¡Sí, la magia!

—¿Cómo? —preguntó Eva sin entender del todo lo que significaba la revelación de Samael.

—A ver, muchacha, ¿has leído algo sobre nuestra historia y la forma en la que se han relacionado las distintas casas desde el inicio de los tiempos?

—Pues no, la verdad es que no sé en cuál fase de mis estudios toca ese tema... —dijo Eva forzando el tono irónico todo lo que pudo.

Samael le contó despacio y de forma sentida los pormenores de los primeros años del planeta Mitra. Le contó de hambrunas recurrentes y de la imposibilidad de sembrar y pescar de manera suficiente para mantener a los habitantes de las diversas islas que se diseminaban por el mundo.

Isabel se interesó genuinamente por el relato que realizaba Samael y lo interrumpía de vez en cuando, requiriendo más precisión en algunos puntos.

Como profesora de historia, se sintió envuelta por la narración y se identificó con el sufrimiento de cada casa por mantener a su linaje sano y alimentado.

Cuando fracasaron todas las negociaciones por explotar y comerciar entre los linajes de una manera igualitaria, las guerras por territorio fueron inevitables.

—Todo mi planeta estuvo dominado durante generaciones por las guerras entre las casas. Fueron períodos prolongados con cortos intervalos de paz, pero las batallas siempre volvían y arreciaban a la población. Por eso toda esa época se conoce como "las guerras de las casas". Dejamos de enumerarlas y ordenarlas.

Isabel asentía concentrada. No había mucha diferencia con lo que ocurrió en la Tierra, por lo que podía empatizar con el relato de Samael.

—Entendimos que la única manera de terminarlas, era haciendo que un linaje triunfara y reinara, de forma definitiva, sobre los otros.

Eva cogió una de las galletas que había en la mesa aprovechando la distracción de Samael, totalmente enfrascado en su discurso. "Están realmente deliciosas", pensó.

—Toda nuestra casa se sacrificó para generar un linaje mejor. Seríamos la base de un linaje destinado a terminar con las guerras para siempre, un linaje destinado a reinar sobre todas las casas en todos los universos posibles, por el resto de los tiempos.

Eva pensó que había mucho que procesar de todo lo que decía Samael.

Casi en la misma narración, había dejado de ser una humanoide para ascender a la categoría de humana, de un tirón y sin escalas previas. Además, una humana perteneciente a un linaje que fue desarrollado sobre la base de la ingeniería genética con el objeto de asegurar el reinado sobre todos los demás.

Sin duda era mucha información para procesar, pero estaba encantada de haberse enterado de que era tan humana como Isabel. Ahora podía sentirse una igual a su pareja y, si en algún momento las sombras de la inseguridad le habían oscurecido su cabeza, en los dichos de Samael encontraba el argumento necesario para despejarlas de plano.

Tal vez nadie se lo dijo porque esperaban que lo hicieran oficialmente en la fase 3. Se contradijo de inmediato, "Es una tontería, no tengo ninguna idea de lo que significa la fase 3. Ni qué enseñan o cuentan. Tengo que dejar de especular".

—¿Eva? —la interrumpió Samael al verla sumida en sus pensamientos.

—Perdone. Es que todo esto es mucho. Entonces usted dice que soy una humana. Igual que todos los ángeles. Pero que nuestro ADN viene mutando hace miles de años con el único fin de modificar la materia.

—Casi. Vas por buen camino, pero sospecho que no entiendes lo especial que eres. Lo diré claramente: todos los humanos en el planeta Tierra destacan en algo. Hemos preparado guerreros, estrategas, transportadores, médicos, cualquier profesión que se te ocurra emerge desde el ADN que resonará con la tecnología para ejercer esa función. Hemos cogido lo mejor de cada una de las casas, hemos aislado sus ADN, hemos estudiado qué parte de lo que son es congénito y cuál parte es aprendida. Hemos deducido las variantes de cada una y determinado qué agrupación de genes predisponen para qué cosa. Y hemos creado una etnia mejor. Un linaje único sobre la base del linaje de nuestra casa. Humanos mejores. Todos vosotros lo sois de una u otra manera. Además, cualquiera de ustedes puede interactuar con un dispositivo como este que le permite manipular las interfaces tecnológicas y, a veces, a la materia misma.

—Pero... ¿Y todo el rollo de modificar la materia con la voz, sin interfaces? —Eva no ocultaba su confusión.

—Nada de rollo, muchacha —sonrió Samael—. El modelo matemático predice que después de tantas y tantas mutaciones surgidas del azar, aparecerán algunos pocos humanos que ni siquiera necesiten la tecnología. Resonarán directamente con el universo a niveles tan íntimos que la materia los escuchará.

Samael cogió el cofre y lo colocó sobre la mesa, enfrentando a Eva.

—Ya te lo dije. Son contadas con los dedos de una mano las veces que he realizado este experimento y he tenido que volverme a dormir, porque la predicción no se cumple.

Eva miró el cofre concentrada. Luego cruzó sus ojos con los de Samael.

—Ya has probado una galleta. Dentro del cofre hay otra, ¿quieres volver a intentarlo? —dijo Samael sonriendo.

Eva se ruborizó al sentirse descubierta por el asunto de la galleta. Volvió la vista al cofre pensando en lo mucho que le había gustado y las ganas que tenía de comer otra.

—¡Ábrete!—dijo con una voz ronca que no reconoció como propia. El cofre siguió ignorándola.

Eva inspiró despacio y profundamente. Cerró los ojos.

—¡Nunc aperire! —dijo con una voz gutural aún más extraña que la anterior.

El cofre ni siquiera se movió.

Samael mantenía la compostura de forma estoica, cogió el cofre con las dos manos y lo preparó como si se lo ofreciera a Eva en bandeja. Era una invitación.

Eva creyó entender un "¡confió en tí" en la acción de Samael. Volvió a cerrar los ojos. Sin que lo supiera, el portador del cofre hizo lo mismo, dejando volar sus pensamientos hacia el pasado.

Samael necesitaba ese milagro que le evitara el volver a dormir. Estaba seguro de que todo lo que venía sucediendo tenía un sentido. Y ese sentido era que el momento había llegado.

El planeta entero estaba preparado para la guerra y reclutaban recursos desde hacía milenios. Estaban preparados. Era el momento.

Todo ocurrió en el mismo segundo.

Eva ordenó con una voz ronca y desconocida.

—¡Ábrete de una vez!

El cofre no se inmutó. Samael sintió como la decepción comenzaba a apoderarse de su estado de ánimo. Sintió un nudo en su estómago.

La puerta a espaldas de Samael se abrió.

Los dos miraron hacia ella para ver quien la traspasaba.

Nadie cruzó el umbral.

Samael comenzó a reír. Primero tímidamente, de forma nerviosa. Después a carcajadas.

—Veo que tendremos que practicar la manera de hacer foco en el sitio correcto —dijo de forma entrecortada por la risa.

Eva intentaba no contagiarse de Samael. Cogió una galleta de la mesa y comenzó a masticarla apresuradamente.

Recostó su espalda sobre el sillón y ya no pudo contener la carcajada. Mientras llevaba las dos manos a su cara sin dejar de reír, los trozos de galleta se escapaban de su boca.

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