Capítulo 14

—¿Galletas con miel? —pregunta Nayara, con una especie de brillo en los ojos.

Ruby asiente con la cabeza.

—Esta noche. —dice.

—¡Justo a tiempo! —dice Chelsea— Ya lo necesitaba.

—¿A vosotras os gusta la miel? —pregunto con una mueca.

Las tres comienzan a reír.

—¿A quién no? —inquiere Chelsea.

—Luego te explicamos mejor. —me dice Nayara.

A la hora de la cena no pasa nada extraño. Todo es muy casual. Mikel no para de bromear sobre todo tipo de cosas que le pasan por la mente, Ruby lo ignora con mala cara, Nayara está muy pensativa y seria y Chelsea ríe a cada cosa que dice su amigo como una niña pequeña.

—Mikel, ¿no tienes más amigos aparte de nosotras? —le pregunto. Me ha surgido esa pequeña duda.

—¿Por qué lo preguntas? —me pregunta él con la boca llena.

—No lo sé. Eres el capitán de uno de los equipos de basquetbol de la escuela, además del número 2 del listado, y debes ser bastante popular como para que, cada día, te sientes con nosotras.

—La cuestión no es que no tenga más amigos, es que prefiero pasar el rato con ustedes —me contesta—. Se me hace más ameno. Puedo actuar como verdaderamente soy sin miedo a que me critiquen.

—¿Lo hacen? —inquiero y llevo a mi boca una cucharada de arroz.

—Muy seguido. —se limita a decir.

Debe estar siempre en el ojo del huracán. Siempre el objetivo de las críticas y burlas por supuestamente ser el ejemplo a seguir. Someter a una persona a tanta presión es bastante cruel. Puede que por eso disfrute haciendo bromas de todo, como un caparazón.

—Ehm… bueno, chicos, ¿qué tal la comida de hoy? —pregunta Chelsea para romper el silencio— Siempre está asquerosa pero hoy no lo está tanto. ¿No es así, Nayara?

—¿Qué? —Nayara frunce el ceño— Ah, sí, sí, la comida —dice, como si acabara de enterarse de que estamos hablando—. Parece que los cocineros no saben qué es la sal.

—Por eso yo como churros.

—Es bueno comer cosas con poca sal y azúcar. —sugiero.

—Graciosa. Yo llevo dos años comiendo en este comedor y el paladar se acostumbra —dice Mikel—. Por eso como churros.

Ruedo los ojos, sonriendo.

Tras un silencio de unos segundos, donde solo se escuchan el resto de las personas hablando, bandejas deslizándose y sillas moviéndose, pregunto:

—Chicos, ¿conocéis aun tal Derek?

—¿Derek? —Ruby levanta la cabeza— ¿No es él el último en el listado?

—¡Cierto! —Chelsea abre un poco más de lo normal los ojos— Llegó nuevo contigo, Jade, pero sus calificaciones no han sido las mejores y no se ha esforzado por hacer que lo sean.

Vale, pues este chico tiene un mal registro.

—¿Sabes dónde puedo encontrarlo?

—¿Para qué? —me pregunta Mikel.

Me encojo de hombros.

—Escuché algo acerca de él y… quisiera preguntarle.

—Nunca lo he visto por aquí —me dice Nayara—. Siempre que lo veo está en los salones de clases y así.

Entonces se me hará un poco complicado encontrarlo.

***

Cuando estamos en nuestra habitación, cada una en su cama a excepción de Nayara, que está en la biblioteca estudiando para su examen de mañana, alguien golpea la puerta y me sobresalto.

—¡Galletas con miel en una hora! —grita ese alguien frente a nuestra habitación— ¡Galletas con miel en una hora! —anuncia en la habitación de al lado, y en el resto de las habitaciones del pasillo.

Chelsea y Ruby se levantan enseguida de sus camas, como si hubieran estado esperando este momento. La última toma de uno de sus cajones una bolsa de plástico negra.

—Jade, ¿no trajiste algún vestido de fiesta? —me pregunta.

¿Ahora qué?

Decido no preguntar.

—Pues… sí. Tengo uno en la maleta porque pensé que nunca más lo usaría —confieso—. ¿Para qué?

Chelsea se apresura en abrir mi maleta y sacar de allí mi vestido. Se lo entrega a Ruby y ella lo mete en la bolsa.

—Lo llevaremos a lavar. —me contesta la rubia.

—No está sucio.

—No estés tan segura —me dice—. La ropa se ensucia cada determinado tiempo por el polvo y la humedad. Allí Ruby lleva ropa nuestra también.

Las tres salimos de la habitación y nos dirigimos al último piso del internado.

—¿No está prohibido deambular por los pasillos a estas horas de la noche? —pregunto.

—Sí, pero nadie se va a enterar. —me dice Ruby.

—¿Recuerdas las cámaras? —inquiero.

—No seas aguafiestas —me dice Chelsea—. Lo tenemos todo bajo control.

No comprendo nada, solo sigo sus pasos.

Al llegar a la lavandería, esta parece de todo menos el lugar donde se lavan las telas. Muchas chicas están cambiándose, peinándose y maquillándose. Tienen máquinas para el cabello conectadas a los enchufes. Muchas usan ropa de fiesta y el resto tiene pijama, como nosotras.

Entramos y Chelsea saca un vestido rosa de la bolsa de plástico que habíamos traído. Ruby se acerca también y toma un conjunto negro.

—¿Qué…? —dejo la pregunta en el aire.

—¡Fiesta en la azotea! —dice Chelsea, riendo.

—¿Eso significa galletas con miel?

Ruby asiente con la cabeza.

Ahora todo tiene sentido. Por eso se habían maquillado para dormir, y yo que pensé que solo estaban aburridas y que el listado les había estropeado las neuronas.

—¿Y las cámaras de seguridad, a ver? ¿No pensasteis en eso?

—Tranquila, Jade, tranquila —me dice Chelsea—. No nosotras, pero uno de los tantos estudiantes del internado tiene un contacto allá abajo —Señala el suelo— y borrará toda evidencia dentro de una hora con treinta exactamente.

—¿Entonces por qué no nos cambiamos en las habitaciones?

—Es mejor aquí —dice Ruby—. No hay cámaras, o sea, se averiaron el otro día. Sería complicado eliminar grabaciones de todas las habitaciones del internado. Démonos prisa antes de que el tiempo corra.

Saco mi vestido de la bolsa y me lo coloco lo más rápido posible. Es lila, algo corto con unas mangas casi transparentes del mismo color que me cubren todo el brazo hasta la muñeca.

—¿Qué zapatos me pongo? —pregunto
.
—Tomé unos de tu cajón —me dice Chelsea, entregándome el par de zapatos con agujetas que siempre uso.

Son negros y sin muchos detalles. Perfectos.

Finalmente ato dos flecos de mi cabello atrás con una pinza de piedrecitas, formando una especie de catarata, y el resto del cabello lo dejo suelto.

Ya Chelsea y Ruby se han puesto sus respectivos vestidos, peinado y maquillado. No sé qué esperamos, pero pasan unos minutos en los que me preguntó: ¿qué pasaría si Galilea entrara ahora?

—¿Todas estáis listas? —pregunta una chica para luego abrir la ventana de la lavandería.

Sigo a mis amigas, las cuales se dirigen hacia allá como el resto de las estudiantes. Del otro lado de la ventana, unas escaleras sin barandal conducen a la azotea. Son de un hierro oxidado que cruje bajo nuestro peso. A la izquierda no hay nada, literalmente. El patio de la escuela a varios metros de altura. Si se me tuerce un tobillo, podré olvidar mis esperanzas de vivir.

Las subo con el mayor cuidado posible para no caerme, mientras recibo empujones y gritos tras de mí por ir demasiado lento. Es obvio que no podemos subir por los escalones normales y entrar por la puerta, debido a las cámaras de seguridad. Aunque hay alguien de nuestro lado allá abajo, sería insoportable tener que borrar cientos de imágenes. Hay que hacerle el trabajo más sencillo para que no se llegue aarrepentir.

Al llegar, lo primero que veo es una pared de concreto que me impide ver más allá. Esa es la entrada a la azotea desde adentro del edificio. Cuando la esquivo veo que el lugar está decorado como si de una discoteca se tratara. Con luces de colores por todos lados, una pista para bailar, una barra con bebidas e incluso un DJ.

Ah, sí, y las cámaras de seguridad están cubiertas con telas y abrigos oscuros para que no se vea nada a través de ellas. Todos los chicos están bailando, al parecer esperando la llegada de las chicas.

Mientras mis amigas me abandonan para ir a bailar, yo me siento en una de las bancas del alrededor y miro hacia abajo. En una noche tan bella todos mirarían hacia arriba, pero yo tengo la curiosidad de saber qué más hay alrededor del internado. Nunca había estado en la azotea antes. Cuando lo hago, cuando bajo la mirada, lo único que puedo ver es el internado, el patio y la cancha de basquetbol. No se ve nada más allá de los muros. Es decepcionante.

Todos bailan, beben, ríen, se divierten, en cambio yo solo sé mirar mis zapatos que parecen cambiar de color por las luces. Estas sumadas a la música que taponea mis oídos, me están comenzando a dar dolor de cabeza.

Allí sentada paso los primeros diez minutos. Si las circunstancias fueran normales, estaría enviándole mensajes a mi madre de lo aburrida que está la fiesta. No me gustan las fiestas, nunca me gustaron y nunca me gustarán.

Siempre he sido la única que no soporta un grupo de adolescentes bebiendo quién sabe qué y cantando canciones vacías.

Nayara se sienta a mi lado. No la había visto venir. Trae puesto un vestido negro de una sola manga que le cubre todo el brazo, un par de zapatos de agujetas del mismo color, un labial rosa oscuro y el cabello suelto. Nunca antes la había visto con el cabello suelto, pues siempre lo trae trenzado. También sujeta un vaso con alguna bebida que no reconozco.

—Hola. —me dice en voz alta, casi gritando por culpa de la música.

—¿Dónde estabas? —le pregunto de la misma forma.

—Estudiando —me dice—. Pero me enteré de la fiesta y vine enseguida. ¿No es genial?

Ladeo la cabeza con una sonrisita. Para nada me parece genial.

—¿Por qué no estás bailando entonces? —le pregunto.

—Quise venir a saludarte —me contesta. Mira la pista y se vuelve hacia mí—. Vamos a bailar.

—Nayara, yo no sé bailar.

—No tienes que saber. Es solo moverteun poco y divertirte. ¿Qué más da? —dice mientras se encoge de hombros—Vivimos en un infierno y aquí es donde único podemos divertirnos.

—Ehm… —Sonrío con vergüenza. No quiero que piense que soy una amargada, aunque de hecho sí lo soy, o amargarle la noche, pero tampoco haré algo que no quiero—. No, gracias.

—Como quieras —Se pone de pie—. Bueno, al menos acompáñame. Tampoco bailaré si tú no lo haces, pero quiero divertirme después de haber pasado dos horas sentada en la biblioteca.

Sonrío.

Ambas nos ponemos de pie y nos recargamos en la pared de la habitación mediante la cual se llega a la azotea desde adentro del internado, mientras nos reímos de los chicos que se creen graciosos.

Mikel y Nicholas hablan en una esquina de la azotea. No sabía que se conocían. Al vernos, se acercan a nosotras.

—Jade —me dice Mikel—, te presento a Nicholas. Fue el que nos facilitó la clave de las computadoras de la habitación de seguridad y el que creó la memoria USB con la que absorvimos la información.

Abro los ojos como platos.

—¿Eres hacker? —le pregunto.

No me tendría que haber extrañado demasiado, debido que estudia informática. Tiene clases de más, que no tenemos los estudiantes sin carrera, pero aun así también asiste al resto.

Mikel alterna la vista entre ambos con el ceño fruncido. Nicholas suelta una carcajada por mi expresión de confusión.

—¿Cómo? —pregunta— ¿Os conocéis?

—Estudiamos juntos en una ocasión —le responde Nicholas—, además de que hacíamos equipo en química.

—Ah, sí —dice Mikel—. Junto con la chica muerta, ¿cómo se llamaba?

—¡Mikel! —le reprocha Nayara.

—Michelle. —respondo y frunzo los labios.

Silencio.

—Oye Nicholas —le digo—, muchas felicidades por ser el primero en el listado. Debes estar muy orgulloso.

Él sonríe tímidamente.

—Sí, algo así, aunque también vivo con miedo constante.

—Todos lo hacemos. —le dice Nayara, sonriendo, y se encoge de hombros para que el asunto parezca poco importante.

Aprovecho que no hay cámaras para reunir a Chelsea, Ruby, Nayara y Mikel y contarles lo que realmente había pasado en el piso subterráneo. Que no hay ningún Theo, que Johana me salvó y que necesita que la ayude en darle las llaves a Derek —llaves que traigo encima, por cierto—. Me parece que a Chelsea le causó mucho alivio todo lo que decía, pero puede que solo haya sido mi imaginación.

—¿Crees que es de confianza? —me pregunta Ruby— Recuerda que no se puede confiar en nadie.

—Me toca.

—No, no te toca —me dice Mikel—. No lo hagas si no quieres. Es un favor que le haces a una chica que apenas conoces, sospechosa de un asesinato, que noqueó a un guardia en tu presencia, se escabulle de las mazmorras con facilidad y dice que se le hace costumbre porque… ¿cuántas veces habrá estado allí encerrada?

Lo pienso durante unos segundos. Tiene razón, pero…

—No pierdo nada —le digo—. Si es verdad todo lo que se le acusa, terminará saliendo a la luz. No me cuesta nada hacerle un favor a quien me ayudó.

Mi vista de desvía al instante. Elliot acaba de subir a la azotea. Camina hacia el otro lado y, en un segundo, nuestras miradas se cruzan. Parece querer asegurarse de que no me ocurrió nada cuando me llevaron al salón de interrogatorios. Me aparto enseguida.

—Mira, Jade, mira —dice Chelsea—. Él es Derek.

Ha señalado a un chico sentado en una banca, cabizbajo.

—¿El del cabello negro?

—Sí, es él.

Me acerco a la banca, entre dubitativa de si estoy haciendo lo correcto y temerosa por estar cometiendo un grave error. En realidad no sé qué estoy haciendo. El tiempo me lo dirá.

—¿Derek?

Él levanta la cabeza para verme.

—¿Quién pregunta?

Tomo las llaves que tengo escondidas dentro de mi vestido y se las entrego. Me mira con cara de confusión al principio.

—Te las envía Johana.

Extiende su mano y se las entrego. Las mira por un rato con desconcierto, pero como no dice nada más, vuelvo con mis amigos. Misión cumplida.

En el otro extremo de la azotea, Elliot mantiene una conversación con Pol. Tampoco sabía que se conocían, aunque a él nunca lo he visto hablando con alguien que no sea un profesor. Es raro que se estuviera cuidando las espaldas desde antes de haberse impuesto el listado. Él es raro, muy raro, llegando a ser peligroso.

—Hay que hacernos una fotografía. —sugiere Chelsea.

Saca su celular y se lo entrega a Mikel. Él se aleja un poco para poder hacernos la foto. Yo no soy muy fotogénica, pero hago mi esfuerzo.

Después de unos minutos la puerta de la azotea se abre abruptamente. Todos nos quedamos en shock cuando entran la directora, Ruth y un guardia con cara de enfado.

El DJ apaga la música de inmediato y la gran mayoría corre para no ser vistos y evitar el castigo. Pierdo de vista a Elliot. Nosotros nos encontramos a la derecha de la puerta, tras una pared, de modo que no estamos dentro del campo visual de la directora.

—¿Cómo se enteró esta? —pregunta Ruby.

—Seguro vio que las cámaras de la azotea estaban cubiertas —dice Nayara—. Quería verificar el problema a lo mejor.

Mikel es el primero en reaccionar y corre hasta los barandales, los cuales salta. Eso me deja descolocada, con la boca abierta, aunque quizás caería en una terraza o algo parecido. No sería tan insensato como para dejarse caer a una altura de seis pisos.

Nayara y Chelsea también corren a las escaleras en la parte trasera de la azotea para bajar a la lavandería. Ruby toma mi brazo para seguirlas cuando habían desaparecido de nuestra vista.

Tenemos la mala suerte de que, a medio camino, todas las luces se apagan.

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