Capítulo VIII

¿Cómo se podría definir la palabra secreto? Quizá como información netamente privada, que pierde valor cuando es revelado. Ese podría ser unos de los tantos conceptos más básicos sobre aquello.

¿Existirá tipos y niveles de secretos? Nadie lo sabe. Sin embargo, aquel secreto por poco, se lleva al más allá, a la que hace poco se convirtió en su esposa.

Tristán la miraba a la distancia. Había tomado asiento al lado de la cama. Ella estaba pálida como una hoja, con los labios blancos y fría, podría comparar su condición al de una herida de gravedad, como si se hubiera desangrando. Ese semblante fúnebre era algo impensable. Trato de calentar con su cuerpo el suyo, por horas, teniéndola desnuda allí junto a él, solo pudo preocuparse al no verla reaccionar. Pudo sentir sus latidos casi agonizantes y su respiración acompasada. Habían pasado tres horas, para que la temperatura de su cuerpo mejorará, a una más cálida. Aunque no quería dejarla sola, necesitaba también ir a ver a los heridos de su tropa. Quizá le pediría a una criada que la vigilé, ya que aquel pañuelo cubierto de sangre no lo había dejado dormir.

La imagen de ella desvaneciéndose, para que luego su nariz sangrada en su inconciencia, lo atormentaba.

¿Qué era lo que había pasado?

No, no podía dejarla sola y mucho menos con una criada.

¿Si se enteraban de lo que había pasado? ¿Si volvía a ocurrir? No, no podía arriesgarla a que si quieran sospecharan de ella, podrían tildarla de bruja y ser llevada juicio.

Aunque había salido ileso de la batalla, no podía decir lo mismo de sus compañeros. Benedict estaba estable, pero uno estaba inconsciente y el otro aún tenía fiebre, producto del veneno de los trasgos. Confiaba en su recuperación, pero ella ¿Qué pasparía si Elli nunca despertaba? Aquella idea, hacía que sintiera una gran impotencia, era una situación que escapaba de su control. Ya habían llamado a un curador, pero este solo le dijo que tenían que esperar. Se sintió débil, al recordar como la encontró, al borde del desmayo rodeada de un calor invisible que abrazaba a todos cerca. ¿Qué había pasado? Nadie lo sabía y nadie quiso preguntar tampoco. Los caballeros estaban tan sorprendidos, como Tristán por lo ocurrido. Aunque alguno quiso preguntar, cambiaron de opinión al verlo tan impactado, así que, decidieron no hacerlo. Deseaba poder curar a Elli, pero no podía curarla de algo que reconocía, solo pudo sanarla con los moretones y raspones, que tenían en sus codos y rodillas. Maldijo profundamente a los trasgos, por haber osado tocar a su mujer y a sus compañeros, pero en ese momento, solo atinó a reordenar la caravana para avanzar hasta la costa, desviarse a un pueblo cercado de pocos habitantes, para abastecerse y poder avanzar hasta Drawstone. Aunque estaban cerca, el desvío le costaría al menos dos días más para llegar. Él podría seguir, evidentemente Elli no. No quería dejarla sola, pero necesitaba también encargarse de la salud de sus caballeros y el estado de sus provisiones. Podía sentir el escrutinio y la curiosidad sobre su espalda, pero ni siquiera, podía dar las respuestas que seguro sus camaradas buscaban.

(…)

Sus ásperas manos acariciaban, la cabeza del hermoso semental blanco. Aún no podía sacar de su mente lo que vio, estaba segura, que si se lo hubieran contado de seguro el emisor se hubiera ganado un puñetazo de su parte, pero este no era el caso. Lo había visto, había sido testigo como la mano de aquella noble atravesaba no solo la armadura de su amigo, también su cuerpo sin hacerlo sangrar, pudo ver, aquel resplandor que rodeo su mano, la cual cegó a los trasgos.

¿Por aquello los trasgos salieron huyendo? ¿Por qué emitían tales lamentos horribles? Y la pregunta mas importante ¿Tristán lo sabía?

Lo más impactante de todo aquello, fue que la culpable de todo, de aquellos sucesos fue la tonta, candorosa y noble esposa del comandante. No entendía porque estaba allí, tampoco del porque se arriesgó al punto de volver. Cuando la vio ser arrastrada por Arthur a fuera de la batalla, supuso que era normal que los nobles, como cobardes que son huyeran del conflicto, pero ella no, ella volvió. Aún podía ver su rostro concentrada, arrodillada a un lado de Benedict, con una expresión preocupada al borde del llanto. Otro tema que tampoco la dejaba tranquila, era el hecho como reaccionaron los trasgos en la batalla, nunca había visto eso, a menos que un ogro se acercara, pero este no era el caso.

—Ese calor… —dijo y sus manos no dejaban de acariciar la cabeza de su caballo.

Después de que ella se desvaneciera, los caballeros guardaron un gran hermetismo al respecto. Nadie dijo nada, le dolía la cabeza de solo recordar tales sucesos en una especie de bucle. Lo desesperado que estaba Tristán, al verla inconsciente entre sus brazos con la nariz sangrando, aún podía escuchar su grito de dolor, al llamarla por su nombre y no encontrar una respuesta de su parte. Todos los caballeros fueron testigos que Tristán de Drawstone, asesino de la serpiente de leviatán, comandante del ejército más fuerte sobre los cinco reinos, tenía una debilidad y esa era su esposa. Verlo tan desencajado por ella, al borde del colapso, con algunas lágrimas, que ni siquiera había notado, que brotaban de sus ojos; fue difícil de creerlo si no lo veía. Sus agudos instintos le hicieron esquivar una daga voladora, esta se clavo en la columna de la caballeriza, volteó lentamente al ver al culpable de aquel ataque.

—Eres un imbécil —insultó a Arthur, quien la había atacado. Se acercó despacio a ella, se recostó a un lado de la cerca, que cuidaba al equino. Lo hizo solo por molestarla, verla así de concentrada era difícil de ver, pero sus agudos reflejos allí estaban. —¿Cómo esta Benedict?

—Estará bien —respondió, miró alrededor agradecido, por la suerte de que hayan encontrado no solo alojamiento para ellos, también un establo para los caballos.

No le fue difícil negociar a Tristán con el dueño de las instalaciones. El lugar era bastante amplio para todos. Una casa muy grande para todos, los acogía del infortunio que habían atravesado. Sin embargo, las órdenes dadas por Tristán fueron explicitas y muy estrictas, el personal de la casa, tenían estrictamente prohibido ir, si es que si no se lo llamara. Todos concluyeron que fue por el suceso de la esposa del comandante.

—¿Estáis bien?

—¡Basta! —silencio sus palabras. Camille siempre era muy directa en las conversaciones. —Sabes perfectamente que odio, estas patéticas conversaciones. Porque no preguntas lo que todos quieren saber— le cuestionó y le dedico una mirada muy seria.

Arthur sonrió de lado, con esa maldita encantadora sonrisa.

—Nadie se atreve a si quiera mencionarlo —confesó.

—Coincidimos en aquello —aceptó. —he luchado con cientos de bestias, he visto cosas horribles en mi vida, pero… —hizo una pausa algo larga, meditando a profundidad todas las locas ideas de lo que había pasado. —lo que vi esa noche… no se compara con nada de lo haya visto ¿Sera magia?

—Eso sería muy fantasioso ¿no lo crees? —le cuestionó, ella evadió su mirada. —dudo sea algo tan básico como magia, eso no existe. Solo es palabrería barata de charlatanes y juglares. La magia no existe, eso es seguro.

—¿Por qué estas, tan seguro?

—Porque de lo contrario, habría magos en conflictos bélicos, que se impondrían ante la batalla. También la magia curativa, no sería un secreto, ya que muchos reyes y aristócratas podrían usarla a su favor, pero... no hay nada de eso. Solo muerte por espadas, flechas y catapultas, por monstruos o asesinos, y enfermedades silenciosas.

—Quizá... los nobles y el rey saben más de lo que dicen.

—Si vuestra afirmación fuera verdad, entonces... porque otros reyes no se defendieron con magia o se curaron con ella. No.. no lo hicieron.

—Entonces que mierda paso... me duele la cabeza de solo pensarlo —agregó, mientras tomaba asiento en el seno del piso. Arthur también la acompaño.

La mirada azul se concentró en algún punto de la pared, también podía ver claramente lo que paso esa noche. Estaba muy cerca, Lady Eliana se colocó en una posición muy difícil. Aunque estaba agradecido por su oportuna intervención, no dejaba de ser extraño ante los ojos de los demás. Ahora Benedict se encontraba estable, también confundido y algo culpable.

¿Cómo era posible que se pudiera atravesar una armadura sin romperla?

—Mi abuelo… solía contarme una historia cuando era muy pequeño. Me decía que hace muchos años, existían personas capaces de curar heridas y enfermedades. Eran catalogados como santos, enviados de dios. Hicieron el bien en muchas aldeas, pero… el rey Nicolas III se vio intimidado por su poder y el séquito de seguidores que poseían. Los mando a cazar y no paso mucho, para que no se volviera a saber de ellos y las personas olvidaron con el tiempo. Se decía que enseñaron lo que sabía a algunos discípulos, porque querían que sus conocimientos puedan ayudar a más personas, pero también fueron perseguidos y acusado de brujería.

La pequeña historia hizo que ella se mostrara escéptica, lo miro detenidamente. Los acontecimientos que describía, habían pasado hace quinientos años. Aquel tiempo la santa inquisición se encargaba de castigar, cualquier acto fuera de los parámetros de la iglesia.

—Entonces hablas de la época donde muchas mujeres fueron quemadas vivas por practicar brujería.

—Si —contestó y se cómodo a su lado para conversar mejor. —mi abuelo me conto que no era brujería... que lo que practicaban aquellas personas eran…

Los ojos de Camille se abrieron enormemente, negó. Si, había escuchado algo de aquello, pero aquella practica había sido catalogado como herejía y satanizada por la iglesia. El ultimo practicador fue quemado vivo, pero, si lo que decía Arthur era cierto entonces... aquella mujer estaba en peligro y también ellos por no reportarlo al rey. Sin embargo, algo no terminaba por encajar. Si los nobles e incluso el rey conocían tal poder, ya que la esposa del comandante era de noble cuna y mantenían su secreto bajo siete llaves ¿Por qué ella se arriesgo a curar a un simple caballero?

—Nada parece tener sentido —agrego ella ante sus cavilaciones.

—Lo más real no siempre es implícito, Camille.

El también tenía muchas preguntas, pero ninguna respuesta. El comandante casi no salía de su habitación, ella aún no despertaba dedujo. Todo estaba mal, realmente mal.

(…)

—mi pequeña niña...

¿Esa voz?

A lo lejos podía ver una tierna escena, una pequeña con rojizos risos sonreía, estaba en un gran jardín conocido.

—este será nuestro secreto…

Una oscuridad se la trago y termino cayendo en un piso duro de piedra. Su cuerpo tembló al escuchar la cuerda tensa moverse, pero está vez podía ver, volteó lentamente su rostro se horrorizo. Esa era…

Lo último que escucho fue su mismo grito.

Su rostro sudaba, sus ojos se lagrimean y todo dio vuelta. Se tomó la cara y apretó los dientes, luego alejo sus propias manos, estaba temblando.

—¿Otra pesadilla?

Ella volteó casi de inmediato, hacia donde nacía la pregunta. Era Tristán quien no dejaba de verla, parecía preocupado y tenía la barba algo crecida.

—¿Dónde estamos? —le cuestionó al ver alrededor.

Era una pequeña cabaña con una gran ventana, era modesta pero muy bonita.

—Tomamos un desvío

Ella solo asintió, su cuerpo sintió un poco de frío y cuando una de sus manos quiso tocar su hombro, ella se sonrojo hasta el escote, por instinto se cubrió con la sábana. Estaba desnuda ¡Por dios! Ni siquiera tenía los candorosos calzones que solía usar, estaba desnuda y Tristán estaba con ella.

—No tienes por qué avergonzaros —su voz ronca sonó molesta, mucho. —¿Cómo te sientes?

Ella parecía ajena al estado de salud por la que había atravesado. Había estado inconsciente prácticamente por cinco horas, estaba fría y tuvo que calentarla con su cuerpo. Estuvo casi al borde la muerte, pero no era consciente de eso por lo que veía y tal cosa lo molestaba mucho. Ella no le contestó, seguía aferrada a sus sábanas. Tristán le volvió a insistir como estaba, pero está vez reaccionó. Los recuerdos de lo que pasó anoche vinieron a ella, era verdad había usado…

Eliana apretó los labios y sus ojos picaron mucho, ¿Cómo pudo ser tan imprudente? Lo había hecho delante de muchas personas. Se aferró a sus sabanas, buscando refugio del escrutinio de su esposo.

—No hay nada que no haya visto — declaró molesto y ella se animó a aventurar su mirada cubriendo sus enormes senos. Estaba sonrojada, pero él tenía razón. —eres mi mujer —le recordó, ella se sonrojó. —he sido vuestro primer y único hombre, os hice mía y conozco cada parte de vuestro cuerpo. No deberéis avergonzaros de esa forma, que no tengamos intimidad ahora, no desmerita la intimidad que tuvimos, Eli.

—Soy consciente de eso… mi lord —estaba casada, a veces sentía que se le olvidaba, por el trato bastante escueto que tenían. —¿Puedo preguntaros algo? —Tristán asintió. —¿Dónde encuentro la letrina?

Él solo apuntó, ella vio hacia a un lado apartado de la habitación y por instinto quiso levantarse, pero cayó aparatosamente al piso. Se asustó, sus piernas no reaccionaron como debería. Tristán llego para levantarla del piso agreste, la sintió más ligera, incluso pudo jurar que había perdido peso y color. ¿Qué demonios había pasado?

—Con respecto a lo otro —quiso preguntar, pero ella aparto la mirada.

Era evidente que no quería hablar, lo peor fue ver como sus ojos se cristalizaban, quería llorar. Tristán se sentó al borde de la cama, con ella en su regazo. La apego a su cuerpo, no quería verla en ese estado.

—no preguntaré ahora lo que pasó, pero solo te lo advertirte… no volverás hacerlo —dictaminó con los puños cerrados y cuando ella quiso agregar algo, se amedrentó con su mirada. —¿Eli? —la llamo, pero ella seguía sin verlo.

Tristán carecía de la virtud de la paciencia, aunque las últimas semanas a su lado, se había convertido en un hombre bastante paciente para su juicio. Al principio no quería sentir nada por ella, incluso trato de no ser gentil, pero simplemente no podía. No con ella, sentía que se volvía débil a su lado y eso no podía ser posible.

Tristán la colocó suavemente en la cama y la cubrió con las sábanas. Ella seguía sin verlo, así que con dos dedos de su mano derecha le alzó la barbilla. Su mirada azul temblorosa llegó hasta la oscura de él. Eli escondía muchas cosas dedujo, aunque tampoco era un santo. Nunca se espero que su esposa tuviera tal habilidad.

¿Qué más escondía?

—Eres mi esposa, mi mujer. Yo soy tu esposo y tienes que obedecerme.

Sus palabras fueron tan frías y hoscas, más aún cuando el se marchó de la habitación. Eli miró sus manos y cerró los ojos  fuertemente, anhelando quizá despertar de esta pesadilla, pero no, estaba despierta y aquellas gruesas lágrimas de dolor eran la prueba. Se acurrucó abrazando sus piernas, necesitaba tanto un abrazo, pero nunca había alguien que le diera aquel gesto. Siempre estuvo sola, podría estar casada, pero ahora tenía la ligera sospecha que la distancia entre Tristán y ella se ampliaría.

El caballero más temido de todo el mundo, se quedó por un momento observando la puerta.

¿Por qué le dolía tanto escucharla llorar? Era algo que no se explicaba. Eliana era alguien que debería proteger, más no empatizar con ella. No después de todo lo que pasó, pero, aquella conversación, su promesa al querer ser parte de esa vida de casados y otros acontecimientos entre ellos, había acortado la brecha que los separaba.

Había decidido era el momento de dejarla sola al escuchar su silencio. Sabia que ella no quería hablar del asunto, tampoco quería incomodarla. Ya de por sí, era difícil era el trato que tenían. Eran esposos, pero no eran marido y mujer.

Al trascurrir las horas, el cuerpo de Eliana empezó a reaccionar lentamente. Tristán había aparecido con algo de comida de su agrado. El curador le había indicado, que le diera algunos masajes en las piernas, para que haya circulación. Ella solo obedeció y se dejó tocar por él, estuvo sonrojada casi todo el tiempo, pero lo más incómodo fue notar su silencio y su molestia. Quiso preguntar por el estado de salud de Benedict y los demás, pero no lo hizo, seguro Tristán se molestaría por su atrevimiento.

—Voltéate —le ordenó.

Eliana asintió despacio, permitió que Tristán apartara la tela de su camisola, para curar la lesión de su espalda.

Fue generoso al untar la pomada que el curador le había entregado, cuando vio la herida frunció el ceño, estaba furioso. Según la declaración de sus camaradas, su esposa de manera temeraria había vuelto a la contienda y se había caído un par de veces.

¿Por qué tuvo que regresar? No estaría tan lastimada de no haberlo hecho.

Sus manos pasaron por la curvatura de su espalda, Eliana muy avergonzada no pudo mirarlo. Aunque ya habían compartido el lecho juntos, el grado de intimidad entre ambos, no había cambiado.

—Estáis muy lastimada —resaltó, pero ella guardo silencio.

Tristán suspiro profundamente, no sabía que hacer con ella a este punto. No podía presionarla a confesar, pero estaba frustrado por la nula comunicación con ella. No quería sonar muy firme, porque no quería escucharla llorar. Ella era la hija de un Duque, casi una princesa y estaba seguro, que nunca la piel de su espalda presentó alguna lesión. Había fracasado como su protector.

—Descansa.

Ella agradeció internamente que la dejara sola, sabía que tarde o temprano tendría que hablar. Quizá era mejor alargar ese momento. No quería verse como una cobarde, pero algo que desconocía estaba haciendo dentro ella. No quería decepcionarlo, no quería que Tristán supiera que era una mentirosa.

(…)

Cuando llegó la noche. Tristán apareció con la cena, conjuntamente un gran candelabro, con unas gruesas velas y las puso a un lado. Al menos ya podía mantenerse en pie, no dijo nada, solo las viandas y se marchó. Supuso que no dormiría con ella.

La comida estaba deliciosa, pero no podía estar tranquila. Por unos segundos observó la puerta, estaba algo preocupada.

A pesar de la advertencia de su esposo, no podía sacar la idea de su mente, necesitaba poder ver a los heridos. Algunos recuerdos llegaron durante el día, sabía que uno había sido herido en la parte abdominal, otro rociado por el veneno de los trasgos y otro estaba inconsciente. Con algo de dificultad de puso de pie, tomo el candelabro y con cuidado abrió la puerta. Para no ser detectada optó por no colocarse los zapatos, el piso dolía, pero su necesidad de saber cómo estaban, le hizo ignorar sus dolencias. Al final del corredor vio pasar a Arthur, así que caminó con sigilo, mientras cargaba el pesado candelabro. Lo vio entrar a una habitación al final del corredor izquierdo, antes de tocar la puerta pudo escuchar la gruesa voz de Benedict, sonrió, había sobrevivido.

—¡Apártame esa basura! —maldijo, cuando Marcus le brindo, una medicina para las infecciones. —¡No soy un maldito lisiado!

Todos en la gran habitación sonrieron, este se jactaba ser el segundo mejor del escuadrón, pero allí estaba vendado y muy bien cuidado.

—Aún recuerdo tu llanto de dolor —se burló otro caballero.

—Es verdad, no lo vi sufrir tanto, ni cuando un basilisco lo mordió.

—¡Cierren la puta boca! Ese asqueroso trasgo me tomo desprevenido —se excusó.

—Al menos vos se encuentra mejor —Arthur hablo y se recostó a un lado de la pared. —no podemos hablar lo mismo de Rubén y Casius.

Todos los voltearon a ver, uno tenía mucha fiebre y el otro aún no despertaba. El curador no había hecho mucho por ellos, causando la indignación de todos y la frustración de Tristán.

—Es verdad —aceptó Benedict. —mi cuerpo pudo resistirlo.

Aunque quiso agregar más cosas no lo dijo, aún podía ver la cara de ella. No podía sacarla de su mente, incluso pudo soñarla, podía ver su preocupación sincera, su llanto y su miedo. Lo hizo sentir culpable.

—Ellos son fuertes —resaltó Camille. —se recuperarán pronto, confío en eso.

—¡Es verdad, cuando despierten los llevaremos a un bar con muchas putas!

Rieron forzadamente dándose quizá una falsa esperanza. El estado que estaban era delicado, denotando tristemente que no sobrevivirían. Tantos compañeros habían partido, la vida de un caballero era difícil, perder aun camarada siempre era complicado. El tiempo compartido, lo bueno y lo malo, era tan difícil de superar.

La puerta se abrió lentamente, todos voltearon. La expresión de sorpresa fue notoria Eliana aparecía con un candelabro que apenas podía cargar, su cuerpo tembló y estuvo tentada a retroceder, al sentir todas las miradas sobre ella.

—La... lamento mucho importunaros —se disculpó, por no tocar e interrumpir su plática.

Con algo de valor terminó por entrar, cerró la puerta suavemente y carraspeó. Se sentía tan observada, más que antes y sus ojos picaron al recordar aquella sensación antigua, donde las finas damas de sociedad la observaban y se burlaban de su apariencia. Quiso retroceder, pero no lo hizo. El silencio ensordecedor era abrumador.

—Bue... buenas noches —saludó, pero no hubo respuesta.

Todos estaban atónitos al verla allí. Su semblante deteriorado se hizo notorio, lucia tan enferma, incluso más que Benedict y los heridos.

¿Por qué su condición era esa?

La poca valentía que había reunido se estaba acabando, agachó la mirada, pero la volvió a elevar. Todos eran tan altos, ella tan pequeña.

—Buenas noches, mi señora —saludó Arthur y le quitó el candelabro. —¿Qué se lo ofrece a vos?

—Bueno… yo…

Benedict no dejo de verla. Cuando ella voltéo hasta donde estaba él, este se sobresalto, aún más cuando la vio acercarse. No sabía dónde colocar su mirada, estaba tan apenado.

—¿Cómo os encontráis, Sir Benedict? —le cuestionó y recibió un escueto bien. —me alegra.

No le creía, nadie podía ser tan buena como persona. Debía de estar mintiendo. Los nobles eran malos, crueles e incluso el rey los trataba como perros.

—¿Puedo? —le cuestionó y entendió que ella quería tocar su pecho.

Hipnotizado por su mirada, asintió. Esa mujer irradiaba tanta bondad en sus ojos.

Todos se reunieron alrededor de la cama donde estaba. Arthur le ofreció una silla y está sonrió agradecida. Se acomodo la falda y se sentó con elegancia. Sus manos aunque estaban algo nerviosas, tocaron con seguridad la pierna de Benedict, este al sentir su tacto se quedó inmóvil, pero frunció el ceño.

—¿Le duele? —este negó.

Aunque era un caballero fuerte, las lesiones seguían siendo lesiones. Por primera vez, había sentido su corazón detenerse aquella noche, pero estaba vivo, gracias a un milagro que tenía forma de mujer.

Eliana sonrió. El corazón del caballero aunque seguía un poco débil, latía con normalidad.

—Si lo hubiera hecho mal, tengo la seguridad que hoy no estaría entre nosotros, caballeros.

Todos intercambiaron miradas, extrañados por el  diagnóstico de la mujer, hablaba con tanta seguridad. Ni siquiera el curador había dicho tal cosa ¿Quién era? Acaso una bruja.

—Escuchad. Tendrá una ligera molestia por unos días, pero pasará, os lo prometo.

Él no dijo nada, solo asintió, pero la sonrisa sincera de ella lo traspasó. Ella no estaba mintiendo, realmente estaba preocupada por él, quiso agradecer, pero al sentirse tan observado no lo hizo. Había despotricado de ella, juzgándola mal, que un agradecimiento no bastaba. Ahora entendía al comandante.

Eliana se puso de pie y se dirigió hasta Rubén. Este estaba aparentemente dormido, colocó su mano sobre su frente. No tenía fiebre, pero no despertaba.

—Ha estado inconsciente desde que llegamos — habló Marcus, con una notoria preocupación. —recibió el golpe de una porra.

—Entiendo —ella cerró los ojos, coloco una de sus manos en la frente de él y pudo sentirlo.

Parte de su conciencia estaba encerrada en su laberinto, pudo verlo correr en forma de un niño, y gritaba un nombre. Al parecer aquel caballero amaba a una persona, por eso se aferraba a la vida.

Sus ojos grandes ojos azules se abrieron lentamente, vio con detenimiento al caballero inconsciente, era tan joven, incluso más que ella. ¿Tendrá familia? Necesitaba ayudarlo, las palabras de Tristán casi la detienen. Aquella advertencia, ella debía de obedecer, pero…

La llama de las velas  flamearon, causando el asombro de todos en la habitación. Ella aún tenía la mano sobre la frente del caballero. Aquella extraña energía invisible volvió a salir de ella y comenzó a sumergirse por  la nariz de él y sus oídos.

—¿Cuál es su nombre? —preguntó.

—Rubén —contestó Marcus, un caballero cercano.

—¿Rubén? —sonrió. —vuestro nombre es muy hermoso, mi caballero— habló con tanto cariño y muchos no entendieron el gesto.

¿Por qué le hablaba si estaba inconsciente? ¿Por qué le hablaba de esa forma tan cariñosa, si no lo conocía?

—Sabe... —prosiguió. —hay muchos que lo esperan aquí. Vuestra familia y amigos.  

Todos la escuchan hablar y hablar con tanta familiaridad. Muchos ignorando el porque lo hacía. Sin embargo, cuando lo vieron removerse y respirar con más profundidad, se sorprendieron.

¿Qué había hecho?

Elli seguía sin apartar la mano de su frente, cuando su vista comenzó a nublarse tuvo que apoyarse de la cama.

—¡Señora!

—No, por favor —evitó ser tocada. —puedo hacerlo… por favor... tengo que ayudaros —la voz de ella sonó a ruego, que Arthur solo atinó a obedecer. —Regrese con nosotros, Sir Rubén —se volvió a dirigir suavemente.

El niño interno del inconsciente la escuchaba, entonces comenzó a correr tras la voz. Un camino de esperanza se abría.

—No dejáis de hablarle —recomendó. —él volverá. Necesita un estímulo frecuente, para encontrar el camino.

Había descubierto cierto daño en su cabeza, con sus habilidades pudo ayudarlo un poco, pero todo dependía de él para regresar. Tenía la seguridad que el caballero volvería, era joven y tenía muchas ganas de vivir seguro.

 Luego se dirigió al siguiente caballero, sintió su fiebre al contacto. Localizo la lesión, apartó las vendas y con tocarlo pudo sentir que un órgano estaba dañado, pero su recuperación era muy lenta, la piel alrededor estaba rojiza, pero lo que le ocasionaba la fiebre era…

—Está envenenado —podía ver parte del veneno, se había irrigado en la zona abdominal del caballero. Era invisible, pero podía notarlo.

—El curador no ha dicho nada.

—El veneno de los trasgos se desconoce mucho, las personas suelen morir desconociendo lo que padecían. El veneno de los trasgos tienden a ser indetectables a siempre vista, pero con estudios y mucha experiencia puede ser detectada. Lamentablemente no muchos resisten ese tiempo y terminan por fallecer.

—¿Cómo podemos ayudar?

—Si tengo el cuerpo de un trasgo, podré extraer el veneno de su sangre, para fabricar un antídoto. Hay una flor naranja, que crecen cerca de los ríos de estos lugares. Me ayudaréis mucho, si la trajeran. No es necesario traer todo el cuerpo, bastará con una parte de sus piernas o vaso lleno con su sangre. Mientras tanto, sigáis con los paños húmedos y mucha agua tibia, para evitar la deshidratación.

Todos asintieron a su alrededor, Elli no apartaba la mirada del caballero. Podía sentir el olor a muerte cerca, necesitaba actuar con premura, de lo contrario las consecuencias pueden ser fatales. Si fuera un niño, el afectado lo más  seguro era que hubiera muerto, pero el cuerpo de este caballero era tenaz y se aferraba a la vida

—Os pido un favor, caballeros —se dirigió a todos en la habitación. —Os ruego que no mencionáis, nada a mi esposo —pidió avergonzada.

Sabía que quizá era inútil, puesto que estos caballeros, le habían mostrado su apatía desde que la conocieron. Seguro  irían a informarle a Tristán que había estado allí. Seguro se ganaría muchos problemas.

—Dudo mucho que a mi esposo, le agrade la idea de que yo, haya irrumpiros en vuestros aposentos.

Sus nervios hicieron que ella jugará con sus manos. Prácticamente le estaba pidiendo que omitieran cierta información.

Omitir era un forma de mentir, estaba pecando.

—¡Yo no diré nada, mi señora! —Arthur habló primero y ella sonrió con tristeza.

Él siempre tan gentil, no esperaba menos de su parte. Era la primera persona con la cual empatizó, no se había equivocado. Ese caballero era un buen hombre.

—¡Yo tampoco! —habló otro caballero para su sorpresa.

Aquel a la distancia le sonreía con confianza. No había malicia en su mirada.

—tampoco yo.

—ni yo.

Eliana miraba como uno a uno, los caballeros le devolvían el compromiso, estaba sorprendida. Era la primera vez que le hablaban.

—Yo tampoco diré nada… mi señora —entonces Benedict habló.

Se había puesto de pie y se había dirigido a ella, por primera vez, sintió su respeto. No podía describir lo que sentía, sus ojos se llenaron de lágrimas al ver los rostros de todos. Era la primera vez que se sentía aceptada. Aunque no lo hicieron, ella sintió que la abrazaba. Eliana observó con detenimiento a cada de uno de los caballeros, quería recordar aquel momento.

Así se sentía, aquello a lo que llamaban amistad.

(...)

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