Capítulo 10

¿Qué hacía Elliot a esas horas por los pasillos además de ver el listado? ¿Qué secreto conoce exactamente? ¿Qué parte de la conversación fue capaz de escuchar?

Él me resulta extrañamente sospechoso. Antes de ser impuesto el listado, él decía que lo mejor era hacerse conocer entre los profesores. Solo una persona que conocía que el listado sería impuesto pensaría así. ¿Y si tiene la culpa de algo?

Las preguntas me atormentan y no dejan que me concentre con claridad en la clase de química. El profesor solo habla y habla, y yo le intento poner atención porque me he comprometido con Nicholas, porque de eso depende, no solo mi orgullo por ser mejor que Elliot, sino mi vida. Pero su voz es tan relajante como el viento entre cañas de azúcar que solo deseo cerrar los ojos y dormir.

-Podéis formar los equipos.

Agito la cabeza. Todos mis compañeros se han puesto de pie. Algunos juntan algunos pupitres y otros buscan utensilios en las estanterías. Yo soy la única que permanece sentada sin mover un dedo.

-Jade.

Levanto la cabeza. Nicholas me mira con el ceño fruncido. Me pongo de pie enseguida.

-Buenos días. -le digo.

-¿No has encontrado un equipo aún? -me pregunta.

Miro a mi alrededor. Ya todos están sentados en equipo, a excepción de nosotros. Elliot también está aquí. Está sentado con dos chicos y una chica. Todos usan una bata blanca por encima del uniforme, guantes y gafas de plástico. Él mide un polvo azul en una pequeña cuchara y lo arroja a un frasco de vidrio.

Opto por encogerme de hombros.

-Bien, el nuestro está incompleto. -me dice él.

-¿Quieres que forme parte de tu equipo? -le pregunto con incredulidad.

Asiente con la cabeza.

Lo sigo hasta un rincón del salón, donde hay cuatro pupitres, volteados de manera que todos nos veamos las caras, y dos lugares vacíos. Sentados, un chico que nunca había visto y una chica que me resulta extrañamente familiar se visten como mismo acabo de ver a Elliot y su equipo. Estaban esperando la llegada de Nicholas para comenzar.

Él me entrega una bata blanca y la coloco sobre mis hombros, sin preocuparme demasiado por ponérmela de la forma correcta. El látex de los guantes me irrita la piel y las gafas son demasiado ajustadas. Quiero salir corriendo.

Sobre la mesa hay varios frascos con líquidos transparentes y dos vasos con un líquido verde que me llama bastante la atención. Hay sobres pequeños, probetas, cucharas especializadas para esto, un mortero con pistilo, un mechero y varios frasquitos vacíos.

-Paso número uno -dice el chico que nunca había visto antes-: triturar el óxido de hierro.

La chica que no conozco frunce el ceño.

-¿Estás seguro de eso? -le pregunta- Todos lo están haciendo sin triturar.

-El profesor no nos dio instrucciones, así que debemos apañárnoslas como podamos.

Nicholas toma un sobre pequeño y vacía su contenido en el mortero. Es un polvo grueso color azul que parece poder matar un ejército. Todos a mi alrededor están más avanzados y manipulan los objetos con cuidado.

Nicholas me entrega el mortero y el pistilo.

-Debes triturarlo -me dice-, pero con mucho cuidado para que el mortero no se rompa.

Y eso hago. Trituro el óxido de hierro y aprieto los dientes cada vez que el vidrio tintinea.

-No lo inhales. -me dice la chica que me resulta familiar.

Ya recuerdo de dónde la conozco. En mi primera clase en el internado ella estuvo presente, la pelinegra que dijo que yo no sabía ni en dónde estaba y, gracias a ella, me atreví a ir al pizarrón.

-No soy tan tonta como para eso. -espeto.

Ella achica los ojos. También tritura el polvo azul del otro sobrecito. Cuando ambos morteros contienen un polvo muy fino, se los entregamos a nuestros compañeros. Nicholas y el otro chico miden tres cucharaditas y las vierten en un frasco vacío.

-Ahora dejamos que se derrita sobre el mechero. -dice el chico.

Frunzo el ceño.

-¿Quieres derretir óxido de hierro para luego hacer qué?

-El siguiente paso es verterle ácido. -me contesta.
Abro mucho los ojos. No sé mucho de química, pero esa combinación no es buena.

-No creo que debamos hacer eso. -confieso.

-¿Y eso por qué? -me pregunta Nicholas.

La chica pelinegra pone los ojos en blanco.

-¿Es en serio? -pregunta- ¿Vas a hacerle caso a ella, que no ha de saber ni qué es un ácido?

Un sonido muy fuerte me hace dar un respingo en mi lugar. Me volteo para averiguar de dónde viene. Un chico de la mesa de Elliot ha hecho que la mezcla explotara y su rostro se tiñe de color carbón. Se quita las gafas, dejando la silueta de esta alrededor de sus ojos como el único fragmento de piel limpio. El vidrio de los frascos ha volado por doquier.

-¡Colóquese las gafas! -le dice el profesor, abriendo las ventanas del laboratorio.

Por la insistencia de su voz, él lo hace enseguida.

-¡Nadie se quite las gafas! Si es necesario, taparos la nariz para no respirar el gas que produjo la explosión hasta que salga por las ventanas -Se acerca a la mesa de Elliot-. Señor Ravenscroft.

Elliot levanta la mirada, avergonzado. Está claro que el desastre no lo hizo él, pero supongo que es el encargado del equipo.

-Su equipo está desaprobado en este examen.

Abro los ojos como platos.

-¿Esto es un examen? -les pregunto a los de mi mesa.

-Pues claro -me dice la chica-. ¿No le presaste atención al profesor?

Miro el óxido de hierro triturado.

-Óxido de hierro azul -pienso en voz alta-. Lo mejor será verterle el ácido si no queréis que todo explote como les pasó a esos chicos.

Con extremadísimo cuidado vierto el ácido sobre el óxido de hierro, bajo la mirada de todos. De pronto este se vuelve una espuma que escala hasta desbordarse del recipiente. Casi cae de la mesa si no fuera porque el chico que no conozco lo limpia con una servilleta.

El profesor se nos acerca con una sonrisa radiante. Mira el experimento con mucho orgullo. Suspira.

-Sois los únicos que lo habéis conseguido -nos dice-. La mayoría utilizaron el mechero o no trituraron correctamente el polvo -Anota algo en una libretita-. ¿Vuestros nombres?

Nicholas es el encargado de dar nuestros nombres y apellidos. Michelle y Pol se llaman los chicos que no conocía.

-Los cuatro tenéis diez.

No puedo evitar sonreír.

***

Después de haberme dado una ducha me preparo para ir a dormir. Me pongo el pijama, cepillo mi cabello, lavo mis dientes y me tiendo sobre la cama. Solo que no puedo dormir.

En la mañana de hoy salí del laboratorio de química con todos mis libros en las manos. No los utilicé, pues esta clase solo fue práctica. A pesar de la incomodidad que me causó la ropa, ese diez fue más que satisfactorio. Y ver la cara de frustración de Elliot al estar suspenso y obligado a ver al resto trabajar, fue lo mejor.

-Ríete cuanto quieras, Evehart -me había dicho-. Pero que sepas que no voy a secar tus lágrimas.

Esperé a mis compañeros de equipo cerca de la cancha de baloncesto. Según el profesor, debíamos hacer la parte teórica del trabajo antes de la próxima clase. Documentar todo lo que vimos en el experimento.

Nicholas y Michelle se acercaron juntos. Tomaron asiento cerca de mi banca.

-¿Y Pol? -pregunté.

-En la cancha. -me contestó Nicholas.

Observé a los equipos en la cancha de beisbol. Mikel era uno de los jugadores, pero no había notado que entre los de su equipo también estaba Pol. Cuando anotaron el balón en una de las canastas festejaron chocando los pechos, a lo cual yo solté una pequeña carcajada.

Al terminar, él se acercó a nosotros. Limpió su frente con una pequeña toalla. Al sentarse, se bebió de golpe toda el agua de su termo.

-¿Qué tal van vuestras calificaciones? -nos preguntó Michelle, escribiendo algo en su libreta.

Pol se encogió de hombros.

-La verdad es que me dan un poco igual.

Fruncí el ceño.

-¿Te da igual vivir como si no?

-No tengo mucho por lo que luchar, pero Nicholas me motiva.

Él sonrío, pero dejó de hacerlo al ver un punto fijo detrás de mí. Me volteé lo más rápido que pude. Elliot, como siempre, caminaba con un libro en las manos y tomó asiento en una banca bajo un árbol, a una gran distancia de nosotros. Siquiera nos había visto.

-¿No es tu compañero de habitación? -le preguntó Pol a Nicholas.

Él asintió con la cabeza.

No sabía eso.

Michelle sonrío.

-Es muy lindo, ¿no creéis? -preguntó, viéndolo embobada.

Yo la miré con una ceja enarcada.

-¿Cómo dices?

-Es una lástima que prefiera pasar tiempo con sus libros en lugar de con las personas -dijo sin dejar de mirarlo-. No habla con nadie.

Ya quisieras tú...

Una chica se le acercó. Se quedó de pie cerca de su banca pero él no le prestó demasiada atención. Ella parecía querer decir algo importante. Al final, después de haber sido ignorada, decidió marcharse.

Coincidí en Literatura con Chelsea. Nos hicieron un examen sorpresa que, por suerte para mí, estuvo relacionado con lo que Nicholas y yo estudiamos en la biblioteca. Obtuve diez puntos. Fue gratificante, raro pero gratificante y enorgullecedor. Puede que solo haya sido suerte.

Recuerdo una conversación de Lara con uno de mis profesores. Ese día él la había citado para hablar de mí porque era una de las alumnas que más le preocupaban y yo me había escondido detrás de la puerta para poder escuchar sin que nadie lo supiera.

-Profesor, debe entenderla -le dijo ella-, su única amiga soy yo, desde que nacimos prácticamente, su familia se reduce en sus padres y ella, además de que no es muy inteligente que digamos.

Aunque eso me descolocó, no estaba mintiendo. Ella solo quería que el profesor me entendiera.

-¿Que no es inteligente? -Él frunció el ceño- Anoche me encargué personalmente de analizar el expediente de esa chica. En sus cuatro años de secundaria, Jade fue la mejor estudiante entre todos. La que mejores calificaciones obtenía, la que mejor disciplina tenía, incluso ganó varios concursos de cálculo a nivel nacional. Es un talento.

La chica rodó los ojos.

Nunca le demostré ser inteligente, por lo que el hecho de no creer a nuestro profesor es justificable. Al menos para mí.

-¿Y qué le pasó a toda esa inteligencia? -le preguntó ella.

-Se despreocupó, es todo. Solo debe buscar una fuente de interés, o si no, puede que deje el bachillerato. Estoy seguro de que puede lograr grandes cosas.

Ella esbozó una sonrisa lánguida.

-A ver, profesor, muchos estudiantes de aquí sacaron notas magníficas en la secundaria y no es que sean talentos. Las notas no definen la inteligencia.

-Lara, ¿sabes qué dice en el expediente de Jade?

Ella lo miró, expectante. Él abrió la carpeta que había dejado sobre el puesto de profesores. Buscó un documento, hasta que lo encontró y se lo mostró.

-Ganadora del concurso nacional de álgebra con nueve años -Sacó otro diploma y también se lo mostró-, ganadora del concurso nacional de geometría con diez años. Con doce fue a las olimpiadas internacionales, donde ganó la moneda de plata.

Moneda que tengo en lo más profundo de mi armario.

Lara entreabrió los labios, sin habla, y abrió los ojos de par en par, pero disimuló su asombro al notar que se estaba manifestando en sus expresiones faciales.

Ella no me comentó nada de eso cuando nos reunimos, solo dijo que al profesor le preocupaba mi despreocupación y que creía que podía ser mejor.

¿De qué me ha servido toda esa inteligencia? De nada. Todo había sido una pérdida de tiempo, pero ahora tengo una razón, un verdadero incentivo para despertar mis neuronas que llevan dormidas años, desde que mi tío, la única mano invisible que empujaba el cochecito y lo echaba a rodar, murió. Ahora la mano invisible es más bien un puño que me obliga a avanzar o un yunque gigante aplastará el cochecito.

Cierro mis ojos y me dispongo a dormir.

***

Despierto abruptamente. No sé cuánto tiempo ha pasado; no sé si he soñado algo pero si fue así, no lo recuerdo; lo único que sé es que mi visión es más oscura que de costumbre y mis fosas nasales están obstruidas por algo que no permite que el aire transpire. Mi boca también está cubierta por algo, pero no tengo tiempo de pensar.

No puedo hablar, no puedo gritar por más que lo intento. El aire que me quedaba se esfuma tan rápido como el que almacena un globo antes de ser reventado. Me estoy ahogando. La desesperación me inunda. Agito las manos para intentar defenderme y las extiendo para el lugar donde supongo que está la mesita de noche. Palpo algo y lo estrello contra la cabeza de mi agresor.

Puedo quitarme lo que me cubre el rostro -mi propia almohada- y tomo una bocanada de aire tan grande que siento que no queda oxígeno en la habitación.

Mi agresor está en el suelo, abatido, con una mano en la cabeza. Pedazos de cristal y de agua cubren el suelo, por lo que puedo intuir que con lo que me defendí fue un vaso de agua. El agresor tiene un pasamontañas que le cubre toda la cabeza. Se pone de pie enseguida que Ruby y Chelsea despiertan por el escándalo.

-¿Qué es todo este alboroto? -pregunta Chelsea, con voz mañanera.

Ambas abren muchísimo los ojos al ver a la figura, vestida completamente de negro. Esta sale por la puerta abierta de la habitación a toda prisa. Yo, sin pensarlo dos veces, me pongo de pie y la sigo.

Mi agresor atraviesa el pasillo oscuro con pisadas inaudibles y yo trato de seguirle el paso, pero se me dificulta. Mi pecho sube y baja, aún conmocionado. Escucho un grito detrás de mí, que intuyo que vino de Chelsea. Hago un ademán en volver pero me niego a perder de vista a la figura, la cual dobla en la esquina para bajar las escaleras.

Chelsea está acompañada. Si algo le pasa, Ruby está con ella. Yo no puedo perder a un presunto asesino.

Al llegar a las escaleras un grito escapa de mis labios. Choco con Nayara, la cual me mira con el entrecejo fruncido. A su lado, Ruth se detiene en seco. Me falta el aire de tanto correr.

-Señorita Evehart -me dice Ruth-, ¿qué hace fuera de su habitación a estas horas de la madrugada?

No hay nadie en el resto de escaleras que quedan visibles ante mis ojos. En efecto, le perdí de vista.

-Yo... -titubeo.

-Si tiene alguna otra incidencia -me dice-, será sentenciada.

Trago saliva. Asiento.

-Podéis iros a dormir.

Nayara entrelaza su brazo con el mío y caminamos hacia la habitación.

-¿Qué demonios hacías? -me pregunta.

-¿Tú qué hacías fuera?

-Fui a ayudar a Ruth con algunas cosas de los estudiantes -me contesta-. Me estima mucho, dice que soy una de las mejores, cosa que no es verdad...

Llegamos a la puerta de la habitación. Chelsea está sentada en su cama, con una mano en la parte trasera de la cabeza. Ruby está de pie, vigilándola.

-¿Qué ocurrió? -pregunto- Escuché un grito.

-Chelsea resbaló con el agua del suelo. -Ruby se encoge de hombros.

-Lo siento. -me dice Chelsea, con los ojos húmedos.

Nayara mira el suelo con espanto.

-¿Quién quebró un vaso? -pregunta.

-Fui yo. -contesto.

-¿Sabes que eso es propiedad de...?

-¿Qué fue todo lo que pasó? -Ruby la interrumpe.

Me paso las manos por la frente.

Les cuento todo lo que ocurrió. Que un loco con el rostro cubierto entró -no sé cómo-, intentó asfixiarme y huyó escaleras abajo. Las tres me miran con horror.

-¿Por qué querría matarte? -me pregunta Nayara- ¿Estás entre los primeros del listado?

-No. -digo, tal vez demasiado rápido.

Siquiera he visto qué número soy, pero es más que improbable.

Ellas no duermen hasta que consiguen calmarme. Pasan unos minutos, tal vez una hora, hasta que eso ocurre y las cuatro vamos a dormir, lo cual a mí se me dificulta bastante.

Duermo, despierto minutos después, vuelvo a dormir y el estrés me obliga a despertarme. Miro el reloj de mi teléfono constantemente, ansiando que amanezca, pero los minutos parecen horas y las horas, días.

Al final despierto más temprano que mis compañeras. Me dirijo al cuarto de baño, completamente desolado. La cabina del cadáver es tan imponente que siento que, si me doy la espalda, se moverá de su sitio para estar justo detrás de mí. Es una locura pero probablemente me esté volviendo loca.

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