Capítulo 13
La habitación de un niño, o de una niña, en el piso subterráneo y secreto de un internado.
Sospecho que le pertenece a una niña, porque toda la decoración es rosa. Las paredes están pintadas del color del helado de fresa y el suelo es de losas color crema. En la pared que se sitúa a la derecha de la puerta, está apoyado un armario muy espacioso de madera blanca, con varias puertas y cajones. Frente con frente a la puerta hay una camita y, junto a esta, un pequeño estante de libros.
Este es muy pintoresco, el sueño de cualquier niña. Tiene forma de castillo y está dividido en varios pisos. En los primeros hay libros, cuadernos y otros útiles escolares, y en el último un teléfono antiguo. Me pregunto si funciona.
Sobre el estante hay una rendija del conducto de ventilación —nuestra salida segura—. Muchos cuadros de animalitos de colores decoran la pared de la derecha. En la que está contraria a la cama, hay un televisor muy grande. En el suelo,una alfombra de terciopelo rosa que me aseguro de no pisar. Una lámpara en el centro del techo de concreto ilumina toda la habitación.
—¿Qué es este lugar? —pregunto, delineando con mis ojos el más mínimo detalle.
Al estar aquí no dan ganas de irse. Al contrario del resto del internado, este lugar es colorido, alegre, luminoso y muy acogedor. Transmite deseos de volver a ser una niña pequeña que sueña con hadas.
Me dirijo al armario y lo abro, con un poco de miedo. En efecto, detrás de las puertas más grandes hay mucha ropa, pero no es ropa de una niña pequeña, sino el tipo de ropa que yo tendría en mi armario. Puede que sea de mi talla. Tiene estilos muy variados: desde vestidos coloridos con estampado floreado hasta pullovers negros con letras. Se apoyan debajo de toda la ropa colgada en perchas, zapatos de diversos estilos, formas y colores. Esa chica ha de ser rica.
—No hay cámaras. —dice Mikel, después de haberlo inspeccionado todo.
—¿Por qué una niña pequeña utilizaría este tipo de ropa? —le pregunto.
—Obviamente aquí no duerme una niña pequeña. —me aclara, aunque eso ya lo sabía.
Abro uno de los cajones del armario y me acuclillo para ver todos los juguetes que tiene en su interior, como los de una pequeña de seis años. Muñecas, juegos de té, de peluquería, de médico.
—Qué buena vida la de esta chica. —digo, impresionada, sin dejar de quitarle la vista a los juguetes.
—Yo nunca tuve tantos juguetes. –me comenta Mikel.
—Ni yo. —digo, más para mí que para él.
Mi entretenimiento eran los libros de matemáticas.
Así mismo, acuclillada, me acerco a un segundo cajón. Al abrirlo veo álbumes de fotos vacíos. La tercera está cerrada con un candado.
—Jade, ¿viste esto?
Mikel había tomado un pequeño cuadro de la estantería. Me acerco con curiosidad y puedo ver una familia como la mía. Una familia conformada por tres personas, pero todos tienen las cabezas enmarañadas con plumón negro. Me estremezco. No luce nada bien.
—Esto es muy raro —comento y me vuelvo hacia el teléfono—. ¿Crees que funcione? —le pregunto a Mikel.
Él se encoge de hombros y le resta importancia.
Para mí sí que es importante. ¿Y si funciona y puedo avisarle a toda mi familia de dónde estoy? Podrían decirle a la policía. Ellos investigarían hasta los confines de la tierra para encontrar cuatrocientos adolescentes secuestrados, lo harían, nos liberarían y condenarían a cadena perpetua a Galilea, a Ruth y al resto. Sí, esa es la salida.
Me pregunto si los profesores están secuestrados o se les paga una buena cantidad de dinero, porque en el mapa que se nos entregó el primer día se muestra el ala de profesores.
Tal vez Mikel le restó importancia a si el teléfono funciona o no porque no cree que funcione, porque sus esperanzas están tan enterradas bajo tierra que hace falta cavar demasiado como para que vuelvan a su alma.
Me acerco, descuelgo el teléfono y lo pongo en mi oído. Mis manos tiemblan, como si fuera una granada que estoy a punto de activar. Un timbre, la única señal que necesitaba. Se me ilumina la mirada de inmediato. Casi lloro de felicidad.
—¡Funciona! —le digo a Mikel— ¡Mikel, funciona!
Él me mira con los ojos abiertos de par en par. Se le escapa una sonrisa y mira el teléfono como un tesoro. Se cubre la boca con las manos.
— Haz tu llamada entonces antes de que algo pase —me dice—, de prisa.
Marco el primer número, el segundo, pero algo me detiene al pulsar el tercero. El cerrojo de la puerta se mueve. Alguien intenta abrir la habitación desde el otro lado. Mikel me envía una mirada petrificante y corre para detener la puerta. Empuja hacia afuera para que nadie pueda entrar.
—¡Tenemos queirnos, Jade! —me susurra.
—Un momento. —digo y termino de marcar los números con las manos temblorosas. Todo mi cuerpo tiembla por la impaciencia.
Nadie contesta. Oh, no. Nadie me contesta y Mikel ya se ha empezado a impacientar.
“Jade, rápido” gesticula.
Cuelgo el teléfono, abandonando mis esperanzas, y sustituyo a Mikel junto a la puerta. Él se dirige a la rendija y la aparta.
—Parece que se atoró. —dice alguien del otro lado.
Espero unos segundos hasta que el que estaba del otro lado se rinde. Suelto la puerta lentamente, preparada para volverla a cerrar, pero ya no debo hacer resistencia.
Me subo sobre la estantería en forma de castillo y Mikel me ayuda a entrar al conducto. Me arrastro un poco para que él pueda subir. Él vuelve a colocar la rendija en el agujero que había quedado. Ambos nos arrastramos como podemos hasta llegar al segundo piso del internado. Me resulta increíble poder llegar sin las instrucciones de Nayara.
En un momento en que el conducto de ventilación se divide en dos, Mikel y yo nos separamos, él se dirige al baño de chicos y yo al baño de chicas. Cuando llego, me dirijo a la habitación y me tiendo sobre la cama tras un largo suspiro de alivio. No nos descubrieron.
Me pregunto dónde están las demás.
Y, como si las hubiera invocado, ellas aparecen frente a mí.
—Jade —Ruby es la primera que entra a la habitación—, ¿dónde te habías metido?
Nayara achica los ojos.
—Te hemos estado buscando por toda la escuela. —me dice ella.
—Estuve aquí todo el tiempo. —Me encojo de hombros.
Recuerda, fingir normalidad frente a las cámaras. No mencionar nada de lo que hicimos.
—Vamos al patio —me dice Chelsea—, ¿nos acompañas?
Asiento con la cabeza.
Me levanto de la cama y las cuatro salimos. Cuando estamos a punto de bajar las escaleras, el guardia que acompañaba a Ruth en el piso subterráneo nos detiene.
—¿Quién devosotras es el número 35? —nos pregunta. Su voz al dirigirse a nosotras es intimidante.
—Soy yo. —Doy un paso al frente.
—¿Jade Evehart?
—Sí —Levanto el mentón—. ¿Por? —pregunto, aunque ya sé para qué me necesita.
—Necesito que me acompañe al salón de interrogatorios por el asesinato del difunto número 7.
Mis amigas me miran con el ceño fruncido y los ojos abiertos de par en par. No quiero que sospechen de mí.
—¿Por qué? —Finjo sorpresa—Yo no hice nada.
—Estuvo hablando con la principal sospechosa antes de que se descubriera el cuerpo del número 7. —responde con voz monótona.
Parpadeo.
—¿Y eso me convierte en sospechosa?
—El resto de la información se le dará en el salón de interrogatorios. Si es tan amable en acompañarme.
Miro por última vez a las chicas. Chelsea gesticula algo que entiendo como un: ¿qué está pasando?, y yo niego con la cabeza para que no se preocupe.
Bajo las escaleras y el guardia me sigue. Luego me guía hasta una extraña puerta en la cafetería a la que no le había prestado atención antes. Los presentes me miran entre asombrados y perplejos. Algunos me apuntan con los dedos y se susurran cosas a los oídos.
Entre las personas veo a Elliot bebiendo de una botella de agua, con los brazos apoyados en la barra. Al verme casi se le resbala la bebida de las manos. Frunce el ceño fugazmente en mi dirección, lo que interpreto como una pregunta.
No puedo evitar recordar lo que me dijo en las escaleras. Conozco tu secreto, Evehart. Había sonado como una advertencia más que como amenaza. Él es bastante sospechoso.
Niego con la cabeza y corto el contacto visual.
Bajamos unas escaleras donde el camino es muy estrecho y oscuro, que lo único capaz de iluminar son unas antorchas rústicas. Finalmente llegamos a la gran puerta de hierro llena de diversos candados y cadenas de diferentes materiales. Esa es la entrada al piso subterráneo.
El guardia comienza a abrir los más de diez candados con sus tantas llaves, que acaba de sacar del bolsillo de su pantalón.
—No conocía este lugar. —comento.
Puede que desee aportarme algún tipo de información o que lo haga inconscientemente.
—Está prohibido para los estudiantes. —me dice.
En definitiva debo leerme el reglamento. Puedo estar incumpliendo diez reglas por cada parpadeo.
—¿Y… qué es? —le pregunto.
—Ya lo descubrirá.
—¿Por qué no está en el mapa?
—Por la misma razón.
—¿Y eso por qué? ¿Por qué está prohibido?
—Hace demasiadas preguntas, número 35.
Hundo el entrecejo.
—Tengo nombre.
—Aquí no se les conoce por el nombre a los estudiantes cuando se plantea el listado. Lo mejor es que se acostumbre a que, a partir de ahora, su nombre será poco importante debido a que tiene un número.
Eso es raro. No somos robots aunque quisieran.
Cuando de una vez abre la gran puerta, entramos al lugar. Es como lo recuerdo, así que nada de lo que veo me causa sorpresa. Un pasillo con varias puertas y poca iluminación. Pasamos junto al salón de seguridad, en el que estuvimos hace unos minutos. El guardia me conduce hasta la misma puerta con una pequeña ventana de cristal a través de la que había visto como interrogaban a la chica con lentes, que, si mal no recuerdo, se llama Johana. Me pregunto por qué la llamaron por su nombre en lugar de por su número en el listado.
Estoy un poco nerviosa de que, entre pregunta y pregunta, descubran que escondimos un cuerpo en el baño, aunque no tienen por qué hacerlo.
En la habitación está Ruth, de pie, con las manos entrelazadas detrás de la espalda. Parece que me esperaba. Me siento en la única silla del lugar y el guardia se sitúa en una de las esquinas de la habitación, junto a otro que había allí.
Bajo la cruda mirada de Ruth me siento juzgada y el silencio que envuelve el salón lo confirma. Solo puedo escuchar el compás de los latidos de mi corazón, cada vez más rápidos.
—35 —me dice Ruth—. Ya había tenido la oportunidad de verla antes. Si mal no recuerdo, es la chica que regañé en las escaleras por llegar tarde, y la que vi en la cancha de basquetbol cuando discutieron los equipos.
—Oh —Levanto las cejas como si no me lo creyera—.El mundo es un tomate.
—Eso o siempre se está metiendo en problemas.
—Le aseguro que no. —miento.
—Tiene suerte de ser de los nuevos —me dice—, porque, de lo contrario, no estaría aquí después de haber cometido tantas infracciones.
—¿Dónde estuviera entonces? —Eso sí me interesa.
—No es asunto suyo, jovencita. Preste atención. Está aquí como sospechosa por el asesinato del número 7 o de Michelle Ashbourne. ¿Qué sabe de ella?
Repiqueteo los dedos en la mesa metálica. Los vellos de mis brazos se ponen de puntas por el frío que se filtra a través de mi piel. ¿No es mejor crear mesas de madera, que incluso son más cómodas y hacen menos ruido? Estas solo me recuerdan a lugares lúgubres y poco…
—35. —me dice Ruth al ver que no contesto.
Enarco una ceja.
—Ah —Sacudo la cabeza—. ¿Michelle dice? —inquiero— Pues estábamos en el mismo equipo en la clase de química. Nosotras y dos estudiantes más haríamos un trabajo.
—¿Y cuál fue el motivo para que la asesinara o participara en su asesinato? —me pregunta— Competencia, de seguro. Ese es el motivo de todos.
—¿En serio me quiere culpar a mí de entre tantos estudiantes? —le pregunto— ¿Por qué no deja de perder el tiempo y hace su trabajo?
Ella camina de un lado a otro. Yo la sigo con la mirada y trago saliva.
—¿Por qué estaba junto al casillero en el momento que el cuerpo del difunto número 7 fue descubierto?
—A ver, Ruth, ¿en serio cree que por estar junto al casillero me convierto en sospechosa? Si juzga a cada uno de los presentes, como lo está haciendo conmigo, no terminaría ni en años. Le recuerdo que la mayoría estábamos buscando nuestros materiales escolares para comenzar las clases.
—Ajá, ¿y cómo explica que habló con Johana antes de que todo sucediera?
Le cuento lo que sucedió, que yo solo iba a buscar mis útiles escolares para impartir una clase cualquiera.
Parece que Ruth se lo piensa un poco.
—¿Qué número fue Johana? —me atrevo a preguntar.
—Eso no le interesa —me contesta—. Llévatela. —le dice a uno de los guardias.
Este me levanta de la silla y me guía a no sé dónde por un pasillo. Me canso de preguntar a dónde me lleva sin obtener ningún tipo derespuesta. De repente escucho una voz dulce, que con eco invade todo el pasillo.
—Jade. —decía.
Levanto la cabeza para buscar la procedencia de esa extraña voz y recorro todo el lugar con los ojos, aunque no encuentro nada. Sacudo la cabeza por si es producto de mi imaginación, sin embargo la voz sigue pronunciando mi nombre.
—¿No lo escuchas? —le pregunto al guardia. A lo mejor me estoy volviendo loca.
—¿El qué?
—Esa voz.
Él suelta una carcajada burlona.
—Necesita dormir más.
Le hago una mueca pero no me ve, no despega la vista del fondo del pasillo. Dejo de escuchar la voz para sentir como una rendija se abre a mis espaldas. Me detengo abruptamente y miro hacia todos lados, pero no veo nada.
—¿Qué hace? —me pregunta el guardia.
—¿En serio no lo escuchó? —le pregunto, incrédula—¡Una rendija se abrió!
Un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Puede tratarse de un asesino, o algo peor. Y a estas alturas nadie puede llamarme paranoica.
—Como esto sea una estrategia para…
Hago un sonido para que guarde silencio llevándome un dedo a los labios. Por suerte, obedece, cuando vemos como una sospechosa roca cae del techo. El guardia la analiza de lejos, se voltea hacia mí y me dice:
—No se mueva.
Camina hasta donde había caído, mirándolo todo con cuidado. La toma y le da vueltas en sus dedos. Mira el techo, cada centímetro del pasillo. Luego me muestra la piedrita desde su lugar.
No sé cómo, pero de un momento a otro alguien aparece detrás del guardia con un palo de madera en las manos. Le da un golpe tan fuerte en la cabeza que hace que caiga desmayado al suelo. Ahogo un grito al ver que se trata de Johana.
—No grites, por favor. —susurra y se acerca a mí.
—¿Qué haces? —pregunto, también susurrando— ¿Por qué golpeaste al guardia?
—Porque no tenía otra forma de que te dejara sola. No tengo tiempo de explicártelo todo ahora, pero necesito que confíes en mí y que sepas que soy inocente.
—¿Qué? —pregunto—Ni siquiera te conozco como para confiar en ti.
—Ya sé, ya sé, pero no tienes de otra, creo. Yo confío en ti y me hace falta que hagas lo mismo. No maté a nadie, soy inocente. Y necesito que hagas algo por mí.
Lo que sí sé es que es de armas tomar. Acaba de dejar inconsciente a uno de los guardias con un simple golpe.
—Vale —le digo. No me queda más opción que creerle—. Y si eres inocente, ¿por qué no me hablaste antes en la superficie?
—No estoy libre. Me tienen encerrada en las mazmorras, lugar donde te iban a llevar.
Abro los ojos como dos lunas.
—¿Por qué?
—Están buscando a un asesino y no lo encuentran, así que culparán a cualquiera para que los demás estén tranquilos. Como no encontraron pruebas contra mí, te iban a encerrar y a liberarme.
—¿Y por qué no lo permitiste? —le pregunto— O sea, ni siquiera me conoces y te estás arriesgando por mí.
—Sé lo que hago, no te preocupes.
—¿Cómo escapaste de las mazmorras? —le pregunto.
—Llevo años haciéndolo, es muy fácil cuando tienes práctica. Siempre me encierran y logro liberarme y andar por aquí como si esto fuese mío.
—¿Dijiste años? ¿No eres nueva?
—No tengo tiempo de explicártelo ahora, debes...
—Espera —la interrumpo—. Salgamos a la superficie. Estás libre ahora.
—Porque escapé.
—Sí, pero igual lo estás. Vamos y allá me lo cuentas mejor.
—No, Jade, debo quedarme aquí. Ellos sabrán que me escapé y no puedo permitirlo. Arruinaría todo el plan.
—¿Qué plan?
—Escúchame —Saca de adentro de su blusa una llave y me la entrega—. Busca a Derek y dásela. Él sabrá qué hacer y si todo sale según lo planeado, estaré libre.
—¿Por qué no lo puedes hacer tú?
—Jade, hazlo, te lo suplico.
Lo pienso durante unos segundos.
—Me van a llevar a las mazmorras, Johana, ¿cómo le daré eso a ese chico?
—Ay, ehm… —Se da toques en el mentón con el dedo índice—. Cúlpame —dice—. Bueno, a mí no, a alguien. Estás aquí porque creen que puedes ser la culpable, pero si dices que alguien se apareció y golpeó guardia e intentó matarte, te dejarán libre. Di que fue Theo.
Frunzo el ceño.
—¿Quién?
—Solo hazlo.
Johana sube, de una manera fascinante, a uno de los conductos y desparece. Escondo la llave donde mismo la tenía ella.
En breve Ruth y tres guardias más aparecen. Lo miran todo con los ojos como si se les fueran a salir de sus órbitas. Me miran y yo me quedo inmóvil, sintiéndome culpable.
—Ehm… —No sé qué decir—. Un chico, Theo, vino y golpeó al guardia e intentó matarme, y luego huyó. —suelto de repente.
***
Después de unos minutos, no sé ni cómo, estoy en mi habitación. Ahora debo localizar al tal Derek y entregarle la llave.
—¿Y cómo saliste de ahí? —me pregunta Chelsea, que aún no ha entendido nada.
—No lo sé —confieso, abrumada—. Llegó un chico, golpeó al guardia, y cuando los demás llegaron y les conté todo lo que había ocurrido, me dejaron ir.
Odio mentir, pero es necesario hacerlo frente a las cámaras, además de que estarían controlándome muy bien a partir de ahora.
—¿Cómo dices que se llamaba? —me pregunta Nayara.
—Theo. —le digo.
Ella y la rubia intercambian una mirada cómplice. No voy a preguntar qué pasa porque está claro que no me lo comentarán si la directora tiene la oportunidad de enterarse.
En eso Ruby entra a la habitación, muy entusiasmada.
—¿Adivinad qué? —pregunta, con una sonrisa de oreja a oreja— ¡Galletas con miel!
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