Capítulo IV

—No me rechazaras, no esta vez.

Aquella voz, aquella que siempre temía. Ahora era mas ronca, su toque era mas fuerte. Lo suficiente para sacudirla y arrastrarla hasta las caballerizas. Sintió el heno bajo sus pisadas, y sin medir su fuerza la tumbó al suelo. Los caballos relinchaban y sus pisadas con herraduras eran inconstantes. Lo vio acercarse, ahora tenia un rostro, una de la cual temía mucho, gritó y sus ojos lloraron.

El cuerpo de Eliana se sobresaltó, aun tenia aquellas pesadillas. Se volteó ligeramente, Tristán estaba dormido. Se limpió las lagrimas de los ojos y sus manos sobaron sus piernas. Aun podía sentir el heno entre sus ropas y el olor, ese nauseabundo olor que no le permitía dormir. No quería pensar mucho, para ser exactos, no quería pensar nada. Encriptó su alma y su corazón, debía de controlarse. Se puso de pie suavemente y miro a través de la ventana, con un nudo en la garganta junto sus manos y comenzó a orar. Era consiente que no era la más ferviente devota, pero si creía en dios, que había algo mucho mas fuerte que el acero, algo que destinaba y castigaba todo. Un equilibrio, uno que no olvidaba absolutamente nada. Ella sabia que no era perfecta, era consiente que había practicado "eso" que la iglesia tanto satanizaba, pero simplemente pasó. lo hizo para defenderse y lo volvería hacer. Las veces que sea necesaria.

Todo en su mente estaba confuso, quizá aquella pesadilla había venido esa noche para atormentarla. Por haber pecado al dejarse leer la mano. La adivinación era un pecado para su religión. Sin embargo, aquella bruja sabia de lo que hablaba y eso la aturdió. Tristán parecía también molesto y se pregunto el porque ¿Cómo sabía de su listón y de su significado? ¿las tres primaveras? ¿Porque mencionó doce? Y la pregunta más amarga ¿Qué sabía su esposo al respecto? Quizá era coincidencia, se respondió. Sin embargo sus improvisadas conclusiones, no terminaba de encajar. No conocía a Tristán, pero era la primera vez que pudo ver una reacción diferente a su acostumbrada seriedad ¿Qué era lo que sabia o no quería decir?

«En la noche de las luciérnagas», pensó.

Aquellas palabras hicieron que se enderezara.

—Aquella noche —recordó.

La adivina tenia razón, había acertado en aquel suceso, pero, solo estuvo con Tristán esa noche.

—a menos que...

¿Sir Arthur? El había sido el único caballero que la trato bien desde que la conoció, no la juzgó. Había tenido esa especial confianza en expresarse, tal como era con aquel caballero. Él no mostró ninguna aversión hacia su persona, es más parecía interesado en conocerla. Si, sir Arthur era aquella persona ¿Por qué no se lo decía? ¿Quizá había perdido la memoria o estaba amenazado? Tantas ideas absurdas cruzaron por su mente. Eso era imposible, era impensable. Había oído algunos casos de personas que habían perdido la memoria, por algún accidente en las guerras o quizá un trauma, pero tal idea, la hacia desvariar. Si tal caballero era la persona que estaba esperando, entonces todo estaba mal, allí en medio de la habitación se arrepintió de haberse casado y entregado.

Se sintió indigna, sucia y todos los peores calificativos posibles. A su mente llegaron aquellos insultos hacia ella. Adjetivos tales como: fea, robusta, inútil, vieja y solterona. La llamaron así, y de esa forma se sintió.

Había estado enamorada de aquella persona sin nombre, sin rostro por años. Lo había esperado y soportado todo por él, pero, no llego o ¿Quizá no supo esperar?

Si, Sir Arthur era aquella persona ¿La querría pesé ya no ser virgen? ¿Porque no llegó antes?¿Porque ahora?

Mentira, todo era una vil mentira. Esa anciana se equivocó, aquella persona no podía estar cerca, pero la duda que le sembró era que Tristán sabía algo y no sabía que. Lo supuso al verlo tan desencajado. Cuando le aseguró que le dijera la verdad.

¿Si se había molestado porque menciono a la persona de la cual estaba enamorada? Era la reacción normal de un esposo al sentirse engañado. Con mucho pesar alzó una de sus manos y se tocó el listón gris que tenía en su cabello, lo había trenzado porque sus rizos se enredaban. Era el único recuerdo que le dejó, al que se aferró, el único impulso que fue capaz de enfrentarse a su padre para no casarse.

Aún se recuerda en el casquete de su jardín esperando, cuando la primavera termino y llegó el otoño siguió esperando, cuando llegó la cuarta primavera siguió esperando, ansiando escuchar esa misma voz. Los años pasaron y él nunca volvió. Fue tanto su empeño en quedarse allí, que su padre le construyó una frágil y fea cabaña. En la cual pasaba más tiempo que en su propia casa. Siempre espero y espero, pero incluso ella no pudo salvarse de la edad y que sus padres la quisieran casar. El tiempo la volvió en una hermosa damita y fueron muchas veces que maldijo su nacimiento, sus intentos de huir, pero no hacerlo por miedo. Tantas cosas. Empuño sus manos, quería orar y no pudo evitar llorar .

—si tan solo... si tan solo hubiera esperado más —susurró.

Sus ojos azules brillaban con la luna nocturna y sus lagrimas caían como diamantes sobre su escote. La mirada de Tristán se posó en ella y como las otras veces no dejo de palpitar ante su presencia, admirándola, tratando de descifrarla. Las palabras de esa bruja le había provocado un profundo dolor de cabeza, quitándole el sueño. Era un hombre que dormía muy poco, pero los últimos días había dormido como nunca. No entendía el porque. Pudo sentirla estremecerse cuando dormía, notaba que tenia pesadillas, estuvo tentado a consolarla o quizá preguntarle, pero era muy orgulloso. Eliana tenia secretos, igual que él y no se molestaría en conocerlos. La vio llorar y pretendió ignorarla, pero por una dolorosa razón no aparto su vista de ella.

(...)

Ya entrada en la mañana Eliana se levantó con un fuerte dolor de cabeza, casi no había dormido. Observó a su lado, su esposo no estaba, tocó ese lado de la cama y estaba fría. Al parecer ya se había ido. Miró hacia la ventana, era un poco tarde, se sonrojó. No quería que pensarán que era la típica noble que despertaba hasta medio día. Se puso de pie, busco su vestido, estaba aun lado de la habitación sobre una vieja silla de madera. Sus pasos se detuvieron cuando la puerta se abrió, sobresaltándola. Tristán aparecía con un plato hondo que contenía un poco de pan, queso y frutos secos, también traía una infusión en un rústico vaso. Ella se cubrió por instinto y evito mirarlo.

—Bue... buenos días —saludó algo tímida, evitando mirarlo.

La expresión ceñuda de Tristán tomó intensidad. Su esposa, la mujer con la que se había desposado hasta hace unas semanas lo miraba con aversión, eso dedujo. Quiso gritarle el porque se cubría, si ya bien mapeado tenia su cuerpo, hasta los lunares en los lugares mas vergonzosos estaban en su mente. No había razón para su pudor, a menos que le tuviera asco. Si, eso debía de ser. Le tenía repulsión.

—Nos quedaremos hasta mañana —colocó el desayuno en una mesa cercana a la cama.— Mis hombres necesitan descansar, por el largo viaje que nos espera. Los caballos también necesitan recobrar fuerzas— su abaritonada voz, sonó muy hosca. Ella no dijo nada y solo asintió sin verlo.

Tristán se fue de la habitación, cerrando la puerta con mas fuerza de lo debido, la hizo sobresaltar. No podía soportar su filudo escrutinio sobre ella. A pesar de tener camisón, se sentía desnuda ante su presencia.

No paso mucho para que un grupo de mujeres entraran en la habitación. Eliana se sorprendió, pero les permitió entrar. Luego mencionaron que su esposo había pedido que la atendieran. Su sorpresa fue en aumento por tal acto.

«¿En realidad lo hizo?», pensó.

Tras aquellas muchachas entró una gran tina de madera, que eran cargado por dos criadas más. No le había mencionado el detalle que quería darse un baño, seguro notó que su incomodidad por usar el mismo vestido y su uso excesivo de su pañuelo perfumado. Aunque aquellas muchachas no lucían como las criadas del castillo de su padre, eran amables con ella. Su aspecto sucio y maltrecho quedaban de lado por sus sonrisas. Al parecer eran felices. Los estragos del sol habían hecho mella en ellas. Su piel era un poco mas oscura, también parecían que un poco mas descuidadas, porque seguro mucha de ellas trabajaban en el campo. Eliana sonrió y agradeció las atenciones, pero les pidió gentilmente que la dejaran sola, si tenia cualquier inconveniente les avisaría.

El desayuno que le trajeron estaba realmente delicioso. El pan estaba recién horneado y el queso tenia el punto de sal exacto, sonrió. Le gustaba mucho el queso, agradeció que no le trajeran mermelada, no le gustaba mucho. En Broshwed su padre ordenaba tener mermelada recién hecha en la mesa, podría ser un hombre vil, pero amaba las cosas dulces. En su castillo, sus palabras eran ley. Agradeció internamente a Tristán por haberle traído una porción generosa de queso y pan, se sintió satisfecha y algo dudosa se metió en la tina. El agua estaba a la temperatura perfecta, vertió un poco esencia de lavanda que tenia y se dejó atrapar por su dulce aroma. Comenzó a refregarse con un paño, sintiéndose culpable por pensar mal de su esposo. Su madre la regañaría bañarse después de alguna comida, pero ahora no estaba.

Anoche no había podido conciliar el sueño, por creer tontamente que Tristán ocultaba alguna información acerca de esa persona, quizá sabia más de lo que aparentaba. Quizá él y su padre estaban coludidos para ese matrimonio, pero aquella idea fue tan efímera. Tenía conocimiento pleno que su esposo tampoco quería ese matrimonio, así que quedaba totalmente descartado. Conocía la poca estima que su padre le tenía, sumado que siempre le recalcaba que la quería ya casada y lejos de su casa, que una mujer tan mayor sería una carga en su casa.

Quizá en primera instancia su padre trato de comprometerla con alguien a su nivel, pero al pasar los años, sus negativas y sus múltiples decepciones terminaron por saturarlo, pero ¿Cómo aceptarlo? Si los candidatos eran insufribles y desagradables. Muchos de ellos demasiado mayores, algunos doblándole la edad e incluso amigos de su padre. Todo cambio cuando su madre se entero que estaba en cinta, su padre dejo de insistir, mas aun, cuando se enteró que sería varón. Abiertamente ella pasó a ser una extraña en su vida.

Su padre ya no se tomaría tantas atenciones para casarla, lo único que sabia era que el rey había sugerido que el caballero de Drawstone debería tener una esposa de nobleza. Pudieron conseguirle alguien mejor quizá, pero por las circunstancias era apropiado casarlo con alguien cercano al Rey.

«No se conocían mucho» tenía aquella certeza, su mente divago por un tiempo indeterminado.

No compartieron tiempo a solas, solo se miraban a lo lejos en algunos bailes y nada más. La sorpresa de su repentino compromiso la descolocó, más aún cuando desesperada le pidió ayuda. Tristán parecía poco interesado en ella. Era bastante frio, aunque era un poco atento con ella. Sumergió su cabeza hasta que las burbujas explotaron en la superficie del agua, cerro los ojos conteniendo la respiración. No quería pensar, siempre solía hacer eso cuando las ideas la agobiaban. Miro sus rodillas bajo el agua, sus ojos pestañaron y se sintió triste, muy triste. Cuando el aire se le terminó, se puso de pie inmediatamente, respiraba rápido y comenzó a tener frío. Sus bellos ojos azules se abrieron enormemente al notar a una persona que la miraba desde el umbral de la puerta, se sonrojo a más no poder, busco con que taparse, pero nada estaba cerca. Solo optó cubrir sus partes intimas con su mano derecha y con su antebrazo sus senos, desvió la mirada sintiéndose expuesta.

Ni siquiera la ninfa mas hermosa de algún bosque encantado o las sirenas de las aguas más apartadas del mundo, podían compararse con el monumento de mujer que estaba delante suyo. Se había olvidado sus guanteletes para salir a entrenar, por eso volvió a su habitación. Los caballeros de Drawstone entrenaban siempre, porque de lo contrario perdían condición. Encontró el gran tinajo de agua en medio del cuarto, pero no a ella. Alguien con sus afilados reflejos podría prevenir todo, pero lo que vio estaba fuera de sus sentidos. Su esposa aparecía de repente, emergía de la tina como lo más bello que había visto jamás. El agua resbalando por su piel blanca, sus largos mechones carmesí que caían convenientemente sobre sus senos y su rostro, ese bello rostro que hasta ahora aceptaba que le gustaba. No reaccionó, solo se quedó admirándola, carraspeo y controló sus reacciones evidentes de sorpresa. Cuando su vista se fijo en ella, la vio avergonzarse, sonrojarse a más no poder.

«¿Por qué lo hace?», pensó.

Odio esa reacción de su parte, lo trataba como si fuera un extraño, incluso pensó que se desmayaría. Su entre pierna dolió, tenía una erección y se maldijo por eso. Sabía que no le era indiferente a otras mujeres, lo sabía. Alguna vez tuvo ojos solo para una mujer, cuando el amor que tenía se rompió, pensó que no volvería a sentir nada, pero ahora sabia que no era así. Su esposa era bastante sincera, al hacer notar lo mucho que le desagradaba que la viera desnuda. Lo rechazaba y lo entendía, pero no era el animal que todos pensaban. Aclaró su garganta, paso por su lado muy serio, estaba molesto ella ni siquiera lo miró, tomó el trapo más grande que usaba para secarse y se lo lanzó. Algo fuerte que ella tuvo que mantener el equilibrio, quizá no fue delicado de su parte, pero ya estaba harto de la situación. Ella lo miraba como si fuera peor que un horrible monstruo, no merecía eso. El era su esposo y podría reclamar su cuerpo las veces que sea necesario, pero no era un bruto, mucho menos un violador. Se sintió estúpido al creer que quizá ella confiaría en su palabra, pero al parecer no era así.

—Evita salir —su voz ronca la hizo estremecer. —Una mujer como tú llama mucho la atención.

Sin decir más, tomo sus guanteletes y salió de la habitación. No notó que ella lloraba. No por el pudor, sino por él, ver su reacción tan tosca le dolió y sintió que se mereció eso.

«Seguramente se avergüenza de mi», pensó.

Seguro el gran lord de Drawstone no querían que vieran a su fea y vieja esposa.

Cuando las horas pasaban y se hizo tarde, una de las muchachas de la posada tocó la puerta. Era la hora del almuerzo, se sintió decepcionada porque creía que podría comer con su esposo, se imaginaba verlo trayéndolo como usualmente lo hacía, pero él jamás subió. Vio las viandas sobre la mesa: era carne guisada, un mendrugo de pan y verduras al vapor, se miraba exquisito y la porción era generosa, aunque tenía apetito no quiso comer. Solo se sentó y miró a través de la ventana, acumulando en su corazón, esa vieja sensación que solía tener en su casa. Entonces lo vio, sus ojos se fijaron en aquel hombre que era su esposo, estaba solo pasando por ahí, pero se detuvo. Lo que Eliana vio después fue algo que juro jamás olvidar, un grupo de cuatro niños lo rodeó, parecían animados y felices, ella lo pudo notar en sus rostros sucios, pero sus ojos brillaban al ver a Tristán. Estaban emocionado por ver un auténtico caballero, Tristán era tan alto, fuerte e intimidante con su fulminante mirada, pero estos niños parecían no temerle. Luego él se puso de cuclillas, igualando casi el tamaño, llamó a uno de los infantes y le entregó una moneda a cada uno de ellos, estos se vieron emocionados al recibir el presente. Desde arriba pudo ver quizá la sonrisa mas hermosa que ha pudo ver. Tristán sonreía, de la forma más sincera y pura posible, lo desconoció. Parecía que le decía algo a los niños, estos los miraban ilusionados, le removió el cabello al mas pequeño y siguió su camino.

Algo muy bonito comenzó a nacer en el corazón de ella, algo que nunca había sentido y se le llamaba ternura. Sonrió y ella no lo notó, su esposo era alguien tierno y no lo podía creer.

—Le gustan los niños...—volvió a sonreír. No apartó su vista hasta que se desvió por la esquina de las caballerizas.

Tristán era inocente de sus falsas especulaciones mentales, él jamás podría ocultarle sobre aquella persona. Estaba segura que sería capaz de contarle la verdad. Nunca había tratado tanto a un hombre como ahora lo hacia con su esposo. Quizá con el único hombre que había tratado era su padre, su cruel progenitor que no le temblaba la mano para azotar a un niño, si en caso osara robar en su cocina. El mismo padre que odiaba no comer lo que el quería, el mismo que abofeteaba y abusaba de su madre. El mismo que le pidió a aceptar proposiciones lascivas de un noble, a las cuales se negó. El mismo padre que no movió ni un solo dedo, cuando le hicieron daño.

«es tu culpa», le dijo aquel día.

Eliana jamás pudo olvidar los colores en su espalda aquella noche. No odiaba a su padre, eso era pecado, pero si no lo quería cerca de ella. Alguna vez pensó que todos los hombres eran iguales, hasta hace unos momentos pensó eso de Tristán, pero ya le había demostrado que era diferente. Si, lo dudo, pero ahora con ver esta tierna escena, solo confirmo que la única equivocada era ella.

¿Cómo un hombre tan grande y fuerte podría ser tan tierno? ¿Como alguien malvado podría sonreír de esa forma? Nadie podría mentir tanto. Su corazón se detuvo, se puso de pie de inmediato al distinguir a lo lejos a aquella misma mujer. Ignorando la advertencia de su esposo se puso de pie y salió a toda prisa de su habitación.

Eliana no lo sabía, pero nunca en esa posada habían recibido a una mujer tan bella y elegante. A pesar que prácticamente iba corriendo, muchos se detuvieron a verla. Portaba uno de sus vestidos favoritos, blanco adornado finamente con flores rojas. Su cabello rojizo estaba atado con una cola alta, que se movía producto de sus pasos y sus ojos, esos bellos diamantes azules. Todos podían notar lo bella que era, excepto ella.

Agradeció a Dios por llegar tan rápido. Allí estaba aquella mujer, seguía entre los matorrales, incluso pudo aseverar que la estaba esperando. Con garbo y elegancia Eliana se acercó, dudosa, pero con paso firme. No podía verle el rostro, solo era evidente su ancianidad por las manos arrugadas, pecosas y magulladas.

—Buenas tar...

—¿Ha dormido bien, mi señora?—la interrumpió.

Eliana carraspeó. No había dormido nada y su pregunta estaba impregnada de cierta tonalidad que no le gusto.

—No deberéis estar aquí. Vos sabéis tal cosa.

«Trata de no salir, una mujer como tu llama mucho la atención»

Las palabras de su esposo llegaron a ella, frunció el ceño y se atrevió a preguntar ¿Quizá todo era coincidencia?

—¿Quién sois? —su voz fue firme, se sentía demasiada expuesta.

—nadie, mi señora —respondió con brevedad.

—Porque tengo la ligera sospecha, que sabéis más de lo que dices.

—Cuando llegue el momento, no dudáis en utilizar vuestras habilidades —aseguró.

Un gélido temor la invadió y pudo jurar que su corazón se había detenido ¿Acaso hablaba de..?

—vos, sabe de...

—Las respuestas que buscáis están frente suyo, mi señora —Eliana palideció ¿A qué se refería? — lamentablemente nos volveremos a ver, llegado el momento vos tendrá que elegir...

Sus ojos se abrieron enormemente, al escucharla llamarla de una forma particular. Su miedo se plasmo en su rostro, nadie la había llamado así en años. La ultima vez que utilizaron aquel termino, ella no podía ver. Solo una persona la había llamado así. Su mente divago y se abstrajo de la realidad.

—¡mi señora!

Una voz familiar llamo su atención, Eliana volteó encontrándose a sir Arthur que se acercaba.

—¿Qué hace aquí, señora?

—yo solo... —volteó y la anciana ya no estaba.

El aire soplo helándole la piel. Su rostro se tornó sepulcral, asustándose por lo que acaba de pasar, volteó a ver a Arthur quien la miraba algo confundido, volteó nuevamente y seguía sin haber nadie. Tuvo que tranquilizarse para poder continuar.

—Quería respirar un poco, sir Arthur —contestó y volteo a verlo. Debía al menos de fingir nada había pasado. No quería ser tomada como una enferma mental.

—No debería estar sola por aquí, este lugar esta llena de personas que quizá no sea el agrado de vos —advirtió. —Además no creo que el comandante lo apruebe.

«Por eso no quería que bajara», pensó.

Ella asintió tímidamente.

—Mi esposo ¿Dónde está? —se atrevió a preguntar.

—Está entrenando con los demás, vine porque me ordeno que llevara a houler a dar un paseo. Es un caballo inquieto, odia estar encerrado, se parece mucho al comandante —ella sonrió ante tal comparación.

—Dicen que las mascotas se parecen a sus dueños —añadió ella y sonrió, él también lo hizo.

Era graciosa tal como lo sospechaba.

Houler es más un compañero para el comandante, que una mascota, mi señora —aclaró.

Eliana no dijo nada, Tristán al parecer también cuidaba de sus caballos. Recordó a su padre azotando a uno de los suyos, puesto que era muy salvaje. También recuerda pateando a un perro y haciéndolo llorar.

—¿señora? —Arthur buscó su mirada al verla tan ensimismada, ella trato de sonreír. Los últimos días había estado pensando mucho en su padre.

Era amable reconoció, mucho y se expresaba diferente a los demás. Tenia mucha clase al caminar, además de saber cual era su lugar en las tropas. Ella se preguntó si la persona que conoció hace tiempo se parecería a sir Arthur, así de amable y considerado. Aquel no tenía rostro, pero si una voz, sabía que quizá con el tiempo no podría reconocerlo, puesto que la voz de los hombres cambia, pero si tan solo le tocara el rostro ella lo reconociera de inmediato. Quería preguntar, debía de hacerlo, la duda la estaba matando, pero ¿Qué cambiaria? Ya estaba casada, entregada y unida de por vida a otro hombre. Quizá debía de aceptar su destino, pero se respondió que no. Ella merecía saber, lo espero, tuvo fe que volvería. Por muy poco, debía saber si ella le importó, porque aquella esperanza que él volviera, era su única razón para no haber sucumbido a todo lo malo que le paso, al menos, debería de agradecerle por ser la luz en un camino tan oscuro. Sir Arthur sonreía, supuso que alguien como él era apuesto para otras mujeres, pero ella solo lo miraba amable. Algo insegura se atrevió a hablar.

—Sir Arthur, yo...

—¡Maldita sea, te dije que lo hicieras bien! ¡Eres un maldito engendro!

Aquellas palabras crudas y llenas de vulgaridad llamo la atención de ambos. Eliana se asustó al ver cómo un ser de aspecto desgreñado y pobre, pateaba sin medidas a un pequeño niño. Ella negó y se asustó.

«¡Tienes que hacer lo que yo te diga!»

Recordó a su padre y quiso ir, intervenir. El niño casi ni respiraba y sangraba por la nariz. Era tan pequeño y aquel animal lo golpeaba sin temor a lastimarlo.

—¡Ya no me pegues por favor, padre! —el pequeño se trataba de cubrir, pero no podía. Su abdomen era el que recibía las fuertes patadas del que llamaba papá.

—¡Que no me llames padre! —le gritó. —¡Porque lloras ¿No puedes resistirlo? eres igual que tu puta madre! —. lo insulto y lloro más. La escena era cruda, digna de una pesadilla.

Eliana se vio reflejada en aquel infante, sus ganas de llorar aumentaron.

—¡No os acercáis, mi señora! —Arthur se lo impidió pretendió ir, pero alguien se lo había adelantado.

Aquel desalmado fue levantado en peso y lanzado a un lado como un costal de patatas.

—pero que...

Aquel ebrio hediondo, no podía distinguir a la persona que lo había arrojado. Su sombra era muy grande, no pudo distinguirlo con excepción de esa mirada con fulgor a muerte que emanaba, pero, ni aun así se amedrentó. Se puso de pie y casi trastabilla, Tristán se miraba mucho más alto e intimidante. Todos miraban de lejos la escena. No decía nada, solo se acercaba como un depredador a su presa.

—¿Qué demonios tienes? —soltó el hombre y escupió a un lado.

Era un caballero, pudo notarlo y no dudo en despreciarlo. Los odiaba, los odiaba con todo su corazón. Siempre creyéndose más que los demás, arrebatándole incluso a las únicas mujeres que tenían. Si, su esposa no lo hubiera engañado con un caballero. No se desquitaría con el pequeño, que aún le llamaba padre.

—Con qué derecho intervienes, vos que sois ¡un perro del puto rey! —bufó con mucho desprecio, pero Tristán no reaccionó.

Cuando vio al niño limpiarse la sangre de la nariz, fue cuando le tiró un par de dientes al hombre con un fuerte derechazo, que le propinó en plena cara. Este cayó nuevamente en la tierra, todos miraban asustados, nadie se interpuso.

—¿Quieres más? —amenazó Tristán, no estaba molesto. Estaba furioso y quería matarlo. — Pretender ser un padre, ¿para qué? Para tratarlos peor que un animal —Su voz intimidaba, mucho. — debería castrarte por golpear a un niño.

—ni siquiera es mío —Tristán lo volvió a golpear, está vez le desgarró una ceja con sus nudillos.

—¡Así no lo sea, no merece que lo trate de esa forma! —le grito y está vez ese hombre fue consciente que aquel caballero, parecía que quería matarlo. —quizá debería darte un escarmiento, para que sientas lo que ese pobre niño padece por vuestros golpes sobre su cuerpo.

—no, no, no puede hacerlo —temió por su vida al verse acorralado. Su boca boqueo como un pez. — vos sois un caballero... el rey...

—Estoy seguro, que el rey me agradecería que eliminé a la basura de sus tierras.

Se fue prácticamente encima, sin medir sus golpes, sin ninguna arma. Hubo fuertes puñetazos, en la cara el vientre haciéndolo escupir sangre. Parecía que para Tristán el castigo no era suficiente, seguía golpeándolo y el desconocido sacó un cuchillo, quería jugar sucio. Blandió su cuchillo en aire, pero Tristán no se movió y en un par de movimiento el cuchillo salió volando hasta sus manos, sin titubear lo clavo en la pierna izquierda haciéndolo retorcer del dolor. Tristán no tenía expresión en su rostro, sus facciones no se movieron ni un poco al verlo casi llorar y doblarse de dolor. Quería matarlo

Había una razón por la que estaba tan fuera de sí. Le recordó su cruda infancia, una la cual odiaba hablar.

—¡Tristán! —se detuvo, su puño de quedó en aire. El hombre cayó desmayado y él volteó a ver a la dueña de aquella voz.

Eliana lo miraba a la distancia, estaba completamente horrorizada y llorosa. Sus manos estaban empuñadas en su corazón, frustrado como estaba se irguió y se arrastró el cabello. No quería que ella lo viera así, seguro pensaría que era un animal. Se acercó rápidamente e ignoró a Arthur quien estaba delante suyo. Ella se asustó aún más, cuando vio que su camisa blanca tenía rastros de sangre y sus nudillos estaban algo lastimados.

—¿Qué haces aquí? Te dije que no bajaras —Le aclaró, la tomo del brazo y la obligó a seguirlo.

Pensó que estaba molesto con ella, bajo la mirada arrepentida por su atrevimiento. Lo vio agitado, furioso y frustrado. Todos vieron como la llevaba hasta la habitación con el brazo bien sujeto, pero nadie se interpuso. Cuando llegaron hasta allá la soltó y apretó los dientes, estaba furioso y no quería desquitarse con ella.

—lo siento —se disculpó y se sonrojó.

—no quiero que salgas —le advirtió. —a menos que sea conmigo, no salgas de esta habitación — aceptó y estaba apenada. Quería llorar, aún podía recordar la escena de abajo. El niño llorando, siendo brutalmente golpeado hasta el punto de desmayo. —este lugar no es para una mujer como tú

—yo.. yo no quería —tartamudeó, no podía decirle que salió porque vio aquella anciana.

Tristán volvió a arrastrar su cabello, se puso las manos en su cintura y su vista se posó desafortunadamente en el almuerzo de ella sobre la mesa. La miro furioso.

—¿Por qué demonios no has comido? —su voz gruesa la estremeció.

—yo...

Lo vio esbozar una sonrisa, que en lugar de bella era tenebrosa, como si se estuviera burlando de ella.

—Una comida humilde como esta, no es digna de alguien como tú.

—¿Qué...?

—¡Lastima! —le gritó. —no sabía que el paladar de una noble era tan exigente —se amedrentó con su mirada. Eliana juro que la odiaba, nunca la había mirado de esa forma. Tan asustada estaba que quiso evadirla, pero la tomo del brazo. —¿Por qué no me miras? ¿soy tan indigno para ti? ¡tanto me desprecias! —le gritó, ella negó y sus ojos no dudaron en cristalizarse. —¡no puedes soportar la idea de haberte casado con un paria como yo!

—no... no es así.

—¡las nobles como tu desprecien a los plebeyos como nosotros, nos ven como personas a las que tienen que pisotear, nada mas!

Ella negó y lloro, le dolía donde él le apretaba. Tristán estaba furioso, no con ella. Si no el bastardo al que había visto golpear a aquel niño, trayéndolo a sus traumas, los cuales deseaba olvidar y no haber vivido.

—¡toman lo que desean y cuando ya no los necesitan. ¡Los desechan cual pañuelo! ¡viven entre grandes castillos, oropeles, finos ropajes y grandes cenas. ¡Mientras que nosotros nos toca trabajar duro hasta desangrarnos! ¡todos son iguales! —recordó al duque, viéndola. Pudo verlo en ella, su rostro cruel plasmado en el dulce y redondo rostro de Eliana. No pensó lo que iba a decir. —¡eres igual que él! —hablo con desprecio. Recordando como aquel duque lo miraba, ahora estaba molesto con ella. Recordando las veces que evitaba mirarlo. Como si su sola presencia lo repugnara. —¡eres igual que tu padre!

Eliana decepcionada y con el corazón roto bajo la mirada, Tristán la miraba furioso. Sin embargo, su enojo se fue desvaneciendo cuando ya no podía sentirla. A pesar de tenerla del brazo, podía jurar que ella no estaba allí, como si estuviera muerta. Al ver lo que había hecho trato de calmarse, Eliana no tenia la culpa.

—Elia... — quiso tocarle el rostro, pero ella no se dejó.

Ahora él notaba que ella era la que lo odiaba, con la mirada más triste que ha visto. Sus ojos se abrieron aún más, cuando la vio detalladamente. Ella enfrentaba su mirada, estaba llorosa, sus lagrimas resbalaron por sus mejillas y su cuerpo temblaba. No le temía, en ese momento Tristán noto que ella no le temía. Su mirada se apaciguó, cuando sus lágrimas se acumularon más, en sus bellos ojos, se tapo la boca y comenzó a hipear. La había hecho llorar y no era su culpa, se había desquitado con ella. Quiso acercarse, pero se apartó.

—Puedo ser vuestra esposa, pero ninguna de las falacias que ha lanzado contra mí es verdad — se defendió entre el llanto, posicionando la cabeza bien en alto, pero con el corazón roto. — vos no sabéis nada sobre mi ¡nada! —le grito y le dio la espalda.

Si Tristán supiera de como ella realmente vivió. Del desprecio y abusos que sufría de parte de su familia. Las veces que la dejaron sin comer por irse en contra sus reglas, cuando la apartaban de cualquier evento de real. Siendo tildada de ciega, inútil, carga y solterona. Y lo peor, su padre permitía que otros ajenos a su familia abusen de ella. Tristán no sabía del infierno que vivió, su único escape era la lectura e imaginarse como un ave volando lejos de todo, pensó que era diferente, pero era igual que su padre. Tristemente pensó que faltaba poco para que la golpeara como a su madre, pero esta vez dudaba si lo resistiría. Su esposo no tenia la esfuerza de su padre, seguro la dejaría inconsciente con algún golpe. Su madre y ella tendrían el mismo destino. Se alejó y se sentó sobre su cama. Lloraba en silencio, ignorando completamente su presencia. Sus sueños se rompían en mil pedazos, quizá ya no podría tenerlos porque la habían casado con un monstruo.

Sintiendo una opresión en su pecho, Tristán salió de la habitación. Su ceño se frunció más, cuando noto que algunas personas; inquilinos o personal de la posada estaban en pasillo escuchando todo. Los ignoro y salió de la posada.

«¡Malditos entrometidos!», pensó.

Eliana no tuvo ninguna reacción cuando se cerró la puerta abruptamente. Las palabras del caballero se desvanecieron perdiendo valor. Seguro la golpearía, también quizá más tarde la tomaría a la fuerza y la poca caballerosidad se le quitara ¿Por qué la trato así? ¿Por qué le dio esperanza que no la tocaría? Sus lagrimas se volvieron mas espesas y su alma se fue rompiendo a poco.

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