Capítulo II
Se sentía tan pequeña, al pasar en medio del nutrido grupo de caballeros armados. Eliana iba tras Tristán quien lucia más alto de normal, quizá por lo erguido que estaba, podía escuchar sus pisadas acompañadas con los crujidos del metal de sus botas. Era tan alto, fuerte y el porte que tenía intimidaba a cualquiera. Las dudas de aquel inesperado viaje, la hizo voltear ligeramente. Su mirada azul llego hasta aquella ventana que estaba en lo alto, dónde daba la habitación de su madre. Tal como lo sintió ella la miraba, pero no había amor allí. Sus enormes ojos aguamarina, parecían acusadores y fríos, sin sentimientos hacia ella y le dolió, muchísimo. Después de que tenía la ligera ilusión que su madre por fin la quisiera, ahora ya no había ni rastro del espejismo que había demostrado las últimas semanas. Luego la vio desaparecer, el gran ventanal quedaba solo una vez más y su padre brillaba por su ausencia. Saber que el gran Duque no estaría para despedirla, no la sorprendió, pero le dejo un nudo en la garganta y un sinsabor que jamás olvidaría. Sabía que no era querida, pero esto era excesivo. Era su primogénita, aunque no sería la heredera, al menos era su hija.
Los pasos de Tristán se detuvieron, uno de sus caballeros le trajo un caballo, al parecer personal. Eliana reaccionó como usualmente lo hacía y que siempre trato de ocultar. Antes sus bellos ojos ese animal era horrible, era la representación de sus miedos, era la pesadilla hecha realidad y de las cuales nunca hablaría. Lo que una persona ordinaria reaccionaria ante un animal tan hermoso, no existía en ella. Su rostro palideció, su ceño tembló e hizo el mismo ademán del que hace unas horas realizo. Cuando paso por las caballerías de su enorme castillo. Apretó un puño y lo paso poso por uno de sus oídos.
Tenía miedo, mucho. Aunque el animal estaba calmado, los sonidos que podían hacer estaban en la cabeza de ella, al punto de trastornarla y que su corazón se desbocara.
Ni la blancura de su pelaje, la imponente imagen de aquel animal que podría arrancar halagos de cualquiera, podía hacer que la noble mujer demostrará una reacción diferente a la que estaba teniendo, estaba horrorizada. Tristán la vio de lado, analizó sus reacciones, se coloco su casco y todos le dieron espacio para que pasara a todo galope con su equino. Los miedos más profundos la detuvieron, era como si sus pies no se movieran o pesaran tanto y más de uno lo notó. Por un instante el camino hasta el carruaje se le hizo inmensamente largo, tenia el camino libre para avanzar, pero no podía.
—Mi señora.
Una voz gruesa, pero melodiosa la atrajo a la realidad. Aún con el rostro descompuesto volteo hacia donde la llamaban.
—El carruaje os esperáis mi señora. El comandante se encargará de todo —en un gesto educado le extendió una de sus manos para ayudarla a avanzar. Ella algo dudosa acepto la sutil atención.
Tristán estaría en la cabeza de aquel viaje, se preocupaba mucho por su gente, prefería morir por uno de sus hombres que salvar su propia vida. Su espíritu de guerrero era único e invaluable, aunque muchos se intimidaban con solo verlo, Tristán de Drawstone era muy diferente a la reputación de mercenario y malviviente que tenía. Quizá no era un verdadero caballero, pero era más humanos que los Duques, Condes y de todos aquellos grandes señores de sangre azul.
Los sonidos de las pisadas de los caballos se hacían cada vez más fuertes en su mente, podía escuchar sus estruendosas pisadas, también sus respiraciones y hasta el sonido que cada jinete que hacían cuando estaban encima, el rechinar de sus armaduras. Estaba en una pesadilla, su mirada estaba puesta en el piso del carruaje, era temblorosa, sus manos temblaban y evito mirar por la luneta de la carroza. Respiro hondo, su corazón parecía que quería huir de su pecho.
No, no por favor.
Casi podía sentir ese agarre que la llevo hasta las caballerías, su brazo izquierdo dolió mucho cuando ese hombre la llevo hasta allí, casi arrastrándola. Sus ojos se cristalizaron, no paso mucho para que comenzara a derramar amargas lágrimas. El olor a estiércol, los sonidos de sus herraduras y sus onomatopeyas aun estaban en su mente. Aquel día sucumbió al dolor, ya era débil por recibir tantos insultos producto de su propio padre. Le dijeron estúpida, ciega inútil. Su madre sabiendo todo eso la dejo sola, quizá maldiciendo su nacimiento. Todas esas palabras llenas de veneno hicieron mella en ella. La insultaron de todas formas y Eliana se sintió así por mucho tiempo, pensó que era verdad y que lo merecía. Todo cambio aquel día, nada se comparaba ser encerrada en las caballerizas y no poder ver para salir. Los sonidos continuos de los caballos la confundían, lo suficiente para desorientarse. Solo tenia ocho años y luego volvió a pasar cuando tenia catorce, esta última fue la peor de todas.
Un halo se luz se coló a través de la luneta. Eliana levanto la mirada, asustada y tan afligida que estaba sudando como nunca. Vio sus manos con horror, estaban rojas por tanto haberlas apretado. Entonces miro a través de esta resplandeciente luz. Su sorpresa fue muy grande al encontrarse ya muy lejos del castillo del que fue su casa por veintidós años. ¿Tanto habían avanzado? No lo había notado. Era impotente a la distancia, adornado por las cinco torres que lo conformaban ¿Acaso podría ser tan grande? Siempre le había parecido pequeña. Había decenas de pequeñas casitas humildes a su alrededor, pero estas personas parecían más felices, que los que vivían en el castillo. Algo dentro de ella se quebró. Sus ojos terminaron por derramar gruesas lagrimas, unas que resbalaron en un camino frio hasta el final de su mejilla. Sus labios temblaron y se tapo la cara por la vergüenza, estaba llorando en silencio como siempre lo hacia, sola sin que nadie la consolara. Podía sentir culpa por el alivio que sentía dentro suyo, lo tildo como egoísmo ahora había dejado sola a su inestable madre ¿Qué pasaría con ella? ¿Su padre la golpearía aún estando embarazada? Una pequeña parte de ella quiso volver, pero la otra, la más grande le decía que no. Ese ya no era su hogar y las señales que su madre le demostró eran suficiente. Quizá la trato bien para que ella se fuera, quizá nunca la quiso como siempre sospecho. El castillo se hacia mas pequeño a la distancia, no tenia razones para volver. Aunque intento huir un par de ves no pudo lograrlo, ahora era libre de las garras de su padre, mas no de su esposo.
Las horas parecían avanzar bastante rápido para los caballeros. Aunque sabían que Drawstone estaba cerca de cuarenta días de camino, debían avanzar lo más rápido posible hasta la posada mas cercana, de lo contrario terminarían armando carpas en medio del bosque. Esto era peligroso, puesto que no solo los acechaban bandidos y asesinos, también había criaturas mucho más grandes que hasta para un grupo nutrido de soldados le seria difícil. El camino era bastante escarpado, pero lo suficientemente visible para que puedan avanzar. Eliana se asustó al ver que se detuvieron abruptamente en medio de la espesura de un bosque extraño. Ella nunca había salido de su casa, al menos no tan lejos. Todo lo que sabía del mundo exterior lo sabía por los libros.
—¡Tomad un descanso! —arrió a su caballo para que lo dejara desmontarlo— ¡Harry, Zentrick y Dominic cazar todo lo que puedan por el sur! ¡Benedict, Cesar y kristo por el norte! Los demás armen las carpas para acampar.
—Pero comandante ¿No es poco temprano para acampar? Podemos abarcar más terreno si continuamos hasta la siguiente posada.
—Lo sé —aceptó— pero nos tomara al menos unas diez horas hasta llegar. Además, no estamos viajando solos —su vista llego hasta el carruaje apartado.
Ya era un poco más de las cuatro de la tarde y no habían almorzado si quiera. Ellos podrían resistir días sin comer, pero ahora entre sus miembros había una persona totalmente diferente a sus costumbres.
Tristán descendió de su caballo, sus botas rechinaron al chocar al piso. El metal de su armadura sonada fuertemente, así era ser un caballero. Tener una incómoda armadura, pero ser lo bastante hábil para defenderse y sobre todo matar. Se quitó el casco, estaba sudando mucho y aunque su piel era morena estaba un poco enrojecida. Las ranuras del casco dejaban entrar los rayos solares y estos ardían mucho al chocar con su piel. Abrió la puerta de la carroza, vio a su esposa asustarse ante su presencia.
—Tomaremos un descanso.
Eliana asintió despacio. El filudo escrutinio de Tristán noto su miedo y que había estado llorando. El camino que había dejado sus lágrimas era notorio en sus rojas mejillas.
—Espera aquí —ordenó.
La puerta se cerró sin mesura, la hizo sobresaltar. El cansancio del viaje la hizo cerrar los ojos y tenía mucha hambre. Usualmente su familia se almorzaba religiosamente al medio día, intuía que esa hora ya había pasado.
Los caballeros demoraron cerca de unas dos horas en armar algunas tiendas. Los seis caballeros cazadores regresaron con faisanes, gansos salvajes y varios conejos. Definitivamente iba a ver un festín, sumado que habían encontrado un arroyo con agua bebible para poder refrescarse. Las tierras de Browshed eran definitivamente muy ricas y fértiles. Otros se encargaron en hacer una gran fogata con gruesos leños. Los más hábiles utilizaron sus puñales para desmembrar y despellejar a los animales, también utilizaron algunas varillas para la cocción.
Eliana desde su posición no se atrevió a si quiera mirar, estaba apenada por estar encerrada. Pensaba que quizá los caballeros tenía alguna aversión hacia su persona, puesto que su padre seguro los había enviado a algún tipo de conflicto. Ya que tenía conocimiento que parte de los hombres de Tristán fueron caballeros de su padre.
Coloco su pañuelo entre sus manos, con eso se deshizo del sudor de su frente, estaba sudando mucho. Se arrepintió de no haberse vestido con un ropaje más ligero, pero estaban en una época algo fría con brillo solar. Suspiró profundamente debía de ser más precavida.
La puerta del carruaje de abrió, era Tristán, sin decir mucho hizo un ademán para que bajara del carruaje. Ella obedeció y despacio descendió. Podía sentir las miradas sobre ella, que eran acusadoras. Del bullicio que hasta hace momentos se escuchaba no quedaba nada, ahora todos guardaban silencio cuando paso entre ellos. Solo podía escuchar el crujir de la leña en el fuego, el viento soplar y la respiración de los caballos, se contuvo para no entrar en pánico estrujando su pañuelo. Tristán levanto la tela que simulaba una puerta y entraron. El silencio se terminó, todos volvieron a sus tareas y pudo escucharlos hasta reír, al parecer no toleraban su presencia, eso pensó. Habían improvisado una cama con unas gruesas telas, había una cubeta con agua y un cajón de madera, lo habían puesto boca abajo para que simulara una mesa.
Tristán observó como cada gesto de su esposa, sacando conclusiones erróneas. Era difícil adaptar a una mujer noble a un lugar tan rústico como eso, pero ante sus ojos no era así. Ella debía de adaptarse a su forma de vivir, sin excusas. Después de todo era su mujer.
—La mayoría de tus cosas siguen en el carruaje. En aquel saco están lo que creo que vas ha necesitar está noche. Solo dormiremos aquí por hoy. Mañana llegaremos a una posada donde seguro estarás más cómoda —ironizó molesto para luego irse.
Eliana no dijo nada, solo guardó silencio. El lugar se miraba acogedor, incluso bonito apesar de tener un piso de tierra y no estar muy limpio. Se acercó al saco, encontrando allí su blusón, un pequeño jabón y un aceite de lavanda. Quiso desvestirse para sentirse cómoda, pero Tristán volvió a entrar, traía dos tazones. Uno de alguna bebida y la otra era sopa y parecía de conejo por el olor que desprendía.
—necesitas reunir fuerzas, come —les dio ambas y ella tomo asiento sobre las mantas.
Tristán salió de la tienda, al parecer cenaría sola, pensó. Bueno tampoco es que siempre cenaba en una mesa. Por lo general, siempre comía en su cuarto para no escuchar los insultos de su padre cuando se refería a ella diciéndole que estaba muy vieja para casarse. Grande fue su sorpresa cuando vio entrar a su esposo exactamente con la misma cena y sentarse cerca de ella. Aunque no habían cubiertos, saboreó la sopa. Era mentir, decir que estaba deliciosa. Hacerlo era pecado. La sopa no tenía sal, solo podía sentirse los vegetales hervidos y la carne estaba algo dura, trato de no ser mal educada. Hasta donde sabía, tener muchas expresiones en el rostro de desagrado, era considerado una grosería, solo aparto la vista de Tristán. Siguió comiendo en silencio, tenía mucha hambre así que comió por eso, por el hambre que tenía.
Usualmente Tristán comería junto al cálido fuego de la fogata, acompañado de sus hombres, seguro habría bromas y tomarían de la alforja de vino, pero está vez era diferente. Si bien quería que ella sociabilizará un poco con su entorno, no podía exponerla a escuchar palabras soeces y anécdotas de índole sexual, estaba seguro que no le gustarían. Ella era una lady y eso no lo podía cambiar, así la hayan casado con un mercenario con él.
Eliana comía muy lento y casi no emitía sonido al sorber. Tristán notó que estaba incómoda, esperaba que ella le dijera cualquier cosa, pero no lo hizo. Supuestamente era su esposa, pero se sentaba a su lado como una desconocida. El tiempo a su lado se le hizo eterno, el silencio de ella lo molestó, ni siquiera había terminado de comer y se puso de pie. Seguro no toleraba su presencia, pensó.
Las palabras que iba a decir antes de irse, se ahogaron. Oculto su sorpresa al ver los recipientes de su improvisada cena vacíos. Se lo había terminado todo. No había dejado ni una gota de agua o de la sopa. Incluso para él la comida era horrible, pero desperdiciarla era un pecado y grave.
—Gracias por la cena —su voz suave sonó avergonzada. Tenía mucha hambre.
Su vergüenza estaba reflejada en sus mejillas, la hacía lucir adorable. No podía ni sostenerle la mirada. En las reglas de etiqueta terminarse todo el plato era mal visto, puesto que significaba un hambre voraz, calificado con los pobres. Tristán no la conocía, Eliana amaba comer, siempre se burlaron de ella porque tenía más carnes que las otras señoritas de sociedad, por su cintura poca estrecha y sus voluptuosos pechos. Ver su fragilidad plasmada en su rostro, la hizo ver hermosa ante sus ojos. Lucia muy bella, aceptó y eso le molestó. Salió de la tienda sin decir mucho, ella inocentemente pensó que lo había molestado el gesto de comerse toda la comida. Si, quizá no era una dama tal elegante y refinada como las de corte, pero el hambre que traía era más fuerte que ella.
Ya satisfecha aprovecho para asearse, le gustaba oler bien así que tomo mucho jabón y se lavo las manos y la cara. Se ayudo con un paño, lo empapó y lo comenzó a deslizar por detrás de las orejas, el cuello y parte de su escote. Tomo un blusón que estaba en un saco y se desvistió, le fue difícil hacerlo. Habitualmente siempre tenía criadas que le ayudaban a sacarse el corsé y la ceñida ropa interior, batallando logro hacerlo. Se colocó el delgado blusón de seda y se sintió más fresca que nunca, con timidez se recostó en la cama. Deseaba leer un libro como todas las noches, pero allí no había velas, así que no tenía mucha luz. Ya era de noche, lo único que alumbraba la tienda era la fogata que estaba afuera. Allí entre la calidez de las rígidas mantas, observó la luz del fuego que se miraba tras las telas de las tiendas. Desde allí se escuchaban las risas, conversaciones amenas y otras cosas más. Parecían felices, pero tenía la seguridad que si ella saliera, todo se convertiría en silencio. Entre cantidad y diferentes voces lentamente sus ojos se cerraron, se había quedado dormida.
Una áspera mano se posó entre su cuello y su mejilla. Sus ojos penetrantes de posaron en ella y la tocó como si fuera su posesión más preciada. Aprecio su piel blanca y tersa, sus espesas cejas y pobladas pestañas. Todo color carmesí. Toda su belleza estaba en armonía, desde la punta de sus crespos cabellos hasta su proporcionado cuerpo. Trago profundamente, la acaba de ver desnuda mientras se cambiaba, ajena a que la observaba por un hilo entre las telas que simulaban puertas. Ese cuerpo ya había suyo, pero verlo a pocos metros de él, era como si fuera uno totalmente diferente. Era como apreciar una obra de arte la cual no podía tocar. Ella era su esposa, pero no su mujer. No totalmente. Se arrepintió desde lo más profundo haberla tenido así la primera noche. Si bien la relajo, la beso hasta que su cuerpo dejo de estar tenso, podía ver en sus ojos lo asustada que estaba, pero no se detuvo. Tal acto estaba acompañado por un profundo dolor que lleva el arrepentimiento.
Los motivos por vivir eran inciertos. Hasta hace poco vivía el día a día, pero todo cambio cuando el Rey lo nombro como el gran Lord de Drawstone. Su vida no era la misma, siempre se preocupaba por sus camaradas, que eran lo mas cercano a una familia que tenía. Casarse no estaba en sus planes y menos con ella, precisamente aquella dama que yacía dormida en su cama.
Era un ángel, susurro.
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