Capítulo III

Afuera de las tiendas la mayoría de los caballeros estaban patrullando, al parecer todo estaría tranquilo. Ya habían peinado la zona, ni un peligro asomaría al menos por esa noche.

—El capitán ha estado de muy mal humor.

—¿Quién no estaría así? —declaró y sonrió de lado— es un recién casado, seguro que quiere estar entre las piernas de su mujer y no aquí en medio de la nada.

—Es verdad. Preferiría mil veces estar contra el cuerpo cálido de hermosa mujer, que aquí hablando contigo.

Ambos rieron y siguieron en medio del espeso follaje. Iba ser una noche muy larga, pero preferirían eso a estar un día más en las tierras del Duque de Browshed. No conocían a un ser viviente ajeno a la familia que se expresara bien de su persona. Era un noble cruel, que solo le importaba sus propios beneficios, amaba las guerras, pero no pelearlas. Enviaba a diestra y siniestra a jornaleros para combatir en batallas injustificadas. Lo odiaban y si no había un conflicto civil era porque su cercanía al rey era muy notoria. Amaba al oro, más que a su propia familia.

Estaba inmersa en la oscuridad, podía sentirse que corría sin dirección. Solo podía escuchar el eco de sus torpes pisadas, una constante que aturdían. En esa pesadilla era aún ciega y corría sin rumbo, sin fin. Hasta que cayó de bruces, aturdida como estaba. Sus manos buscaron el piso. Sintió un olor fétido acompañado con el vaivén de lo que podría ser una cuerda. Asustada como estaba se puso de pie, su hombro choco con algo aparentemente suspendido, pero era ciega y no pudo ver de que se trataba. Tanteando sintió que eran unos pies suspendidos, se tapo la boca horrorizada. El suelo donde estaba se hizo pedazos y se escuchó su grito en la oscuridad.

Las pesadillas para Eliana siempre eran recurrentes. Siempre de levantaba como ahora sudada, con el corazón desbocado y con ganas de vomitar. Al menos está vez no se levantó gritando, pensó. A pesar de ser un horrible sueño, podía sentir ese olor fétido en todas partes. La fogata ya estaba apagada, lo notó, ya que todo estaba en penumbras. Pudo escuchar unos pasos fuera de su tienda, supuso que eran los soldados organizándose para hacer la vigilancia. Tristán estaba dormido a su lado, le estaba dando la espalda. Necesitaba un poco de aire, el espacio que al principio le parecía acogedor, ahora lo sentía pequeño al punto de asfixiarla. Tomo su capa que estaba a un lado, se deslizo despacio y salió de improvisada tienda. Pudo evadir a hurtadillas a algunos guardias que estaban cerca, se adentro al espeso bosque que los rodeaba. Estar a oscuras era más familiar para ella que para nadie, podían escuchar los sonidos de los grillos y hasta el aullar de algunos lobos. Su corazón se sobresaltó, debía de ser cuidadosa, estaba sin escolta y había salido sin avisar de su tienda. Quería regresar, pero algo llamo su atención. Un sonido familiar, uno que amaba escuchar. Guiada por la curiosidad sus pasos de apresuraron, hasta donde provenía. Aparto ramas y piso muchas hojas y entonces llegó.

Era un río, uno muy grande. Sus ojos se vieron más grandes todavía, nunca había visto un caudaloso rio. El que pasaba por su casa solo era un pequeño riachuelo. La luna estaba en lo más alto, gracias a ella, pudo disfrutar aún más de la vista nocturna, pero lo que vino después fue algo que ella jamás olvidaría.

Unas pequeñas luces comenzaron a encenderse de forma discontinua a su alrededor, adornando el panorama nocturno.

—Esas son..

Luciérnagas, nunca en su vida las había visto. Conocía de ellas, había leídos muchos libros sobre animales nocturnos fotosensibles. Era mágico, único y extraordinario. Junto sus manos en su pecho, sus ojos palpitaron al ver la luminosidad de aquellos seres y respiro hondo. Era feliz. Desde que se le negó el sentido de la vista, solía imaginarse como era el mundo entre las penumbras de su incapacidad. En su corazón se abrió una pequeña herida y aquella voz que la acompaño gran parte de su infancia sonó.

—hay animales que suelen brillar en la noche.

—¿Cómo son? —le preguntó con una sonrisa en su infantil rostro.

—Son muy pequeños... les llaman luciérnagas.

Ella no conoció el mundo siendo niña, pero hubo alguien, una personita que le describía como era y le leía en las tardes. Aquel niño la hizo sonreír y pensar que había esperanza entre todo el infierno que vivía en su hogar. Siempre lo esperaba después de cada almuerzo, era su sanación.

—No debería estar aquí, mi señora.

Aquella voz la asustó, se sintió mal al ser descubierta. Por instinto retrocedió, aparto su vista de aquel alto caballero.

—Sir.. sir Arthur —tartamudeo un poco.

El brillante caballero salió de su escondite. Arthur Hourted era el hijo bastardo de un gran terrateniente del norte, pero su destino no fue diferente a lo que usualmente un bastardo está acostumbrado. Su padre era un hombre bueno, así como a sus demás hijos recibió los cuidados necesarios que podía darle, lo educó junto a sus hermanos. Aunque Arthur siempre se le recalcó que era el bastardo de la familia, su padre siempre estaba allí indicándole que era su hijo y que lo amaba. Era bastante alto, fornido con ojos azules como el cielo y caballera tan dorada como el sol, era sumamente atractivo. Esto último lo molestaba, puesto está apariencia era idéntica a la de su padre. A pesar de haber sido criado por él, su madre nunca pudo superar que la abandonará. Como era de esperarse su progenitor quería elegir su destino, pero se opuso a casarse con la hija de un lord que odiaba con todo su ser. Así que le tocó el repudio, del que había considerado su padre y fue expulsado de sus tierras junto con su madre. Se dedicó a ser mercenario y en una de esas peligrosas peripecias conoció a Tristán, al cual respetaba en demasía.

—Deberéis volver, mi señora. Es peligroso por estos lares —se colocó a su lado guardando una respetuosa distancia.

A pesar de su triste destino. Su educación era impecable.

—Solo he venido a respirar un poco, caballero. No creo haber hecho algo malo —se defendió. Aunque estaba nerviosa, salir sin el permiso de su esposo no era una falta grave. Sir Tristán era su esposo, mas no su padre y ella no era una niña.

—Hay lobos cerca, también puede pícaros alguna araña venenosa o puede ser mordida por alguna serpiente.

Eliana suspiro profundamente. Sir Arthur tenía razón, había peligros fuera de su conocimiento. Quizá estaba emocionada de ver cosas nuevas, por eso se aventuró sin ser precavida. Casi nunca salía de su casa, y las veces que lo hizo, fue a hurtadillas para observar el festival de la cosecha de su tierra. Esto era nuevo, esta etapa de su vida que estaba comenzando. Encendía una chispa de curiosidad que no sabia que existía.

—No creéis que son hermosas, caballero —su voz suave contrasto con el sonido de los grillos a su alrededor. Eliana estaba embelesadas por las luciérnagas que volaban alrededor y se posaban en las hojas.

—Lo son, mi señora —aceptó y también las aprecio.

—Es una lástima que su tiempo de vida sea efímero —se entristeció. Arthur no la entendió— la vida de estás luciérnagas se extienden a solo un par de días, luego fallecen.

—¿Cómo lo sabe mi señora?

—He leído lo suficiente sobre animales, sir Arthur. Los agricultores aledaños deben estar contentos con su presencia. Simbolizan que el ambiente es saludable. Son depredadores de plagas como caracoles y lombrices —finalizo su monólogo con una gran sonrisa.

—No lo sabía, mi señora —estaba impresionado por su explicación.

Por un momento se detuvo a verla. Ella seguía explayándose con tanta naturalidad. Por un instante ya no la escuchaba, sola la miraba parecía emocionada. La vio sonreír y juro que brillaba más que estos animales, incluso más que las mismas estrellas en la noche. Extendió uno de sus dedos, una de estos animalitos quiso posarse sobre ellos.

—¡No lo toquéis! —inconscientemente, tomó la muñeca del caballero, olvidando los protocolos de no tocar a un hombre y mucho menos estando a sola. —pueden ser peligrosos —recalcó.

Arthur volteo a verla, parecía que no comprendía en la extraña situación en la que estaban. Ella estaba preocupada por si algo le pasará, no por haberlo tocado. Había inocencia en ella y una muy pura. Su alma era como aquellos bellos ojos que poseía. Lentamente de separaron. Eliana siguió apreciando las luciérnagas que ahora se alejaban. Debía guardar su distancia, así ella no le molestara. Estaba casada, ella era la mujer de su comandante. No debía ser tocada por nadie más que él.

—Será mejor que volvéis, mi señora.

—¿Vos no volveréis también? - pregunto preocupada.

—Estoy haciendo vigilancia. Me debo de quedar.

—Entiendo, lamento ser inoportuna con vuestra labor —Arthur negó— Que tenga buenas noches, sir Arthur.

—Señora —la llamo sutilmente y Eliana volteo.

Con dos de sus dedos tomo una hoja seca que se había posado en uno de sus crespos cabellos.

—gracias.

Nunca nadie le había dedicado una sonrisa tan sincera, como la que vio esa noche. La esposa de comandante era una mujer bella, hermosa. Quizá como nunca antes había notado, además de ser una mujer educada, tenía algo que no había visto en ninguna otra. Algo muy especial que la hacía brillar. Era inteligente, mucho. Hablar con ella era demasiado interesante. Era elocuente y también graciosa. Además de guardar su distancia sin ser coqueta.

—¿Qué demonios está pasando aquí?

Ambos voltearon, de inmediato. Tristán aparecía oculto desde las malezas del follaje nocturno. Arthur se irguió de inmediato, la hoja que traía entre sus dedos la soltó cayendo al suelo. Eliana lo miro sin entender mucho el porque y desde cuándo estaba allí.

—¡comandante!

Tristán se acercó lentamente, como un león acercándose a su presa, se coloco al lado de su esposa. La tomó de la cintura y suavemente la acercó a su lado. Le dedico una feroz mirada a su subordinado haciendo notar su molestia. Apreciaba a Arthur, pero le pareció atrevido, que tocara a su mujer.

—No deberías estar aquí —hablo fuerte y claro, sin ver a su esposa ya que su mirada regañaba implícitamente a su caballero.

—Yo.. iba de regreso, mi señor —dijo tímidamente, sintiéndose atrapada.

No la miraba, pero se amedrentó con tenerlo tan cerca. Aunque hasta ese momento no había sentido que había hecho algo malo. Ahora si lo sentía de esa forma.

Sus agudos instintos notaron, cuando muy imperceptiblemente se puso de pie. Fingió que no había notado su extraña partida. La vio limpiarse el sudor con un pañuelo. Había tenido un pesadilla, estuvo tentado ha despertarla, pero no lo hizo. La vio colocarse la capa y salir a hurtadillas de la tienda, pensó que intentaría huir, así que la siguió. La contempló a media distancia, parecía maravillada ante unas sencillas luciérnagas. La vio ligeramente iluminada, mientras miraba con adoración a los animales luminosos. No quería aceptarlo, pero se sentía aliviado que no intentara huir.

Quiso acercase, pero se detuvo al ver a Arthur acercarse. Ninguno lo había notado. Su conversación era netamente de las luciérnagas. Nada comprometedor. Arthur sabia cual era su lugar, ella también. Lo que le molestó fue que le tomo de la mano, en un acto que considero impropio de su parte, ya que estaba casada. Su molestia se incremento, cuando este no se aparto. Eliana no notaba que este caballero se había quedado deslumbrado por su belleza e inteligencia, pero era ajena e inocente ante su mirada y esto lo molestó. Se hizo presente y su mirada fría recayó en uno de sus más fieles caballeros.

Tristán no lo sabía, tampoco estaba familiarizado con ello. Una vieja sensación ardiente le calo las entrañas. Ese sentimiento que aflojaba lo mas primitivo de su ser. Hace mucho que no lo sentía, la primera vez lo abrumó a tal forma de huir del lugar, pero ahora la situación era otra.

Inconscientemente tomo de la cintura a su esposa. Tristán se sintió primitivo y territorial, puede ser que no comparta su lecho con Eliana, pero eso no quitaba que era su esposa. Había sido el primero; aunque no con totalidad, pero su cuerpo había suyo quitándole la pureza y también seria el único.

Su mirada delineó todo su cuerpo. Su ceño se frunció cuando pudo ver parte de su escote, a través de la abertura de la capa. La blancura de sus senos se podía ver, eso lo molestó y una gélida mirada asesina recayó en Arthur. Sin embargo, este no había notado eso; puesto que sus ojos solo estaban en la forma en como se expresaba, mas no en su cuerpo.

Un incómodo silencio los envolvió. Eliana bajo su mirar y respiro profundamente, sintiéndose culpable por lo sucedido. No paso mucho tiempo, se escucho una voz a lo lejos llamar a Tristán.

—Escoltaré a mi señora a su...

—No es necesario —lo interrumpió.— yo escoltare a mi mujer. Sigue con tu deber, Arthur— le ordenó.

El joven caballero asintió, les dio espacio para que volvieran al improvisado campamento. Tristán tomó de la muñeca a Eliana y la llevo consigo de vuelta.

—Buenas noches, Sir Arthur —se despidió.

Prácticamente era obligada a seguir los pasos de Tristán.

—Buenas noches.. —la miró desaparecer entre los follajes, no la perdió la vista hasta entonces. —Mi señora —termino por decir.

Arthur consideró afortunado a su comandante, había conseguido una joya invaluable, una que quizá no notaba. Una esposa inteligente, graciosa y candorosa. Su belleza física quedaba apartada cuando la conocías de una forma auténtica. Solo le basto una conversación con ella, para notar lo trasparente que era. Siempre pensó que las damas de la corte, las nobles eran poco inteligentes y elocuentes. Que siempre hablaban tras los abanicos y se mofaban por quien tenía más hijos que otras. Sin embargo, Eliana de Drawstone parecía ajena a todo aquel estereotipo, era diferente. Lo supo, cuando lejos de sentirse nerviosa por su presencia, o quizá con algún tipo de aversión. Sostuvo una conversación amena con él, hablándole con mucho respeto e incluso con familiaridad. Muchas damas solteras y casadas siempre le hablaban con un halo de coquetería, por el atractivo que tenía. No era como Tristán que cuando una mujer se le insinuaba, siempre la ignoraba con frialdad. En cambio él, era amable y quizá por serlo muchas mujeres pensaban que eran correspondidas, pero esta vez era diferente. Por primera vez, había conocido a una mujer opuesta todo lo anterior. Arthur sabia que era un hombre atractivo, pero no le importaba puesto que era demasiado superficial, pero ella, lo miro diferente y él también lo hizo. La mujer del comandante era bella, pero su alma lo era aún más.

Tristán no mesuró su fuerza, cuando la llevó de regreso a la tienda. Eliana le dolía su agarre, pero no se quejó, ya que tenía la certeza que su pedido no sería escuchado. Cuando estuvieron adentro, Eliana sintió el punzante escrutinio de su esposo sobre su persona. Sin embargo, no notó su grado de molestia. Su esposo no estaba incómodo o molesto, estaba furioso con ella, por haberla encontrado platicando de forma muy amena con otro hombre. Siempre que se acercaba evadía su mirada, se quedaba callada y solo atinaban a verse a los ojos en un extraño silencio. Tristán pensó que era normal. No se conocían y que su comportamiento se debía a su inocencia y timidez, que quizá que con otros hombres reaccionaria igual. No obstante, todo quedaba descartado ya que se mostró demasiado condescendiente con Arthur.

Eliana lo miraba confundida. En su razón su único error era levantarse a media noche, pero los otros pequeños detalles eran ajenos a ella. Que haya estado conversando con un hombre que no era su esposo, a solas y sin chaperón, no estaban en su juicio. Además que le haya tocado su muñeca, permitido que le tocará un mechón de cabello, sonreído y lo peor que parte de su cuerpo estaba expuesto ante los ojos de alguien más. Era grave ante el juicio de Sir Tristán de Drawstone.

—No volverá ha pasar, mi señor —se disculpó y se sintió pequeña. Tristán solo la miraba— os pido perdón. Si incomode a vos.

Eliana estaba avergonzada y eso le dolió. Solo necesitaba una explicación de su parte. ¿Por qué se disculpaba? ¿Tanto la intimidaba? No quería eso de su parte, quería que, aunque sea le dedicará una sonrisa o dejara de temblar ante su presencia, pero si seguían por ese camino solo iba a conseguir su miedo y desesperación.

Salió de la tienda ante la sorpresa su esposa, tomo su caballo y salió a todo galope. Necesitaba despejar un poco su mente. Eliana era su responsabilidad, no debía involucrar sentimientos diferentes a eso. Sin embargo, porque la sensación de vacío en su pecho no se iba, si su razón le insistía que solo ella era eso, una responsabilidad. No, no debía caer en lo mismo de hace muchos años.

«Soy un mercenario, un caballero. Mi vida es el honor y la batalla», pensaba.

Verlo partir la dejo muy confundida. La sensación de alivio se instauró en su pecho, sonrió al notar que no haría nada en su contra. Por un momento, pensó que la golpearía. Aún podía recordar como su padre abofeteaba a su madre por cualquier mínimo error. Su esposo era diferente y se sintió mal por pensar así de su persona. Era pecado hacerlo. Se quito la capa dispuesta a dormir, estaba algo cansada y hacia frio, juntó sus manos en su pecho, y extendió una oración a Dios. Antes solo lo hacía por su madre, ahora tiene a otra persona por la cual hacerlo.

Al día siguiente todo empezó muy temprano. El sol no había salido en su totalidad. Todos ya estaban levantando sus tiendas. Tristán casi no había dormido nada, cuando regresó ya entrada la mañana se encontró a Eliana dormida plácidamente. No se molestó en despertarla, la tomó entre sus brazos y la cargo hasta el carruaje. Aún seguía vestida con su blusón, así que le puso una capa, la cubrió con una manta y con cuidado la colocó en los asientos. Tuvo que entrar y tomar asiento, para colocarla en su regazo. Algunos soldados pensaron que su comandante había tenido mucha actividad anoche, al punto que dejó agotada a la pobre señora. Tristán odiaba que hablaran de ese tipo de cosas. No le agradaba que se imaginaran a su mujer desnuda. Ella no era cualquier mujer, era su esposa y cualquier comentario de índole sexual, sería castigado por su propia mano.

Cuando la caravana comenzó a moverse. Eliana seguía dormida, sonrió ligeramente al verla babear un poco. Seguro estaba cansada, ayer no había dormido mucho. Una persona tan pequeña y frágil como ella, que nunca había viajado, era casi seguro que un viaje tan largo la afectaría. El vaivén de la carroza hizo que se levantara bruscamente, grande fue su sorpresa al encontrarse al lado de Tristán, quién miraba a través de la ventanilla sin mucho interés. Ella sonrojada se apartó y volteó ligeramente la mirada. Estaba muy avergonzada, había dormido demás. Su miedo se avivó al pensar que todos creyeran que era una perezosa, que ni siquiera ayudó a desarmar las tiendas. Si bien, Eliana creció entre los nobles, su madre era el eje central de su casa. Todo debía ser consultado por ella, de lo contrario o de haberlo hecho mal se ganaría un desafortunado golpe del Duque.

—Bue..buenos días, mi señor.

—Buenas tardes —corrigió.

Tal broma hizo que los colores en sus mejillas se encendieran más, Tristán amo sus inocentes expresiones. No lo había notado, pero hacerla avergonzarse era adorable. Sin embargo, algo dentro de él le impedía ser bueno con ella. Aún no sanaba aquella herida del pasado, una muy antigua que hacía que no le abriera su corazón a nadie. Se negaba ha aceptar que aún estaba herido, las últimas semanas a su lado hacían que su pecho le doliera, aumentando aquel dolor de antaño que lo convirtió en un monstruo.

—¿Cuánto tiempo he dormido? —le preguntó. Se avergonzó mucho al notar que vestía el blusón. Se aferró a su capa abochornada.

—Eso no es importante —respondió.— Si no te importa, iremos de largo hasta llegar a la posada más cercana— solo haremos una parada cerca del río para que los caballos descansen y mis hombre coman algo rápido.

Ella asintió despacio. Al parecer iban a toda prisa, puesto que el paisaje tras la ventana se movía rápido. Trató de disimular su respiración agitada, su fobia le impedía recuperarse. El galope de los caballos eran asfixiantes, pero debía controlarse.

—¿Pasa algo? —le cuestionó, al verla pálida y algo desorientada.

—Ne.. necesito desvestirme —solicitó. Se sonrojó, trato de tomar distancia, pero estaban en un carruaje y no había mucho espacio. Estar con el blusón de dormir no era correcto para una mujer casada.

Tristán era precavido, había colocado uno de sus vestidos en un saco. Le extendió la prenda, era el mismo que había usado el día anterior. Eliana lo recibió dudosa. Usar ropa llena de sudor no era de su agrado, pero no quería parecer demasiado exigente. El carruaje se movía y le costaba mantenerse de pie, tomo el vestido y ladeó la mirada.

—¿Quieres que no te mire? —supuso.

—Si no es mucho pediros.

—No tiene mucho sentido, mi lady. No hay parte de tu cuerpo que no conozca— enfatizó y los colores llegaron a ella como una gran explosión.

Ella le dio la espalda, no quería verlo, no después de lo que le había dicho, se moría de la vergüenza. Su esposo tenía razón, ellos ya se "conocían", pero su pudor le impedía desvestirse. Con destreza deslizo su blusón hasta que cayó al suelo. La capa que aún traía le cubría su cuerpo, agradecía que había una cortina en la luneta del carruaje, puesto que de ese lado podrían verla. El ceño de él se frunció más, viéndola batallar con aquel bonito vestido. Evitó extenderle la estorbosa ropa interior, porque la consideraba innecesaria para el viaje. Luego que se la colocó, la vio batallar con los nudos en la espalda, ya que de enredaban con su cabello, la escucho quejarse, suspiro profundamente necesitaba paciencia.

El tacto frío de un de las puntas del guantelete la hizo estremecer.

—¡Esperad!— quiso agregar pero se quedó quieta, estaba nerviosa. Esos toques sutiles acompañados con sensualidad la hacían sentir extraña.

Tristán hizo caso omiso al pedido, deslizo la punta de uno de sus dedos por la piel desnuda de su espalda, desde su cuello hasta la parte baja de su espalda, paseó su dedo índice sobre su piel suave y las cuerdas de su vestido. Cuando la sintió temblar, apretó suavemente las tiras de su vestido, quedó ceñido de manera perfecta a su anatomía. Resaltando sus generosos pechos y su cintura. Luego sus manos apartaron sus crespos cabellos, atrapados por las ataduras de su vestido. Ella trago disimuladamente. Aquel caballeroso acto la confundió.

Su mirada oscura notó aquellas pecas en su espalda, los lunares en su cuello y tenerla así de cerca hizo que aspirara su aroma natural. Era una tentación, una grande que no podía profanar. Era tan difícil tenerla tan cerca y no poder ni siquiera tocarla. Su respiración se agito un poco, ella estaba de espalda, admiro su figura y ese porte tan elegante digna de un noble. Quería tocarla más, pero no podía. Ya había prometido, él era un caballero y su palabra era tan importante como su vida, pero la tentación fue más fuerte que él. Muy atrevido deslizo su toque hasta la parte izquierda de su cuerpo, cerca de su pecho y su brazo, lo que vino después ni siquiera él lo pudo anticipar.

Eliana giro abruptamente y horrorizada lo miro. Los colores de su rostro desaparecieron, en su lugar quedo una fúnebre palidez. Tristán asombrado la vio temblar, agitarse y negar de forma casi frenética. Asombrado y quizá asustado trato de acercarse, pero ella manoteo su mano y se hizo un ovillo al otro extremo del asiento que estaba en frente.

«No ha nacido ser en este mundo que me diga que no»

Su gesto compungido fue en aumento, sus manos empuñadas llegaron hasta sus oídos tapándolos al punto de enrojecer su piel. Su mente la llevo al peor escenario de su vida, aquel donde se negaba a ser tocada por un ser horrible, aquel monstruo que solía visitar su habitación cada vez que iba de visita a la casa de su padre. Se vio tumbada en el piso de su habitación forcejeando para no ser tocada demás, ya bastante había hecho queriendo robarle su primer beso.

No, le repetía con lágrimas en sus hermosos ojos, pero fue en vano. Se defendió de todas las formas posibles en que una señorita, una dama, una doncella podría hacerlo. Aun así, ese animal destrozo su vestido. Aun recordaba su sonrisa victoriosa sobre ella, solo bastaba deslizar sus calzones para tenerla, pero Eliana no se rindió, tomo un abre cartas que estaba al pie de su cama y le corto profundamente la parte izquierda de su rostro. Fue entonces que el pomo de la puerta se movió, pero no fue abierta. Quizá fue dios, o el miedo que alguien lo viera, pero el animal se detuvo. Antes de marcharse se relamió y con la mirada le prometió que tarde o temprano pasaría.

—Elia..

—¡Por favor no me toquéis! —le gritó. —Por favor... os suplico.. no quiero— su voz se fue apagando, casi como un susurro y en momento comenzó a llorar.

Tristán no la conocía y lamentablemente se equivocaría en el concepto que su esposa tenía sobre él. Como culparlo, si lo que sabia sobre ella era una gota en un gran océano.

(...)

Ya transcurrida cerca de tres horas de cabalgata, tomaron un descanso cerca de un arroyo. Algunos caballeros se organizaron para refrescar a los caballos, otros estaban cazando y algunos armando una improvisada fogata. Eliana había salido nuevamente sin permiso. No quería quedarse encerrada en el carruaje, tomo unos de sus libros y sentada en una roca de puso a leer. Había tomado media distancia de donde estaban los demás. Abrió su libro, pero no podía leerlo. No estaba del todo repuesta para continuar con su día de forma normal.

Los secretos de una dama son irrepetibles. Le decía su madre y ella lamentablemente tenía muchos. Solía sumergirse en sus traumas haciendo difícil seguir viviendo, por eso destinaba gran tiempo en los libros y la comida. El primero le daba esperanza en soñar y pensar que todo iba a mejorar y lo segundo la hacía sentir feliz. Su comportamiento en el carruaje la avergonzaba, y sabia que le debía una explicación a su esposo, pero no podía. Tenia miedo que la juzgarán, que actuarán como lo hicieron cuando pasó.

¿Cómo contarle a Tristán que..? ¿La consolaría o quizá la condenaría?

—ya te dije que no me gustan la sopa de hongos —se quejó un hombre a la distancia.

Eliana se colocó tras un gran árbol. Eran dos caballeros, tenían cazados cerca de cinco conejos y dos faisanes por lo que veía.

—¿Sabes distinguir los hongos venenosos? —le cuestionó en tono burlesco a uno de ellos, al que estaba examinando uno de los pequeños hongos que crecían al pie de un gran roble.

—¡Por supuesto que no! pero no creo que sean tan malo como lo dicen. Mirad allí hay algunos más— señalo al otro extremo.

Eliana fijo su mirada en esos hombres, al parecer eran ignorantes. Grandes y fuertes no sabían nada de la vegetación silvestre. Era evidente que no conocían los mortíferos efectos secundarios que podría traerle si los comieran.

—esos se ven deliciosos.

—eres un idiota Benedict. Ni siquiera sé quién te ha nombrado el cocinero de turno.

—¡Cierra tu puta boca!

—no deberéis hacerlo Sir Benedict —se detuvo de inmediato.

Ambos voltearon hacia la persona que les hablaba. El ceño de Benedict se frunció al ver a la dueña de aquella melodiosa voz. Eliana se acercó haciendo a un lado las ramas y haciendo crujir las hojas bajo sus pisadas. Aunque no estaba segura lo que hacía, ansiaba ayudar.

No solo ambos caballeros eran ignorantes, también ella lo era. Aunque era consciente que su padre no era querido, no conocía el odio que le tenían. Odiaban al gran Duque, lo odiaban con todo su ser y este sentimiento tan atroz también se lo pasaban a ella. Desconociéndolo se acercó ingenuamente, se puso de cuclillas y comenzó a hablar.

—estos hongos son venenos, os pueden darse cuentas por su color, parecen apetitosos, pero son..

Benedict se rio y el otro caballero miro hacia otro lado. Eliana los miro confundida. No había notado su molestia o su desagrado a su persona, sin embargo, ahora era muy notaria. Se puso de pie preguntándose que había hecho mal.

—no creo que los nobles sepan como sobrevivir a un ambiente como este —su voz se escuchó muy ronca y dura.

—Benedict no creo —trató de replicar su compañero, pero este no le hizo caso.

—nosotros los pobres podemos comer hasta carne de perro y no nos afecta —escupió a un lado y se irguió más, intimidándola con su talla.

—Yo solo.. trataba de ayudaros caba..

—nadie pidió vuestra ayuda señora —la callo y sus palabras la afectaron. —puede que vos sea muy esposa del comandante, pero le debo lealtad y obediencia a él no a vos.

Su desprecio llegó a ella como un puñal en su corazón, trato de mantener la compostura. Triste e insultada, guardo silencio. Sus palabras habían estado impregnadas de veneno. Eliana los vio alejarse, ni siquiera se despidieron. Los caballeros de su padre, si bien no lo querían, pero estos lo respetaban o quizá le tenían miedo, pero eso no aplicaba para ella. Ella no era intimidante, tampoco poseía un gran título. Solo era una señora casada. Experimento su estupidez, de forma ingenua pensó que ellos serían tan amables como sir Arthur, porque ellos eran caballeros, su mismo título lo declaraba, pero al sentir ese rechazo se topó con la cruda realidad.

Algunos caballeros solo tienen el nombre, nada más. Ni siquiera ella notó cuando había empezado a llorar, lo hizo en silencio y muy sola. Su cuerpo se movió de forma inconsciente, fue como las otras veces, las que huía cuando su padre la golpeaba, corrió, corrió y lo siguió haciendo hasta que llego al campamento, quería encerrarse en el carruaje y no salir ni para comer, pero se tropezó.

Algo adolorida alzó su mirada, su vista se aclaro. Sus ojos se abrieron enormemente y negó, era un caballo, uno muy negro como el que había visto montar a Tristán. Su cuerpo tembló y palideció. Sin embargo, su fobia quedo a un lado cuando vio el jinete de aquel animal.

Era una mujer.

Nunca había visto una mujer guerrera, no al menos en el ejercito de su padre. Ella estaba montada hermosamente sobre el animal, con la espalda erguida y tenia un casco, en su hombro derecho estaba lo que parecía un halcón, era hermosa. Los ojos de Eliana no dejaban de verla, lucia tan imponente desde abajo. Parecía que su sombra podría cubrirla completa, entonces se retiró el casco.

Era bellísima.

Tenía el cabello corto y los ojos aguamarina. Su mirada era fría, como los otros caballeros. Estaba anonada. Cuando sus miradas se encontraron la vio esbozar una sonrisa de lado. Eliana sintió un tirón desde la cintura, tal fuerza la ayudo a recomponerse.

—¿Qué demonios hacías en el suelo?

Tristán hablo, pero ella no le respondió. Su atención estaba en la hermosa guerrera frente suyo, esta hizo un ademán y el ave en su hombro voló hasta un árbol cercano. Cuando descendió hizo sonar sus botas en el suelo. Eliana no dudo en contemplarla, al punto de admirar todo lo que proyectaba. Ella era realmente alta, tanto como los otros caballeros. Su cuerpo era esbelto, no tenía mucho senos, tampoco trasero, pero sus curvas eran notorias. Su uniforme era diferente, un peto y unas rodilleras, acompañados por un casco mas ligero.

—Tristán —hablo ella. Eliana se mantuvo callada. —no debemos perder más tiempo aquí. Ha habido avistamiento de trasgos en la zona sur oeste— explicó.

La joven pelirroja se sintió que evidentemente excluida de la conversación, miro hacia un lado. Aquella mujer que estaba delante la estaba ignorando, ni siquiera se había dignado a saludarla. Tristán hizo un silbido y todos comenzaron a prepararse, la extraña paso por su lado ignorándola. Se sintió tan minúscula. Ella jamás podría verse así, tan a la altura de esos caballeros como sir Arthur o el propio Tristán, jamás y tal revelación la hizo sentir mal. Mientras ella estaba allí con un pomposo vestido. Aquella mujer caminaba de manera tan sugerente que su vestimenta masculina quedaba de lado. Nadie la juzgaba, es más, parecía que la respetaban.

¿Por qué con ella? Era verdad, ella no era nadie.

En un descuido, se zafo y fue a esconderse en el carruaje, necesitaba estar sola.

Patética.

Camille se llamaba y las mujeres como Eliana era lo que más detestaba. Por mujeres como ella tan candorosas y frágiles, eran que los hombres de este mundo permitían hacer lo que se les antojen. Apenas la vio cuando salió del castillo, frunció el ceño. Era tan delicada, pensarlo hizo que su sangre hirviera, seguro era de ese tipo de mujeres que siempre quieren que los hombres las rescaten, las mantengan y su único objetivo en esta vida es parir hijos y quedarse en casa. Camille se sentía orgullosa en lo que se había convertido. Había aprendido a sobrevivir, trabajar y cazar su comida, ningún hombre estaba a su altura, eso se decía. Sin embargo, había alguien que si estaba, incluso era mejor que ella. Su mirada recayó en el, sintiendo una opresión en su pecho que no la dejaba respiras, pero era una prohibido.

(...)

Tristán notó muy callada a Eliana, incluso triste. Durante todo el viaje pudo ver esa mirada llena de luz y curiosidad, mientras mirada a través de la ventana, pero, esta vez la vio muy retraída. Ya no lo hacía, su mirada azul estaba puesta en su regazo y estaba jugando con sus manos. Cuando le pregunto si estaba bien, no le respondió; tuvo que volver a preguntárselo para que ella reaccionara. Pensó que quizá fue por tocarla o se estaba arrepintiendo de estar allí. Sabia que no debía tocarla, pero a tentación fue más. Definitivamente ya no lo haría, esa mujer lo despreciaba, al punto de horrorizarse por tocarla un poco.

Cuando la noche llego, ya habían llegado a la amplia posada. Se apresuró a tratar con el dueño de la posada, al parecer no había muchas habitaciones disponibles. Algunos de sus hombres tendrían que dormir en las caballerizas, pero al menos encontró una habitación para su esposa.

—¿ya.. ya llegamos? —preguntó algo dudosa.

Tristán le extendió su mano para que bajara del carruaje, la noto muy triste y cansada.

—solo nos quedaremos esta noche. Mañana temprano partiremos —supuso que un lugar como ese, no era apropiado para alguien de su nobleza. Ella solo asintió.

Era una casa bastante grande de madera con dos pisos. Tenían todas las antorchas encendidas, la iluminación de la parte de afuera era muy buena. Se asusto al ver como una persona que parecía ebria, estaba besando los pechos de una mujer que reía.

«¡Que descaro!», pensó.

Era muy puritana para algunas cosas, su esposo paso su mano sobre sus hombros y se sintió pequeña junto a él. Era un acto protector para cualquier persona que osara faltarle al respeto. Ese lugar era de mala muerte, cualquier bandido o mercenario podría hospedarse allí, pero no podían darse el lujo de quedarse en la intemperie. Habían peligros más que un simple ladrón o un asesino, así sean caballeros fuertes y bien entrenados, habían riesgos. Tristán no quería exponer a sus tropas a eso, mucho menos a su esposa. Al menos tendrían una noche algo tibia y cómoda.

Ni el fuerte abrazo de Tristán y lo intimidante que se miraba, hizo que alguien tironeara el brazo de su esposa. Se asustó y Tristán casi desenfunda su espada. Sin embargo, todo se calmo. Era una anciana. No se le miraba el rostro, solo que tenia cabello cobrizo con canas. Sus manos con piel flácida y llenas de pecas. las uñas pasaron lentamente por las líneas de la mano izquierda de ella.

—pero que..

Quiso hablar, pero la anciana alzo un dedo callándola. La mano libre de Eliana apretó la tela de su capa, estaba asustada.

—la persona que amáis está más cerca de vos, mi señora. Vuestro listón gris será llevado por el viento en invierno —sus ojos se abrieron enormemente y su rostro palideció, negó. Quiso recoger su mano, pero esta presionó aun más.

Todo estaba mal, Tristán estaba a su lado queriendo reaccionar de la peor forma, pero se estaba conteniendo.

—vuestro recuerdo será el principio de su desgracia. Él estuvo con vos hace unas noches, las luciérnagas son testigos.

—Caballero hablad con la verdad, hacedlo antes que pase más tiempo.

¿Verdad? Eliana volteo hasta donde estaba su esposo. Su sorpresa fue grande al verlo diferente con un fúnebre semblante, como si hubieran removido las fibras mas finas y sensibles de su alma

—¿Quién demonios eres? —le cuestionó el caballero en tono de advertencia.

—ya pasaron más de tres primaveras —aseguró esta y ambos voltearon. Ella seguía sin mostrar su rostro y parecía que sabia lo que estaba diciendo. — tendrán que pasar doce primaveras que sepáis la verdad.

¿saber la verdad?

¿A quién iba dirigido? A ella o a él.

¿Qué ocultaban los corazones de Tristán y Eliana?

¿Quiénes eran realmente?

¿Había algún secreto aún más doloroso entre ambos?

Ambos se miraron ¿Qué era lo que ocultaban?

Me ayudarías mucho compartiendo y dandole tu voto para que llegue a más personas.

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