Capítulo 9

Esta vez despierto de primera. No puedo saber si es de día o de noche a través de una ventana, porque en esta habitación no hay ninguna, pero tomo mi celular y veo que falta una hora para que suene la campana.

Me pongo de pie y tomo mi uniforme limpio de los cajones bajo mi cama. Salgo de la habitación y camino hacia el baño. Dudo si entrar, por lo que había sucedido esa madrugada. Ese chico muerto... ¿Y si alguien lo encontró? Temo encontrar algo raro cuando abra la puerta. Finalmente lo hago, y todo lo que puedo ver es muy normal, para mi sorpresa.

Hay chicas cambiándose, duchándose, peinándose y otras han terminado de arreglarse y se dirigen a la puerta para salir. No puedo evitar echarle un vistazo a la última puerta, que sigue cerrada con el cartelito que había traído Ruby. Una oleada de nervios me invade. ¿Y si nos descubren por algún motivo?

Dejo el uniforme sobre el lavabo y me miro en el espejo. Tengo unas ojeras terribles y mi cabello parece que no se peina en meses. Mis pestañas están húmedas. Mi vista en el espejo se desplaza a la cabina con el cadáver que en cualquier momento va a llegar a un estado de descomposición.

Ahora que lo pienso, ¿qué hacía aquel chico en el baño de las chicas? No creo que lo hubieran trasladado muerto en plena madrugada. Por algún motivo estaba aquí cuando lo asesinaron, y no creo que haya sido causalidad.

-Oye -le hablo a una chica junto a mí-. ¿Por qué tienen esa cabina cerrada?

Ella se encoge de hombros mientras se termina de maquillar las pestañas.

-Parece que está en mantenimiento.

Vale, nadie sabe nada, al parecer. No es algo sospechoso y la gente parece ignorarla por completo, así que no quiero despertar la curiosidad de las demás.

Me cambio mi pijama por el uniforme y peino mi cabello. Mientras lo hago, Nayara entra al baño. Lo primero que hace es mirar la cabina y luego me mira a mí. Yo le hago un asentimiento de cabeza en lo que termino de hacerme una coleta alta.

Me dirijo a la salida del baño mientras mis dos compañeras de habitación entran. Cuando Chelsea me ve, se le ilumina la mirada.

-¡Jade! -me dice y nos aparta de la multitud. Parece preocupada- Necesito hablar contigo.

Me detengo enseguida en la puerta, viendo cómo se cierra después de que Ruby haya entrado. Estamos nosotras dos solas en el pasillo.

-¿Pasó algo? -le pregunto.

-No, bueno, sí -Agita la cabeza-. Es que estoy muy preocupada por lo del cadáver -dice con un hilo de voz para que las cámaras no sean capaces de captarla-. ¿Y si nos descubren, Jade? Tengo mucho miedo, la verdad.

-Yo también, Chelsea, pero no va a pasar nada, tranquila -Mi voz también es casi inaudible-. Y no creo que sea adecuado hablar de esto aquí. Hay cámaras.

-Sí, es cierto, pero si susurramos no nos van a oír.

Ladeo la cabeza. No ha terminado ahí.

-Hay algo más -intuyo-, ¿no es así?

-Estuve pensando toda la noche, y... creo que es mejor que yo vaya sola a cumplir -Se acerca más a mí- nuestro plan -susurra-. Al final todo fue mi culpa.

Hundo las cejas.

-¿Qué? -Niego con la cabeza- No, claro que no.

-Borraré mi grabación y también la de nosotros saliendo del baño para que no nos inculpen. No quiero comprometeros. Lo mejor es que lo haga yo sola.

-No fuiste tú quién -Me acerco a ella y susurro también- lo mató.

Ella traga saliva.

-Pensar en eso me revuelve el estómago -me dice-. Pero al final, si no hubiera sido por mí, no hubiéramos estado en el baño en ese momento y no estuviéramos en peligro.

-Chelsea, estábamos allí por lo del plan de escape, recuerda.

-Me da igual -Levanta las manos-. No quiero poneros en peligro.

-Tranquila, todo saldrá bien.

Escucho una campanada.

-Date prisa que hay que ir a la cafetería a desayunar.

-¿Me esperas? -me pregunta.

Asiento con la cabeza.

***

Cuando las cuatro estamos listas, bajamos a la cafetería. Con todo lo sucedido ya había olvidado que el listado estaba puesto en la pantalla. Los nervios me invaden al ver números del 1 al 397, con varios nombres junto a ellos y un promedio al final de cada uno. Muchísimos estudiantes están observando, haciéndole fotos o escribiendo cosas en papeles. Yo tendría que acercarme para ver, pero no estoy preparada para afrontar mi aparente y nueva realidad.

Sí, estoy en negación, ¿y qué?

Me acerco a la barra y tomo un batido de fresa, después me siento sola en una mesa. Todos estaban muy ocupados con estresarse, llorar, gritar y entrar en crisis, así que no notan mi presencia. Tampoco creo que lo hubieran hecho en otros términos, solo que me da vergüenza estar sola.

Al cabo de unos minutos, Ruby y Nayara se sientan a la mesa. Ambas traen sus bandejas en las manos y las dejan sobre el frío metal.

-Me agrada el caos -dice Ruby, sonriendo-. Bueno, me suele agradar cuando no se relaciona conmigo.

Nayara rueda los ojos.

-Yo hubiera preferido que todo se mantuviera como estaba antes. -dice ella.

Ellas continúan hablando de temas que no me importan y a los que no presto atención. Me mantengo mirando un punto en el vacío mientras le voy dando sorbos a mi bebida. Una mano la sujeta y la otra está desplomada sobre la mesa, sin muchos ánimos.

-Jade, ¿ya viste el listado? -me pregunta Nayara.

-Jade -Ruby chasquea sus dedos frente a mi cara-. ¡Jade! ¡Tierra llamando a Jade!

-Oye -Nayara comienza a mover mi brazo-. Amiga, Jade, ¿estás bien?

-¿Adivinad qué? -pregunta Mikel con una sonrisa en su rostro, quien se está acercando a la mesa y se sienta frente con frente a mí- Van a abrir un puesto de churros justo al lado del dispensador de comida rápida. ¿No es increíble? Churros rellenos de chocolate, de leche condensada, de...

-Mikel, no es el momento. -le dice Nayara con una mirada seria.

Se hace silencio por unos segundos.

-¿Cómo puedes pensar en comida cuando la gente a tu alrededor está muriendo? -esta vez pregunto yo.

Él se encoge de hombros.

-Es mi don. ¿Por qué estaría amargado como lo estás tú si puedo alegrarles el día a todos?

Devuelvo la mirada al punto en el vacío.

-Alegre es lo menos que es este día. -Le doy otro sorbo al batido.

Él frunce el ceño.

-Alguien se levantó del lado izquierdo de la cama.

Le lanzo una mirada poco agradable.

-Al menos puedes darnos los buenos días -me dice Nayara-. ¿Te sientes mal? No tienes buena cara -Me toca la frente-. No, no tienes fiebre.

-Bien -Me incorporo en mi asiento para verlos mejor a todos y dejo de beber-. ¿Qué tal hoy? ¿Qué tal os sentís sabiendo que no quedaremos muchos de nosotros vivos en este nefasto lugar? ¿Cómo os sentís al saber eso? ¿Felices? Oh, pues yo también -Finjo una sonrisa exagerada-. ¡Estoy tan feliz que podría...! Podría correr con un disfraz de Hello Kitty por el patio dando brincos y animando a tu equipo, Mikel. Súper feliz. Nunca había estado tan feliz en mi vida.

Vuelvo a mi antigua cara inexpresiva y continúo bebiendo, mientras miro un punto fijo en la pared. Sí, estoy malhumorada. Demasiado y me estoy arrepintiendo de haber dicho todo lo que he dicho.

¿Y si no quieren volver a dedicarme una palabra en sus vidas por mi actitud? Todos tenemos días malos y en este internado eso es más que compresible, pero no tengo por qué descargar mi frustración con las únicas personas que han estado conmigo en estos días. Me siento la peor persona del mundo. Si me dan la espalda, no los culparé.

-Hola -Chelsea aparece con una sonrisa-. Oh, ¿por qué las caras largas?

-Ven, Chelsea, siéntate aquí. -Mikel se pone de pie y su amiga toma su lugar. Él busca otra silla y se sienta a su lado.

-Oigan -les digo-. Ehm... lamento... es que yo... -titubeo-. ¡Estoy tan frustrada!

-Todos lo estamos -Nayara me sonríe-, tranquila, no por eso tienes la culpa de tus acciones.

-No lo creo -le digo-. Soy muy consciente de lo que digo y hago y no debo descargar mis frustraciones con vosotros.

Chelsea me mira con el ceño fruncido, pero no dice nada. Al parecer todos han entendido mi punto de vista, porque se quedaron callados.

-¿Vamos a por unos churros? -nos pregunta Mikel.

-¡Oye, Mikel!

Un chico se acerca a nuestra mesa. Es muy alto, así como Mikel, así que para mirarlo tiene que levantar mucho la cabeza. Me suena muy familiar. Ah, por supuesto, es el tal Jared, el chico que estaba desafiando a Chelsea y a Mikel en la cancha de beisbol.

-¿Puedo sentarme? -le pregunta él.

-No. -contesta Ruby, tajante.

Se lleva una mano al pecho, fingiendo estar ofendido.

-¿Por qué tan grosera?

Ruby enarca una ceja en su dirección.

-Hay tantas mesas, ¿por qué te debes sentar en esta? -pregunta.

-Me gustaría hablar con Mikel.

-Lárgate de aquí -Él se pone de pie-. No hablaré de nada contigo.

-Quería hablarte de jugador a jugador, ¿entiendes? -inquiere- De jefe a jefe. Como el otro día ganaste porque la directora apareció de repente, creo que lo mejor sería la revancha, ¿no crees?

Chelsea también se pone de pie. Es tan pequeña en comparación con esos dos.

-Lo menos que queremos es buscarnos problemas -le dice ella-, así que márchate de una vez.

-Ah -Jared levanta las cejas-. Casi lo olvidaba. Además de hablar de tu fraude en el partido, quería felicitarte por tu lugar en el listado -le dice-. El 2. ¿Cómo se siente ser tan inteligente? -Deja la pregunta en el aire- Debes ser el orgullo de tu familia. Ah, no, si no tienes.

Ahoga una carcajada y finge seriedad.

Yo siquiera conocía ese dato.

Mikel aprieta los puños y endurece la mirada. Oh, no, se está enfadando, y yo no quisiera ser testigo de esto. Ruby se pone de pie y Chelsea golpea la mesa.

-Basta, Jared.

Arquea una ceja.

-¡Qué miedo! -le dice.

-¿Y a tu perrito faldero dónde lo dejaste? -le pregunta ella.

-No sois tan atemorizantes como para no atreverme a mantener una conversación civilizada sin compañía -Carraspea y se vuelve hacia Mikel otra vez-. Como te decía, ¡muchísimas felicitaciones! Pero tanto como ventajas, desventajas tiene. ¿Sabes lo que significa?

Nadie parece estar feliz a excepción de él. Yo no entiendo nada de lo que dice. ¿Mikel no tiene familia? Y, ¿es el segundo de cuatrocientos estudiantes? Es demasiado inteligente en ese caso, pero entonces eso...

-Significa que estás en peligro. -le dice Jared.

Hubo un silencio en la mesa. Nayara se pone de pie de forma abrupta. Parece enojada. Nunca había visto a Nayaraenojada en el poco tiempo que he estado aquí, parece de las personas más serenas que he conocido en mi vida. Todos los presentes le están prestando atención. Parece que va a decir algo fuerte, pero se contiene, respira y dice lo siguiente:

-Mira, Jared -Sonríe sin separar los labios. Tiene las manos sobre la mesa-, no me gustan nada las amenazas y menos si vienen de una persona como tú para alguno de mis amigos. No hay cosa que deteste más. Debes saber que si mañana Mikel no amanece, tu destino será igual o peor que el suyo. Y está grabado por las cámaras de seguridad. -Las señala con el dedo índice.

Me pongo de pie torpemente al darme cuenta de que soy la única sentada.

-¿No era que no te gustaban las amenazas, princesa? -le pregunta Jared.

-Nayara -le corrige ella-. Las aplico cuando lo creo necesarias. No estoy bromeando. Cuídate.

Él sonríe.

-¿Nadie te ha dicho lo bien que te ves estando enojada?

Mikel se lleva las manos a la cabeza.

-¿Alguien puede callar a este tío? -pregunta- Si sigue así, juro que...

-Y me voy a ver mejor -le dice Nayara a Jared, guardando la calma- cuando te calle la boca de un golpe. Ahora sí, puedes marcharte. -Agudiza su sonrisa.

Jared nos mira con el entrecejo hundido. Mira las cámaras de seguridad antes de voltearse y marcharse. Nayara toma asiento de primera y continúa comiendo como si no hubiera pasado nada.

Cuando escucho el sonido de la campana para el primer turno de clases, me pongo de pie y me dirijo a mi casillero, aún con mi batido. Es muy grande, así que puedo acabármelo entre los turnos de clases. Abro mi casillero y tomo mis cuadernos, lápices y las cosas necesarias para dar mis clases.

Con todos los objetos necesarios en mis manos, cierro la puerta. Casi se me caen al suelo al ver a Elliot, con la espalda recargada en uno de los casilleros a mi izquierda y los brazos cruzados. Parece que me esperaba.

-¿Por qué siempre apareces cuando nadie te llama?

Se encoge de hombros.

-Es mi pasatiempo -me dice-, aunque a nadie suele incomodarle mi presencia.

-Define nadie. -Camino hacia la cafetería para dirigirme a mi respectivo salón de clases.

Él me sigue.

-Con nadie me refiero a absolutamente nadie. Eres la única a quien incomodo.

Ruedo los ojos.

-¿Por qué será?

—¿No usas tus anteojos para poder ver? —me pregunta.

—Solo son para cuando requiero fijar la vista. —le explico muy a mi pesar.

-¿Cuál fue tu número? -inquiere— En el listado, me refiero.

No lo sé, y tampoco quiero saberlo. Quiero pensar que esta es una escuela normal en la que no debo luchar con uñas y dientes por mi vida.

-¿Cuál fue el tuyo? -le pregunto.

Elliot sonríe.

-El 9 -me dice-. Puedes sorprenderte.

La verdad es que no me sorprende. Siendo tan presuntuoso -además de inteligente- no me extraña nada que sea de los primeros. Y que esté en peligro de muerte.

-Debes dormir bajo diez candados. -le digo.

-Lo haría si con eso una loca no me arrojara batidos encima cada vez que puede.

Lo miro, tal vez por primera vez desde que comencé a caminar.

-Solo lo hice una vez -le reprocho-. Además, me la debías. ¿O ya olvidaste cuando me arrojaste la malteada?

-Eso fue un accidente.

Me encojo de hombros.

-No es asunto mío.

Él esboza una sonrisa de medio lado. Continúo caminando y me sigue.

-¿No tienes clases a las que ir? -le pregunto.

-Es más entretenido hablar contigo.

Bufo.

-Muy gracioso pero no soy un centro de recreación infantil.

Casi puedo adivinar que frunce el ceño.

-¿Dices que soy un niño?

-Te comportas como uno, Elliot.

Subo las escaleras, increíblemente vacías, y sus pasos detrás de mí me hacen comprobar que aún me sigue.

-¿Y si te digo algo que en realidad te sorprendería?

-Pagaría por ello.

-Vale. Entonces detente.

Me quedo inmóvil ante su orden. Doy media vuelta y él alcanza mi nivel. Me toma por los hombros abruptamente, se acerca demasiado e instintivamente doy un paso atrás. Mi estómago es una exhibición de mariposas de colores. Mi espalda contra la pared me hace saber que no puedo seguir retrocediendo. Él se acerca a mi oído para susurrarme, y su aliento cálido me hace estremecer.

No comprendo por qué aún no me he apartado, pero parece que mis extremidades no funcionan.

—Conozco tu secreto, Evehart —me dice pausadamente—. La persona que deambulaba por los pasillos anoche era yo.

Abro los ojos como dos planetas. Él sonríe ante mi expresión atónita.

—Tu lindo y aniñado rostro no es suficiente para hacerte pasar por inocente.

Cuento dos segundos. Cuatro latidos de mi corazón, siendo lo único que soy capaz de escuchar. Elliot se aparta de mí y sonríe. Entonces baja las escaleras y me deja sola entre tantos escalones silenciosos.

¿Quién me puede devolver ahora mi capacidad para moverme?

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