Capítulo VII
Luego de pasar por lo hostil del paisaje invernal, todo comenzó a tornarse más hermoso. El sendero comenzaba a ir en caída, y comenzó ha atravesar un hermoso y espeso bosque. Eliana miraba emocionada a través de la ventana, incluso se atrevió a sacar su cabeza, para apreciar más el paisaje. Era bellísimo, y sensación del aire fresco golpear su cara era indescriptible, puesto que los caballos iban muy rápido. Su corazón se sobresalto al escuchar ese sonido que le encantaba.
—Aquello es…
Era un rio, al parecer uno muy caudaloso, lo podía escuchar a pesar de la distancia. Rápidamente se acomodó en el carruaje, abrió uno de sus libro, busco la pagina donde se extendía un pequeño mapa, deslizo uno de sus dedos por sus páginas y entonces lo halló. Encontró dibujado el estrecho por dónde que estaban atravesando, el agreste sendero estaba después del paso que habían cruzado. Pudo ver que no muy lejos había un gran rio y una cascada.
Su corazón se lleno con el espíritu curioso de siempre. Pretendió que cuando acamparan, dar sus acostumbradas escapadas. Ansiaba ver esas grandes caídas de agua, vistas solo por dibujos y pinturas en su casa, ansiaba tener más cosas que recordar. A pesar que su carruaje se balanceaba mucho por los baches, Eliana era muy feliz, porque ahora no solo conocía cosas nuevas, también podía palpar lo que siempre había soñado. No se arrepentía de haber sustraído muchos libros del castillo del Duque, amaba aprender y conocer cosas nuevas. Hojeo hacia la otra página y se sorprendió un poco, al leer que por allí abundaban trasgos, pequeños trols, y lumisexfis, aunque eran temidos los primeros, ansiaba poder ver estos últimos, puestos que eran peces luminosos, que en las noches salían de su habitad y comenzaban a volar lentamente en aire. Quería verlos, no, definitivamente los iba a ver. Aunque se decepcionaba de sus capacidades, puesto que no sabia nadar. Quizá si la caravana se detenía, los podría ver en la noche.
—¡Prepárense para acampar!. Benedict, Osbeth y Gorbeg al sur —ordenó. —Camille, Arthur y Griffith al norte y los temas extiendas las tiendas para acampar.
Tristán se miraba imponente dando ordenes desde su caballo, incluso daba mucho miedo más que cualquier rey. Todos obedecieron y comenzaron a preparar las tiendas, otros a cazar y los demás fueron a inspeccionar los peligrosos, que quizá hubieran por allí. En menos de media hora, ya estaban listas las tiendas, habían cazados algunos conejos, gansos y pescados, además de encender una enorme fogata.
—¿Cómo esta todo por el sur?—le pregunto Tristán a Arthur, quien bajo de su caballo para acercarse a él.
—nada que reportar mi comandante, todo esta tranquilo por esos lares —explico mientras Tristán observaba en múltiples direcciones.
—¿al norte? —le cuestionó a Benedict.
—Todo bien, mi comandante.
—No me gusta lo que expones —la tranquilidad de un lugar no era indicativo de nada bueno, para Tristán.
Era demasiado precavido y desconfiado. Sus filudos instintos lo hacían desconfiar hasta de su sombra, por eso se mantenía siempre alerta.
—Quizá están esperando, que estemos desprevenidos —agregó Camille, observando a todos los lados.
El viento sopló envolviéndolos en un aire desolador, había mucho camino que recorrer.
—Quizá —afirmo él. —mientras tanto no bajen la guardia. Pasaremos la noche aquí, no se separen —indicó. —mantengamos juntos —agregó. —conozco este lugar, estamos muy cerca de las provincias mineras de Furion.
—¡si, comandante! —respondieron con respeto, en unísono.
Tristán asintió seriamente, dio la vuelta y comenzó a dirigirse al carruaje, donde estaba su esposa. Había algo que quería mostrarle, después de haberla escuchado hablar con tanta exaltación y emoción, en el ambiente invernal. Necesitaba que conociera algo. Abrió la puerta y se encontró que estaba leyendo detenidamente uno de sus libros, al parecer estaba tan concentrada, que se demoró en reaccionar cuando abrió la puerta.
—Mi señor —respondió algo confundida y antes que cerrara el libro, Tristán se lo quito.
—¿Qué lees? —le cuestiono y ella se sonrojo.
Que su esposo quisiera saber de sus intereses, hacían que se sintiera desnuda ante su escrutinio.
—Bueno… yo... —tuvo que tranquilizarse, nunca nadie había mostrado algo de interés en sus lecturas. —estaba leyendo sobre los lugares que hemos recorrido —respondió tímidamente.
—hay algo que tengo que mostrarte —le dijo mientras le extendía su mano para invitarla a salir.
Ella lo miro sorprendía, solo asintió y bajo con su ayuda del carruaje. Su cuello se estiró cuando observó el techo de frondosos arboles cubriendo el cielo, escucho algunos pajarillos a lo lejos y sintió el viento fresco golpearle la cara. No podía embelesarse más.
—vamos —la apresuró y la tomo del brazo guiándola, para alejarse un poco de la caravana.
Los caballeros miraban algo extrañados, al verlos alejarse. Algo había cambiado en ese par, definitivamente.
Tristán y Eliana desaparecieron entre la espesura del bosque. Sus pasos los llevaron hasta el rio que había escuchado. No pudo evitar emocionarse, era tan caudaloso y grande, la corriente era voraz, cerró los ojos y detuvo sus pasos, amaba escuchar el sonido del agua corriendo, era como música suave para sus oídos.
—camina —ordenó y ella abrió los ojos y asintió con una escueta sonrisa.
Tristán la observó complacido y se adelantó mientras lo seguía.
A pesar del accidentado camino, lo empinado y obstaculizado que era, Eliana pudo caminar lo mejor posible, aunque su calzado no ayudaba. Tuvieron que esquivar arboles caídos, alguna piedras resbalosas, entre otras sendas cosas. Siguieron al borde del caudaloso río, mientras mas avanzaban arriba, más fuerte se hacía el sonido del agua rompiendo entre las rocas. Eliana suspiró, estaba algo cansada, pero trato de seguirle el ritmo al caballero, era difícil, puesto que no tenia el físico. Tristán frunció el ceño, al notar la caída del sol, estaba anocheciendo, debía de darse prisa. En la noche abundaban los peligros allí, los lugareños temían al lugar en las penumbras. A pesar de estar armado hasta los dientes, no podía confiarse, quizá lo haría si estuviera solo, pero estaba acompañado y era por una dama.
Ella se levantaba sus pomposos faldones, para no caer, suspiro; estaba agotada. Aún así, continuó. Podía escuchar los aullidos de algunos monos, el cantar de los pájaros, incluso vio uno muy extraño que picoteaba sin parar, el tronco de un frondoso árbol. Estaba perpleja de ver, como la naturaleza hostil, podía vivir en completa armonía y equilibrio. Todo era más que bello, maravilloso o quizá no encontraba palabra que describía lo que sus ojos atónitos observaron.
—eso es...
Sus pasos se detuvieron por el impacto que estaba delante suyo
—lo llaman “el velo de la novia”.
Tristán sonrió complacido, al notar lo sorprendida que estaba ella. Volvió a ver aquel gesto que era propio de su esposa, empuñar sus manos en su pecho, como agradeciendo a Dios por estar viva quizá.
—vamos, hay algo más que tengo que mostrarte.
Ella lo siguió sin protestar. La caída era hermosa, parecía exactamente como lo describía su nombre, un velo de novia, muy delgado que se podía ver a través. Era muy alta, muy ruidosa al romper contra las rocas, estaba bellamente colocada entre las rocas. La hacia lucir mágica y de otro mundo. Eliana se cuestiono hacia donde iban, grande fue su sorpresa al ver que se abría un pequeño camino, que llevaba a una cueva tras esta. Se mojó un poco, pero no le importó. Estaba algo oscuro, pero notó que en la caverna se hallaba una especie de laguna, por un lado, en un punto muy alto entraba un halo luz, que podía iluminar un poco. Tristán se inclinó, se sacó el guantelete y bebió un poco de aquella agua.
—esta agua…
—Las rocas actuaban como una especie de filtrante, para que sea bebible —completó ella.
Tristán no dijo nada, ella se sonrojo de inmediato y aparto la mirada
—la.. lamento haberos interrumpido. Yo…
—no me gusta, que te disculpes por todo —interrumpió. —No has hecho nada malo —agregó y se acercó a ella. —pensé que este lugar… bueno.. pensé que sería de vuestro agrado.
Se sintió algo vulnerable ante ella, tuvo que dejar de verla de lo contrario no podría acabar de decir aquellas palabras. Su vulnerabilidad aumento, cuando la vio sobresaltarse, con ese sonrojo hermoso en el rostro y su palpitante mirada. Ella estaba avergonzada supusó.
—deberías tomar un baño —se apresuró en cambiar el tema.
—¿ehm?
—hace unos días, te escuché decir que deseabas bañarte. Lamento mucho no poder ofrecerte algo mejor. Cuando llegamos a Drawstone, tendrás todas comodidades —enfatizó.
Los ojos azules de Eliana brillaban de emoción, pero esa ilusión no pudo ser percibida por su esposo, puesto que apartó su mirada. Nunca nadie había tenido un gesto de esa magnitud con ella.
«¿Acaso se preocupa por mi?» pensó.
—yo… —nunca nadie había hecho, tales cosas por ella.
—hay una caída por allí —señaló y ambos vieron un pequeño chorro de agua que se extendía desde lo alto, lo suficientemente servible, para poder darse un baño rápido. —Te daré privacidad para…
—¡esperad! —tomó ligeramente su capa con dos de sus dedos, estaba roja hasta el escote.
Si, quería darse un baño, pero no quería quedarse sola en ese lugar
—yo... no... quiero… quedarme sola —habló despacio, carraspeó profundamente para proseguir. —no te vayas… solo... bueno... poderos voltear, mientras me baño. No tardaré, lo juró.
Él se sorprendió en demasía ante su petición ¿le estaba pidiendo que se quede? Ella ni siquiera le estaba dando la cara, pero tenia razón. No podía dejarla sola, menos allí. Había estado en ese mismo lugar, aunque durante el día era medianamente seguro, exponer a su esposa a ese “medianamente” estaba mal. Se dio la vuelta aceptando su propuesta, estaba jodidamente nervioso y no sabía el porque, tanto que le sudaban la manos. Su oído agudo, pudo escuchar el caer del vestido, seguro ya estaba desnuda. Solo recordar su cuerpo, hizo que su entrepierna doliera mucho, no cerró los ojos de lo contrario toda aquella belleza de sus carnes lo atormentaría.
Con cuidado Eliana se colocó debajo del pequeño chorro de agua, estaba tibia y perfecta. Deseaba tener un poco de jabón y quizá una de sus esencias favoritas para poder oler mejor, pero no importaba, trataría deshacerse de todos los malos olores que creia tener. Al principio, estaba algo nerviosa por creer que Tristán voltearía, pero este estaba inmóvil y confiaba en su palabra. Con un poco más de confianza, refregó la piel de sus extremidades, en sus axilas, debajo sus senos y su entre pierna. Si fuera por ella, desearía seguir bañándose, pero debía de ser lo más rápida posible. Exprimió su cabello y trató de peinarse con el habitual moño que usaba, comenzó a sacudirse, para no empapar su ropa. El pololo lo utilizó para secarse, se coloco el vestido sin el corsé y suspiró, al saber que tendría que pedir ayuda a Tristán, para las ataduras en su espalda.
—mi... –carraspeó profundamente. —Tri… Tristán —volteó de inmediato, encontrándose con la figura empapada de ella, tratando de sostenerle la mirada. —podría… —le dio la espalda y él entendió que necesitaba ayuda con ese vestido.
Se acercó, estaba vez ya no paso su dedo, por la piel nívea de su espalda. Sabía que tal gesto era incomoda para ella. Ahora solo se limito apretar los nudos en su espalda. Se sintió torpe, al sentir sus manos temblorosas, y algo sudadas. Cuando ella volteó de medio lado y le sonrió, no pudo evitar perderse en esa mirada azul. No era la primera vez que la tenía así de cerca, pero esta vez era diferente. Ya había visto su desnudez, la había tocado en los confines de su cuerpo, pero algo había cambiado entre ambos, algo que no podia explicar.
Un extraño reflejo comenzó ha hacerse presente, la vista de ella se fijo en una extrañas luces que provenían de lo más profundo, de aquel pequeño lago. Su corazón se emocionó.
—Esos son... —se inclinó maravillada.
El peso de su cuerpo la venció y cayó aparatosamente en el agua. Tristán grito su nombre y fue tras ella. La alcanzo de inmediato, ella estaba aterrada y manoteó el agua en vano.
—Tranquila —su voz sonó suave y ella asintió al sentir tan junto con él, estaba a salvo.
Solo fueron segundos en el agua, pero fueron quizá uno de los peores de su vida. Ella se aferró a su cuello, mientras que él se aferró a su cuerpo, sus rostros estaban muy juntos. El aire era compartido y las puntas de sus narices se rosaron. Su mirada azul se combinó con la muy oscura de él. Algo estaba pasando definitivamente, algo invisible nacía. Cuando sus alientos estaban a punto de combinarse Eliana empujó a Tristán para atrás. Él no la entendió, ella estaba asustada. La sintió temblar y mirar a todos lados.
—¿Pasa algo? —ella estaba horrorizada, tuvieron que salir del lago.
Tristán la sacó con dificultad, puesto que traía su armadura. Eliana rápidamente se apartó y se dirigió al un lado. La vio acuclillarse y recoger algo muy pequeño, tanto como una pequeña rama de árbol.
—¿Qué es eso? —le preguntó y se acercó a ella.
Eliana comenzaba a entrar en pánico, observó a todas partes, sintió un olor horrible y soltó inconscientemente aquella especie de dardo.
—no estamos solos —dijo y sintió su alma caer a sus pies.
Un sonido filudo sonó y Tristán se movió, otro pequeño dardo se clavo en la pared de la cueva.
—¡corre! —ordenó y ambos salieron a toda prisa del lugar.
Había algo en ese lugar, definitivamente lo había y no era algo bueno
Ella estaba delante y corrió lo mejor que pudo. Ahora que no tenia el estorboso corsé, podia tener más movilidad, pero no tenía la velocidad de su esposo. Tristán la alcanzo de inmediato, la tomó de la muñeca y le ayudó a correr más rápido. Algo los seguía, era algo horrible, algo que no podían ver. Cuando salieron de la cueva, unos sonoros pasos se escucharon tras ellos, y que ahora lo seguían por el estrecho sendero. Eliana comenzó a respirar rápido, estaba asustado y sentía que sus piernas no le respondían. Nunca había estado en una situación parecida.
—¡no mires atrás, Eli! —le grito, dándole el impulso para que no se detenga. —¡corre! —le repitió.
¿De que huían? ¿Cuál era el peligro? ¿Era un ataque sorpresa? Se preguntó. No pudo evitar voltear hacia atrás. Se escuchaba los pasos, eran muchos además, pero no había nada a la vista, pero si se sentía un viento atroz que los envolvía y detrás de ellos se podia ver como las ramas secas se partían, arbustos eran apartados y el agua de la orilla salpicaba. Algo los seguía, algo que no podían ver. Tristán escucho un canto en lo alto, era Horus, el halcón de Camille, maldijo internamente, su tropa estaba en peligro, tenía que llegar lo más rápido posible. Si algo le pasaba a sus hombres, jamás se lo perdonaría, más aun a su esposa.
Eliana se tropezó y su cuerpo rodó, Tristán gritó su nombre y algo extraño la tomó de las piernas y la arrastró lejos de él.
—¡Soltadme, no! ¡Tristán!
Su mirada llegó hasta su esposo quien sacó su espada y la blandió, una extraña sangre verde la empapó. Eliana horrorizada lo miró, Tristán tomó su mano y la colocó detrás suyo. Nada volvería a tocarla.
(…)
—¡maldita sea ¿Dónde mierda esta, el capitán?!
—hace más de hora que se fue —dijo Camille, mientras atravesaba con la hoja de su espada un trasgo, haciéndolo gemir horrorosamente. Se manchó de su sangre verde, olía a mierda. —¡Formémonos en grupo! —ordenó.
Una horda de trasgos había emboscado a la caravana, los tenían prácticamente rodeados. El olor a muerte se sentía el aire. Los caballeros esgrimían a diestra y siniestra al enemigo invisible. Los tragos, seres invisibles de la naturaleza que son muy peligrosos con apariencia abominable, que odian la luz solar. Los habían estado observando desde los árboles y el esposo follaje, esperando a atacarlos, odiaban a los seres humanos, pero amaban su carne. Los culpaban de haber destruido todo y de invadir sus tierras. No eran seres muy inteligentes, pero si se trataba de un grupo eran mortales. El sol desaparecida a lo lejos, dejándolos a oscuras, expuestos a estos pseudo-animales. Algunos de estos poseían habilidades únicas, como generar energía desde el centro de sus cuerpos y expulsarlos contra sus víctimas, como la energía de los rayos. Sin embargo, aquel ataque ocultaba más de lo evidente.
Algunos caballeros encendieron flechas ígneas para iluminar las zonas, vieron como los caballos huían despavoridos ante el ataque. Los caballeros de Drawstone eran poderosos, mucho más que uno promedio, entrenado incluso en la mejor caballería. Estos soldados eran formados por la vida misma, una muy dura llena de dolor y pérdida. Todos tenían habilidades únicas que los hacían destacar. El mejor de todos era Tristán, experto en combate cuerpo a cuerpo, su arma predilecta era la espada y el arco, pero era tan bueno en la lanza, martillo, maza, bastón y otros más. Si no conocía las armas, aprendida y muy rápido, además de poseer un resistencia sobrehumana y ser autoinmune a muchos venenos y enfermedades. El siguiente era Benedict, el segundo al mando de la tropa, era experto en la lanza y combate cuerpo a cuerpo. Arthur, el mejor espadachín del grupo, con resistencia a las enfermedades y trabajo duro. Luego estaba Camille, guerrera formidable en combate de largo alcance con cuchillos, experta en venenos y arco. En total de unos 60 guerreros expertos en armas, ataques y métodos de sobrevivencia, con un físico sobrehumano y una voluntad de hierro.
Tristán llego agitado, mientras tenía de la mano a su esposa, el cabello de ella estaba desordenado y tenía el vestido casi suelto, puesto que las tiras en su espalda se habían desatado, dejando ver la piel de su espalda. Cuando vio a su caravana rodeada por el ataque cobarde, casi enloqueció.
—¡Comandante!
Tristán empuño aun más su espada y en menos de tres movimientos, había aniquilado a tres seres horripilantes. Nunca la soltó, tenía una destreza única para atacar y defender. Eliana podía ver como Camille atacaba, se movía tan rápido como viento, daba vueltas empuñando sus pequeñas espadas. Era tan hábil que ensartaba en el corazón de estos seres. Cuando su puñal se atascaba, con una patada votaba y seguía atacando. Era tan rápida.
—¡Arthur! —lo llamó y este contesto de inmediato.
Se abrió paso entre la batalla y llegó hasta dónde estaba.
—¡Llévate a mi esposa! —le ordenó y solo la soltó cuando Arthur la tomo del brazo.
Eliana abrió enormemente los ojos, cuando Tristán le dio la espalda, su corazón dolió. No, no quería irse con Arthur, quería estar con su esposo. Sus ganas de llorar aumentaron.
—pero… —quiso debatir, pero sus palabras se trabaron en su garganta. Arthur le hablaba, sin embargos sus palabras no fueron oídas, ya que su mirada estaba fija en su esposo.
—¡Llévatela rápido! —ordenó. pero Eliana parecía inmóvil, lo pudo sentir y entonces volteo encontrándose con su rostro pálido y lloroso. No quería verla así de preocupada. —¡No te preocupes!— le dijo y apegó su frente con la de ella, fundiéndose en una eterna mirada. —¡Te prometo que volveré por ti!
«¿Volver?» Pensó.
Sus ojos se llenaron de lagrimas, su corazón se detuvo y sintió un tirón muy fuerte, que la empezó alejar.
«Te prometo que volveré por ti en tres primaveras.»
«¿Por qué… porque me siento de esa forma?» Se cuestionó.
Era como si ya hubiera vivido esa experiencia antes, era como si se repitiera la misma historia. Aquella que le dolía y le costaba olvidar. Dónde le prometieron que volverían por ella, pero no lo hicieron.
Todo a su alrededor se movía lento, la silueta de Tristán se volvió difusa, mientras era arrastrada en contra de su voluntad. Estaba llorando, solo podia escuchar el palpitar de su corazón, latido a latido.
—no… –susurró.
En ese ínfimo momento, no quería alejarse de Tristán. Los pocos recuerdos que había vivido a su lado, hicieron mella en ella. Su risa, su profunda mirada, esos gestos con los niños, incluso su olor al acercase a ella. Todo, absolutamente todo, llego en un cúmulo haciendo que se detuviera.
—¡Tenemos que separarnos de la batalla, mi señora! —declaró Arthur, baldeó su espada mientras se abría paso, entre las decenas de trasgos que seguían apareciendo sin fin.
Un trago muy grande se hacía presente, su gran estómago comenzó a emitir una especie de luz y un sonido bullía desde sus entrañas.
—¡Cuidado!
Eliana nunca olvidaría aquel suceso, este escupió una especie de rayo contra los caballeros, entumeciendo sus cuerpos, pero la peor parte la llevo Benedict, quien estaba mas cerca recibió el primer impacto, su cuerpo cayo y no pasó mucho tiempo para que Camille atravesara con sus cuchillos a esta abominación.
—Sir Benedict… —trató de decir, pero Arthur solo le dijo un escueto “estará bien” con una expresión sería.
Ella negó, no estaba bien. Sir Benedict necesitaba ayuda con urgencia. Un grupo de caballeros se acercó y comenzó a reanimarlo, pero no respondía. Los demás caballeros seguían luchando a más no poder, entonces pudo olerlo. Ese pútrido olor a muerte, se estaba acercando a la caravana, ella pudo sentirlo, quizá era la única en percibirlo. Luego vio a otro caballero caer, cuando uno de esos trasgos lo golpeó en la cabeza, a otro ser atravesado por una lanza. Todo estaba mal, realmente mal.
Aquel sonido de sus pesadillas volvió a ella, el sonido de una cuerda tensa y unos pies que tocaban su hombro. Ella no pudo hacer nada, ella no pudo ayudar. Arthur se vio rodeado por los trasgos, tuvo que soltar a Eliana para poder abrirse paso, para internarse en el bosque, falta poco, escasos tres metros. Solo fueron dos movimientos para hacerlo, pero cuando retrocedió para tomarle el brazo a su señora, ella ya no estaba. Horrorizado volteó, encontrándose que la dama corría internándose nuevamente en la pelea.
—¡Señora! —gritó. Ella lo ignoró.
Tomo el borde de sus pomposas faldas y emprendió marcha hacia la pelea. Esquivaba con destreza a los caballeros en pleno combate, tenía miedo, mucho, pero no se detuvo. Se cayó, pero se levantó rápidamente y siguió corriendo. Sus lágrimas se las llevaba el viento, pero continuo. A pesar de haber un gran bullicio, no podía percibir ningún otro sonido. Ni los cortes de las espadas, el rechinar de las armaduras, ni los gritos de dolor. Estaba muy cerca de Benedict, lo habían apartado a un lado cerca de una tienda, mientras los otros caballeros seguían atacando sin tregua.
—¡Benedict, maldita se reacciona! —dijo Marcus.
Asustado por el semblante fúnebre de su amigo, se descolocó. Nunca habían atravesado una situación similar, Benedict era prácticamente invencible.
«¿Qué estaba pasando?» Pensó.
No supo cuando paso, pero sintió un empujón que lo hizo caerse. Era Eliana que comenzó a reanimar a Benedict con un empuje en su pecho.
—¿Qué está haciendo? ¡Señora no debería estar aquí!— le dijo pero ella hizo caso omiso. -Señora…
—¡No sé preocupe, sé que puedo reanimarlo!
Otro caballero la miraba muy molesto, porque la noble estaba allí, en medio de todo. La culpó implícitamente, si no fuera por ella no estarían allí, sino se hubiera demorando haciendo saben que cosas con el comandante, no hubieran sido emboscados. Era evidente que había estado follando con el comandante, puesto que tenía el vestido suelto. Los amarres de su espalda estaban flojos, dejaban ver su espalda desnuda.
¿Por qué tenía esa expresión? ¿A quien quería engañar fingiendo una falsa preocupación? La acusó mentalmente, al verla algo afectada por el estado de Benedict.
Eliana negó ante el inexistente pulso de Benedict. No, nadie merecía morir de esa manera.
«Este será nuestro secreto…»
«Llegado el momento no dudéis en utilizar vuestras habilidades.»
Sus manos temblaban, todo a su alrededor estaba en caos y el tiempo se ralentizó. Su corazón se detuvo muy dudosa de lo que iba de hacer, sus temblorosas manos se juntaron en su pecho, cerro los ojos y censuro su oídos. Cuando estuvo netamente concentrada, unos susurros llegaron a su mente, abrió los ojos y musitó una palabra que solo ella pudo sentir.
Lo que vino después nadie se lo espero.
—¡Señora! —gritó Arthur.
Un horrible trasgo saltó y se aproximaba a ella, con la boca abierta mostrando su larga lengua y su aliento fúnebre. Eliana alzó una de sus manos y una extraña luz envolvió su palma, y el trasgo cayó a un lado cegado por aquella luz. Ella atravesó el pecho de Benedict y desde adentro toco su corazón para que vuelva a la vida.
Los trasgos comenzaron a emitir un extraño sonido, y cambiaron su rumbo hasta el nocturno bosque. Los caballeros que estaban cerca, los que presenciaron aquel suceso, se quedaron pasmados al punto que más de uno soltaron sus armas. Allí delante de ellos, la pequeña noble tenía la mano sumergida en el pecho de Benedict, atravesando su armadura sin romperla y su cuerpo sin sangrar. Solo fueron segundos, pero para Eliana fueron horas. Cuando Arthur estuvo suficientemente cerca observo que la mirada de ella, era diferente una que no pudo comparar. No era la misma señora con sonrisa amable y ojos lleno de brillo, no. Aquella mirada desprendía misterio y profundidad.
Aquellos seres fantásticos retrocedían, haciendo horribles lloriqueos que más parecía. Parecían asustados, temerosos de algo invisible que sentían o veían.
—Pero que demo…
Los caballeros se quedaron estupefactos, los trasgos pasaron corriendo por sus lados queriendo huir de lo que ellos no veían. Tristán quien estaba al frente de la batalla, miro con sigilo como la hordas de trasgos retrocedían y se ocultaban en el bosque. Su mente se volvió en si, su cuerpo se movió por instinto, buscando a la razón de querer vivir en esa batalla, pero luego la pregunta vino a él.
¿Dónde estaba Eli? ¿Dónde estaba su esposa?
No dudaba de las capacidades de Arthur, pero ¿Si se la habían arrebatado?. No, no se lo perdonaría. No quería perderla, menos allí. Sin embargo, ni el consuelo de sus pensamientos lo mantuvieron tranquilo, puesto que el comportamiento de los trasgos había cambiado.
¿Qué había sido eso? ¿Por qué los trasgos habían huido?
Guiado por una corazonada, llego hasta donde estaban reunidos varios de sus compañeros. Nunca olvidaría lo que estaba delante suyo. Lo siguiente que vio, fue que su esposa sacó su mano de un Benedict que despertaba, esta volteó lentamente y cuando sus miradas se encontraron, no pudo reconocerla. Todo se volvió oscuro y se desplomó en los brazos de su esposo.
(...)
Muchas gracias por leer y llegar hasta aquí. Me apoyarías mucho votando y compartiendo esta historia para que llegue a más personas. Actualización muy pronto.
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