Capítulo 30 (FINAL)

—¿Lara? —inquiero.

—Hola —me dice, acercándose a mí—. Me lo agradeces luego, Jade. Ahora salgamos de aquí.

Se dirige a la puerta de la cafetería pero yo intento huir de ella. Sostiene un arma de fuego y no confío para nada en sus actos. Confesó hace meses ser hija de los creadores del listado, se negó a ayudarme y puede que me haya delatado. Por eso la directora supo que fui yo la que le informó a la policía. Ahora está aquí, queriendo ayudarme.

—¿Cómo crees que puedo confiar en ti después de todo?

—¿Es en serio? —Enarca una ceja—¿Acabo de salvarte la vida y no confías en mí?

—Lara, ¿cómo quieres que lo haga?

Debe estar aquí debido a que es el último día del listado. Sus padres deben estar trabajando con la directora y llevando a cabo la lista de asesinados.

—Ten la pistola —me dice y extiende su mano para que tome el arma—. Si hago algo extraño, me disparas.

Frunzo el ceño.

—Yo no sé ni cómo se usa esto —La tomo, dubitativa. Pesa mucho más de lo que imaginaba— y pensé que tú tampoco.

—¿Cómo podremos escapar de este lugar? —pregunta, evaluando la cafetería.

—¿Por qué quieres ayudarme?

Ella sonríe.

—Eres mi mejor amiga, ¿recuerdas?

—No lo soy —le digo—. Después de tu traición, preferiría que estuvieras muerta.

—Jade, todo lo que hice fue bajo la influencia de mis padres. Estoy aquí porque estoy demasiado arrepentida por lo que hice. Vine a sacarte de aquí con vida para que vuelvas a casa.

Sus palabras parecen sinceras. Conozco tanto a Lara que sé a la perfección si miente, si es sincera, o si está arrepentida. Parece que en realidad quiere arreglar lo ocurrido.

—Oye, ¿conociste a Nayara? —me pregunta.

—Desgraciadamente —admito—. ¿Sabes algo de ella?

—Por supuesto, Jade, nuestros padres son socios.

Supongo que en las reuniones familiares ellas hablaban de los ingenuos que se internaban sin saber que iban a morir al terminar el curso escolar. Puede que se burlaran de todos nosotros.

—¿Sabes dónde está? —le pregunto.

—En su habitación del piso subterráneo, refugiada. Galilea no iba a permitir que muriera.

Alzo ambas cejas. Aún me parece raro que sean madre e hija.

—¿Y qué sabes de esa chica? —pregunto— Creo que oculta demasiadas cosas.

Ya sé que había sido la causante de la muerte de Michelle y de Pol, pero quiero que Lara me lo confirme. Solo son teorías bien estructuradas. Solo quiero comprobar mis sospechas.

—¿Ella? —inquiere— Sí, bastantes.

—¿Cómo cuáles?

—Como que es una asesina de primera —me dice—. Al ser enfermera, inyecta sustancias a las personas y mueren. Así de fácil. O les inyecta eso mismo en sus comidas. Una psicópata al fin.

De pronto, la pantalla de la cafetería se ilumina y el rostro de la directora se proyecta.

—Chicas, vosotraa dos sois las únicas que podéis verme porque sois las únicas que quedan en la cafetería —nos dice ella. Supongo que lo observa y escucha todo a través de las cámaras de seguridad—. Así que quiero que observéis lo que voy a hacer.

Siento miedo en este momento. Parece tan serena como si no hubiera intentado asesinar a cuatrocientos adolescentes inocentes. Levanta una especie de control remoto con un gran botón rojo.

—Esto es lo que activa los chips que tenéis en el cuello. —dice ella.

—¿Cuáles chips? —pregunta Lara.

Sé exactamente de qué habla.

—Los que se les implanta a cada estudiante en el internado sin que lo noten. Se aprovecha cualquier instante de distracción para implantárselos. Los tenéis debajo de la piel, así que no los podéis sentir y están hechos con un material que es imposible que os irrite. De ti, Lara, tus padres se encargaron. Pero no pienses mal de ellos, pensaron que tenía otro propósito.

Abro los ojos de par en par. Ella no tiene idea de qué se tratan.

Las cámaras de seguridad no han de tener la calidad suficiente para que Galilea vea la herida en mi cuello.

—Son pequeñas bombas —se limita a decir—. Todos los que se escaparon y los que siguen en una guerra en el patio, morirán. No podemos permitir que ninguno de vosotros quede libre.

Galilea acerca su dedo al botón lentamente.

—¡No! —grito— ¡Deténgase, por favor!

Sé que Lara me traicionó, pero no soportaría verla muerta. Elliot y yo somos los únicos capaces de sobrevivir, además de Nayara, la cual imagino que está disfrutando toda la escena.

—¡Señora, no lo haga! —suplica Lara— ¡Piense en su hija!

Galilea bufa.

—Justamente por ella lo hago.

Y… presiona el botón.

Seguido a eso se apaga la pantalla.

Escucho un ruido, como el de una pequeña explosión a mi lado al mismo tiempo que fuera de la cafetería, en el patio, solo que este es mucho más fuerte.

Volteo a ver a Lara y la encuentro tumbada en el suelo, con su cuello destrozado y en carne viva y creando un charco de sangre a su alrededor. Sus ojos están abiertos como dos platos que me perturban.

Trago saliva y trato de contener las lágrimas.

Mi amiga de la infancia, la persona con la que pasé los mejores años de mi vida acaba de morir ante mis ojos. El peso de la pistola en mi mano se intensifica.

Esto no va a terminar así.

Salgo de la cafetería y esta vez la puerta está abierta. Es raro.

No hay un alma en este sitio, o bueno, quizás está lleno de almas desesperadas que vagan en algún lado. El césped, que antes era verde, está cubierto de cadáveres de personas que antes compartían salón conmigo para impartir clases, con un único interés: sobrevivir.

Pensar que nos encontrábamos todos bien ayer, y ya hoy solo quedo yo. Todos los amigos que había hecho en el internado están muertos. Lara, mi amiga de la infancia, está muerta. Johana está muerta. No encuentro a Derek o a Theo por ningún lado, así que de seguro se encuentran entre el montón de cadáveres.

Tampoco veo a Nayara por ningún lado. Pensar que ella y yo somos las únicas estudiantes vivas, pensar que ella se encontraba muy tranquila en su habitación mientras los otros peleábamos por sobrevivir, pensar que en algún momento la consideré mi amiga…

Esto no va a terminar así. —me repito a mí misma.

Entro de vuelta al internado, más preparada que nunca. Utilizo los conductos de ventilación para llegar al piso subterráneo, sin importarme que me encuentren.

Al llegar, me pregunto a dónde dirigirme. Tengo una pistola y conozco la ubicación de las dos personas que más odio en el planeta: Nayara y Galilea. La primera debe estar en su habitación, la segunda sé que se encuentra en su oficina por la retransmisión en la cafetería. Fue en vivo, debido a que presionó el botón en el mismo momento en que Lara y los demás murieron.

Con la pistola en mi pecho irrumpo en su oficina de golpe. Ella da un respingo. Está sentada en su buró, leyendo algo en unos papeles. Se levanta de inmediato y su silla rueda por el suelo de mármol. Su expresión es de perplejidad absoluta.

—Jade Evehart —me dice—, ¿cómo es posible que estés viva?

La apunto con el arma sin titubear. Ella frunce el ceño.

—Cometerás un grave error. —me dice.

—¡Guarde silencio! —espeto. Otra vez las lágrimas no me dejan hablar— Por su culpa todos mis amigos están muertos, todas las personas que me importan están muertas. Mi familia debe pensar lo mismo de mí y no me imagino el dolor que deben sentir en estos momentos.

Deben estar completamente destrozados al darse cuenta de que su intento de reformar a su única hija terminó en una tragedia.

—Es un mal necesario. —me dice.
—¿Un mal necesario? –inquiero—¿¡Un mal necesario!?

Ella mira un punto sobre mi hombro y asiente con la cabeza. Casi de inmediato siento una aguja en mi cuello. El ardor se extiende velozmente por mi torrente sanguíneo y estoy tan mareada que caigo al suelo. La pistola se resbala de mis manos. Nayara está detrás de mí, sosteniendo una jeringa. Me mira como un cordero al que le acaban de arrebatar a su madre.

—Perdona. —me dice.

Estaba tan ansiosa por acabar con Galilea que no comprobé que estuviera sola en su oficina.

Y, detrás de Nayara, en uno de los rincones de esta habitación, se encuentra Elliot. Sus brazos y piernas están flácidos sobre un sofá y no tiene control sobre estos. Sus ojos se encuentran cerrados.

Me arrastro por el suelo hasta llegar a donde él. Lo agito por los hombros y le doy palmadas en el rostro. Compruebo su pulso, desesperada, pero este no llega.

—Tuvo la valentía de atentar contra la vida de mi hija, igual que querías hacer tú —me dice—. Supongo que sois tal para cual. Nayara se encargó de traerlo hasta acá y terminar con el trabajo —El taconeo de sus zapatos hace eco en medio de la agonía de mi cerebro— Murmuró tu nombre varias veces, cielo —dice, tan cerca de mí que puedo ver su sonrisa, aunque no la esté mirando directamente—. Supuse que querrías saberlo, cielo.

Agito la cabeza de Elliot. Le doy golpes en sus mejillas para que reaccione lo antes posible. Mientras más rápido reaccione, más rápido podremos irnos y crear la vida que él tanto quería. La vida que tanto merecía después de haber sufrido tanto.

—No, por favor, no me hagas esto —murmuro—. Por favor, Elliot, despierta —le digo—. Siquiera pude despedirme de ti.

Mi última palabra hacia él fue: volveré, y ahora no podré dirigirle ninguna otra.

Le doy un golpe en el pecho, pero es demasiado débil.

—¡Te dije que te marcharas! —le digo.

Abrazo su cuerpo con fuerzas, como si se fuera a deshacer entre mis brazos. Su piel es fría, pero me da igual. Me da igual el olor metálico de la sangre que ha dejado de recorrer su cuello. Mis lágrimas me ahogan.

Sigue viéndose tan perfecto que duele.

—Regresa, por favor —suplico. Mi voz es inaudible—. Aún teníamos que crear un futuro juntos.

Entonces dejo de sentir su piel debajo de la mía. Los colores de mi visión desaparecen. Los olores quedan desapercibidos. No siento absolutamente nada.

¿Así se sentirá morir?

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