Capítulo VI

El camino hasta Drawstone estaba más lejano a lo que pensaba o creía conocer. Se encontraba leyendo un libro sobre algunos trazos de antiguos mapas. Inconscientemente sonreía al verlos, sobre aquellas  grises hojas, admirando a los sabios que los habían hecho. El mundo estaba dividido en seis sectores con diferentes características, ya sea biotopo, etnias o tradiciones. Estos a su vez estaban divididos en pequeñas y grandes naciones. Se comunicaban a través de rutas marítimas o por las estrechas penínsulas que se abrían.

Ellos vivían en la parte central del mundo, el más grande de todos. La cual estaba conformado por ocho grandes subsectores. Su padre era uno de los duques más importantes del reino de la parte sur. Su influencia era temida, por ser muy cercano al Rey del centro.

Tristán era uno de los lores de las tierras de Drawstone, un sector poco conocido del mundo. Su tierra era rica y fértil, rodeadas con todo tipos de biotopos. Eliana  profundizando sus conocimientos notó que Drawstone estaba a mucha distancia de lo que había sido su hogar. Se preguntó cómo un hombre como Tristán, había llegado tan lejos, hasta las tierras del rey del centro.

Hizo a un lado su curiosidad y siguió trazando con sus dedos las posibles rutas hacia allá. Según el mapa estaban a mitad de camino. Estos describían el lugar que estaba plagado por monstruos entre los bosques, pero hasta ahora, no había visto ninguno y eso la tranquilizara. Pensar en tener que lidiar con un orco, en el mejor de los casos un ogro la aterraba. Aunque siempre tuvo mucha curiosidad de conocer lugares más allá de su casa, la idea de lo desconocido la aterraba un poco.

Al pasar de las horas Eliana se recostó cerca de la ventana, viendo el cambio de la naturaleza en frente de sus ojos. De estar rodeada de bellos árboles, fauna y fructífera flora. Ahora se encontraban atravesando un bosque seco, sin vida y con un paisaje deprimente. Siempre había vívido rodeada de los paisajes más hermosos en Broshewd, experimentar por primera vez aquello sin vida, la hizo sentir triste. Había estado encerrada tanto tiempo, que se sentía muy ínfima ante lo que era el mundo en realidad. No todo podía rebozar de tanta belleza y vida, todo tiene un ciclo en esta vida. Todo por pequeño que sea, nace para morir.

El carruaje se detuvo abruptamente, tuvo que apoyarse para no caer por la fuerza de su peso. Su viejo libro cayo al piso, suspiró y se inclinó para recogerlo. El buen semblante que tenia se desvaneció de inmediato. Cuando vio a cierto animal asomarse por la ventana. Su rostro se contrajo, negó despacio y se puso pálida, volvió a soltar el libro e hizo el ademán de taparse los oídos con el antebrazo. Negó estaba vez frenéticamente y sus horribles traumas llegaron a su memoria, atormentándola como siempre lo hacían. Le pareció el animal más horrible del mundo, tan oscuro como la noche, sus fosas nasales se ampliaban y se contraían, su respiración opacaban la luneta de la ventana y oírlo bufar fue suficiente para sumergirla en el desmayo. Su cuerpo cayó abruptamente al suelo.

Tristán con los sentidos muy agudos, se bajó de su caballo cuando escucho un peso muerto caer, abrió la puerta y encontró a su esposa tendida en el pequeño piso de madera, inmediatamente la tomó entre sus brazos, le palmeó el rostro y la llamo por su nombre, pero no hubo respuesta. Debía de ser muy comprensivo, tenía la seguridad que Eliana nunca habría hecho tan largo. Al menos no estaba fría, notó. Por un momento se quedó hipnotizado con su respiración. Aunque estaba preocupado, se dedicó unos segundos a admirarla y pensar en aquella conversación de anoche.

¿Era verdad, Eliana estaba dispuesta a participar en aquel matrimonio? Aún buscaba la respuesta a esa pregunta.

(…)

Sus pasos eran lentos, podía oír  un eco constante que rebotaban en las viejas paredes de la habitación. Se tocó ligeramente la punta de su nariz, allí estaba ese olor nuevamente. Escuchó la tensión de una cuerda, pero no miraba nada. Elevo su visión y no había nada, pero aún se escuchaba el mecer de una cuerda y entonces lo sintió. Los mismos pies flotantes tocaron su hombro y lo último que escucho fue su grito ensordecedor.

—¿Señora?

Eliana se autoimpuso tranquilizarse, pestaño varias veces para aclarar su visión. Sentía su frente húmeda, y su cuerpo pesado. Una muchacha casi de su edad estaba delante suyo, rubia de ojos cafés muy tierna, la estaban cuidando. No reconoció el lugar donde estaba, era una descuidada cabaña concluyó. Su agudo oído pudo escuchar las sonrisas de lo que parecían niños afuera, los pasos de las personas, las cubetas de agua a media llenar que eran cargadas entre otras cosas.

—¿Dónde estoy? —le preguntó, y se apoyó con sus manos para mantenerse sentada.

—Se encuentra en Foresthol, mi señora.

—¿Foresthol?

—Somos una pequeña aldea, mi señora. Ubicada en un paso. Los caballeros se encuentran preparando todo para continuar vuestro viaje— explicó y le extendió un plato de comida, con un tazón de una infusión. —bébalo, señora. El viaje será largo, este té está hecho con menta y manzanilla. La ayudarán a relajarse, señora.

Ella obedeció y la bebió, luego tomo un poco de comida. Disfruto las patatas, zanahorias, calabacín entre otras verduras. Estaba delicioso.

—¿Puedo sostener vuestra espada, caballero?

Un niño a las afueras preguntaba emocionado, Tristán se puso de cuclillas y sonrió, le removió su cabello, deseó tener un pañuelo para limpiarle el rostro.

—Es muy pesada —el pequeño se sonrojo ceñudo. —los caballeros debemos ser cautelosos con nuestras espadas, niño.

—¡Cuando sea grande deseo ser un caballero fuerte y valiente como vos!

Tristán no dijo nada, su semblante se ensombreció al escucharlo. Quiso debatir el sueño de aquel pequeño, pero no tuvo corazón para romperle las ilusiones. La vida de un caballero era errante, hostil y llena de agonía. No solo se tenía que luchar por la vida, también por la de otros y lo peor, ver morir a sus camaradas. Era algo doloroso y punzante. Una pesadilla hecha de carne y hueso. Solo resolvió por asentir, se puso de pie y siguió su camino.

Eliana lo miraba a la distancia, ya se encontraba un poco mejor. No pudo evitar sonreír, ver con cierta emoción esa escena. Su esposo al sonreír, le causaba un calor inexplicable en el pecho. Aunque nunca lo hacía con ella, verlo sonreír a la distancia; era como si le dedicará tal gesto a su persona. Tan embelesada estaba, que no sintió cuando una pequeña personita se acercó.

Su cuerpo se sobresalto al sentir cierta presión en sus piernas, asustada bajo la mirada encontrándose, que era abrazada por una niña pequeña, quizá de tres años. Estaba sucia, la ropa que traía tenía muchos agujeros, además de carecer de zapatos, entre otras cosas. Sin embargo, sonreía, lo hacía como si aquello no fuera importante. Nunca había visto a una niña tan pequeña, o al menos no lo recordaba. Quiso tocarla, pero se detenía, volvía hacerlo, pero a la vez tenía miedo de hacerle daño.

Aquel gesto indeciso, engendró en Benedict un desprecio hacia ella, comparándola con su padre. Ver a la esposa del comandante, tan indecisa en tocar a la niña, le recordó como los nobles solían tratarlos, su desprecio vestidos en fino ropajes. Todo el desprecio que alguna vez sintió, fue redirigido a la inocente mujer. Escupió a un lado repudiando su actuar. Seguro no la quería tocar porque está sucia y desaliñada, pensó. Eliana sintió su mirada y volteo con inocencia, palideció y sintió mucho miedo. Uno que recorría su cuerpo, al sentir esa fulminante mirada sobre ella. Benedict volvió a escupir, diciendo con todo el desprecio del mundo.

—Los nobles están más sucios que los pobres.

Era inocente, ella sabía de todas las injurias que seguro pensaban sobre su espalda. La sombra de su padre era muy grande y sus pecados más aún. No podía culparlos, seguro fueron a aquellas guerras injustificadas, seguro sus familias sintieron el alza de sus impuestos, entre otras tantas cosas. Varios lo escucharon, pero nadie la defendió.

¿Por qué el comandante se casó con una mujer noble? Si él era uno de ellos.

Los prejuicios del caballero le impedían ver qué delante suyo, estaba una mujer que era tan víctima como él, pero de su propia cuna, de la nobleza más pura. Benedict solo juzgaba lo que aparentemente sus ojos veían. Una noble bella, hermosa como ninguna de las mujeres haya visto, hija del más infame Duque del centro.

Eliana no se atrevió a verlo, se amedrentó con su mirada inquisidora, guardó silencio. Ya bastante acostumbrada estaba, de ser el tema de conversación de muchas damas en sociedad. Volvió su vista hasta abajo, aún la niña seguía allí. Al parecer quería que la alzara, pero no lo hizo. La tomó de la mano, con cuidado la llevó hasta donde estaba su carruaje. Nunca aparto la vista de la pequeña niña, sonreía y brillaba como el sol. Algo dentro de ella cambio al verla. No importaba si tenia el vestido más sucio o remendado, sin zapatos y con la cara sucia, esa niña brillaba y era mas feliz que ella. Ahora que lo pensaba ¿Desde cuando no sonreía? Hace mucho que no esbozaba una autentica sonrisa, incluso en su infancia sonreía muy poco. Solo lo hacía cuando aquel extraño la iba a visitar.

¿De verdad, tenía derecho a sentirse triste? Se cuestiono en amargamente. Si, había sufrido todo tipo de maltratos, pero tenia una cama caliente y casi siempre comida hecha, con los más exquisitos insumos. Quizá solo exageraba y estaba bien como vivía, pero luego se respondió que no. Lo que vivió en aquella casa fue casi una pesadilla, preferiría haber carecido de muchas cosas con tal de ver la vida como lo hacía aquella infante.

—¿Cómo te llamas? — le cuestiono sonriéndole.

La pequeña balbuceó algo incomprensible, Eliana solo negó y trato de cargarla, la subió a su carruaje y una vez allí adentro le preguntó.

—¿Te gustaría que te leerá un cuento? —la pequeña sonrió. —he de suponer que sí.

Recordó que, en el baúl, había dejado uno de sus cuentos favoritos, agradeció internamente a Tristán, por haberlo colocado en la parte detrás del carruaje. Con algo de dificultad lo abrió, la tapa era muy pesada, esculco entre sus tantas cosas y por fin lo halló. Era de color marrón, labrado exquisitamente con pan de oro y cosido a mano. Solo los nobles podían tener acceso a tal magnifico ejemplar. La pequeña se aparto un poco cuando Eliana quiso subir, pero se detuvo. Cuando detallo su rostro sucio y manos, se entristeció. Así que saco uno de sus pañuelos que llevaba cerca de su escote, miro a su alrededor encontrando una cubeta de agua a media distancia, aparentemente con agua limpia, se acercó y ya empapado el pañuelo, se acercó a la niña para limpiarle su carita.

La suave tela de su pañuelo dibujo el rostro redondo de la niña. Era muy blanca, lo notó cuando sus mejillas rosadas aparecieron. Tenia bellos ojos verdes y no dejaba de sonreír. Eliana la limpiaba, con cuidado, devoción y ternura. La tocaba como el ser mas preciado que tuviera. Luego limpio sus manos, tardó de sacarle la tierra entre sus uñas y la pequeña no dejo de sonreír mientras la miraba con curiosidad.

—Ya está... eres una niña muy bella —se atrevió a resaltar y ambas compartieron una sonrisa.

Ella nunca había visto a una niña de su edad. Pareciera imposible, pero era real. En lo que fue su hogar se tenía estrictamente prohibido los niños pequeños. Su padre se excusó por los constante hurtos a su casa, piojos y los malos olores. Los criados tenían orden expresa de no llevar a sus hijos de lo contrario serían echados y en el peor de los casos azotados. Durante gran parte de su infancia estuvo ciega y conocer a un ser tan pequeño y frágil la hizo cuestionarse a todos los males del mundo.

¿Cómo se puede lastimar a un niño, a un ser indefenso?

Para aquellos debería estar destinado el averno, el más cruel de los castigos por si quisiera tocar a un niño o pensar en hacerle daño. Sentir su fragilidad, vulnerabilidad y su inocencia era algo intangible para ella, pero, en este mundo cruel, no todos eran como ella. Despejo aquellos pensamientos negativos, sin temor a ensuciarse se sentó en el piso del carruaje, sus pies daban afuera y la niña se sintió muy cómoda. Eliana hojeo una paginas blancas hasta que llego al principio de su historia, colocó el sucio pañuelo a un lado y con calor muy bonito en el pecho se dispuso a leer.

—Había una vez…

Toda la escena fue vista a lo lejos por Tristán, quien pasmado y maravillado no dejó de verla. Siempre fue así, a lo lejos siempre la había visto. Eliana se llevaba una mano a la boca para sonreír, achicaba sus bellos ojos azules y miraba con complicidad a la niña. Por alguna extraña razón no podía dejar de verla, allí sentada a la distancia lejos de todo lo demás, su esposa brillaba, como hace mucho no la había visto.

(…)

Algunos días pasaron, la caravana casi no hizo ninguna parada. Eliana estaba se quedaba casi todo el tiempo en el carruaje leyendo, siempre tan ensimismada en sus cosas. Algunas noches no había tenido la compañía de Tristán, otras sí; donde ambos trataban de dormir en el carruaje. Cuando el sueño caía en ella, Tristán la acurraba a su lado para que durmiera mejor, ligeramente sonreía. Al sentir su cálido pecho, el ritmo de su respiración y la armonía de sus latidos le traían paz. Ya no sentía tanto miedo en tenerlo tan cerca, se comportaba como un verdadero caballero.

Los caballeros notaron que Eliana era diferente a las demás nobles. Era bastante callada, retraída, casi nunca se reía y su estadía era más en el carruaje que afuera. Era evidente que su comandante no tenía intimidad con ella, ya que casi ni se hablaban. Eso le pareció muy raro ya que era perfectamente apetecible para cualquier hombre. Algunos confundieron este comportamiento tímido, en soberbio y altanero, confirmando todas esas acusaciones crueles hacia ella.

Seguro no sale, porque no puede estar con los plebeyos, seguro no soporta la tierra, seguro preferiría dormir en una cama suave que en el piso, seguro tal cosa, seguro lo otro. Eliana era consciente que no era del agrado de la caravana, pero no se quejaba, ni insinuaba cosa alguna a su esposo. Durante casi toda su vida se dijo mucho sobre ella, esto solo era una raya más al tigre.

El biotopo comenzó a cambiar gradualmente cuando comenzaron a subir una empinada colina, la vegetación fue muriendo aún más y los caballeros cazaban lo que podían. Aunque tenían suministros para un par de semanas, daban por hecho que no llegarían holgados a Drawstone. El clima fue cambiando, se detuvieron para colocarle unos resguardos a las patas de los caballos. El aire comenzó hacer falta, cuando el manto blanco fue visible Eliana se emocionó.

—Eso es…

Era nieve, blanca, fría y brillante. Era nieve tal como lo describían los libros.

—Es… bellísima.

Estaba en los árboles, caminos, montañas, estaba en todas partes. A pesar del agreste clima, las flores rojas crecían en el suelo, imponiéndose a la naturaleza. Muchos árboles habían perdido su follaje, pudo ver algunos perros salvajes esconderse cuando la caravana comenzó a pasar por el sendero. Unos conejos también saltaron, algunos pajaritos dentro de los troncos más gruesos. Sonreía y sus ojos brillaban, todo estaba tan idéntico a lo que sus libros describían. Allí pudo aceptar que muy dentro de ella, siempre quiso conocer esos lugares, pero quizá el temor a lo desconocido le impedía romper esas barreras. En la intimidad del carruaje, solo sonrió y se embeleso con todo lo que observaba. Era feliz, mucho, como nunca lo había hacía.

El carruaje se detuvo abruptamente, pudo escuchar algunas órdenes de lo que parecía la voz de Tristán. La puerta se abrió, ella carraspeó su garganta, su esposo aparecía sorpresivamente.

—Toma —cogió en el acto una gruesa manta que le extendió. Al principio no comprendió, pero luego sintió el frío que le calaba hasta los huesos. Tan ensimismada estaba, que no era consciente que estaba temblando. —Abrígate. El viaje será corto, pero está nieve es peligrosa —su voz grave sonó y cerró la puerta. No pudo escuchar su gracias, pero ella sonrió, era gentil aunque no lo pareciera.

Para los caballeros no fue difícil encender una fogata, tampoco hallar agua. Habían encontrado un río que casi no estaba congelado, tomaron un poco del agua que pasaba por allí. Gracias a sus habilidades y destrezas pudieron cazar, tomaron algunos tubérculos silvestres y comenzaron a asarlas en las brasas que había. También los conejos, patos y algunos peces que pudieron atrapar fueron parte de los alimentos. Definitivamente iba ser un almuerzo delicioso. Tristán tomo algunas patatas, carne asada y un poco agua caliente. Se dirigió hacia donde creía estaba su esposa. No había ni siquiera abierto la puerta, cuando noto unas pisadas en la nieve, frunció el ceño al darse que seguramente no estaba en el carruaje.

No muy lejos de allí, la risueña joven estaba observando el hermoso paisaje invernal. El mapa que había estado estudiando, no se equivocaba. Había un lago muy grande congelado, se puso de cuclillas y limpio un poco la opacidad del hielo, su mano se puso muy roja, pero pudo ver algunos pececillos debajo del hielo, sonrió y se alejó. Debía ser cuidadosa, no quería resbalarse y golpearse o peor aún, no quería caer en sus gélidas aguas.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Ella volteó de inmediato al escuchar la voz de su esposo. Se sintió algo pequeña, puesto que él era bastante más alto, imponente con esa armadura. Se pregunto ¿No sentía frío? Ella se estaba congelando a pesar de tener su gruesa capa. Su tono piel acanelado, sus gruesas cejas y sus profundos ojos negros, lo hacían resaltar de la blancura del lugar.

—Estaba explorando —contestó luego de salir de sus cavilaciones.

—Hay muchos peligros aquí —debatió y comenzó acercarse. —No deberías estar aquí. Hay lobos en los mejores de los casos.

—¿Mejores de los casos? –-preguntó sorprendida.

—vámonos —ordenó y le dio la espalda, invitándola implícitamente a seguirlo.

Eliana tristemente asintió, pero antes de seguirlo, volteó para admirar una vez más el paisaje. Quizá era lo más hermoso que había visto hasta ese momento, empuño sus manos en su pecho, observó al detalle, quería guardar en lo más profundo de su memoria aquel lugar, cerró los ojos y respiró profundamente. Se abstrajo para soñar despierta. Era feliz después de todo, nunca pensó en ser feliz ya que su matrimonio era arreglado. Volteo y se encontró con el pecho fuerte de Tristán, enrojeció hasta el escote y se apartó, pero la sostuvo de la cintura. Ella elevo su mirada y se encontró con la profundidad de sus ojos, no supo cómo interpretar esa mirada.

—yo…

—¿Quieres quedarte un momento? —le preguntó y no dejo de ver sus labios rosas entre abiertos. —No tenemos que irnos todavía, si aún no lo deseas.

Su profunda mirada la estudiaba, estaban muy cerca demasiado, pero la sentía lejos. Si bien ella estaba ligeramente sonrojada, y respiraba entrecortadamente; la sentía lejos, mucho. Así que la soltó con suavidad y ella volteo despacio. Sonrió al sentirse protegida, su vista volvió a ver el lago congelado y los árboles blanquecinos. Era hermoso, tal como describían aquellos cuentos antiguos. El viento afloraba, meció su cabello y capa, igual que los de Tristán y ambos se sumieron en un silencio acogedor y compartido. No había incomodidad, algo había cambiado en ambos y allí, lejos de todo podían tener esa libertad de hablar la cual no tenían al comienzo de ese pseudomatrimonio.

—el mundo es mucho más grande que este lugar —enfatizó Tristán.

—Tiene razón —confirmo tímidamente. —Lamento ser ignorante en algunas cosas, mi señor —se sonrojo y bajo su mirada mientras jugaba con sus dedos. —yo… bueno... mi padre no me dejaba salir mucho de mi casa. Siento deslumbrarme por cualquier trivialidad. De seguro vos, conoce mucho lugares de todo el mundo.

—He viajado mucho en mi vida.

—Seguro vivió muchas aventuras formidables y ha vislumbrado lugares mucho más hermoso que este, pero… —su vista volvió al frente, embelesada por el paisaje. —No puedo apartar mi vista de este lugar ¿No os parece hermoso? —le pregunto y esbozo una escueta sonrisa.

Sus ojos temblorosos no apartaban la vista del horizonte, quizá queriendo recordar con posterioridad lo que estaba delante suyo.

—Desear en demasía es pecado, pero desearía tanto, tanto poder conocer todo tipo de lugares de los cuales, quizá podría guardar un lindo recuerdo —se sinceró.

Su corazón se acongojó, al sentir que parte de sus sueños se estaban cumpliendo. Unos que había dejado atrás, al resignarse con el papel de la hija solterona del Duque.

—Siempre soñé con poder ver este tipo de lugares, poder sentir la nieve entre mis botas y poder decir que era fría como escuchaba decir a los criados de lo que fue mi casa —había mucha melancolía en su voz, incluso Tristán pensó que lloraría. —Así como lo describían mis libros o las pinturas que alguna vez vi. Todas hermosas, pero ninguna comparada con estas maravillas de dios ¿No lo cree?

—He visto muchas cosas hermosas en vida. Aún así, ninguna se compara con la que tengo delante mío —su voz ronca por primera vez sonó algo suave, su mirada estaba fija en ella.

Aunque decepcionado pudo ver que sus palabras no tuvieron la repercusión que inconscientemente quería, al haberle dicho un cumplido. Sin embargo, no dejaba de ser especial ese momento a solas con ella.

—Hace mucho frío —su cuerpo tiritaba y tenía mucha hambre.

—Deberíamos regresar —agregó y ella estaba vez asintió despacio,  conforme por lo logrado.

El avanzo primero, pisando fuerte por la gran cantidad de nieve en el suelo. Tristán era bastante alto y con dos zancadas ya estaba suficientemente lejos de ella. En cambio, Eliana tuvo que alzar su vestido para poder caminar, un poco nieve se metió entre sus botas haciéndola tiritar, pero continuo avanzando. Un poco de nieve cayó encima de Tristán haciendo que ella esboce una ligera sonrisa al verlo sacudirse, pero casi de inmediato la disimulo puesto que volteó ligeramente, volvió avanzar y esta vez un cúmulo mayor, cayó sobre su cabeza y maldijo por tan mala suerte. Era una escena muy graciosa, cómica. No pudo resistirlo, se dobló y comenzó a reírse fuertemente, casi carcajeándose por la escena. Al parecer estaba lo bastante relajada para poder hacerlo, si en lugar de Tristán hubiera sido su padre, lo más probable era que su mejilla hubiera terminado muy roja.

Se mantuvo inmóvil y volteó despacio, Eliana seguía riéndose y aquella escena hizo que abriera  más los ojos. Ella tenia ese gesto al reírse, su dedos muy cerca a sus labios, mientras todo su cuerpo relajado se movía al compas de su risa, estaba sonrojada y con los ojos cerrados. Era hermosa, mucho. Se miraba mucho más, cuando reía. Se dice que la risa es la voz del alma, si eso era verdad, entonces Tristán había visto el alma más hermosa de una persona.

—Lo.. lo siento —se disculpó, pero siguió riéndose.

Él no dijo nada, solo la miro, pero su carcajada se calló, cuando un sonoro sonido salió de su estomago. Eliana se sonrojó de inmediato, estaba roja como un tomate, he hizo un tierno gesto con sus mejillas. Cuando vio a Tristán que pretendía burlarse lo miró ceñuda, pero adorable. Estaba hambrienta y su estomago la delataba.

—No… —amenazó adorablemente. —Se rías.

Tristán no lo resistió más, puso sus manos en su cintura y vocifero una gran carcajada. Su voz gruesa de barítono, se escucho incluso donde estaban sus caballeros. Estos se sorprendieron cuando lo escucharon reír. Eliana estaba más que avergonzada, definitivamente tenía su merecido

—¿Alguna vez has escuchado reír así al comandante?

—Creo que nunca —respondió Camille y sonrió. Era hermoso escucharlo reír.

Tristán seguía riendo sin parar, en la caravana comenzaron a verse entre sí, extrañados, confundidos por su estruendosa risa. Luego se escucho una sonrisa aún más baja, entonces comprendieron que se estaba riendo junto con una mujer: su esposa. Al parecer no se llevaban tan mal como creían. Sin embargo, había alguien que le quito la sonrisa, Camille había sonreído al escucharlo reír, pero cuando escuchó el acompañamiento, la pequeña risa de su rostro se ensombrecido. Tristán reía, como nunca lo había escuchado, pero lo hacia con ella. Con ese estúpida, pequeña, débil noble.

Luego de reírse, se miraron y ya quizá más relajados. Tristán me extendió su mano para ayudarla a caminar.

—Creo que vuestro hambre ha aflorado está tarde.

—Parad de mofarse de mi persona, Sir Tristán —había muchas confianza en su voz.

—Será mejor que nos vayamos, Eli.

La mano de Eliana se quedó en el aire, palideció, su corazón se desbocó.

¿Cómo la había llamado?

El buen semblante que tenía se desvaneció de inmediato, su gesto feliz fue reemplazado con uno compungido.

—¿Estáis bien? —le cuestionó Tristán cuando la vio divagar, estaba muy pálida, parecía enferma.

—¿Qué… que fue lo que me dijo? —le preguntó con tristeza.

—Que deberíamos irnos.

Eliana negó. No, no se refería a eso. La había llamado de una forma particular, aquella que nunca nadie lo había hecho.

Eli, así la llamaba aquella personita.

Sus temores e inseguridades vinieron a ella, apartando la de la felicidad efímera de instantes. Apartó su mano del agarre de Tristán.

¿Por qué la había llamado de esa forma?

Le dio la espalda. Dos lágrimas llegaron a la nieve como congelados diamantes. Debía de olvidar, de lo contrario no podría continuar.

(...)

Muchas gracias por leer y llegar hasta aquí. Me apoyarías mucho votando y compartiendo esta historia para que llegue a más personas. Actualización muy pronto.

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