sabían de ese detalle en las cavernas de Banuer. Ella diferente, incluso más que ellos ¿Tanto se podía saber leyendo?

(...)

Muchas gracias por leer y llegar hasta aquí. Me apoyarías mucho votando y compartiendo esta historia para que llegue a más personas. Actualización más seguido.

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