Capítulo IX
«—¡Mi niña, por favor!
Las pisadas en el piso eran una tortura, el sonido que rebotaba en las paredes era abrumador. Sus pies eran pesados, ahora notaba que el piso era tan como un pantano que le impedía avanzar. Sus gritos se escuchó en el pasillo, sentía que la respiración se le acababa y fue sumergida en contra de su voluntad. Luego cayó aparatosamente, rodando en una locación totalmente diferente, con el vestido pulcro, pero sumida en una absoluta oscuridad.
—¡Lady Elle, por favor!
A medida que avanzaba un extraño sonido se escuchaba más y más fuerte. Había algo horrible tras la última puerta del pasillo, pero era guiada por su curiosidad o quizá una fuerza sobrenatural, entonces lo escuchó. Era un grito que se apagaba poco a poco.
¿Y la voz?
Era de su querida nana. Luego se volvió más fuerte, acompañado con el golpeteo constante. El piso se rompió, hundiéndola en una profundad oscuridad una vez más. Cuando su cuerpo tocó el piso de piedra, le dolió levantarse. Eliana sentía que cada hueso dentro de ella se habían descolocados, lentamente se puso de pie. Sus ojos se abrieron enormemente, cuando sintió aquellos pies en su hombro, la cuerda tensa sonó y esta vez ella elevo la mirada, encontrándose con la expresión misma de muerte, retrocedió horrorizada y el frio le calo huesos. Un viento fúnebre elevó sus vestidos, sintió que alguien la abrazaba por detrás y ella forcejeo.
—¡Te lo advertí! ¡Nadie me rechaza!
—¡No! —gritó y lloró. Todo se puso aún más confuso nuevamente.
Una niebla la rodeo y podía sentir sus puercas manos sobre ella.»
—¡Despierta!¡Despierta, maldición!
Eliana golpeaba el pecho de su salvador con la poca fuerza que tenia. Finalmente abrió los ojos, estaba llorando y la garganta la tenía seca. Siempre que tenía estos episodios despertaba sola, pero esta vez, estaba entre los brazos de su esposo. Con la respiración entrecortada volteó a todos lados, encontrándose en la intemperie, rodeada por un gélido aire.
—¡No... no pude! —gritó mientras comenzaba a llorar amargamente. —No pude... no hice nada —sus palabras eran dichas casi inconscientemente.
Tristán sintió como ella temblaba y no era producto del frío. Eliana buscó su consuelo y termino por ser abrazada por su espeso, quien la apretó contra su pecho y pudo sentir como su camisa se empapaba producto de sus lágrimas.
—Sus caras... tantas caras... La dejé sola —confesó y se apegó, aún más en el pecho de él, estaba asustada, mucho.
—Solo... fue una pesadilla —le permitió llorar junto a él. Se sintió tan impotente ante eso, desde que compartieron la cama por primera vez pudo notar que tenia muchas pesadillas.
No dijo nada, pero ahora la situación cambiaba. Eliana temblaba como una hoja entre sus brazos, a pesar de mostrar su fragilidad durante todo este tiempo. Era la primera vez que la notaba tan rota.
¿Algo ocultaba? Él sabía que sí, pero no sé sentía con el derecho aún de preguntar.
Después de cenar se había dirigido a su cuarto, para asegurarse que estuviera dormida, y así la encontró. No podía conciliar el sueño, así que decidió mantenerse a distancia viéndola en un sillón cercano. Grande fue su sorpresa, cuando la vio levantarse con los ojos cerrados, incluso abrió la puerta.
Sus intenciones en detenerlas fueron claras, pero por alguna razón no lo hizo. Ella vestía un cómodo blusón, aunque odiaba la idea de que otros la vieran así, pensó ingenuamente que podría encontrar el origen de sus pesadillas. La siguió, pero cuando la vio tocar el agua marina fue cuando la detuvo. Se sintió un imbécil por haber permitido que llegará hasta ese punto.
Su dolor era tan palpable que apretó su corazón, estaba devastada. Eliana lloraba como si hubiera perdido algo importante. No eran simples lágrimas.
¿Qué le había pasado? ¿Con quien soñaba?
Así que la levanto y se dirigieron hacia la cabaña. La sintió relajarse, se había quedado dormida de nuevo. La recostó suavemente en la cama, le seco los pies y se hecho a su lado. Eliana dormía y aunque se había prometido no tocarla, deseaba que sintiera que no estaba sola. Ya no le daría la espalda, la abrazo y poco a poco sus cuerpos se calentaban, el sueño lo fue venciendo y se había quedado dormido.
A la mañana siguiente la luz del sol entro por la ventana despertándola. Un sonido particular se pudo escuchar con más fuerza. Se acercó a la ventana, los rayos solares la cegaron, pero cuando su visión se esclareció, su rostro se ilumino. Estaban en un lugar que siempre quiso conocer.
—Esto es...
Era una playa, la mas hermosa jamás vista. Se deslumbró tanto. Era la primera que había visto en forma real, muy alejado de las pinturas de su casa. El sol brillaba, la arena era blanca, el agua turquesa, y había plantas de coco y palmeras, se podía ver desde la ventana los pedazos donde rebotaban las olas.
—Esto es un sueño.
La emoción la invadió. Se puso sus atuendos rápidamente. Era algo incómodo dejar a un lado su corsés y tantas cosas bajo el vestido. Necesitaba sentir el agua entre sus dedos, y oler el aroma de la brisa. El sonido del mar que siempre quiso oír, la llamaba o de esa forma lo sentía.
No tuvo reparo en salir por la ventana emocionada, ya era una mujer mayor, pero siempre había vivido con las alas rotas.
Su cuerpo aún no estaba del todo recuperado, pero omitió sus dolores musculares y de cabeza. Quizá no pudo notar donde estaban porque seguía convaleciente.
Cuando sus pies tocaron el agua, extendió los brazos cual ave y se permitió sentir paz, al escuchar algunas aves y el sonido del mar. Respiro hondo, el aire de la playa era tan diferente.
—Fue tal como lo soñé.
Siempre había querido salir, pero su padre le dijo que no. Las órdenes eran claras, no tenía permitido salir de su palacio, mucho menos interactuar con alguna persona.
Ella era un error, indigna de su apellido y su estirpe. Así la catálogo su padre, y por muchos años se sintió así.
Aun así, solía escaparse durante fechas festivas. Se permitirse ser feliz entre herreros y jornaleros, claro siempre vistiendo una capa.
Su padre le pudo haber privado de muchas cosas: comida, ropa, amigos, felicidad, voluntad, pero nunca de sus ganas de soñar. Podría ser muy infeliz en su casa, pero se permitía soñar como nadie. Entre las paredes de su alcoba un día era una gran maga, otro una valiente guerrera, una princesa y quizá hasta simple gato. tantas cosas, ahora que estaba casada y sus sueños de conocer el mundo dejaron de estar solo en su mente, ha poder vivirlos.
—Buenos días, mi señora.
—¡Sir Benedict! —no había notado su acercamiento. Lo observó y sonrió al verlo caminar tan bien.
El caballero no supo cómo interpretar esa sonrisa. No era propio de una dama sonreírle a cualquiera, pero ahora notaba que su señora no era como cualquiera.
—Me alegro por vos, estáis bastante recuperado.
El auténtico brillo de la mujer, lo hizo enrojecer. Su inocencia no le permitió notarlo, tampoco la forma tan respetuosa en como se había dirigido a su persona.
—Todo fue gracias a vos —recalcó.
—Eso no es verdad, solo ayude un poco en su sanación. Fue su incomparable resistencia que contribuyo en gran parte a su curación. Si no fuera así, vuestro corazón aún seguiría adormilado ¿No lo cree? —explicó.
Aunque no entendía lo que decía, la escucho con atención. Delante suyo estaba la mujer que no quiso ver antes, una noble diferente. Aquellos gestos como tener sus zapatos en sus manos, como no le importaba si su fino vestido se manchaba con el agua del mar y verla brillar mas que el sol. Solo hicieron sentirlo mas culpable, la había tratado mal, juzgado solo por su cuna. Lady Eliana no era como las otras damas de sociedad, era diferente. Ahora entendía el porque su comandante volvió por ella y la tomo como esposa.
¿cómo podía existir un ser tan diferente a la nobleza?
—¿Pasa algo? —le preguntó al verlo tan concentrado mirándola.
—Nada, mi señora —contesto rápido. —Quería informarle que Rubén ya despertó —ella sonrió aliviada. —Esta bien supongo. Nos pidió un poco de vino y mucha comida.
—Me alegra escucharos.
—Hicimos lo que vos nos indicó. Cada uno le hablo durante toda la noche y bueno... fue reaccionando a poco.
—Tiene muchos motivos por los cuales vivir, es muy joven. ¿Cómo se encuentra el otro caballero?
—Su condición es incierta aún, aunque tiene poca fiebre, no despierta. Arthur acaba de ir por un trasgo para fabricar el antídoto, debería estar de regreso a medio día.
—No olvidéis avisarme. Mientras más pronto fabrique el antídoto, el riesgo disminuye —explicó y Benedict solo asintió con respeto.
De verdad, no mentía, su preocupación era genuina. Nadie podía mentir de tal forma.
—Señora.
—Si
—Muchas gracias —hizo una reverencia y Eliana se sorprendió. Seguro le estaba agradeciendo, por haberlo curado.
—No hace falta que agradezcáis. Yo lo...
—No solo por eso, mi señora —apartaría su orgullo y se comportaría como un verdadero caballero. —gracias por haberme disculpado. Mi falta de educación no es una excusa, por haberla tratado como lo hice.
No hacia falta más palabras. Benedict sabia que ella lo había disculpado por todo, de lo contrario, no estaría hablándole de la forma tan amical, en como lo hacia. Eli lo miro a los ojos, pudo ver su arrepentimiento por su comportamiento. Era la primera vez que alguna persona se disculpaba con ella y en cierta forma la afecto. Pudo verse disculpándose, con su padre. Cuando la culpaba por cualquier ínfima cosa o acción, todo mientras la golpeaba. Aún podía sentir su carne ardiente, y como su padre se desesperaba, cuando ella podía resistirlo.
Las olas rompían en los peñascos, los pájaros cantaban, y el viento combinado con la brisa los envolvía. Benedict espero una respuesta, pero solo hallo una escueta sonrisa iluminada por el sol. Ella lo había perdonado, lo sabia y no hacia falta palabras. Un gesto genuino de su parte bastaba.
(...)
Al caer la noche, Eli salió a hurtadillas de su habitación, asegurándose que Tristán no estuviera cerca, tocó la puerta de los aposentos de los caballeros y entró rápidamente. La estaban esperando.
—¿Lo han conseguido? —preguntó
Arthur se acercó y le extendió un vaso lleno de sangre verde, también había conseguido aquella extraña flor.
—Tenemos que actuar rápido. El veneno aún sigue en su sangre, podría morir en cualquier momento.
Destapó la herida, aún no había cicatrizado bien, tomo la flor la trituro con sus manos y la mezclo junto a la sangre. La preparación cambio de color casi de inmediato. Con una cuchara, tomó un poco, luego la calentó encima de la flama de una vela, cerró los ojos y musitó unas imperceptibles palabras.
Los caballeros no podían dar fe lo que veían. Los pocos cabellos sueltos de ella se elevaban, la flama de la vela se movía, la mezcla se eleva en forma de una gran gota.
—pero que demo...
Eran testigo como la sangre del trasgo conjuntamente con la flor triturada, comenzaba a separarse, formando dos grandes gotas una verde y otra transparente. La verde cayó nuevamente al vaso y la transparente a la cuchara. Eli sintió su cabeza doler, su visión se empañó y estuvo al borde del desmayo, pero está vez sea tuvo firme.
—¡Señora! —grito Benedictv, y la sostuvo.
Eli agradeció, tomo la cuchara y la vertió dentro de la herida del caballero, este gimió de dolor. Le dio un pequeño descanso, tomo una aguja que había sacado de su equipaje y la cauterizo con la flama, le paso un hilo y comenzó a coser la herida con mucho cuidado. La destreza afilada de sus manos resaltó, casi era invisible los puntos en la piel.
—Parte de hígado, aún no se recupera —dedujo al tocarlo. —trataré de que su recuperación no se vuelva tan lenta.
Sus manos se colocaron encima de él apaciguando el dolor. Todos podían sentir esa extraña e invisible aura que los rodeaban.
¿Qué le estaba haciendo?
Faltaba poco para restaurar la herida interna, Camille poso su mano sobre la frente del caballero y sonrió.
—Ya no tiene fiebre —los demás sonrieron y sus miradas se posaron en ella.
¿Cómo sabía todo esto?
La puerta se abrió aparatosamente asustando a todos, la armadura de Tristán resonó en la habitación y frunció el ceño al verla, hacer lo que le había prohibido. A pesar de tenerlo a su lado, ella no se detuvo y siguió curando al inconsciente caballero.
—¡¿Qué demonios crees que haces?! —advirtió, pero ella no se inmutó. —¡Vámonos, Elli! —ordenó, pero no obedeció. —¡Te dije que nos vamos! —está vez la tomó del brazo y ella gimió de dolor, pero aún así no se contuvo.
—¡Parad Tristán, me estáis lastimado! —se quejó.
—¡Te lo advertí!¡Te dije que no lo volvieras hacer!
—solo... solo estaba curándolo —sus ojos estaban vidriosos.
—¡No necesito de tu ayuda! —le gritó.
Ella se amedrentó con su mirada y lo déspota que se oía.
—¡No me obliguéis a repetíroslo! ¡Tenéis que obedecerme!
Tristán sin medir su fuerza la tomo de ambos brazos y la obligo a verlo, Eliana resistió el dolor de su agarre cerrando los ojos. Los caballeros sorprendidos observaban la escena, era imposible ver ese tipo de comportamiento de Tristán, que siempre era caballeroso y gentil. Eliana miro hacia el inconsciente caballero. Sus ojos se empañaron al ser arrastrada, aquel acto le atrajo malas memorias, delante suyo no estaba su esposo, la persona que estaba tirando sin medida, era su padre, su cruel padre.
—comandante —Benedict hablo, y se colocó en la salida.
Aunque estaba dudando sobre cuáles serían sus palabras, decidió hablar. Conocía a Tristán de años, sabía del porque reaccionaba así. Aun así, no justificaba su errático actuar.
—Lady Eliana no ha hecho nada más que ayudarnos —enfatizó. Tras él se colocaron Arthur y Camille, dándole un implícito respaldo. —No ha hecho nada indebido e impropio de su posición.
—No miente, Tristán —confirmo Camille.
Tristán escuchaba como uno a uno sus propios caballeros defendían el accionar de su mujer, esto lo enfureció.
—¡Solo porque ha curado vuestras heridas, la tratan de esta forma! — les gritó y enfrentó la mirada de Benedict.
Tristán ocultaba muy bien sus sentimientos, pero estaba bastante sorprendido por las declaraciones de sus camaradas, pero no lo demostraba, se mostraba hostil y la defensiva.
—Todo este tiempo han sido indiferente ante su presencia, la han tratado con si fuera una leprosa y ahora simplemente la defienden porque lo ha ayudado. Vuestra hipocresía y la conveniencia no tienen fin.
Aunque ahora mostraban cierta afinidad con ella, no dejaba de ser una burda afinidad condicionada. ¿Y si ella no le hubiera ayudado? ¿las variables hubieran cambiado? No lo sabía, pero no estaba dispuesto a averiguarlo. Lo más probable, sería que ellos se seguirían mostrando renuente ante su sola presencia.
Lamentablemente, Tristán estaba en una posición donde no podía elegir. Su estado civil y su carrera como caballero, no iban de la mano precisamente, por eso se mantuvo en un punto medio. No podía exigirles a sus caballeros que sean empáticos con su mujer, no después de lo que su padre les obligo hacer o hizo a muchos de ellos, los entendía. Solo velaría por el respeto como su mujer se merecía y con respecto a ella, la mantendría al margen de todo.
—No me traje a mi mujer para que le sirviera de curador.
Si las miradas mataran, todos en esa habitación ya estuvieran muertos y enterrados. La fulminante y acusadora mirada de Tristán daba mucho miedo. Está vez, si se iba a comportar como un energúmeno, a quien osara lastimar a su mujer. Ella estaba en riesgo y no lo sabía; la cuidaría de todos, incluso de ella.
El trato fue humillante para la tímida joven. Eliana se deshizo de su agarre, y salió de la habitación corriendo y cabizbaja. Ser tratada como alguien sin voluntad era algo que le dolía, que le calaba hasta el alma. Tristán grito su nombre, pero no lo escucho. Solo bastaron dos zancadas de parte de él, para que la alcanzará, la apretó a su pecho, pero lo empujó. Esa mirada llorosa, devastada lo traspaso y dándose por vencido por su miedo, cedió. Ella negó y retrocedió lentamente, hasta encerrarse en su cuarto, arrastró su espalda en la madera fría de la puerta y lloró, tristemente sus lágrimas salieron espesas y amargas.
¿Qué había hecho de malo? ¿Por qué la trataba como si ella no tuviera voluntad?
—Pensé... —susurró mientras se acurrucaba y se permitía llorar.
Ella solo quería ayudar ¿Qué de malo hay en eso?
Su llanto era audible hasta afuera, no podía sentirse más miserable al escucharla llorar. Quiso entrar, pero no lo hizo. Se mantuvo de pie escuchándola llorar, desgarrando parte de su alma ¿Porque le dolía escucharla así? No era el hombre caballeroso de la nobleza, tampoco sabía cómo tratar a una mujer, pero si sabía, que quería protegerla. Ahora ella estaba en riesgo, si alguna entidad se enteraba de sus habilidades, lo más probable era que se la arrebatarían y ni siquiera él, podría protegerla. La sola idea de perderla, lo hacía enloquecer y no se había dado cuenta de ello. Sus sentimientos habían cambiado en tan poco tiempo. Si tenía que ser duro con ella, lo sería, de lo contrario la perdería.
(...)
Al día siguiente, Tristán se debatirá, sobre que era exactamente lo que debería decir. Aunque estaba avergonzado por su comportamiento, seguía con la firme idea de no verla involucrada en la sanación de sus caballeros. Los efectos se notaban, Rubén quien había estado inconsciente, ya se encontraba recuperado. El otro herido de gravedad ya estaba mejor. Sus caballeros Benedict, Arthur y Camille se disculparon en cierta forma con él, pero este dejo el tema zanjado, no quería hablar de su mujer con sus subordinados. Si bien no dudaba de su lealtad, no quería dejar de ser precavido, incluso para él era difícil lidiar con aquello. Era más fácil lidiar con alguna bestia, que con una "maga" que además era su esposa.
Tocó dos veces a la puerta del cuarto de ella, pero no hubo respuesta. Supuso que seguía molesta, pero necesitaba comer algo, ya era casi medio día.
—¿Eli? –la llamo, pero seguía sin haber una respuesta. Esta vez entro, encontrándose con la cama vacía, las cortinas venteándose y un pequeño libro abierto en la cama.
Había una mesa pequeña, allí coloco la comida que le había llevado. Tomo el pequeño libro entre sus manos y sonrió. Era una historia muy conocida y era para niños.
—El niño y el mar —leyó el título labrado finamente, en la parte delantera de la tapa.
Se asomó por la ventana, entonces la vio. Ella estaba debajo de una palmera, abrazada a sí misma. Aún seguía triste dedujo, dispuesto a ir tras ella, se detuvo cuando una figura alta se le acercaba, frunció el ceño casi de inmediato al ver cómo se sentaba a su lado, ofreciéndole una vianda de comida. Ese era su trabajo, alimentar a su mujer. Ella le sonrió, no lucia nada molesta.
—¡Sir Arthur!
—Buenas tardes, mi señora. OS traigo vuestro almuerzo.
—os agradezco el gesto, pero sentaos. El clima reboza de hermosura hoy —resaltó.
El sol estaba en la cima, pero no quemaba mucho. Aunque estaba algo insolada por su piel blanca, no dejaba que eso opacara su felicidad.
—¿Cómo se encuentra hoy, mi señora?
—Supongo que bien —mintió y lo pudo notar. —está delicioso —las patatas estaban en su punto.
—¿vos estáis triste por el comandante?
Ella se sobresaltó al escucharlo. Si, estaba algo resentida con su esposo, por haberla tratado de aquella forma. Llorar tanto por él, hizo darse cuenta que empezaba a sentir, por efímero que fuera, cierta estima hacia él. Un sentimiento nuevo, que era muy lejano a un amor ferviente de pareja, pero sentía que dolía igual. Había pasado poco tiempo, pero sentía que Tristán y ella tenían más cosas en común de lo que se podía ver a simple vista.
—Está molesto conmigo. Lo entiendo, lo desobedecí... —su voz se quebró, pero se animó a continuar. —las esposas debemos ser buenas y obedientes. Acatar las órdenes que nuestros esposos nos digan, mantenernos quietas y... —no pudo continuar. Sus palabras eran irrepetibles, no quería volverse como su madre. Se avergonzó, tener ese criterio propio, la hacía pensar que era una pecadora.
Arthur podía sentir el pesar, en la voz de ella, pudo notar que los sentimientos de ambos eran unidireccionales. Ella no hablaba como una mujer enamorada, hablaba como una, que debía de obedecer. Sin embargo, recordar lo desencajado que estaba Tristán al verla desmayada, aclaró algunas dudas que tenía.
—No creo que el deber de una esposa sea lo que describe, mi señora —ella lo miró contrariada. —creo que el comandante, la ama, tal como es.
Tales palabras la hicieron enrojecer, aparto su vista y la fijo en la arena. ¿Amarla? No lo creía, en cierta forma creía que le guardaba cierto cariño, pero eso es todo. Lo simplificaba así.
¿Cómo amar a alguien que no conoces? Eso es imposible.
—para el comandante no habido mujer antes, durante y después de que supo que se casaría con vos. Sé que a veces suena muy duro, pero él lo hace porque os ama, mi señora. La protege de todos, incluso de vos. Todos vimos como se desplomó, como se nos fue por unos segundos. La agonía del capitán en esos momentos nunca lo hemos visto. Era la primera vez que se mostraba tan vulnerable ante su séquito.
Las palabras de Arthur tuvieron un impacto silencioso en ella. El sonrojo desapareció, en lugar de ello, se posó un calor muy bonito en su pecho. Era la primera vez que alguien le hablaba abiertamente de los sentimientos de su esposo.
—No hay ninguna mujer, además de usted para el comandante, mi señora —ella sonrió, como si no le creyera. —¿Lo duda?
—Tristán es un hombre apuesto para la audiencia femenina, dudo mucho que antes de mi no hubiera tenido alguna relación con otras mujeres —se sinceró. Ella era una novata en los romances, nunca había tratado a un hombre de esa forma de cortejo, ya que no se dejó cortejar. –no soy quién para jugaros en lo que hizo en su pasado... todos guardamos uno. En el mundo hay muchas mujeres hermosas... quizá él...
La risa del caballero la interrumpió, lo miro algo confundida, sin entender porque se mofaba de ella.
—El comandante solo tiene ojos para vos, mi señora. ¿A vos no le parece atractivo?
—El Concepto que tengo de belleza es diferente. Quizá os suene algo tonto, pero no puedo distinguir de alguien atractivo, de alguien que no lo es, bueno... a simple vista —explicó confundiendo al caballero. –me basta saber que alguien lo es, solo con prestar atención a las reacciones de las demás personas, para poder tener una conclusión, sumado de los conceptos teóricos que tengo –se río de ella misma.
Los únicos conceptos de belleza que tenía venían de libros y de los calificativos que alguna vez le dedicaron. Suspiro profundamente ¿Tristán interesado de una forma genuina con ella? Era difícil de creerlo, pero quizá la estimaba como lo hacía con sus caballeros.
—No debería complicaros tanto, mi señora —dijo antes de colocarse de pie y ella lo imito. —hay muchas cosas en este mundo, que no están explicadas en los libros. Habla de los conceptos de belleza de los demás, pero no todos estamos atados a lo que se dice en este mundo. A vos le puede gustar una cosa, a otros simplemente no. Y si la mayoría opinara o tomara una posición, no quiere decir que su totalidad lo acepte. En este mundo Dios no ha dado un libre albedrio, sabemos elegir —ella no pudo debatir.
Era un argumento válido. Quizá durante mucho tiempo, estuvo atada a todos los calificativos que tuvieron hacia ella.
–las cosas más reales no tienen explicación, solo se sienten, así como el amor. El comandante es un buen hombre.. eso no lo dude, vuelva a darle un voto de confianza y verá... que no os defraudara.
El viento soplo muy fuerte, meciendo los mechones sueltos de ella, también la cabellera rubia del caballero. Él tenía razón, todo lo que había leído durante toda su vida, no era nada parecido a la realidad. Algo de tranquilidad vino a ella, quizá necesitaba escuchar esas palabras de alguien. El caballero no dijo más, solo hizo un ademán pretendiendo irse.
—Sir Arthur —lo llamo y él volteo de medio lado, estaba a media distancia. —gracias.
Este sonrió y continuó su camino. Eli volvió a ver el mar, sonrió, estaba en paz. El aire marino acariciaba no solo su cuerpo, también su alma. Al parecer ya no estaba sola, no solo tenia un esposo que la cuidaba, había ganado a alguien, parecido a un buen amigo.
No muy lejos de allí, Tristán acariciaba a su semental, había observado todo, absolutamente todo y no pudo apartar la vista de la amena conversación de su esposa y uno de sus caballeros. Pudo ver cada uno de sus sonrojos, escuetas sonrisas y su mirada brillante. Todas de ellas, dirigidas hacía Arthur. Comenzó a cuestionarse el tipo de relación que ambos tenían, Eli parecía sentirse bastante a gusto con Arthur. En cambio, con él había lágrimas, rehuía de su tacto y muy pocas veces se había sentido tan suelta de hablar, como lo hacía con Arthur. Tal situación comenzaba a molestarlo, mucho, demasiado y no sabía porque.
—Debería de hablar con su mujer —Benedict aparecía con dos cubos de agua, se dirigía hacia el establo.
Tristán bufo molesto y fingió no escucharlo. Escuchar el consejo de alguien que no estaba de acuerdo con su matrimonio, era lo último que esperaba. Prefirió ignorarlo.
—Las féminas son más complicadas que los hombres, comandante.
—Recibir un consejo de tu parte, es lo último que desearía —sonrió con ironía.
—De todos los caballeros aquí, creo que tengo más experiencia con las mujeres —se jactó.
Era verdad, había conquistado a muchas mujeres en su vida. Una de sus características era su labia y esa socarrona sonrisa.
—Las rameras de las tabernas cuentan como una relación seria.
—¡Oye! No tengo la culpa de ser irresistible con todas. Benedict tiene mucho amor para dar.
Tristán rio y siguió mirando a su esposa como comía el almuerzo que Arthur le dio, frunció el ceño, ella debería estar comiendo lo que él le hubiera llevado.
—Lo que quiero decir, es que, si quiere arreglar las cosas con la dama, debería escucharla. No diga absolutamente nada, solo escúchela, ella sola le dirá lo que le pasa y no cometa el mismo error de anoche. No la presiones
—¿Arreglar? Aquí no hay nada que arreglar.
—Pues la pelea de anoche dice lo contrario.
—¡Vete al diablo! —bufo y siguió mirándola.
—as mujeres como ella son muy delicadas en todos los sentidos. La verdad siempre tuve un concepto bastante cerrado acerca de las nobles. Siempre mirándonos con desprecio y desdén, viéndonos como simples perros. Incluso cuestione mucho el hecho que el rey lo casará con la hija del duque. El cual hasta vos odiáis.
—Eso no es asunto de nadie.
—No sé que paso aquella noche Tristán —se sinceró y quito la formalidad que había entre ambos. —sé que quieres protegerla, pero la estás alejando con tu comportamiento. Ella parece estar sufriendo también. Todo este cambio, su boda y salir de su casa en tan poco tiempo. Tampoco ha sido fácil, supongo.
—¿Por qué hablas así? Desconocía está sensibilidad tuya.
—¡Cierta la boca! Solo te estoy ayudando. Porque de lo contrario ella se alejara más de lo que ya está —sin decir más, volvió a tomar los cubos de agua para irse a las caballerizas.
Ató las riendas de su caballo a un potrero, luego se dispuso a ir con ella. Quizá Benedict tenía razón, ni siquiera debería decir alguna cosa, solo debería escucharla. Recordó la noche anterior, dónde tuvieron aquella primera discusión. A pesar de sus temores, ella aceptó implícitamente la relación de ambos, abriendo un poco su corazón, diciéndole abiertamente que iba a olvidar a la persona de la que estaba enamorada por él. Aunque era difícil de creer, ella le había demostrado que no mentía. Al no rehuir su contacto, al permitirse ser un poco más libre cuando estaba con él.
Había cometido un error en tratarla como lo hizo a noche, pero solo pudo darle la razón a Benedict. Su experiencia amorosa era deprimente para cualquier caballero. Quizá fue un poco tosco. Comenzó a encaminarse hacia ella, pero la vio levantarse y dirigirse hacia un lado de la playa. La siguió a media distancia, ella parecía no sentirlo porque ni siquiera volteo.
Ese vestido color celeste era bellísimo, con bordes dorados y finos listones que acentuaban su cintura. Ese corsé era tan innecesario. Ella seguía caminando, alejándose de donde estaba inicialmente. Entonces se detuvo y comenzó a mirar a todos lados, Tristán no quería ser descubierto, así que se escondió tras la esquina de la última cabaña deshabitada, solo eran ruinas. Al ver que nadie la seguía, la vio quitarse los zapatos y correr rápidamente hasta donde estaba unos peñascos. Esas pomposas faldas no le permitían correr y por un momento sonrió al imaginarse corriendo solo con camisola. Sacudió su mente, era un pervertido.
Eliana se metió al mar. Vio como ella había quedado maravillada con el reflejo del agua, la vio chapotear, cuál niña y sonreír a carcajadas.
«No se muestra como es realmente es», pensó y no dejo de verla. Había muchas cosas que no conocía de su parte y ella tampoco de él. Sin embargo, había notado que ella solía demostrar un comportamiento diferente, que cuando se encontraba sola.
Al parecer el peso de los faldones la hicieron trastabillar, la vio salir a rastras del agua. Quizá decepcionada por no permanecer más tiempo.
Eli vio la piel de sus brazos, estaba rojiza. Sabía que la brisa marina era perjudicial para una piel tan blanca como la suya, sonrió al ver una planta de coco. Siempre quiso conocer una de verdad, allí en lo alto vio tres cocos perfectamente unidos entre si. Amaba la esencia de los frutos, dejaba el olor delicioso en el cuerpo por días.
—Lucen duros, oscuros y con muchos pelos —describió mientras los miraba desde abajo, sus faldas pesaban y esto la hizo formar un puchero.
Comenzó a darle manotazos al tronco erguido para que cayeran, al menos uno, pero sin éxito. Suspiro, ansiaba tener alguno para poder beber su contenido. Lo leído en los libros describían que el agua de coco era muy buena para la salud, estaba decepcionada por no probarla. Amaba su olor, algunos de los perfumes de su madre solían tener su aroma. Sus hermosos ojos se abrieron enormemente, cuando un coco se desprendió de lo alto y ella busco una posición para atraparla. Sonrió, el coco en picada se aproximaba a sus manos, y antes de atraparlo una enorme mano se interpuso.
—¡Tristán! — agregó sorprendida.
Tristán la contempló y sonrió de lado. Eli tenía sus manos juntas, seguro porque quería atraparlo, pero lo que no sabía, era que el impacto seguro le lastimaría las palmas. Cuando la vio batallar por obtenerlos, tomo un cuchillo pequeño que tenía entre sus ropajes y tiro hacia arriba donde estaban unidos, dio en el blanco. Luego de entregárselo, dio un golpe seco a la planta y el cuchillo se desprendió desde la cima, solo se hizo un poco de lado, para caer perfectamente en el fundillo en su cintura. Ella no dijo nada, pero admiro la destreza de su marido.
—Gracias —se sonrojo al decirlo, pero no lo notó.
Aparto su mirada, sabia del estado en el que se encontraba. Estaba sucia y empapada, pero siempre quiso meterse al mar. Debía de aprovecharlo, así le provocara un problema con su esposo. Sabía que no lucia como una esposa adecuada, espero un reproche, pero en lugar de eso, solo escucho un suspiro de su parte.
—¿Deseas beber? —le preguntó y ella volteo lentamente, termino por asentir.
Le devolvió el fruto y este tomo el mismo cuchillo. Le hizo un pequeño agujero y le extendió el coco. Su sabor era indescriptiblemente delicioso, era dulce y la vez amargo. Saboreo hasta la última gota.
—Esta delicioso —Tristán sonrió. Siempre disfrutaba poder ver sus mínimas expresiones, como como asombrarse por cosas tan básicas como la naturaleza.
Ambos compartieron el acostumbrado silencio, acompañado con sus entrelazadas miradas.
—¿Podrías abrirlo? —le pregunto, él solo asintió.
Tristán con destreza le dio la vuelta al coco, puñal y lo abrió de par en par, lo vio cortar en pequeños pedazos la parte blanca con su cuchillo.
—supongo que queréis untártelo —dedujo él.
Ella asintió, tomo los pequeños trozos entre sus palmas y el poco aceite que desprendía se lo unto en la cara.
—Los aborígenes lejanos de estas tierras saben mucho acerca de esta planta, sus propiedades y lo comestible que son.
—pensé que solo se tomaba y bueno... leí que era bueno para la piel.
—Su sabor tostado es bastante agradable.
Ella lo miro sorprendida, sabía que Tristán era un hombre que había visto y conocido de todo, pero que también estuviera informado, la deslumbró sin medida. Había escuchado que su padre también había viajado, no sabía si tanto como su esposo, pero había muchas cosas básicas que desconocía. Verlo frente a ella, hizo que lo viera con más detenimiento. Era tan alto, fornido y con ese gran porte, lo hizo compararlo con los héroes de sus historias. El típico personaje masculino que iba a rescatar a la princesa en problema, aquel príncipe azul que muchas soñaban y que pocas tenían. La realidad es que eran muy pocas quien se casaba con un príncipe de verdad, la mayoría se casaba por arreglo, con un hombre mayor y otro defecto. Al menos ella tenía un hombre bastante interesante a su lado.
—Este lugar es hermoso. Aunque me decepciona no tener olas para poder apreciarlas.
—En esta parte del mundo las olas no se extienden muy altas, suelen ser más tranquilas que los demás. Mi tierra posee el mar que deseas ver, sus olas se extienden, pero también hay remolinos y mucho riesgo de ser arrastrados por ellos.
Eli escuchaba satisfecha, Tristán conocía el mundo que ella ansiaba ver. Su mirada volteo de medio lado, observando el mar tranquilo frente a ella.
«El comandante es un hombre»
Las palabras de Arthur resonaron en su mente, no dudaba de la bondad de su esposo, pero sus reacciones erráticas la asustaban ¿Por qué reaccionaba de esa forma?
«No nos conocemos»
Tal afirmación recordó de su parte. Era verdad, no podía juzgarlo, tampoco alejarlo. Era su esposa después de todo. Su vista llego hasta sus pies, sintiéndose avergonzada por su comportamiento. Era una cobarde por siempre alejarse.
—No deberías exponerte tanto, vuestra piel está muy roja —afirmo y ambos vieron el horizonte sin fin.
—Espero... bueno... quedarme un poco más. Aunque mis ropajes no ayudan —Se observó. —desearía por sumergirme, pero no sé nadar.
—El mar no es lugar en dónde se pueda confiar, es impredecible y a veces mortal.
—Lo entiendo.
A pesar de la advertencia, ella volvió a entrar al mar hasta las rodillas, sintiendo la arenilla entre sus pies. Esa sensación era diferente.
—Entonces él se sumergió, se hizo uno con el mar y pudo dejar sus miedos atrás. El mar era como él, tan extraño e infinito..
Su cabello se meció cuando volteo a verlo, sorprendida estaba por aquellas líneas.
¿Qué acaba de decir?
—El niño y el mar, también lo leí hace mucho —Eliana estaba roja y no por el sol.
Seguro leyó el libro que había dejado sobre su cama, supuso.
Ella era demasiado tímida con sus lecturas, cuando alguien le preguntaba que leía, siempre obviaba el tema, que le preguntara era como si la desnudaran.
—Aunque esa historia no describe el mar que deseáis ver.
—Es verdad –afirmo ella y ambos sonrieron.
La historia hablaba de un niño que busca vencer su miedo al océano, con la búsqueda de superación por la muerte sus padres. Sumido en la pobreza y los maltratos. La historia culmina cuando el se sumerge al mar por primera vez, sintiéndose libre de sus miedos y disfrutando una futura vida que ahora ve con más esperanza.
¿Por qué ella leía una historia tan triste?
Aquel libro fue muy polémico por como era tratado el maltrato infantil.
—Es una de mis historias más queridas —confesó ella, se sentía desnuda ante él, como nunca lo había estado.
Era lo suficientemente inteligente para notar, que Eli había vivido como un pájaro enjaulado por mucho tiempo, que le habían cortado las alas hace mucho y que su curiosidad era insaciable.
Ella se compraba con el niño de la historia, dedujo. ¿Por qué lo hacía? Si ella había nacido en una familia privilegiada, seguro nunca falto pan en su mesa o una cama suave ¿Por qué le gustaba tan historia?
Ninguno dijo palabra alguna, solo se miraron compartiendo sus secretos en sus miradas. El listón gris de ella se mecía al compás del viento, los cabellos del caballero también. Tristán comparo sus rojizos rizos como un atardecer y sus ojos como el mar, al cual sus pies estaban sumergidos.
«¿Por qué... parece que le importa?»
Quizá los sentimientos de Tristán eran más auténticos de lo que creía.
—vamos —le tendió la mano invitándola a salir del agua, ella sonrió ante el gesto.
No dejo de verlo, queriendo quizá guardar aquel instante en su memoria, reconociendo delante de ella, más allá del esposo y caballero. Eliana reconocía al hombre tras la armadura. Allí en pleno día, pudo notar más su piel acanelada casi morena, su cabello semi rizado y negro oscuro. Tanto tiempo a su lado, que solo hasta ahora notaba, sus ojos eran más negros de los que nunca había visto. Ahora que recordaba, la sociedad no aceptaba a Tristán como tal, porque le temían entre otras cosas. Después de todo, tenían algo en común. Eran rechazados por un grupo de personas elitistas.
Entonces ella habló, pero él no la pudo oír.
Eli susurró algo, pero las pequeñas olas rompiendo en un peñasco cerca, hicieron que sus palabras no fueran oídas. Ella supo que no las oyó y antes que preguntara alguna cosa, se propuso a confesar.
—Es alquimia... —Tristán trató de disimular su sorpresa ante la confesión. —Soy una alquimista.
La incertidumbre en la mirada de ella se hizo notar. Tristán no dijo nada, solo bajo su mano y enderezo su postura. Su mirada era tan opaca y profunda, él no la reconoció. Eli decepcionada, volteo nuevamente al horizonte, pero este ante sus ojos se miraba diferente ya no era uno feliz, tampoco lleno de colores, ahora se tornaba oscuro, gris e impredecible para ambos.
¿Alquimia?
No podría ser verdad. Si era verdad, entonces lo más probable era que la perdería y quizá para siempre.
(...)
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